SOBRE LAS NOVELAS DE EUTIQUIO LEAL

 

Por: Carlos Orlando Pardo

 

Eutiquio Leal, Chaparral, 1928, Bogotá, 1997. En su novela Después de la noche, cuenta la historia de un pescador, «El Mocho», quien ha quedado así por aventurarse a ejercer su oficio con dinamita. Se ve allí toda una atmósfera trágica contada de manera experimental y cuando sólo tres escritores en Colombia se atrevían a este estilo de abordar la obra. El hambre, la miseria y el abandono de su familia, cuatro hijos y la mujer embarazada, lo que piensa cada uno en su plano y lo mismo las gentes a manera de coro griego, conforman el marco. Es una novela que desde la técnica presenta contrastes, muestra etapas sucesivas con un horario preciso, hora tras hora, comenzando el primer episodio a las seis y treinta de la tarde y el último a las seis y treinta de la mañana.

Utiliza diversos puntos de vista que van desde un narrador vidente y que actúa como una conciencia premonitoria, un ojo narrador al estilo de cámara filmadora y un narrador protagonista que es el monólogo interior. Y fuera de él, el narrador-personaje participante, la mujer, los vecinos, la policía, en fin, una polifonía de voces claramente definida. Hay diálogos implícitos o teatrales y cada narrador crea diferentes planos de lenguaje.

A pesar de que Después de la noche es la sinópsis de una novela, como bien lo aclara el texto, consigue una totalización, una intensidad, un dinamismo, una novedad en la manera de abordar su situación, siendo precursor de la modernidad de nuestras letras junto a Álvaro Cepeda Samudio, Héctor Rojas Herazo y el Gabriel García Márquez de La hojarasca.

En 1989 la editorial Plaza y Janés publica, dentro de su colección de narrativa colombiana, La hora del alcatraz, la obra completa que apareció en sinópsis como Después de la noche y que lo muestra en pleno vigor como una narrador diferente a pesar de haber sido escrita en Cartagena entre 1962 y 1963.

Varias son las novelas que dejó inéditas Eutiquio Leal cuando lo sorprendió la muerte al borde de cumplir los 70 años, entre ellas El tercer tiempo, finalista en el concurso internacional de novela Monte Ávila, de Caracas y, Guerrilla 15, finalista en el desaparecido Premio Esso.

En 1963, Después de la noche gana el Primer Premio en el concurso literario del género patrocinado por la Extensión Cultural de Bolívar. El libro, de ciento cuarenta y dos páginas, con una hermosa portada de Nereo, apareció el tres de septiembre de 1964. La editorial se llamaba El Marinero y el autor aún vivía en Barranquilla. Después de la noche está dedicado a tres nombres de mujer: Rosa, Mariela y Dulima, nombres de su madre, su esposa y su hija, y “a este otro: Cartagena”. Se nos informa, desde el comienzo, cómo es apenas la “sinopsis de una novela” por cuanto, según se explica en pie de página, “es mucho más extensa y sólo aparece un extracto, ajustado al paginaje exigido en las bases del concurso”. Con prólogo del desaparecido novelista Clemente Airó, puede empezarse a afirmar, con sus palabras, que Después de la noche, con materiales auténticos, ha logrado una obra genuina de arte. Después de la noche nos ofrece, con tersura e intención descubierta, la tendencia íntima de este quehacer novelístico actual Iberoamericano: preocupación central por el hombre, su vida y la situación que lo rodea y lo conforma. Se requiere saber del hombre, de sus defectos y de sus glorias. Los novelistas son curiosos sociólogos, empedernidos predicadores de cruzada. En Después de la noche se capta una realidad desde varios ángulos para acoplarlos a una dolorosa atmósfera trágica. En Eutiquio Leal las realidades tangibles pasan a ser realidades de categoría artística. Nos abre el panorama con un mínimo de adornos, escueto pero exultante. Tal ha sido en esta novela el proceso empleado. El personaje central surge no de un prurito de juego literario estético sino de una situación real, cotidiana en nuestras costas de los dos océanos. De esta situación, de este personaje y de su íntima lucha salta el absurdo. La atmósfera campeadora del absurdo social nos deja en Después de la noche un sostenido clamor trágico, especial coro de resonancia rebelde, de lucha. El pescador mutilado, con su vida a cuestas y su muerte impuesta, es tan real como las marejadas sobre las playas cartageneras. La dinámica trágica, colectiva, ausculta y resonante, se vuelca contra el absurdo, se debate con él. Nos eleva a participar en la lucha. El hecho artístico se cumple con la correlación de contenido y forma.

