LA CONQUISTA ESPAÑOLA DEL TOLIMA

Por: Leovigildo Bernal Andrade


Luego del descubrimiento de América, el 12 de Octubre de 1492, cuando el Almirante don Cristóbal Colón llegó a la isla de San Salvador, a la que confundió con Cipango o Japón, y después de los nuevos viajes descubridores del genovés, de Américo Vespucio, de Juan de la Cosa y otros, cuando al fin se tuvo conocimiento de que aquel había llegado, no a la India, sino a un Continente nuevo, se dio realmente inicio a la conquista de éste. La de la parte continental que en la actualidad corresponde a Colombia, se llevó a cabo principalmente por cuatro rutas, a saber: desde el norte, por el río Magdalena, partiendo de Santa Marta, sobre el mar Caribe, ruta que fue descubierta e inaugurada por el gobernador de Santa Marta, Pedro Fernández de Lugo, y el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada. Por los ríos Sinú y Cauca, partiendo de Cartagena, también sobre el mar Caribe, rumbo abierto por Ambrosio Alfinger y Nicolás de Federmán; y desde el sur, a partir de Lima y Quito, trayecto descubierto por Don Sebastián de Belalcázar. Las rutas del Magdalena y Venezuela terminaron confluyendo en la sabana de Bogotá, donde fue fundada, el 6 de agosto de 1538, según unos, o el 27 de abril de 1539, según otros, Santafé de Bogotá, en tanto que las que salieron de Cartagena, en el norte y Quito, en el sur, confluyeron en Popayán para luego seguir, algunos, hacia el norte, también hasta Santafé de Bogotá.

Ahora bien, como el territorio que actualmente corresponde al departamento del Tolima está prácticamente en mitad del camino entre aquellos dos centros urbanos, que entonces fueron polos conquistadores (Bogotá y Popayán) era natural que a la conquista de dicho territorio fueran gentes provenientes de una u otra de las mencionadas ciudades. Y así ocurrió, en efecto, dicho esto en general: algunas expediciones salidas de Bogotá descubrieron y conquistaron el norte del Tolima con epicentros en Mariquita y Honda; otras, también provenientes de Bogotá, descubrieron y conquistaron el centro del departamento, con epicentro Ibagué; en tanto que al sur del departamento, con epicentro en Chaparral, confluyeron conquistadores de Bogotá y de Popayán.

Siguiendo esos lineamientos históricos, expondremos la conquista española del Tolima, pero antes es preciso señalar otros aspectos generales, a saber:

Que todo el territorio del Tolima estaba habitado por grupos humanos de los que los españoles desde el comienzo llamaron indios porque, conforme ya lo dijimos, estaban convencidos de que habían llegado a la India: Panches, Marquetones, Lumbíes, Ondamas, Bocanemes, Gualíes, Guataquíes, Pachiguas, Chapaimas, Calamoimas, Herbes, Pantágoras, Tamanaes, Guarinoes, etc., al norte; Metaimas, Anaimas, Ibaguees, Ambalemas, Nimaimas, etc., en el centro; Coyaimas, Natagaimas, Tuamos, Pijaos, etc, al sur. Y que todos esos grupos humanos indígenas, con la sola excepción de algunos pantágoros, eran caníbales. Esto es un hecho que muchos historiadores niegan y acostumbran decir que es acusación calumniosa que los conquistadores inventaron para justificar la esclavización y exterminio de aquellos, pero hoy está establecido que la antropofagia fue práctica universal de toda la humanidad primitiva y, por lo tanto, lo serio y científico no es negar o desconocer ese hecho, sino averiguar por qué existió, y cómo y cuándo desapareció o se extinguió.

Todos aquellos grupos indígenas andaban y vivían desnudos; todos cultivaban maíz y diversas hortalizas; yuca, arracacha, papa, tomate, etc., y practicaban la pesca y a veces la caza.

Todos eran belicosos y sus armas primitivas: piedras, hondas, tiradores y macanas, distinguiéndose los indios del norte del Tolima por ser flecheros, en tanto que los del sur y de Ibagué eran lanceros de lanzas gigantescas (de hasta tres metros, en cuyos extremos insertaban y amarraban filosas puntas de piedra, hueso y chontaduro.

Todos practicaban cultos religiosos primitivos y sus dioses principales eran el Sol y la Luna, lo mismo que adoraban a diversos elementos (piedras, ríos, montañas, etc).

Todos en general fabricaban instrumentos de piedra (hachas y cuchillos, principalmente) y desconocían el cobre y el hierro, y algunos, como los Natagaimas y los Coyaimas, eran excelentes ceramistas y alfareros.

Todos rendían algún culto primitivo a sus muertos y los enterraban con viandas y chicha, objetos personales, armas e insignias o joyas de oro, pues creían en la existencia de otra vida después de la muerte.

La mayoría vivía en chozas o bohíos y hasta construía poblaciones, y algunos, como los Pijaos, en chozas que hacían en laderas o montañas o en las copas de los árboles para resguardarse de sus enemigos.

En contraste, la española era una de las naciones más cultas de ese tiempo: cristianos, aunque generalmente crueles masacradores de sus enemigos, eran valientes y esforzados guerreros que iban a sus combates forrados en armaduras de hierro o acero, o con gruesas colchas de algodón en las cuales se enredaban las flechas de los indios, y armados de espaldas de acero y lanzas con puntas también de hierro, y con arcabuces y otras armas de pólvora, a caballo y ayudados por feroces y amaestrados perros. Su superioridad bélica era pues evidente e incontrastable desde el punto de vista de sus armas y organización militar.

En general se puede decir que la primera forma político-administrativa y gubernamental que estableció la corona española en sus colonias de América, y particularmente en el territorio que sería más tarde de Colombia, fue la Gobernación; posteriormente elevó algunas Gobernaciones a Audiencias Reales y, finalmente, algunas Audiencias las convirtió en Virreinatos. La Nueva Granada fue Gobernación desde su descubrimiento hasta 1550; Real Audiencia a partir de 1550 y Virreinato a partir de 1740. Por lo tanto, parte de la conquista del Tolima se llevó a cabo cuando Santafé, lo mismo que Popayán, eran Gobernaciones y, otra parte, cuando aquella ya había sido convertida en Audiencia Real.

Y así, resumidas las cuestiones generales relacionadas con la conquista, ahora veamos cómo se desarrolló en cada una de las zonas mencionadas.


