LA GUERRA DE LOS MIL DIAS EN EL TOLIMA
Por: Carlos Eduardo Jaramillo C.
La historia militar de Colombia siempre ha transitado por los polvorientos caminos del Tolima, y la Guerra de los Mil Días no fue su excepción.
Su ubicación, en el centro de la república, lo hacía un tránsito obligado para todos los destinos. Su frontera con el Río Magdalena y el puerto de Honda o arranca plumas, como se llamó hasta bien avanzado el siglo XX, constituía el lugar donde atracaban los buques, era el último puerto y camino obligado hacia y desde la capital para todas las mercancías tanto importadas como producidas en el país. Era el río la arteria que conectaba la capital con el resto del mundo. Su paso por las tierras del Tolima hacía de este departamento zona estratégica para cualquier contienda y en gran medida lo hermanaba con Cundinamarca.
Su capital, Ibagué, arrinconada contra las estribaciones de la cordillera central, era para finales del siglo, y en general para finales de cualquier siglo de su historia, una ciudad provinciana, sin lujos ni ostentaciones donde la riqueza pasó de largo.
Concluyendo el siglo XIX este pueblo, de mayoría liberal bajo la hegemonía conservadora, hervía de actividades “secretas” muy bien conocidas por sus oponentes. La preparación que hacían los liberales de un nuevo pronunciamiento1, con el que darían inicio a la última guerra civil del siglo XIX y la primera del XX, era vox populi. Inclusive muchos conservadores lo estaban alentando, como era el caso de los llamados Históricos, vertiente conservadora liderada por Carlos Martínez Silva, que veía con buenos ojos las razones liberales para emprender una nueva empresa militar.
La actividad de los liberales Ibaguereños y en general la de todos sus centros poblados, aun aquellos con fuerte presencia conservadora como Neiva2 era febril y apuntaba más hacia sus zonas rurales que hacia sus centros poblados. En estos lugares, donde el gobierno tenía guarniciones o unas administraciones muy activas políticamente, se le dedicaba una especial atención a los movimientos de los jefes liberales, particularmente de los llamados Guerreristas,3 y los informantes cumplían una febril actividad. En las poblaciones los conservadores bullían por encima y los liberales por debajo. Las reuniones secretas de los conspiradores se limitaban a discutir las noticias que de manera tardía y subrepticia les llegaban de la Dirección Liberal, más que a trasladar armas o preparar golpes de mano. En el caso del Tolima gran parte de estas actividades se centraban en su capital y allí en la casa que la familia Montealegre4 tenía sobre el marco de la plaza de Bolívar, esta era como la sede del Estado Mayor liberal. Los mensajes iban y venían disfrazados de quehaceres cotidianos, escondidos en tabacos, disimulados en las trenzas de las mujeres, cosidos a sus corpiños o perdidos en los vericuetos de la memoria.
Los más beligerantes confiaban en que el liberalismo tolimense respondería masivamente a su llamado de guerra, como había acontecido ya varias veces en el pasado, la última apenas cuatro años atrás.5 Y no les faltaba razón para pensar en esto, ya que la juventud liberal hervía de ganas de emprender la aventura de una nueva guerra, puesto que en la del 95 se había quedado ensayada. La guerra fue tan breve y la derrota liberal tan fulminante, que a la gran mayoría de ellos les quedaron la fanfarria y los oropeles de la guerra porque jamás vieron la sangre. Al liberalismo lo derrotaron antes que la mayoría de sus soldados conocieran los rigores de una campaña. Su moral combativa quedó intacta, por lo que siguieron consintiendo sus sueños de que la guerra los convertiría en héroes.
Todos estaban esperando la hora del desquite, sin hacer mayores esfuerzos por acopiar armas, pues se había tomado a piejuntillas la frase con que Carlos Enciso respondía a quienes, en las discusiones previas al conflicto, argumentaban la carencia de armas para emprender la lucha, diciéndoles que “En las revoluciones, con sorpresa de los actores, surgen rifles como tiples en las fiestas de los pueblos”6.
En lo que respecta a Ibagué había un personaje que muchos consideraban determinante para cuando empezaran a sonar los tiros, este era Tulio Varón, quien si bien no era un reconocido jefe liberal si era un hombre que de guerra en guerra había venido escalando grados militares. En la eventualidad de un nuevo conflicto, el reconocimiento de su jefatura militar por las gentes de las regiones de Doima, Gualanday y Piedras, ponía en sus manos el cerrojo militar de la capital del Tolima. Y así aconteció. A excepción del General Ramón Chávez que luchó sobre la cordillera en la región de Anaime y que algunas veces inquietó la guarnición conservadora de Ibagué, fue Tulio Varón el verdadero terror, que se tornaba en pánico cuando hacía dupla con el General Ramón Marín o Sandalio Delgado. Su audacia, carisma, y conocimiento milimétrico del llano del Tolima y de la Meseta de Ibagué le permitieron poner en jaque todas las fuerzas conservadoras que se movían en la región, propinarle grandes derrotas, y embestirle a la ciudad en varias ocasiones. La Guerra de los Mil Días en Ibagué y su zona de influencia están indisolublemente ligadas al accionar militar de Tulio Varón.
Treinta y nueve años tenía este cuando se inicia la guerra y desde los dieciséis no se había perdido ninguna, iniciándose como voluntario del Batallón Vezga que al mando del general Aníbal Galindo, tomó parte en la guerra de 1876.
Para la Guerra de 1895, Tulio ya no se enrola en ninguna fuerza, ahora forma su propio cuerpo armado, donde los ibaguereños son parte fundamental, pero la fugacidad de esta contienda no le permite mejorar su grado de Coronel, con el que había terminado la guerra del 85.
Cuando la noticia del inicio de la nueva guerra llega a Ibagué, Tulio estaba allí, en la casa de Fernando Montealegre, su suegro7, esperando noticias. Tan pronto se entera, a todo galope parte hacia sus propiedades por el camino de cometierra, entrando como una tromba a su hacienda Colombia, en las goteras del Mercado de Doima8. Su mayordomo, como todos los mayordomos de las haciendas liberales del Tolima, estaba atento a la noticia, habían reunido pólvora, municiones y herramientas que podían servir para iniciar la nueva guerra.
Comenzó entonces en todo el Tolima una actividad la febril aunque desacompasada, por entrar en la contienda. Desacompasada ya que los conflictos al interior de la Dirección Liberal habían permitido que poco antes del inicio llegara un telegrama que se tuviera calma y que se esperaran las ordenes de la dirección antes de iniciar la guerra. Este telegrama que para muchos fue un acto de traición y lo llamaron el telegrama mortal, hizo que a muchos liberales los tomara por sorpresa el inicio de las operaciones militares.
Superada esta fase de desconcierto, la tarea inicial fue la de desenterrar las armas escondidas en pasadas guerras, las más de las veces en medio de los corrales del ganado, bajo las cercas de piedra o en los zarzos de las casas. Muchos fueron los ejércitos que se esfumaron del imaginario liberal cuando se encontraron que los arsenales con que se les daría vida, estaban convertidos en masas amorfas de hierros oxidados debido al clima y la premura con que se habían ocultado. Los que fueron precavidos y cubrieron con grasa animal sus armas, previo a su ocultamiento, ahora, ansiosos, encendían fogones con grandes calderos llenos de agua para hervir en ellos las armas y retirarles la grasa protectora.
En el Tolima, como en el resto del país, se repitió la vieja historia que desde la propia independencia había caracterizado la formación de los ejércitos en todas las guerras, estos estaban al mando y se formaban en torno a los llamados hacendados-generales, a quienes el historiador Fernando Guillén M., define como gentes que “no eran importantes por comandar los ejércitos, sino que comandaban los ejércitos por ser previamente importantes y dominadores.”9
Varios fueron los hacendados-generales que salieron a sus haciendas para conformar fuerzas irregulares con sus mayordomos, administradores, trabajadores, clientelas políticas y servidumbre. Pero de todos ellos, Tulio junto con Ramón Marín (el Negro Marín) fueron tal vez los más destacados guerreros liberales que de manera casi permanente lucharon en las tierras del Tolima. De los dos, fue el único que realizó la mayor parte de su campaña en las inmediaciones de la capital del Tolima y de hecho fue el único que hizo serios intentos por tomársela aunque la mayoría de ellos en compañía de Marín, pero con la insistencia de Tulio. Marín sentó sus cuarteles en el valle del Magdalena, principalmente en la jurisdicción de Ambalema.
El peso de las autonomías regionales y locales, alimentado por la descentralización y fortalecido en el trasiego histórico de los Estados Soberanos, se hizo patético a la hora de designar los conductores de la guerra en el Tolima, particularmente después de la temprana muerte el General Vicente Carrera10. Veterano General, que sin mayor discusión había sido designado para mandar las tropas de la región.
