HISTORIA VERDADERA DE LOS PIJAOS

 

Por Leovigildo Bernal

 

A la memoria de los pijaos y del Cacique Calarcá,

en el cuarto centenario del exterminio de aquellos

y de la muerte de éste.


Cuando hablamos de “la historia verdadera de los pijaos” queremos hacer referencia a la que, sobre esos valerosos guerreros indígenas, cuentan quienes los conocieron, en particular fray Pedro Simón, Pedro Ordóñez de Ceballos, fray Pedro de Aguado y don Juan de Castellanos, quienes son, entre todos los Cronistas de la Conquista, los que más se ocuparon en la narración de los hechos que se relacionan con la nación pijao. En particular, Simón ha sido nuestra principal fuente a ese respecto, que es lo mismo que les ha ocurrido a todos los historiadores y a los novelistas historiales de Colombia: es muy poco lo que se puede decir acerca del descubrimiento, conquista y comienzo de la colonización del Nuevo Reino de Granada que no haya sido contado por Simón. Lo mismo que no puede decirse nada o casi nada sobre conquistadores como don Gonzalo Jiménez de Quezada o Pedro de Ursúa, que no haya sido expuesto, amplia y hermosamente, por Simón. Tal vez los pijaos son la única excepción a ese respecto: algunos hechos importantísimos relativos a la historia de la nación pijao no fueron contados por fray Pedro Simón, sino por Pedro Ordóñez de Ceballos. Pero aquél dio fe de la existencia real de éste, y de que al comienzo del siglo XVII, cuando los pijaos fueron exterminados, el libro en el cual Ordóñez da cuenta de los hechos que hemos calificado como importantísimos, ya había sido editado y publicado.

Como contraste frente a la historia verdadera sobre hechos, personajes o naciones precolombinas americanas -historia que se basa en los Cronistas de Indias y en otras fuentes documentales provenientes de los tiempos historiados mismos-, existe una historia que se puede llamar fantasiosa porque narra, como hechos, consejas que se urdieron mucho tiempo después de su presunta ocurrencia, por parte de quienes no estuvieron o no pudieron estar presentes y sin basarse en documentos o narraciones anteriores que en alguna forma pudieran acreditarlos.

Las historias que se escriben y publican sobre los pijaos, generalmente son ricas en fantasías. Alrededor de esos indígenas se han tejido venerables leyendas que hacen parte del mito americano del buen salvaje, al cual se refirió, en un célebre libro, el ensayista venezolano Carlos Rangel. Se dice, por ejemplo, que los pijaos llegaron a constituir una amenaza tan seria para el Imperio Español que éste tuvo que marchar unido, con tropas poderosas, a domeñarlos antes de que España fuera ignominiosamente derrotada; y que ese guerrerismo indómito de los pijaos se levantó para sólo defender su libertad; y que en una batalla que dizque se libró sobre La Meseta de Chaparral, España estuvo a punto de ser abatida por los inconquistables famosos; y que éstos optaron por hacerse matar todos, antes que rendirse y someterse al dominio y la esclavitud peninsulares; y que las mujeres pijaos dizque tomaron menjurjes abortivos y esterilizantes para no traer al mundo descendientes de los malvados esclavistas; y que, en fin, antes del advenimiento de los conquistadores, los pijaos vivían en sus paradisíacas laderas, en paz con sus vecinos y con la naturaleza, dedicados a la caza o la pesca y al cultivo de sus maizales, frijoleras, arracachales y yucales, y al desarrollo de su cultura ingenua, sin sobresaltos ni afán, hasta que el malvado Imperio vino a destruirlos.

Esta visión paradisíaca y aquellos hechos son, en general, falsos. Por ejemplo, los pijaos no vivían en paz con sus vecinos, sino en guerra permanente contra ellos. Tampoco es verdad que sobre La Meseta de Chaparral se hubiera librado una batalla campal de batallones pijaos contra hispanos, entre otras cosas porque al comienzo del siglo XVII, cuando el poderío militar del gobierno conquistador del Nuevo Reino de Granada se volcó sobre dicha meseta a perseguir a los pijaos, ya éstos habían quedado reducidos a unos pocos centenares de combatientes que, a duras penas, lograron presentar una heroica resistencia de carácter guerrillero. Lo que, según parece, ocurrió a este respecto fue lo siguiente: que algún historiador criollo, que seguramente conoció el relato de Ordóñez de Ceballos sobre la “batalla de Popayán”, decidió trasladarla de lugar y fecha: se habría librado no en Popayán, sino en Chaparral, y no alrededor de 1590, como se concluye de Ordóñez, sino en 1608, cuando convenía a los intereses del general Juan de Borja y de todos los otros personajes que ansiaban hacer méritos ante la corona española. Y, en fin, tampoco es verdad que las mujeres pijadas hubieran comido o bebido menjurjes esterilizantes o abortivos: los miles de niños, niñas y mujeres que fueron apresadas en las redadas hispanas de la guerra genocida, repartidas como sirvientas o esclavas entre la oficialidad y la soldadesca triunfantes, fueron esparcidas por toda La Nueva Granada. Y, en esa forma, la guerra final no fue genocida, como se quería, sino un eficaz vector de genes pijaos hacia todos los rincones de nuestra patria.

Pero dejemos en el anterior punto, por ahora, las consideraciones generales sobre la historia de los pijaos y pasemos a ver los hechos particulares de la misma.


Descubrimiento de los pijaos

El descubridor de la nación pijao fue don Sebastián de Belalcázar, en el año de 1538, al atravesar la cordillera central, entre Popayán y Neiva, cuando se vino hacia la sabana de Bogotá, en busca de El Cacique Dorado. Don Juan de Borja dice, en su “Relación y discurso de la guerra contra los pijaos”, que éstos, en aquella ocasión, “le mataron -a Belalcázar-, cinco hombres”, por lo cual “se desvió del peligro de ellos llevando su campo por otro camino más desembarazado y seguro”. Y debió quedar tan impresionado por la valentía y fiereza de esos guerreros indígenas que, algunos años después, conversando Belalcázar en algún lugar de España con el Duque de Alba -don Fernando Álvarez de Toledo-, a quien todos llamaban “El Gran Capitán”, luego que éste le dijo a Belalcázar que no se sentiría merecedor de ese título “mientras no se viera en campaña con el Gran Turco”; Belalcázar, a su turno, afirmó que él no se sentiría merecedor del nombre que entonces le habían dado en su patria, de Buen Capitán, “hasta que a vista de un ejército de pijaos ganase el título de Inmortal”; es decir, de Hijo del dios Sol, que los pijaos daban a los capitanes que se distinguían por su heroísmo o su valor.


España, La Gaitana y Los Pijaos

En 1539 se produjo el primer hecho grande de guerra de España contra los indígenas americanos en el cual participaron los pijaos. Luego que el capitán español Pedro de Añasco dio muerte infame al hijo de La Gaitana, ésta se dedicó a reclutar huestes de varias naciones o tribus indígenas contra los españoles. Hasta los parajes de los pijaos en el sur del actual Tolima, fue La Gaitana en busca de apoyo para esa guerra. Tres mil guerreros pijaos atendieron su llamado, y al mando de sus respectivos caciques fueron a ponerse bajo el comando del cacique general de los yalcones, Pioanza, quien logró reunir quince mil indios de diversas tribus para asaltar el fuerte principal de los españoles en Timaná. El triunfo de los españoles fue arrasador. De los tres mil pijaos sólo quedaron vivos treinta, que volvieron a sus parajes. Y las tres mil pijadas que entonces fueron, como siempre acostumbraban hacerlo, con sus maridos, cargadas de ollas y mochilas para hacerles de comer y para traer provisiones frescas, quedaron cautivas, como esclavas y sirvientas de los españoles vencedores.


El gran cacique Matora, el capitán Francisco Trejos y el descubrimiento de La Meseta del Chaparral.