Eutiquio Leal, en Después de la noche, maneja el estilo como herramienta propia, precisa, exhaustiva del fin propuesto. Los elementos se han reducido al mínimo: ejemplar planteamiento que nos hace recordar el proceso de las obras clásicas griegas. La parquedad total en el adorno sirve, precisamente, para el realce máximo del lenguaje empleado: se utiliza lo escuetamente necesario para el logro del impacto violento, la comunicación estética de una realidad social. El pescador inmerso en su circunstancia corre a su particular muerte, le empuja el absurdo auscultado que se recoge y se lanza como un segundo actuante personaje: la muerte y el absurdo. La circunstancia lleva al pescador a esa muerte que él no se merece, que le es extraña, que no debe ser su muerte, la que debía corresponderle. La protesta se eleva en Después de la noche sin formulismos morbosos y anecdóticos sobre la pobreza y el abandono: emerge del sostenido coro trágico que recorre todas las páginas de esta singular novela. Lealtad artística, sentimiento comprensivo y original tratamiento, son sus tres grandes cualidades”.1

Un año después de haber sido publicada La casa grande, de Álvaro Cepeda Zamudio que aparece en julio de 1962, Eutiquio Leal enviaba al concurso literario referido su obra Después de la noche, publicada en un tiraje casi clandestino de trescientos ejemplares, lo que obliga a la ausencia de una verdadera difusión y a que quede, además, por ser publicación de provincia, realmente inédita.

La novela contemporánea en Colombia, para seguir la observación que compartimos con Raymond Williams, “Tiene su punto de partida en este país con la publicación de tres novelas claves: La hojarasca (1955) de Gabriel García Márquez, La casa grande (1962) de Álvaro Cepeda Zamudio y Respirando el verano (1962) de Héctor Rojas Herazo.

La práctica aparición clandestina de la novela de Eutiquio Leal le hace olvidarla, no referenciarla aunque si la hubiese conocido, tendría que decir de ella como de las anteriores mencionadas que “éstas emplean técnicas que difieren de las estructuras, suposiciones y exigencias decimonónicas… crean nuevas exigencias para el lector, provocan su participación activa”.2

Desde Cien años de soledad, aparecida en 1967, las novelas que podrían equipararse a Después de la noche, por lo menos en la búsqueda de una nueva manera de contar, en la inclusión de una técnica diferente a la utilizada hasta entonces, serían, La calle 10 de Manuel Zapata Olivella publicada en 1960, La ciudad y el viento de Clemente Airó, en 1960 y El hostigante verano de los dioses (1963) de Fanny Buitrago.

Ubicada dentro de este proceso, podemos afirmar que Después de la noche, historia de la miseria, aventuras y desventuras de la cotidianidad de un pescador, de su familia, del medio que lo rodea, no peca de ningún regionalismo, no evoca en él la tierra del Tolima motivo de la mayor parte de sus cuentos y otros libros, no tiene el marco estrecho de lo comarcano aunque se desarrolle en Cartagena. Uno recuerda, por ejemplo, El viejo y el mar, de Hemingway.

El nivel de su estructura es novedoso y rompe con el tradicional desarrollo contínuo del contenido propiamente anecdótico, indicando elementos fraccionados, fragmentarios, que más tarde utilizarían Héctor Sánchez en Las maniobras, Alba Lucía Angel con Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón o Alberto Duque López en Mateo el flautista .