La conquista de Ibagué

Recién elevada a la categoría de Audiencia Real la que antes era Gobernación de Santafé de Bogotá, se reunieron los vecinos de esta ciudad y los de Tocaima y de común acuerdo solicitaron a la Audiencia que comisionase a un Capitán para que con tropas se trasladase a alguna parte intermedia entre Tocaima y Popayán y fundara una ciudad que sirviera de plaza fuerte que garantizase el tráfico, transporte y comercio entre Santafé y Popayán ya que, según argumentaron, la belicosidad y fiereza de los indios, y su índole caribe, dificultaban o hacían poco menos que imposible la comunicación entre las dos ciudades.

Los oidores –Juan López de Galarza y Beltrán de Góngora–, quienes fueron los primeros personajes que desempeñaron ese cargo en la Nueva Granada y que por esto eran llamados “Los Padres de la Patria”, accedieron a la petición y designaron para el efecto a un hermano del primero de ellos (el Capitán Andrés López de Galarza), especie de nepotismo que es criticado abiertamente por el cronista fray Pedro de Aguado, ya que le dieron facultad incluso para que pudiese encomendar los indios que encontrase, entre los soldados y otras personas que con él fuesen.

Salidos a su conquista López de Galarza y su tropa, luego de algunos combates con los flecheros Panches y de cruzar el río Magdalena, tras subir parte de la cordillera a comienzos de 1550, llegaron a un valle que en idioma vernáculo era llamado Combayma y que los españoles ya llamaban El Valle de las Lanzas, por la forma en que iban armados los guerreros indígenas allí, y donde ahora fueron recibidos de paz y estuvieron algunos días. Posteriormente pasaron a una población llamada Metaima, cuyos moradores pretendieron impedirles el paso derribando todos los árboles sobre el camino. Sin embargo, los españoles provistos de hachas y machetes, pronto abrieron nuevo camino por donde pasaron los soldados, caballos y carruajes.

En vista de lo anterior, los caciques de los Metaimas (Ilobone y Otaque) resolvieron cambiar su táctica y recibieron hospitalariamente a los hispanos, saliendo a recibirlos “con sus mujeres e hijos y con muchos indios cargados de comidas de maíz, turmas, ñames y raíces, de apios, guayabas, curas y otras frutas de la tierra”, y los aposentaron en sus bohíos o caneyes. Y tan pronto les solicitaron guías o baquianos para pasar adelante, les respondieron que no sólo tales les darían, sino indios para que les llevaran las cargas: “tanto era el deseo de echarlos de su tierra y poblaciones” –según sintetiza Aguado.

López de Galarza estuvo tres días en Metaima, después de los cuales, “fue con su gente a la vía de Ibagué”, que era –dice también Aguado- “un pueblo de indios, enemigo y contrario a los de Metaima, aunque de una misma nación y lengua”.

En el trayecto, y apenas “salidos de Metaima (…) dieron en el río Tolima, el cual tiene este nombre de los propios naturales de aquella tierra, que en su lengua llaman a la nieve Tolima, porque este río baja del cerro nevado de Cartago, donde tenía su principio y nacimiento, y las aguas de él eran derretidas de la propia nieve, y los españoles llamaron río de Tolima”.

Conforme se ve, según Aguado, el bello nombre de nuestro Departamento significa nieve y se derivó de la que se derretía del cerro nevado que se llamó, lo mismo que el río Combayma o Combeima al cual da origen. En la fundación de Ibagué (según el citado relato de Aguado) y antes, en el Acta de Límites entre Tocaima e Ibagué, que puso fin a un pleito de tierras que se suscitó entre estas dos ciudades, aparece también el nombre Tolima.

Volvamos a nuestro relato. Al darse cuenta los naturales de Ibagué que los españoles se acercaban y que pretendían cruzar el río de Tolima, deshicieron los puentes que tenían. Pero esto no detuvo a los hispanos quienes metieron sus caballos en la corriente, “y haciendo de ellos puente pasaron todo, la gente y chusma (…) y su fardaje”, y al siguiente día ya estaban al pie de la meseta donde mandaba el cacique La Embiteme.

El cacique los esperó con numerosos indios armados con lanzas y piedras, en la parte superior de la única cuesta que daba acceso a su poblado, pero los españoles, una vez que estuvieron a tiro de piedra, en vez de seguir adelante, se detuvieron a hacerles los requerimientos que eran obligatorios: que se dieran de paz y que así no les pasaría nada malo, o que de lo contrario los someterían por las armas y los reducirían a esclavitud por orden y con autoridad de la Real Audiencia de Santafé, que a su turno lo hacía por autorización del Rey de España, que estaba autorizado por el Papa, y éste por Dios. Todo esto lo dijo López de Galarza en español clarísimo, pero no se sabe si La Embiteme y sus indios lo entendieron, sino que éstos gritaban en su idioma que estaban en su noche y La Embiteme desistió de oponerse al avance de los españoles y les permitió subir y aposentarse en sus propias casas, seguramente convencido de que serían aves de mero paso, como lo habían sido en Metaima.

Empero, como al poblado de La Embiteme venían indios de todas partes (hasta los caciques de los valles de Matagaima, Anaima y Villacaima) a traer no sólo comida y frutos de la tierra a los españoles, sino chagualas de oro que cambiaban en trueques fabulosos por panes de sal o por gallinas o por cuentas de vidrio, la permanencia de López de Galarza allí se habría prolongado mucho más de los ocho días que ya completaba, cuando se supo que una patrulla bajo las órdenes de López Salcedo, enviada hacia los lados de Anaima o Anaime, “a descubrir camino”, había sido asaltada por dichos indios.

Avisado López de Galarza por indios amigos, mandó refuerzos a López de Salcedo. Los encontraron cercados y ya a punto de sucumbir por falta de caballos y perros, bajo las lanzas y piedras de los indios, porque sólo tenían espadas y algunos arcabuces.

Con los refuerzos, López de Salcedo logró al fin librarse del cerco a que lo tenían reducido, y vueltos a donde López de Galarza, éste partió al otro día, con toda su tropa, a “castigar” a los Anaimes. Cuatro mil indios de guerra los esperaban en el mismo sitio donde habían tenido cercado a López Salcedo, ahora fortalecido con hoyos que hicieron, de más de tres metros de hondo cada uno, y con estacones de palo clavados en el fondo, con las puntas hacia arriba, y por encima cubiertos con varas delgadas, palma y tierra. Esperaban los indios que los españoles acometieran al unísono y que al huir ellos, estos los perseguirían y caerían en los hoyos, donde quedarían ensartados caballos y caballeros.