En 1556 se produjo el siguiente gran hecho de guerra de los españoles contra los pijaos. En el interregno hubo varias facciones, pero todas ellas sin mayor importancia aunque generalmente todas se decidían a favor de nuestros heroicos indios y en contra de los vinientes peninsulares. En 1556, al mando de setenta (70) soldados y llevando como su segundo al teniente Francisco de los Barrios, salió de Buga, a conquistar a los pijaos, el capitán Francisco Trejo, quien era yerno de don Sebastián de Belalcázar y había sido, en 1550, el primer alcalde de la ciudad de Ibagué. Francisco Trejo fue el descubridor, en esa ocasión, de La Meseta de Chaparral. Sobre ésta construyó una fortaleza, El Fuerte Trejo, y se puede estar seguro de que esa fue la primera construcción de fortaleza o de vivienda que se levantó sobre esa Meseta porque los pijaos, que eran los únicos indios que vivían alrededor de ella o sobre ella, sólo hacían sus habitaciones en laderas de montañas o sobre árboles, para cuidarse de enemigos que quisieran ir a darles caza. Trejo, luego que construyó su fuerte, envió al teniente Francisco de los Barrios, quien era sobrino del primer arzobispo de Bogotá, don Juan de los Barrios, hacia el río y la región de Amoyá, a buscarles el bulto a los pijaos. Barrios fue con quince soldados hasta un sitio llamado “Loma gorda”, de Amoyá, donde encontró una casa abandonada, de la cual se apoderó. A los tres días llegaron allí ocho indios, enviados por el cacique Matora, quien era el jefe de los pijaos de esa región, a darles la bienvenida y a decirles que los recibía en buena paz y que quería ser su amigo, en prenda y prueba de lo cual les mandaba los “presentes” que enseguida le ofrecieron a Barrios: “hasta diez mil pesos en chagualas y joyas a su usanza” –según dice fray Pedro Simón.

Barrios creyó que Matora estaba muerto de miedo, y que por eso quería sobornarlo. Dio un patadón al canastado de joyas y chagualas, y a puntapiés la emprendió contra los ocho mensajeros y los mandó a decirle a Matora que no era ambición vulgar lo que lo había llevado hasta Amoyá, sino el deseo de imponer el dominio del rey de España y la obediencia al Dios Uno y Trino y a su representante en la tierra, el Santo Papa, entre otros. Y que viniera a rendirle pleitesía, pues de lo contrario iría a buscarlo y a borrarlo de la faz del planeta.

Imagínese usted, lector atento, el temor de aquellos pobres ocho indios. Como almas que llevaba el diablo volvieron donde Matora y le dieron cuenta del resultado de su embajada, y de que Matora –según les agregó Barrios-, sólo tenía tres días de plazo para presentarse ante éste. Matora le regaló dos días: la noche siguiente asaltó la casa usurpada por Barrios y mató a quince de sus dieciséis ocupantes. Sólo se salvó uno -Blas García-, quien había salido de la casa, urgido por la necesidad de orinar. García voló adonde Trejos, a dar cuenta de las terribles noticias. Trejos y Matora tuvieron varios encuentros, en los cuales no podemos detenernos ahora. Sólo cabe agregar que luego de matar los pijaos otros quince soldados españoles, de hacer algunos cautivos y de herir a otros 26, Trejos debió volverse a Buga, completamente derrotado.

Y antes de pasar a otro punto, recalquemos que hace 450 años fue descubierta por los españoles La Meseta de Chaparral. La ciudadanía de Chaparral celebró dignamente ese hecho, el seis de enero de 2006, con el alcalde de entonces -John Fredy García-, y el Concejo Municipal, a la cabeza, y con asistencia del gobernador del Tolima, el chaparraluno doctor Fernando Osorio Cuenca.


La campaña del capitán Domingo Lozano

Después de Trejos, otros seis o siete capitanes españoles entraron en las provincias de los pijaos, a tratar de conquistarlos, pero todos salieron mal librados. En 1562, el capitán Domingo Lozano se comprometió con el gobernador de Popayán, que iría a conquistarlos, a cambio de la encomienda de los indios toribíos, que le fueron ofrecidos como paga de esa conquista. Lozano rescató en esa ocasión a un soldado español -Francisco de Aguilera-, único que quedaba vivo de los cautivados a Trejos, y luego de asaltar la casa de Matora y de matar a varios indios, y de apresar niños y mujeres -entre éstas a la esposa principal de Matora-, se fue a posesionarse de su encomienda. Matora, que no estaba en la casa cuando la asaltó Lozano, tan pronto llegó y supo el suceso, se fue tras éste. Lo alcanzó en Aipe, pero fue barrido en el albazo que le dio, y así derrotado debió volverse hacia sus parajes de Amoyá, mientras Lozano seguía hacia las regiones del Cauca, donde encontraría la muerte.

 

El capitán Diego de Bocanegra va a conquistar a Los Pijaos y funda Santiago de la Frontera

A partir de 1572 comienza a figurar destacadamente en nuestra historia el capitán Diego de Bocanegra, quien hizo de la conquista de los pijaos la razón de ser de su vida, y quien fundó, en ese año, a orillas del río Ortega y cerca de donde actualmente está la población que lleva este nombre (Ortega), bajo título de ciudad, la que llamó Santiago de la Frontera. Bocanegra ya había estado en los parajes de los pijaos, pues fue con el capitán Domingo Lozano en la ocasión antes referida, en calidad de sargento, y participó en la fundación de San Vicente de Páez, ciudad que fue destruida e incendiada por los indios paeces, que entonces dieron muerte a Lozano y a varios otros peninsulares. Bocanegra fue uno de los pocos hispanos que logró salvarse de ese desastre. En 1572 pidió a la Real Audiencia de Santa Fe que le concedieran la conquista de los pijaos y que le fueran dados éstos en encomienda. Y como todo eso le fue concedido, se fue a su conquista. Construyó un fuerte a orillas del río Saldaña, en la provincia de Cutiva de Natagaima, donde fue atacado una mañana por los pijaos. Después de dura lucha, estos lograron derribar las puertas y entrar victoriosos a la fortaleza, sobre montones de cadáveres. Y cuando Bocanegra y todos sus soldados ya se daban por derrotados sucedió algo inexplicable, según dice fray Pedro Simón: de pronto, “un gran temor” se apoderó de los pijaos, que sin motivo “no veían por donde huir, arrojándose unos al río y otros despeñándose por altos peñascos, de donde se le siguieron muchas muertes”. Simón no le encuentra explicación a ese hecho asombroso: ¿Por qué los pijaos tiraron la victoria que ya tenían en sus manos en aquella ocasión? Nosotros hemos propuesta esta explicación: los pijaos sólo hacían sus asaltos después de la media noche, especialmente en el llamado cuarto del alba -entre las 3 y las 6 de la mañana, por eso a sus asaltos se les llamaba albazos-, y en aquella ocasión, según narra Simón, se pasaron todo ese tiempo pujando por derribar el fuerte y sólo al amanecer lograron finalmente su objetivo, seguramente cuando ya veían los primeros rayos del Sol. Y como éste era su principal dios, es seguro que debían hacerle ofrendas, en particular de sangre humana, apenas asomaba. Y como en aquella ocasión el Sol se les vino encima sin tener lista su ofrenda, acobardados salieron corriendo.

Pero sea de lo anterior lo que fuere, lo cierto es que Bocanegra, alentado por su inesperada victoria, se trasladó al sitio de Loma-gorda, en Amoyá, cerca de La Meseta de Chaparral, y allí fundó su fuerte. Y dándose mañas, y seguramente aprovechándose de los usos de hospitalidad de los pijaos de Amoyá -usos a los cuales nos referiremos con amplitud adelante-, ya había logrado que varios pijaos fueran a hacerle rozas y a plantarle sementeras. Y ya se creía Bocanegra gran encomendero de los pijaos cuando se le atravesaron los ediles de Ibagué. Pues éstos, al saber el éxito de Bocanegra con los pijaos, le mandaron a decir que esos indios eran de ellos, de los encomenderos de Ibagué, y que, por lo tanto, debía someterse a su autoridad. Furioso, Bocanegra les contestó que él no dependía del Cabildo o Regimiento de Ibagué, sino de La Real Audiencia de Santa Fe, y enseguida deshizo su fuerte de Amoyá y se trasladó a orillas del río que ahora se llama de Ortega, donde fundó la ciudad de Santiago de la Frontera. Este hermoso nombre fue, pues, el primero que tuvo Ortega. Pero no indica, como han creído tradicionalmente los historiadores del Tolima, que respondía a que allí fuera la frontera de los dominios logrados hasta entonces por los españoles con los dominios de los pijaos, sino que allí era la frontera de los encomenderos de Ibagué con la encomienda pijaduna del capitán Bocanegra.

