LA HEGEMONÍA CONSERVADORA ENTRE 1902 Y 1930

 

Por: Carlos Orlando Pardo

 

Ocho presidentes entre elegidos y encargados gobernaron a Colombia durante los treinta años comprendidos entre 1900 y 1930 y los gobernadores del Tolima a lo largo del mismo tiempo fueron 26. Los rectores del país que desfilaron por este período parten de Manuel Antonio Sanclemente a quien se eligió de 1898 a 1904, aunque no terminó su mandato puesto que partió derrocado por José Manuel Marroquín en el año de 1900. Este gramático que antes con Miguel Antonio Caro y luego con otros como Marco Fidel Suárez y Miguel Abadía regirían el país, permaneció una etapa que duraría cuatro años. Le siguió la época próspera de Rafael Reyes (1904-1910), cuyo último año se invalidó de su presencia al acabar renunciando antes de cumplir su ciclo por duros conflictos internos y su viaje al exterior. Finalmente, resultó encargándose de suplirlo Euclides de Angulo en 1908 y Jorge Holguín, encomendado por la renuncia de Rafael Reyes, subsistió durante el año de 1909. A él lo siguió Ramón González Valencia entre 1909 y 1910, ejerciendo la primera magistratura para culminar el sexenio de Rafael Reyes. Luego llegaron las elecciones de Carlos E. Restrepo (1910-1914), Marco Fidel Suárez (1918-1922) quien renunció en 1921 y asumió Pedro Nel Ospina (1922-1926), rematando el lapso estudiado el tolimense Miguel Abadía Méndez entre 1926 y 1930.

Estamos hablando precisamente de un ciclo (1902-1930) donde se ejerce la hegemonía conservadora iniciada con la presidencia del poeta José Manuel Marroquín, aunque como bien lo señala Santos Molano1, “hubo dos períodos en que se quebró dicha hegemonía: el de Rafael Reyes (1904-1909) que dio amplia participación al liberalismo, y el de Carlos E. Restrepo, que excluyó a liberales y conservadores. Los cuarenta años que la historia llama de “hegemonía” conservadora fueron sólo veintiuno, presididos por administraciones progresistas cuyos logros han pasado inadvertidos ante el calor de las pasiones políticas”.

Todos estos mandatarios “tenían algo más en juego. La gramática, el dominio de las leyes y de los misterios de la lengua, era componente muy importante de la hegemonía conservadora…”2. Igualmente plantea Malcolm Deas que aquella política contenía “desde un principio un vigoroso elemento ideológico y pedagógico”,3 y de qué manera aquellos presidentes no sólo escribían gramática sino disfrutaban con ella por encima de todas las cosas, lo que generó una época donde la iglesia tenía más poder que otros sectores, mientras ellos, en un país profundamente atrasado, se dedicaban con mayor énfasis a la prosodia y al latín”. Es más, por cuanto eran esencialmente pedagogos y como señala Malcolm Deas, Caro abrió una escuela después de retirarse de la presidencia y Abadía siguió sus clases de derecho, temprano en la mañana durante su período presidencial. Para completar estas perlas de hombres sin riquezas diferentes a las de su cultura, se especializaron simplemente en hacer frases, tal como se recuerda la de Marroquín que al perder Panamá, simplemente expresó: “puedo decir lo que muy pocos estadistas: recibí un país y le devolví al mundo dos”.4

Dentro de esta panorama además del desconsuelo general por las pérdidas de la guerra, fueron desfilando uno a uno los múltiples regentes seccionales que casi nunca tuvieron el tiempo necesario en su administración para empujar debidamente el combate contra el marcado atraso. Los 26 gobernadores a que se hace alusión parten de Federico Tovar (1900), Manuel I. Uribe (1901), Toribio Rivera (1901), Francisco Tafur (1902), Antonio Gutiérrez Rubio (1903), Félix A. Vélez (1904), Maximiliano Neira (1905-1907), Luis Umaña López (1908-1909), Manuel A. Ferreira (1910), Julio M. Escobar (1911), Eduardo Posada (1911), Francisco Tafur (1912), Leonidas Cárdenas (1913), Ramón Jaramillo (1914), Plácido Cárdenas (1915), Alejandro Caicedo (1915), Isaías Lozano (1916), Plácido Cárdenas (1917), Luis Vicente González (1918), Edmundo Vargas (1919), Luis Vicente González (1919), Abel Casabianca (1920), Rafael Dávila (1921-1922), Joaquín Ferreira (1923), Rafael Dávila (1924-1926) y Félix María Reina Rengifo (1927-1930).

Si fueron tantos los gobernadores entre 1900 y 1930 antes de que el partido liberal asumiera las riendas del poder a partir de agosto de ese último año con Carlos Lozano y Lozano, tenemos ahí una clara muestra de la inestabilidad política en relación a los mandatarios seccionales. Y salta a la vista cuando se observa que sólo nueve gobernadores alcanzaron un período cercano a los dos años y hubo tres que ni siquiera administraron doce meses. De ellos repitieron Plácido Cárdenas, Luis Vicente González y Rafael Dávila, turnándose en diferentes períodos el cargo. Toda esta situación llevó al departamento que con nuevo reordenamiento territorial parte de 1905, a vivir en forma permanente un vaivén donde no era posible concretar planes sostenidos de desarrollo para la región. Se explica, en parte, durante los primeros años porque no había terminado la famosa Guerra de los Mil Días y no estaban claramente configuradas jefaturas que le dieran en este sentido la unidad al Tolima, lo que apenas se cumple mejor en los gobiernos de Rafael Reyes y Carlos E. Restrepo y en parte en el de Miguel Abadía Méndez.

Este comienzo del Siglo XX, tal como lo afirma Enrique Santos Molano5, “se inició con las promesas de bienaventuranza pactadas en 1902 a bordo del vapor Wisconsin, que pusieron fin a la guerra de los Mil Días…”.Y como él mismo lo escribe,6 “Al comenzar la centuria éramos un país de cinco millones de habitantes, tan atrasado como el que más… En otras palabras: en 1901 ocupábamos el puesto 100 entre las ciento veinte naciones que entonces existían”. De esa época para acá comienza desde luego a transformarse en cámara lenta nuestra sociedad y aquella quietud fue generando las condiciones para que más adelante se dieran los pasos de rebeldía que habrían de dirigirla a su transformación. Sin embargo, todos los acontecimientos que se sucedieron entonces y que contribuyeron de manera notoria a su atraso, forjaron, particularmente en el período progresista de Rafael Reyes e inclusive en el de Carlos E. Restrepo, el diseño en parte de lo que hoy es el país.

La crisis financiera acompañaba un ritmo profundamente lento como de siesta colonial y apenas se realizaban los convites, las juntas y el deseo gracias a la buena voluntad de sacar algunas pequeñas obras adelante. Es que inclusive Ibagué, como la capital, estaba estancada en su crecimiento y sólo los días de mercado o la estación de fiestas y cosecha generaban una agrupación de sus gentes alrededor de la plaza de Bolívar. Todos vivían en la parsimoniosa tarea de reconstruir un horizonte en donde se trataba de convivir tras la experiencia sangrienta de la guerra y sólo sabían del progreso en otros lugares por los comentarios de las familias extranjeras que llegaron a asentarse. Escasamente el paisaje pero ninguna obra arquitectónica podría ser digna de mostrar y demográficamente no teníamos ninguna evolución, salvo las que aparecieran por causa de los inmigrantes que tampoco eran muchos. De todos modos, a pesar de la paz, no se olvidaban los resquemores ni las fricciones ni las ataduras puesto que predominaban los prejuicios y empezaban a ampliarse las distancias sociales y hasta “las costumbres, ideas, valores, creencias y actitudes que mediaban entre ricos y pobres.”7

Los índices de alfabetización era minúsculos.8 Según el censo de 1918 donde las mujeres eran superiores a los hombres al contabilizarse 162.007 varones y 166.805 mujeres de los 328,812 habitantes existentes, la densidad de la población era de 13 habitantes por kilómetro cuadrado, pero en relación a ese número, en el Tolima estaba más o menos difundida la instrucción. De acuerdo a Eduardo Torres*9 funcionaban entonces 370 escuelas o sea una por cada 900 habitantes, la instrucción pública oficial costaba 227 mil oro cada año y concurrían a las escuelas públicas 22.000 alumnos, aproximadamente el 7% sobre el total de la población.10 En términos concretos, en el departamento 85.000 personas sabían leer y escribir, lo que según los datos estadísticos eran el 26% de la población.