Sin embargo, mientras López de Galarza hacía los requerimientos de marras, uno de sus soldados, Juan Ortiz de Zárate, queriendo señalarse sobre todos sus compañeros, de improviso arremetió a caballo contra unos indios que, desconcertados, al huir cayeron en uno de sus hoyos y encima de ellos, Ortiz y su caballo. El ardid quedó al descubierto y el resto de los Anaimes huyó, al paso que las otras parcialidades indígenas, al saber el mal suceso de los anaimes, que al parecer eran tenidos por los más valientes y temibles de la región, optaron por darse de paz.

Entre los venidos entonces estaba el cacique Bombo, quien informó a López de Galarza de la presencia de hombres blancos al otro lado de la cordillera, por lo cual éste, al comprender que aquellas partes ya estaban bajo la jurisdicción de la Gobernación de Popayán, se apresuró a regresar “a la provincia” del cacique Ibagué, donde “se alojó con sus compañeros (…) en el mejor sitio y lugar que les pareció que había en él, y fijó en él el pueblo y ciudad de Ibagué”, según dice fray Pedro de Aguado, o, como dice fray Pedro Simón, “donde estaba un razonable pueblo con el cacique que se llamaba Ibagué”, fundó la ciudad con el nombre de Ibagué del Valle de las Lanzas el 14 de Octubre de 1550.

Como se ve, en el nombre que López de Galarza dio a nuestra ciudad capital dejó memoria de los siguientes hechos fundamentales: que convirtió en ciudad de españoles una población de indios que ya existía y en la cual mandaba el cacique Ibagué; y que aquellos indígenas eran guerreros de lanzas, a diferencia de los Panches y de los del norte del Tolima que, como ya los señalamos, eran flecheros.

Según agrega Simón, Justicia Mayor de la nueva ciudad, y por designación que tenía de la Audiencia, fue el propio fundador Andrés López de Galarza; por alcaldes designó a Juan Bretón y Francisco de Trejo; alguacil mayor, Pedro Gallegos; regidores, Juan de Cuello, Gaspar Taberna y Miguel Oviedo; procurador general, Bartolomé Talaverano; mayordomo de la ciudad, Marcos García, y de la Iglesia, Miguel de Espinosa. Y, en fin, como escribano del juzgado ofició Francisco Iñiguez.

Pocos días después, López de Galarza mandó a dos soldados, llamados Hoyos y Ricardo, como exploradores, a la provincia de Toche, pero como éstos, llevados de la codicia, se dedicaron a saquear oro de los bohíos, los indios dieron sobre ellos, los mataron y, luego de desollarlos, hicieron de sus rostros máscaras “para traerlas en sus bailes y borracheras”, según dice Aguado. Y como pasara mucho tiempo sin que los soldados regresaran, López de Galarza envió a una patrulla, a averiguar. Fue recibida de guerra pero pronto se impusieron los arcabuces, las espadas, los caballos y los perros, y en la persecución dieron en una plazuela donde los cuerpos de Hoyos y Ricardo estaban llenos de flechas, pues sus enemigos los habían puesto “como blanco de terreno”.

Sabido por López de Galarza aquel hecho, pertrechado lo mejor que pudo y con toda su tropa, se dirigió a Toche. Lo recibieron, armados, quinientos indios, de los cuales sólo sobrevivieron cincuenta a la violenta arremetida de los españoles.

Vuelto a Ibagué, López de Galarza procedió a hacer reparto de los indios entre sus capitanes y soldados, que entonces se dedicaron a cometer tantos abusos y vejaciones, que aquellos se confabularon y cayeron sobre Ibagué. Empero, como algunos indios habían avisado a los españoles, éstos estaban prevenidos y el asalto se convirtió en sitio. Éste ya duraba cuarenta días cuando al fin López de Galarza, ya falto de alimentos, se decidió a salir a hacer frente a los guerreros indígenas, los cuales en ese momento estaban concentrados sobre una cuchilla, la que los españoles fueron subiendo en forma relativamente fácil, al paso que los indios, desconcertados “se arrojaban la cuchilla abajo, a donde eran recibidos con las puntas de las espadas”, pero algunos que lograron escapar se fueron a la ciudad y pegaron fuego a las casas.

El incendio fue total. Por ellos, y porque la falta de comida era absoluta y los pertrechos se habían agotado, al igual que por la inseguridad en que se sentían los españoles en aquella región, no obstante que entonces llegaron refuerzos enviados desde Santafé bajo las órdenes de los capitanes Hernando de Salinas y Domingo Lozano, el día siguiente se trastearon “ocho leguas atrás” del primer sitio -dice Simón-, donde refundaron la ciudad el 7 de febrero de 1551, allí donde está.

De nuevo en 1556, los indios de Ibagué se sublevaron contra sus amos españoles, sumándose a una rebelión que entonces iniciaron los Panches, los Guarinoes, los Marquetones, los Herbes, y los otros indígenas del norte del Tolima. La represión de entonces fue inmisericorde y feroz, llegándose al extremo de que varios miles de indígenas que con sus mujeres, sus hijos y sus padres ancianos se refugiaron en una isla, fueron quemados vivos en sus bohíos.

Capitanes de los indios de Ibagué en esas dos rebeliones fueron los Caciques Titamo y Quicuima, según dice una tradición antigua que se hace a partir del cronista Antonio de Herrera y Tordesillas, pero que nosotros sólo hemos encontrado mencionada en la Historia de la provincia de San Antonio de fray Alonso de Zamora.

Comandante de la última represión mencionada, fue el capitán Asencio de Salinas y al cabo –señala Aguado-, “de ocho mil indios quedaron tan pocos, que aunque después se han hallado minas de oro y plata en la tierra, no han tenido los vecinos de Ibagué gente con qué laborarlas”, y en esa forma se puede decir que quedó consumada la conquista española en Ibagué.