Año y medio estuvo Bocanegra en su Santiago de la Frontera, y ya habían establecido varias sementeras él y sus soldados, cuando le llegó a aquél una orden desde Santa Fe: que fuera a Honda y Mariquita a ayudar a Don Gonzalo Jiménez de Quezada que iba en derrota, perseguido por los indios gualíes. Bocanegra hubo de abandonar su Santiago, circunstancia que aprovecharon los encomenderos de Ibagué para hacer deshacer la flamante ciudad. Bocanegra, al regreso la transmigró a orillas del río Coello, cerca de Ibagué, alegando entonces que hasta allí llegaba su encomienda pijaduna, pero al cabo, debido a que su progreso en ese sitio fue poco, licenció a sus soldados y se fue a esperar mejores tiempos en la ciudad de Buga.


Los dos fieros asaltos de pijaos contra Buga, que le valieron a don Diego de Bocanegra el título de Hijo del dios Sol

En Buga estaba recluido don Diego de Bocanegra, después de haber dejado expósito su Santiago de la Frontera, cuando se produjo, en 1576 o 1577, un asalto de indios pijaos contra la hacienda de Juan de Acegarreta. Corrieron a avisarle a Bocanegra, y como éste siempre tenía listas dos escopetas y ensillado un caballo y a su lado dos indios cargueros, saltó al punto sobre su montura y salió en persecución de los pijaos, ayudado por soldados que salieron tras él. Alcanzaron a los pijaos en el páramo de Las Hermosas y gracias a su superioridad bélica, a sus caballos, a sus perros, a sus arcabuces y a sus espadas, al cabo lograron que aquellos abandonaran su presa para seguir más fácilmente su huída. Bocanegra regresó a Buga entre los aplausos de la ciudad.

Pocos días después hubo otro asalto de pijaos, al alba, en la hacienda de Felipe García, yerno de Bocanegra, llevándose cautivos a varios españoles. Avisado de nuevo Bocanegra, pronto estuvo en persecución de los pijaos, él solo. Ya casi a medio día, ayudado por tropas que enviaron desde Buga a ayudar a Bocanegra, alcanzaron a los pijaos en el río Buga la grande. Allí, desde el otro lado del río, el Cacique de aquellos asaltantes le gritó a Bocanegra que dejara de perseguirlos, que había venido a atacar a los españoles en Buga porque no sabía que allí estaba él –Bocanegra-, y que como ahora había comprobado que allí estaba y que era Hijo del Sol e inmortal, por este dios se comprometía a no volver a molestar por esos parajes. Y, además, le informó que todo el botín y los cautivos los había dejado ya en el camino, Bocanegra desistió de perseguirlos. Y, efectivamente, según concluye Simón esta parte de su relato, “en más de quince años, los pijaos no volvieron por aquellos parajes”.


El capitán Bartolomé Talaverano y su derrota por Los Pijaos, y fundación de Coyaima El Escorial

El siguiente hecho de guerra destacado en el enfrentamiento interminable de España contra los pijaos, luego de los que dejamos resumidos, fue el que protagonizó, en 1579, el capitán Bartolomé Talaverano. Este era un personaje muy importante de Ibagué. Y fue quien más influyó, siete años antes, para el despoblamiento de Santiago de la Frontera del capitán Bocanegra. En 1579 obtuvo de la Real Audiencia de Santa Fe autorización para ir a la conquista de los pijaos. Con setenta soldados se trasladó a la región que llamaban Cacataima, entre Rovira y Chaparral, y de allí mandó casi la mitad de su tropa, bajo el mando de un cabo de apellido Roa, a buscar a los pijaos. Éstos los esperaron emboscados, bajo el comando del cacique Chequera. Dieron muerte a Roa y a casi toda su tropa. Desalentado, Talaverano se trasladó al otro lado del río Saldaña, a la región de Coyaima, diciendo que eso era parte de su encomienda pijaduna, y allí fundó una ciudad que llamó El Escorial, que pronto hubo de abandonar porque sus soldados se fueron escapando, por grupos, hasta que dejaron solo al capitán Talaverano.


Crecidos Los Pijaos por la derrota del capitán Bartolomé Talaverano, arrecian sus ataques contra todo lo español y entonces la Real Audiencia llama al capitán Diego de Bocanegra, y éste va y funda a Chaparral

El fiasco del Capitán Bartolomé Talaverano, al cual no referimos en el punto anterior, llenó de orgullo a los pijaos, que entonces arreciaron sus ataques. Asaltaron incluso al gobernador de Popayán, don Sancho García del Espinal, al pasar por el camino del Quindío, dando muerte a negros, esclavos e indios cargueros de aquel, y hurtándole mulas, caballos, indios de servicio y joyas. Incluso los coyaimas se sublevaron entonces y dieron muerte a un soldado llamado Mateo Meneses. Por todo ello, La Real Audiencia se decidió a llamar de nuevo al capitán Bocanegra, que se viniera de Buga y se pusiera al frente de tropas para ir contra los pijaos, y hasta le dieron el grado de Capitán General, es decir General, lo que le facultaba para hacer nombramientos de oficiales. Bocanegra atendió el llamado. Con ocasión de esa campaña tuvo un fiero enfrentamiento contra los pijaos en el fuerte que estableció en Rovira. Con gran trabajo logró dominar el asalto que allí le dieron los pijaos bajo el comando de los caciques Beco, Pucharma, Plátano y Chequera, e incluso Bocanegra fue herido y estuvo en peligro de perecer. Por eso, al fin librado, dijo: “Hasta ahora había peleado siempre por la honra, pero esta mañana he peleado por mi vida”.

Superada esa batalla, Bocanegra se trasladó a la meseta de Chaparral, donde fundó esta ciudad el seis de enero de 1586, dándole el hermoso nombre de Ciudad Real de Medina de las Torres de los Pijaos del Chaparral de los Reyes. Al llamarla Ciudad Real destacó que obraba en nombre y representación del Rey de España y su Audiencia de Santa Fe, no por órdenes del Regimiento o Cabildo de Ibagué. Medina de las Torres recuerda el nombre de un condado en la provincia de Málaga, en Andalucía, donde seguramente nació don Diego de Bocanegra; de los Pijaos, por los valerosos indios de los cuales Bocanegra ya se creía encomendero; del Chaparral porque en esa meseta abundan los chaparros; y de los Reyes por el día de los Reyes o de la Epifanía, el seis de enero, en que Bocanegra fundó su ciudad. Sobre la fecha de la fundación de Chaparral se había especulado siempre, pero el Concejo de esa ciudad, el nueve de diciembre de 1995, por medio del acuerdo No. 42 de ese año, declaró que aquella -el seis de enero de 1586-, fue la fecha de su fundación. Desde entonces, se ha venido celebrando y el seis de enero es incluso día cívico. No se entiende, por ello, que en una obra seria como es el Diccionario de Colombia, publicado hace poco por el Grupo Editorial Norma y cuyo autor es el doctor Jorge Alejandro Medellín Becerra, se incurra todavía en el error de decir que Chaparral fue fundado “en 1770”, cuando desde fines del siglo XVI viene figurando en los anales de la historia de Colombia, según se puede ver con sólo consultar las Noticias Historiales de fray Pedro Simón. El hecho escueto es que la primera fundación de poblado o población que, con título de ciudad, se registra sobre la meseta de Chaparral, es aquella de Medina de las Torres de Chaparral. Y como entre los nombres que le dio el fundador Bocanegra aparece éste, el de Chaparral, es obvio que esa es la fundación de Chaparral.

