LA MUJER EN EL TOLIMA

 

Por Jackeline Pachón Orozco

 

Introducción

Sólo pretendo realizar un panorama general de la participación de la mujer en las diversas etapas históricas que ha tenido el Tolima. Igualmente, ordeno el inventario provisional de algunas representantes en cada uno de tales períodos y las sobresalientes en diversas disciplinas. Por ahora, dejo abierto el camino para una labor que merece más amplio estudio y mayor atención, puesto que no existía un balance del papel de la mujer en la región. Su accionar, sin duda, se pierde en medio de los aconteceres de los hombres, en una historia escrita por ellos. Lo que implica cómo, además de todas las discriminaciones, también han quedado abandonadas a la sombra de la historia. No busco, tampoco, señalar nada diferente a lo que resulta de un oficio de archivo, de ubicación y rescate de materiales y nombres que pueden convertirse en el borrador inicial para, en un futuro, contar con un instrumento donde se encuentre un lugar de memoria femenina. Con toda razón, Jorge Orlando Melo plantea que “Las mujeres son la mitad del país pero apenas aparecen ocasionalmente en los libros históricos. Por supuesto figuran las heroínas de la Independencia, pero luego desaparecen por completo”1.

En todo caso se les verá enfrentar las reglas establecidas y luchando contra las injusticias con una importante participación en el desarrollo social, cultural y político del territorio. Muchas de ellas se han perdido en el olvido inmerecido, pero abrieron espacios desde décadas anteriores a la conquista hasta los días que corren. Esta mirada de conjunto muestra su quehacer como parte de la lucha colectiva, al tiempo que se destaca su participación y contribución incondicional a las gestas de libertad y a la búsqueda de la paz, la justicia y la democracia.

En el recorrido las encontramos como lo han sido en el mundo, algunas veces como diosas, mitos, esclavas, seductoras, brujas, heroínas, sirvientas, amas de casa, reinas, trabajadoras, o en general como seres a los que se ignora. Sufrieron y aún sufren la incontingencia del subdesarrollo como una imagen real de sojuzgamiento del trabajo, del parto, del matrimonio o del divorcio, del abandono o la explotación.

El itinerario nos permite visibilizar prácticas discriminatorias y ordenamientos socioculturales que favorecen la inequidad, al tiempo que salta a la vista no sólo la diferencia ejercida en su condición social, sino que, por encima de una práctica de poder que legitima su injusta posición de dominada, se observa también una lucha por cambiar estas situaciones y unos movimientos que indican la ruptura frente a tal diferencia. Este trashumar las sitúa detrás del hombre como si la jerarquía, en su condición de seres humanos, apenas les correspondiera de ese modo y como si reconocerlas, por lo menos en lo equivalente, estuviera en contra de la moral. De todas maneras, las mujeres, ya como sujetos sociales, comenzaron a tener prácticas transformadoras en su vida cotidiana y como lo advierte Ana María Fernández, “su irrupción masiva al mercado laboral, su acceso a la educación secundaria y terciaria, cierta adquisición de códigos públicos, las transformaciones tanto en las formas de los contactos conyugales como en sus regímenes de fidelidad, nuevas modalidades de vivir su erotismo, la problematización de la vida doméstica, es decir la desnaturalización de que ésta sea una tarea necesariamente femenina, son algunas de las cuestiones más significativas, sin que queden por fuera los grandes asuntos de la práctica política de los movimientos de mujeres”2. El proceso histórico ofrecerá, finalmente, actitudes independientes, trátese de su decisión sobre la unión o la maternidad, la escogencia sobre el tamaño de la familia que ha variado con el tiempo, el uso de los anticonceptivos y del preservativo, la segregación marcada entre “mujeres honestas” y “las otras”. Su acceso al mercado asalariado, la condición de trabajadora, el derecho al voto, el acceder a la vida pública, el salir de aquella discriminación de “oficios de mujeres”, conforman parte de un nuevo y positivo panorama. Pero cada sector accede a un conflicto particular, trátese de las abandonadas, las independientes, las solteronas, las célibes, la famosa “mayoría de edad”, sometidas muchas de ellas al incesto, la violación, el acoso sexual, la privación de alimento, los golpes, el temor a la igualdad, la sociedad patriarcal, en fin, lo que los analistas e historiadores tienen propuesto. Han transitado un camino desde la religión que las volvió creyentes y piadosas y donde aprendieron que el cuerpo es enemigo del alma, hasta las que terminaron esclavas al servicio de la especie por el embarazo, el parto, el amamantamiento, el “trabajo invisible” en los hogares o en la utilización indebida de su sexo y de su tiempo. Como lo expresa Virginia Gutiérrez de Pineda en su estudio sobre la familia y la cultura en Colombia, uno de los factores de la sociedad tradicional es “el control acentuado sobre la movilidad femenina, ligado a la función reproductiva y a los roles diseñados para la mujer, centrando su accionar en el territorio hogareño para mantenerla dentro de estos cánones”. Por esta razón, dice ella, en una entrevista3, “en el agro santandereano las impúberes pueden ser enviadas en la comisión de tareas fuera del hogar, como traer agua, leña, recolectar cosecha, llevar alimentos; pero desde adolescentes se les restringe la libertad en cualquier área, campo o ciudad, es decir no se les deja andar solas y deben en caso de salir “pedir permiso” o como mínimo “informar de sus desplazamientos, lugar, motivo, tiempo etc.”4

La multiplicidad de formas de familia que coexisten en Colombia, los grupos étnicos que intervienen en su conformación, le hacen señalar a Virginia Gutiérrez de Pineda y a Patricia Vila, “que los cambios paulatinos aunque lentos pueden advertirse y la necesidad, la educación, la mentalidad, deformaron para fortuna la estructura patriarcal, que persiste en mucho, pero transformaron los roles, alcanzaron una imagen distinta y generaron cambios en la estructura familiar, así como le dieron un papel distinto a la mujer. Frente a la tradición de legítima autoridad del hombre por razones culturales y del medio, la violencia intrafamiliar, el surgimiento de luchas y la aparición de leyes largamente esperadas, se tiende a una labor productiva y administrativa muchas veces mayor a la del hombre sin las debidas recompensas salariales o afectivas, la de un trabajo sin el rango de equilibrio”5. La violación carnal, el estupro, la corrupción de menores, el rapto, la bigamia y la inasistencia familiar, suman un alto porcentaje de delitos contra la familia y la mujer, la que no siempre tiene posibilidades de estudio ni empleo y cuya participación en la actividad económica es visible con gran desequilibrio. La existencia de un creciente número de madres cabeza de familia que pasan de la subordinación y la obediencia a la obligada toma de poder y jefatura de hogar por sustracción de materia del hombre, les ofrecen una transformación: de la pasividad a la agresividad, de la dependencia a la independencia, del sometimiento al liderazgo, de la veleidad a la firmeza, de la inercia a la iniciativa, de la cobardía al valor, de la calma a la soberbia6. En gran síntesis, la mujer ha tenido en el Tolima una historia de lucha. No creemos en el estilo frívolo y superficial con que se le enfoca, reduciendo sus tareas, buena parte de las veces, a labores meramente domésticas. Por fortuna, parte de las reivindicaciones a nivel legal, como parte de su actitud a nivel mental, le otorgan en algunos sectores una categoría diferente a la sumisión tradicional.

 

La mujer en el territorio del Tolima antes de la conquista

Los datos arqueológicos sobre los primeros poblamientos humanos en Colombia, ofrecen claros indicios, por piezas encontradas en el hoy territorio del Tolima, particularmente en el Espinal e Ibagué, que uno de los trabajos que tuvieron las mujeres en la época precolombina, era la cerámica y la recolección de instrumentos que les servían para moler o triturar algunos alimentos. Aunque no son abundantes las piezas exhibidas como cultura Tolima en el Museo de Oro, se puede deducir que la orfebrería, cuyo fin como manufactura en oro era tener una gama de adornos personales y objetos rituales, estaban igualmente construidas con su participación. De otra parte, en las vasijas halladas cubiertas por pintura roja, se sabe que son en parte realizadas en conjunto.

Gerardo Reichek-Dolmatoff 7 afirma que, dentro del grupo ribereño del medio y alto Magdalena, por ejemplo en Honda, Espinal y Guamo, se crean complejos cerámicos avanzados en su tecnología y concepción estética, los que como sociedades tribales que perduraron hasta la conquista, digamos la pijao y la pantágora, todavía se encuentran como herencia de una habilidad y una costumbre. La presencia de la mujer en el Magdalena Medio (Río de La Miel, Guarinó y Honda) se vislumbra en objetos antropomorfos de barro cocido, donde para los entierros, las urnas tienen tapas a veces con figuras de guerreros con muchos ornamentos, sentados en banquitos, así como se representan figuras femeninas y aves.

Camilo Rodríguez, en su estudio antropológico sobre Los patrones de asentamiento de los agricultores prehispánicos en el Limón, municipio de Chaparral8, concluye que los pijaos utilizaban fragmentos de cuarzo y chert como cortadores, rayadores, percutores, en virtud de la alta dureza y que los fragmentos de rocas ígneas demuestran que eran herramientas de percusión para golpear y moler. Dentro de su organización social, como se verá más adelante, se aceptaba la poligamia, se tenían señales visibles sobre la existencia de la virginidad y se pagaba con la vida la condición de infidelidad. Igualmente, se destaca su fuerte contextura y su participación en las batallas, lo mismo que su rol en los ritos religiosos, culturales y políticos.

Josué Bedoya, aunque no tiene las citas que lo respalden, plantea en su libro Compendio de historia del Tolima9, que “las mujeres en tierra fría vestían una túnica de algodón que les caía de los hombros a la rodilla y llevaban sobre la cabeza un bonete de piel de venado”. Así mismo afirma que “los cultivos agrícolas los atendían las mujeres del cual sacaban el maíz con el que hacían arepas asadas al fuego, mazamorras o peto, bollos cocinados de mazorcas tiernas, yuca, arracacha, apio, batatas, ñame, ahuyamas, guanábanas, guayabas, papayas, melones, piñas, aguacates y fríjoles, entre otros, y cultivaban la coca con esmero, comerciaban el tabaco, el algodón y el fique y hacían chicha fermentada con maíz seco, tabaco mascado por jóvenes mujeres, utilizaban el ají en demasía y el achiote, plantas aromáticas, vainilla, tomates, extraían miel de las cañas del maíz mezclándola con miel de abejas silvestres. Para teñir el algodón cultivaban el añil, confeccionaban esteras y alpargatas con las fibras del fique”10. Como otra versión bien sintetizada escrita por Leovigildo Bernal Andrade, se afirma que para la llegada de los españoles, en general tanto los hombres como las mujeres vivían desnudos y ellas participaban de la belicosidad de sus padres o maridos, de la antropofagia, rendían culto a sus muertos y creían en la existencia de otra vida después de la muerte.

Afirma Reichek-Dolmatoff que el poblamiento de América lo efectuaron primero grupos asiáticos, lo que generaría una textura y la forma de los ojos que tienen nuestros indígenas, al tiempo que de allí proviene la utilización de herramientas y modos de sobrevivir, entre ellos objetos toscamente labrados de piedra o de hueso, de restos de un fogón, de fragmentos de un hueso fosilizado. Por el río Magdalena llegaron tribus y formas de vida como la de los complejos agrícolas sedentarios caracterizados por cerámica pintada, cerámica negra, figurinas antropomorfas huecas y gran variedad de formas nuevas. El cultivo del maíz, al igual que en las grandes culturas indígenas como la maya, la azteca e Inca, se extiende primero sobre las estribaciones de los ríos y luego en las faldas de las cordilleras, lo que constituye un desarrollo cultural significativo. Las migraciones daban otro sello característico y la estratificación social iba desde el tipo de urna funeraria hasta los adornos personales, y si se trataba de la mujer se acompañaba de objetos de orfebrería, collares y pendientes de piedras semipreciosas y cerámicas finas. Las sociedades tribales abundaron, pero en el hoy territorio del Tolima se dio en los habitantes a orillas del río Magdalena, en particular Honda, Espinal y El Guamo, algunas de las cuales perduraron hasta la conquista española, por ejemplo los Pantágora, Pijao y Panche.

Es importante subrayar el papel que por ejemplo la mujer panche cumplía en su comunidad, las que, tal como lo afirma Ángel Martínez en su texto sobre ellas en este manual, si “Las mujeres que para algunos conquistadores e historiadores eran de “atractiva presencia, hermosas y de varonil aspecto”, participaban en forma directa tanto en el ámbito político y religioso como en los encuentros bélicos. Eran de bellas facciones, extremadamente limpias y delicadas, de cuerpos sanos, bien tenidos y esbeltos. Tal vez el mayor reconocimiento que se le daba a la mujer en la escena de la contienda bélica, (extraña conducta para los europeos) era el de conciliadora y artífice de los tratados de paz. Este carácter de diplomáticas en asuntos de estado, coloca a la mujer panche en uno de los estratos más importantes en esta sociedad sin trazo alguno de discriminación sexual. Estas hábiles, apuestas y trabajadoras mujeres para ejercer tan delicada labor plenipotenciaria, desde luego se capacitaban en asuntos como la política, religión, lenguas, danza, música y sobre todo el conocimiento absoluto de su oponente. A continuación lo que Gonzalo Jiménez de Quesada decía sobre ellas: “Tienen estos Panches una costumbre en la guerra también extraña, nunca envían a pedir paz ni tratan de acuerdo con sus enemigos si no por vía de mujeres, pareciéndoles que a ellas no se les puede negar cosa y que para poner en paz los hombres, tienen ellas más fuerzas para que se hagan sus ruegos”.

Señala igualmente Ángel Martínez en el texto citado, que “Ellas tenían una inmensa responsabilidad social, ya que hacían todos los trabajos dentro de la comunidad cuando los hombres se dedicaban a la tarea de defender su estado o invadir nuevas tierras. Sin embargo, la presencia constante de las mujeres en el combate contra los invasores castellanos, no necesariamente caracteriza una comunidad bélica; por el contrario, se presume que es la respuesta masiva de un estado agredido, asumiendo un papel serio en defensa de su pueblo. Valientes, osadas e inteligentes mujeres tomaron parte en la defensa de sus aldeas contra la provocación española y eran señoras de grandes y potentes ejércitos que lucharon contra la vileza a que sus pueblos habían sido sometidos. Entre los relatos más publicados por los cronistas tenemos el de la cacica madre Gaitana, que con su triste historia nos transporta a los horrores y posturas inmoderadas de la conquista española de aquellos tiempos. Sus acciones de guerra en defensa de sus tierras han sido continuo motivo de leyendas y de símbolo nacionalista. Pero junto a esta intrépida cacica Yalcona, tenemos cientos de heroínas, que poco o nunca han sido nombradas en las remembranzas de la historia Colombiana. Aliada de los paeces -nación nunca vencida-, y de los pijaos, combatieron juntos con coraje y sorprendieron a los conquistadores en múltiples ocasiones”.

Vale subrayar que entre sus dioses los panches tenían como dios central un ser tutelar, poderoso y único llamado Nanuco o Nacuco que dominaba y regía las cosas de éste y otros mundos y que este dios de dioses siempre estaba representado con una sexualidad femenina, contaban con la luna llamada Quinini, y menores iguales a los de la etnia pijao como la princesa diosa Tulima.