La conquista del norte del Tolima

Entre los primeros españoles que pisaron tierras del norte del Tolima se encontraron los tres descubridores y conquistadores principales del Nuevo Reino de Granada que ahora se llama Colombia. Allí estaban el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, don Sebastián de Belalcázar y Nicolás de Federmán. Habían confluido en la sabana de Bogotá y, luego de hacer la fundación verdadera de Santafé, la del 27 de abril de 1539, decidieron regresar a España, cada uno deseoso de reclamar los premios a que, según creían, tenían derecho por sus conquistas. Corría el mes de junio de 1539 cuando de Santafé se dirigieron a Tocaima desde donde se embarcaron Magdalena abajo. En Honda, a pesar del afán que llevaban, tuvieron que demorarse mientras hacían el traslado por tierra de las embarcaciones para superar “los rápidos de Honda”. Nunca nadie pasó por allí más cargado de oro como lo iba entonces el licenciado Jiménez de Quesada, y sin embargo, al informarse de que en aquellas regiones también lo cosechaban, tomó nota del hecho y lo reservó para su regreso.

A todas luces, en alguna forma debió informárselo a su hermano Hernán Pérez de Quesada, pues siendo éste gobernador de Santafé mandó al capitán Baltasar Maldonado a que conquistara esas tierras hasta las sierras nevadas que llamaban “de Cartago”. Maldonado también se dirigió a Tocaima, al pueblo que entonces se llamaba “de las Canoas”, donde llegó luego de tener encuentros con los Panches, y por el río se fue a Honda, que también era un pueblo de indios. Sobre las riberas del rió Guarinó tuvo encuentros con guerreros indígenas, que les mataron un caballo, y luego pasaron a la provincia de los Palenques, uno de los cuales asaltó Maldonado con setenta de sus hombres. Los recibieron con lanzas y flechas y pronto mataron a diez españoles, por lo cual éstos hubieron de retirarse. Y al día siguiente, como le mataron otros tantos en su segundo intento, y después de otros ocho, y más en los días siguientes, Maldonado al cabo de cuarenta días de fallidos intentos hubo de desistir de su propósito conquistador de aquellos indios. Trató entonces de “seguir su descubrimiento de las sierras nevadas”, pero al darse cuenta de que ya en ellas había gentes de Popayán, regresó a Santafé.

La Expedición conquistadora siguiente para el norte del Tolima fue la de Francisco Núñez Pedroso, comisionado en 1549 por el gobernador del nuevo Reino de Granda, Miguel Díaz Armendáriz. Núñez Pedroso pronto estuvo con setenta soldados en los valles de Mariquita, Gualí, Guasquia y otros. El nombre Mariquita había sido puesto por los españoles a los indios guerreros del cacique Malchita que siendo perseguidos por tropas hispanas le llamaban repetidamente. Los españoles, maliciosamente, cambiaron Malchita por Mariquita, y fue este el nombre que perduró.

En esta ocasión, los indios de la región, recordando el poder que las tropas de Maldonado habían mostrado hacía pocos años con sus espadas, arcabuces, perros y caballos, se abstuvieron de hacer frente a Núñez Pedroso, le salieron de paz y con algunos presentes de oro y otras dádivas de tan “poca importancia” –dice Aguado- que aquel optó por partir de allí, “en demanda del Pancenú” cuyas riquezas fabulosas ya sonaban con estruendo.

Pasó Núñez de Pedroso a Pancenú luego de varios encuentros con los indios de los Palenques y de cometer crueles masacres en éstos, y de Pancenú transitó a Cartago, de donde regresó a Santafé.

Allí encontró que ya no era Gobernación sino Audiencia Real. Y como entonces supo que en Venadillo habían sido descubiertas algunas minas de oro, diciéndose que también debía haberlas en las provincias de Mariquita y de Gualí, pidió de nuevo licencia para ir a conquistarlas y fundar. Le fue concedida, y una vez allá, parte de su tropa asaltó una población llamada Virina, cuyos naturales les hicieron frente, matando a dos españoles y dos indios yanaconas. La represión subsiguiente fue tal que pronto los naturales optaron por volver de paz, y entonces Núñez de Pedroso procedió a fundar, el 28 de agosto de 1551, la ciudad de San Sebastián de Mariquita.

En ese nombre se perpetuó pues el recuerdo del cacique Malchita. La advocación de San Sebastián indica que los guerreros de aquel, al igual que los Gualíes, los Ondas y los Herbes, eran indios flecheros.

Primeros alcaldes de Mariquita fueron Gonzalo Díaz y Alonso de Ver; regidores, Pedro de Salcedo, Pedro de Barrios, Antonio de Silva y Melchor de Sotomayor; administrador, Antonio de Toledo; procurador general, Antonio López de Vivar; mayordomo, Francisco de Carvajeda; mayordomo de la iglesia, Miguel de Otañéz, y actuó como escribano, Martín Álvarez. Empero, Aguado dice que primeros alcaldes de Mariquita fueron Francisco de Arce y Juan de Barrios. Aguado también agrega que luego de desbaratar una conjura de indios con la muerte en la horca de cinco principales, los soldados se dieron a buscar minas de oro con tan buena fortuna que Gonzalo Díaz halló las del río Gualí y otras “en los cerros que ahora llaman el Real Viejo, donde se ha sacado y saca mucho oro, y fino”.

De la mencionada campaña conquistadora de Francisco Núñez Pedrozo también hay que recordar que Pedro de Saucedo (uno de los Capitanes de aquel) fue, en esa ocasión, el español que más se distinguió por su terrible crueldad: so pretexto de pacificar a los indios Chapaima, dio muerte y quemó o cortó narices y brazos de cuanto indígena capturó. Esa crueldad fue tan extrema y notoria, que, habiendo sido investigado y acusado Saucedo por el fiscal de la época, el Oidor Juan de Montaño lo sentenció a muerte, la que se cumplió el 26 de mayo de 1554. Caso por demás digno de ser subrayado, ya que –conforme lo señala Juan Friede-, “en la historia de América fue Saucedo el único español que pagó con su vida la crueldades cometidas con los indios”.

Pocos años después, entre 1556 y 1557, se produjo el alzamiento general del que ya hablamos antes: Panches y Palenques, y naturales de Ibagué y de Cartago, y Mariquitas, Ondas, Herbes, Gualíes, etc., desesperados de los terribles abusos de que eran objeto, quisieron recobrar su libertad pero fueron masacrados inmisericordemente por las tropas de Asensio de Salinas y por un sujeto de cuyo nombre sólo se recuerda el de Alonso, quien fue el que incineró a miles de niños, mujeres y viejos que se refugiaron en bohíos de paja que tenían en una islita del río Magdalena, cerca de donde es hoy el puerto y ciudad de Honda.