Pero dejemos lo anterior y retomemos el hilo de la historia de los pijaos, que es la que ahora nos interesa. Ya había hecho repartos de tierra en su Medina de las Torres de Chaparral, el capitán de Bocanegra, y había recorrido varias provincias alrededor de la Meseta de Chaparral, cuando decidió trasladarse a Santa Fe, en busca de apoyo para continuar su conquista. Los pijaos aprovecharon esa ausencia de Bocanegra para asaltar la ciudad, en la noche de San Juan, 24 de junio de 1586, y la incendiaron. En vista de esto, Medina de las Torres fue trasladada a orillas del río Tetúan, donde una epidemia de viruelas casi acaba con toda la población y, finalmente, trasladada a orillas del río Coello, allí le llegó a Bocanegra la noticia de que la conquista de los pijaos le había sido quitada; que ahora le había sido conferida al exgobernador de Tunja y acaudalado vecino de esta ciudad, don Bernardino de Mojica y Guevara.


El intento conquistador de don Bernardino de Mojica y Guevara, y su fracaso. Fundación de San Miguel de Pedraza

El de Mojica y Guevara fue el séptimo intento en grande por tratar de someter a los pijaos. Ocurrió en 1590. Mojica fue también a la Meseta de Chaparral, donde fundó, también con título de ciudad, San Miguel de Pedraza, pero pronto, derrotado, hubo de abandonar igualmente su fundación. Se trasladó a Neiva y allí se embarcó en el Magdalena hasta Tocaima, y de aquí a Tunja, adonde llegó a morir.


Decreto de guerra a muerte de los pijaos contra los españoles. Actuaciones de los caciques Pijao y Calocoto, y batallas de Popayán y Buga

Alrededor del año 1590, además de los hechos protagonizados por el capitán De Mojica y Guevara sobre la Meseta de Chaparral, en Popayán y Buga se produjeron otros hechos importantísimos en la historia de los pijaos, a los cuales se refiere el cronista Pedro Ordóñez de Ceballos en su libro “Viaje del mundo”. Dice Ordóñez que habiendo sido designado Gobernador interino de Popayán por la Audiencia Real de Bogotá, allá llegó cuando estaba en todo su furor el problema militar con los pijaos. Que éstos habían logrado organizar una confederación de tribus indígenas y formar un ejército de 20.000 indios que estaban listos para dar una batalla, que consideraban definitiva, contra los españoles. Ordóñez agrega que el General de los pijaos y de la confederación guerrera mencionada era de nombre Pijao y que él, como Gobernador, lo enfrentó en el Valle de Popayán, en una batalla campal, donde se enfrentaron los 20.000 indios con sus armas -lanzas y piedras principalmente-, contra seiscientos soldados españoles -250 a caballo y 350 infantes-, armados éstos con sus arcabuces, espadas y lanzas de acero, caballos y feroces perros. La batalla fue feroz y duró un día entero, pero al cabo los indígenas fueron derrotados. Pijao, sin embargo, logró controlar a sus tropas y conducirlas contra la ciudad de Buga, donde estaban, esperándolos, numerosas tropas españolas comandadas por el Capitán Diego de Bocanegra. La ciudad asaltada se convirtió en emboscada contra Pijao y sus huestes, y finalmente Pijao fue apresado y llevado a Popayán, donde fue recibido por el gobernador Ordóñez, que celebró con Tedeum el triunfo sobre los feroces pijaos.

A esas batallas de Popayán y Buga contra los pijaos y sus aliados indígenas, solamente se refiere Ordóñez de Ceballos en el libro mencionado, que fue best-seller en los años 1620. A Ordóñez se refiere fray Pedro Simón, mas no a aquellas batallas, y hemos encontrado varios documentos de aquellos tiempos que confirman que Ordóñez fue gobernador de Popayán. Resulta extraño, por lo tanto, que semejantes hechos hayan sido ignorados de modo que se puede considerar sistemático, no obstante que la importancia histórica de ellos es enorme. Pues basta tener en cuenta que esas batallas habrían sido o fueron las más grandes que se dieron en América contra los españoles durante la conquista, ya que ni siquiera en las historias de Méjico, Perú y Chile se registran batallas de semejante magnitud. Y si se agregan consideraciones acerca de la razón principal que las motivó -haberse decretado la guerra a muerte de los indígenas confederados contra los españoles-, aquella importancia histórica es tanto mayor.

Este decreto indígena de guerra a muerte contra los españoles, tiene, además, enorme importancia antropológica, a la cual nos referiremos adelante. Por ahora baste agregar que la derrota del general Pijao fue gravísima no sólo para él, sino para toda la nación pijao. Pues como Pijao fue quien propuso e hizo aprobar, en asamblea de Caciques, el mencionado decreto de guerra a muerte, sus aliados indígenas de la víspera los culparon de su derrota y su desgracia, y los abandonaron y se declararon irreconciliables enemigos. Los pijaos entonces debieron recluirse en sus riscos del norte del Huila y del Sur del Tolima, de donde sólo salían a asaltar poblaciones de españoles y a los aliados de éstos. Vale decir, que aquellos hechos explican estos otros que caracterizan el final del siglo XVII en el Nuevo Reino de Granada: la guerra de guerrillas adelantada por los pijaos contra todo lo español -ciudades, aldeas, estancias, casas, viajeros, convoyes-, y que el gobierno español hubiera terminado por volcarse sobre el sur del Tolima a destruir y erradicar a la nación pijao.

 

Ante el guerrear sistemático de los pijaos contra los españoles el Rey designa al general Juan de Borja como Presidente de la Real Audiencia de Santa Fe y le ordena ir a destruir y exterminar a los indígenas mencionados. Y De Borja cumplió la orden

Repetimos que la historia del Nuevo Reino de Granada -actualmente Colombia-, a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, se caracterizó por los asaltos de pijaos contra todo lo español, en particular contra ciudades: Buga, Caloto, Anserma, Popayán, Cartago, Toro, Ibagué, Coyaima, Natagaima, Roldanillo, Tocaima, Neiva, La Plata, Timaná, Aipe, Villavieja. Ese raro fenómeno bélico, que es único en la época del Descubrimiento y se explica por el mencionado decreto pijao -conforme ya lo dijimos y se explicará ampliamente adelante-, llegó a tal punto, que La Corona hubo de nombrar para Presidente de La Real Audiencia de Santa Fe a un militar de carrera, el general Juan de Borja, y enviarlo con orden expresa de exterminar a los pijaos, según cédula real especial del 25 de abril de 1605. A esa etapa final de la guerra de España contra los pijaos, que ya es ampliamente conocida, no es necesario que nos refiramos detenidamente ahora. Baste decir que las muertes que dieron, en 1603, a un hijo y a un sobrino del gobernador de Popayán, don Vasco de Mendoza y Silva, y dos de los asaltos que fueron efectuados contra Ibagué el del 2 de julio de 1603 y el del 19 de julio de 1606, cuando esa ciudad fue totalmente incendiada y muertos setenta de sus pobladores, acabaron de llenar la copa. Ingentes tropas y todo lo más granado de la dirigencia peninsular -gobernadores, encomenderos, oficiales-, se pusieron sobre La Meseta de Chaparral, donde construyeron el Fuerte de San Lorenzo, inaugurado seguramente el 10 de agosto de 1606 -día de San Lorenzo, el santo que los romanos mataron asado sobre una parrilla-, a manera de invocación de ese santo patrono contra los asadores de los pijaos. Ese día, del cual se cumplieron cuatrocientos años el 10 de agosto de 2006, se dio inicio formal a la etapa final de la guerra de España contra los pijaos: la que terminó con el exterminio de esa nación.

El principal de los hechos de esa guerra fue, sin duda, la muerte del cacique Calarcá, alrededor del 15 de mayo de 1607, luego del asalto que hizo contra el fuerte que el capitán Diego Ospina había hecho en las cabeceras del río Tetuán. En ese asalto fue herido Calarcá por el propio Ospina. Sacado a rastras por el cacique Coyara y otros guerreros indígenas, murió seguramente mientras lo llevaban hacia el cerro de Calarma. Decenas de pijaos que quedaron presos fueron echados vivos a los feroces perros, en tanto que unos pocos, como el Cacique Cocurga, fueron luego arcabuceados en el fuerte de San Lorenzo.