La presión de la Dirección Liberal por designar los generales se enfrenta con los criterios y las ambiciones locales. Como siempre, la Dirección se impuso pero las brazas de los inconformes siguieron ardiendo hasta la conclusión del conflicto. Los jefes locales aceptaron los generales nombrados desde la capital, pero los obedecieron poco. Se repetía aquí, como a todo lo largo de nuestra historia, la máxima de la Colonia: La ley se obedece pero no se cumple. Sólo en contadas ocasiones y bajo la sombra de indiscutibles figuras del partido liberal se logró unificar fuerzas suficientes como para poder hablar de un ejército. El Tolima fue particularmente proclive a mantener los poderes y las autonomías locales que plagaron la región de pequeñas guerrillas que sólo obraban en conjunto por mutuo consentimiento y por periodos breves de tiempo, normalmente el indispensable para cumplir alguna acción específica.
El Tolima junto con Cundinamarca fueron departamentos donde proliferaron las guerrillas de manera más insistente. La experiencia de las guerras pasadas y la difícil topografía con valles ardientes y malsanos o con abruptas cordilleras no fueron terreno propicio ni para la operación de ejércitos numerosos ni para el desarrollo de operaciones militares de tipo convencional. Mal contadas, en el Tolima operaron 80 grupos de guerrillas liberales y 10 de conservadores, a más de las fuerzas específicas del gobierno o de los liberales
La guerra en el país se tornó crucial cuando los liberales perdieron el dominio del río Magdalena que habían conquistado con relativa facilidad con un golpe de mano dado a la flota del gobierno fondeada en Barranquilla, a la que le tomaron cinco unidades y con ellas el dominio de la más expedita vía para conectar al centro del país con el resto del mundo. El abuso del alcohol por los capitanes liberales antes de consolidar su triunfo le permitió al gobierno, en pocas horas, no solo hundir los buques tomados por lo liberales sino recuperar el dominio del río. A este hecho, y en parte como consecuencia del mismo, los ejércitos liberales congregados en Santander, tomado por estos como epicentro de la guerra, perdieron una importante fuente de suministro, debilitando sus fuerzas, hecho al que estos le adicionaron errores tácticos y estratégicos en tal abundancia que los llevaron a desperdiciar el triunfo de Peralonso. La derrota definitiva de los ejércitos liberales en Santander fue el lógico resultado de tantos yerros e improvisaciones. Perdido Santander, el peso de la guerra se traslada al centro del país; Tolima y Cundinamarca; a la costa norte, Magdalena y Bolívar; a Panamá; y al Cauca en su parte centro y sur occidental.
El puerto de Honda en la rivera tolimense del río, último puerto al que sin interrupciones se podía llegar desde Barranquilla y la cercanía con la capital de la republica, principal objetivo estratégico de la guerra, hicieron de Cundinamarca y Tolima un centro de operaciones militares de fundamental importancia. A esto se agrega el hecho que una vía alterna para entrar hombre y pertrechos del exterior hacia el corazón del país era la del río Orinoco en Venezuela para luego desviar por el río Meta, que llevaba al piedemonte llanero en el sur del Tolima, lo que hoy corresponde al Municipio de Uribe (en el Huila). Esta fue la vía por la que luego escaparon muchos hombres que no quisieron aceptar la derrota y los acuerdos de paz y por donde llegó, entre otros, el General Avelino Rosas, después de su aventura libertaria en Cuba.
En estas fuerzas del centro del país surgieron muchos generales y oficiales que por razones de poder político y riqueza sobre poblaron las filas liberales. Tan evidente fue este fenómeno que cuando llegó a las tierras tolimenses el ya citado General Avelino Rosas,11 se encontró con que en estas había tantos oficiales como soldados. Hecho que lo llevó a proponer, con ironía, que se formaran dos cuerpos, uno de oficiales y otro de soldados. Iniciativa que le ganó la animadversión de los poderosos, obligándolo a salir del centro del país para ir a luchar a la frontera con el Ecuador, donde encontró la muerte. Sin embargo, hay que indicar que la proliferación de generales no fue un monopolio del liberalismo, el conservatismo también lo padeció y la sabiduría popular tomó nota de ello y lo plasmó en una copla que dice:
“El Gobierno no hizo mal
con Perdomo al ascenderlo
pues no sobra un General
donde es general el serlo.”
Esta copla se refiere al general Nicolás Perdomo, oriundo del sur del Tolima. Hombre que junto con el General Toribio Rivera, también de esta región, fueron los más encarnizados perseguidores de las guerrillas liberales del Tolima. Aquí el gobierno aplicó a la letra el adagio popular que dice que no hay cuña que aprieta más que la del mismo palo, y le dio esta tarea a los generales conservadores del sur del departamento. Luego, este esfuerzo fue premiado por el general Rafael reyes cuando después de la guerra, como Presidente, reformó la distribución territorial del país y le quitó al Tolima su parte sur convirtiéndola en el hoy Departamento del Huila.12
El paso de Rosas por el Tolima, aunque efímero, marcó el rumbo de la guerra e influyó profundamente en sus hombres. Rosas transmitió a las guerrillas un manual de operaciones irregulares conocido como Manual para el combatiente irregular, recogido de su experiencia en la guerra de independencia cubana. El citado manual se conoce en Colombia con el nombre de Código de Maceo, y está compuesto por 31 puntos de una admirable sencillez. De él, y a manera de ejemplo, extractamos algunos apartes: “I. El objetivo del guerrillero es tan sólo molestar, sorprender y destruir. 2. No tomar jamás licor, ni desgastar el tiempo y las fuerzas en placeres. 3. No gastar nunca una cápsula en balde (…), 4. No dejarse sorprender jamás (….), 12. No se deje atrás nunca nada que pueda utilizar el enemigo (...), 14. Los nombres de los guerrilleros deben ocultarse (...), 20. Los movimientos rápidos valen más que los combates, 21. Casi siempre se puede repetir un golpe (…). 28. Desechar a los cobardes y a los viciosos, a los crueles y a los sanguinarios... “.13 Sabios principios que se han puesto en práctica durante todos los periodos de violencia que han continuado azotando al país desde finales de la Guerra de los Mil Días. Hoy las FARC y el ELN los ponen en práctica con la misma frecuencia que lo hicieron los guerrilleros liberales hace más de cien años. Tal fue la influencia de Avelino Rosas en Tulio Varón, que cuando este constituyó la Columna Ibagué, uno de sus batallones lo denominó Rosas, en honor a este general.
Ibagué, como todas las capitales fue dominada por el gobierno, limitándose el liberalismo a emprender esporádicos intentos por dominarla. Para Tulio Varón, más que para cualquier otro liberal tolimense, la toma de su ciudad fue una obsesión, obsesión que sazonada con aguardiente lo llevaría a la tumba.
La dificultad en las comunicaciones, la indisciplina y las ambiciones encontradas hicieron imposible que de manera consistente el liberalismo pudiera constituir en estas tierras un verdadero ejército. Hubo intentos, y siempre hubo un Jefe de los Ejércitos del Centro que comprendía los departamentos de Cundinamarca y Tolima,14 principalmente las áreas constitutivas del Valle del Magdalena y las cordilleras que lo enmarcan. Aristóbulo Ibáñez fue tal vez el más destacado de estos junto con Ramón Marín (a. El negro Marín). En general, y como ya se advirtió, los ejércitos que operaron en el Tolima se constituyeron por adición de fuerzas, con propósitos específicos y por tiempo determinado, para lo cual las amistades, compadrazgos y simpatías entre los jefes jugaron papel decisivo.
La guerra en el Tolima fue principalmente tarea de una constelación de guerrillas que logró inquietar y en ocasiones hacer importante daño militar a los ejércitos conservadores. Gracias al arrojo de sus hombres y a la destreza en el manejo del machete, comparable únicamente a la mostrada por los negros caucanos, se generó en el enemigo un impacto psicológico que ancló muchos batallones en las zonas urbanas y convirtió la movilización de otros en verdadero calvario. Las fuerzas antioqueñas que llegaron a combatir al Tolima, que no fueron pocas, distribuían su profundo terror entre las fiebres y cuartanas, endémicas en el valle del Magdalena, y los afilados machetes de sus guerrilleros.
Gracias, principalmente a las acciones cumplidas por las tropas de Ramón Marín y Tulio Varón, las guerrillas del Tolima se hicieron legendarias y su sólo enunciado hacia temblar a sus enemigos. Dos acciones cumplidas por Tulio Varón en el Tolima fueron determinantes para justificar el pánico que despertaba en sus contrarios.