A partir de entonces, y por largos años, hubo paz relativa en aquellas comarcas, hasta 1574, cuando se produjo el famoso levantamiento de Yuldama, Pompaná y otros caciques de Herbes, Gualíes, Ondamas, etc. Ese levantamiento se originó en el odio y el amor: Yuldama, el cacique de los Herbes, muerto de amor por una mujer joven, hija de su encomendero Francisco Jiménez, y siendo correspondido por aquella, optó por matar a su suegro y a sus dos cuñados. Luego huyó y se dedicó a incitar a todos los otros caciques convecinos a rebelarse contra el gobierno español, lo que logró prontamente. Temerosa la Real Audiencia del giro que tomaban los acontecimientos, comisionó al adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, quien ya era un anciano de alrededor de setenta años, para que fuera a reprimir a los alzados.

Llevado éste en guando, los indígenas, temerosos de la fama de Jiménez de Quesada, decidieron reservarse para adelante, al paso que don Gonzalo ordenaba buscar vetas de oro y fundar una ciudad que le sirviera de plaza de armas, como en efecto lo hicieron ante su insistencia, a pocos kilómetros de Mariquita, con el nombre de Santa Agueda.

Luego envió, bajo el mando del capitán Juan Esteban, una patrulla con el encargo de buscar a Yuldama. Esteban lo encontró con sus guerreros y su mestiza, descuidados en una población dormitando. Los españoles prendieron fuego a los bohíos. Despierto, Yuldama saltó a enfrentarse a los hispanos con tan mala fortuna que dio en las manos de Esteban, quien le embebió su espada en el pecho, dejándolo muerto.

Los demás indios huyeron mientras los españoles, después de saquear la población, fueron a dar cuenta de su triunfo a Jiménez de Quesada. Éste entonces designó a su sobrino Jerónimo Hurtado de Mendoza como capitán de otra compañía de soldados veteranos para que continuara y diera fin a aquella guerra. Hurtado, al frente de treinta veteranos, partió a buscar a los indios pero al cabo, ya de noche, cansados de andar, decidieron dormir en una loma, bajo ranchos que para ese efecto construyeron.

Estaban convencidos de que no corrían peligro alguno ni en la primera mitad de la noche ni en la mañana después de salir el sol, pues aquellos indios generalmente daban sus asaltos al cuarto de la aurora. Y fue así como pasaron la noche, cuidándose a la aurora, y ya descuidados luego de la salida del sol, momento que los guerreros indígenas dieron cuenta, furibundos, y con terribles gritos sobre los españoles. Acabaron con todos, incluso con Hurtado de Mendoza, por lo que don Gonzalo hubo de pedir refuerzos a la Real Audiencia.

Decenas de capitanes y cientos de soldados le fueron enviados, incluso el capitán Diego de Bocanegra, quien entonces estaba empeñado en domeñar a los Pijaos.

En vista de lo anterior, los indios decidieron reservarse de nuevo, por lo cual el anciano Jiménez de Quesada, luego de cosechar el oro que más pudo, y en vista de que no aparecía ningún indio no obstante que anduvo buscándolos largo tiempo, siempre llevado en guando, se hizo llevar a Santafé de Bogotá, a reclamar las correspondientes recompensas.

Mas entonces los indios volvieron a revolver, alborotar y asaltar poblaciones, rancheríos y patrullas. La Real Audiencia comisionó al capitán Gaspar de Rodas, gobernador de Antioquia, quien al frente de numerosas tropas se trasladó a las provincias rebeladas y en terribles razias sofocó la revuelta. Y con esto se concluyó la conquista española en el norte del Tolima.


La conquista del sur del Tolima

La conquista del sur del Tolima gira alrededor de los indios Pijaos. Estos, a la época del descubrimiento, habitaban en extensa región que hoy es la mitad sur del departamento del Tolima y la mitad norte del departamento del Huila, sobre el costado oriental de la cordillera oriental, y parte de los departamentos de Quindío, Risaralda, Valle del Cauca y norte del Cauca, sobre el costado occidental de la misma cordillera. Por eso esta era llamada, en esa parte, la Cordillera o Serranía de los Pijaos.

Los Pijaos se llamaban a sí mismo Pinaos, que al parecer significa orgullosos, pero como a los españoles ese nombre se les pareció al término pija, que designaba vulgarmente al órgano sexual masculino, y al verbo pijar, que significaba “orinar”, lo cambiaron por Pijaos, con el cual destacaron la desnudez con que andaban. A los niños recién nacidos acostumbraban atarles dos tablillas sobre la parte superior de la cabeza, una al frente y otra atrás, y así crecían, por lo cual aquella se hacía alargada, ahusada y ancha, costumbre que también tenían los Panches (de ahí este nombre, que significa “cabeza ancha”) y muchos otros pueblos primitivos.

Descubridor del país de los Pijaos, o por lo menos de parte de él, fue don Sebastián de Belalcázar, a fines de 1538 y comienzos de 1539, cuando de Popayán partió hacia el norte en busca del cacique El dorado, según nombre que entonces se daba al cacique Guatavita. No se sabe si Belalcázar tuvo encuentros guerreros con los Pijaos, pero aquel acrecentó la fama de belicosos y valientes que éstos tenían, pues muchos años después, conversando Belalcázar en España con el duque de Alba, a quien llamaban “El gran Capitán”, luego que esto dijo a Belalcázar que no se sentiría merecedor de ese título “mientras no se viera en campaña con el gran Turco”. Belalcázar a su turno afirmó que él no se sentiría merecedor del nombre que entonces le habían dando en su patria de “buen Capitán”, “hasta que a vista de un ejército de Pijaos lo ganase de inmortal”. Afirmación que se explica porque los Pijaos, a los grandes capitanes que por su valentía se hicieran merecedores de respeto y aprecio los consideraban hijos del sol, y como tales los creían inmortales. No lo fueron sino el propio Belalcázar y los capitanes Hernando Arias de Saavedra y Diego de Bocanegra.

El primer hecho de guerra contra los españoles en que participaron los Pijaos, según las noticias que se conocen, se relaciona con los hechos del cacique Yalcón Pioanza y La Gaitana: Tres mil guerreros Pijaos fueron a apoyar a ésta, pero fueron batidos de tal forma que sólo treinta regresaron a sus lares del sur del Tolima. Posteriormente, en 1556, fue enviada una expedición descubridora y conquistadora bajo el mando del capitán Francisco de Trejo. Este descubrió la meseta de Chaparral, sobre la cual construyó un fuerte como centro de sus operaciones conquistadoras, pero después de varios encuentros con los Pijaos de Amoyá, que eran comandados por el cacique Matora, y de ser diezmadas sus tropas, hubo de volverse, derrotado, a Buga.

