Por. Carlos Orlando Pardo

 

La muerte que nunca está de vacaciones y jamás se permite una siesta termina arropando tarde que temprano a los seres queridos. Y en muy poco tiempo ha cumplido sus pasos arrastrando hasta sus fauces a no pocos escritores y artistas tolimenses. Ahí no más están los casos recientes de los inolvidables Hugo Ruiz y José Faxir Sánchez, para llevarse ahora al poeta Jorge Ernesto Leyva. Deja por fortuna no sólo una obra poética consolidada a través de los siete libros publicados, sino el grato recuerdo de un trashumante sin cansancio por los más apartados lugares de la legendaria China y hasta el recorrido por cada uno de los vericuetos de París. Su cercana amistad con Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias o Mario Vargas Llosa dentro de una nómina de escritores tocados por la inmortalidad, le permitieron una grata experiencia que transmitía en conferencias y recitales donde casi al estilo de los toreros no le era difícil salir físicamente en los hombros de sus admiradores. A lo largo de muchos años ejerció la docencia y cargos administrativos como rector del INEM en Cali o profesor de la Universidad del Valle donde dejó una huella perdurable, sin que deje de mencionarse su creadora tarea al frente del Muro Blanco que dirigía Andrés Holguín. De regreso a Colombia fue director de Extensión Cultural en la Universidad del Tolima donde creó la biblioteca de autores del departamento, estableció un exitoso programa de conferencias con grandes personalidades de la cultura e invitó a los más destacados grupos teatrales del país. Igualmente ejerció como director del Instituto Tolimense de Cultura. Nuestro poeta bachiller de San Simón nació en Ibagué el 8 de abril de 1937 y se graduó en derecho y ciencias políticas en la Universidad Libre, especializándose en La Sorbona de París y en la Universidad de Pekín, en China. Está incluido en importantes antologías y le fueron publicados los libros de poemas: No es una canción, Poemas de ausencia, La ceniza es el infinito, Diario de invierno, Territorios y ausencias, Memoria de los caminos y finalmente Sólo el amor, cuyos textos ofrecen el testimonio de su ser sensible y amoroso. De otra parte en su trabajo como investigador y ensayista publicó un exhaustivo estudio sobreAmbalema y dejó inédita la historia del colegio San Simón. Con su muerte pierde el Tolima a una de sus mejores plumas, el país a un apreciado poeta y nosotros a un colega y a un amigo entrañable cuya sola presencia nos dejaba saber que ahí estaba realmente un poeta de verdad. Mientras peleaba con la muerte y en medio de su optimismo por la existencia pudo paladear su último libro de poemas de amor que será presentado en las próximas semanas dentro de un homenaje que le rendirá la Academia de Historia y donde de viva voz podremos escuchar de nuevo la firmeza de su palabra y la grandeza de su talento. No es fácil tropezarnos con aquellos que llevan la música en las alas de las palabras ciertas y las ideas sugeridas, con quienes portan esa magia de hipnotizarnos en el juego de su historia cantada, al fin y al cabo el pentagrama dentro del cual se movió Leyva Samper rogando siempre que les remendaran los bolsillos a los niños para que no se les salieran las estrellas.

Durante la década de los años sesenta del siglo pasado, tan sólo tres o cuatro nombres de poetas comenzaban como tolimenses a empujar su voz para que se escuchara en el concierto nacional. Se trataba de José Pubén, Hugo Caicedo Borrero y Jorge Ernesto Leyva quienes figuraban continuamente en antologías y suplementos literarios, al tiempo que aparecían sus primeros libros con un estilo muy particular el primero por la experimentación con el lenguaje fraccionado, un talante a lo César Vallejo el segundo y Leyva universalizando el amor y la protesta con una poesía de altos kilates que a veces parecía conversada. De todos ellos por encima de lo episódico de las circunstancias, quien sobrevivió solitario como el único representante de este territorio fue Jorge Ernesto Leyva, mientras que los otros comenzaron a perderse en la manigua no justa del olvido y de la muerte. Para entonces, aunque ya mayores, la encarnación de nuestra poesía se daba en Germán Pardo García, Juan Lozano y Lozano, Arturo Camacho Ramírez con trascendencia en el país y el exterior y aún respiraban su lirismo diverso Emilio Rico, Luz Stella y algunos nombres más. Ahora que acaba de salir un nuevo libro de Jorge Ernesto Leyva quien peleó a diario con la muerte por un cáncer que se hospedó en su hígado, nada mejor que sentirnos felices en medio de las tristezas que puedan despertarnos porque existe el hechizo de la imagen como si alguien descubriera de nuevo el universo. Y como si él se riera de la muerte no creyendo sino en la vitalidad de la existencia.