CARLOS EDUARDOJARAMILLO CASTILLO

 

Un obsesionado como él por la historia de las guerras civiles y de la violencia de mitad de siglo, sobre cuyos episodios ha escrito varios documentados y exitosos libros, tuvo con seguridad que sentir un escalofrío cuando fue designado, primero, asesor de la Consejería Presidencial para la Paz y luego titular de ese despacho.

En 1944 nacía en Ibagué e iba a alcanzar, en una carrera de disciplina permanente, todos aquellos pergaminos con los que enfrentaría desde la academia su batalla. Ser licenciado en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, master en Ciencia Política de la Universidad de los Andes, obtener diploma de Estudios en Profundidad y doctorado en Sociología en la Universidad Juddieu, de París VII, le conferirían su carácter de estudioso por placer y el deseo de comunicar sus conocimientos a otros.

Es así como se hace catedrático de las universidades Nacional, La Salle y Javeriana, pero no satisfecho y con anhelos de ampliar cada día su visión del mundo y de los hombres, termina como subdirector de planeación del SENA donde se entusiasma con la computación como jefe de la división de Televisión Educativa y como representante del Presidente de la República en la Junta Directiva de Audiovisuales.

Los medios de comunicación motivaron en él un estudio apasionado, pero otros compromisos y circunstancias surgen en su camino. La guerra avanza en Colombia y de lado y lado caen hombres. Lo que venía profundizando en archivos y viejos periódicos, en conversaciones con sobrevivientes de antiguas batallas y con caracteres distintos a la violencia que él conocía, quedaba en el pasado. El desafío y la historia se encontraban al frente de su vida.

En el gobierno de Virgilio Barco es designado asesor del Consejero Presidencial para la reconciliación, normalización y rehabilitación y, tras cuatro años conociendo los vericuetos de la guerra, la atmósfera del entendimiento, la tensión de las negociaciones en las montañas y en el exterior, termina como testigo y dialogante excepcional en todos los procesos que cumpliría Colombia en ese campo. Al ser nombrado durante un período Consejero Presidencial por César Gavina, luego de haber sido asesor del primer civil designado Ministro de Defensa, sus responsabilidades aumentan y sigue cumpliendo un papel protagónico por la paz del país.

Cuando asistía a las reuniones de diálogo, cuesta arriba con la guerrilla, no tenía el cansancio de las largas jornadas ni sentía el peso de su maletín donde cargaba aerosol contra los zancudos y las moscas, Vick Vaporub para la nariz, remedios para los dolores de cabeza y estómago, tres pares de medias, botas elegantes, chaqueta de cuero, perfume para la barba y cortauñas.

Carlos Eduardo Jaramillo hacía gala de los recursos de la historia para llegar a acuerdos. No en vano había sido miembro de la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia, miembro de la Comisión de Expertos para el estudio de la Violencia y la Televisión y había realizado muchas investigaciones en el centro cultural Jorge Eliécer Gaitán.

Pese a que ha realizado numerosos trabajos para el Instituto de Crédito Territorial, el Centro de Estudios Ambientales y la Federación Nacional de Arroceros, lo que más valía en el momento era su antigua dedicación al estudio de los fenómenos de la violencia. Además de sus libros, su trabajo como ponente en congresos y seminarios, no sólo dentro sino fuera del país, le ofrecían un conocimiento pleno del fenómeno.

Ahí estaban sus textos sobre El Tolima en los mil días e Historia de una guerra que la paz regó con sangre, presentado en el VI Congreso de Historia realizado en Ibagué, tierra a la que siempre regresa y por cuyo pasado conserva permanente interés. Son debidamente conocidos sus ensayos Armamento e inteligencia militar, El caso de los mil días, presentado en el Primer Simposio Internacional sobre Movimientos Sociales en Colombia, realizado en la Universidad Nacional, Alternativas para la construcción y dotación de las escuelas rurales en Colombia, durante el Primer Seminario Nacional sobre construcción educativa, convocado por el ICCE, en Bogotá, o Autoconstrucción y participación comunitaria: una alternativa para el desarrollo educativo, realizado para el Primer Seminario Internacional sobre acción comunal.