Alrededor de siete expediciones más hubo contra los Pijaos, luego de la de Trejo, hasta que en 1562, el capitán Domingo Lozano, pidió al gobernador de Popayán autorización para ir a conquistar los indios Toribíos de los Paeces. Se la dieron bajo la condición de que primero fuera a “castigar” a los Pijaos y a rescatar a algunos españoles del grupo de Trejo que estaban cautivos. Lozano aceptó y se trasladó al Amoyá, donde asaltó la casa de Matora (que no estaba en ella) y después de rescatar a un soldado español que encontró, y de apresar a varias mujeres y niños, y a algunos guerreros indígenas, se dirigió a su conquista de los Toribíos.

En Aipe fue alcanzado por Matora que, al llegar a su casa y darse cuenta de aquel suceso, se dio a perseguirlo. Lozano y su tropa, empero estaban alerta, por lo cual lograron batir a Matora, y mientras este hubo de volverse al Amoyá, aquel siguió su rumbo, a echarle mano a su paga.

Después de Lozano, los hechos de guerra más importantes contra los Pijaos fueron los que protagonizó, a partir de 1572, el famoso capitán don Diego de Bocanegra. En dicho año fue comisionado por la Real Audiencia de Santafé para que fuera a conquistar a aquellos indígenas. Con tropas, pertrechos y bastimentos que reunió en aquella ciudad y en Ibagué, se trasladó a la provincia de Cutiva, y entre los Natagaimas, y a orillas del río Saldaña, frontera de la patria de los Pijaos hizo un fuerte. Pronto los Pijaos lo asaltaron pero fueron batidos por Bocanegra y su tropa, luego de feroz batalla nocturna que los indígenas estuvieron a punto de ganar pero que abandonaron al venirse la aurora, y con ésta, los primeros rayos del sol. Bocanegra se trasladó a Amoyá, cerca de donde residía Matora, sobre un sitio llamado Loma-gorda, donde estableció nuevo fuerte o real, al cual fueron a servirle, en sus rozas y otros menesteres, algunos Pijaos, hasta que encomenderos de Ibagué, sabedores de los progresos de aquel, y envidiosos, mandaron a requerirle que reconociera su autoridad o que se saliera de “su tierra”. Furioso, Bocanegra se trasladó hasta el río Ortega, donde fundó, con título de ciudad, Santiago de la Frontera. Esta fue, pues, la tercera ciudad fundada por los españoles en el Tolima (después de Ibagué y Mariquita), y con ese nombre indicó Bocanegra que esa era la frontera de sus conquistas y del territorio de los Pijaos con los encomenderos de Ibagué, y que la ponía bajo el patrocino del apóstol Santiago, patrono de los españoles, a efecto de que aquellos la respetaran. Y como fue fundada, alrededor del mes de diciembre del año mencionado, a orillas del río que años después sería llamado “de Ortega”, donde luego el padre Nicolás Ramírez Lozano refundó a Ortega, se puede considerar que la de Bocanegra fue la fundación primera de esta población.

En Santiago de la Frontera hizo notorios progresos Bocanegra, pero como a poco fue requerido por la Real Audiencia para que se trasladara al norte del Tolima a auxiliar al adelantado Jiménez de Quesada, quien estaba sitiado en Santa Agueda por Gualíes, Ondas, Herbes, etc., allá debió irse, circunstancia que los encomenderos de Ibagué aprovecharon para hacer despoblar al Santiago de Bocanegra.

Éste lo reconstruyó en un sitio del río Coello, donde estuvo hasta que falto de tropas y recursos, hubo de posponer sus propósitos conquistadores y trasladarse a Buga, donde tuvo varios encuentros con Pijaos, los que entonces le dieron el nombre de Hijo del sol, ya recordado.

En 1581 pidió la conquista de los Pijaos el capitán Bartolomé Talaverano, vecino importante de Ibagué. La Real Audiencia se la concedió, y ya en territorio Pijao, una patrulla que envió a buscar a los indígenas fue emboscada y muerta en su casi totalidad por guerreros indígenas del cacique Chequera, por lo cual Talaverano optó por retirarse. Se puso al otro lado del río Saldaña y en tierras de los indios Coyaimas fundó la ciudad que llamó El Escorial en homenaje al monasterio que pocos años antes, en 1563, había fundado en España el rey Felipe II con el hombre de San Lorenzo El Escorial. Pretendió, pues, Talaverano, con aquel nombre, que San Lorenzo, quien murió asado por los romanos, lo librara de los asadores de los Pijaos. Empero, los soldados, en vista de que Talaverano no hacía reparto de indios y todo lo tomaba para sí, optaron por irse en partidas hasta que lo dejaron solo, y al cabo el propio capitán hubo de deshacer y abandonar su ciudad que fue, en esa forma, la quinta que se fundó en el Tolima, después de Ibagué, Mariquita, Santiago de la Frontera y la fantasmal Santa Agueda.

Por el fracaso del capitán Talaverano, los Pijaos se crecieron y pasaron al ataque, llegando hasta a dar muerte, en el camino del Quindío, al gobernador de Popayán, don Sancho García del Espinal, luego de matar a uno de los soldados que lo escoltaba, a dos esclavos negros y tres indios de su servicio, y a hurtarse el oro y las joyas que llevaba.

Por ello, la Real Audiencia llamó al capitán Diego de Bocanegra y le encargó de nuevo ir a someter a los Pijaos, dándosele incluso el título de General para que pudiera nombrar capitanes y otros oficiales militares. Bocanegra atendió el llamado, pues además le dieron armas, pertrechos y soldados. Se trasladó a Coyaima, Tamagala y Guarro, sometiendo esas provincias. Después fue a Miraflores, donde hoy es Rovira. Allí sentó su real, que a poco fue asaltado por los Pijaos dirigidos por los caciques Beco, Plátano, Chequera y Pucharma. El combate fue terrible y Bocanegra estuvo en peligro de perecer, recibiendo incluso dos heridas, por lo cual, después del difícil triunfo logrado, dijo: “Hasta hoy había siempre peleado por la honra, pero esta mañana he peleado por mi vida”.