Nos señala el mismo investigador Ángel Martínez, que “El hallazgo de pequeñas esculturas femeninas, de senos reducidos y amplias caderas encontradas elaboradas en arcilla, delicadamente decoradas para uso ofrendario que usaron los panches en ritos de fertilidad y ceremonias religiosas, representaban los ciclos de la vida, sugieren una excelente actitud hacia el tema de la fecundidad y proliferación. Pasado el culto de veneración, la sacerdotisa y demás mujeres devotas rompían ofrendas y deidades para luego ser enterradas permanentemente en el mismo templo, asegurando así el ritual de guardianas de la fecundidad y protectoras de la tierra. En la cosmogonía panche, abunda el mito sobre el origen del mundo como acto genésico en que la Madre Tierra fue fecundada por el Padre Cielo. La tierra en oposición al cielo recibe el atributo de femenina y pasiva, de aquí su vínculo con la matriz. Aunque la madre tierra no es sólo la matriz donde todo se engendra, también es el sitio adonde todo regresa, paso definitivo a otros estados en la evolución. Estas ceremonias eran practicadas y conducidas sólo por mujeres, quienes hacían parte del propósito de procrear y proteger, naturaleza del ritual. Es de anotar que en esta preocupación por la fertilidad encontramos los orígenes de todas las religiones. En las sociedades antiguas las mujeres eran adoradas como creadoras de la vida. El hombre prehistórico rendía culto a figuras femeninas de terracota, marfil o piedra. La figura femenina de mayor antigüedad, 31 mil años, fue hallada en Galgenberg, en la baja Austria, y esta elaborada de piedra verde o nefrita. En la antigua Grecia las mujeres de Lesbos, hoy Mitilene, practicaban un culto dedicado a un dios femenino, posiblemente a la diosa Deméter quien personificaba a la tierra. Miles de mujeres se reunían a adorar y rendir culto enterrando pequeñas estatuillas de barro con rasgos femeninos. Estas diosas no eran más que la supremacía femenina en las religiones de los primeros tiempos y representaban sus vínculos con el orden divino de la naturaleza. La veneración a deidades femeninas ha llegado hasta el mismo cristianismo bajo la forma de la virgen María, inmaculada, madre de Jesús, reina del cielo. La escasa importancia que el cristianismo dio a la mujer, tratando de acabar resquemores de las abundantes deidades femeninas de la antigüedad, fue enmendada en parte con la instauración del dogma de María y el culto Mariano, aunque con reticencias, sin terminar de admitir la igualdad entre hombres y mujeres. En el ámbito cultural de occidente y por derivación, hay otro personaje de suprema importancia. Eva, quien también sustituye y simboliza a la gran madre o magna mater, procreadora y objeto de culto permanente (madre matriarcado) cuyas primeras manifestaciones datan de 31.000 años a. n. e. aproximadamente, hoy conocidas como estatuillas, llamadas Venus, halladas en cavernas casi por toda Europa.

 

La mujer en la conquista

Las indígenas que describen los cronistas de Indias son mencionadas de manera individual y por su nombre cuando se trata de guerreras, brujas, mensajeras al servicio del enemigo, esclavas y sirvientas. Se nombran algunas princesas, la hermosura de ciertas acompañantes de caciques o las costumbres con las que eran conquistadas, al tiempo que destacan el castigo ofrecido cuando se descubría su infidelidad, que era escasa, o la manera en que ellas se portaban en relación a la guerra, en particular la emprendida a la llegada de los españoles. Están ahí, en medio de los grandes sucesos, pero al colocarles atención especial, surgen cumpliendo un rol social, religioso y mítico de verdadera importancia.

En el libro Las auroras de sangre11 William Ospina dedica un capítulo a La diosa. Describe que Juan de Castellanos, en 1541, nos cuenta cómo, en una expedición dirigida por Gonzalo Pizarro, éste se lanzó en busca del quimérico país de la canela en la selva del Amazonas. Allí ven a una mujer armada que desde la orilla los rechaza con ferocidad. “E india varonil que como perra/ sus partes bravamente defendía/ a la cual le pusieron Amazona/ por mostrar gran valor en su persona/”. Señala Ospina que “hay algo significativo en el hecho de que estos hombres extraviados en el ámbito de la naturaleza americana terminen recordando como principal símbolo de ese mundo a una mujer guerrera y se refugien en la evocación de una imagen mítica”12. Ese episodio, dice Ospina, combina en una sola lo femenino y lo masculino, lo animal y lo humano, el valor y la ferocidad. Transcribe además, versos que retratan mejor a estas indias. “Más si también deseas ver mujeres/ direte dónde viven maniriguas/ que son mujeres sueltas y flecheras/ con fama de grandísimas guerreras/. Lindos ojos y cejas, lisas frentes, / gentil disposición, belleza rara, / los miembros todos claros y patentes, /porque ningún vestido los repara, / y tienen en las partes impudentes/ más pelos que vosotros en la cara: / aquellos solos sirven de cubierta/ para no ver los quicios de la puerta.”13

De alguna manera, así fueron buena parte de las mujeres pijao y las del norte del territorio, hasta cuando la mano del exterminio diezmó su población. Fue cuando terminaron asesinadas, como esclavas o sirvientas y como prisioneras. Una parte de las sobrevivientes guerreras, no todas lo fueron, estuvieron huyendo hacia las montañas de Calarma, en el Chaparral y tomaron brebajes preparados con yerbas que las dejaban sin posibilidad de tener hijos porque no los querían concebir como esclavos. Leovigildo Bernal, en su estudio de La conquista escrita para este Manual de Historia, sostiene que este pasaje no pasa de ser una leyenda sin verificación, dentro de las muchas que se han tejido sobre nuestras indígenas. Las otras numerosas tribus se entregaron fácilmente o no opusieron resistencia alguna.

La presencia de la mujer adquiere para la época de la conquista una importante dimensión con la actitud contestataria de La Gaitana, una india viuda que junto a Pioanza, cacique de los indios yalcones, libró importantes batallas contra el salvaje y carnicero capitán Pedro de Añasco. Fray Pedro Simón advierte que ella “era una gran señora a quien obedecían con gran puntualidad gran número de vasallos”14, y que, naturalmente, se hallaba indignada porque el español mandó capturar, amarrar, pegar fuego y quemar a su único hijo a la vista suya cuando corría el año de 1539. Cumplida la venganza al capturar y destrozar al español, se sucedieron más batallas, como la del primer asalto a Timaná, en el Huila, donde participaron hasta doce mil guerreros y “más de doce mil mujeres, que cargadas de ollas venían para cocer la carne”15. No se sucedieron las victorias de los indígenas y como señala Leovigildo Bernal16, seis mil cuerpos de indios quedaron tendidos en las calles de la ciudad y sus alrededores, y “casi todas las doce mil indias quedaron prisioneras”17. Es entonces cuando La Gaitana busca apoyo y “miles de guerreros pijaos marcharon con sus mujeres a apoyar a La Gaitana”, señalando Bernal que “al menos tres mil mujeres pijaos que fueron a aquella batalla con sus maridos y con ollas y otros utensilios de cocina, quedaron prisioneras, ingresando como esclavas y sirvientas que entonces, además de tales, eran utilizadas para acelerar el mestizaje que se vivía en todo el Nuevo Mundo”18

Como lo advierte Betty Osorio19, La Gaitana es un símbolo importante dentro de la cultura colombiana y es un mito que los indígenas paeces han reelaborado convirtiéndolo en un símbolo de autonomía y resistencia. Sorprende, dice la autora citada, que Juan de Castellanos dedique un espacio tan extenso a contar la historia de la indígena que puso en jaque al aparato militar español y que no aceptó ningún pacto o negociación con los invasores, consolidándose como “astuta estratega y una valiente líder militar”20

Fray Pedro Simón refiere dentro de los ritos, costumbres y ceremonias de los pijaos, que además de mohanes, hechiceros y adivinos al servicio de sus ídolos, surge por ejemplo una mujer llamada Talima, que volaba por donde quería. Entre las costumbres, escribe, tenían sus mohanes que ayunaban para hacer propicios a sus dioses, pero también tenían mujeres ayunadoras y brujas, tal como la mencionada Talima, la última pitonisa de los pijaos que en determinado momento los españoles la tuvieron presa en su fortaleza de Chaparral, y agrega que “el demonio se la arrebató casi de las manos a los postas que la tenían en guarda” y se la llevó “volando por el aire”.21

Los pijaos que andaban desnudos, tanto hombres como mujeres, eran altos y forzudos, no construían poblaciones ni vivían en poblados y habitaban en casas gigantescas por grupos comunales. Cultivaban el maíz -del que sacaban la chicha-, el fríjol, la yuca y la guerra. Adoraban el sol y tenían entre sus dioses a Nanuco al que atribuían la creación del mundo. Allí, dice don Juan de Borja en su relación y discurso de la guerra22, este indio de cabeza herida al que atribuían milagros y que tomaba varias formas, “habiéndose aficionado a una india que se llamaba Ibasnaca, le engañó ella en defensa de su castidad, mandándole entrar a una cueva con oferta de acudir a su ruego y afición”,23 pero cuando estuvo dentro “lo dejó encerrado con mucha piedra y tierra, quedando ahogado”24, de donde se supone sale un volcán y dos fuentes de agua caliente y fría que están en la sierra de Itaima, jurisdicción de la ciudad de Ibagué, en el camino que va a Cartago.

Otra indígena que terminó convertida en leyenda y que permanece vigente en el imaginario popular, es el de Dulima, que en el lenguaje aborigen significa nieve25. Josué Bedoya26 refiere que “Varias tribus habitaban en las proximidades del nevado en una zona que gobernaba una diosa o hechicera de nombre Dulima a la que los españoles quemaron en hoguera públicamente”. Dice además Bedoya que “los españoles la apresaron por conjuro de los frailes dominicos”27.

Eran polígamos y por eso cada pijao tenía las mujeres que podía adquirir o sostener. Los indios “son comúnmente enamorados y en gran manera celosos y vengativos del agravio que reciben en las mujeres y tienen todas las que puedan adquirir y los maridos dan la dote a los padres de ellas con caca de volatería y otros regalos y desde que se comienza a tratar el casamiento hace el desposado las sementeras de maíz que entre ellos se conciertan y cuando las tienen de sazón, piden la mujer y entrega a los suegros y parientes las sementeras que ha hecho y recibe otra que en trueque le dan para su sustento”28.

“Cuando enviudan las mujeres, no tocan con las manos las vasijas de casa que sirvieron en vida del marido y si fuese forzoso tomar alguna es con un lienzo o paño para que no se les pegue la muerte del difunto y le celebran las obsequias con mucha chicha habiendo borracheras con ella y las viudas no se tornan a casar en largo tiempo reputándolas por desgraciadas y que la que acabó un marido matará también otros y ordinariamente se casan viudos con viudas. No se casan las doncellas hasta que les base su costumbre por entender que antes de ella no pueden tener hijos y traen las piernas debajo de las rodillas y encima de los tobillos y los brazos por las muñecas y molleros muy apretados con muchas vueltas de cordel delgado para abultar en medio y adelgazar los extremos, y la primera noche que duermen con los maridos sueltan sus ligaduras en señal de que no quedan doncellas y a las que no lo fueren cuando se casan, las matan sus maridos por el engaño que les ha hecho” 29

“Son las mujeres muy encogidas y honestas y pocas o ninguna que sea común entre ellas y a las adúlteras castigan encerrándolas primero en una choza para que todos los mancebos solteros que hubiere en la provincia las gocen y se aprovechen de ellas por afrenta a su delito y después las ponen en una encrucijada de caminos enterradas hasta la cintura y allí arriba descubierta para apedrearla hasta que la matan”30

Mientras que la presencia de la mujer en la región surge como un radical olvido en la historia, se destaca dentro de ella en los documentos del Archivo Nacional de Colombia, en lo pertinente a “indios, herbolarios y hechiceros de Ibagué”31, la sentencia dictada en la causa criminal seguida contra Constanza, india herbolaria del pueblo de Cayma, jurisdicción de Ibagué, “por sus artes de magia, supersticiones y hechicerías, año de 1601”, donde don Juan de Aguilar, caballero del hábito de Cristo, corregidor y justicia mayor de esta ciudad, dice que “debe de morir de muerte natural la dicha india Constanza colgada por el pescuezo en una horca que se haga fuera de esta ciudad, en el camino real que va de esta a la de Santa Fé y de ella no sea quitada para ejemplo de los naturales y españoles,” pero que antes le den trescientos azotes en una bestia de albarda y sean llevados por las calles, y en público, con voz de pregonero que manifieste su delito y que la india Bartola sea desterrada por cuatro años. Pero además decretan que le sea quitado el cabello tras haberla paseado con soga en la garganta, atada de pies y manos.

Escribe Josué Bedoya que “los señores Alcaldes de la Santa Hermandad hicieron apresar por acusación de brujería a las mujeres Juana Gutiérrez, Hilaria Espinosa y María Mathías, remitidas a la Santa Inquisición de Cartagena en 1624”.32

En el Devocionario de Ibagué, en memoria de las hazañas, prodigios y virtudes de la lanza de don Baltasar que hoy se conserva en la catedral, la lanza representa la mujer, la madre, la esposa, la patrona, el escudo, el muro, la defensa, pero del azote pijao.

En la contraofensiva militar española contra los pijaos, se menciona a la india Anica, a la que llamaban la bota que significa la madre, quien junto a su hijo es la que se salva después de muerto Calarcá. Hacia fines de junio de 1603, los españoles, con la ayuda de los indios coyaimas, siguen dando exterminio a los pijaos. Una de las indias apresadas por Rodríguez del Olmo se llamaba Yachimba y otra de nombre Calaga a quienes torturaron para saber cuándo llegaban sus hombres. Se registra a Siquia y Quitomba que fueron vendidas como esclavas en Buga.

Otro aspecto que vale destacar es la presencia de la mujer blanca española y sus avatares cuando se radicaron en una nueva tierra. Señala María Isabel Cubillos que “Su condición de mujer la exponía a hechos de armas entre los hombres, fueran españoles o en ocasiones indígenas y además les tocó enfrentarse a toda clase de adversidades, clima malsano, fiebres tropicales, otro régimen socioeconómico, pésimas condiciones de vida que hicieron de ella una mujer valiente, obstinada y procreadora”33.

No debe olvidarse la presencia de negros y negras, particularmente en el norte y sur del Tolima, los que más tarde fueron propiedad de hacendados o con entrega a su trabajo en las minas, en donde la mujer buscó preservar secretamente sus costumbres para que no fueran olvidadas por su comunidad. Creencia religiosa, bailes, música y lenguaje se ofreció de una generación a otra. Plantea Beatriz Helena Castaño34 que “la mujer negra esclava tuvo una participación activa, ya que no sólo representaba mano de obra, sino que también era un medio de pago y respaldo en diferentes actividades económicas, tales como préstamos, permutas, hipotecas, pagos por servicios, trueque, entre otros. Se le consideraba como una mercancía por el valor de su uso (trabajo que desempeñaba y la procreación de nuevos esclavos), y valor de cambio (condición de moneda)”. En el Tolima, plantea la autora citada, “fueron muchos los casos de prostitución bajo promesa de quedar libres”35. Por esta y otras razones se formaron los palenques, asentamientos de esclavos y esclavas negras huidas y huidos de sus amos, organización bajo la cual se establecieron en una estructura propia.

Resume Hernán Clavijo36 que, finalmente por cuenta de los encomenderos, los indios y las indias sobrevivientes fueron sometidos a la servidumbre. Las tribus pacíficas o pacificadas, fueron repartidas de un lado a otro, utilizados en la explotación de las minas, al servicio de monopolios, de los comerciantes, en el poblamiento de nuevas ciudades y como mano de obra de los poderes locales que se iban consolidando. Concertados también en hatos y trapiches, en sementeras, como bogas en canoas y champanes, estancias de pan coger, fueron una fuerza laboral que sufrió dominio e injusticia permanente.

De aquellos tiempos cuando las mujeres iban a la guerra y llevaban dardos, flechas y otras armas que suministraban a los guerreros cuando lo requerían y se mezclaban entre ellos, todo ha quedado atrás, lo mismo que la costumbre, por ejemplo para el caso de Ambalema referido por Jesús Antonio Bejarano37, de que si en la cultura Panche el primer hijo nacía no varón sino mujer, ésta era sacrificada y continuaba siéndolo hasta que naciera el primer hombre.

 

La colonia

Cesáreo Rocha Castilla advierte que “es realmente en la colonia cuando comienza en serio el mestizaje. Cuando los blancos encomenderos dominaron enteramente y como cosa propia toda la extensión del llano, el imponente indio del plan ya no se rebelaba. El presidio y el maltrato habían quebrantado sus energías, el saqueo, sus riquezas, el hierro de los conquistadores, su libertad. Ya no eran temibles enemigos, sino sirvientes humildes de puro envilecidos. La india ya no podía rechazar los amores de los sirvientes europeos y de sus amos. La india fue desde entonces un animal domesticado. Y como el amor convence y es más fecundo que la fuerza, vino el mestizaje aunque un tanto ralo dentro de la población del Tolima Grande y sin mucha energía genésica aborigen”38. Señala igualmente que “hay un hecho histórico que suministra la explicación del anclaje de la raza blanca en las llanuras del Tolima Grande y es que dominados totalmente los llanos por los conquistadores a partir de 1550, la población indígena casi desaparece. En condición de que los núcleos sobrevivientes se rebelaran, fueron puestos en presidio (campos de concentración) por varios años, en los territorios ocupados por los Natagaimas y Coyaimas, en donde fueron estrechamente custodiados. Entre tanto, se fundaban y poblaban de familias de raza blanca. El amor del blanco por el indio, considerado como ente casi irracional, hubiera sido un delito de lesa estirpe y casi un pecado contra el Espíritu Santo”39

Un dato interesante es que para los tiempos de la colonia, comienzan a mostrarnos los censos una supremacía numérica de las mujeres sobre los hombres. El historiador tolimense Hermes Tovar Pinzón, en su libro Convocatoria al poder del número, censos y estadísticas de la Nueva Granada 1750-1830, trae la relación que se transcribe por lo iluminadora de la época de la colonia.40

Para el censo de 1778, la provincia de Mariquita tenía entre eclesiásticos, blancos, indios, libres y esclavos, un total de 23.219 hombres, en relación a las mujeres de todos los estados, clases y castas, inclusas párvulas, que eran 23.919, es decir 700 por encima dentro de una población total de 47.138.

