ADOLFO “EL POTE” LARA

Una figura rechoncha impecablemente vestida de blanco y con botines de lona, una capacidad de repentista sin límites y una simpatía que atrapaba a cualquiera, hicieron de Adolfo Lara, “El Pote”, como él mismo se bautizara, uno de los personajes más inolvidables de la vida casi monacal de Purificación en la primera mitad del siglo XX.

Un hombre que interpretaba la ocarina, la flauta, la bandola y el tiple con gran tecnicismo, hizo de su paso por la vida un verdadero e íntimo carnaval donde las reuniones familiares o de amigos se convirtieron en esperadas tertulias para escuchar sus gracejos, chistes y esas coplas mordaces que fluían como el mismo torrente del río Magdalena y que hacían eclosionar la algarabía entre quienes lo acompañaban.

Nació el 27 de septiembre de 1891 en Tocaima, cuna de músicos que emigraron especialmente hacia el Tolima como lo hizo “El Pote”, no sin antes pasar una temporada en La Mesa, Cundinamarca, donde se lanzó como artista en el año 1917 y dio muestras de las potencialidades de su ingenio, las que fue cristalizando con el correr del tiempo.

En el año 1918 vivió en Ibagué una corta temporada. Años más tarde regresaría a esta ciudad para vincularse transitoriamente al Conservatorio como profesor de guitarra. Parece que fue precisamente en 1918 cuando se radicó en Purificación, pueblo que lo acogió como a uno de sus hijos más preclaros y le brindó la posibilidad de desarrollarse no sólo como músico sino también como funcionario público.

No hay datos concretos sobre cómo se inició en la música, pero desde muy joven figuró como compositor. Su aprendizaje parece haberlo realizado en forma autodidacta, aunque alguna temporada en Bogotá le permitió conocer la estructura y la melodía de la danza, ritmo con el cual realizó muchas de sus composiciones, entre ellas su famosa Tupinamba

Algunas personas afirman que “El Pote” Lara fue testigo excepcional de uno de los episodios más afortunados para la música tolimense como el nacimiento de El bunde de Castilla, y más que testigo parece haber sido copartícipe, pues cuentan que acompañó con la interpretación del tiple al maestro Castilla una calurosa tarde de 1914 en Espinal, cuando fue surgiendo nota a nota ese compendio de ritmos que más tarde fuera adoptado como himno del departamento.

Radicado en Purificación contrajo matrimonio con Teresa Lozano Parra, amante de la música, de cuya unión nacieron siete hijos, cuatro hombres y tres mujeres, quienes también se inclinaron por la ejecución de instrumentos en una sana emulación de su origen, camino que seguirían algunas de las siguientes generaciones.

Adolfo Lara fue alcaide de la cárcel de Purificación por algún tiempo, según lo cuenta don Julián Caycedo y ocupó por varios períodos la secretaría del concejo municipal. Estos cargos fueron ejercidos con el decoro y la prestancia que tenían en la época y no le impidió ejercer una de sus tareas más valiosas, la de hacer reír a sus contertulios e inyectar el humor a una villa que se adormecía con la abulia y el tedio de una existencia parroquial.

“El Pote” Lara formó una orquesta en Purificación que fue famosa no sólo allí sino en los pueblos aledaños. Su labor burocrática siempre estuvo matizada por las noches en las que se confrontaba con su verdadera pasión, la música en sus dos posibilidades, la interpretativa y la composicional.

Muchas fueron las canciones compuestas por Adolfo Lara, pero hay una que constituyó un verdadero éxito nacional, enseñada en todos los claustros educativos e integrada al repertorio de importantes agrupaciones: Tupinamba, una danza con un intenso lirismo, elaborada con un lenguaje elemental y preciso que recrea una historia de amor inalcanzable y cuyas notas logran ahondar ese nostálgico idilio que en ella se percibe.

Entre otras composiciones de “El Pote” Lara figuran los bambucos Cómo olvidarla, Locas ternuras, Rumores, Pescando en el río, Murmullos, Con grande prudencia hablaste; las danzas Al recordar las horas de amor, Marte, Estrellita fugaz, Cuando muere el amor y Lejos de mi amada; las marchas Ambeima y Pelachivas; los pasillos Los pajaritos, Estrellas, Adiós adiós y la rumba Cirila.

La mayoría de ellas parecen no tener un referente exacto al departamento del Tolima y corresponden a temporadas que pasara en la capital de la república en un aprendizaje y asimilación de las melodías y ritmos propios de esta zona del país. Sin embargo, su presencia en Purificación fue decisiva no sólo para quienes disfrutaron de su talento sino para él mismo, pues logró incorporar en su legado cultural la experiencia de gentes humildes y honestas que tenían una cosmovisión distinta de la vida.