Luego del triunfo de Miraflores, Bocanegra se trasladó a la mesa de Chaparral, donde fundó, el 6 de enero de 1586, la que llamó Ciudad Real de Medina de las Torres de los Pijaos del Chaparral de los Reyes. Esta debe ser considerada como la fundación primera de Chaparral, pues entre los nombres que le dio está el de Chaparral y lo hizo con título de ciudad. El Medina de las Torres recuerda un condado español que llevaba el mismo nombre; el “de los reyes”, el día de la fundación; el “de los Pijaos” a los nativos de la región; y el “del Chaparral”, los arbustos de Chaparro característicos de la meseta.

Primer alcalde de Chaparral fue Juan de Leuro; justicia mayor, es decir, juez, el mismo Diego Bocanegra; alguacil, Gabriel Bocanegra y escribano, Sebastián de Tapia.

De Chaparral salió Bocanegra en varias correrías contra los Pijaos y cuando ya algunos de éstos iban a colaborarle en sus labores, y después de hacer reparto de la tierra entre sus capitanes y soldados, volvió a Santafé a pedir apoyo y nuevos auxilios para continuar sus conquistas. Ocasión que, al ser sabida por los Pijaos, la aprovecharon para asaltar la ciudad, luego de hacer junta general en la que acordaron incendiarla y destruirla, como en efecto lo hicieron. En derrota salieron los españoles de Medina Chaparral; la trastearon a orillas del río Tetuán y después a las riberas del río Coello, adonde le llegó la orden a Bocanegra de separarse de sus conquistas de los Pijaos, ya que los nuevos oidores se la habían otorgado a don Bernardino de Mojica y Guevara.

Puesto sobre la mesa de Chaparral, don Bernardino de Mojica fundó San Miguel de Pedraza Chaparral, que fue cabecera de su gobernación de los Pijaos hasta que éstos le infligieron terrible derrota y destruyeron la ciudad y los sacaron huyendo hasta Neiva, en donde se embarcó Magdalena abajo. Difícilmente salió en Tocaima y de allí volvió a Tunja, en donde a pocos días murió.

Después de los hechos anteriores protagonizados por los Pijaos, y que son narrados ampliamente por Fray Pedro Simón en sus Noticias historiales, ocurrieron los que narra Pedro Ordóñez de Cevallos en su Viaje del Mundo; que un cacique llamado Pijao, convencido de que los Pijaos y en general todos los indios se estaban acabando debido a la costumbre de matarse y comerse unos a otros, según la interpretación que Pijao dio a un sermón de un cura de Popayán, logró aglutinar a decenas de nacionalidades indígenas y conjurarse para dejar de pelear entre ellos, y los hizo decretar la guerra a muerte contra los españoles. Luego de ser derrotado Pijao en dos batallas en las que participaron bajo su mando más de veinte mil indios de diversas parcialidades, batallas que tuvieron lugar cerca de Popayán y en Buga, todos los indígenas derrotados se volvieron contra los Pijaos que hubieron de recluirse solos, en sus parajes de Ambeima, Amoyá y Las Hermosas, de donde salían de vez en cuando a asaltar aldeas, ciudades y caminos.

Así, el 25 de junio de 1603, en el camino del Quindío, aprehendieron a un hijo y un sobrino del gobernador de Popayán, don Vasco de Mendoza y Silva, y después de matarlos y dar cuenta de ellos, como también de un criado de aquellos, expusieron sus cabezas sobre puntas de palos que clavaron como ofrenda a su dios Sol. También por la misma época efectuaron varios asaltos sobre Ibagué, Buga, Cartago, Roldanillo, Toro, Anserma, Tocaima, Neiva, la Plata, Timaná, Aipe y Villa Vieja. A uno de los asaltos contra Ibagué se refieren los documentos que publicó Enrique Ortega Ricaurte, del Archivo Nacional de Colombia, bajo el título “Los inconquistables”.

En vista de los hechos mencionados, y en consideración de la inseguridad y peligros que para el tráfico, los viajes y el comercio entre Santafé y Popayán representaban la guerra sistemática de los Pijaos contra todo lo español, los cabildos y vecinos de Santafé, de Popayán y de todas aquellas y otras ciudades del Nuevo Reino de Granada se dirigieron a la Corona en demanda de que se nombrara para presidente de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá un militar de carrera con la misión especial de venir a dar solución al “problema Pijao”. El rey de España y su Consejo de Indias así procedieron: nombraron para tal hecho a don Juan de Borja, militar de carrera o, como entonces se decía, caballero de capa y espada, con grado de General, y quien tenía amplia experiencia militar, política y diplomática, y pertenecía a la familia Borgia, siendo chozno del Papa Alejandro Sexto y nieto de San Francisco de Borja.

Don Juan de Borja, apenas llegado a su gobierno de Santafé, puso manos en la “cuestión Pijao”: al frente de más de doscientos soldados y de numerosos capitanes, y con abundantes armas, caballos, perros y bastimentos, envió, como comandante general, hacia el Chaparral, a don Domingo de Erazo quien era gobernador y capitán general de las provincias de los temibles indios muzos y colimas y quien además gozaba de amplia experiencia en guerras contra éstos y contra los indios Araucos de Chile. A mediados de julio de 1606 estuvieron en Ibagué, ultimando preparativos y de allí salieron hacia las provincias de los Pijaos, precisamente cuando éstos se encontraban preparando un nuevo asalto contra Ibagué.

Las dos tropas, sin saberlo, se cruzaron en el camino: mientras Erazo y sus capitanes y soldados marchaban hacia Ambeima y Amoyá, los Pijaos, dirigidos por el cacique Calarcá y asesorado éste por un indio ladino que conocía la ciudad al dedillo por haber sido criado en ella, el 19 de julio, en tres columnas o escuadras, a media noche, iniciaron el asalto de la ciudad y pronto la incendiaron y destruyeron por completo, ya que prácticamente estaba desprotegida. Sólo los capitanes Gaspar Rodríguez del Olmo y Juan de Leuro, y dos soldados, habían quedado para la protección de ella, pues Erazo se había llevado el resto de la tropa que en ella se encontraba. Más de setenta personas fueron muertas entonces entre españoles, criollos e indios sirvientes, según los restos que aparecieron después que los Pijaos, ya en la mañana, abandonaron las ruinas humeantes cargadas de despojos.