Algunos datos sobre la repartición de almas por cada lugar, ofrece que en Mariquita está el 2.03 por ciento de la gran suma, lo que da 962 habitantes; en Santa Ana, hoy Falan 597 (1.26%); en Guayabal 1.034 (2.18%); Ambalema 1.182 (2.49%); Melgar 1.721 (3.62%); Piedras 1.452 (3.06%); Coloya (hoy Lérida), 2.346 (4.94%); Venadillo 1.437 (3.03%); Coello 1.092 (2.30%); Ibagué 3.759 (7.91%); Chaparral 1.785 (3.76%); Guamo 2.023 (4.26%) y Honda 3.073 (6.47%)

La Villa de Purificación, por ejemplo, tenía 3.486 hombres y 3.361 mujeres, generándose un total de 732 matrimonios, de los cuales 167 eran de blancos, 37 de indios, 5.265 de pardos y 3 de esclavos. Las mujeres para aquel censo de 1.787 eran 638 blancas, (18.98%); 133 indias, (3.96%); 2.571 pardas (76.50%) y 19 esclavas (0.57%)

Respecto a su educación en aquella etapa, puede advertirse que la inmensa mayoría eran analfabetas y del Tolima se sabe de la maravillosa presencia de Clemencia de Caycedo, quien fundó y consolidó el colegio de La Enseñanza, el primer centro educativo femenino que se funda en Santa Fe en 1783, regentado precisamente por religiosas donde estudiaron españolas de clase alta y algunas criollas. El nombre de esta matrona santafereña pero tolimense por adopción, es notable en la historia de la educación colombiana como promotora de la educación femenina. Su familia tuvo grandes haciendas en Ibagué, Saldaña y Purificación, haciendo en particular de Saldaña la residencia familiar.

Tras el movimiento comunero de Galán, a su paso por el Tolima, concretamente en la hacienda de Malpaso, cerca a Mariquita, da libertad a los esclavos y esclavas incorporándose algunos de ellos, inclusive mujeres, a aquel movimiento subversivo. Si el tabaco generaliza su cultivo sólo hasta el siglo XVIII, existía en Ambalema un formidable grupo de cigarreras rebeldes, no tanto como Manuela Beltrán, pero sí interesadas en organizarse de manera clandestina contra muchas de las injusticias.

Hernán Clavijo dice que “Las élites económicas y sociales de las jurisdicciones de cabildo colonial fueron el conjunto de familias jerarquizadas por su relación con el Estado colonial, fuente de poder legítimo y de privilegios, por sus ascendientes de sangre (linaje e hidalguía), por su riqueza, generalmente apoyada en múltiples actividades económicas centradas en la hacienda de campo, en la mina y en el comercio”41

Desde la descripción y análisis de estas élites, podría darse una mirada a la mujer que por estos tiempos puede adquirir por matrimonio, por herencia o negocio, tierras importantes en extensión, haciendas con grandes cultivos y hatos ganaderos, minas y esclavos, cuya relación de poderosas se encuentra mencionada en el libro referido de Hernán Clavijo, las que son, en esencia, doncellas casadas con hacendados, mujeres que heredan tierras, ganado, trapiches y cultivos de subsistencia, provenientes primero de España y luego de la élite santafereña.

Un caso curioso es el que trae Hernán Clavijo donde dice que el doctor don Bartolomé Tavera, “sería acusado por el cabildo de Ibagué en 1804 por mala conducta a raíz de sus agrios calificativos a las mujeres de Ibagué. En efecto, en un oficio religioso con la presencia del cabildo en pleno, Tavera gritó desde el púlpito con generalidad que las mujeres de este lugar eran un atajo de putas, según oficio del cabildo. Tavera se basaba en el hecho de que durante ese año sólo una cuarta parte de los bautismos que hizo (400 en total) eran legítimos”.42

Otro hecho que igualmente llama la atención es el referido por Clavijo sobre “Magdalena Poloche, india de las principales, quien entre 1770 y 1790 vivió en su hato, del cual nombró como mayordomo a Domingo Leitón, indio muisca, avecindado en el pueblo de Coyaima. Con el tiempo y en medio de los oficios, los tratos y contratos, Leitón fue convertido en el querido de la Poloche a la vez que en el esposo de una hija de esta”.43 Precisa Clavijo que ella, al trocar oro y plata por ganado, tener grandes potreros de cebas de animales y acumular su gran caudal, jerarquiza unas relaciones de poder internos donde incide el factor económico, tal y como ocurría con la estructura social de criollos y mestizos.

 

La independencia

Los estudiosos, usualmente, se refieren en éste como en cualquier otro periodo de la historia, a las acciones heroicas de los hombres en las diversas actividades que nos llevaron a la independencia, pero se ignora o ensombrese la participación de la mujer. De todos modos, en aquellas gestas revolucionarias, aunque el Tolima no tuvo una presencia mayor, ofrecieron ellas un apoyo decidido e incondicional a la causa criolla. Aunque parezca menor, el hecho de acompañar conspiraciones, esconder a los patriotas, servir de inteligentes mensajeras, ser enlaces oportunos, conseguir y cocinar alimentos, espiar y organizar la ropa de sus hombres, generó un estímulo y una ayuda real en aquellos momentos en donde las actividades subversivas tenían nada menos que la ejecución como castigo. Tanto las mujeres humildes como aquellas con alguna preponderancia social en sus lugares, ayudaron a planear estrategias para la rebelión y las mismas compañeras de los patriotas se construyen como un apéndice importante en su accionar por la causa.

El profesor Víctor A. Bedoya44 realizó una lista de las mujeres cuyas vidas fueron sacrificadas en aras de la libertad. Fueron ellas mujeres humildes que rindieron sus vidas en los cadalsos porque amaban su patria y se sacrificaron por ella.

Los nombres los encabeza Joaquina Aroca, india de Natagaima que fue fusilada en esa población el 5 de septiembre de 1816 porque en su casa se reunían los indios que se rebelaron contra España. Se da cuenta allí de Carlota Armero, de quien se ofrece el dato de ser hermana del héroe y gobernador de la provincia de Mariquita, ambos fusilados. Se señala que la ejecutó Manuel Angles por no haber querido denunciar el paradero de su tío Patricio Armero, aunque existen hipótesis alrededor de que ella fue una leyenda, un invento de los patriotas para levantar la indignación de sus coterráneos y sacarles el ánimo y el deseo de lucha. De todos modos la conseja siguió su rumbo y se le tiene como heroína, hasta el punto de existir establecimientos educativos con su nombre. Sigue María del Rosario Devia, de Natagaima, fusilada por Ruperto Delgado en Purificación el 10 de septiembre de 1817. Aparece igualmente Leticia Anselmo, de Lérida, sacrificada por Manuel Angles el 17 de enero de 1817 por haber prestado su auxilio a los héroes refugiados en su casa. Estefanía Linares, de Mariquita, fue también ajusticiada por Manuel Angles, el 20 de octubre de 1816, por no haber querido denunciar al patriota Patricio Armero. Cierra esta galería Luisa Trilleros, natagaimuna, inmolada por Ruperto Delgado, en Prado, el 17 de septiembre de 1817.

En el libro Mujeres de la Independencia de José Dolores Monsalve45, se encuentra un detallado informe de las que fueron perseguidas y hostilizadas por el pacificador Pablo Morillo, entre las cuales sobresalen por el castigo de destierro de Bogotá, doña Francisca Prieto al Espinal, Toribia Muñoz a Piedras y Margarita Bello a Honda, quienes siguieron en su papel de conspiradoras.

Aída Martínez Carreño46 resume su participación, señalando que “durante las luchas de la Independencia alterarían el orden y las convenciones, llevando a las mujeres de distintos estratos a apoyarse, unificadas, en el propósito de servir a la causa. En el inicio del proceso los generales patriotas estimularon y ensalzaron a las que entregaban sus recursos económicos a la causa, no vacilaron en aceptar sus donativos ni temblaron por el riesgo de las encubridoras y espías; a otras las comprometieron pidiéndoles vestuarios y alimentos; les permitieron ir tras los ejércitos sirviendo a los hombres, sin más armas que piedras y garrotes. Incluso toleraron algunas amazonas que vestidas como hombres formaron en sus filas. Durante los años de la reconquista española, las insurgentes de las clases populares serían fusiladas, las señoras de alcurnia desterradas. El lapso de desquiciamiento es breve; ya en 1819 el ejército del general Santander prohibía su presencia. “No marchará en la división mujer alguna bajo la pena de cincuenta palos a la que se encuentre; si algún oficial contraviniese esa orden será notificado con severidad y castigado severamente el sargento, el cabo o soldado que no la cumpla”. La guerra, escenario masculino, no quería en sus espacios a las mujeres-soldado. Desde entonces y durante las guerras civiles del siglo XIX, tozudamente ellas caminan prestando servicios de abastecedoras, auxiliadoras de heridos, mensajeras y hasta animadoras del combate, a la retaguardia, siempre prestas a servir a su marido o compañero, más temerosas del abandono que de las palizas. Así surgieron las juanas, voluntarias, cholas o rabonas, que sin nombre propio pasarán a la historia”.

 

La República

Transcurren casi ciento cincuenta años desde el grito de independencia en 1810, y en plena república, la mujer sigue siendo considerada sin derechos humanos ni políticos hasta el plebiscito del primero de diciembre de 1957. Sin embargo, en todas las esferas, sigue sometida a la doble moral de la sociedad y a vivir en condiciones de inferioridad. Los estudiosos advierten que la mujer continúa aquí no sólo marginada en términos generales de la vida pública -son contadas con los dedos de la mano las excepciones-, sino destinada a oficios de mujeres, a “tener un desempeño específico de acuerdo a su procedencia social”47, a entregarse a Cristo o al matrimonio, “lo que suponía renunciar a las libertades y derechos mínimos que tenía en beneficio de su esposo”48, aceptando la prostitución, por ejemplo, social como un mal necesario. En este estado de subordinación y condición servil de la mujer, actos protegidos por las leyes, ella pierde hasta el apellido al tener que adoptar el del marido por decreto en 1939, agregándolo al suyo precedido de la preposición “de”, indicativo de pertenencia, lo que apenas se corrige en 1974 cuando se establece la igualdad jurídica de los sexos.

Una gran síntesis de lo planteado por Magdalena Velásquez, podría ser el que deben ser siervas del marido, sin libertad de movimientos, sin utilizar los espacios públicos desde que no estuvieran acompañadas -lo contrario era mal visto-, sin posibilidad de poder administrar sus bienes, sometida por los códigos a delitos típicamente femeninos como el adulterio, a cuidar el honor de su familia que no era otro que el referido a su castidad, a ser asesinadas en “legítima defensa del honor” por el ejercicio de su sexualidad, perdonando al otro por una “ira e intenso dolor”, todo lo cual genera un control marital y social frente al que apenas se responde con las exigencias de “capacidades de la prudencia, el perdón y el olvido de los deslices del marido”49

La convención liberal de Ibagué, reunida en 1922, aprobó en su programa de acción la lucha por una reforma legislativa que “mejore la condición de la mujer casada, y que en general asegure a la mujer en la vida social el alto y libre puesto que le corresponde”50

1927 es una fecha clave sobre la participación masiva de la mujer tanto en Colombia como en el Tolima, cuando en un acto de reivindicación política, catorce mil mujeres indígenas del Tolima, Huila y Cauca, principalmente, firman un histórico documento reclamando la defensa de los derechos de sus comunidades, al tiempo que la libertad para su líder Manuel Quintín Lame, en cuyo movimiento fueron ellas baluarte principal. El derecho de la mujer indígena, por ejemplo, fue una publicación que apareció como número 1 de tal movimiento en donde se expresan sus reclamos frente a la desigualdad y el engaño. En aquella época del 20 al 30, muchas otras mujeres, encabezadas entre otras por María Cano que estuvo en varias ocasiones agitando conciencias en el Tolima, reclamaron una claridad frente a la condición de género que despertó entusiasmo en diversas comunidades.

Se cierra el siglo XIX y se abre el siglo XX en medio de una “guerra masiva y sangrienta”51. Es similar a lo que ocurre actualmente al iniciarse el siglo XXI. Dentro de ella cumple la mujer un papel importante que no ha sido suficientemente evaluado. Sin embargo, los historiadores tolimenses Gonzalo Sánchez y en particular Carlos Eduardo Jaramillo, le dedican especial atención.

Aída Martínez Carreño escribe que cuando se presentan los hechos, “dejaban su mundo campesino, su oficio de servidoras, su rueca o sus ovejas, el barro de la alfarería, la tienda de vender chicha, y se incorporaban a la guerra para servir a su esposo o compañero”52. Más adelante agrega que “arriesgadamente, bien fuera entre las balas o en las cercanías del poder, las mujeres se inmiscuían cada vez más”.53

“La vinculación de las mujeres a las acciones de la guerra, estuvo condicionada por la posición, el parentesco, los medios económicos, la clase social y la edad, pero puede decirse que en la continuidad del enfrentamiento hubo lugar para todas. Los roles fueron múltiples, y entre los asumidos por mujeres de mayor rango, “inclusive mujeres distinguidas”, fueron comunes la entrega de dinero e insumos, espionaje, servicio de postas, consecución y traslado de armamento, organización de hospitales de sangre, atención de heridos, fabricación de municiones, hechura de vestuario, auxilios a tropas en marcha. Apoyos simbólicos como bordar divisas, insignias y banderas, presentar homenaje a los generales y a los ejércitos triunfantes, estaban ligados a los tradicionales conceptos de feminidad. Más allá de esas acciones ornamentales, otras mujeres actuaban con propias y fuertes convicciones, sin eludir el compromiso de sus mayores efectos...”54

La ensayista señala que dentro de aquellas que iban con los ejércitos, se distinguen “las esposas o compañeras que marchan, muchas veces con sus hijos, junto a sus hombres a quienes atienden exclusivamente, las mujeres libres encargadas de la comida y del vestuario de la tropa, las que iban a la retaguardia, prestas a montar negocios de suministro, bien sea de bebidas, alimentos o servicios sexuales, espías y postas que actúan a órdenes de los jefes militares, milicianas que portan armas y participan en combates, algunas llegan a obtener ascensos por acciones meritorias, enfermeras o auxiliares designadas a hospitales de sangre. Entre ellas miembros de comunidades religiosas”.55

“Los ejércitos del gobierno también ocuparon a mujeres “prestando el servicio de cocineras y lavadoras de la tropa”56, llegando algunas a distinguirse por su valor en el combate. Mientras Tulio Varón hacía la campaña acompañado de su querida, en Ibagué, su esposa, organizaba redes de espionajes y reunía elementos de guerra”.57

Durante los combates, las mujeres se encargaban de distribuir municiones, recoger armas o casquillos vacíos, auxiliar a los heridos, llevar agua o bebidas alcohólicas a los que peleaban; y en estas circunstancias algunas iniciaron su carrera militar: viendo que el alférez abanderado lleno de miedo no se atrevía a salir al Boquerón con la bandera, se la quité y tomé la altura donde las balas llovían, fui ascendida a alférez y el alférez degradado a soldado” afirma una combatiente”58. La participación femenina en la contienda armada creció numéricamente en el transcurso del siglo XIX, alcanzando a conformar un grupo de importancia que Jaramillo calcula entre el 6 y el 22% de la tropa liberal en la guerra de los mil días59. “Su edad oscilaba entre los 20 y los 30 años y pertenecían a los estratos más bajos, salidas de los pueblos, los campos o las haciendas, que su decisión fue libre y que tuvieron algún grado de motivación política60. La acción directa en los combates que fueron el común denominador en el siglo XIX, ofrece de nuevo la heroica participación de la mujer como voluntaria, vivandera o juana.