Curioso resulta como afirma José Antonio Vergel11, que el ambiente intelectual a comienzos de 1900 contrastaba con todos los otros, por cuanto “pasada la contienda la ciudad entró en una etapa de sopor cicatrizante en medio de una paz pueblerina”, señalando que para esos primeros años apenas los intelectuales rompían el silencio comarcano y salían revistas como Tropical donde escribían Santander Galofre, Guillermo Quevedo, Andrés Rocha, Alberto Castilla, José Eustasio Rivera, Eduardo y Roberto Torres Vargas, Manuel Antonio Bonilla y hasta el mismo Martín Pomala. Las publicaciones literarias que alcanzaron su apogeo y el desenvolvimiento entre gracejos y humoradas inteligentes de aquel sector letrado, como el de la llamada Atenas Suramericana, se diferenciaba en mucho de la situación social imperante y entre conciertos en el conservatorio, tertulias continuas en San Simón y visitas de ilustres como José Eustasio Rivera, entre otros, le daban a la ciudad un ambiente importante pero extraño, como si en verdad fuera la cultura la única tabla de salvación en medio del naufragio social.

Los grandes hechos nacionales tocaban al departamento desde lejos y sus noticias aparecían con alguna tardanza. La dolorosa separación de Panamá en 1903, por ejemplo, cuya indignación sin consecuencias sólo parecía afectar a los liberales mientras los contrarios lo asumían como la recepción de un dinero necesario que iba a servir para el progreso, desprendió en el Tolima tan sólo sentimientos encontrados. Como lo señala el historiador Eduardo Lemaitre,12 “El vicepresidente José Manual Marroquín, encargado del ejecutivo entre 1900 y 1904, trazó una política vacilante frente a las intervenciones norteamericanas en Panamá, y permitió la separación del Istmo y la pérdida del canal en 1903”. Para todo el país, sólo el “tolimense” Nicolás Esguerra habría de ejercer una brillante oposición no únicamente con cartas al presidente Marroquín sino hasta con un libro sobre el caso, precisamente el titulado La verdadera historia de la prórroga del contrato del Canal de Panamá, fechado el 16 de julio de 1903 con 163 páginas, donde detallada la historia del trámite, el gobierno sale mal librado. Como era frecuente que la actividad política estuviera vinculada al periodismo, Nicolás Esguerra se enlazó por primera vez en 1869 al Diario de Cundinamarca. En esas lides ejerció una permanente colaboración que se prolongó por espacio de catorce años. En forma simultánea, tal como lo refiere Gustavo Montoya Marín13, “escribía editoriales y comentarios políticos para otros diarios locales y nacionales como El Comercio, Tribuna, El Derecho y La Patria de Medellín, cuya edición del 5 de febrero de 1910 publicó la foto de Nicolás Esguerra junto a las del presidente Ramón González Valencia y el general Benjamín Herrera. Pero en 1912 fundó su propio periódico que tituló El Diario, el que comenzó a venderse el 19 de septiembre y fue suspendido al reaparecer el vespertino El Espectador con el cual quedaba difícil competir, aunque colaboró en el diario El Tiempo hasta los días cercanos a su muerte. La aparición en la política de Nicolás Esguerra venía desde los tiempos en que formó parte del Olimpo Radical al lado de su coadjutor Manuel Murillo Toro, cuyo padre, el coronel Domingo Esguerra residente en Ibagué, lo aloja como huésped de honor en su casa cuando llega a organizar el golpe contra Melo y es puntualmente cuando le propone de regreso llevarse al joven Nicolás para que estudie en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Como Gólgota defensor de la libertad, “espejo de pulcritud y patriotismo”,14 no guardó silencio frente a los aconteceres del país, produjo declaraciones y organizó actos políticos que habrían de llevarlo entre 1910 y 1921 a ser parte de un notable grupo que no quería ya nada con conservadores o liberales. Los historiadores coinciden en que estas mismas consideraciones, entre otras, van a ser el origen de la denominada Unión Republicana, liderada por él, Carlos E. Restrepo y Enrique Olaya Herrera y que finalmente llegó al poder en 1910. Sin embargo, la llegada del denominado quinquenio para el que gobernara el país Rafael Reyes entre 1904 y 1909, parecieron cubrir el episodio por la febril actividad de este presidente que, según lo cita Humberto Vélez, de El Nuevo Tiempo,15 “en los 38 meses de su mandato, las estadísticas arrojaban las siguientes cifras sobre la actividad del nuevo gobierno: 324 sesiones del consejo de ministros, 1.154 acuerdos presidenciales, 162 acuerdos de contabilidad, 4.742 decretos ejecutivos, 58.750 telegramas remitidos por la presidencia de la república, agregando a todo esto 11.550 audiencias concedidas por el presidente Reyes”. Todos aquellos movimientos que mostraban a un mandatario diferente, generaron una nueva esperanza terminada la última guerra y sus ciudadanos deseaban en lo fundamental salir de la crisis financiera, alcanzar obras de progreso material y consolidar transformaciones importantes. Empezaba por entonces Nicolás Esguerra a dar sus primeros pasos que le iban a servir para convertirse en figura nacional, equipada desde luego con una formación que lo llevó a ser jurista, educador, periodista, diplomático, funcionario público y político de sobresalientes méritos.

Salvo Miguel Abadía Méndez que se paseaba como ministro entre una y otra cartera como Pedro por su casa y cuyo nacimiento en el Tolima era apenas una circunstancia pero sin otra raigambre que haber visto su primer amanecer en Coello, sólo brillaba con luz propia en el panorama nacional Nicolás Esguerra, cuya madre y hermanos eran todos de Ibagué, donde el patricio cursara su bachillerato en San Simón. Al fin y al cabo su vida política había comenzado en esta capital como secretario de gobierno en el Estado Soberano del Tolima, al igual que como diputado a la asamblea por el partido liberal. De otra parte, ya en 1864 en su condición de representante a la Cámara elegido por esta circunscripción, le daban a la región y a él con ella, un sentido legítimo de pertenencia. Su personalidad y virtudes lo habían llevado, luego de haberse titulado en filosofía y jurisprudencia en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, a ocupar muy joven el cargo de Magistrado del Tribunal de Neiva en 1863, antes de regresar a su tierra para dar comienzo a sus actividades. De allí que entre 1910 y 1921 cuando pasadas las guerras y atravesado un clima de modorra bajo unos presidentes incapaces, él haya sido un artífice definitivo para crear un temple de inconformismo frente a la conducta de liberales y conservadores. Es entonces que desde la capital del país, con la tutela del expresidente Guillermo Quintero Calderón y por él mismo que ya era todo un notable, personalidades como Carlos E. Retrepo que iría a ser presidente de Colombia entre 1910 y 1914 y el mismo Enrique Olaya Herrera, se fundara contra todas las banderas el Partido Republicano que, como dice Santos Molano16 “tenía buenas cabezas pensantes pero sin votos, lo cual originó la frase atribuida a Jorge Eliécer Gaitán, de que el partido republicano no tenía problemas para reunirse, pues cabía entero en un canapé”. De todos modos Esguerra continuó figurando entre los más destacados del país, e inclusive su intervención de desconfianza alrededor de la Convención Liberal de 1922, en Ibagué, mediante comunicados con respaldo de jóvenes como el mismo Alfonso López Pumarejo, le permitió el sitial de honor que se había conquistado.

 

La desmembración del Tolima

El gobierno de Rafael Reyes hizo fuerte su presencia en el Tolima por cuanto respaldado en la Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa que funcionó entre 1905 y 1908, decidió desintegrar territorialmente a los Estados Soberanos de mayor significación. En el fondo, por las guerras suscitadas en el Siglo XIX desde ellas y en la búsqueda de una centralización política y fiscal, el reordenamiento mediante sus medidas afectó la región al crear varios departamentos como el Huila. Fue ahí, escudado en las facultades que le permitían modificar los límites de los departamentos y municipios donde ocurrió el origen, así las dos regiones por razón a la similitud en costumbres y una historia común, sintieran que ese trazado era imaginario. Para entonces, personalidades como Rafael Uribe Uribe por Antioquia, Ramón González Valencia por Cundinamarca o Benjamín Herrera por Santander, eran los representantes a la Asamblea Constituyente, mientras que por el Tolima fueron como principales17 “Enrique Restrepo García, Maximiliano Neira y Rafael Camacho, con la primera suplencia de Eduardo Posada, Adriano Tribín y Zoilo Cuellar y en la segunda con Manuel S. Niño, Lisandro Leiva y Eladio C. Gutiérrez”.

Tales hechos sacudieron la región sin mayores consecuencias porque la sensación de abandono en todos los aspectos que van desde el mental hasta lo económico y material, parecía la atmósfera a la que estaban acostumbrándose después de los desastres de la última guerra. En nada parecía tocarlos porque la reorganización social iba fundamentalmente a lo normativo desde lo jurídico y las intenciones por más que tuvieran el peso de la ley los dejaba en la misma sensación de orfandad y de una impajaritable actitud resignada al destino que quisieran trazarle. Por lo menos mantenían en medio de las medidas con esa sensación de paz que regresa siempre con mayor ímpetu luego de las contiendas, y personajes polémicos y rebeldes de la talla de Uribe Uribe y Benjamín Herrera se mostraban satisfechos de su participación en el gobierno y en el camino que ellos compartían de lo trazado para darle una nueva faz a la república. Cada quien tenía la idea cierta que “casi todo estaba por hacerse, o por lo menos de rehacerse en términos de la creación de los fundamentos para poder entrar en la contemporaneidad y la empresa de reconstrucción nacional debía ser esencialmente reformista”.