Fecha final de la mencionada guerra de exterminio se puede decir que fue el 20 de junio de 1608. Ese día firmó el general de Borja un documento que llamó “Relación y discurso de la guerra contra los pijaos”, en el cual dio cuenta, al Rey de España, de haber dado cumplimiento a su orden: exterminar a esos feroces indios. Don Juan de Borja fue a la Meseta de Chaparral, al fuerte de San Lorenzo, a dirigir en persona la guerra. Y cuando todas las tropas le informaron que ya no quedaban indios y que todos sus ranchos y sus sementeras habían sido destruidas, fue a Ibagué, a celebrar con misa, Tedeum y exposición de varias de las lanzas decomisadas a los guerreros indígenas vencidos; y, por último, se dirigió a Santa Fe, a donde llevó algunas cabezas de guerreros pijaos y las tuvieron expuestas varios días en jaulas. Y, en fin, en la fecha arriba dicha -20 de junio de 1608-, dio cuenta del final de los pijaos. Y aunque De Borja, después de esa fecha, siguió especulando con la “guerra contra los pijaos” e hizo más viajes a Chaparral, Ibagué, Natagaima y Coyaima, y hasta al Nevado del Huila, cerca del cual fundaron otro fuerte que llamaron “De las Nieves”, la verdad es que en aquella fecha los pijaos ya habían sido exterminados. En las tierras que fueron de éstos no quedó ni un indio. Sólo sobrevivieron unos pocos niños y las mujeres pijaos, repartidas por toda la Nueva Granada como sirvientas o esclavas. Fue, pues, a través de éstas, que sobrevivieron los genes pijaos. Pero éstos, como nación, fueron borrados de la faz del planeta. Por lo tanto, se puede estar seguro de que los grupos que ahora han aparecido y que se dicen pijaos, no son realmente tales. Son de otros grupos indígenas supérstites. Pero en realidad esa usurpación de nombres no tiene mayor importancia. Lo que sí importa, y mucho, es que se continúe estudiando la historia verdadera de los pijaos, buscar y rescatar los documentos antiguos que a ellos se refieren. Pues es seguro que esa nación nos dará muchas luces sobre el desconocido origen del hombre, como las que ya dan los hechos que dejamos resumidos, conforme pasamos a verlo.


Importancia antropogónica de los pijaos

Cuando decimos que los pijaos tienen enorme importancia antropogónica o antropogénica, queremos significar que, en nuestro concepto, el conocimiento de la historia verdadera de esa nación indígena puede arrojar mucha luz para el desentrañamiento del origen y la evolución del hombre.

Al hacer la anterior afirmación, damos por ciertos y sentados estos dos supuestos que la ciencia moderna considera evidentes: que el hombre es un fenómeno, vale decir, que empezó a existir sobre la Tierra a partir de cierto momento de la historia de ésta y que no tiene garantizada su existencia para siempre; y que está sujeto a evolución. Que, pues, la evolución del ser humano es un hecho. Y que, por ende, los pijaos, como grupo humano, al momento de su descubrimiento, estaban atravesando o debían atravesar por alguno de los distintos estadios o fases de la evolución humana. Sobre esos tres supuestos desarrollaremos esta Parte Segunda del presente ensayo.


El fenómeno humano

Cuando el famoso antropólogo católico Padre Pierre Teilhard de Chardin tituló su principal libro de antropología con aquel título El fenómeno humano, estaba usando el término fenómeno (del griego phaenomenon), con su estricto sentido etimológico: lo que aparece; no con el significado que comúnmente se le da a esa palabra, en nuestro tiempo, de “cosa extraordinaria y sorprendente”, o “persona o animal monstruoso”. Fenómeno, en el sentido original y teilhardiano, es todo aquello que hoy es, pero en el pasado no existía; y lo que hoy tiene existencia, pero en cualquier momento del futuro se transformará o habrá dejado de existir. El hombre, por ejemplo. Pues, de hecho, seres humanos no siempre han sido o existido, sino que a partir de cierto momento de la historia de la Tierra comenzaron a ser o a existir. Pues, en efecto, en esa historia de la Tierra, hubo un antes y un después: la Tierra antes que existieran humanos sobre ella, y la Tierra después que aparecieron o empezaron a aparecer hombres o grupos humanos sobre ella. El carácter fenoménico del hombre es, pues, un hecho, y los paleontólogos, es decir, los científicos que estudian los seres antiguos, aducen infinitas pruebas a ese respecto: que hubo un tiempo larguísimo en el cual sobre la Tierra no existían hombres, sino muchas otras formas vivas (plantas y animales), además de las inorgánicas, y que sólo a partir de cierto momento, relativamente reciente, comienzan a encontrar, en los estratos geológicos, rastros, señales o pruebas de la existencia de grupos humanoides. ¿De dónde salieron estos?

La necesidad de responder esta pregunta dio origen a la teoría de la evolución. Pero ésta en nuestro tiempo ha dejado de ser tal, una mera teoría, y es reconocida como otro hecho, conforme pasamos a verlo.

 

El hecho de la evolución

Todos los científicos, incluso los católicos, como es el caso ya mencionado del Padre Teilhard de Chardin, están de acuerdo en reconocer que el hombre es resultado de un larguísimo proceso de evolución.

Como el hombre tiene un parecido evidente con todos los simios, en particular con los monos antropomorfos -que precisamente se llaman así, monos antropomorfos, porque tienen forma de hombres, porque se parecen al hombre-, y como los humanoides fósiles que se han encontrado, son más parecidos a los monos que el hombre actual, resulta evidente que el hombre y el mono son parientes; que en algún momento del pasado, y en alguna forma, el hombre y el mono estuvieron unidos o fusionados, y que luego debieron separarse. Vale decir, que cierto simio evolucionó hasta volverse humano. Por eso, hoy nadie discute seriamente si el hombre es resultado o no de evolución, sino cómo y por qué se produce ésta, qué fuerzas la generan o le dan origen. Hasta la Iglesia Católica, en tiempo del Papa Karol Wojtyla -Juan Pablo II-, aceptó el hecho de la evolución, es decir, que ésta es un hecho. La diferencia ahora radica en que la mayor parte de los científicos afirman que las fuerzas originantes y determinantes de la evolución son naturales y obran casualmente o por azar, en tanto que otros -la minoría-, creen que la evolución, en una u otra forma, ha sido inducida o dirigida, o inducida y dirigida. Así está planteado, esencialmente, en nuestro tiempo, ese problema: si la evolución ha sido casual o azarosa, o si, por el contrario, en alguna forma, ha sido inducida o dirigida. ¿Cómo solucionar ese problema? O, mejor ¿de dónde habrá de venir o de llegar la solución de semejante cuestión? Este no es un interrogante que se pueda definir, como las de la llamada democracia representativa, por más o menos votos, ni siquiera por pura fe. Sólo hechos la pueden definir. Únicamente cuando hechos incontrovertibles, es decir, que sean tan firmes, evidentes y claros que nadie, sin caer en el ridículo, se atreva a discutirlos o a estrellarse contra ellos, demuestren una u otra tesis –la que afirma que la evolución ha sido azarosa o casual o la que cree o sostiene que ha sido inducida-, se resolverá o se habrá resuelto esa discusión científica, que es, sin duda alguna, la más importante de nuestro tiempo. ¿Y de dónde vendrán esos hechos? ¡De donde tienen que venir! De los conocimientos que están aportando, y que tendrán que aportar, las diversas ciencias: de la genética, de la paleontología, de la historia natural, de la historia del hombre, de la antropología, y demás.

En esta cuestión está implicada la oposición antiquísima entre la razón y la fe, alrededor de la cual se ha desarrollado prácticamente toda la historia de la Iglesia Católica. Por ejemplo: a lo largo de la edad media, la Iglesia se parapetó tras la fe para oponerse a los avances científicos, a medida que estos contradecían o parecían contradecir los fundamentos de aquella. Así, tras la fe se mantuvo la Iglesia, sosteniendo la teoría astronómica geocéntrica contra el heliocentrismo, hasta que demostraciones de los astrónomos probaron que sin lugar a dudas es la tierra la que gira alrededor del sol, y no éste alrededor de aquella. Y he aquí que la aceptación de este hecho, de su realidad y su racionalidad, a la hora de la verdad en nada menoscabó los fueros de la religión, sino que ésta continuó siendo la principal forma ideológica profesada por la inmensa mayoría de los hombres.