Carlos Eduardo Jaramillo61 dice que ‘La participación de la mujer en la guerra no sólo fue esencial para la operación logística de la guerrilla y aun de los ejércitos regulares, sino también para las acciones militares. A tal punto llegó la vinculación de las mujeres a la guerra que no creemos equivocarnos al afirmar que no hubo madre, esposa, amante o compañera de combatiente que no hiciera acto de presencia en el conflicto”. Aclara Jaramillo que dentro de las labores que se les encomendaron, se destaca por ejemplo el de mensajeras e informadoras, puesto que fueron parte eficiente en las redes de recolección y transmisión de informaciones. Menciona dentro del liberalismo “la importancia de las mujeres espías como Eva Lezama y Emilia Leonel, conocidas como los ojos y oídos de los guerrilleros de Doima y el llano del Combeima”62.

Dato importante, dice Jaramillo, es que “Servir de informadoras fue una labor tan frecuente entre las mujeres liberales que, en algunas oportunidades, el gobierno optó por aplicar medidas extremas, como aconteció en los territorios de las haciendas Colombia, El Paraíso, El Verdal y el Llano del Limonar, en el Tolima, donde el general Juan Aguilar resolvió tomar prisioneras a todas las mujeres, como último recurso para tratar de sorprender a las fuerzas de Tulio Varón, yugulando su principal fuente de información”63.

Otro aspecto que destaca Jaramillo es el de su papel como suministradoras de productos alimenticios y de materiales bélicos y de sanidad. “la consecución de sal, elemento fundamental para la conservación de las carnes, la preparación de alimentos, la lucha contra la deshidratación, y para fines medicinales y terapéuticos, fue una labor desarrollada casi exclusivamente por las mujeres, tarea que nunca les resultó fácil ya que el gobierno impuso, desde el inicio del conflicto, un estricto control a su venta y transporte. Igualmente las mujeres fueron determinantes en los momentos en que se producían derrotas o cuando las áreas de reposo y sustento de las guerrillas eran invadidas por tropas enemigas. En este caso las guerrilleras se disgregaban y se perdían en el monte, quedando su aprovisionamiento y alimentación como responsabilidad exclusiva de sus copartidarias de la zona”64. También cumplieron funciones especiales “haciendo llegar balas y pólvora a los liberales, tal el caso de una mujer llamada Estela que se ganó el honorífico calificativo de La Providencia revolucionaria de Purificación65

“El papel de las mujeres también fue irremplazable en el área de la salud”66, puesto que las mujeres ofician de médicos y enfermeras, salvan vidas, curan fiebres, acuden a la botánica y a los remedios caseros, cuidan convalecientes, consiguen drogas. Como combatientes, dice Jaramillo, aunque no fue muy generalizado, no estuvieron ausentes de las trincheras. “Aún hoy los viejos de Ambalema recuerdan con orgullo la compañera de Nicolás Cantor, Ester Quintero, hermosa mujer capitana de las fuerzas restauradoras. De ella se cuenta que viendo fracasada la toma de Honda (enero 14, 1901) por los grupos combinados de Ramón Marín y Tulio Varón, reaccionó ante un parte de derrota dado por un oficial y decidió, después de increpar la cobardía mostrada por lo hombres, montar y lanzarse a la cabeza de un grupo de atacantes, muriendo en el empeño de coronar la llamada Cuesta del Rosario67.

Puntualiza Jaramillo que “de mujeres que tomaron las armas dentro del ejército conservador, sólo conocemos el caso de Blancina Ramírez, quien formó en las filas del Batallón Vigías de Gualanday. Entre las mujeres conservadoras que actuaron como irregulares podemos citar a Virginia Huertas (alias Chilanegra), Mercedes Muñoz (alias Cuesca), Albina Campana, Mercedes Lucero, Gracia López, Visitación Portilla, Domitila Montenegro, Edelmira Rosero, Laura Chamorro y Emperatriz Dorado68.

En el liberalismo se encuentran mujeres que asumieron como oficiales la conducción de tropas en los cuerpos regulares del ejército restaurador, y mujeres que, como guerrilleras, lucharon en la base de la organización militar. Como oficiales podemos citar a Candelaria Pachón.

“Pero no todo fue heroísmo y sacrificio en las mujeres, ya que junto a las que formaron en primera línea y las que marcharon a la retaguardia, algunas inclusive sin nexos de corazón o de familia con los combatientes, se mezclaron las damas de la vida alegre que combinaban su papel de meretrices con comercios ambulantes de baratijas y licor. Ellas, todas sumadas, constituían el complejo fenómeno de las Juanas, las Cholas o las Rabonas, que es indisoluble con el de nuestras guerras civiles”69.

“Como resultado de los devaneos y el ambiente promiscuo de los campamentos, se afectó seriamente la disciplina que se vio alterada con reyertas de origen sentimental. Una joven mujer fue la razón de una disputa entre el general Sandalio Delgado y el capitán Cantalicio Reyes, de la que el primero resultó con la clavícula rota y el segundo dando su paso definitivo hacia el pelotón de fusilamiento. Igualmente, de aquellos romances se derivaron episodios que condujeron a desastres militares como el combate de El bermejal, (Tolima, octubre 5, 1901), donde el carácter fácilmente depresivo del general Ramón Marín, se vio afectado por el pánico que se apoderó de su compañera de turno, La Barragana, cuando en medio de la lucha le indujo a que, llevándola al anca de su montura, en precipitado galope, abandonara el campo de batalla. Esta actitud fue interpretada por sus hombres como signo de derrota y los llevó a emprender la retirada, convirtiendo un combate en un desastre militar”70

 

La violencia

Durante 16 años, entre 1948 y 1964, sufrió el Tolima, en el denominado período de la violencia, una serie de masacres y de inestabilidad que rompió todos los esquemas de la vida cotidiana. Fue el departamento epicentro regional de la polarización política y al rastrear la evolución y cronología de la violencia, los datos son escalofriantes. Dentro de este proceso, la mujer es una víctima natural ya como perseguida, desplazada, viuda, asesinada, o atormentada por el crimen contra sus hermanos, sus padres o sus hijos.

María Victoria Uribe, estudiosa del tema en su libro Matar, rematar y contrarematar71, señala primero la violencia de los conservadores entre 1948 y 1953, la asonada liberal, la reacción conservadora, la policía chulavita y el surgimiento de autodefensas y guerrillas liberales, a lo cual se suma la violencia de los militares entre 1953 y 1957, con el resultado de grupos que se amnistían, los que los hostigan en medio de gobernadores militares, exilio, colonización y movimientos de población en forma masiva con una creciente militarización, hasta la llegada del Frente Nacional, en medio del cual se ofrecen pactos políticos y se conoce del asesinato de algunos guerrilleros amnistiados, del desarrollo vertiginoso del bandolerismo y en términos generales de una alarmante descomposición social.

Para estos años se resalta la eficaz participación de Carmenza Rocha Castilla en la Comisión de Paz, las acciones desplegadas por Hilda Martínez de Jaramillo y las de la reina de reinas Olga Lucía Botero. De aquella época se conoce en particular el protagonismo de Rosalba Velásquez, más conocida como el sargento Matacho, compañera de amores y combates de William Ángel Aranguren, el famoso capitán Desquite. Finalmente es asesinada en un enfrentamiento con el ejército en una vereda del corregimiento de Santa Teresa en el municipio del Líbano, generando, por su valor, una leyenda que fue elevada a la categoría de novela y de crónicas periodísticas y literarias. La mujer, víctima de la violación de parte de los militares de la época, termina como guerrillera liderando acciones bélicas y ejemplarizando la resistencia, la rebeldía, el alejamiento de la sumisión y de las normas que exigían ninguna desobediencia y tan sólo el deber cristiano de rogar y pedir a Dios justicia.

Frente a la violencia sobre la mujer en la actualidad, al comenzar el siglo XXI72, se refiere cómo en Colombia cada catorce días una mujer es víctima de desaparición forzada, cada cincuenta días una hace parte de los homicidios que registran las autoridades y cada siete días una mujer muere en combate. Estas estadísticas que hacen parte del informe sobre “Violencia contra las mujeres y las niñas en el conflicto armado colombiano” en un foro realizado en Cali denominado “Que nuestro cuerpo no sea escenario de guerra”, tiene como base las estadísticas de los crímenes y desapariciones registradas entre octubre de 1999 y septiembre del 2000, cuyas conclusiones llevan en el estudio a establecer que en un año 363 mujeres perdieron la vida por la violencia sociopolítica que afecta al país y que de estas mujeres 311 murieron fuera de combate.”

La historia entonces muestra un permanente estado de violencia y algunas ventajas que diversos gobiernos fueron dando a la mujer, a partir de Olaya Herrera y López Pumarejo hasta hoy, ya pueden ser miradas en los estudios que sobre género o la misma historia nacional ofrece en forma abundante y en numerosos libros.

 

Lo femenino en los mitos, leyendas y tradiciones

Dentro de los mitos, leyendas y tradiciones populares del Tolima, la mujer encarna la mayor parte de ellos. Está la patasola, la candileja, la madremonte, la madre de agua, la llorona, la comadre del charco de Briceño, la muelona, el ánima sola y las brujas. Llegan desde las voces de los antepasados incrustándose en el imaginario popular, renovándose con los festejos, representando una especie de celaduría de los campos en nombre de la moral, la iglesia y los terratenientes y convirtiéndose en vengadoras y justicieras con sus poderes sobrenaturales. La candileja, azote de los enamorados de mala fe que, según cuentan los campesinos, fue una mujer seducida, abandonada y que sufrió las desdichas de un mal amor, se convierte en vengadora de quienes se burlan de los sentimientos de los demás. Es una luz que se transforma en llama y que en las noches de luna persigue a sus víctimas, sobre todo cuando éstos van solos y son presa de remordimiento por sus malas acciones. Por lo regular, aparece cerca a un pantano y es tan pavorosa que se aconseja no viajar de noche y menos solitario. Está igualmente La patasola, que según la leyenda es una mujer hermosa de largos cabellos rubios y tez acanelada, que aunque no tiene sino una pierna, se transporta con rapidez increíble de un sitio a otro, aprovechando su vuelo de bruja. Los campesinos del llano, sobre todo, se valen de ella para atemorizar a los niños y obligarlos a portarse bien, o de lo contrario los ojea, es decir, les tuerce los ojos, les mete grillos en los oídos y sapos en el estómago y les hace otros maleficios de los cuales no los salva sino el curandero de la región especializado en estos casos. Para ahuyentarla, los campesinos utilizan una oración denominada la oración del monte. La madremonte es una especie de ninfa de los montes del llano. Para castigar las malas acciones de los campesinos, seca las fuentes de sus pejugales, sobre todo cuando se enredan en pleitos de linderos, pero el que sufre los perjuicios de la sequía es siempre quien no tiene la razón. En las fiestas de corpus la representan ataviada con vestidos hechos totalmente de hojas silvestres. La madre de agua es una divinidad acuática, ninfa de las aguas con aspecto de niña o de jovencita bellísima, de ojos azules pero hipnotizadores y una larga cabellera rubia, con la característica de llevar los pies volteados hacia atrás, es decir, al contrario de como los tenemos los humanos. Por eso, quien encuentre sus rastros, cree seguir sus huellas, pero se desorienta porque ella va en sentido contrario. La comadre del charco de Briceño, es una mujer cazadora de hombres de cualquier edad y que mora en la profundidad de aquella moya, constituyéndose en guardiana de los peces de la quebrada y secuestradora de paseantes y bañistas que acuden a ese balneario no como sitio de solaz, sino deseando encontrar el curalotodo para sus dolencias. Quienes la conocen, ya saben el secreto para ahuyentarla y burlarse de “la comadre” a fin de que no se los robe y se valen de un paquete de “chicotes” o tabacos que le regalan. Luego, ella a su vez, los recibe y desaparece. La muelona es un endriago vespertino del llano y la cordillera que sale a los caminos de las seis a las nueve de la noche, es una mujer bonita de largos cabellos, ojos electrizantes, dentadura como de fiera que destroza fácilmente lo mismo a un ser humano que a una vaca o un caballo. Como la dentadura la exhibe siempre, parece que estuviera continuamente riéndose. Prorrumpe unas carcajadas estridentes y destempladas, haciendo estremecer la zona donde se halle. Se aparece como una mujer muy atractiva y seductora, pero al estar unidos en estrecho abrazo, los tritura ferozmente. Casi siempre persigue a los jugadores empedernidos, a los infieles, a los alcohólicos, a los perversos, fementidos y adúlteros. Las brujas, que son universales, tienen características especiales en el Tolima. No son viejas, flacuchentas o desdentadas, sino jóvenes y hermosas que tienen pacto con el diablo, vuelan de noche y se transforman en pizcas o pavas. El ánima sola es una mujer que padece tormentos en el purgatorio y surge con las manos atadas con cadenas.

Sobre todos nuestros mitos y leyendas han sido escritoras las dedicadas a investigar, estudiar y escribir textos, inclusive literarios, tal el caso de María del Pilar Gutiérrez,-Mapy, con su libro de cuentos traducido al catalán y publicado allí bajo el título de Mitos, costumbres y música de mi Tolima, o Blanca Álvarez de Parra en su Enciclopedia Folclórica del Tolimense. Se rastrean allí enfoques diversos y se examina cómo van cambiando de acuerdo a la región y de acuerdo a quienes los narran, tal como lo plantea Carlos Orlando Pardo en el ensayo sobre la cultura que aparece en este volumen.

 

Las escritoras

Revisando la amplia bibliografía nacional, salvo trabajos especializados que surgen en los últimos años hechos por mujeres, encontramos la particularidad de su omisión, nada extraño en la política de críticos o antólogos que las miran como producción marginal y provincial sin ninguna trascendencia. Un número de cincuenta autoras de libros, cuyas obras han tenido o tienen circularon cerrada, y algunos casos que tuvieron una difusión amplia en su momento, ofrecen la medida de una labor que no se categoriza.

Lo que tanto se ha planteado sobre el reconocimiento del espacio del otro, es decir indagar el papel de la mujer, en este caso frente a su participación en la literatura o en sus diversos géneros, hace suponer que se da en la medida de haber estado exiliada de la esfera del poder en sus varias facetas. Ese hecho de permanecer ignoradas para la crítica y para la inclusión de sus trabajos en antologías, obliga una mirada a sus publicaciones, buena parte de ellas aparecidas en ediciones de autor, editoriales de provincia, poco tiraje, circulación estrecha y la mayor parte de las veces, cuando alcanzaron sus obras la mínima atención de ciertos lectores, pequeñas reseñas en revistas y periódicos.

Para el caso de lo producido literariamente por mujeres nacidas en el departamento del Tolima, es curioso que, a pesar de tener una sociedad con profundos contrastes y violencia desbordante, poco se plasma en las obras de las autoras una actitud contestataria. El conjunto de textos y autoras nos conduce a examinar de qué manera han textualizado, revalorado o seguido procedimientos estéticos particulares y las razones por las cuales, por ejemplo, han preferido la poética a la narrativa y han dejado de lado el ensayo -la mayor parte de las veces- aunque se detecten casos particulares de quienes han alternado su oficio en ambas disciplinas, tal los casos de Luz Mery Giraldo y Gloria Triana.

De otra parte, se establecen los temas, estilos y tendencias de acuerdo a la época en que están comunicados y en donde la escritura se asume como actividad profesional o como tarea marginal y, en medio de todo, como búsqueda de caminos para expresar experiencias y deseos, romper silencios o dar a conocer un punto de vista. De unos modelos femeninos tradicionales que en la escritura y la mentalidad proyectan un romanticismo acorde a la moda y al corte de sumisión de época, se pasa, por fortuna, tanto en la forma como en los contenidos, a una nueva actitud. No hay que olvidar que en la literatura en general los sentimientos, los pensamientos, los ideales de las protagonistas nacían en la mente del hombre. Ellos pensaban por sus protagonistas, actuaban por ellas; la voz femenina era en realidad producto de la imaginación de un hombre.

 

Escritoras tolimenses en el siglo XIX

Ya en los comienzos de la consolidación de la república, empieza a darse la aparición de las mujeres en los medios impresos. Entre las pioneras, surge en 1849 El Neogranadino, dirigido por Manuel Ancízar, esposo de Agripina Samper, la primera escritora tolimense. Esta autora de cierta trascendencia contó con la feliz circunstancia de ser hermana de otro valioso intelectual, José María Samper, escritor y fundador de diversos medios que hicieron época y hoy pertenecen de manera destacada a nuestra historia. Otro elemento que puede sumarse a un ambiente cultural propicio en aquella familia, es que la esposa de Samper es la más destacada escritora colombiana del siglo XIX, Soledad Acosta de Samper, cuya hija, Bertilda Samper Acosta, oriunda de Honda, sigue las huellas de sus padres como escritora.