Maximiliano Neira (1905-1907) y Luis Umaña López (1908-1909) estaban en su condición de gobernadores conectados al acontecer nacional, viendo con buenos ojos que el gobierno central estimulara a los cafeteros por cuanto este cultivo ya comenzaba a distinguir a la región y generaba una ocupación tan escasa por aquellos años, sin descontar aquí el ejemplo brindado de organizar los comerciantes. Nuevas fuerzas sociales surgían cumpliendo un papel de importancia y la sociedad de cultivadores del grano fundada en 1904 y convertida en Sociedad de Agricultores, tenía por lo menos desde la capital un espacio para ser escuchados. Lo claro al examinar el Registro Oficial e inclusive el Diario del Tolima o periódicos como La opinión, es que se observa cómo todo tenía el ritmo rutinario de decretos menores sin real trascendencia regional. En los medios señalados se despertaba el entusiasmo por las repetidas polémicas tanto de los conservadores rotulando que ser liberal era pecado, oficializado por la iglesia, o por los últimos clarificando que los godos no eran sino asesinos disfrazados y que debían prepararse seriamente para derrocarlos.

Gobernadores como Plácido Cárdenas en 191818 ceñían su obra en cambiarle de cabecera por ejemplo al municipio de Anaime,19 trasladando su población a San Miguel de Perdomo y Luis Vicente González, en 1920, se dedicaba a reconstruir el cuartel de Santa Librada, hacer reparaciones al palacio de gobierno, a la casa de justicia o al panóptico, a la construcción del cuartel de la guardia civil y al edificio para las oficinas públicas en el parque Manual Murillo Toro, aunque se rodeaba en sus nombramientos de personajes como el mismo Plácido Cárdenas en la secretaría de hacienda y Edmundo Vargas en Gobierno. Abel Casabianca, con su secretario de gobierno Rafael Dávila, en 1923, hacía bombo al hacer decreto de honores, por ejemplo al destacado ciudadano Fidel Peláez y trataba de concertar con la Asamblea, cuyo presidente era Alejandro Bernate con la secretaría de Adriano Tribín. Todos ellos, incluso Félix María Reina,20 buscaban figuras para su gabinete, incluyendo exgobernadores como está visto u hombres públicos de magnífica trayectoria al estilo del jurista David Rincón Bonilla o Julián Motta Salas que fueron sus secretarios, inclusive generales como Félix Navarro Tribín que ocupara su secretaría de hacienda. De todos ellos el nombramiento de alcaldes no recaía sino en agentes políticos que prevalidos de su autoridad cometían atropello, abuso y tiranía contra la población.

El general Abel Casabianca, gobernador desde el 31 de octubre de 1922 trató, como sus antecesores, de rodearse supuestamente bien con un gabinete decoroso y dándole espacio a otros como Francisco Rengifo, maestro en Piedras, a quien nombra secretario de educación, haciendo el mandatario lo que deseaba al aprovechar la división del parido liberal ante la renuncia del general Paulo E. Bustamante a la dirección de su partido, el que termina con un directorio plural encabezado por el general Leonidas Cárdenas, José Vicente Melo, Segundo Santofimio. Mauricio Jaramillo y Yesid Melendro como principales, con las suplencias de Josué Isaacs, Roberto Santofimio, Miguel Gordillo, el coronel Heladio Cárdenas y José María Serna. Así las cosas con auge de antiguos combatientes militares, quedaban facultados para preparar el futuro debate electoral.21 Para estos efectos, en 1923,22 la representación por el liberalismo del Tolima recae en Alberto Sicard, Rafael Camacho, José Joaquín Caicedo y Darío Echandía como principales, con la primera suplencia de Germán Iriarte, Rafael Díaz, Germán Alvarado y Gonzalo París Lozano, todos ellos un grupo de jóvenes que le dan sangre nueva a la organización rompiendo la barrera de coroneles y generales, constituyéndose en el futuro, luego de la Convención Liberal de 1922, en figuras que tendrían protagonismo nacional. A pesar de la notoria abstención en esa época porque se trataba de candidatos casi desconocidos, el éxito iba marcándose por cuanto los conservadores, según su lista de principales, estaba totalmente integrada por la familia Casabianca23: Abel, Agustín, Manciel y José María, caso atípico en cualquier elección y muestra de arrogancia. Entre tanto, Joaquín Ferreira, gobernador en 1923, hace esfuerzos para conjurar la gran crisis fiscal de la renta de licores del Tolima, optando entregar el monopolio de ellas, del tabaco y el degüello, bajo la medida inusual del arrendamiento a una compañía rematadora que los explote.24 De otro lado, el obispo de Ibagué, Ismael Perdomo, el día de la fiesta de San Bartolomé, patrono de Honda, el 24 de agosto de 1922, certificaba en todos sus sermones la eficacia de un jarabe antitísico que además era bueno para curar la gripa y los resfriados.25

 

La convención liberal de 1922

Un hecho demasiado notable ocurrido en la política del Tolima fue la cumplida por la Convención Liberal de 1922, donde en Ibagué se reunió lo más granado de la dirigencia nacional. Es precisamente el historiador Darío Ortiz Vidales quien escribe un libro sobre aquellos aconteceres e inclusive un nuevo ensayo en el Compendio de Historia de Ibagué26, donde relata de qué manera el ambiente político nacional tenía todo el ímpetu al enfrentar a las corrientes tradicionales de liberales y conservadores, los unos liderados por Benjamín Herrera y los otros por el partido de gobierno en cabeza del general Pedro Nel Ospina como candidato y del general Alfredo Vásquez Cobo para la Primera Designatura. “Era entonces un enfrentamiento entre las mejores charreteras de las dos colectividades”.27 Desde 1921, escribe Ortiz Vidales, se enviaban circulares con instrucciones precisas a los gobernadores para “alertarlos sobre una posible conspiración liberal”28 contra la que participaron de manera alevosa los miembros del clero. Cita Ortiz que “Desde Ibagué, el arzobispo Ismael Perdomo alzaba su voz para decir: “Todos saben que el candidato designado por la mayoría del Congreso fue el señor Pedro Nel Ospina. Por lo tanto, ni habría necesidad de insistir en que este es el candidato nacional. En consecuencia, sírvase hacer saber a los fieles, en mi nombre, que dejando a un lado toda división que pueda resultar peligrosa a los intereses generales, se unan al parecer de la mayoría del Congreso y se abstengan de entrar en combinaciones y coaliciones que puedan costar muy caro y atraer terribles responsabilidades ante Dios y La Patria.”29

Benjamín Herrera y sus seguidores no se dejaban provocar ante los constantes atropellos de sus adversarios, a pesar de los ataques continuos en medio del alcohol y arengas incendiarias, apaleamientos y golpes en medio de azarosos hechos violentos que se repitieron en diferentes partes de la república, incluyendo los asesinatos. Precisamente en la Convención Liberal de Ibagué se protesta por los hechos de sangre en el país, subrayando los cometidos en Natagaima, Chaparral, San Antonio y Santa Ana, “sin que el gobierno de la época se atreviera a negar estas inculpaciones”30. Frente a los atropellos, el general Benjamín Herrera “decidió entonces apelando a la fuerza del silencio, organizar una gigantesca manifestación, la más grande que hasta la fecha había existido en la capital de la república y recorrió, según los testigos presénciales, las principales calles de Bogotá en el más absoluto silencio en dirección al Palacio Presidencial para demandar garantías”31.

El caso es que en medio de compra o retención de cédulas sobre todo de sencillos ciudadanos y hasta multas como en Boyacá para quienes decían la intención de su voto por Herrera, el 12 de febrero, día de la confrontación electoral, las organizaciones obreras que eran fuertes en ciudades como Ibagué, entre otras, fueron derrotadas bajo la misma aplastante influencia de la iglesia. El resultado final, según los datos del gobierno, fue de 413.619 votos para el candidato conservador y de 256.231 por el general liberal, en una elección calificada como de “fraude monstruoso”.32 Cuatro días después de la derrota, dice Ortiz, la Convención Nacional Liberal, antes de clausurarse, ratificó la jefatura del general Herrera y designó a la ciudad de Ibagué como sede de la Convención Nacional de 1922, señalando que la mayoría de los máximos jerarcas de la colectividad se encontraban por fuera de Bogotá y por los años y achaques de estos veteranos jerarcas de las guerras civiles, era inhumano por la clase de caminos obligarlos a un traslado hacia otra parte que les demandaba un gran esfuerzo físico. Todos los grandes generales y comandantes curtidos en las guerras llegaron de todas las regiones, mientras que el Tolima estuvo representado por el “general Paulo Emilio Bustamante, combatiente invicto a órdenes del general Benjamín Herrera en las batallas de Aguadulce sobre el Istmo de Panamá, donde militó al lado del general Rafael Santos Varón, otro de los designados”33. En medio de tanto general hubo la presencia de eminentes juristas y pregoneros de la paz como el mismo Eduardo Santos, director y propietario del periódico El Tiempo, aunque la peregrinación sobre Ibagué atrajo a militantes rasos de todo el país.