Avisado Erazo, envió una parte de su tropa bajo el mando del capitán Juan Bautista de los Reyes, a perseguir a Calarcá, en tanto que él prosiguió con el grueso del ejército hacia Amoyá y la meseta de Chaparral. Sobre ésta construyó un fuerte al que llamó “de San Lorenzo”, con obvia invocación del santo que, según los españoles, los libraba de las parrillas y asadores, y de allí comenzó a planear la guerra final contra los Pijaos.

El general Borja, mientras tanto, había dado órdenes a las autoridades españolas de Popayán, Neiva, Mariquita y otras partes, para que coordinadamente enviaran tropas que confluirían desde todos los puntos cardinales sobre la meseta de Chaparral luego de arrasar todas las regiones circunvecinas de aquella, que eran las provincias principales de los Pijaos. Y hecho esto, el propio presidente Borja, con numerosas tropas, capitanes, gobernadores y otras autoridades, se trasladó al fuerte de San Lorenzo, al que cambió el nombre por el de “San Juan de Gandia” en memoria de su patria chica de España (el ducado de Gandia, fundado por su abuelo) y lo convirtió en su sede de gobierno.

Fray Pedro Simón, quien en esa ocasión acompañó a Borja y estuvo con éste en la meseta de Chaparral, narra muchos de los detalles de la campaña exterminadora de los Pijaos. En particular da cuenta de varias de las expediciones que fueron mandadas desde el fuerte de San Lorenzo con la consigna de arrasarlo todo y de matar a todos los indígenas que no se dieran por esclavos, y de apresar mujeres y niños. Y describe, finalmente, la participación de diferentes personajes españoles en esa guerra, y la lucha desigual y heroica de numerosos líderes indígenas: los caciques Calarcá, Coyara y Cocurga; Tala, Macara, Paluma, Nimba, Tuquimba, Bilaque, Metaco o Manetas, Inacho, Chanamá, Chaguala, etc.; y la participación de mujeres pijadas como Anica y Talima, y el destino servil de otras como Yachimba, Calaga, Siquia y Quitomba, y la intervención heroica de Metaquí, un niño que se ofreció valientemente para que lo fusilaran en vez de su madre.

Calarcá, quien era como ya lo dijimos el principal de los caciques Pijaos de entonces, fue muerto por el gobernador Diego de Ospina en un asalto que aquel dio, en compañía de los también caciques Coayara y Cocurga y de alrededor de 200 guerreros indígenas, al fuerte que Ospina había establecido cerca de los nacimientos del río Tetuán. En esa ocasión fueron muertos varios Pijaos y apresados otros muchos, entre estos Anica, Metaquí y Cocurga. A la mayor parte les hizo dar muerte Ospina, achuchando contra ellos a sus feroces perros, sin que los Pijaos dieran muestra alguna de dolor mientras se defendían, amarrados, con la cabeza, las piernas y el cuerpo. Y ya muertos, las cabezas fueron expuestas sobre los postes del cerco, para escarmiento.

Cocurga, remitido al fuerte de San Lorenzo, al cabo fue fusilado y Anica fue librada de la muerte ante la actitud valiente de su hijo Metaquí. Y en cuanto a Coyara, quien logró salir del fuerte Ospina cargando, con otros Pijaos, el cuerpo moribundo de Calarcá, después fue perseguido junto con otros de sus subordinados por una escuadra española por la serranía de Las Hermosas y hasta cerca del nevado del Huila, donde su rastro se perdió.

Y, en fin, luego de que todas las regiones que habían sido de los Pijaos llegaron a don Juan de Borja, en San Lorenzo, noticias de que todas las mujeres y los niños Pijaos habían sido apresados y que varones de esa raza, fuera de los que también habían sido apresados, no aparecían por ninguna parte, ordenó a don Domingo de Erazo ir hasta cerca del cerro nevado del Huila y hacer un fuerte para él trasladarse allí y comprobar el exterminio de los Pijaos, como en efecto lo hizo. Y hecho esto, don Juan de Borja se pasó a Ibagué, donde con misa solemne y Te Deum celebró el final de la guerra, y después volvió a Santafé, haciendo llevar las cabezas de varios de los Pijaos que habían fusilado en el fuerte de San Lorenzo, cabezas que fueron exhibidas largo tiempo, puestas en jaulas, en aquella ciudad. Y al propio tiempo, el general Borja envió informe al Rey sobre el cumplimiento que había dado al principal de los mandatos que le impartió al nombrarlo como presidente de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada, informe con el cual se puede dar por concluida la conquista española del sur del Tolima.

Y a todo esto sólo resta agregar que como ni el presidente Borja ni don Domingo de Erazo ni el propio gobernador Diego de Ospina ni ningún español supo de la muerte de Calarcá, quien era el principal objeto de sus búsquedas, inventaron la leyenda del encuentro entre el famoso cacique Pijao y el cacique don Baltasar, quien fue un indio Tuamo que, al mando de indios Coyaimas, Natagaimas y Tuamos estuvieron en aquella guerra, ayudando a los españoles. Don Baltasar era valiente y experto en las guerras de los Pijaos y les fue a los españoles de gran utilidad en aquella ocasión, y por ello éstos inventaron la leyenda del encuentro titánico entre Calarcá y don Baltasar, en el cual el primero habría muerto con su lanza poderosa de tres metros de largo, al invencible Calarcá. Y para redondear la leyenda, a la ciudad de Ibagué llevaron centenares de lanzas decomisadas a los Pijaos, y además la de don Baltasar, que fue entronizada en el arco toral de la iglesia, donde estuvo hasta que en el terremoto de 1827 se cayó, año desde el cual se ha conservado en el palacio arzobispal de esa ciudad.

A la lanza de don Baltasar se refiere el famoso “Devocionario de Ibagué” que repite: “¡Lanza no caigas al suelo porque vuelven los Pijaos!”. A él no podemos referirnos ahora por falta de espacio, pero sí debemos agregar que, no obstante que la lanza de don Baltasar cayó al suelo en la ocasión dicha, los Pijaos no volvieron pues desde el primer decenio del siglo XVII habían sido exterminados y los que de ellos quedaron se habían limitado, a través de las mujeres y de los niños Pijao, que fueron apresados luego de ser aquellas y éstos esparcidos por todo el país, a contribuir en el colosal mestizaje que se produjo por aquellas calendas de nuestra patria y en todo el continente americano.

 

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