Fue también letrista, pues en las primeras décadas del siglo la mayoría de la música era instrumental y sus autores no se preocupaban por colocarle letra a las mismas. A pesar de esto, él, al igual que otros personajes con sensibilidad poética, se dedicó a esta tarea y gracias a ello se pueden cantar versos como los de Dulce negrita, una danza de Chipilo Forero; Coquita, rumba de Gustavo Gómez Ardila y el famoso pasillo La gata golosa de Fulgencio García, hijo de Purificación, que también le diera gran renombre nacional.

Aunque bien conocidas las canciones de Adolfo Lara, sus grabaciones no han sido muy copiosas. La disquera Víctor llevó al acetato, según lo refiere Jorge Añez, los pasillos Rumores, Locas ternuras y Cómo olvidarla., además de Tupinamba que ha sido grabada en varias ocasiones. Otra de las actividades artísticas a la que se dedicó fue a la elaboración de versos, coplas y anécdotas que plasmó en el libro Jocundidad, a más de otras publicaciones sueltas en las que hay una verdadera vena poética, un espíritu burlón y cierta intertextualidad de autores universalmente conocidos como Neruda, Quevedo, y otros.

Por sus versos transitan los personajes típicos del pueblo, el barrendero, la posadera, el cura, el alcalde, la lavandera; hombres y mujeres que llevan una existencia sosegada y elemental, pero en la que pronto aparece un diminuto resplandor que aprovecha el poeta para magnificarlo e inscribir en versos, ya sean satíricos o irónicos, el diario transcurrir del pueblo.

El juego de palabras, la desarticulación de las mismas para obtener dobles sentidos, las paranomasias y otros recursos quevedianos, se juntan con la malicia pueblerina de “El Tuerto” López, con el dicho popular y con cierta eroticidad velada, en una amalgama estilística cuya intención es lograr la sonrisa de quien se asome a este libro.

Dos ejemplos al azar: de la popular expresión “Coger la caña”, Lara hace una décima con algunas variantes:

 

Un bello cañaduzal

tenía la viuda Sofía

a quien Pedro perseguía,

de una manera brutal.

Y ella al ver de Pedro tal,

y tan asidua campaña,

por su esposa con gran maña,

al cabo se le brindó,

y él con Sofía se casó

para cogerle la caña.

 

La copla amorosa y chispeante, con elementos locales, adquiere la gracia y el tono jocoso que tanto le celebraron:

 

Te digo en tono discreto

que esa tu carta florida,

me puso amiga - querida -

más retozón que un muleto.

 

El doctor Ricardo Villegas, cuando era estudiante y pasaba sus vacaciones en Purificaci ón, conoció a Adolfo Lara con quién departió en grandes tertulias, sobre todo los fines de semana en los que se reunía a comentar los acontecimientos domésticos y a improvisarle coplas a sus compañeros de mesa o a cuanto animal o cosa llegara a su imaginación.

Para el historiador don Julio Caycedo, “El Pote” tenía una gran chispa y escribía sus versos en cualquier momento, lo mismo que en papeles sueltos como cajetillas de cigarrillos y otros que quedaban volando por ahí con sus charadas y reflexiones pueblerinas que no buscaban dañar a nadie y sí brindar esparcimiento y entretención a sus escuchas. En vida, “El Pote” Lara recibió diversos homenajes que testimoniaban la gratitud y el reconocimiento por su labor. Cuatro meses antes de su muerte, los artistas de Purificación se reunieron para ofrecerle un homenaje musical en el que se interpretaron varias de sus composiciones y pudieron tributarle honores a un hombre que marcó un estilo de vida.

El homenaje más perdurable se lo brindó recientemente la alcaldía municipal al colocar su nombre a la Casa de la Cultura, obra que constituye, además de las implicaciones arquitectónicas, un valioso aporte al desarrollo del municipio y a la perpetuación del nombre de un colombiano que supo difundir el folclor y participar en la construcción de identidad. Quienes compartieron con él muchas horas de bohemia manifiestan que jamás estuvo de mal humor y que muy pocos seres han irradiado tanta simpatía y se han hecho merecedores a la estimación colectiva como el “El Pote”, quien hizo de su aparente defecto físico -bajito y obeso-, una fórmula para burlarse de sí mismo y de paso involucrar a todo aquel que pasara por su fructífera y festiva imaginación.

El 10 de diciembre del año 1953 murió en la ciudad de Bogotá a la edad de 74 años, dejando como legado a su tierra del Tolima no sólo sus canciones sino una colección de cuadros de costumbres llenos de humor y viveza, que bien pueden considerarse parte del patrimonio cultural del departamento.