Otro tanto ocurrió con la teoría de la evolución. En efecto: Darwin y todos los primeros sostenedores de dicha teoría tuvieron que hacer frente a la ciega y furiosa oposición de quienes creían que con ella se destruían los cimientos de la fe cristiana. Mas he aquí que, en nuestro tiempo, esa teoría no sólo ha sido aceptada, sino que la evolución es, en general, reconocida como un hecho, conforme ya lo dijimos. E incluso los creyentes que antes se oponían cerrilmente a ella, encuentran en la evolución nuevos motivos que parecen darles la razón. Vale decir, que esos creyentes parecen haberse encaminado, consciente o inconscientemente, a descubrir una inesperada conciliación de la fe y la razón. Es, esta conciliación, lo que, al parecer, quiso protocolizar el Papa actual, Joseph Rásinger, Benedicto XVI, en la conferencia que dictó el 13 de septiembre de 2006 en la Universidad de Ratisbona, Alemania, cuando dijo que “no actuar racionalmente se opone a la esencia de Dios”, y que “usar la razón y creer en Dios no son opuestos”, y que “la fe tiene que rendirle cuentas a la razón”. Pues, en verdad, con esas frases se parte en dos etapas la historia de la posición de la Iglesia Católica frente a la fe y a la razón. Antes, esta debía supeditarse a la fe; ahora, la fe debe rendirle cuentas a la razón, pues Dios es, según se concluye de las transcritas palabras de Benedicto XVI, por esencia, racional. Semejante revolución ideológica, sin embargo, ha pasado inadvertida porque en el mismo acto el Papa citó al emperador bizantino Manuel II, cuando dijo, en 1391, a un personaje persa: “Muéstrame lo nuevo que ha traído Mahoma y ahí sólo encontrarás cosas malas e inhumanas como la que ha ordenado difundir con la espada la fe que predica… A Dios no le gusta la sangre”.

Esta cita desató el furor islamita o mahometano contra el Papa Benedicto y se ha llegado al extremo de afirmarse, por algunos personajes árabes, que éste quiere liderar una nueva cruzada contra el Islam. En realidad, sólo se trataba de hacer una “reflexión sobre la razón y la fe”. Y, no obstante que, en esa “reflexión” se pusieron aquellos hitos históricos de sujeción de la fe a la razón que –repetimos-, fijan un cambio profundo de la posición de la Iglesia Católica a ese respecto, semejante hecho –que tiene una trascendencia histórica universal-, ha pasado inadvertido, ha sido opacado por aquel furor irracional originado en una cita tal vez inoportuna, pero en modo alguno malintencionada ni falsa.

Pero dejemos en los anteriores términos, por ahora, tan importante cuestión, y volvamos a nuestro actual objeto: los pijaos. Pues es claro que el estudio de éstos, como grupo humano que fue y porque sin duda se encontraba, en la época del Descubrimiento, en un estadio evolutivo inferior al de sus descubridores, debe decirnos algo acerca de la evolución humana. A analizar esa cuestión pasamos enseguida.

 

Los pijaos y la evolución humana

Veamos ahora, qué nos dice sobre la evolución del hombre la nación pijao, y para ese efecto, recordemos a grandes rasgos, qué o quiénes fueron los pijaos.

Pues bien, conforme lo sabemos a ciencia cierta, los pijaos eran valientes guerreros, hábiles, ágiles, fuertes y orgullosos; vivían por parcialidades bajo el mando de distintos jefes o caciques y habitaban en ranchos que construían en laderas o en árboles, a resguardo de sus numerosos enemigos. Andaban desnudos, por completo desnudos, hombres y mujeres, sin la más mínima noción del sentimiento que llamamos pudor. Su dieta o alimento estaba conformado por frutos vegetales -yuca, papa, arracacha, maíz y fríjol, principalmente-, y pescado y carne humana. Sus armas principales eran piedras, hondas y lanzas de madera, con puntas de piedra o hueso, y característicamente largas, de hasta tres metros. Por esto se dice que eran lanceros, no flecheros como los indígenas de otras partes. Los pijaos no conocían el hierro y no usaban arcos ni flechas, ni venenos contra sus enemigos. Y el principal objeto de sus guerras era hacerse de carne para completar su dieta, y hacer cautivos que llevaban a sus chiqueros, donde los cebaban y los iban “beneficiando” al ritmo de sus necesidades. Pues, sin duda alguna, hasta tenían carnicerías en las cuales cambiaban la carne de sus víctimas humanas por otros productos que necesitaran. Por esto, precisamente, no usaban flechas ni armas envenenadas: para no echar a perder la carne que se procuraban en sus guerras. Y éstas –repetimos-, tenían aquella finalidad primordial: procurarse carne y cautivos. Y, no obstante, los pijaos tenían usos y costumbres de hospitalidad como las que, entre los mesopotámicos, los griegos y los romanos dieron origen al llamado Derecho de gentes. Además, a sus hijos recién nacidos acostumbraban entablillarles la cabeza: les ponían una tablilla por delante, sobre la frente, y otra atrás, sobre el occipucio, y las ataban fuertemente, y en esa forma dejaban que crecieran y se desarrollaron, por lo cual se dice que les deformaban los cráneos. Pues crecían con las cabezas anchas, lo que les parecía hermosísimo.

Esos son los hechos antropológicos principales que se relacionan con la nación pijao. Repitámoslos: que eran valientes y fieros guerreros, hábiles, ágiles, fuertes y orgullosos; que andaban y vivían desnudos, sin asomo de pudor; que eran caníbales o antropófagos, y no obstante tenían usos de hospitalidad; y que entablillaban las cabezas de sus hijos para influir en la formación y desarrollo de aquellas.


La fiereza pijao

En cuanto a la fiereza, valentía, belicosidad y furor guerrero de los pijaos, es una característica que los emparienta con casi todos los pueblos de la tierra de cierta antigüedad remota: valientes como los pijaos fueron los hindúes, los egipcios, los mesopotámicos, los griegos, los romanos, los íberos, los aztecas, los incas, los pielrojas, los panches, los araucos, los taironas y demás. No hay duda de que los hombres de cierta antigüedad remota fueron fieros y belicosos por esencia. Y, precisamente, dizque a quitarles fiereza y belicosidad dicen encaminarse todas las religiones: hinduísmo, mazdeísmo, politeísmo griego, romano, egipcio, azteca, inca, cristianismo, judaísmo e islamismo, todas las religiones predican o han predicado que su objeto principal es quitarle fiereza a la especie humana. De dónde salieron o provienen los genes de la fiereza humana -pues no hay duda de que esa característica de nuestra especie tiene índole genética-, es cuestión que han de resolver la genética y las demás ciencias biológicas, y la antropología. Nosotros no estamos en capacidad de resolverla, pero sí podemos subrayar que nuestros ancestros pijaos eran característicamente valientes y fieros, pues esta entidad fue la que les valió la fama universal de que hasta ahora y desde hace más de cuatro siglos disfrutan. En la Parte Primera de este ensayo repasamos algunos de los hechos de guerra de la historia de los pijaos que ponen de relieve su valentía, fiereza y belicosidad. Ahora recordemos estos otros dos:

Luego de ser herido el cacique Calarcá en el asalto contra el fuerte del capitán Diego de Ospina, en las cabeceras del río Tetuán, en Chaparral, cuando los pijaos asaltantes trataron de huir, muchos de éstos fueron apresados por las tropas españolas. Salvo a uno de ellos (al cacique Cocurga), dice Simón, “los hizo echar el gobernador (Ospina) a los perros, atadas las manos, de quien se defendieron por buen espacio con los pies. Pero al fin vinieron a perecer entre aquellos dientes caninos, sin dar muestras de quejas cuando los estaban despedazando, por no mostrar flaqueza de ánimo, que es gran cobardía entre ellos”.