Señala Ortiz que el directorio liberal del Tolima estaba integrado por el general Leonidas Cárdenas, el doctor Pedro Galarza y los señores Roberto Torres Vargas y Jorge Molano Molano, y hasta el mismo general Rafael Santos Varón, que aunque era oriundo de Ibagué, venía como convencionista de la Comisaría del Caquetá y fue comisionado por sus paisanos para que hiciera los honores como dueño de casa. “Desde el 24 de marzo empezaron a llegar a Ibagué las distintas delegaciones. Ese día, una abigarrada multitud esperaba en la estación del ferrocarril recién inaugurado…y en los mejores automóviles que se pudieron agenciar en la localidad, los huéspedes, en medio de las aclamaciones fueron conducidos hasta las instalaciones del hotel Europa -carrera 3ª con calle 13-, donde serían alojados la mayor parte de los integrantes a la convención y allí se les brindó una copa de champaña en su honor por cuenta del general Santos Varón. En ese acto social en representación de la minoría de la asamblea del Tolima, en frases vibrantes les dio la bienvenida el joven diputado Darío Echandía34

A medio día del 26 de marzo llegó el jefe supremo del partido a la estación del tren y en medio de festones, banderas y alegría se recibió al viejo general con una cabalgata encabezada por los generales tolimenses Enrique Caicedo, Echeverry y Santos Varón, al tiempo que estuvieron presentes los miembros del directorio liberal del Tolima y los delegados que se hallaban en la ciudad, para luego dar las palabras de bienvenida el general Miguel Santofimio. En la plaza de Bolívar, esperando a los recién llegados, más de 10 mil manifestantes se arremolinan y el recién graduado como abogado, Yesid Melendro, da la bienvenida en nombre de la juventud liberal de la ciudad. En la noche del 27 de marzo se hizo un concierto en el teatro Torres -hoy teatro Tolima-, donde se realizó la convención y ya el martes 28 de toda la geografía nacional habían atendido la cita 41 jefes del partido. A las tres de la tarde del miércoles 29 de marzo se inició el gran evento, donde entre muchos puntos de importancia que habrían de trascender, insistió el general Herrera en “la acción social que debía emprender el liberalismo en beneficio de las clases populares”35. Tras amplias deliberaciones se clausuró el día tres de abril y durante los cinco días de sesiones se aprobaron ocho acuerdos sobre temas organizativos y programáticos, además de varias resoluciones, mociones y proposiciones sobre diversos temas, entre las que se destaca la dirigida a las mujeres colombianas, hasta entonces excluidas del proceso político, pidiendo una legislación que las amparara dentro del matrimonio contra las dilapidaciones de sus bienes. Debe anotarse, dice Ortiz,36 que “el partido liberal al regresar al poder después de 45 años de ostracismo, una de las primeras preocupaciones fue la de cumplir la promesa hecha a las mujeres de Colombia por la Convención de Ibagué y fue así como consiguió la expedición de la Ley 28 de 1932 sobre Régimen patrimonial del matrimonio y le entregó a las casadas la libre administración de sus propios bienes”.

Al final de esta convención el partido liberal salió fortalecido programáticamente con fórmulas concretas, modernizaba su organización y se presentaba con opciones de poder, luego Benjamín Herrera expidió el Estatuto Orgánico del Partido, se presentó al Congreso del que estaban ausentes, mostró proyectos de ley “sobre derechos del obrero” y se limitaba la jornada laboral, se implantaban los primeros pasos para el Código Sustantivo del Trabajo, el accidente de trabajo, las habitaciones higiénicas para la clase proletaria, se establecía la fundación de la Universidad Libre, entre otras muchas conquistas. El presidente Pedro Nel Ospina (1922-1926) vinculó a destacados liberales en su gabinete y ya encarnando los anhelos populares se fundamentó su influencia y remozado alentó por esos años la seguridad de regresar al poder en forma clara.

 

Gobernadores y políticos

La política liberal en el Tolima la dirigían antiguos militares como los coroneles Segundo Santofimio y Mauricio Jaramillo, acompañados en sus convocatorias por generales y jefes del partido como Paulo Emilio Bustamante, Cuberos Niño y Caicedo Rocha, además de los coroneles Alfredo Varón y Manuel Víctor Urueña. La forma férrea en que ellos designaban a sus diputados les generaba críticas como la hecha en 1926 por sus opositores, por ejemplo en El Espinal,37 donde reunían su asamblea liberal radical para nombrar sus delegados en el directorio departamental, convocados democráticamente por el mismo coronel Santofimio a quien llaman dictador y caprichoso.38 Para poder elegir sus diputados bajo libre albedrío, ignoraba los ataques y se iba con críticas al gobernador de la época, Rafael Dávila, cuya administración calificaba de deficiente y se apartaban de las tesis del directorio nacional.39 Pero no sólo eso sino se dirige mejor a los rodeos que es necesario dar entre Honda e Ibagué donde para llegar se gastan 8 horas y existen apenas 6 mil pesos en el presupuesto.

En 1920, el gobernador Abel Casabianca fue blanco de innumerables críticas por lo negativo de su administración.40 A pesar de traer un bagaje como director del periódico El Nuevo Tiempo, haberse desempeñado como diputado y representante a la cámara y gerente del principal ferrocarril del país, tuvo ataques de sus opositores y contendores políticos al estilo de Laureano Gómez y frases desobligantes de Marco Fidel Suárez. Sus enfrentamientos le impidieron cumplir el sueño del ferrocarril al Quindío y fue especial en decretar más impuestos de lo normal.

En términos generales, para los gobernadores todo fue un ir y venir alrededor de debates y pequeñas acciones que creían redentoras por lo que despertaban misas y celebraciones, al estilo de las hechas a Félix A. Vélez en 190441 cuando es autorizado para solicitar al gobierno que no pagaran derechos de aduana las maquinarias con destino a los padres Salesianos, consultar a la asamblea para, a cuenta del tesoro departamental, otorgar pensiones alimenticias a estudiantes muy pobres en la región y de pronto metas positivas al reconstruir los llamados edificios de las escuelas del Tolima que habían sido dañados por el conflicto de la guerra de los mil días. De resto, decretos de honores como el hecho al coronel Adolfo Villota por haber sido combatiente de la guerra mencionada a pesar de ser ya viejo, sin olvidar agregarle territorio a municipios conservadores de entonces como Dolores y Alpujarra.

Ya para llegar a los años 30 del siglo XX, el Tolima continuaba soportando los mimos problemas económicos de diez años atrás y empezaban a formarse movimientos de restauración por las fracturas en la vida social de los más importantes centros de la población, ausentes de carreteables que no daban salida rápida a productos agrícolas perecederos.42

 

Dos líderes políticos de la oposición

Entre 1925 y 1927, dos tolimenses en particular habrían de dominar el protagonismo en la nación con una actitud política contestataria, tales los casos de Raúl Eduardo Mahecha, oriundo del Guamo y Manuel Quintín Lame que aunque era del Cauca hizo de la región su cuartel general de operaciones y hasta terminó muriendo en este territorio, precisamente en la población de Ortega el 7 de octubre de 1967. “Este agitador de la conciencia indígena, primero en el Cauca y luego en el Huila y el Tolima, tierra ésta en la que vivirá durante casi medio siglo hasta el último día”43, unido con el mismo Raúl Eduardo Mahecha en varias contiendas por la defensa de los derechos a la igualdad, cubre un período importante de nuestra historia política.

