SOBRELAS NOVELAS DE UVA JARAMILLO

 

Por: Carlos Orlando Pardo

 

Ha sido difícil establecer el año de su muerte puesto que desde 1934 ingresó a un convento en España sin que se tuvieran más noticias suyas. Mencionaremos algunos de sus datos como no ocurre con otros escritores referidos en este libro, por cuanto los consideramos de mucha utilidad para comprender el contenido y la forma elegida para su obra novelística. La autora publicó bajo el seudónimo de Laura D’Avignon y al convertirse en religiosa adoptó el de Sor María de Bethania. Sus novelas son Infierno en el alma y El campanero, publicadas en 1924 y 1928. Figuran en su bibliografía dos más: Corazón herido y Maldición, sobre las cuales apenas existen declaraciones de la autora.

En una breve autobiografía, Uva Jaramillo menciona sus estudios escolares entre el colegio del Sagrado Corazón de María en su ciudad natal, regido entonces por renombradas institutoras alemanas en donde trabaja después durante dos años como profesora y el colegio de La Presentación de Manizales. Declara allí mismo que cuando era niña su mayor ambición fue la de ser bruja y que desde infante su madre le enseñó las primeras letras encontrándose con un placer que no abandonaría jamás. De otra parte, buscando afanosamente la posibilidad de acercarse al conocimiento de todo cuanto pudiera ser posible, tomó con inmensa pasión clases de piano y de francés. La disciplina adoptada la asumió con tal constancia que sus ensayos musicales “fueron el tormento incesante de los vecinos”. Después estudia contabilidad y mecanografía en la Remington School hasta obtener el correspondiente diploma.

Escribe que, hacia 1910, una crisis pecuniaria de su familia no le permitió cumplir con su deseo de marcharse a otro lado para perfeccionar sus estudios y debió quedarse al lado de los suyos en las laderas del Ruiz. Fue cuando, allí, “tomó mi vida caracteres de novela”.1

“Quedé huérfana en 1911 al frente de una familia numerosa. Del pasado no quedaba una huella siquiera. Fue una etapa terrible de mi vida”.2

Entre multitud de trabajos que le sirven como recreación para distraerse de la profunda nostalgia de su anterior mundo poblado de comodidades a uno de estrechez y limitaciones, surge “una consolación íntima”. Cobra entonces un amor profundo por la naturaleza “que es allí tan opulenta” y prima su sentimiento hacia el paisaje.

De tales experiencias, que dejará consignadas en su oficio con una multifacética gama de detalles, saldrán más tarde buena parte de sus argumentos para una carrera literaria que comienza en forma pública el veinte de julio de 1920. En aquella fecha obtiene, con el brevísimo relato titulado Memo, la distinción conocida como El Jazmín de plata, entregada a quienes ganen el primer premio en un concurso de cuento en Manizales, ciudad en donde se conocerían sus trabajos posteriores publicados a través de la revista Renacimiento. Pero si bien es elogiada por sus cuentos Incógnita, Rayo de luna, Sin cadenas y El primer pesar, también lo es en la revista Sábado, de Medellín.

Esta experiencia le dará el estímulo para continuar escribiendo cuentos que luego recogerá en dos tomos bajo el título de Hojas dispersas, elogiada entonces por Fray Pedro Jácalo, de la Real Academia Española, para quien son sus cuentos “sentimentales, románticos y saturados de un sano panteísmo”. Sin embargo, es en un género de mayor aliento donde la autora del Líbano muestra de mejor manera su trabajo. Es cuando publica en La novela semanal, como otras autoras del país, entre ellas Luz Stella e Isabel Santos Millán, dos obras tituladas Infierno en el alma, en 1924 y El Campanero en 1928.

En la primera recrea las experiencias vividas en las montañas, en este caso Líbano y Villahermosa, y nos ofrece dentro de la corriente bucólica de la época el amor que le despierta la naturaleza. En la segunda surge una obra trágico sentimental, “el género de mis simpatías”.3

Infierno en el alma está dedicada a Tomás Carrasquilla a quien ella consideraba su maestro y hubo críticos de aquella época que la calificaron como “una novela de costumbres antioqueñas”. La deducción se daba, de manera simple, por cuanto encontraban allí consignado todo el pintoresco vocabulario de la montaña y lo que significaba como paisaje y modo de vida desde el punto de vista de los comportamientos y la conducta de sus personajes. El equívoco se ofrecía por no tener en cuenta que aquellas poblaciones del norte del Tolima no sólo calcaban o reproducían una manera de ser, sino que procedían de la entraña de Antioquia y llegaban a nuevas tierras para fundar aquellos poblados. El hecho mismo de dedicarla al autor de Frutos de mi tierra, como su maestro, ofrece en buena parte las condiciones de un trabajo epigonal.

Lo que alcanza Uva Jaramillo es, entonces, dejar simplemente correr los sentimientos alrededor de lo que llama su atención y considera digno de retratar en sus páginas. Lo que tiene al frente son sus experiencias personales que tras la crisis económica que vive la gente de su sangre, la conducen de una “casa grande y abundosa… a una choza entre los montes”. Desea “olvidarse de su pasado holgado y tranquilo entregándose con ardor como campesina a toda clase de trabajos”.4 Más tarde, gracias a los arreglos que logra su familia, convierten con sus propias manos aquel lugar humilde en la casa bautizada como Santa Inés, en las laderas del Ruiz. Al frente de numerosos hermanos a los que debió cuidar luego de quedar huérfana, como ya está dicho, le resta como recreo el consuelo del paisaje. Ese sentimiento que ella denomina de “un amor profundo por la naturaleza”,5 la lleva a la contemplación de cada cosa y a las descripciones de aquel nevado “al cual subió por lo menos diez veces por distintos y opuestos caminos para sentir la maravilla de aquellas nevadas y silentes alturas”.6

Este hecho constituye, advierte la autora, “uno de los recuerdos más gratos de mi vida”,*7 por lo que se estaciona en describir los distintos trajes que viste en medio de aquel inconmensurable silencio que le despierta particulares emociones, como si fuera transportada a otras esferas.