Desde 1858 comenzaron a publicarse en los periódicos de Bogotá composiciones poéticas de Agripina Samper, quien encubría siempre su nombre con el de Pía Rigán. Dos años antes había contraído matrimonio con Manuel Ancízar y para escribir tuvo el ejemplo y el estímulo de su esposo y de su propio hermano, José María Samper.

Afirma Otero Muñoz que “predomina en sus poesías la nota melancólica, como si la contemplación de las ruinas de su ciudad natal, siempre lamidas por las aguas, en aquel punto correntosas del Magdalena y por las que en un tiempo cristalinas linfas del Gualí, hubiese engendrado en su espíritu ese irreductible sentimiento de tristeza que nos lleva a considerar con amargura aún los momentos de dicha de que nos es dado disfrutar. Tal característica está acentuada en la última poesía que escribió bajo el título de ¡Oh luna! sentida y postrimera queja que le arrancan los recuerdos del esposo muerto, de la patria y del hogar ausentes”73.

La participación activa de la mujer en la vida pública por encima de la tradición forjada en los quehaceres domésticos, pero concretamente en el plano escritural, es decir, de lectoras a autoras, ofrece un panorama diferente, si no masivo por lo menos inaugural, en una época que ofrecería la atmósfera para tiempos mejores. Inclusive la misma Soledad Acosta de Samper publica en París, hacia 1895, un trabajo antológico titulado La mujer en la sociedad moderna, en el que difunde los logros femeninos tanto de sus compañeras de género en Colombia como en el resto de Hispanoamérica, en Europa y los Estados Unidos.

Agripina Samper de Ancízar nació en Honda en 1831 y murió en París el 22 de abril de 1892. Bajo el seudónimo de Pía Rigán, como está dicho, fueron diversas las publicaciones que tanto en verso como en prosa ella difundió en variados periódicos y revistas. Algunas de sus poesías aparecen en el tomo Eco de los Andes que editara su hermano José María Samper en 1869. La autora se educó en el Colegio de la Merced de Bogotá, ciudad en donde pasó la mayor parte de su vida y algunos años antes de fallecer se había instalado en Francia adonde fue en compañía de sus hijos.

 

En el siglo XX

Al comenzar el siglo XX, quien aparece registrada como una narradora que se destaca es Uva Jaramillo Gaitán. La autora nació en el Líbano, Tolima, el 25 de enero de 1890. La hija mayor de doce hermanos realizó sus estudios primarios en su ciudad natal y los de secundaria en el colegio de las señoritas Hartmann en el Líbano, desempeñándose un poco más tarde como profesora del mismo colegio. Hacia 1920 se trasladó a Manizales de donde era su padre y comenzó a publicar en periódicos de esa capital. Desde entonces ya empezaba a figurar entre mujeres escritoras ilustres y el conocido padre Fabo, en un capítulo denominado Las tres gracias, la elogiaba junto a Agripina Montes del Valle y Blanca Isaza de Jaramillo Mesa. Ganó varios concursos, entre ellos el abierto por la sociedad de mejoras públicas con su cuento Jazmín de plata. La cuentista y conferencista publicó además los relatos Memo, premio literario de Manizales, 1920, publicado en el periódico Renacimiento de Manizales, lo mismo que Rayos de luna y Sin cadenas, al tiempo que produjo el guión para la película Lágrimas silenciosas que no se llevó a la pantalla. Otro relato suyo es Del pasado, publicado bajo el seudónimo de Laura D'Ävignon. Escribió las novelas El campanero, Corazón herido, Infierno en el alma, Maldición, el poemario Pétalos y dos volúmenes de cuentos titulados Hojas dispersas. Trabajó varios años como redactora en La Voz de Caldas y se convirtió en religiosa eudista. Viajó en 1929 por Europa, de cuya experiencia apareció su Diario fugaz y se instaló en Barcelona en el convento de La Asunción. Más tarde estuvo trabajando en la normal de Maracaibo y en 1945 regresó a su patria ingresando al convento de las monjas del buen pastor. Finalmente vivió en el convento de Medellín donde escribió dramas y autos religiosos destinados a la formación moral de la juventud, donde se le conocía como Sor María de Bethania.

En una breve autobiografía, Uva Jaramillo menciona sus estudios escolares entre Manizales y el colegio del Sagrado Corazón de María en su ciudad natal, regido entonces por renombradas institutoras alemanas en donde trabaja después como auxiliar. Declara allí mismo que cuando era niña, su mayor ambición fue la de ser bruja y que desde infante su madre le enseñó las primeras letras, encontrándose con un placer que no abandonaría jamás. De otra parte, buscando afanosamente la posibilidad de acercarse al conocimiento de todo cuanto pudiera ser posible, tomó con inmensa pasión clases de piano y de francés. La disciplina adoptada la asumió con tal constancia, que sus ensayos musicales “fueron el tormento incesante de los vecinos”. Publicó en La novela Semanal, como otras autoras del país, entre ellas su coterránea Luz Stella, dos obras tituladas Infierno en el alma, en 1924 y El Campanero. En la primera, recrea las experiencias vividas en las montañas, en este caso Líbano y Villahermosa, y ofrece dentro de la corriente bucólica de la época el amor que le despierta la naturaleza. La obra costumbrista está dedicada a Tomás Carrasquilla a quien ella consideraba su maestro. En la segunda surge una acción sentimental y trágica.

Uva Jaramillo Gaitán publicó bajo el seudónimo de Laura D’Avignon y fue al convertirse en religiosa donde adoptó el de Sor María de Bhethania. Aparece en la Antología de poetisas hispanoamericanas modernas, cuya compilación para la editorial Aguilar de Madrid estuvo a cargo de Matilde Muñoz en 1946 y en Mujeres de América de Bernardo Uribe Muñoz que se publica en la imprenta oficial de Medellín en 1934. Se mencionan igualmente sus novelas Corazón herido y Maldición, sobre las cuales apenas existen declaraciones de la autora.

Respecto a la crítica, Lucía Luque Valderrama la incluye dentro de un capítulo especial en Figuras femeninas de la novela en el siglo XX y en La novela femenina colombiana publicada en 1954, al tiempo que el escritor Carlos Orlando Pardo la incluye y la analiza en Novelistas del Tolima Siglo XX.

Surge en la bibliografía colombiana, concretamente en el libro ¿Y las mujeres?, la chaparraluna Dolores Haro de Roca, nacida a mediados de 1899, quien aparece con poemas en la antología Poetisas americanas, de José Domingo Cortés, publicada en París en 1875

Quizá la primera mujer escritora que tiene un mayor renombre nacional en el siglo XX se ofrece con el surgimiento de María Cárdenas Roa, conocida con el seudónimo de Luz Stella, Ibagué, 6 de septiembre de 1899, fallecida en su ciudad natal el 18 de octubre de 1969, a la edad de 70 años. Fue Normalista Superior y ejerció la docencia durante varias décadas, al tiempo que fundó programas radiales para niños como Había una vez, La hora Luz y El niño y la patria, a más de la radio-revista femenina Nosotras. Alcanzó varios importantes primeros premios en concursos nacionales de cuento, poesía y novela y figura en destacadas antologías literarias en Colombia y América Latina. Publicó varios libros: Rincón infantil, poemas y cuentos para niños, 1942 y 1950, con reedición en 1994 por Pijao Editores y un amplio estudio introductorio de Carlos Orlando Pardo; Viaje de canción en canción por el Tolima, poemas folclóricos, 1948; La ronda iluminada, poemas y cuentos infantiles, 1951; La llamarada, Pétalos y Sin el calor del nido, novelas cortas publicadas en la novela semanal de Luis Enrique Osorio. Dejó igualmente las obras de teatro Ambalá, La conspiradora y El milagro, al igual que los dramas Qué bodas de plata; El congreso de ratones, Juguetes cómicos, Comedia Sanjuanera y Comedia folclórica.

Por razones más o menos cronológicas estarían después la poeta, educadora y novelista Isabel Santos Millán de Posada, (1902-2002); Manira Kairuz, (1909-2001); Amina Cifuentes de Ardila (1913-1996); la compositora y poeta Leonor Buenaventura de Valencia, (1914); la autora de novelas, cuentos, relatos y enciclopedias costumbristas Blanca Álvarez de Parra, (1916-1995); la compositora y autora de teatro y cuadros de costumbres Raquel Bocanegra de Galviz, (1921-2001); la consagrada periodista y poeta Lola de Acosta, (1922); la activista, poeta, columnista y autora Cecilia de Robledo, (1922-2004); Manuela Olmos (1930); la poeta Graciela Echeverry de Ocampo (1933); al igual que María del Pilar Gutiérrez, Mapy, (1944) pintora y cuentista con varias publicaciones en España y una entusiasta aceptación de la crítica; la novelista, ensayista, periodista y poeta Maria Ligia Sandoval Aranda (1945); la poeta Cecilia Rojas Cárdenas (1946) y Zoraida de Cadavid, (1946) periodista, poeta y novelista, lo mismo que María Cristina Rivera, (1946) poeta y primera canciller de Colombia en el exterior.

Sobre las mujeres nacidas hacia mediados del siglo XX hasta la década de los años 70, el inventario refiere a Rosalba Suárez, pintora, poeta y novelista, (1952); Julia Mercedes Castilla Santofimio, (1954) actualmente en los Estados Unidos y autora de libros para niños con gran éxito, varias ediciones en inglés y garantizada circulación en la editorial Norma y Luz Mery Sánchez, (1956) del Guamo, con dos libros publicados y positivos comentarios a obras suyas en la revista de la Casa de poesía Silva. También se encuentran con un trabajo riguroso de obra en marcha Myriam Alicia Sendoya (1950); Emperatriz Escamilla (1950); Cecilia Arbeláez (1951); Maria Victoria Doza, (1952); Luz Mariela Santofimio (1953); Hilda León (1953); Patricia Coba, (1956); Myriam Castillo (1956); Ivonne Prada, (1956) Gloria Constanza Monroy (1958); Marta Faride Estefan (1958); Esperanza Carvajal (1964); España Vélez Nieto (1963); Fabiola Díaz (1964) y Ana María Rivera (1967).

Como de actual trascendencia y con vigencia nacional, además de María del Pilar Gutiérrez y María Mercedes Castilla, se encuentra Luz Mariela Santofimio, Ibagué, (1953), abogada de la Universidad del Rosario con trabajo en Derecho de Familia y quien escribe guiones para televisión y cine desde 1988, entre ellos Amar y vivir, Cuando quiero llorar no lloro -más conocido como Los Victorinos-, Detrás de un ángel, Fronteras del regreso y Pecado Santo. En un alto rango se localiza a Alexandra Cardona, Ibagué, (1957), una novelista y autora de guiones o libros de testimonio dignos de ser analizados. Obtuvo el primer premio del concurso de guionistas de Focine en tres ocasiones, Derechos reservados, llevada al cine por Jaime Osorio y protagonizada por Vicky Hernández, De vida y muerte y Confesión de Laura, premiado por la Fundación del nuevo cine latinoamericano de La Habana, quien la envía al Souna Institute, dirigido por Robert Redford, que lo cataloga como una de los diez guionistas más importantes de América Latina. Ganadora en 1992 de una de las becas otorgadas por Colcultura, por el cuento De 20 metros para un sexteto, o texto inicial que se convertiría en su novela Fragmentos de una sola pieza, editada por Planeta en 1995. En el mismo año el Círculo de lectores publica el libro de crónicas Con todo el corazón, sobre testimonio de portadores del virus del Sida.

En el campo literario, la más destacada de todas es Luz Mery Giraldo, (1952) historiadora de la literatura, crítica literaria y profesora universitaria, licenciada en filosofía y letras, con estudios musicales y maestría y doctorado en literatura. Es además especializada en literatura latinoamericana, ha dedicado sus últimos años a la investigación de la narrativa y la poesía colombiana contemporánea, por lo cual ha participado en simposios nacionales e internacionales y ha sido invitada como profesora a universidades del país, Estados Unidos y Europa. Se desempeña como profesora titular en la Universidad Javeriana donde dirigió el postgrado en literatura y como profesora Asociada en la Universidad Nacional de Colombia, al tiempo que fuera asesora cultural de la Biblioteca Nacional. Sus publicaciones ya llegan a 20 volúmenes entre poemarios, antologías y ensayos, lo que dimensiona su entrega al oficio y su auténtico profesionalismo, sin contar aquí las traducciones que al inglés, francés e italiano han hecho de sus poemas y textos. Algunos de ellos son los poemarios El tiempo se volvió poema, 1979; Camino de los sueños, 1981; Con la vida, 1997; Hoja por hoja, 2002 y Postal de viaje, 2003. Sus libros de ensayo son la compilación de La novela colombiana ante la crítica, 1975-1990; 1994; Fin de siglo: narrativa colombiana, 1995; Nuevo cuento colombiano1975-1995, antología, 1997; Ellas cuentan: relatos de escritoras colombianas de la Colonia a nuestros días; 1998; Café con amor, 2001, y Cuentos caníbales, 2002. Deben mencionarse también sus ensayos José Donoso el laberinto de la identidad, 1982; y Ciudades escritas, narrativa colombiana contemporánea, mención de honor premio Internacional de ensayo Andrés Bello en el 2000 y beca nacional de literatura del Ministerio del ramo.

Respecto al ensayo y la investigación, una figura consagrada, inclusive con múltiples premios por su trabajo, es Gloria Triana (1940), especializada en antropología social de la Universidad Nacional de Colombia, de la cual ha sido profesora, Postgrado en sociología del desarrollo de la misma universidad. Becaria de la OEA., Especialización en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas y en el Colegio de México. Asistente, Academia de cine y televisión, Berlín. Asesora sección de resguardo y parcialidades, división de Asuntos Indígenas, Ministerio de Gobierno, catedrática de antropología, Universidad de América. Profesora y coordinadora del departamento de antropología, profesora investigadora y jefe de la sección de antropología del Instituto de Ciencias Naturales, Universidad Nacional de Colombia; asesora de investigación sección de planeamiento investigaciones socioeconómicas del DANE, profesora e investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, facultad de arte de la Universidad Nacional de Colombia, Asesora del Centro de Danza Tradicional, directora de la oficina de festivales y folclor, directora de la serie de televisión Noches de Colombia y directora de la selección folclórica que acompañó a García Márquez a Estocolmo en la recepción del Premio Nóbel. Fue directora de la serie de televisión Yuruparí. Premio India Catalina al mejor programa cultural en 1985, realizadora de algunas películas etnográficas, entre ellas Los sabores de mi porro, medalla Murillo Toro al mérito cinematográfico, 1986; Ministerio de Comunicaciones y Focine. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar al mejor trabajo cultural en televisión, 1986. Premio Chigüiro de Oro en el festival de cine del desarrollo con la película La minería del hambre, Bogotá, 1986. Mención en el Festival Iberoamericano de Cine en Ecuador, 1988 a la película Pilanderas, Farotas y Tamboras. Ha publicado El mestizaje en indios y blancos en la Guajira, Tercer Mundo, 1965; Los Puinavesa del Inírida: formas de subsistencia y mecanismos adaptativos, Universidad Nacional, 1982; Etnoastronomía Cuinave en: Etnoastronomías americanas, Congreso de Americanistas, Bogotá, Universidad Nacional, 1987; Los Cuinave en Introducción a la Colombia Amerindia, Instituto Colombiano de Antropología, 1987. Numerosos son sus artículos en periódicos y revistas, asesora científica y autora de cuatro fascículos del proyecto Música tradicional popular de Colombia, Procultura, 1987. Su contribución a la Nueva Historia de Colombia es La cultura colombiana en el siglo XX. Dirigió el Instituto Distrital de Cultura y Turismo, Agregada Cultural en Caracas y viceministra de cultura. Publicó Aluna y Yuruparí.

Finalmente el ciclo señala ensayistas como la consagrada historiadora Ángela Inés Guzmán, Sandra Amaya, Edelmira Arévalo, Gloria Beltrán, Luz Ángela Castaño, María Magdalena Echeverry, Margarita Enciso, Yolanda Jaramillo, Teresa Andrade y la dedicada y ya prestigiosa antropóloga Mónica Espinosa, ganadora de premios nacionales, al igual que la teatrera, poeta y pintora Gloria Enith Ardila, más conocida como Staruska.