La primera de ellas se cumplió en la noche del Viernes Santo de 1901 en el Hotel Mi Casa, en el sitio conocido hoy como el Alto de Gualanday. Allí, rodeada de palmeras, había una posada que operaba bajo el pomposo nombre del Hotel Mi Casa, sitio obligado de descanso para quienes viajaban entre Girardot e Ibagué, trayecto que normalmente requería de dos jornadas si se deseaba evitar la canícula insoladora del medio día. En esta casa sin lujos, que aprovechaba las brisas frescas que se desplazan por el cañón del río Coello, se acuarteló ese día el Batallón Pagola, compuesto de antioqueños que habían llegado a estas tierras sólo bajo el acuerdo que serían asignados a la guarnición de Ibagué y no se les sacaría a campaña en los llanos del Tolima.
Esa noche, iluminada únicamente por los constantes relámpagos de esas tormentas implacables que sólo se ven en el Valle del Magdalena, los antioqueños se entregaron al sueño arrullados por un remedo de diluvio y amparados en su fe cristiana que les hacía creer que nadie sería capaz de cometer el sacrilegio de matar en Viernes Santo. Los guardias buscaron refugio y amparo de los rayos, quedando todo el batallón enclaustrado en el Hotel mi Casa. Tulio pensaba diferente y llevaba entre sus hombres al Coronel Vidal Acosta, combatiente formidable que había nacido y crecido en esta propiedad, de la que conocía hasta sus más recónditos secretos, con él planeo el asalto. El filo de sus machetes les cayó sin piedad cuando empezaba a nacer el Sábado de Gloria. Para evitar errores y poder distinguir al enemigo entre las tinieblas, le hizo quitar la camisa a sus hombres, con lo que a estos sólo les bastaba con tocar el torso de quienes atiborraban la casa y descargar el machete donde tocaban tela. Esa noche no se oyeron más que lamentos y chasquidos de machete cortando cartílagos y despedazando huesos. Cinco soldados dejó escapar Tulio Varón para que contaran la historia y expandieran el miedo. El clima obligó a que los muertos fueran sepultados en los aledaños, razón por la que después de mediados del siglo XX los agricultores del vecindario se cansaron de ver las osamentas que revolcaban los arados de sus tractores, recuerdo trágico del Batallón Pagola.
El segundo ataque fue aún más pavoroso y estuvo ligado con el primero, ya que el gobierno tomó la decisión de acabar con la guerrilla de Tulio Varón que ahora, fortalecida, llevaba el nombre de la Columna Ibagué, constituida por los Batallones Conto y Rosas. Seis mil soldados movilizaron los del gobierno para tender un anillo alrededor del Mercado de Doima e irlo cerrando hasta aniquilar a Tulio. Los conservadores tomaron como eje las haciendas cercanas. Allí se ubicaron las tropas del general Aguilar, reforzadas por el Batallón Briceño y el Escuadrón Vigías de Gualanday; los Timbicos15, comandados por el general Toribio Rivera y allí se situaron haciendo de cerrojo sobre la margen izquierda del Magdalena, desde Coello hasta Vindí. Nicolás Perdomo se desplazó para cubrir el sector derecho del mismo río, desde Girardot hasta Guataquí; en el norte se situaron las tropas del general Pompilio Gutiérrez, reforzadas por las guerrillas conservadoras de Briceño (Hoy Anzoátegui) y Santa Isabel, que se hicieron descender para cubrir la línea de Caldas (hoy Alvarado) y el río Alvarado; quedando el camino hacia Ibagué taponado por los batallones de esta capital.
La táctica era coger dentro del anillo a Tulio Varón junto con las guerrillas de Caldas, Guataquí y La Vega de los Padres, comandadas respectivamente por Nicolás Cantor, Sandalio Delgado y Pastor Anchique.
Varón, que había quedado por fuera del cerco, en lugar de planear una retirada hacia Ambalema o pasarse a la orilla cundinamarquesa del Magdalena, inició el análisis de la táctica gobiernista para tratar de sacarle la mayor ventaja a su conocimiento de la zona y al apoyo generalizado de sus pobladores. Así fue como ideó un plan que, expresado en su lenguaje coloquial, consistía en hacer lo del zorro: "Colarse en el gallinero, matar las gallinas y salir huyendo".
Como el plan era ambicioso, por decir lo menos, Tulio busca a Ramón Marín16 para pedirle apoyo. Este, después de escucharlo y de considerar temerario su proyecto, se abstiene de concurrir personalmente pero autoriza para que lo secunden, al Escuadrón Ricaurte de Coello y a las guerrillas de Nicolás Cantor y Sandalio Delgado. Iniciado su movimiento el 30 de agosto, a su paso por Piedras la fuerza se detiene para contarse y saber que eran 400.
Nunca imaginó Tulio que esa noche, cuando atravesaba la población de Piedras, simultáneamente cruzaba el umbral de la historia militar de Colombia. El asalto que se cumpliría horas más tarde, al amanecer del 31 de agosto, sería el más contundente y brillante de nuestra fecunda historia bélica y pondría al general Varón entre los más hábiles de nuestros luchadores irregulares.
De acuerdo a lo planeado, sigilosamente, haciendo brechas en las cercas de piedra, las guerrillas liberales se meten al centro del anillo tendido por el gobierno, donde nadie los esperaba. La casa de la hacienda El Verdal, donde estaba el general Aguilar y su gente, fue atacada por el Rosas, dando con sus descargas inicio al combate, justo cuando el resto de las tropas liberales ya estaban agazapadas alrededor de las demás haciendas, en cuyos corrales y casas acampaba el núcleo principal del ejército conservador. El Conto atacó la casa de la Rusia Nueva, el Ricaurte y la guerrilla de Sandalio Delgado dieron cuenta de quienes estaban en El Trincadero y la casa de La Porra. Finalmente, un grupo especial atacó las fuerzas acantonadas en la casa de la Hacienda Colombia, hacienda, que como ya lo anotamos, era propiedad de Tulio Varón.
Seis horas duró el combate y en él murieron entre 550 y 1.150 hombres17. Para comparar la contundencia de este combate bástenos decir, que a excepción de la batalla de Palonegro, donde se enfrentaron durante quince días consecutivos dos ejércitos de más de diez mil hombres cada uno, no hubo en toda la Guerra de los Mil Días otro combate en el que murieran más hombres que este, conocido como el combate de La Rusia, nombre tomando de una de las haciendas del lugar.
Cuenta la historia que cuando Tulio emprendió la retirada y habiendo llegado a una pequeña elevación que le permitía observar el movimiento de las tropas conservadoras que le seguían de cerca, uno de sus lugartenientes, temeroso, lo urge para que abandonen el lugar, a lo que Tulio le responde, acomodado entre dos piedras mientras se tomaba un respiro: “Tranquilo compadre, que a esos los atajan los muertos”. Y así fue, con la luz del sol el pánico de ver tanto destrozo hizo que los conservadores, con precipitud, recogieran los muertos o los pedazos que de sus hombres habían dejado los macheteros liberales y los ocultaran en los rastrojos, los tiraran en las depresiones del terreno o en hoyos que mineros extraviados o buscadores de guacas habían cavado en la zona18.
Todo este ambiente de terror tuvo un efecto directo sobre la vida de los ibaguereños y en general de los tolimenses. El Gobierno decidió cobrar venganza con muchos de sus ciudadanos liberales. Los impuestos, los gravámenes y las exenciones se multiplicaron, las cárceles se llenaron de presos, y las torturas y castigos se hicieron más frecuentes.
Las tropas conservadoras atemorizadas se atrincheraron en las poblaciones y los víveres empezaron a escasear, especialmente entre los pobres y las familias liberales. Así en unos pueblos que de por sí era pobres, la miseria se hizo más patética que nunca.
El siguiente es un extracto de un extenso listado de prendas empeñadas durante el mes de julio de 1902 en el Montepío que la señora Maria González de P. tenía en la ciudad de Ibagué19.