Si Después de la noche es de muchas maneras un punto de partida para la novela moderna, contemporánea en este país, uno de los factores que la afectan para no ser difundida ni estudiada con rigor fuera del problema editorial mencionado, es también el problema mismo de la falta de relaciones con la gran prensa, es, además, la ausencia de crítica por aquellos días y es, por supuesto, la falta de un reconocimiento por la poca trascendencia de un concurso local. Eran los tiempos en que la mayor parte de los escritores colombianos publicaba en el exterior y ahí se encuentra el dato de Williams cuando afirma, al estudiar la novela nacional en la década de los setentas, cómo de las cuarenta y nueve novelas estudiadas, veintinueve fueron editadas en el país y veinte en el extranjero. Pero las citadas como nacionales son de editoriales conocidas y jamás en sellos de provincia. De allí que, como lo afirma Germán Vargas, “para hacer una verdadera historia de la novela en Colombia se requiere la existencia del inventario de las narrativas por secciones en lo que podría ser la geografía narrativa colombiana que evite por su suma y detalle mucho olvido inmerecido”.3

Eutiquio Leal, por supuesto, se vio sometido a simples referencias en los denominados suplementos literarios, a su posterior y repetida figuración en antologías de cuento colombiano como las de Eduardo Pachón Padilla o Juan Gustavo Cobo Borda, por ejemplo, o a reconocimientos primeros como los de Isaías Peña Gutiérrez en La generación del bloqueo y del estado de sitio y nada destacable, por lo menos, hasta la publicación del libro Vida y obra de Eutiquio Leal.

Uriel Ospina, dentro de los Brevarios Colombianos que publicó el Banco de la Republica titulado Sesenta minutos de novela en Colombia,4 afirma que “es una lástima que Después de la noche, el extraordinario relato de Eutiquio Leal, haya tenido que someterse a mutilaciones para poder participar en un concurso literario, que como todos los concursos literarios con corsé, tiene extensión limitada. Y es deprolable, anota más adelante, porque su relato tiene una vitalidad y una vivacidad de gran clase, además de ser un agudo cortometraje sobre la miseria de los pescadores en alguna costa del país colombiano, algo así como doce horas en la vida de una miseria, enfocada implacablemente con la objetividad de un camarógrafo pero también con la dominada sensibilidad de un artista. Eutiquio Leal se situó en un plano de clara impasibilidad para lograr este brillante enfoque en la vida cotidiana de los pescadores del Atlántico, logrando más que una novela, un alarido sin eco. Posee sentido del oleaje narrativo y las imágenes rápidas y brillantes se suceden en una serie vertiginosa, alternando con puntas de lanza sicológicas para equilibrar un texto que perdió por bases de concurso literario y que al mismo tiempo no ha facilitado la edición de su texto primitivo”.5

Con Después de la noche, la versión que gana el concurso, sólo tenemos el esqueleto, el sistema óseo del libro, y deja el mito del alcatraz pero excluye la bella historia de la mujer que siempre guarda en una esquina, sentada en el viejo portón de su casa devencijada, lo erótico y la lascivia del relato donde aparece lo mítico de la sexualidad, hasta la que porta la naturaleza incluyendo otros puntos de vista que van desde un médico, un abogado o un turista. Pero ya mirados todos los textos en conjunto, se advierte que se trata de otra novela y que Plaza y Janés dará a conocer bajo el título de La hora del alcatraz, con elementos básicos, por supuesto, de Después de la noche. Allí se examinan ocho o diez concepciones del mundo que conforman una especie de polifonía.

Se hace pertinente destacar de nuevo cómo la novela de Eutiquio Leal es una de las primeras en Colombia, al igual que la de Cepeda Samudio, en saber aprehender las técnicas de los mejores novelistas norteamericanos como William Faulkner y John Dos Passos, rompiendo como es natural el esquema formalista y decimonónico en la forma de contar historias. De allí que sean precursores en la modernidad de nuestras letras.

Notas

1.-Airó Clemente, prólogo a la edición.

2.-Op. cit.

3.-Vargas, Germán; Geografía narrativa colombiana, Revista de la contraloría del Tolima, 1978.

4.-Ospina, Uriel; Sesenta minutos de la novela en Colombia, Breviarios Banco de la República.

5.-Op. cit.