El otro hecho de valentía que vale la pena recordar ahora es el siguiente, también narrado por Simón: después del fusilamiento del cacique Cocurga, en el fuerte de San Lorenzo de Chaparral, el presidente del “consejo de guerra” -que lo era el capitán general y gobernador de los indios muzos y colimas Domingo de Erazo-, mandó que “hiciesen lo mismo” con su suegra, “la bota (madre) Anica”, quien había conducido a Calarcá y sus guerreros pijaos hasta el fuerte de Diego de Ospina para el asalto de marras. Allí estaba preso un hijo de Anica, de apenas quince años de edad, llamado Metaquí. El cual al entender la orden de fusilamiento fulminada por Erazo contra su madre, gritó a los españoles:

Dejad a esa mujer vieja y matadme a mí en su lugar, porque no se diga de vosotros que los males que os han hecho mis parientes los vengáis en una pobre vieja, y si me matáis a mí, aunque soy un muchacho, se dirá matasteis un hombre. Y porque más os mueva esto, sabed que soy hijo de un indio belicosísimo, que en tiempos pasados mató a muchos de los vuestros. Vengad esto en mí y dejad a mi madre que es cristiana como vosotros”.

Simón agrega que “la bizarría del ánimo del muchacho dejó admirados a todos”, y por ver en qué paraba tanta valentía, el Gobernador “mandó que lo amarrasen al lado de su cuñado, donde habían de atar la madre”. “No es preciso que me atéis, que sin temor recibiré la muerte” -dijo entonces el muchacho. Como sucedió –concluye Simón-, pues “con ánimo invencible no hacía desdén a los muchos arcabuces con que le apuntaban los soldados, aunque sin dispararle, ordenándolo así el gobernador...”

Y para concluir este punto, recordemos también que el nombre original de nuestros indígenas (Pinaos), en idioma pijao se relacionaba con su entidad fiera y luchadora, y con el orgullo que por tal razón mostraban frente a las otras naciones indígenas. Pues Pinao es lo mismo que orgulloso o empinado. Y ese fue el nombre que siempre tuvieron hasta que los soldados españoles, al ver que andaban desnudos, con sus genitales al aire, resolvieron cambiarles el nombre y los llamaron pijaos, habida cuenta de que pija es nombre vulgar del órgano genital masculino entre la gente popular de España. Pero esta es cuestión que debe ser tratada aparte, como procedemos a hacerlo.


La desnudez paradisíaca de los pijaos

Sí, según lo informa fray Pedro Simón, el nombre vernáculo y original de los Pinaos, los españoles lo cambiaron por pijaos porque éstos andaban del todo desnudos y porque pija es nombre vulgar español del órgano sexual de los hombres. También las mujeres pijaos andaban desnudas, y de esa circunstancia -también lo informa Simón-, se derivó el nombre que dieron los conquistadores a la región principal de su habitación: El Valle de Las Hermosas Sinvergüenzas. Vale decir, que tanto el nombre con el cual los pijaos ingresaron en la historia humana, como este topónimo, señalan y destacan otro hecho antropológico importantísimo: que existieron grupos humanos ya tales, es decir, racionales, o sea capaces de razonar con juicios de hecho, que no obstante no tenían todavía razón o conciencia ética o moral. Este hecho antropológico es el mismo que se señala en el mito hebreo de Adán y Eva y el pecado original. Pues no hay duda de que Adán y Eva, cuando todavía andaban desnudos por el Edén, eran como los pijaos y las pijadas de la época del Descubrimiento: animales racionales, pero todavía sin razón o conciencia ética o moral, homínidos que todavía no eran capaces de razonar con juicios de valor. Pues hoy es claro que el advenimiento o la llegada del animal humano a la racionalidad se produjo en tres etapas principales: partiendo del hombre físico u Homo erectus, es decir, del simio hominoide pero que de humano sólo tenía el ser bípedo, pues su cerebro era pequeño y pitecoide, se puede decir, en general, que el hombre ascendió, en primer término, a un estadio de racionalidad que se puede denominar de hecho, caracterizada por la elaboración de raciocinios con juicios de hecho. Ese es el estadio de Homo sapiens, por ejemplo, el hombre que diferencia los distintos objetos o cosas entre sí y que es capaz de servirse de ellas; que elabora utensilios, armas y herramientas y obra u opera, conscientemente, con ellas. Una segunda etapa es la de Homo sapiens sapiens, la del hombre que no sólo es racional, sino que tiene conciencia de que es tal. Y la tercera etapa es la del Homo que se puede llamar ethicus o moralis, la del hombre que elabora juicios de valor y es capaz de elaborar raciocinios a partir de ellos, es decir, del hombre que tiene conciencia ética o moral.

¿En cuál de esos estadios evolutivos se encontraban los pijaos? Evidentemente, en el segundo estadio de la etapa racional. Ya no eran sólo Homos erectus, pues, además de ser físicamente humanos -bípedos y erectos-, usaban instrumentos de piedra como herramientas o armas, y lanzas y escudos; cultivaban sementeras y cosechaban y aprovechaban sus frutos, y habitaban en ranchos y hasta creían en “dioses” y en “otra vida”, y enterraban a sus muertos. Todos estos usos, actos y creencias son muestras de racionalidad, de que eran no sólo Sapiens, sino Sapiens Sapiens, humanos que se sabían tales y, por lo tanto, distintos de los animales; que eran conscientes de su entidad racional. Se puede decir, por ende, que los pijaos se encontraban en el mismo estado de la racionalidad que se retrató en el mito bíblico de Adán y Eva antes de incurrir en el pecado original, o, mejor, antes que a éstos “se les abrieran los ojos” por causa de aquel pecado y se dieran cuenta de que andaban desnudos. Han de tener, por lo tanto, los pijaos, mucho para enseñarnos sobre la entidad humana en ese estadio del desarrollo intelectual y cultural. Y como el mito bíblico dice que a Adán y a Eva se “les abrieron los ojos” por haber comido un misterioso fruto prohibido, y se da la circunstancia de que los pijaos comían cierta carne que para los españoles, es decir, para los hombres que ya habían ascendido al estadio de Homos ethicus o moralis, era prohibida, parece oportuno que hablemos del presunto canibalismo pijaduno. Pero antes de pasar a ese espinoso tema, vale la pena que, para cerrar este parágrafo sobre la desnudez de los pijaos, recordemos el caso, también referido por fray Pedro Simón, del anciano pijao, de 90 años de edad, que fue echado vivo a los perros para que lo despedazaran y se lo tragaran, no obstante haberse presentado vestido ante los hispanos:

(…) me acuerdo –dice el fraile- que trajeron un día un indio, al parecer de hasta noventa años, bajo de cuerpo, vestido de unos zaragüelles y ropilla de los nuestros, ambas cosas rotas por muchos partes (…) Traía un idolillo en la mano, de palo, de hasta una cuarta, que sentía mucho el mohán (porque lo era) se lo sacaran de la mano. Y no habiendo querido convertirse a la fe por grandes diligencias que hizo el padre Isidro Cobo (…) le echaron vivo a los perros que en un instante lo despedazaron, sin oírsele otra palabra en la aflicción más que acaya, que quiere decir ‘¡ay de mi!’, ni soltó el ídolo de la mano mientras tuvo vigor en ella para tenerlo”.

Así, pues, el último mohán o sacerdote-brujo de los pijaos, fue el único varón de ese grupo humano que usó ropa para vestirse. No creemos que hubiese alcanzado la conciencia ética o moral, es decir, que hubiese saltado al nivel de Homo ethicus en el cual se encontraban los conquistadores. Creyó, seguramente, que presentándose así, con su recado tapado -como vivían, incomprensiblemente para él, sus enemigos españoles-, éstos le respetarían la vida. Pero de nada le valió y ni siquiera su idolillo lo pudo salvar. No hay duda de que los pijaos estaban condenados a desaparecer de la faz del planeta.