NOMBRE | NOMBRE DE LAS ALHAJAS | FECHA | PLAZO | CANTIDAD PRESTADA | INTERES | CUOTA MENSUAL |
Francisco Rengifo |
Una enagua |
11 |
1 mes |
12 |
0.6 |
2.4 |
Jacinto Rodríguez |
Una camisa |
18 |
1 mes |
6 |
0.3 |
1.2 |
Candelaria Espinosa |
Un calzón |
5 |
1 mes |
13 |
0.35 |
1.4 |
Rosa Bolaños |
Una enagua |
22 |
1 mes |
3 |
0.15 |
0.6 |
Eloy Castellanos |
Una enagua |
20 |
1 mes |
10 |
0.5 |
2 |
Rosa Lozano |
2 varas de diagonal |
18 |
1 mes |
12 |
0.6 |
2.4 |
Jesusa Arce |
Una ruana |
12 |
1 mes |
8 |
0.4 |
1.6 |
Rosa Vargas |
Un pañolón |
26 |
1 mes |
5 |
0.25 |
1 |
Eliseo Gutiérrez |
Una enagua |
13 |
1 mes |
10 |
0.5 |
2 |
Romualdo González |
Un pañolón |
22 |
1 mes |
10 |
0.5 |
2 |
Francisca Ruiz |
Un sombrero |
28 |
1 mes |
25 |
1.25 |
5 |
Jesús Campos |
Una chaqueta |
19 |
1 mes |
10 |
0.5 |
2 |
Emperatriz Molano |
Un calzón |
14 |
1 mes |
10 |
0.5 |
2 |
Estefanía Clavijo |
Una funda |
11 |
1 mes |
3 |
1.5 |
0.6 |
María Paris |
Dos chalecos |
6 |
1 mes |
11 |
0.55 |
2.2 |
El listado anterior es una muestra valiosa de la situación por la que pasaban los habitantes de la ciudad. En este año, el último de la guerra, con casi todos los hombres en las filas de los dos bandos o marginados de la vida productiva rural y recogida en la ciudad, correspondía a las mujeres sobrellevar las responsabilidades económicas del hogar20. Enclaustrados en la capital del Tolima, los conservadores parasitaban en la lánguida burocracia o subsistían dedicados a los menesteres más variados, en tanto que los liberales vivían escondidos o llevando una vida discreta y marginal. Con la miseria tocando la puerta, las mujeres debieron apelar a la venta o empeño de sus haberes, primero de las joyas, después de los objetos de valor de las casas (espejos, mesas, camas, vajillas, cubiertos, etc.) y finalmente, como en la fecha del listado, de las cosas menos valiosas, más íntimas y personales. Entre la lista de los objetos empeñados no hayamos ninguna joya. El 80% corresponde a prendas de vestir de uso cotidiano (no hay abrigos21, estolas o paños). La mayor parte de lo empeñado son enaguas, calzones, zapatos, tazas, chinelas, fundas, tiples, tenazas, planchas y paraguas. Ampuloso resulta por lo demás el título de “Nombre de las Alhajas” que se le da en el documento a la columna donde se consignan las miserias empeñadas. Este es lógicamente un formato de empeño que responde a mejores momentos de la ciudad.
Lo precario del empeño es el reflejo de la angustia económica que padecía la gente, donde la mayor suma prestada llega a los treinta pesos22, estando el promedio en los ocho. Montos que poco significan en un país donde la inflación había hecho que el peso, que al inicio de la guerra se cotizaba a la par del dólar, ahora costara menos de medio centavo americano. En un país donde el gobierno había desbocado la máquina de imprimir billetes que salían a la circulación sin respaldo, al punto que estos no cabían en las bóvedas de los bancos, debiendo habilitarse pisos enteros para depositar allí estas montañas de papel sin valor.
El interés declarado por el prestamista es del 240% anual que se cobraba semanalmente, muy similar al pago diario que hoy los paramilitares han instaurado entre los más necesitados de Colombia. El hecho que el documento base de estas reflexiones sea el requerido oficialmente por la administración municipal para el control de la usura y el pago de impuestos, permite pensar que los intereses reales eran mucho más elevados, y que el libro presentado a las autoridades no es más que parte de la doble contabilidad tan común en los comerciantes del país.
Pocas familias escaparon en la ciudad a la aterradora miseria del momento, nótese que en listado aparece el nombre de Bethzabé Varón, madrina de matrimonio de Tulio Varón junto con Jorge Isaacs, empeñando una chaqueta por el monto de seis pesos. La pobreza de Bethzabé es también indicativo que los jefes de la guerrilla tampoco hacían fortunas con la guerra, al contrario, muchos de ellos sostenían a sus hombres con la venta de sus propios bienes, tal fue por ejemplo los casos de Ramón Marín, José Joaquín Caicedo, Juan de la Rosa Barrios y Cesáreo Pulido. Sin embargo, la guerra sí enriqueció a muchos, a los funcionarios del gobierno, a los usureros y a un enjambre de negociantes que surtían a los combatientes y compraban bienes, semovientes y objetos a menos precio, por lo que eran llamados Pasteleros y Manoteadores.
Toda la capital y los pueblos del Tolima fueron un hervidero de consejas y de intrigas donde las mujeres liberales se reunían subrepticiamente para deshilar sábanas y convertirlas en una especie de gasa para curar sus heridos en la guerra. Igualmente imponían la moda de nitrar las carnes para su conservación, ocultando así la compra masiva de sales de nitro en las droguerías, para mandarla a las guerrillas a fin de que con ellas pudieran fabricar la pólvora negra, con la que hacían bombas y recargaban cartuchos. Con el nitro, el carbón vegetal molido en fino polvo y con el azufre que los indígenas del Cauca extraían de las faldas del Puracé, muchos fueron los tolimenses que produjeron pólvora, armados con el Manual del Polvorista, fungiendo de alquimistas, enterrados en cuevas. Tal fue el caso del más destacado de estos: Florencio Duarte, que desde Purificación surtía de pólvora a las guerrillas del Tolima. Su trabajo le hizo merecedor del título de El Polvorero de la Revolución. Esta pólvora tenía para los combatientes un valor más espiritual que militar, pues su lenta combustión no sólo prolongaba el tiempo entre la presión del gatillo y la salida del disparo, sino que era frecuente que la velocidad del proyectil fuera tan lenta que su trayectoria se podía seguir con la vista.
Mientras esto hacían las mujeres liberales, las señoras conservadoras hacían novenas y procesiones para evitar que el engendro demoníaco del liberalismo ganara la guerra.
Los hombres liberales que permanecieron en las poblaciones se convirtieron en fantasmas que rara vez pisaban las calles. La travesía por entre solares de amigos se convirtió en ruta para reuniones donde se escuchaban noticias, se atendían pedidos, se pasaban informes de inteligencia y se impartían instrucciones de guerra. Muchos de estos hombres eran retenidos constantemente por las autoridades para imponerles multas de guerra, a fin de sostener las tropas del gobierno, así, su vida transcurría entre la reclusión en las cárceles y la madriguera en que habían convertido sus hogares.
Algunos conservadores se hacían Mazamorreros o Manoteadores. Otros se dedicaban a la burocracia, a mantener vigente su poder político y a cerrar filas con la iglesia a fin de que los púlpitos no dejaran apagar la fe ni silenciar los fusiles del gobierno. Otros se dedicaban al paramilitarismo encarnado en los batallones de cívicos, que como su nombre lo indica, eran civiles que cumplían labores de apoyo al ejército. Estos grupos de civiles armados se tornaban particularmente activos en los ataques a los centros poblados, donde no sólo combatían al lado de las fuerzas del gobierno, sino que eran quienes pillaban y remataban a los heridos del enemigo. Uno de estos, un Chosca, como se llamaba a los indígenas de Coyaima, quien combinaba su colmenar y su huerta con el oficio de cantor religioso, y que era reconocido por su gusto por velar a los agónicos, fue un siniestro personaje que se peleó con la muchedumbre para ganarse el oscuro privilegio de ser el primero en descargar su machete en la frente de Tulio Varón, quien, indefenso, se desangraba en el andén empedrado de la calle 14 con carrera 5ª, en su último intento por tomarse la capital del Tolima
En las poblaciones de una marcada mayoría liberal, los conservadores siempre se mantenían inquietos pensando en el levantamiento y en los ataques populares, por lo que una de sus misiones fundamentales era la de mantener intimidados y vigilados a todos sus contrarios, tareas en que todos los conservadores se hacían uno.
La obsesión de Tulio Varón y en general de las fuerzas liberales que operaban en el valle del Magdalena y los llanos del Tolima por tomarse la capital del departamento, se convirtió en un espanto que con frecuencia recorría las calles de la ciudad y le serviría de excusa al gobierno para justificar todos sus abusos y mantener acogotados a sus contrarios.
Después de las aterradoras victorias de La Rusia y el Hotel Mi Casa, el eco de disparos o el sonido de cornetas liberales desenfundaban el pánico en la ciudad y ponía el corazón de unos y otros a latir al galope del infarto.
Cuatro veces las circunstancias tornaron este espanto una amenaza cierta.