El Diccionario de Autores Tolimenses de Carlos Orlando Pardo registra la reseña biobibliográfica de 180 mujeres, lo que indica un trabajo y una figuración amplia. No es fácil detallarlas a todas porque no es el propósito de este ensayo, pero ahí se encuentran, lo mismo que en novelistas, poetas, cuentistas, músicos y pintores del Tolima, del mismo autor, donde se halla una guía para realizarles el seguimiento.

 

Personalidades del siglo XX

Pocas fueron las mujeres tolimenses que lograron proyectarse a nivel nacional durante el siglo XX. En la política, Carmenza Rocha Castilla, Hilda Martínez de Jaramillo y Amanda Arbeláez de Ramírez, pero en particular las dos primeras, puesto que además de convertirse en parlamentarias, dejaron huella por sus debates y su quehacer en la vida del país, a más de un recuerdo imborrable por sus acciones en la región, particularmente en el campo educativo. Sólo en una oportunidad alcanzó el departamento la corona en el reinado nacional de belleza con Edna Margarita Ruth Lucena en el año de 1965, el de reinas de reinas con Olga Lucía Botero y el de reina nacional del bambuco con Luz Teresa Zamora. Como compositora es proverbial la presencia de la denominada novia de Ibagué, Leonor Buenaventura de Valencia y en la dirección del Conservatorio de Música durante casi treinta años (1959-1997) Amina Melendro de Pulecio, quien le otorgó nivel continental con las giras de los coros, el concurso Polifónico Internacional y la creación de la licenciatura en música o Instituto de Educación Superior. Así mismo, con una proyección que la convirtió en una de las divas del cine mexicano, emulando con María Félix, por ejemplo, está el caso de la actriz ibaguereña Sofía Álvarez, compartiendo elenco con Cantinflas, Jorge Negrete o Pedro Infante, al tiempo que grabara varios discos de larga duración como cantante de éxito en su época. En la televisión nacional hizo carrera destacada Maruja Toro y en la acción social y el testimonio Cecilia Caicedo de Robledo, cuando mediante una larga y fatigante campaña por toda la geografía nacional, logró que se suspendiera la cárcel en la isla prisión Gorgona y se convirtiera en lo que es hoy, un parque natural de trascendencia continental, alrededor de cuyas particularidades escribió un libro, fuera de atreverse en su edad temprana a realizar oficios reservados para los hombres como manejar tractores y organizar con proyección a los artesanos de la Chamba. Como cantante legendaria surge Matilde Díaz y en el campo de la televisión Gloria Valencia de Castaño quien lleva nada menos que 50 años como primera dama de la televisión en el país. Frente al campo del cine, la televisión, la investigación, la docencia, la antropología y los altos cargos ejecutivos, se encuentra a Gloria Triana y en la literatura está la presencia de las autoras que dejo registradas en el apartado correspondiente a la mujer en la literatura.

En el periodismo sobresalen hasta los años 70 Luz Stella, Lola de Acosta, Enelia Caviedes y María Victoria Doza, las dos últimas continuando en su infatigable tarea. Para el final de siglo XX y comienzos del XXI, se ofrece una nómina realmente amplia. No se trata de realizar un directorio de ellas, pero se señala de qué manera van tomando cada día una verdadera importancia en este campo. Respecto al mundo del diseño de modas, surge Inés Gutiérrez, pionera en este oficio en Colombia y con una trayectoria que le ha merecido distinciones internacionales, al tiempo que Norma Nivia se impone como consagrada modelo, exclusiva en casas de moda internacionales y logra en forma constante portadas de prestigiosas revistas continentales.

En el libro antológico Pintores del Tolima siglo XX de Pijao Editores, el inventario ofrece los nombres de las artistas Gloria Bustamante, Lucía Duque, María del Pilar Gutiérrez, Mariana Varela, Ana Elvia Barreto, Luz Miryam Díaz, Marta Parra, Margarita Rosa, Ana María Rueda, Claudia Llano, María Victoria Bonilla, Esperanza Betancourt y Ana María Devis, lo que ofrece trece nombres significativos de pintoras que cuentan, aunque no todas, con reconocimientos nacionales e internacionales. La existencia de la Escuela de Bellas Artes durante varios años y los estudios de diversos maestros que tienen sus talleres donde en forma preferencial asisten alumnas, despiertan la sensibilidad hacia estas disciplinas y un saber hacer que se convierte en oficio para casi un centenar de artistas, inclusive atreviéndose a la escultura como es el caso de Marisol Sánchez. Todo ello indica que a la vuelta de la esquina se tiene un inventario más que numeroso de la participación femenina en el arte.

La música, de otra parte, en particular por la existencia del Conservatorio, arroja un panorama alentador de expertas y licenciadas en todos los instrumentos, a más de alcanzar éxito nacional como intérpretes y compositoras. En su libro Músicos del Tolima Siglo XX, Carlos Orlando Pardo incluye un amplio perfil de más de 30 maestras y exegetas, entre las cuales con resonancia internacional se encuentran Sofía Álvarez, Matilde Díaz, Clemencia Torres y MeliYará. Como compositoras figuran Luz Stella, Blanca Álvarez de Parra, Aurora Arbeláez de Navarro, Raquel Bocanegra de Galviz, Leonor Buenaventura de Valencia, Isabel de Buenaventura y las famosas hermanas Garavito, encontrándose dentro de las nuevas revelaciones a Edna Victoria Boada, María Mercedes Falla, Marta Gutiérrez, Claudia Contreras, Sandra Lis, Julieta Londoño, Clara Lucía Ordóñez, Clara Pardo, María Victoria Rengifo, Rocío Ríos, Olga Walquiria Sánchez, Dilia Aurora Arias, Cecilia Zaid, María Nina de Lozano, Nelly Garay Quiroga, Mónica Huertas, Mayira, Alma María Viña, Beatriz Polanco, Serena González, Luz Stella Mejía, Rosario Duque y Doralice Rubio. Debe señalarse que los consagrados Coros del Tolima que hicieron a lo largo de años giras internacionales con reconocido éxito, tuvieron numerosas y destacadas voces femeninas en sus diversas épocas, lo mismo que se resalta en la actualidad su integración a orquestas, rondallas, tríos y duetos como el de Raíces con numerosos premios.

Desde luego son numerosas y valiosas las mujeres que en el campo cívico, social, empresarial, profesional en múltiples facetas, humanitario y educativo, por ejemplo, han cumplido una laudable trayectoria en pro del desarrollo del Tolima.

 

La educación

Renán Silva plantea en su ensayo sobre La educación en Colombia: 1880-1930, que “En el momento de iniciarse la administración del gobierno de Enrique Olaya Herrera, la situación de la mujer jurídica, social y educativamente, no difería mucho de la que tenía en el siglo XIX y aún en la sociedad colonial. Para los efectos jurídicos de la vida civil, estaba asimilada a los menores de edad. La escuela secundaria o bachillerato prácticamente no existía para ella, menos aún el acceso a la universidad. Su educación consistía en la elemental de la escuela primaria, algunos conocimientos de costura y oficios manuales y, en el caso de la mujer de las clases altas, algo de adiestramiento para la vida en sociedad: canto, baile, buenas maneras”.74

Por todo el territorio nacional, como lo plantea Magdala Velásquez Toro, “hasta muy avanzado el siglo XX, en Colombia se pensaba que la educación de la mujer debía circunscribirse a los rudimentos que coadyuvaran al desempeño de sus funciones naturales de madre y esposa. La instrucción de la mujer se reducía pues, en los escasos sectores de la población que tenían acceso a ella, a la enseñanza de la religión, de la lectura y la escritura, pocas nociones de historia y geografía y todos aquellos elementos que le permitieran cumplir con las obligaciones familiares como bordado, costura y nociones de economía familiar. Existía una clara delimitación entre la educación masculina y femenina”. Agrega que “La mujer podía realizar los estudios de magisterio, que la capacitaban mínimamente para ejercer como maestra, profesión socialmente aceptada por ser prolongación de las labores domésticas de atención y educación de los niños”75.

A pesar de que una ley y unos decretos desde 1870 establecían la creación de normales, entre ellas para las mujeres en cada capital de los Estados Federales, en el Tolima sólo se puso en práctica en Ibagué en 1890, veinte años después. Más adelante se abrió la posibilidad de escuelas comerciales que las capacitaban en actividades de oficina con preparación contable y mecanográfica, lo que tuvo mucha demanda en la población femenina desde 1937, dentro de la obra reformadora del presidente López Pumarejo.

La autora citada antes nos trae que los índices de alfabetismo y analfabetismo por sexo en el país, son indicativos del grado de instrucción primaria. “En los censos de 1938, 1951 y 1964, las mujeres fueron mayoría dentro del grupo de analfabetas, que constituían el 53%, el 52% y el 53% respectivamente. En el grupo de alfabetas eran el 49% en 1938 y 1951 y el 51% en 1964. La mujer, salvo contadas excepciones, no tenía acceso a las profesiones liberales en la universidad, puesto que no se les capacitaba para ello”76.

Las reformas iniciales en el gobierno de Olaya Herrera en 1932, generaron por ejemplo para algunos departamentos, entre ellos el Tolima, el de la organización de programas de distribución de leche y promoción de huertas escolares destinadas a mejorar la instrucción técnica de los alumnos en prácticas agrícolas y a elevar su nivel alimenticio, entre las cuales las mujeres tuvieron un importante aprovechamiento. Ya en el gobierno de López Pumarejo el espíritu reformador aprueba el otorgamiento de diploma de bachiller para la mujer con el fin de darle acceso a la universidad, se reorganizan las escuelas normales donde ella tiene un importante acceso y se genera su posibilidad de ingreso a todos los niveles de educación, pero entre lo legal y lo real existe, de acuerdo a quienes lo logran, una gran distancia.

La separación por sexos a nivel primario, la declaración sucesiva de ministros de educación oponiéndose a la universidad para las mujeres aunque el gobierno de López paralelamente abogaba por los derechos políticos de la mujer, genera un panorama de la situación de desigualdad y discriminación que fue ostensible, inclusive hasta 1965.

Con la existencia de las escuelas normales femeninas en Ibagué desde 1890 y Villahermosa desde 1944 y la creación de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad del Tolima desde 1967, los índices de vinculación de la mujer se disparan en forma ostensible, lo mismo que su ingreso a carreras en otras facultades, hasta el punto en que las licenciadas, e incluso las mujeres con postgrado, sobrepasan porcentualmente a los hombres.

Refiere Hernán Clavijo Ocampo (Educación, política y modernización en el Tolima, diciembre de 2004) que en el gobierno de Casablanca se fundó el colegio departamental de señoritas (pg35) y trae una tabla (Pg118) sobre la matrícula en los establecimientos educativos de Ibagué en 1920, donde puede advertirse como “un hecho singular, según la mentalidad de la época, la alta proporción de niñas, 365, frente a los 579 niños. Sin embargo, mirando en conjunto la participación de la mujer en los diferentes niveles y modalidades de la educación que se ofrecía en Ibagué hacia 1920, sorprende la presencia de ésta en el estudio de la música y en las artes y oficios, además de la educación convencional.” (Pgs 118-119) Sorprende igualmente al autor por las cifras que revelan la existencia de un mayor desarrollo de la educación secundaria por la variedad de establecimientos, la existencia de la Normal de Señoritas, La Presentación de las hermanas dominicas, el Colegio de María y el Instituto Ibagué, privados. Sorprende, dice otra vez Clavijo “la mayor cantidad de estudiantes en los colegios femeninos, 246, frente a la del colegio de varones de San Simón, 156” (pg 119) y vuelve a sorprenderse por la existencia de una escuela de Artes y Oficios para mujeres con un número mayor de estudiantes, 75, que la de los Salesianos que era de 49. (pg 119). la escuela de niñas con 253 mujeres, todas internas, la escuela anexa de niñas con 50 de ellas igualmente internas, la escuela Normal de Señoritas con 56 pero externas, el colegio de La Presentación, fundado en 1901 con 147, 56 de las cuales son internas y la escuela de artes femeninos con 56 matriculadas, 16 de las cuales son internas.

Ya para 1934, por ejemplo, cita el mismo Clavijo, que según la monografía estadística sobre Ibagué, los establecimientos educativos femeninos son La Presentación, María Auxiliadora, Santa Teresita, El Sagrado Corazón y la Escuela de Artes Femeniles (pg 159) y que en 1941 el Concejo municipal, entre otras labores, auxilió a la Escuela de Artes Manuales para mujeres (pg 165) y destacaó que el 9 de abril, según informe del director Salesiano, lo “sorprendió la revolución ante la ira de algunas profesoras que eran apasionadamente gaitanistas.” (Pg 195).

Frente a la participación de la mujer, subraya Clavijo (pg 213) “Es entonces en el campo educativo donde la mujer comenzó a tener un gran espacio durante el siglo XX y ya a comienzos del siglo XXI tiene con ellas una participación mayoritaria. Si primero ingresaron a cumplir tal tarea con pocos años de estudio y el derecho que les otorgaba una recomendación política, escasas eran, en relación al total, quienes ostentaban el título de normalistas rurales y luego el de normalistas superiores, gracias a la existencia de establecimientos educativos orientados con tal propósito, como ocurre en los casos de Ibagué y Villahermosa. Más adelante, con la fundación de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad del Tolima, en 1969, el número de licenciadas fue destacado.

 

El trabajo

Bien lo resume Magdala Velásquez,77 señalando que hasta hace pocos años, las labores tradicionales del hogar, la economía campesina de autoabastecimiento, usualmente no remuneradas, el sostenimiento de la sociedad en las labores domésticas, era un aporte aún no justamente valorado económicamente, como si el trabajo cotidiano de preparación de alimentos, lavado y arreglo de ropas, confección de vestidos, zurcido y reparación de prendas, en el caso del campo atención de la huerta o de labores agrícolas y mantenimiento de animales domésticos, aseo e higiene de la casa y el cuidado de los niños, no contribuyeran a la formación de la riqueza social y familiar e incluso en la formación de capital. Esta actividad que se conoce como “trabajo invisible” pero que se convierte en visible cuando no se realiza, genera que no sólo a lo largo de la historia han cumplido las tareas atinentes a la reproducción biológica de la especie, sino las relativas a la reposición y reproducción diaria de la fuerza de trabajo. Además de la socialización de los niños, que se traduce en inculcarles las normas y valores básicos de la cultura, que les permitan luego adaptarse socialmente y garantizar la supervivencia del orden establecido. Ya alguien afirmó con toda razón que los hombres hacen las leyes y las mujeres las costumbres.

Otro tipo de actividades, señala la autora citada al comienzo78, por ejemplo desde los tiempos de la colonia, adscrita a las mujeres indígenas al comienzo, se daba en la realización de labores de molinera, chocolatera, pastelera, confitera, para que los hombres pudieran desempeñar otros oficios. Se suman los de nodriza, maestra, posadera, hasta las de trabajadora asalariada desde el siglo XIX y en gran cantidad como ocurrió con las tabacaleras de Ambalema, en la producción de aliños, en la confección de sombreros para la exportación o consumo interno en la recolección y escogencia del café. La sombrerera, por ejemplo, una famosa canción que es el himno de Chaparral, describe con detalle el oficio. De todos modos cuando se enganchaba a las mujeres alcanzaban salarios inferiores a los de los hombres, para enrolarse hacia 1973 en las filas de los grupos de comerciantes, vendedores y de servicios personales.

Los estudios retratan que el trabajo para las mujeres de clase alta era prohibido y su ocupación fundamental era el ocio, lo que lucían como status económico del marido. Las de clase media se ocupaban como secretarias o ayudantes de contabilidad y las del sector popular en el campo o en las fábricas, hasta los años 30 del siglo XX, época en que los gobiernos liberales empiezan a elaborar una política en materias laboral y sindical.

Desde 1938, en el gobierno de López Pumarejo, se expide la primera norma de protección a la maternidad con licencia remunerada, se le garantiza el derecho a conservar su puesto de trabajo durante el embarazo, se permite a la madre disponer de veinte minutos cada tres horas para amamantar a su hijo, se protege contra los atropellos sexuales y comienza a tener derechos políticos, aunque eso no significara que desde antes no participara en las luchas sociales.

La confección en Ibagué ha sido un sector productivo que tiene proliferación con un centenar aproximado entre empresas, microempresas o talleres de subsistencia familiar, donde la mano de obra ocupada es esencialmente femenina. Otras actividades son las de fabricación de empaques, estampados, bolsas plásticas, cajas de cartón, hilandería, tejeduría y tinturado, confección general y confección de prendas de vestir en tejido de punto, confección de piyamas, ropa sport, procesamiento de alimentos y licores.