Como hechos públicos de trascendencia se organiza “La confederación obrera nacional”, que, como escribe Darío Ortiz Vidales44, “A pesar de las represiones padecidas, el 20 de julio de 1925, se instaló en Bogotá el Segundo Congreso Obrero presidido por Ignacio Torres Giraldo y con vicepresidencia del caudillo indígena Manuel Quintín Lame. Fue una de las asambleas proletarias más fecundas. Se creó la Confederación Obrera Nacional, C. O. N., la primera central que pretendía recoger la totalidad del incipiente sindicalismo colombiano y que controlada por sectores socialistas o pro-comunistas, pronto se afilió a la Internacional Sindical Roja. Se planteó que la lucha organizada no debía limitarse tan sólo a las ciudades, sino también extender su atención a los problemas agrarios e indígenas, e inició una acción encaminada a lograr la liberación de los presos políticos del régimen. Fue igualmente por aquellas jornadas cuando empezó a destacarse en el concierto nacional la figura protestataria de María Cano, elocuente luchadora de la causa popular, hasta el inicio de la década de los años 30. El movimiento huelguístico cobró un ritmo ascendente y sus peticiones se tornaron más concretas: Jornada laboral de ocho horas, descanso dominical remunerado y construcción de escuelas para los obreros. En noviembre del año siguiente y luego de una exitosa gira de María Cano por el centro del país, donde una de las más “sonadas” fue la de Ibagué, se reunió el Tercer Congreso Obrero bajo la presidencia de Torres Giraldo, con las vicepresidencias de María Cano y Raúl Eduardo Mahecha y la secretaría para Tomás Uribe Márquez. El indígena Quintín Lame no pudo asistir, pues por aquellas calendas, como de costumbre, se encontraba prisionero. Desde antes de la instalación de este Congreso, ya estaba en la mente de casi todos sus organizadores, la idea de crear un partido político autónomo que le diera un respaldo de masas a las luchas obreras para permitirles superar el anarco-sindicalismo que hasta entonces las inspiraban. Y en efecto, del seno de esa asamblea proletaria surgió la determinación de fundar el Partido Socialista Revolucionario, como colectividad que se encargara de agrupar a todos los trabajadores colombianos. Esta agrupación política, desde los primeros días de su fundación dio demostraciones de una gran combatividad. A diferencia de los intentos de organización obrera que antes habían señalado el camino, el Partido Socialista Revolucionario se distinguió por su radicalismo en los planteamientos y en la acción. El bautizo de fuego que recibió esta organización recién fundada, ocurrió apenas a los dos meses de su constitución como nuevo partido y fue la huelga en las petroleras de Barrancabermeja, dirigida por el conductor socialista Raúl Eduardo Mahecha. El estado de alarma que se originó a raíz de estos hechos entre la burguesía nacional que consideraba inminente la insurrección proletaria, llevó al gobierno a expedir el Decreto 707 de abril de 1927, llamado de “Alta Policía” y a promover en las Cámaras Legislativas la aprobación de la “Ley Heroica”, una especie de “Estatuto de Seguridad” de aquella época. Pero la represión casi siempre violenta que se ejercía contra toda manifestación de inconformidad de las clases trabajadoras, convenció a muchos líderes del joven Partido Socialista Revolucionario, de que la única salida posible ante esta situación, era la de conspirar en la preparación de la insurgencia armada, encontrándose allí Raúl Eduardo Mahecha al lado de quienes encabezaban a los socialistas en la preparación del estallido insurgente. Se inició la fabricación secreta de bombas al estilo de las utilizadas en la guerra del 14 en Europa, sobre todo en el taller del conspirador Ernesto Rico en Bogotá y desde allí se remitían en cajones a diferentes lugares del país. El maestro Luis Vidales, en inolvidables tertulias bohemias recordaba con humor aquellas andanzas juveniles. Los ingenuos conjurados, contaba el poeta, se comunicaban candorosamente entre sí por medio de los hilos telegráficos que controlaba el Gobierno y utilizaban claves infantiles. Una de esas comunicaciones “secretas” dirigida desde la población tolimense del Líbano al C. C. C. en Bogotá, por ejemplo, decía: “Nos llegaron las papas. Punto. Se les olvidaron las mechas. Punto”. En el mes de noviembre de aquel mismo año 28, dirigida por Raúl Eduardo Mahecha, quien actuaba en forma descoordinada con las instrucciones recibidas del C. C. C., se precipitó la huelga general en la Zona Bananera de la región del Magdalena, contra las arbitrariedades que cometía contra sus trabajadores, la empresa norteamericana United Fruit Company. El régimen conservador se había puesto a órdenes de los intereses imperialistas. La Zona Bananera fue militarizada y la Jefatura Civil y Militar recayó sobre el General Carlos Cortés Vargas. El 5 de diciembre, todos los huelguistas fueron convocados a la ciudad de Ciénaga, pues, según se les dijo, el Gobernador del Magdalena llegaba para darle solución justa al conflicto. Pero en la madrugada el día 6, el General Cortés Vargas en avanzado estado de embriaguez, ordenó leer del Decreto Número 4 firmado por él mismo, y “y en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala”. La multitud entre dormida, quizá no entendió nada de lo que estaba ocurriendo, pero algunos alcanzaron a lanzar “vivas” a Colombia y al Ejército, cuando el General Cortés Vargas ordenó a los nidos de ametralladoras instalados previamente, que entraran en actividad. Fue una madrugada de espanto. Lo que ocurrió en aquel trágico amanecer ha sido descrito en forma magistral por Gabriel García Márquez, en “Cien años de Soledad”. Esta masacre alucinante, sacudió la sensibilidad nacional. Se arreciaron los ataques al Gobierno responsable y en acalorados debates en el Congreso, Jorge Eliécer Gaitán en violentas requisitorias, asumió la acusación de los homicidas. El régimen Conservador, quedó herido de muerte. A todas estas, la represión contra los conspiradores del Partido Socialista Revolucionario se arreció, muchos de los complotados del C. C. C. con Tomás Uribe Márquez a la cabeza, cayeron prisioneros y el plan de insurrección quedó desarticulado. Sin embargo, mandos inferiores pretendieron perseverar en su empeño y desesperados, fijaron el 28 de julio de 1.929, como la fecha en la cual debía iniciarse el alzamiento nacional. Todo estaba coordinado con un pronunciamiento que debía precipitarse aquel mismo día en Venezuela encabezado por el General Arévalo Cedeño, pero éste se vio obligado a aplazar sus planes y entonces el C. C. C. dio a sus conjurados una orden similar. Sin embargo, ésta no alcanzó a llegar a todos los comprometidos y en algunos lugares del Tolima, Santander, Cundinamarca, Boyacá y el Valle, se produjeron insurrecciones aisladas. Las más importantes se presentaron en la población santandereana de La Gómez y en la región tolimense de El Líbano, donde contingentes “bolcheviques” encabezados por Pedro Narváez, Segundo Piraquive e Higinio Forero, se hicieron al control de la situación por algunos días. Pero asediados por la fuerza pública y, desconectada unos de otros, los brotes insurgentes se fueron apagando y solo algunos sobrevivientes se organizaron en guerrillas para defender la vida. El Partido Socialista Revolucionario había fracasado con sus tácticas insurreccionales. Decapitado, pues la mayoría de sus dirigentes se encontraban en las cárceles o debían emprender el camino del exilio, pretendió sin embargo, dar una última manifestación de vida y en las elecciones de 1.930, lanzó una candidatura presidencial, con resultados deplorables. El triunfo favoreció al candidato liberal Enrique Olaya Herrera y así se dieron por terminados 45 años de hegemonía conservadora.

La inconformidad indígena como bien la llama Darío Ortiz Vidales y que está tratada en su ensayo sobre los conflictos sociales,45 empieza a manifestarse por la actitud generalizada de injusticia contra ellos e inician primero la lucha los aborígenes del Cauca con un caudillo que viaja hasta Quito para estudiar las Cédulas Reales de los Resguardos de su región, basados en su espíritu legalista de Lame, quienes bajo su mando realizaron tomas armadas y “Como era de esperarse, cuando se conoció en los medios oficiales, vino una gran movilización de tropas de línea y gendarmería sobre la región, Quintín Lame se replegó con su gente, pero el operativo militar logró coparlo y el caudillo indígena y muchos de sus seguidores fueron capturados. El prisionero “fue ultrajado a culata y martirizado salvajemente por la policía y luego, colgado de la cola de una bestia, entró a Popayán”. Comenzaba para Manuel Quintín Lame un calvario en su larga y accidentada trayectoria. Con el tiempo sería encarcelado 108 veces, según su propia afirmación. Sin embargo, su bandera para reivindicar las tierras de los indios, se fue extendiendo a otras regiones del país. En mayo de 1917, en un resumen sobre noticias provenientes del Tolima, decía la prensa de Popayán: “En los distritos de Ortega, Chaparral, Natagaima y Coyaima, especialmente a orillas de los ríos Cucuana, Tetuán y Saldaña, es numerosísimo el elemento indígena. Ellos se nombran periódicamente un gobernador, cuyo nombre no recordamos, es un indio joven, inteligente y de algunos conocimientos; pero el verdadero jefe de esos indígenas es Pantaleón Chaguala Izquierdo, uno de los de Yaguara”. “Desde hace algún tiempo se habla entre estos indígenas de un levantamiento general para rescatar las tierras y prender fuego a la notaría de Chaparral, donde están protocolizados los títulos de propiedad de los blancos sobre las tierras disputadas por el elemento indígena. En enero del presente año recibieron comunicación del indio Lame y celebraron algunas juntas muy numerosas en el campo, parece que con el fin de acordarse para secundar al caudillo indio del Cauca en sus proyectos de restauración indígena”.