La primera ocurrió el 8 y 9 de junio de 1900. En ella participaron los dos jefes y sus fuerzas de manera conjunta, sumando 600 hombres. Informados que la ciudad estaba prácticamente desprotegida debido a la salida del Batallón Palacé, deciden embestirle a la guarnición. Con buenas armas y pertrechos, con más hombres que quienes defienden la plaza, buscan adicionarle a su fuerza el temor reverencial por la artillería, simulando poseer una poderosa batería de cañones, que no era cosa distinta de guaduas forradas en tela negra movidas sobre cureñas. Para desgracia de los liberales en la noche del 7 de junio entra a la ciudad el Batallón Tambo,23 pero aunque se les informa del hecho, los liberales siguen adelante con su plan, pues aun así mantenían superioridad numérica sobre el enemigo. El combate fue feroz y duró dos días, terminando en una derrota militar. Según lo relata el jefe conservador a cargo de la ciudad, José Maria Tobar, el Secretario de Gobierno, el combate se inicia en El Papayo24 y para enfrentarlo se procede a armar a todos los empleados y a los civiles que acudían a prestar su concurso. La defensa, según el informe, recayó en 380 militares y 80 empleados y ciudadanos. Se estableció una línea de defensa que iba desde El Amé hasta el ángulo oriental del panóptico, incluido su edificio que era una verdadera fortaleza. Dos piezas de artillería se colocaron en las bocacalles de la casa de Guillermo Vila y del Colegio San Simón. En una pieza alta de la casa de Cayetano Ferro, lo mismo que en la torre de la iglesia, se ubicaron francotiradores civiles y militares. Al no poder contener al enemigo que avanzaba por el barrio Pueblo nuevo y que había copado las lomas aledañas a El Papayo, los defensores se repliegan a sus líneas. Avanzado el primer día, los liberales llegan hasta las bocacalles donde estaba instalada la artillería que dispara varias salvas, en tanto que de manera simultánea atacaban los cuarteles, pero fueron rechazados en todos los frentes. En la noche intentaron asaltos nocturnos que también fueron neutralizados. El día 9 Marín y Varón reciben el apoyo de la guerrilla de Anaime, que ataca desde Cerrogordo extendiendo sus tiradores hasta el morro que domina el panóptico. En la tarde el gobierno decide pasar a la ofensiva y ordena al coronel Mosquera que cargue a la bayoneta contra quienes ocupan solares y guaduales a la izquierda del zanjón de San Simón. Luego esta orden se extiende a todos los defensores, que animados por música y toques de corneta, ponen en retirada a los atacantes que son perseguidos hasta las puertas del ejido. Como acto final, los liberales propusieron un canje de prisioneros ofreciendo para ello los de los conservadores Mario Rengifo y Miguel Buenaventura, propuesta que fue rechazada por el gobierno. Las bajas fueron similares en las dos partes y entre los heridos liberales que lograron ser retirados del combate estaban Sandalio Delgado y Darío Varón, este último hermano de Tulio.25
La segunda se cumple el 21 de septiembre de 1901, y en ella, aunque participan las fuerzas de Ramón Marín y Tulio Varón, Marín, fiel a su compromiso que iría sólo a inquietar la guarnición de Ibagué sin pretender tomarla, se abstiene de participar cuando el aguardiente alebresta a Tulio y decide emprender un combate en regla. Marín queda en El Papayo, pero deja a sus hombres en libertad de participar.
Este episodio que pasa de un amago de toma a una derrota militar, se inicia con una operación que preparan las fuerzas combinadas de Marín y Varón en contra de una fuerza gobiernista que, al mando del general Moscoso26 estaría acampada entre el Sesteadero27 y Corinto. Informados que esta fuerza no había pasado por allí, deciden, que dada su cercanía de Ibagué, suban hasta el Papayo, finjan un ataque y luego regresen a Doima, dejando alborotada la ciudad.
Para sorprender la guarnición sacan banderas conservadoras, bandas de pecho y cintas azules y con ellas uniforman al Conto, encargado de ser la punta de lanza de la fuerza.28
Logrado el propósito y habiendo reducido la guarnición de El Papayo, se inicia el tiroteo acordado, con las fuerzas gobiernistas acantonadas en Piedra pintada al mando del coronel Nicolás Lozano. Unas ollas de aguardiente encontradas por los liberales y la retirada calculada del Vigías de Gualanday del puesto de Piedra pintada, arrastraron parte de la fuerza liberal al mando de Mardoqueo Varón (hermano de Tulio). Este, ya pasado de tragos, pensó como Tulio que los defensores de la ciudad ya estaban derrotados. Con la cabeza embotada por el alcohol y creyendo cercana la victoria, emprende la marcha hacia la ciudad. Su fuerza pronto se ve secundada por todos los hombres de Varón y por los voluntarios de las fuerzas de Marín.
Tulio entra a la ciudad por el barrio Boyacá donde los liberales salen de sus casas a saludarlo y a brindarle trago. Los jefes liberales que iban tras la vanguardia, inician un paseo triunfal, visitando parientes y recibiendo agasajos como el almuerzo que se sirvió en casa de Blas López a los comandantes Pedro Buenaventura, Joaquín Guzmán y Leivino Suárez.
Lo nutrido del fuego hace que Tulio ordene a todos “ir de infantería” o sea nadie a caballo. En la carrera 5ª con calle 14 se encuentra con un hijo bastardo que junto con su hermano Mardoqueo consumían una lata de bizcochos. Los increpa por no cargar contra la trinchera, que no era cosa diferente de una cerca de piedra que cerraba la hoy carrera 5ª con calle 12, dejando una abertura en el centro para los movimientos de tropa y el emplazamiento de artillería.
Después de ordenar el tenebroso toque a degüello, con el que se notificaba al enemigo que no habría prisioneros, se escapa de su hermano e hijo y arranca solo contra la trinchera. Adelante, en una pequeña ventana de una de las casas que servían de avanzada a la trinchera, estaba apostado Dionisio Duarte, armado con un fusil Gras, esperando que aparecieran los liberales. Pronto la figura de Tulio queda en la mira del tirador quien le acierta en un pulmón, rompiéndole sus arterias.
Herido, este retrocede y se ampara en la esquina de la carrera 14 con calle 5ª, recostándose a la pared de la casa de Manuel Segura, mientras la noticia genera desbandada en sus tropas. Mardoqueo, junto con otros, tratan de cargarlo pero la reacción conservadora no les da tiempo. Sabiendo que Tulio estaba agonizando, toman su sable, su guarniel, sus billetes y sus comunicaciones, y emprenden la huida dejando a Tulio tendido sobre el andén.
El cuerpo de Tulio, nadando en su propia sangre y aun con vida, es rodeado por los cívicos que lo reconocen y se pelean por mandarlo pronto hacia montefrío.29 Lo que sigue es un espectáculo dantesco que termina en un cuerpo castrado, hecho jirones, que luego es depositado frente a la casa de su suegro, situada en el marco de la Plaza de Bolívar.
La tercera corresponde a la sublevación del Batallón Marroquín, el 1º de enero de 1902. Este episodio, que pone de nuevo en vilo la ciudad, es producto de las duras condiciones en que vivían las tropas del gobierno, a quienes, rompiendo compromisos previos, se les obliga a combatir en los cálidos e insanos valles del Magdalena y sus afluentes. Allí las fiebres y la disentería los diezmaban con más frecuencia que los machetes de los guerrilleros. Este episodio, aunque desató el pánico y fue rápidamente controlado por las autoridades, dio pie a un nuevo hecho de violencia convertido en espectáculo, cuando el gobierno ordena el fusilamiento de dos cabecillas de la sublevación. Acto que se cumple frente a uno de los muros del panóptico, lugar que también les sirve de sepultura.
La cuarta se cumple el 23 de marzo de 1002 y corre por cuenta de Ramón Marín, quien de nuevo intenta una toma, pero sin el empuje de Tulio, para quien esta no sólo era su máximo reto sino la ciudad donde residía su familia y vivían sus amigos. Marín planea el combate con algunas variantes, tratando de colar sus fuerzas por las estribaciones de la cordillera y no únicamente por el llano. El combate fue recio pero breve, ya que Marín no estaba dispuesto a correr muchos riesgos y no quería terminar como Tulio hecho jirones sobre una calle perdida de un barrio pobre. Ya para ese momento los liberales sabían que la victoria no era posible, que la guerra estaba por terminar y el ataque a Ibagué, así fuera una derrota, le significaría notoriedad que mejoraría su posición a la hora de los acuerdos de paz. Para muchos guerrilleros el prestigio ganado en combate marcó la diferencia entre la vida y la muerte a la hora de abandonar las armas.