La obra, así mismo, sale de su entorno para decirnos de la comida típica en la cual era una experta, hasta el punto de escribir un manual de cocina en sus poemas titulados Pétalos, donde las fórmulas de culinaria hacen su presentación.

Esta tendencia a realizar un inventario de los recursos humanos, de los paisajes, ambientes y regiones que inicialmente en la literatura colombiana fueron enumerados, descritos y dibujados como estampas y cuadros, gestan desde la novela una nueva visión no sólo palpable por la extensión de los textos, sino porque se enriquecen y justifican a partir de la estructura, que si bien es cierto son de un estilo típicamente realista, de sabor paisa, de representación variada de estilos y matices, conservan lo local y lo anecdótico, pero manejando una sabiduría de lo tradicional en donde la vida cotidiana no idealiza en nada la realidad de la existencia.

No logra que se dejen ver fácilmente las costuras que delatan sus desniveles y carencias. Aquí la colcha de retazos muestra un salpicón de maneras que van entre sus mismos autores preferidos como lo eran, entre otros, Víctor Hugo, Ricardo León, José Ingenieros, Vicente Blasco Ibáñez y un poco Oscar Wilde.

Sembrar, de todos modos, el testimonio de la raíz literaria sobre el propio suelo como suceso de primera mano desde la perspectiva del documento ecológico, deja su cuota de importancia y mucho más cuando las imágenes del entorno sin intencionales alardes literarios, ofrece la placidez de un medio que estampa con la aparente despreocupación de la forma, pero que evita la aplicación de pomposos adjetivos y que al decir de Uva Jaramillo sólo puede verse como un desbordamiento de su espíritu.

Maldición es su novela más extensa y según la autora su mayor esfuerzo intelectual y su obra preferida, que de acuerdo a referencias conserva los principales y comunes rasgos argumentales de sus escritos anteriores, al igual que lo hace en Lágrimas silenciosas, un guión cinematográfico que confiaba en el apoyo de unos empresarios que soñaban con ser productores cinematográficos en Manizales, buscando contribuir al incipiente cine nacional. Dice Uva Jaramillo que “pasan por allí la ciudad querida y sus campos, el coloso Ruiz y sus contornos, en escenas que conozco demasiado porque he vivido algunas de ellas, así la turba las juzgue inverosímiles”.

Resulta apropiado añadir que la escritora tenía plena conciencia de su condición de género. Esa protesta contra las situaciones a que se ven sometidas las mujeres durante un largo período de machismo y autoridad patriarcal, se refleja en la atmósfera que crea en sus cuentos y novelas donde se testimonia a sus personajes en inhumana desigualdad como una manera de sensibilizar ante el lector su estado.

No estaban allí de manera gratuita, por cuanto las conferencias que sobre la condición femenina dictó en Antioquia entre 1921 y 1922, ofrecían, de acuerdo con sus propias palabras, “cierta compasión por los autores que rebajan el nivel moral y social de la mujer”. Algunas obras de Trigo y Shopenhauer, señala, “hacen creer que ellos no gozan de las delicadas delicias de un hogar como los nuestros. ¿Será que olvidan que nacieron de una mujer y que a la madre debe nombrarse con el alma de hinojos? ¿O será que descienden de tarántulas? ¿Serían tan desafortunados que sólo se hallaron con casquivanas y al oir a esa deficiente porción, juzgan una colectividad tan valiosa?”.7

La multifacética autora de prosa y verso y faenas periodísticas de notable éxito en La Patria, de Manizales, maneja “una suave tristeza en el decir”, como conceptúa Bernardo Uribe Muñoz en su libro Mujeres de América, publicado en 1934.

Su nombre, igualmente, surge destacado en la Antología de poetisas hispanoamericanas modernas cuya compilación para la editorial Aguilar de Madrid hizo Matilde Muñoz en 1946 y ha sido objeto de tesis como se demuestra en Figuras femeninas de la novela en el siglo XX, de Lucía Luque Valderrama. aparecida en 1954.

Las novelas publicadas por Uva Jaramillo, cumplen entonces lo que afirmara Salvador Camacho Roldán en relación a la novela costumbrista al decir que “no debía contentarse con ser un mero producto de la imaginación, en cuyo caso le parecía que estaba destinada apenas a alimentar ociosas ensoñaciones sentimentales de las jóvenes, cuando debía contribuir a reformar costumbres viciosas y a llamar la atención del poder sobre situaciones sociales injustas”.

Esa confirmación de una cultura, como la califica Germán Colmenares, aquella del ver y el oir, que muestran el estado primitivo de la naturaleza con cuadros agrestes, que tienen personajes con el corazón deshecho en lágrimas, derramadas por el sufrimiento, es la expresión del mundo rural tradicional que se funda en la espontaneidad, en el acercamiento del escritor a la realidad cotidiana, en la reproducción de la familiaridad con ella y en un lenguaje que calca tal sentido. El sello peculiar de Uva Jaramillo es que conserva su autenticidad en relación al ambiente que describe, muestra por él una extrema idealización y un sentimentalismo que va más a lo geográfico que a lo social, así en el fondo su tipología humana se refleje como tragedia en medio de una fuerte dosis de color local.

Notas

1.-Jaramillo, Uva; declaraciones en Historia de la Literatura Colombiana, 1936.

2.-Op. cit.

3.-Op. cit.

4.-Op. cit.

5.-Op. cit.

6.-Op. cit.

7.-Op. cit.