La profesionalización de la mujer en una forma amplia genera una igual participación en el mercado. De allí que no sea extraño verlas cumpliendo funciones gerenciales a nivel local, territorial o nacional, sin exceptuar ninguno de los renglones en que puede clasificarse la división social del trabajo.

La tasa de participación laboral femenina crece cada día en los cargos públicos y en la dirección de empresas, presentándose la mayor actividad en las labores de servicios, comercio y un alto porcentaje en la economía informal.

 

La mujer en el gobierno y la política
En los Estados Unidos, sólo hasta 1920 alcanzaron las mujeres derechos políticos. Colombia fue de las últimas repúblicas latinoamericanas en reconocer la plenitud de estos derechos y el ejercicio activo del sufragio femenino se inició en el año de 1957 con el plebiscito, donde votaron 1’.835.255 mujeres que constituían el 42% del total de la población que sufragó. Las mujeres en Colombia duraron 147 años sin poder votar y la cédula fue de uso privativo de los hombres durante 101 años.

En 1956, Josefina Valencia de Hubach, hermana de Guillermo León Valencia, fue la primera mujer que ingresó al gabinete ministerial de Colombia en la cartera de educación. En 1961, Alberto Lleras Camargo designa a Esmeralda Arboleda de Uribe como ministra de comunicaciones. En el Tolima, en 1958, el doctor Darío Echandía en su condición de gobernador, designa a Rosa María Gordillo de Céspedes subsecretaria de educación pública donde permanece tres años, de octubre de 1958 a 1961, habiendo sido elegida diputada a la asamblea del Tolima en 1958. Al posesionarse Alfonso Palacio Rudas como Gobernador, en 1961, encarga de la secretaría general por algunos días a Marrúm Kairuz Kairuz. En 1962, el ejemplo lo instaura por primera vez el gobernador Alfonso Jaramillo Salazar quien nombra como titular a Clara Castilla de Fajardo como secretaria general, cargo que desempeña igualmente con Alfredo Huertas Rengifo al ratificarla. Es oportuno subrayar que Clara Castilla de Fajardo había sido concejal de Ibagué y trabajó antes como oficial mayor en el Tribunal de la capital del Tolima, también la primera que era designada en un cargo así, ocupando algunos años después como normalista la rectoría del Instituto Técnico Femenino, fundado por Hilda Martínez de Jaramillo. Lo curioso es que a partir de aquella fecha han transcurrido más de cuarenta años y han pasado veintiocho gobernadores, tanto los que se designan por decreto y los de elección popular, donde el número de secretarias de despacho es apenas de veinte. Debe señalarse que de éstas repiten seis, cinco por dos ocasiones y una con cuatro, lo que dejaría sus nombres reducidos a catorce a lo largo de cien años, partiendo del hecho evidente de no tener antes mujeres en el gabinete. También resulta curioso que, para finalizar el siglo XX y comenzar el siglo XXI, es Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez el que como su padre rompe los antecedentes al designar en su gabinete no sólo a tres, sino a más de ocho profesionales como secretarias de despacho, caso sólo visto en Ramiro Lozano Neira.

Un recorrido por los gabinetes de los gobernadores nos indica quiénes fueron y en qué momento secretarias de despacho.79

Seguramente la descrita tradicional discriminación en este sentido dejará de cumplirse si se hace válida la reciente ley que obliga su participación en los gabinetes en el 30%, lo que por supuesto es absurdo porque no ofrece la debida igualdad, pero se constituye en un buen y alentador comienzo.

Nacionalmente las primeras mujeres que en el accionar político del siglo XX tuvieron un papel protagónico fueron Carmenza Rocha Castilla e Hilda Martínez de Jaramillo. No fue una figuración esporádica sino permanente y cubrieron el panorama del país, abriendo la brecha y generando el estímulo para quienes llegaron después, en forma desafortunada sin su vigencia ni su brillo, sin consecuencias políticas y sociales como las que de ellas todavía se tienen en el departamento del Tolima, en particular alrededor del tema educativo. Hasta la fecha del año 2005 nadie ha logrado superarlas, transcurridos más de treinta y cinco años de su actividad pública. Los censos electorales de los años en que estas dirigentes tuvieron participación, nos arrojan como resultados que primero empieza a figurar Carmenza Rocha Castilla (1898-1978) como representante principal a la Cámara entre 1958-1960 e Hilda Martínez de Jaramillo, (1934) también como principal en 1964, el mismo año en que surge como suplente la conservadora Amanda Arbeláez de Ramírez, entre 1966-1970, la que había figurado como tal en 1964. Carmenza Rocha fue miembro de la dirección liberal del departamento y secretaria de la Dirección Femenina Nacional Liberal, al igual que concejal principal en Bogotá, de la cual fue presidente desde el 1 de noviembre de 1960, a más de haber sido concejal de Soacha en el período de 1960-1962. La liberal Hilda Martínez de Jaramillo quien primero figura como principal a la Cámara en 1964, suplente al Senado de la República en 1966 y como principal en 1970, protagonizó debates y tuvo una importante figuración en el país. Hasta 1994 figuraron apenas María Luisa Copabán de Bernal como suplente a la Cámara en 1970, quien fuera así mismo diputada en dos ocasiones y Mélida Díaz de Garrido como suplente en 1978, aunque en el año 2000 es elegida representante Rosmery Martínez Rosales.

El primer antecedente de una mujer elegida diputada en el departamento del Tolima es el de la educadora Rosa María Gordillo de Céspedes en el año de 1958, pero resolvió no posesionarse para hacerlo como subsecretaria de educación. Salvo el caso de Beatriz Villarreal de Agudelo que alcanza la diputación entre 1978-1980, durante doce años, desde 1970 hasta 1982, existe una ausencia total de las mujeres como candidatas a la asamblea del Tolima, aunque aparece el caso de María Eugenia Rojas de Moreno pero que no se posesiona. A lo largo de los últimos treinta años del siglo XX, apenas catorce mujeres alcanzan a ser diputadas a esta corporación80, pero cuatro de ellas repiten su permanencia, lo que las reduce apenas a la decena. El récord lo marca el período de 1998 a 2000 cuando salen electas cuatro diputadas.

De 1994 al 2004 son muchas las mujeres que han salido electas para las alcaldías, los concejos, la asamblea, la cámara y el senado, usualmente de suplentes, e inclusive han sido candidatas a la gobernación. De todos modos, ninguna de ellas traspasó el ámbito regional y tuvieron una rápida carrera política, sin que fuera de ser mujeres dejaran una impronta memorable en su paso por la asamblea del departamento. De otra parte, desde la elección popular de gobernadores, sólo se ha presentado una mujer como candidata a tal dignidad. Fue Luz Nelly Amado Franco que logró 23.000 sufragios en el año 2000. Como encargadas por un tiempo breve, estuvieron Aída Saavedra de García, Beatriz Gómez de Pérez, Fanny Barragán y Nelly Amado.

En la circunscripción de las alcaldías el caso es diferente. En 1988, para los 47 municipios, se presentaron seis candidatas, saliendo apenas una triunfadora, Isabel Gutiérrez, liberal Santofimista de Armero-Guayabal.81 Para 1990, de las ocho candidatas presentadas a los comicios, dos conservadoras alcanzaron a salir ganadoras: Gloria Leytón de Sánchez en el Valle de San Juan y Margoth Alzate García en Villahermosa82.

En 1992 se presentan cuatro candidatas en todo el Tolima, siendo derrotadas. Por primera vez aparece Carmen Inés Cruz.83. De las seis candidatas en 1994, dos obtienen la victoria: la liberal independiente María Eugenia Cucalón en Carmen de Apicalá y María Alcira Perdomo Díaz, conservadora en San Antonio. En esta fecha regresa Carmen Inés Cruz para su segunda derrota en Ibagué con 22.853 votos frente al ganador que obtiene 48.384. Los registros refieren en Ataco a María Azucena Silva con 1.458, Beatriz Parra de Escobar en el Líbano con 5.752 y Margoth Alzate insiste en Villahermosa obteniendo 1.149 votos. En 1997 resulta en Ibagué ganadora Carmen Inés Cruz, quien será la primera alcaldesa desde la fundación de la ciudad.

 

Concejalas

Beatriz Villarreal de Agudelo fue concejal de la ciudad de Ibagué en cuatro períodos: 1959-1960, 1963-1964, 1972-1974. Para el período de 1995 a 1997, son treinta y dos los municipios que cuentan con mujeres concejales, tres de las cuales alcanzan curules en Lérida, Mariquita y Venadillo y con dos once municipios, entre ellos Ibagué.

En el periodo 1995-1997, las concejales son: Clara Pardo Rodríguez y Liliana Jaramillo Calero por Ibagué; Marta Cecilia García, por Alpujarra; Cecilia Castañeda Parra por Ambalema; María Darcy Caicedo y María Inés Pérez Martínez por Anzoátegui; Olga Lucía Vanegas por Armero-Guayabal; Clemencia Zúñiga por Ataco; Nancy Gloria Padilla por Cajamarca; María Amparo Ricaurte y Maruja Velasco de Parra por Carmen de Apicalá; Aura María Pastrana de Rojas por Coello; Sara Solano de Saavedra por Chaparral; María Inés Betancourt y Sandra Milena Collazos por Dolores; Inés Guzmán de Cortés por el Espinal; Doris Parra Vargas y Ligia Yépez de Melo por Flandes; María Victoria Gómez de Calderón y Senia Devia Martínez por El Fresno; Ana Judith Olaya Urueña, por el Guamo; Berenice Izquierdo Valencia y Ana Ruby Ortiz Peña por Herveo; Rosa María Arguello Ramírez y Belén Jiménez Ramírez por Honda; Lucrecia Barragán de González, Rosalba Esperanza Ortiz y Ana Marlén Tinoco por Lérida; Cenaida Páez de Giraldo por el Líbano; Blanca Yaneth Aldana, María Nieves Ayala y María Eugenia Echeverría Corpas, por Mariquita; Leopoldina Merchán Lozano y Ruth Romero de Camargo por Melgar; Patricia Castellanos por Murillo; María Judith Macías por Ortega. Leonor de Arango y Fanny Alicia Murcia por Planadas; Alba Ruth Quimbayo de Hoyos por Prado; Cecilia Gaitán Quintero por Rioblanco; María Francisca Álvarez de Llanos y María Olga Lozano por Saldaña.; Blanca Cecilia Miranda por San Luis; María Stella Pineda por Santa Isabel; María Gladys Guzmán y Liliana Mayorga Córdoba por Suárez; Jacoba Rodríguez de Manchola por Valle de San Juan; Rosabel Basto, Ana Mercedes Camargo y Elizabeth Sánchez por Venadillo.

Entre 1998 y el 2000, se da el caso de cuatro concejalas en la capital del Tolima: Ángela Stella Duarte, Liliana Jaramillo, Ernestina Rodríguez de Barón y Clara Pardo, habiendo presidido todas en diversas ocasiones el cabildo y completando Clara Pardo cinco períodos para un tiempo de quince años, un caso atípico de vigencia y respaldo popular en la vida política de la capital del Tolima. En relación al resto del departamento son sesenta concejales para cuarenta y seis municipios, lo que cerrando el siglo XX tiene un significativo aumento del 50% frente al período inmediatamente anterior. Sesenta y cuatro son las concejales elegidas para el período 1998-2000 en todo el territorio del Tolima*. Sólo doce de los cuarenta y seis municipios no eligieron mujeres, es decir, más o menos una cuarta parte, lo que implica que el avance se ha ido adquiriendo con rapidez. Se resalta que seis municipios fuera de Ibagué cuentan con tres concejalas y doce con dos. Como dato adicional debe subrayarse que de todas son catorce conservadoras, dos independientes de los partidos y cuarenta y ocho liberales.

Concejalas en el Tolima para el período 1998-2000: Carmenza Betancourt Castañeda en Alpujarra; María Argenis García en Ambalema; María Darcy Caicedo y Marta Cecilia Silva de Aponte en Anzoátegui; Jathbleyde Méndez Portela y Dora Cecilia Castro Rico en Armero-Guayabal; Tulia Fernanda Guzmán Pava y Clemencia Zúñiga Tulcán en Ataco; Julia Herminda Caro Fajardo y María Elsa Giraldo Varón en Cajamarca; Cecilia Díaz Suaza, María Amparo Ricaurte y Martha Yaneth Perdomo Lozano en Carmen de Apicalá; María Silvia Cadena de Suárez en Cunday; Gloria Inés Rodríguez Quintero, Escilda Ramírez Cruz y María Teresa Rojas Soler en Dolores; Emma Monroy Hernández, María Jael Barrero de Sánchez y Luz Mery Vega Bustamante en Espinal; María Alcira Velandia en Falan; Ligia Yépez de Melo y Gaby Stella Aguirre en Flandes; María Victoria Gómez de Calderón y Senia Devia Martínez en Fresno; Berenice Izquierdo Valencia en Herveo; Rosa María Arguello Ramírez, Rosa Yaneth Mora Rodríguez y Belén Jiménez Ramírez en Honda; Luz Zoraida García García, Amparo Inés Rey Peñaloza y Diana Sidney Guerrero Rodríguez en Icononzo; Ana Marlén Tinoco Beltrán, María Helena Nieto Manchilla, Elizabeth Cruz Perdomo y Consuelo Labrador Bustos en Lérida; María Cherye Navarro de Arango y Beatriz Parra de Escobar en el Líbano; Blanca Yaneth Aldana Henao, María Eugenia Echeverría Corpas y Mabel Forero González en Mariquita; Ruth Romero de Camargo y Leopoldina Merchán Lozano en Melgar; Angélica Jiménez Muñoz en Murillo; Bárbara Barreto de García en Piedras; Amparo Pérez Devia, Leonor García de Arango y Fanny Alicia Murcia Sogamoso en Planadas; María Livia Jiménez en Rioblanco; Rosalba Céspedes Méndez y Aliria Arango en Roncesvalles;, María Francisca Álvarez de Llano y María Iveth Aldana Rivera en Saldaña; Isabel Judith Bonilla Vera y María Ovidia Arana Arciniegas en San Luis; Luz Dary Rubiano Morales en San Antonio; Hilda Araminta Roa Roa y María Estela Pineda Sánchez en Santa Isabel; Lucelly Villalba de Suárez en Suárez; Gloria Alba Loaiza Pérez en Valle de San Juan y Luz Amparo Gutiérrez Barrios en Villarrica.

 

Los censos poblacionales

AÑO TOTAL HOMBRES MUJERES

1938

547.796

278.578

269.218

1951

666.315

340.242

326.073

1964

841.424

424.720

416.704

1973

905.609

452.944

452.944

1985

1.051.852

566.085

554.071

1990

1.174.034

594.914

579.620

1995

1.221.759

619.549

602.210

2000

1.261.564

640.722

620.832

2005

1.316.053

677.427

638.626

 

 

En el censo de 1938, la población era eminentemente rural debido a la fuerza que tenían las actividades agrícolas y pecuarias en su economía. De allí que concluyan los estudios que la concentración en áreas rurales de su población, era de 73.52% y en áreas urbanas tan sólo 21.78%. Advierten que en cuanto a la variable sexo las mujeres eran superiores a los hombres en 3.06% y en la cabecera del departamento la población femenina era mayor en 9.37%, mientras que en el área rural, los hombres sumaban mayor población con una diferencia de 4.99%, todo ello estableciendo la población total según las zonas, puesto que si la cabecera daba un total de 125.194, los hombres eran 56.729 (45.31%) y las mujeres 68.465 (54.69%)84

De aquellos 328.812 habitantes que tenía el Tolima en 1918, se llegó a 1.261.554 con un total de 640.722 hombres y 620.832 mujeres en el año 2000, acusando un nivel de pobreza en los hogares que llega al 40.46% entre lo urbano y lo rural, generándose un mayor nivel en este sector como para llegar a un 61.84%. Tal situación aunada al nivel de desempleo que tiene el departamento, genera una situación social alarmante en donde la mujer es igualmente víctima de la descomposición social, de la falta de vivienda, dinero para la educación y sostenibilidad en materia de salud, al tiempo que suma la violencia intrafamiliar y una conducta sicológica inestable, poco valor en sí misma y un sentimiento de derrota como resultado permanente en la cotidianidad.