Así como Ibagué fue un imán para las fuerzas liberales, lo fueron también todos los lugares estratégicos como puertos y poblaciones importantes, tanto desde el punto de vista económico como estratégico. En esta lista se ubican Neiva, Espinal, y los puertos de Ambalema, Girardot y Honda, el primero por que permitía controlar un tramo importante del Río Magdalena, el segundo porque era el puerto más importante de la parte navegable del alto magdalena que interrumpía el llamado Salto de Honda y el tercero por ser el mayor y significativo puerto del interior del país, lugar no sólo donde se acumulaban riquezas, sino por el que entraban y salían todos los productos del interior del país y en particular de Bogotá. Famosa fue por ejemplo una toma de este puerto cumplida por Ramón Marín el 14 de enero de 1901, donde, estando casi perdido el combate para los liberales, Ester Quintero, una famosa combatiente nacida en Guataquí, decide encabezar una nueva envestida militar que termina derrotando al gobierno pero que le cuesta la vida mientras arengaba a los soldados encabezando el ataque en la llamada Cuesta del Rosario. Desplazados los conservadores, todos se refugian en la iglesia de Santo Domingo, la que Marín da orden de incendiar, enfurecido y como un acto de venganza por la pérdida de Ester Quintero, dándole luego a sus combatientes dos horas de saqueo. Resultado de ello fue una toma fugaz del puerto y sus riquezas que fueron desfilando en bestias y morrales hacia los campamentos de Cundinamarca, Piedras, Doima y Ambalema.
La guerra conmovió hasta sus raíces al departamento. En el campo la inseguridad era manifiesta, particularmente cuando las fuerzas de ambos contendientes decidieron reclutar a los hombres en edades, desde los 14 hasta los 60 años, sin que para ello importara su filiación política. Los centros poblados siempre vivieron entre la zozobra de las arbitrariedades de las autoridades gubernamentales y la sombra amenazante de un ataque de las guerrillas, que siempre estuvieron merodeando en sus alrededores. Estas fuerzas estaban conformadas por un sin número de pequeñas guerrillas, que sin la destreza de las de Varón y Marín, mantenían en vilo a sus habitantes, no sólo por los tiroteos esporádicos hechos por buenos tiradores desde cerros o matorrales próximos a las poblaciones que algunas veces acertaban en ciudadanos al azar, sino por el acoso de los asaltos, secuestros y asesinatos que se cometían sobre los viajeros y los comerciantes, amen de las fugaces emboscadas a las tropas.
Esta rutina de miedo se vio constantemente perturbada por espectáculos de sangre y de barbarie como a las torturas inenarrables cometidas por grupos de conservadores, algunas de ellas consignadas en el libro de Eduardo Calderón titulado: Los Horrores de los Conservadores en Ibagué en la Guerra Pasada.30 La fe religiosa hacia que las victimas de la guerra confluyeran hacia los centros poblados para que fueron sepultados en sus cementerios, por lo que era frecuente el ingreso a las poblaciones de cadáveres mutilados que se exponían públicamente, seguidos de entierros acompañados por vociferantes y armados cortejos de alicorados copartidarios, hechos que formaron parte del caudal de miedo que regularmente se vertía sobre los habitantes de los pueblos.
Definitivamente, la muerte se convirtió en espectáculo público, que algunas veces se tornó en macabros festejos como el que se inicia a la muerte de Tulio Varón, cuyo cadáver mutilado fue colgado de una guadua para encabezar un concurrido desfile hacia la residencia de su esposa Cleotilde. Cortejo que fue precedido por el rector del Colegio San Simón, el Hermano Marista Félix Rugier, quien entusiasmado iba golpeando en las casas para invitar a sus habitantes a sumarse al macabro festejo. Finalmente, el hecho no pasó a mayores gracias a un torrencial aguacero que disolvió a los celebrantes. Pero la cadena de horrores ligadas a la muerte de Varón no terminó allí, ya que luego de ser sepultado en un muladar llamado Cementerio Protestante, fue desenterrado para cortarle la cabeza y desaparecerla para siempre.
Para el Tolima como para otras muchas regiones del país, la guerra fue una verdadera hecatombe que diezmó la población, dividió la sociedad, paralizó su desarrollo, empobreció a las gentes y liquidó las finanzas públicas. Esto, por ejemplo para una ciudad como Ibagué, que no pasaba de ser un pueblo grande con título de capital, donde había mucho adobe y poco ladrillo, mucha paja y poca teja, le significó un retroceso en cuya sombra continuó incubándose el odio y las pasiones que luego explotaron con el golpe del 44, el 9 de abril del 48 y la llamada Violencia de los 50s y la insurgencia de los 60’s
Bogotá d.C. Octubre de 2006
Bibliografía
ACOSTA, Aurelio. 1940. "UN SOBREVIVIENTE GLORIOSO DEL LIBERALISMO COLOMBIANO". Bogotá: Cromos.
ACOSTA, Santos. "Autobiografía". Boletín de Historia y Antigüedades, No. 27, Bogotá.
ANÓNIMO. s.f. "LA EPOPEYA DE LOS MIL DÍAS". Versión mecanográfica. Inédita.
ANÓNIMO. 1942. "40 AÑOS DE PAZ, EL TRATADO DEL WISCONSIN, 21 DE NOVIEMBRE DE l902". Bogotá, Imp. Nacional.
ARBELAEZ, Tulio. s.f. "EPISODIOS DE LA GUERRA DE 18991903". a.l.c.: Editorial Águila Negra.
S.F. "SANGRE Y HONOR, UNA PAGINA EN LA HISTORIA". s.l.e.: Editorial Águila Negra.
1904/1936. "LA CAMPAÑA DEL GENERAL CESÁREO PULIDO". Manizales: Tipografía Caldas.
BERMÚDEZ, J.A. "TREINTA AÑOS DE HISTORIA COLOMBIANA".
BERQUIST, Charles. 198 1. "CAFÉ Y CONFLICTO EN COLOMBIA 1886-1910". Medellín: FAES.
BRICEÑO, Manuel. 1947. "LA REVOLUCIÓN, RECUERDOS PARA LA HISTORIA". Bogotá: Imprenta Nacional.
CABALLERO, Lucas. 1980. "MEMORIAS DE LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS" Bogotá: Biblioteca Básica Colombiana.
CALDERÓN, Eduardo. 1911. "LOS HORRORES DE LOS CONSERVADORES EN IBAGUÉ EN LA GUERRA PASADA». Bogotá: Imp. de El Liberal.
CASABIANCA, Manuel. "LA REVOLUCION DE 1899". s.f/ s.l.i.
CASTRO ANAYA, Santos. "RECUERDOS DEL PASADO: RESEÑA HISTÓRICA Y MONOGRÁFICA DE AMBALEMA 1776-1938" Inédito.
COCK, Jesús. 1946. "MEMORIAS DE UN CORONEL RECLUTA". Medellín: Editorial Bedout.
CORREDOR, Flavio. 1934. «RECONSTRUCCIÓN HISTÓRICA DE LA ULTIMA GUERRA CIVIL EN COLOMBIA". Inédito, versión mecanográfica.
CHAPARRO M, Carlos J. 1936. "UN SOLDADO EN CAMPAÑA, RECUERDOS DE LA GUERRA 1899-1902". Tunja: Imprenta Departamental.
DE LAS CASAS Y CONDE, Nicolás. 1900. "HECHOS DE LA REVOLUCIÓN EN LAS MISIONES DE CASANARE". Bogotá: Imp. Nacional.
DE CASTRO, Aurelio. 1903. "TRATADO DE NEERLANDIA, ANTECEDENTES Y DOCUMENTOS". Barranquilla: Imp. de El Conservador.
DURAN, Justo L. 1920. "LA REVOLUCIÓN DEL 99". Cúcuta: Editorial El Día.
FLOREZ A. Leonidas. 1938. "HISTORIA MILITAR DE COLOMBIA, CAMPAÑA DE SANTANDER 1899-1900; GUERRA DE MONTAÑA". Bogotá. Imp. E.M.G.
FRANCO, Constancio. 1877. "APUNTAMIENTOS PARA LA HISTORIA DE LA GUERRA". Bogotá: Imprenta La Época.
GÓMEZ, Andrés. 1917. "RECUERDOS DE LA GUERRA 1899-l902". Bucaramanga: Taller Gráfico.
GRILLO, Maximiliano. 1934. "EMOCIONES DE LA GUERRA". Bogotá: Casa Editorial Santa Fe.
1903. "LOS IGNORADOS, CRÓNICA DE LA GUERRA". París: Librerie Paul Ollendorff.
GUERRERO, Julio C. 1940. "GUERRA DE GUERRILLAS". Bolivia: Ese. Tip. Salesiana.
JARAMILLO, Estéban. 1904. INFORME DEL MINISTERIO DE GOBIERNO DE LA REPUBLICA AL CONGRESO CONSTITUCIONAL DE l904". Bogotá, Imp. Nacional.
JARAMILLO C. Carlos Eduardo. 1985. "VICTORIANO LORENZO, EL GUERRILLERO INVENCIBLE DE PANAMÁ". Ibagué, Revista TOLIMA, Vol. 1, No. 3.
