ALFONSO LARADA

Muy pocos saben que su verdadero nombre es Ildefonso Peña Ospitia. Nació en La Arada, un corregimiento del municipio de Alpujarra, al sur del Tolima. Piensa que nació para ser músico. Aunque se propuso en la vida hacer cosas diferentes, su camino terminó por unirse al de su familia y en especial al de su hermano Gyentino Hiparco, un baladista de los años sesenta en el siglo XX, perteneciente al Club del Clan, programa de televisión que lo incluía en sus presentaciones y le enseñaba el camino de los artistas en Colombia.

Estudió economía en la Universidad Nacional, pero la mayor parte del tiempo se dedicó a asistir a las facultades de música, artes plásticas y filosofía. Aprendió instrumentos autóctonos, se empapó de la obra de Sartre, el cubismo de Picasso, el surrealismo de Dalí y sobre todo aprendió a desarrollar sus habilidades artísticas. Por eso, cuando se graduó, sólo ejerció como economista durante tres meses y decidió dedicarse de lleno a la música.

De su madre, María Eulalia Ospitia, una maestra de escuela que adoraba los pasillos y los bambucos, aprendió el amor por las letras y los libros; y de su padre, Manuel José Peña, un comerciante y músico empírico que tocaba violín, ocarina y guitarra, poseedor de un fino oído que le permitía identificar las notas musicales sin puntos de referencia, heredó la pasión por la música.

Siendo aún muy pequeño, su familia viajó a Bogotá huyendo de la violencia de los años cincuenta. Para él y su tres hermanos no fue difícil adaptarse a la nueva vida, mientras estudiaba en colegios oficiales. Empezó a cantar desde los doce años y a los dieciséis realizó su primera aparición pública en una presentación que hacía el grupo del Club del Clan -del cual era el niño consentido- en la Escuela General Santander, con una canción de Aldemar Dutra.

Aprendió guitarra viendo tocar a sus amigos y estudiando diferentes manuales. Luego dio un salto a los teclados y simultáneamente hacía coros en los discos que grababa su hermano.

Su primera canción se perdió en los laberintos de la memoria. Sólo recuerda que era una balada en do menor que hizo a los 16 años. Sus canciones nacen de historias cotidianas que se ven en la vida real o en algún programa de televisión. Primero son poemas que luego se van adaptando a una música que va surgiendo de los teclados de un pequeño estudio de grabación que tiene en su casa.

Su trabajo musical más importante como solista lo realiza con la casa disquera CBS y graba entre 1986 y 1990 cuatro sencillos, entre los que se destacan temas como A partir de hoy, Donde quiera que estés, Apaga la tele, Me quise hacer dueño y Tu imagen se queda, canción que le abre las puertas en latinoamérica y se ha convertido en un clásico de la música romántica.

Sobre Tu imagen se queda, resultado de una fusión de ranchera y balada, dice que en un comienzo fue difícil su promoción porque las emisoras no sabían en qué género ubicarla, pero poco a poco fue siendo reconocida gracias a su sentido romántico y a su interpretación tierna y nostálgica.

Con el éxito alcanzado realizó una gira que lo llevó a alternar con artistas como Raphael, Basilio y José Luis Perales, en Ecuador, Panamá y Venezuela, países donde sus canciones se escuchan.

Sus temas han sido grabados por artistas como Los Reales Brass, Dos corazones; Silva y Villalba, Por ti; Los Hermanos Tejada, No estoy llorando, Rodolfo, Miéntele y Olga Walquiria con Tu imagen se queda.

Piensa que el escenario de la música es el mundo entero y por eso ha creado un espectáculo que realiza diariamente en diferentes sitios. Con su voz doméstica y plástica, que se adapta fácilmente a cualquier género, su secuenciador electrónico y sus bafles de gran potencia, toca igual en un bautizo, un matrimonio, una reunión política o en un gran estadio.

Se levanta tarde, no desayuna, ensaya dos horas y luego se prepara para sus presentaciones. Sueña con los estudios de grabación porque piensa que no hay nada igual al proceso de creación de una canción, desde la idea inicial, la realización de los arreglos, el momento en que va entrando a escena cada instrumento, hasta el resultado final, una unidad musical, inseparable y perfecta.

Así es Alfonso Larada, un hombre que piensa que los artistas deben tener nombre y apellido, como Salvador Dalí o como Pablo Picasso, que teme a las muchedumbres a no ser que estén para aplaudirlo, que es soltero, porque piensa que si el matrimonio fuera garantía de felicidad no habría separaciones, que es solitario y celoso de su tiempo, que no le gusta revelar su fecha de nacimiento porque teme que lo encasillen en una época, en un movimiento, pero que, sobre todo, es un hombre feliz, siendo músico, interprete y compositor en todos lados y a todo momento.

Galería