Acosado en su natal Cauca por la represión oficial, a los pocos años Quintín Lame decidió trasladar su campo de operaciones a tierra tolimense, sobre todo en las regiones de Ortega, Coyaima, Natagaima, Ataco y Chaparral y empezó a organizar a su gente equipada con “pocas armas de fuego, pero que disponen de bastantes machetes y otros elementos de trabajo”, informaba la prensa de la época. Teniendo como segundo al indígena José Gonzalo Sánchez, y según informaba el diario “El Tiempo” de Bogotá: “Las autoridades de Ortega comunican que los indios han asumido actitud hostil, pues atacan a los transeúntes habiendo herido ya a algunos e interrumpiendo el libre tráfico, pues Lame declaró a Ortega en “Estado de Sitio”. Los jefes Lame y Sánchez dictaban conferencias subversivas, en las que el primero volvía a declararse jefe supremo de todos los indios de Colombia”. En agosto de 1923, Quintín Lame se trasladó a Bogotá con el propósito de entrevistarse con el Presidente de la República, el General Pedro Nel Ospina, quien debía gestionar la devolución de las tierras, que según su opinión, habían sido arrebatadas a los aborígenes. A su regreso al Tolima fue puesto preso por las autoridades del Guamo, sindicándolo de diferentes delitos y con el propósito de minar el respeto que por él sentían sus seguidores, dispusieron que se le cortara la abundantes y larga cabellera que le cubría la nuca y que era característica del cacique de Tierradentro y el Tolima.

En el último año del gobierno de Carlos E. Restrepo (1910-1914), fue asesinado el 15 de octubre el ya famoso caudillo y jefe del liberalismo Rafael Uribe Uribe en las gradas del capitolio nacional. Lo hicieron con hachuelas Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal, sin que ninguna investigación, como ha ocurrido siempre en Colombia, haya dado con los asesinos intelectuales del prócer nacional. Para entonces la sorpresa fue inmensa y generalizada y sobre este ejemplar protagonista del país se siguieron en adelante sus idearios como principios del partido liberal. El detalle de su periplo tiene en el libro de Eduardo Santa46 a su mejor biógrafo, y fue este un sonado magnicidio que radicalizó a las huestes de su partido. En el Tolima, los seis gobernadores fueron Manuel A. Ferreira (1910), Julio M. Escobar (1911), Eduardo Posada (1911), Francisco Tafur (1912), Leonidas Cárdenas (1913) y Ramón Jaramillo (1914).

Don Marco Fidel Suárez, (1918-1922) jefe de la unión conservadora, mediante préstamos en medio de la crisis fiscal y con el descenso progresivo de las rentas luego de la guerra mundial de 1917, adelantó algunas carreteras en el departamento y el 7 de enero de 1921 se estrenó el ferrocarril hasta la ciudad de Ibagué. Como precisamente lo plantea Molano,47 “Si se exceptúan las áreas cafeteras del occidente, el paisaje agrario colombiano parece haber cambiado poco entre el término de la Guerra de los Mil Días y mediados de los años veinte. Entre 1910 y 1925 el área total cultivada aumentó en forma importante, al pasar de 920.000 a 1.471.000 hectáreas lo que representó un incremento del 59.8%. En este mismo lapso, el área dedicada a cultivos de exportación pasó de 139.000”. Para entonces el departamento que tenía su fuerza como región ganadera con reses venidas de Antioquia y el Valle, comenzó a cumplir con su vocación agropecuaria, hasta el punto en que la inmensa mayoría de su población se encontraba en estas labores que habrían de darle al Tolima su impronta dentro del panorama nacional. A lo largo de su mandato fueron cinco los gobernadores que desfilaron por el departamento. Ellos fueron Luis Vicente González (1918), Edmundo Vargas (1919), Luis Vicente González (1919), Abel Casabianca (1920), Rafael Dávila (1921-1922).

En esta época ocurren hechos que comienzan a darle un nuevo rostro a la política y a la nación porque son los años donde en 192048 se oficializa el actual Himno Nacional, fallece en 1921 el general y expresidente Rafael Reyes, mueren en Bogotá en 1928 el general Jorge Holguín y Marco Fidel Suárez y podría decirse que comienza la terminación de aquellas figuras que dominaron el país como anunciando un tiempo diferente. Ya después de la guerra de los mil días, precisamente en 1907 cuando empieza el funcionamiento de la escuela militar, llega cinco años después la situación de que los hombres no van al ejército de manera espontánea alentados por sus patronos de las haciendas o los directorios políticos, el deseo espontáneo de lucha o el nacimiento enconado de las pasiones políticas, sino que rige el servicio militar obligatorio en 1912. Pareciera que cierto orden tomara vuelo y el comienzo de ese siglo XX quisiera reconstruir la memoria de los hechos que nos configuraron, hasta el punto que en 1902 se funda la Academia Colombiana de Historia, se reorganiza el territorio creando nuevos departamentos y se funda la Federación Nacional de Cafeteros en 1927.

 

Miguel Abadía Méndez: 1926-1930

Miguel Abadía Méndez, el último presidente de la hegemonía conservadora, consolidó el desprestigio de que gozaba ya entre las amplias masas el desgastado partido conservador. Además, como bien lo dice Santos Molano,49 “su gobierno fue “calificado de “molondro” incluso por sus copartidarios y no pudo controlar episodios de corrupción que desembocaron en la protesta general de los ciudadanos. El 9 de junio la policía disparó sobre los manifestantes y mató al estudiante Gonzalo Bravo Pérez, lo que fue el puntillazo a la hegemonía conservadora”.

Como está dicho en un principio, el nacimiento de Abadía en el municipio de Coello fue apenas una circunstancia, por cuanto sus preocupaciones como gobernante nunca tuvieron al Tolima entre sus cuentas. Es más, en los dos primeros años de su administración, entre los 48.9 millones que consiguió en préstamo, la minucia le tocó a su tierra. Dentro de su política “que subrayaba con claridad la desigualdad regional para participar en la danza de los millones, Antioquia acumulaba el 48%, y otros cuatro departamentos el porcentaje restante: Cundinamarca 24%, Caldas 15%, Valle 8% y Tolima 5%”.50

Frente a quien representaba todo lo tradicional y retardatario y que acudía a la represión para tratar de calmar los brotes de rebeldía que coterráneos suyos como Raúl Eduardo Mahecha encabezaban, no tuvo prudencia sino alevosía para ir en contra de las nacientes organizaciones socialistas a lo largo y ancho del país, dándose casos en el Tolima como “la del 22 de septiembre de 1927 cuando un juez de Honda encarceló a 17 delegados a un Congreso socialista que se efectuaba en la Dorada”,51 ver con buenos ojos la enconada defensa de la iglesia para esos procederes liderados por Monseñor Ismael Perdomo y hacer cuanto fuera necesario para reprimir por ejemplo a los Bolcheviques de El Líbano. La huelga de las bananeras y el crimen masivo que está en parte relatado en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez y la Casa Grande de Álvaro Cepeda Samudio, fueron otros ingredientes que le dieron a su gobierno una imagen atroz.

Respecto al departamento que mucho se enorgullecía de su origen, en particular los conservadores, algunas obras debían quedarle al Tolima. El gobernador Rafael Dávila (1924-1926) que inició su mandato, pero en particular Félix María Reina Rengifo (1927-1930) que excepcionalmente frente a sus antecesores mantuvo como ninguno todo el tiempo de su período en una estabilidad para ese cargo nunca antes vista en el departamento, gestionaba su presencia en obras de gobierno, aunque asesores suyos le aconsejaron que no “molestara tanto” porque podían cambiarlo. No faltan los analistas que advierten que el gobernador duró tanto tiempo porque él ni siquiera se acordaba de su existencia. De todos modos Abadía no podía pasar en blanco y dentro del plan general de obras públicas le quedó al Tolima el aeropuerto de Mariquita, la construcción de la carretera Armenia-Ibagué y Cambao-Bogotá. De otra parte, adelantó el ferrocarril del Tolima hasta Neiva que llegó a Villavieja y construyó puentes como el ferroviario sobre el río Magdalena en Girardot y el puente sobre el río Saldaña, al tiempo que estableció el servicio telefónico a larga distancia directo con Bogotá desde Ibagué y el telégrafo sin hilos. Lo claro es que Abadía es el único tolimense que “pudo pasearse durante 35 años continuos por casi todos los ministerios, la magistratura, las Consejerías de Estado, la cátedra y el parlamento”,52 siendo de muchas maneras el hombre de confianza del conservatismo que lejos estuvo de cultivar sus propios votos ni jefatura alguna como para no despertar celos ni problemas de indisciplina y ser una especie de carta dentro de la manga para acomodarlo a cualquier situación. Políticamente “el voto unánime del conservatismo durante las elecciones de 1926, en las cuales no se presentó otro candidato de ningún partido, lo llevó a la presidencia de Colombia,”53pero conformar un gabinete exclusivamente con gentes de su fracción política ante la negativa de los liberales para ingresar al gobierno, comenzaron a generarle una atmósfera de oposición desde el principio porque, mientras él simultáneamente dictaba cátedra desde el mismo palacio, revisaba sus conferencias de derecho constitucional o economía política y hacía algunos capítulos adicionales a su libro de prosodia Latina que había publicado en 1904, e inclusive se le veía preocupado por otro de los temas de sus libros como La pronunciación clásica del latín, el país se derrumbaba poco a poco. Con él y gracias a las circunstancias provocadas que no tenía en cuenta por seguir escribiendo “Escenas evangélicas” y tranquilo por el respaldo de la iglesia y el partido conservador, se construyeron los sucesos que llevarían al partido liberal al poder, luego de su mandato.