JARAMILLO C. Carlos Eduardo. 1985. "AL VENCEDOR DE LA MUERTE LO DERROTO EL OLVIDO: RAMÓN CHÁVEZ GUZMÁN, GUERRILLERO DE LOS MIL DÍAS". Ibagué, Revista TOLIMA, Vol. 1. No. 1, Imp. Fondo Rotatorio de la Cultura.
JARAMILLO C. Carlos Eduardo. 1987 “TULIO VARÓN: EL GUERRILLERO DE EL PARAÍSO” Ibagué, Fondo Rotatorio de la Contraloría Departamental
JARAMILLO C. Carlos Eduardo. 1991 “LOS GUERRILLEROS DEL NOVECIENTOS” Bogotá D.E. Fondo editorial CEREC
JARAMILLO C. Carlos Eduardo. 1984"ASPECTOS ESTRUCTURALES DE LA GUERRA IRREGULAR EN COLOMBIA". Lima, Perú: Memoria, encuentro Institut. Francais d'Etudes Andines,
Kern Bentley Paul, Ancient Siege Warfare. Indiana University Press. 1999
LAMUS, Ramón. 1911. "SINCERIDADES: RECUENTO HISTÓRICO DE LA GUERRA DE 1899 A 1902 Y PORVENIR DEL PARTIDO LIBERAL". Bogotá: Imp. Eléctrica.
LATORRE, Benjamín. 1938. "RECUERDOS DE LA CAMPAÑA 18991902". Bogotá.
LA ROSA, Domingo. 1940. "RECUERDOS DE LA GUERRA (19001902)". Barranquilla: Imp. Departamental.
MANRIQUE, Ramón. 1947. "LA VENTUROSA, GESTA DE GUERRILLEROS Y BRAVONELES, RELATO DE INCUBOS Y SUCUBOS, AMORES, TRASGOS Y BESTIGLOS". Bogotá: Imprenta Kelly.
MAZUERA Y MAZUERA, Aurelio. 1938. "MEMORIAS DE UN REVOLUCIONARIO". Bogotá: Editorial Minerva.
MATAMOROS, Rafael. 1902. "INFORME DEL GENERAL JEFE DEL E.M. DEL EJERCITO DEL NORTE SOBRE LA CAMPAÑA DE ORIENTE Y SUR DE CUNDINAMARCA" Bogotá: Imprenta de Vapor.
MARTÍN, Guillermo. 1887. "CAMPAÑA DEL EJERCITO DEL NORTE EN 1885". Bogotá: Imprenta De La Luz.
"LA MÚSICA DE LOS MIL DÍAS: TEMISTOCLES CARREÑO, SÍMBOLO DEL SENTIMIENTO SANTANDEREANO". Bogotá. Anuario Colombiano de la Historia Social y de la Cultura, Universidad Nacional. 1985.
MARTÍNEZ, Delgado Luís. 1970. "LA REPUBLICA DE 1885-1895». 2 tomos. Bogotá.
"HISTORIA DE UN CAMBIO DE GOBIERNO". Bogotá, Ed. Santafé. 1958.
MARTÍNEZ, Jorge. 1956. "HISTORIA MILITAR DE COLOMBIA". Tomo I, Bogotá, Editorial Iqueima.
MARTÍNEZ SILVA, Carlos. 1973. "CAPÍTULOS DE LA HISTORIA POLÍTICA". Bogotá: Biblioteca Banco Popular.
MOLINA, Gerardo. 1980. "LAS IDEAS LIBERALES EN COLOMBIA 1849-1914". Bogotá: Editorial Tercer Mundo.
MOYA V. Jorge. 1895. "EXPOSICIÓN, CAMPAÑA DE BOYACÁ EN l885". Bogotá: Imp. de Vapor de Zalamea Hermanos.
NARANJO M. Enrique. 1943, "LA PAZ DEL WISCONSIN". Bogotá: Boletín de Historia y Antigüedades.
NAVIA, Estanislao. 1908. "LA REBELIÓN". Popayán: Imprenta La Tarde.
OSORIO L. J.A. 1936. "CAUDILLOS LIBERALES". Bogotá: Ed. Renacimiento.
OTERO D'COSTA, Enrique. 1943. INFORME SOBRE EL FINAL DE LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS". Bogotá: Boletín' de Historia y Antigüedades.
1905. "DIANAS TRISTES". Barranquilla.
PARIS L. Gonzalo. 1937. "GUERRILLEROS DEL TOLIMA". Manizales: Casa Editorial Arturo Zapata.
PETERSON, Arnold. 1966. "LAS ARMAS DE FUEGO". Barcelona: Ed. Punto Fijo.
PÉREZ, Eduardo. 1983. "LA GUERRA IRREGULAR EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA". Tunja: Imp. Universidad de Tunja.
PÉREZ, Camilo. 1979. "¿DONDE ESTAN LOS RESTOS DE TULIO VARÓN?"". Ibagué, Revista Tolima No. 47.
PÉREZ S. José Manuel. 1904. (compilador) "LA GUERRA EN EL TOLIMA". Bogotá: Imprenta Eléctrica.
1938. "REMINISCENCIAS LIBERALES 1897-1937". Bogotá: El Gráfico.
PLAZAS 0. Guillermo. 1985. "LA GUERRA CIVIL DE LOS MIL DÍAS". Tunja: Academia Boyacense de Historia.
PUENTES, Milton. 1961. "HISTORIA DEL PARTIDO LIBERAL COLOMBIANO". Bogotá D.E. Editorial Prag.
PUYO, Rafael. 1902. "EL GUERRILLERO MONROY ".Bogotá: Imp. de la Luz.
RIASCOS, Eduardo. 1949. "GEOGRAFÍA GUERRERA DE COLOMBIA". Cali: Imprenta Bolivariana.
RODRÍGUEZ, Bernardo. 1934. "MIS CAMPAÑAS 1895-1902". Bucaramanga: Tipografía Renacimiento.
RODRÍGUEZ P. Eduardo. 1945. "DIEZ AÑOS DE POLÍTICA LIBERAL 1892-1902". Bogotá: Editorial Antena.
ROERMO, S.C. 1908. "UN VIEJO SOLDADO DE LA REPUBLICA". Bogotá, Imprenta Eléctrica.
ROSAS, Avelino. "CORRESPONDENCIA" Manuscritos. Bogotá: Biblioteca Luís Ángel Arango.
SALAZAR, Víctor M. 1946. "MEMORIAS DE LA GUERRA". Bogotá: Ed. A.B.C.
SANTA, Eduardo. 1894. "ARRIEROS Y FUNDADORES". Ibagué, Biblioteca Básica del Tolima. Instituto Tolimense de Cultura.
SICARD B. Pedro. 1925. "PAGINAS PARA LA HISTORIA MILITAR DE COLOMBIA, GUERRA CIVIL DE l885". Bogotá: IMP. E.M.G.
SILVESTRE, Eduardo. 1928. "EFEMÉRIDES DE LA GUERRA DE 1899.. Bogotá: Tipografía Augusta.
TAMAYO, Joaquín. 1975. "LA REVOLUCIÓN DE l899". Bogotá: Biblioteca Banco Popular.
TIRADO Mejía, Álvaro, 1976. "ASPECTOS SOCIALES DE LAS GUERRAS CIVILES EN COLOMBIA". Bogotá: Biblioteca Básica Colombiana.
TORRES G. Ignacio. s.f. "LOS INCONFORMES". Tomo 2. Bogotá: Ed. Latina.
VARIOS. 1910 "LA PALABRA". Número extraordinario dedicado a la memoria de Aristóbulo Ibáñez. Pereira.
VARIOS. 1885. "LA REBELIÓN, NOTICIAS DE LA GUERRA (1885)". Bogotá: Imprenta de La Luz.
VARIOS. 1983. "ASPECTOS POLÉMICOS DE LA HISTORIA COLOMBIANA DEL SIGLO XIX". Bogotá: Fondo Cultura¡ Cafetero.
VARÓN, Policarpo. 1979. "EL HOMBRE INOLVIDABLE". Bogotá: Boletín Banco de la República, XVI.II.
S.f. "CAPÍTULOS DE UNA HISTORIA CIVIL Y MILITAR DE COLOMBIA. Bogotá: Imp. Eléctrica
VESGA Y AVILA, José María. 1914. "LA GUERRA DE LOS TRES AÑOS". Bogotá: Imp. Eléctrica.
VILLAMIZAR, Vicente. 1903. "PARA LA HISTORIA. CAMPAÑA DEL NORTE DE SANTANDER 1899-1900". Bogotá* Imp. de Luís Holguín.
VILLEGAS, Aquilino. s.f. "EL FIN DE UNA LEYENDA". s.p.i.
VILLEGAS, Jorge y YUNIS, José. 1979. "LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS". Bogotá: Carlos Valencia Editores.