En 1982 dentro de los delitos contra la vida y la integridad, tiene el Tolima el 7% del total de los ocurridos en Colombia, pero en los que van contra la libertad y el pudor sexual ocupa el sexto lugar después de Bogotá, Valle, Antioquia, Córdoba y Nariño. En acceso carnal mediante engaño ocupa el segundo lugar después del Atlántico y finalmente contra la familia ocupa el quinto por inasistencia alimentaria.

 

La mujer en la actualidad

El panorama actual es dramático. En Colombia, tanto el desempleo como el subempleo toma un vuelo cada vez más alto, no únicamente en las ciudades sino en el campo. Para el cierre de septiembre de 2001, Ibagué, por ejemplo, presenta la desocupación más alta con 24.5% encabezando la lista en el país. Pero a esto debe agregarse que en subempleo alcanzamos la cifra del 38.6%. Los datos sobre la desocupación de la mujer en Ibagué son de 35 mil, 10 mil por encima de la de los hombres85. Nada bueno puede esperarse cuando la crisis afecta, entre unos y otros, nada menos que al 63.1% de la población, encontrándose que de aquellos que gozan no del derecho sino del privilegio de tener un oficio conocido, un 25% gana apenas el salario mínimo. En el campo de la desnutrición crónica infantil de 0 a 5 años, por ejemplo, las estadísticas muestran que en el Tolima tenemos la alarmante cifra del 19% de desnutrición crónica apenas en menores de cinco años, cuando el promedio nacional es de 13.5%, casi encabezando las encuestas como ocurre con el desempleo.

El paso del tiempo genera otra grave preocupación. Si en Colombia, de acuerdo a los datos del Centro Latinoamericano y Caribeño de demografía (Celade) entregados en la II Asamblea Mundial de Naciones Unidas sobre el Envejecimiento que se realizó en Madrid en abril del 200286 tiene cerca de 4 millones de personas con 60 o más años, a mediados de este siglo la cifra será de 15,4 millones, lo que en términos proporcionales pasarán de ser el 9 por ciento de la población actual, al 21,6 por ciento de la proyectada para esa época: 71,5 millones. De 800 mil en la actualidad, será de 5,3 millones en el 2050.

Del 70 por ciento de los 1.200 millones de pobres del mundo que viven con menos de un dólar diario son mujeres, según datos divulgados en el III Foro de la Alianza Mundial de Ciudades contra la Pobreza, organizado en Bélgica por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en abril de 2002. Se establece que 538 millones de mujeres son analfabetas y una de cada tres es víctima de la violencia de su entorno más cercano87.

En junio de 2003, la II Constituyente del Tolima adoptó el mandato de la Constituyente Emancipatoria de Mujeres, la que propone la creación del viceministerio de la Mujer, desarrollar los mecanismos de participación política, a través de la ley de cuotas, la ley de Mujer Rural, entre otros puntos. Con el propósito de apoyar a los tolimenses en su esfuerzo de participación ciudadanía, una delegación de mujeres de la Constituyente Emancipatoria asistió a la II Constituyente del Tolima, que se llevó a cabo el 12 de abril del año citado. El evento contó con la participación del vicepresidente de la República, el ministro de Agricultura, representantes de sectores sociales, departamentales, entre otras personalidades.

Mujeres tolimenses de todos los sectores sociales participaron activamente en este proceso, y juntaron sus propuestas a las de la Agenda de la Constituyente Emancipatoria, que a partir de ahora inicia su difusión en todo el país. El propósito de la Constituyente del Tolima es asumir una profunda actitud colectiva y propositiva desde las comunidades para que aporten al desarrollo regional y nacional. La participación se dio a partir de las asambleas populares en los 47 municipios del departamento donde se impulsó la participación del poder público (Alcalde, Concejales y comuneros), de los gremios económicos, de la academia (colegios, universidades, centros de investigación), de medios de comunicación, las iglesias, los actores comunitarios (Asociaciones, ONG’s, Juntas de Acción Comunal, consejos de participación comunitaria, etc.) para deliberar sobre los ejes temáticos definidos por la Asamblea. Frente al tema de la mujer, la II Constituyente considera que se debe favorecer y garantizar la inclusión de la mujer como sujeto político y social creando condiciones para el ejercicio de su ciudadanía plena, la transformación de los factores que vulneran sus derechos, su desarrollo de políticas públicas como acciones afirmativas que reduzcan los niveles de desigualdad y exclusión social, política, económica, territorial y cultural.

 

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1 Melo, Jorge Orlando, Nueva Historia de Colombia, Volumen IV, página 7, Editorial Planeta, 1989

2 Fernández, Ana María, Género y psicoanálisis, página 21, revista Nómadas, Universidad Central, número 6, marzo- septiembre 1997

3 Gutiérrez de Pineda, Virginia, Familia y cultura en Colombia, Instituto Colombiano de Cultura, volumen 3, 1975

4 Echeverry Ángel, Ligia, Entrevista a Virginia Gutiérrez de Pineda, página 144, revista Nómadas, Universidad Central, Ídem

5 Gutiérrez de Pineda, Virginia y Vila Patricia; Honor, Familia y Sociedad en la estructura patriarcal, el caso de Santander, página 319, Universidad Nacional, 1992.

6 Ibidem, página 321

7 Reichek-Dolmatoff, Gerardo, Colombia indígena, periodo prehispánico, Manual de historia de Colombia, Tomo I, Planeta, 1989

8 Rodríguez, Camilo, Estudio antropológico sobre los Patrones de asentamiento de los agricultores prehispánicos en el Limón, municipio de Chaparral, Banco de la República, 1991

9 Bedoya Ramírez, Josué, Compendio de historia del Tolima, Imprenta departamental, 1992, página 28

10 Ibidem, pg 29

11 Ospina, William, Las auroras de sangre, página 352, Editorial Norma, 1999.

12 Op citada, pgs 358-359

13 Op citada, pg 360

14 Simón, Pedro, Noticias historiales, capítulo XXII, Biblioteca Banco Popular, 1982

15 Op cit, ídem capítulo XXII

16 Bernal, Leovigildo, Los heroicos pijaos y el Chaparral de los Reyes, pg 12, 1993

17 Op cit, pg 25

18 Op cit, pg 26

19 Osorio, Betty, Las desobedientes, mujeres de nuestra América, Editorial Panamericana, 1997, página 25

20 Op cit pg 33

21 Simón, Pedro, Noticias Historiales, Biblioteca Banco Popular, 1982

22 Bernal, Leovigildo, Los heroicos pijaos y el Chaparral de los Reyes, 1993, pg 178

23 Op cit

24 Op cit

25 Existen barrios que llevan su nombre, por ejemplo en el municipio del Líbano, y nombres, así como el caso de la hija del escritor Eutiquio Leal, al tiempo que en pleno centro de Ibagué, además de un hotel, el escultor Enrique Saldaña realiza en su homenaje una obra en bronce de importantes proporciones, ubicada en la carrera tercera entre calles catorce y quince

26 Bedoya Ramírez, Josué, Compendio de historia del Tolima, pg 29

27 Op cit, pg 100

28 Bernal, Leovigildo, Los heroicos pijaos y el chaparral de los reyes, pgs 38-39

29 Ibidem, Op cit, pgs 180-181

30 Ibidem, Op cit, pg 181

31 Archivo Nacional de Colombia, San Bonifacio de Ibagué del Valle de las lanzas, Pg 135, 1952

32 Bedoya R, Josué, Compendio de Historia del Tolima, pg 100


33 Cubillos, María Isabel, La mujer colombiana, su historia, pg 45

34 Castaño Zapata, Beatriz Helena, La mujer negra esclava en el siglo XVIII, papel y participación en el proceso socio económico Neogranadino, en Memorias del VI Congreso de Historia de Colombia, pgs 329-339, Ibagué, 1992

35 Clavijo, Hernán, Formación histórica de las élites locales en el Tolima, Tomo I- 1600-1813, Biblioteca Banco Popular, volumen 139

36 Ídem Op cit, pg 335

37 Bejarano, Jesús Antonio y Pulido Orlando, Notas sobre la Historia de Ambalema, pg 10, Imprenta Departamental, 1982

38 Rocha Castilla, Cesáreo, Prehistoria y folclor del Tolima, página 11, Imprenta departamental, 1968

39 Ibidem Op cit, pg 12

40 Tovar Pinzón, Hermes, Convocatoria al poder del número, censos y estadísticas de la Nueva Granada 1750-1830, Archivo General de la Nación, 1994

41 Clavijo, Hernán, Formación histórica de las élites locales en el Tolima, Tomo I 1600-1813, página 231, Biblioteca Banco Popular, volumen 139, 1993

42 Ibidem Op cit, pg 268

43 Ibidem Op cit, pg 282

44 Bedoya, Víctor A, Citado en Valores Femeninos de Colombia de Libia Stella Melo,1967, pgs 1189-1190

45 Monsalve, José Dolores, Mujeres de la Independencia, pgs 245 a 247

46 Aída Martínez Carreño, página 196, libro Gonzalo Sánchez.

47 Velásquez Toro, Magdala, Nueva Historia de Colombia, pg 10, Editorial Planeta, tomo V.

48 Ibidem Op cit, pg10.

49 Ibidem, Op cit, pg 15

50 Ortiz Vidales, Darío, La convención Liberal de Ibagué

51 Sánchez, Gonzalo, Memorias de un país en guerra: los mil días, 1899-1902, pg 19

52 Martínez Carreño, Aída, Mujeres en guerra, dentro del libro Memorias de un país en guerra: los mil días, 1899-1902), capítulo 5, página 195.

53 Ibidem Op cit, pg 203

54 Ibidem Op cit, pg 204

55 Ibidem Op cit, pg 205

56 Ibidem Op cit, pg 205

57 Ibidem Op cit, pg 205

58 Ibidem Op cit, pg 205

59 Ibidem Op cit, pg 205

60 Ibidem Op cit, pg 205

61 Jaramillo, Carlos Eduardo, Los guerrilleros del 900, pg 60

62 Ibidem Op cit, pg 63

63 Ibidem Op cit, pg 63

64 Ibidem Op cit, pg 63

65 Ibidem, Op cit, pg 64

66 Ibidem, Op cit, pg 66

67 Ibidem, Op cit, pg 67

68 Ibidem, Op cit, pg 68

69 Ibidem, Op cit, pg 70

70 Ibidem, Op cit, pg 71

71 Uribe, María Victoria, Matar, rematar y contrarematar

72 El Tiempo, jueves 15 de noviembre, 2001, pg 4

73 Ortega, José J, Historia de la literatura colombiana, 1935, página 291

74 Silva, Renán, La educación en Colombia: 1880-1930, NHC, Tomo IV página 104

75 Velásquez Toro, Magdala, Condición jurídica y social de la mujer, MHC, tomo IV, pgs 26-27

76 Ibidem, Op cit, pg 27

77 Velásquez Toro, Magdala, Condición jurídica y social de la mujer, MHC, tomo IV, pgs 30-31

78 Ibidem, Op Cit, pg 32

79 Luz Janeth de Montalvo es nombrada secretaria privada de Carlos Eduardo Lozano y Aída Saavedra de García como secretaria de Agricultura. En 1977 Cesáreo Rocha Ochoa nombra como secretaria privada a María del Pilar Gutiérrez. Miguel Merino en 1978 designa a Mélida de Molina. Elvira Gaitán de Alvarado ejerce como secretaria de educación en 1964 con Rafael Caicedo Espinosa y repite en el mismo cargo con Ariel Armel en 1966. Néstor Hernando Parra en este mismo año designa como secretaria general a Victoria Eugenia Kairuz Kairuz, distinción que repite con Ariel Armel. Sigue Beatriz Villarreal de Agudelo como secretaria de educación de Rafael Caicedo y Néstor Hernando Parra. Ella había sido concejal de la ciudad de Ibagué en cuatro períodos y se desempeña como diputada a la Asamblea del Tolima. Mariela Albarán de Santofimio es designada secretaria general de Alberto Lozano Simonelli en 1969, en 1974 es secretaria administrativa de Carlos Eduardo Lozano y repite como tal en el gobierno de Yesid Castaño en 1975. Luisa Copabán de Bernal es secretaria general de Rafael Caicedo en 1970, después será diputada a la asamblea y representante suplente a la Cámara. Jaime Polanco Urueña nombra a Aída Saavedra de García secretaria de Educación en 1973, año en el que es gobernadora encargada por un breve período. En 1973, con Alberto Rocha Alvira es secretaria general Cecilia Bonell de Perdomo. En 1974 Mélida de Molina asume como secretaria privada. Guillermo Alfonso Jaramillo en 1986 nombra a Fanny Barragán, primero como secretaria general y luego como secretaria de hacienda, cargo que desempeña con Álvaro Sierra Figueroa. Así mismo es gobernadora encargada once veces, encargada de la Beneficencia del Tolima y es la primera mujer gerente de la Fábrica de Licores. En 1989, Aldana Valdés designa a Beatriz Gómez de Pérez secretaria de gobierno y encargada de la gobernación. En 1990, María del Pilar Moreno de Alvarado es nombrada secretaria general por Eduardo Aldana Valdés. Piedad Consuelo Franco de Velosa es nombrada Secretaria de hacienda de Francisco Peñalosa en 1990. Ramiro Lozano Neira en 1992 designa a tres mujeres en su gabinete: Nelly Amado en la secretaría general, Ángela González de Rivera en Salud y a Tania Botero en Desarrollo. Pacho Peñaloza tiene en 1995 a Marta Lucía Dimey Galindo, como secretaria de servicios administrativos. Carlos Alberto Estefan Upegui nombra a Argenis Hernández, como secretaria de hacienda. Guillermo Alfonso Jaramillo nombra en el año 2001 a María Stella Vásquez Baracaldo en hacienda, reemplazada por Nancy Sanabria; Marta Liliana Perdomo en general, María Margarita del Vasto, en administrativa. La primera mujer que es nombrada Contralora General del departamento durante el período de 1995 a 1997 es Jenny Silvestre. Otro antecedente es que para el período de 1972 a 1974, aparece el nombre de María Eugenia Rojas, por primera vez una mujer como candidata a la presidencia de la república por la Anapo, quien para la asamblea del Tolima tuvo en 1972, 17.191 votos.


80 Rosa María Gordillo de Céspedes, 1958, Beatriz Villarreal de Agudelo entre 1978-1980. Luisa Copabán de Bernal. (1972). Avaladas por sus partidos, en 1982 se presentan dos mujeres para la asamblea del Tolima: Marta Esperanza Ramos que alcanza 36.497 e Isabel Cristina Melo con 12.697, la una liberal y la otra conservadora, generándose dos años más tarde, en 1984, las candidaturas conservadoras de Margoth Alzate con 11.284 votos y repite Isabel Cristina Melo con 9.778. En 1986, Marta Ramos alcanza 43,860. Para el año de 1990 surge Estefanía Hernández, conservadora con 10.802 votos y en 1992, Beatriz Gómez de Pérez con 4.794 y Alba Esther Ramírez con 5.636, quien repite en 1994 con 11.565. En 1992 se presenta Fanny Barragán quien obtiene 7.401 votos. En 1994 reaparece Alba Esther Ramírez con 11.565. Entre 1996 y 1998. Entre 1998 al 2000 salen elegidas cuatro diputadas: Nohora Ramírez, Alba Esther Ramírez, Liliana Agudelo Solarte y Luz Nelly Amado Franco.

81 En Ibagué salió Mariela Medina que obtuvo 328 votos, Lucely Guzmán para Coello con 447, Cenaida Sánchez en Falan con 1.259, en el Líbano Betty Arcila de Covaleda con 124, en Villahermosa Margoth Alzate de García, conservadora, con 1.916 y en Armero Guayabal Isabel Gutiérrez, quien salió electa, con 1.759 votos


82 En Ataco Miryam Ordóñez de Bernal con 209, Luz Marina Girón en Coello con 702, Melba Ávila de Quesada en Lérida con 461, Ana Machado de González en Mariquita con 107, Ligia Aguilar Gómez en Piedras con 1747, María Stella Rodríguez de Suárez con 1160 y Gloria Leytón del Valle de San Juan, conservadora neirista, ganadora con 1626 votos, lo mismo que Margoth Alzate de García en Villahermosa, conservadora unionista con 2251

83 Las otras fueron Blanca Sánchez en Alpujarra con 793 votos, Cecilia Castrillón en Flandes con 505 y Gloria Villalba allí mismo con 435

84 Fuente Dane, Censos Nacionales de Población

85 Portafolio, jueves 1 de noviembre de 2001, página 9

86 El Tiempo, sábado 13 de abril de 2002, pgs 2-3

87 El Tiempo, sábado 13 de abril de 2002, sección 2


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