Carlos Eduardo Jaramillo es calificado como un profesional programado, serio, con disciplina de hormiga arriera, características que adquirió desde sus tiempos de estudiante de sociología en la Universidad Nacional donde sus promedios eran de cuatro para arriba y casi siempre obtenía matrícula de honor. De su carrera, en una vieja libreta de apuntes, le queda la cuenta de gastos por sólo trece mil cuatrocientos veinte pesos en algunos semestres. Vivió en las residencias universitarias de Gorgona cuando la fiebre de los años sesenta invadía las conciencias de los jóvenes del mundo y es cuando conoce a la que hoy es su esposa, la antropóloga Ximena Pachón y al mismo Alfonso Cano con el que iría a negociar la paz.

Con una abierta simpatía por la tertulia, la discusión y la competencia intelectual, Carlos Eduardo Jaramillo, a quien desde el colegio sus amigos y familiares le dicen Popeo, fue el primer postgraduado de la Universidad de los Andes. Había cursado su doctorado en Francia donde vivió tiempos de asombro frente a la cultura y no descansaba recorriendo Europa en una vieja pero cómoda camioneta que le servía de hotel.

Su emoción de niño grande cuando tropieza con algún documento que le aclare caminos o sirva de sustento a sus investigaciones, lo ha llevado a ser un calificado perfeccionista en sus estudios sobre la violencia, sus trabajos sociológicos y sus propuestas de paz. Sus libros, entonces, irán a enriquecer inteligentemente la bibliografía nacional y resulta imperativo para el estudioso consultar Historia y luchas sociales: Ibagué a principios de Siglo al 9 de abril de 1948, publicado en 1983; El Guerrillero de El Paraíso: general Tulio Varón Perilla, Premio Ciudad de Ibagué en la modalidad de Historia, 1987 y Los guerrilleros del novecienost, publicado en 1991.

También es coautor de Estados y naciones en los Andes, (1986); Colombia, violencia y democracia, (1987); Pasado y presente de la violencia en Colombia. (1986) y Nueva Historia de Colombia (1989).

A sus 50 años, Popeo Jaramillo, que vive en Santa Fe de Bogotá desde 1965 -ahora se desempeña como diplomático en los Estados Unidos-, es callado, tímido, cuidadoso, amante de la música clásica, la buena comida y los tragos excelentes pero no de la rumba, así como un enamorado de los bluyines. Dejó el cigarrillo cuando cumplió treinta años y tiene un gusto a veces excesivo por la fotografía: posee más de mil quinientas fotos del proceso de paz con el M-19. Al escribir sobre la violencia examina estas imágenes en blanco y negro de paz y guerra en que el tiempo se ha detenido y estudia las siluetas como si recordara que alguna vez pintó figuras humanas al óleo.

Como Consejero Presidencial para Asuntos de Paz llegó a implementar acuerdos con la corriente de Renovación Socialista en una ceremonia realizada en el campamento de Flor del Monte, en Sucre, donde 430 guerrilleros entregaron sus armas a la veeduría internacional constituida para esos efectos. Fue así cómo, para satisfacción de un pueblo entero, un delicado proceso de negociación que duró un año culminó protagonizando un episodio clave de la historia. En ello lo acompañaron su coterráneo Jesús Antonio Bejarano y los destacados conciliadores Horacio Serpa Uribe y Ricardo Santamaría, ratificando con este convenio el quinto proceso de paz del gobierno Gaviria con un grupo subversivo.

Como Asesor del Ministro de Defensa asistió con una delegación colombiana a Costa Rica para colaborar en la solución del problema creado con el secuestro de los miembros de la Corte Suprema de donde salieron sanos y salvos los rehenes, lo que le valió un reconocimiento público del presidente Rafael Calderón.

El diálogo con el Ricardo Cárnica, una facción disidente del E.P.L, dio como resultado que en una finca de Turbaco se iniciara la desmovilización. Ahí, 120 guerrilleros de ese frente, en Bolívar, tras reuniones en Cartagena que incluyó entre los participantes a representantes del episcopado colombiano, firmaron un documento el 14 de junio de 1994 donde se daba comienzo a la incorporación de sus integrantes a la vida civil.

La reinserción económica y social que incluía salud, vivienda, proyectos productivos y asistencia técnica para ellos, al igual que seguridad, beneficios jurídicos y favorabilidad política, tenía como garante a la iglesia, tutora moral del proceso. Este sexto acuerdo que se cumplió a partir del primero de julio de ese año, le otorgaba a Jaramillo la seguridad de estar no estudiando la historia sino haciendo parte de ella, quizá para no estar tan huérfano como le tocó en su infancia.



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