Archivos
Archivo Nacional de Colombia (ANC). Archivo de la Academia Colombiana de Historia (ACH).
Archivo de] Ministerio de Defensa Nacional (AMD).
Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores (AMRE). Archivo Histórico del Cauca (AHC).
Archivo Histórico de Ibagué (AHI). Archivo Luis Perú Delacroix, Bucaramanga (ALPD).
Bibliotecas
Biblioteca Nacional de Colombia. Biblioteca "Luis Angel Arango".
Biblioteca Academia Colombiana d1 Historia. Biblioteca Estado Mayor.
Hemerotecas
Hemeroteca Nacional de Colombia. Hemeroteca "Luis López deMesa".
ENTREVISTAS
ACOSTA, Manola. Doima.
BOCANEGRA, Oliverio. Ambalema.
BARON, Santos. Ibagué.
CASTIBLANCO, Alicia. Ibagué.
CANAL, Antonio. Herveo.
CAÑIZALES, Misael. Ibagué.
CHAVES, Rebeca. Ibagué.
DELGADO, Sandalio. Venadillo.
GOMEZ, Carmen Elvira. Ibagué.
GUEVARA, José Ángel. Ibagué.
HERRERA, Domingo. Ambalema.
LOPEZ, Nicanor. Dolma.
MORALES, María de la Cruz. San Luis. MONTEALEGRE, Virginia. Doima.
SANCHEZ, Ramón. Ambalema.
CASTILLO de Robledo, Cecilia.
ROCHA, Angel María.
RODRIGUEZ, Félix. Ibagué.
RODRIGUEZ, Reyes. Ranchería "La Paz", Guajira PANA, Glicerio. Uribia.
1 El pronunciamiento, que es como se conoce el acto de declararse en rebelión antes de iniciar hostilidades militares, es tal vez una de las tradiciones caballerescas, mas antiguas de la guerra en el mundo: “Fragmentary evidence suggest that the Hittites paid considerable attention to conventions of war. By the fourteenth century B.C., the Hittites did not embark on war without a declaration of war. Paul Bentley Kern, Ancient Siege Warfare. Indiana University Press. 1999 p.25. Esta práctica también fue muy difundida entre los aborígenes americanos e hizo parte inherente de las prácticas guerreras de todas las Guerras civiles del siglo XIX.
2 Para la época el departamento del Huila no existía como tal y su territorio hacía parte del Tolima
3 Así como los conservadores se habían dividido entre Nacionalistas e Históricos, los liberales lo estaban entre Pacifistas y Guerreristas.
4 Era esta la casa de Fernando Montealegre, un rico hacendado cuyas propiedades se extendían desde Ibagué hasta el Alto del Hobo.
5 En esa oportunidad (1895) los liberales del Tolima marcharon hacia Ambalema para ser derrotados y junto con las fuerzas concentradas en Beltrán capitularon de manera conjunta en Tibacuy.
6 Caballero, Lucas. Memoria de la Guerra de los Mil Días, Bogotá, Biblioteca Básica Colombiana. 1980
7 Tulio Varón Perilla se había casado con su prima hermana Cleotilde Montealegre, hija del rico hacendado Fernando Montealegre. El matrimonio se celebró el 28 de octubre de 1887, siendo sus padrinos Jorge Isaacs y Bethzabé Varón. Su esposa recibió como dote las 2000 hectareas que conformaban la Hacianda Colombia, en cercanías de marcado de Doima.
8 Así se llamaba en la época las casas dispersas ubicadas en lo que hoy es la población de Doima.
9 Guillén Martínez, Fernando, El Poder político en Colombia. Ed. Planeta, Bogotá 1996. Pag.271
10 El General Vicente Carrera murió en combate en la población de San Luis el 14 de noviembre de 1899, mientras rastrillaba su machete contra el empedrado de la calle, consumido por el alcohol y rodeado por sus enemigos.
11 Avelino Rosas fue un liberal que prestó sus servicios en varias luchas independentistas, tanto al interior del país como fuera de él. En Cuba, el último destino donde luchó por fuera de su patria, desempeñó el cargo de Jefe de Estado Mayor de las fuerzas que dirigía Antonio Maceo. Un busto suyo, erigido en una provincia cubana, da testimonio de los valiosos servicios prestados a la causa de su libertad. Su valor fue reconocido por el propio Maceo quien lo apodó:”El león del Cauca”.
12 El Departamento del Huila fue creado por la Ley 46 del 29 de abril de 1095
13 Berquist Charles, Café y Conflicto en Colombia 1886-1910. Faes Medellin 1981.p 190
14 El Tolima se constituyó en Estado Soberano el 12 de abril de 1861 y fue nuevamente convertido en departamento con la Constitución de 1885 (ley 21 de 1887), Diccionario geográfico de Colombia. Instituto Agustín Codazzi. 1980
15 Con este nombre se conocieron popularmente las tropas provenientes del sur del Tolima (hoy departamento del Huila), donde era común el carate, por lo que a sus soldados se le conocía como Timbicos o catimbos.
16 Ramón Marín, mejor conocido como El Negro Marín, era un minero marmateño que cuando se inicia la guerra estaba administrando una mina de oro en la cordillera cerca de Fresno y con sus trabajadores inicia una guerrilla. Su valor y astucia lo convierten en importante jefe militar al que la Dirección Liberal le reconoce titulo y mando, haciéndolo responsable de todas las fuerzas que luchaban en el Valle del Magdalena, desde Girardot hasta Honda. Era él entonces el superior jerárquico de Tulio Varón.
17 De acuerdo a un cálculo minucioso realizado por el autor en su libro: Tulio Varón, el guerrillero de “El Paraiso” Ed. Contraloría del Tolima. 1987
18 Testimonios de quienes ayudaron a la recolección de los muertos dicen haber visto en los corrales inmensos charcos de sangre en los que sus pies se hundían hasta el tobillo. Tampoco les fue extraño ver a sus cerdos comiendo cadáveres y encontrar en sus casas vísceras o miembros humanos traídos por sus perros.
19 Archivo Histórico de Ibagué, caja 339, folios 412 y ss.
20 Revisado el listado general el 76% de quienes empeñan artículos corresponde a mujeres.
21 En Ibagué el abrigo era una prenda de riguroso uso en las salidas o visitas nocturnas. Costumbre que se extendió casi hasta mediados del siglo pasado.
22 Se hace referencia al listado general, del que como se advirtió, debido a su extensión, sólo se toma una parte a modo de ejemplo.
23 Esta batallón estaba al mando del Coronel Antonio H. Mosquera
24 Este lugar, situado en una elevación estratégica a la entrada de Ibagué, por el lado de la mesa de su mismo nombre, pasó a la historia cuando en las guerras civiles que constelaron el siglo XIX, en este sitio, guarnición obligada y primera defensa de la ciudad, muchos prisioneros eran fusilados atados a un papayo que allí crecía. La sentencia de muerte se ejecutaba bajo la simple orden de: Pásenlo al papayo, frase que desde entonces se convirtió en sinónimo de muerte.
25 En enero de 1901 en combate en cercanías de Piedras, Darío cae prisionero y luego es remitido a las bóvedas de Cartagena de donde solo es liberado al finalizar la guerra. Hoy lo que queda de los restos de Tulio Varón comparten el mismo osario que los de Darío: nicho 119 del lúgubre osario de la Iglesia de El Carmen, carrera 6ª esquina con la calle 18
26 De la existencia de este general no se ha encontrado registro alguno. Todo indica que fue uno de los tantos rumores que con el fin de desinformar al contrario los dos bandos hicieron correr en profusión durante toda la guerra.
27 Este lugar como su nombre lo indica era sitio para almorzar y dormir la siesta en espera de que bajara el sol y el calor se hiciera más soportable para continuar los desplazamientos. Hoy día ese sitio es conocido como Puente Blanco situado entre Buenos Aires y Picaleña, caserío este ultimo, cuyo nombre original es el de Pitaleña, por un próspero negocio que allí existía de propiedad de una mujer oriunda del Pital (Huila)
28 Usar las divisas del enemigo para sorprenderlo o confundir en una derrota, era práctica comun entre las fuerzas en contienda y las usaron desde los guerrilleros tradicionales hasta el general Rafael Uribe Uribe.
29 Montefrío era un lugar mítico, inventado por los enemigos de Varón, sinónimo de muerte y encarnado en unas cuevas que decían existían en las márgenes del Rió Opia donde Tulio conducía a sus enemigos para ser torturados hasta la muerte, por niños que colgaban a sus víctimas de ganchos de carnicería.
30 Calderón Eduardo. Los Horrores de los Conservadores en Ibagué en la Guerra Pasada Bogotá, Imprenta El Liberal. 1911