 

Periodismo y política

A lo largo de estos 30 años entre renuncias de presidentes y encargos de otros, comenzaron a circular en el país periódicos como el diario El Tiempo en 1911, El Espectador, primero semanario que se convierte en diario en 1913, (dos años después comienza a publicarse en Bogotá),54 sale la revista Cromos en 1916 y empieza su historia La Patria de Manizales en 1921. En la región, aunque apenas con trascendencia local, puede decirse que durante la hegemonía conservadora hubo en el Tolima un apogeo de periódicos donde está claramente establecida la pelea ideológica, política y religiosa que se operaba en ambos bandos. Ahí está lo que Camilo Pérez Salamanca llama “el periodismo de los clericales furibundos y el de los come curas de palabra”.55

Tal vez en ninguna otra parte como en estos medios de comunicación pueda medirse la alta temperatura política en que se debatieron los tolimenses como para seguir enfrentando los ya viejos pleitos que dividieron a la colectividad del país y desde luego a la del departamento. Allí se ofrecían las razones de lo que nos ha fragmentado multiplicándose y dando testimonio de las tensiones y conflictos proporcionados al interior de cada una de las segmentos. Dice el mismo Camilo Pérez que “En medio de un periodismo profundamente clerical, surgió El Cronista, de los librepensadores, bastante come curas. Además del Boletín de Guerra, Revolución y El Salto, en los treinta años de hegemonía conservadora, aparecieron Libertad y Orden en 1901, Registro Oficial en 1903, El Combeima, del mismo año, Letras y El Renacimiento de 1905, este último de Ernesto Saravia Meneses, la revista Tropical en 1906, entre cuyos fundadores está el profesor y filólogo Manuel Antonio Bonilla, El Nuevo Tolima, 1907, El Judicial 1908, El Boletín Diocesano del obispo de Ibagué 1908, Gaceta Departamental 1908, Revista Tolima, bajo la dirección del poeta Martín Pomala en 1909, y en el mismo año Revista Escolar y La Cohesión, dirigida por Mariano Melendro Serna. Para 1910 surgieron El Centenario, Hojas Sueltas, cuyos responsables fueron los sacerdotes José Maria Calvo y el clérigo López y la Gaceta Departamental. La Unión 1912, anales de la asamblea 1912, El Cronista, fundado por Aníbal Quijano Gómez, El Dardo y El Orden en 1913, La Acción Social 1914, El Municipal de Ibagué 1914, El Debate fundado por Enrique Vélez, El Anunciador 1916, La Defensa 1917, El Correo del Tolima 1919, El Carmen 1923, Revista Penal 1928, Boletín de la Contraloría del Tolima en 1930, lo mismo que La Voz de Centro, editado en el Guamo por Sixto Meneses y el poeta Julio Rincón Bonilla, además de Catequesis que fue famoso porque lo voceaba “Pericles“ quien creía que el partido conservador era el partido de Dios y que El Cronista se editaba en los infiernos por hombres demonios que vomitaban fuego.

En medio de toda esta eclosión frente a una sociedad que tenía altos niveles de analfabetismo, sobresale, particularmente, como bien lo señala Camilo Pérez Salamanca, 56 “el semanario El Cronista, crítico, incisivo, audaz, anticlerical, en una ciudad acostumbrada a un periodismo confesional…. El director fundador de El Cronista, el libanense Aníbal Quijano Gómez, se inscribió como librepensador crítico de la tiranía y reunió a su alrededor a lo más granado del pensamiento liberal: Alberto Castilla Buenaventura, Segundo Santofimio, Enrique Isaacs y Carlos Carvajal, entre otros. El Cronista fue atacado sin piedad por el clero de Ibagué, ofreciéndose las arremetidas desde los púlpitos y los periódicos como Hojas Sueltas dirigido por el sacerdote José María Calvo, donde pedía a sus lectores arrojar los perros muertos a los solares de las casas de los sacrílegos de El Cronista. Hojas Sueltas publicó a finales de julio en 1914 este texto: Leer El Cronista es pecado57:

“…es bueno que sepan los católicos que no se puede leer El Cronista, sin pecar, ni enterarse de los cables que informan noticias de guerra mundial, si quieren leerlas, ahí esta el diario El Debate, periódico serio que sí se puede leer. Un periódico prohibido como el Cronista no se puede leer sin caer en pecado. Un periódico prohibido no se puede leer así traiga novenas de santos58.

En el periódico Hoja impreso en la imprenta católica de Ibagué, que se repartió entre marzo y abril de 1913, la diatriba católica contra el Cronista y los liberales se debió a que este periódico publicó un “suelto” con colaboración de uno de sus lectores en el que decía, que la única y verdadera divinidad creadora del universo era Dios. Ninguna escritura sagrada le ha dado a los sacerdotes, la representación en la tierra del arquitecto universal. No se deben adorar pinturas, ni esculturas de santos, que podrían ser hasta arte pero no divinidad celestial. Pedirle a un santo no pasa de lagartearle al que no es. Ni siquiera la virgen, que es un ser histórico, madre de otro ser histórico.

Este suelto encolerizó al clero y contestó en “Hoja” que repartió en Ibagué Purificación, Neiva y Gigante “…católicos concentristas (el término se le endilgaba a una de las dos fracciones en que estaba dividido el partido conservador, el directorio concentrista lo acaudillaban Luis Virgen González, Maximiliano Neira Diago, Manuel Antonio Bonilla, avivados por monseñor Ismael Perdomo; la otra vertiente conservadora estaba liderada por el general Adriano Tribín Murcia y Lázaro Cárdenas.) Roguemos a Dios que vengue dignamente los ultrajes hechos a la santísima virgen María, por los sacrílegos liberales de los demonios del Cronista, que estos impíos sean castigados. Que alejen estos presitos de las urnas electorales, que castigue con rayos del cielo o la lepra aterradora de la tierra, que los hunda para siempre en el fuego del infierno59. En la edición de El Cronista de esta época se denuncia que los Hermanos Maristas entregaron a los niños una pequeña oración titulada La Bandera Azul es la bandera de Dios. “…si mis padres me impiden ser conservador los odiaré. Los abandonaré si necesario fuere, a fin de andar por el buen camino y salvarme, Señor ten compasión de mi padre, de mi madre y mis hermanos que andan por el mal camino, detesto al partido liberal y quiero vivir y morir bajo la bandera azul que es la bandera de Dios…”60. En 1915, Aníbal Quijano Gómez entregó al Círculo Liberal de Ibagué el periódico y aunque continuó como director, se vincularon a él Enrique Vélez del Partido Republicano donde fundó el diario El Debate, primer diario que conoció Ibagué y Mariano Melendro del mismo partido donde había fundado Cohesión. La iglesia intentó excomulgar a Enrique Vélez, Aníbal Quijano, Alberto Castilla, Segundo Santofimio y Carlos Carvajal. Al iniciar la campaña de la construcción en Ibagué de la primera escuela laica en 1917, 77 niños fueron excomulgados por haber sido matriculados en la escuela Manuel Murillo Toro de los librepensadores. Según registra El Cronista61, al año siguiente se matricularon cien niños a pesar de la excomunión“…El Cronista entre 1911 y 1916 fue dirigido por Aníbal Quijano, entre 1916 y 1922 dirigido por Enrique Vélez, en 1922 y 1924 estuvo a cargo de Alberto Castilla y después del maestro hubo una directiva dual entre Rafael Díaz Martínez y Luis López Díaz, quienes fueron remplazados por Cesáreo Rocha Castilla y Lucas Molano Daza, los que dirigieron el semanario hasta 1930. En 1927 el Cronista denunció una serie de anomalías en el gobierno de Félix Maria Reina. En retaliación, el gobernador y el secretario de gobierno encarcelaron al periodista Julio Ocampo Vásquez. El Cronista protestó ante el gobierno local y nacional por este abuso y contó con el apoyo de El Tiempo y El Espectador que se solidarizaron por los atropellos a los periodistas del Tolima. Intervinieron ante el presidente de la república Miguel Abadía Méndez, Segundo Santofimio, presidente del directorio liberal del Tolima y Nemesio Camacho, presidente nacional del partido liberal, a más del abogado del periódico Alfredo Gómez Díaz. El presidente dictó el decreto # 707 de 1925 con artículo único que decía: “…Para garantizar el orden público y la seguridad social, en ningún caso se extiende para los efectos de prensa…”, El periodista Julio Ocampo Vásquez alcanzó la libertad con este decreto y salió como héroe al ganar la batalla contra el gobernador y su secretario de gobierno. El Cronista igualmente organizó una campaña de destitución contra el gobernador Félix Maria Reina y su secretario de gobierno David Rincón Bonilla. Obtuvo un resonante triunfo al lograr la remoción de los funcionarios por parte del presidente de la república. Las libertades del periodista, la celebración con banda, voladoras, tertulias y editoriales. El cronista desaparece en 1934 y vuelve florecer en 1962 en una sociedad de la que hacían parte Rafael Caicedo Espinosa, Rafael Parga Cortés, Diego Castilla Duran y Pablo Casas Santofimio, entre otros, llegando hasta 1974 cuando fue asfixiado económicamente por las peleas politiqueras en la región62.

El cruce de culturas y concepciones bajo el mismo espacio y la responsabilidad específica de cada bando donde no parecía desplegarse la mediación reflexiva, deja ver la política que surgía como el único deporte de masas donde se daba apenas la construcción de un escenario de pugnas para imponer razones y al lado simplemente arrumados aguardaban los temas de interés para el avance sobre el subdesarrollo galopante. La tradición y la renovación encarnaban dos grandes boxeadores produciendo y reproduciendo en la vida cotidiana un conjunto de prácticas siempre vecinas de la intolerancia. La dinámica del conflicto no transformaba en lo fundamental la sociedad de entonces, sino la dejaban en un marco complejo que al fin y al cabo generó, ya no la muerte en los combates de las guerras recientes sino, la violencia expresada en las beligerancias y la emergencia singular de la distancia mutua cada día mayor. En gran síntesis, las propuestas de alguna manera ciegas entre la desconfianza y el miedo en medio de un clima de jornadas alternas, dejaban palpar que la práctica social nadaba sin detenerse en el mar del sectarismo y entre la libertad y el miedo. Semejante panorama de movilizaciones heterogéneas no dejaron propiciar la creatividad y en el Tolima no se reclutaban sino esas ideas exaltadas, mientras la pobreza y la desigualdad general se imponían flagrantemente combatiéndola sólo en los discursos y en los artículos que consignaban los periódicos. Por alguna razón, tal realidad no los conmovía en serio como para transformarla y sólo los temblores que sacudieron al país en 1917 pudieron haberlos hecho sentir que todo era inútil y nada había seguro realmente sobre la tierra. La inseguridad en cada esquina de las visitadas por los pobres o los ricos, dejaban que la crisis se disparara a todos los rincones, inclusive hasta en la financiera donde se quebró el mismo Banco López y fue necesario acudir a las misiones extranjeras, tal como sucedió en 1923 con la encabezada por Edwin Walter Kemmerer y su grupo gringo de economistas avezados “que ya habían hecho trabajos similares en Chile y Brasil, vinieron a Bogotá y estructuraron en el curso de cuatro meses una reforma financiera cuyo principal resultado fue la creación del Banco de la República, la Contraloría General y la Superintendencia Bancaria”.63 De la crisis por lo menos salía algo positivo que serviría al país en el futuro y comenzaba a crearse el clima propicio para sólo querer transformaciones reales, las que llevarían a la modernización de Colombia a partir de la república liberal.

1 Santos Molano, Enrique, Revista Credencial Historia, edición 172, abril de 2004

2 Deas, Malcolm, Del poder y la gramática, Tercer Mundo Editores, 1993, página 28

3 Idem, op cit

4 Idem, op cit, página 33

5 Ídem, op cit

6 Ídem, op cit

7 Londoño Vega, Patricia, Religión, Cultura y Sociedad en Colombia, Fondo de Cultura Económica, 2004

8 Pardo Rodríguez, Carlos Orlando, La educación en el Tolima, Manual de Historia del Tolima, Pijao Editores, 2007

9 Torres, Eduardo, Geografía del departamento del Tolima, 1ª edición, 1923, Imprenta departamental, página 9

10 Ídem, página 10

11 Vergel, José Antonio, Pomala, su sangre y su canto, Ecoe Ediciones, 1990, página 41

12 Lemaitre, Eduardo, Nueva Historia de Colombia, Editorial Planeta, 1989, Tomo I, Historia Política 1886-1946, página 141

13 Montoya Marín, Gustavo, Apuntes bibliográficos de Nicolás Esguerra, 1984, trabajo inédito, páginas 36-37

14 Martínez Delgado, Luis, Historia Extensa de Colombia, Academia de Historia, Tomo X, página 138

15 Vélez, Humberto, Nueva Historia de Colombia, Planeta 1989, Tomo I, página 187

16 Santos Molano, Enrique, ídem, op cit

17 Lemaitre, Eduardo, Reyes, Editorial Iqueima, 1952, páginas 261 a 263

18 Registro oficial, octubre 17 de 1918, año 20, Nº 573

19 Ordenanza número 18 del 6 de abril de 1916

20 El Gladiador, Serie 4, año 8, Honda, martes 9 de noviembre de 1926, Nº 401

21 La Palabra, bisemanario independiente,. Honda, año II, miércoles 1 de noviembre de 1922

22 La palabra, Honda, Nº 207, sábado 12 de mayo de 1923

23 La Palabra, Honda, Nº 208, mayo 16 de 1923, año III

24 La Palabra, Honda, Año III, mayo 26 de 1923, Nº 211

25 La Palabra, Honda, Año III, 30 de mayo de 1923

26 Ortiz Vidales, Darío, La Convención liberal de 1922, Compendio de historia de Ibagué, Tomo I, 2003, Academia de Historia del Tolima, páginas 421 a 448

27 Ídem, página 422

28 Ídem, página 423

29 Ídem, página 423

30 Ídem, página 424

31 Ídem, página 425

32 Ídem, página 426

33 Ídem, página 428

34 Ídem, página 430

35 Ídem, página 435

36 Ídem, página 442

37 El Gladiador, Honda, serie 4, año 8, sábado 25 de diciembre de 1926, Nº 440

38 El Gladiador, Honda, 3 de febrero de 1927, Nº 468

39 El Gladiador, Honda, lunes 3 de enero de 1927, Nº 441

40 Heraldo Liberal Ibagué, septiembre 26 de 1925, número 8

41 Registro oficial, año 18, julio 2 de 1904, Nº 948

42 La opinión, Girardot, abril 23 de 1928

43 Pardo Rodríguez, Carlos Orlando, Protagonistas del Tolima Siglo XX, Pijao Editores 1995, página 335

44 Ortiz Vidales, Darío, Conflictos sociales del Tolima, Manual de Historia del Tolima, Pijao Editores, 2007

45 Ortiz Vidales, Darío, Conflictos sociales del Tolima, Manual de Historia, Pijao Editores, 2007

46 Santa, Eduardo, Rafael Uribe Uribe, un hombre y una época, Ediciones Triángulo, Bogotá, 1962

47 Santos Molano, Enrique, Revista Credencial Historia, edición 172, abril de 2004

48 Se oficializa el Himno Nacional mediante ley 33 del 18 de octubre

49 Ídem op cit

50 Colmenares, Germán, Ospina y Abadía: la política en el decenio de los 20, Nueva Historia de Colombia, editorial Planeta, 1989, Tomo I, página 255

51 Ídem, op cit, página 258

52 Pardo Rodríguez, Carlos Orlando, Protagonistas del Tolima Siglo XX, Pijao Editores, 1995, página 27

53 ïdem,op cit

54 Arteaga Hernández, Manuel y Arteaga Carvajal, Jaime, Historia Política de Colombia, Editorial Planeta, 1999, página 477

55 Pérez Salamanca, Camilo, Historia del periodismo Tolimense en Manual de Historia del Tolima, Pijao Editores, 2007

56 Ídem, op cit

57 Hojas Sueltas. Ibagué 28 de julio de 1914.órgano de la arquidiócesis de Ibagué .impreso en la imprenta diocesana

58 Ibíd.

59 Hoja. #61.20 de marzo de 1913

60 El cronista. 20 de marzo de 1913

61 Ibíd.

 

62 Pérez Salamanca, Camilo, El periodismo en el Tolima, Manual de Historia del Tolima, Tomo III, Pijao Editores, 2007

63 Santos Molano, Enrique, ídem, op cit

El autor presenta agradecimientos al académico Pedro Bernardino Rubio por sus datos de archivo que fueron de mucha utilidad para algunos apartes de este trabajo.

 

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