El presunto canibalismo pijao

Hay una tesis político-sociológica muy venerable, la cual sostiene que nuestros ancestros indígenas no eran antropófagos; que el “pecado de canibalismo” fue invento de los conquistadores españoles; que fueron calumnias levantadas por éstos para justificar el exterminio y la esclavización de los indios. Al autor de este ensayo le gustaría mucho que esta tesis sociológico-política fuera verdadera; que sus ancestros pijaos no hubiesen sido antropófagos o caníbales. Pero los hechos a este respecto son los siguientes: en primer término, que todos los Cronistas de Indias que a ellos se refieren, es decir, quienes los conocieron de vista, trato y comunicación, dicen que eran caníbales, lo mismo que lo dicen todos los documentos de ese tiempo que se refieren a los pijaos. Fray Pedro de Aguado, fray Pedro Simón, Pedro Ordóñez de Ceballos, Antonio de Herrera, Pedro de Cieza de León, Gonzalo Fernández de Oviedo y don Juan de Castellanos, todos ellos –repito- dicen que los pijaos eran caníbales. Y hasta los primeros historiadores criollos, Lucas Fernández de Piedrahita, Juan Rodríguez Freyle, fray Alonso de Zamora, José Manuel Groot y el propio historiador tolimense José Antonio Plaza, reconocen que los pijaos eran antropófagos. En segundo lugar, es un hecho que muchas naciones indígenas de la América precolombina eran caníbales, conforme lo reconoció hasta el sublime Defensor de los Indios, fray Bartolomé de las Casas. Y ahí están todavía las pirámides de los aztecas, a cuyos cúes, en la cima, aquellos subían a los indios que sacrificaban y luego devoraban. En tercer lugar, es otro hecho que en la actualidad, a lo largo y lo ancho de todo el mundo se están descubriendo pruebas de que toda la humanidad fue antropófaga o caníbal en cierta antigüedad remota. Hasta en Canaán, allí donde nació la civilización humana, en Irak, Irán, Palestina, Turquía e Israel actuales, los habitantes de hace apenas tres mil quinientos años eran antropófagos: eso es lo que significa el informe de los espías enviados por Moisés a vigiar antes de la entrada en la Tierra Prometida: “La tierra por la cual pasamos es una tierra que se come a sus habitantes”. Así se traduce, piadosamente, el informe de aquellos espías. Quiere decir, en cristiano, que los cananeos eran antropófagos. Y hace apenas ochocientos años, los cruzados, es decir, las huestes cristianas que fueron a librar el Santo Sepulcro del dominio de los islamitas, practicaron crudo canibalismo alrededor de los muros de Antioquía, según lo cuenta el Rey Alfonso el Sabio en su famosa obra “La Gran Conquista de Ultramar”. Y, en fin, todavía hay muchos salvajes en África, Australia, Asia y algunas selvas de América, que practican canibalismo.

Ya no hay que avergonzarse de tener ancestros caníbales, pues todos los humanos los tenemos, y lo que hay que preguntarse es lo siguiente: ¿Por qué la humanidad fue, en cierto momento, caníbal? Y ¿cómo era el canibalismo que practicó uno u otro pueblo que alcanzó a ingresar, como tal, como antropófago, en la historia?

En primer lugar, parece que toda la humanidad cavernaria era antropófaga; que los cavernícolas o habitantes de cavernas, eran caníbales, y el hecho es que de allí, de las cavernas, salieron los hombres fieros de los orígenes. A vivir en cavernas fue llevado el hombre por una larga edad de hielo y allí rindió culto mágico a los animales, para atraerlos y capturarlos. Es posible que en las largas esperas acudiera a otras carnes que tenía más a mano… Sobre todo esto es muy poco lo que los antropólogos saben, pero ahí están descubriendo por doquiera coprolitos, y éstos están arrojando muchos datos… ¿Y qué ocurrió luego de la edad de las cavernas? Casi todos los pueblos de la Tierra, cuando irrumpen en la historia, aparecen rodeados de animales sagrados. Esto quiere decir que cada animal o era dios o estaba consagrado a una u otra deidad y que, por lo tanto, consumir su carne era sacrílego. ¿Qué comían entonces? ¿Sólo vegetales? Esto es lo que se afirma en el mito del Génesis bíblico sobre el origen del hombre: que Dios, a los primeros hombres que hizo, les dio para su alimento sólo vegetales. Y luego se narra el mito del pecado original y que por culpa del pecado la tierra se llenó de violencia, y que por esto, Dios mandó el diluvio con el cual destruyó a casi toda la humanidad y a los animales, salvo a Noé y su familia y los pocos animales que éstos llevaron en el arca. Y que, en fin, después del diluvio, como Dios se dio cuenta de que el corazón del hombre es malo desde la juventud, prometió no volver a destruir a la humanidad con diluvios y la autorizó a comer carne animal, con la sola condición de que no bebiera ni gota de sangre. Ese es el mito bíblico sobre la creación del hombre y los alimentos que Dios dio a éste en sus orígenes. Ese es el mito narrado en sus elementos esenciales a esos respectos. Vuelva usted, lector amable, a leer el Génesis y verá que lo que estoy diciendo es verdad; que Dios dizque quería que el hombre fuera vegetariano. Pero como resultó carnívoro hay que concluir que este es el pecado original; que la humanidad prediluviana, que era ferozmente carnívora, lo era a despecho del deseo de Dios, es decir, pecaminosa y criminalmente. Y eso es lo mismo que ha venido a descubrir recientemente la antropología moderna: que los primeros homínidos eran simioides apenas físicamente humanos (Homos erectus), pero que el consumo de alimentos cárneos y de sangre los volvió racionales (Homos sapiens y sapiens sapiens). El mito bíblico agrega que no sólo ocurrió eso, sino que los volvió Homos ethicus o moralis. Y en esto la Biblia es mucho más sabia que la ciencia. Pues definir al hombre como un animal con conciencia ética es mucho más apropiado que definirlo como animal racional. Pues hoy se ha descubierto que muchas otras especies animales son racionales, y, sin embargo, no son hombres…

Pero dejemos lo anterior, que es una tela gigantesca de la cual hay mucho para cortar, y volvamos a los pijaos. Ya dijimos que éstos comían ciertos productos vegetales. En cuanto a carne, los cronistas sólo hablan de la humana. Nada dicen acerca de la carne de monte -pues no tenían ningún animal doméstico-, y se sabe que los venados eran, para ellos, animales sagrados. Creían que luego de morir reencarnaban en venados y que así vivirían felices, comiendo hierba fresca, y por eso es seguro que no los mataban, porque los consideraban como reencarnación de sus ancestros muertos. Así se vio en el caso de un pijao llamado Chaguala, que fue muerto en el fuerte de San Lorenzo del Chaparral, porque dijo que no le temía a la muerte, sino que la deseaba para reencarnar pronto en un venado, los españoles lo mataron, escandalizados de oír semejante herejía. También los simios o monos eran sagrados porque esa era la forma en que representaban a su dios Lulumoy -agregándole cachos-, y porque los pelos de mono eran vehículo sagrado para sus oráculos, es decir, para comunicarse con su dios. Ahora bien, si no tenían animales domésticos y los salvajes eran sagrados, ¿qué clase de carne podían comer los pobres pijaos…? ¿Sólo pescado?

Ahora, en cuanto a la forma de su canibalismo, hay que señalar, ante todo, que éste era xenófobo, esto es, referido a los extraños o forasteros o extranjeros, y por eso, precisamente, vivían en guerra con las otras tribus indígenas: porque en esa forma se procuraban carne. Y por eso no usaban venenos en sus guerras, conforme ya lo dijimos: para no echar a perder la comida. Y por eso, siempre procuraban la lucha cuerpo a cuerpo: para hacer cautivos que llevaban a sus chiqueros. Y por eso, en fin, a sus combates iban generalmente con sus mujeres; porque éstas llevaban mochilas para traerlas con buenas provisiones de carne. Sólo en una situación ejercían canibalismo endófobo, esto es, referido a un miembro de la misma tribu: cuando el muerto era un jefe que se hubiera distinguido por su valentía. Entonces cocinaban su carne y comulgaban con ella, o se la comían cruda, a pedacitos, convencidos de que así harían suya la valentía del finado. Y este prejuicio estaba tan arraigado en ellos, que consideraban una desgracia morir de viejos o de enfermedad que hicieran imposible que las propiedades fieras de su carne fueran aprovechadas por sus deudos. Repetimos que la anterior era la única situación en que los pijaos ejercían canibalismo endófobo. A todos los parientes o amigos o connacionales muertos en cualquiera otra circunstancia, los enterraban en cuevas luego de decirles ciertos secretos al oído, sin que se supiera en qué consistían tales secretos. Seguramente instrucciones para el viaje a “la otra vida”, en el centro de la tierra, de donde decían que salieron a este mundo sus primeros ancestros.

Tampoco se sabe que los pijaos bebieran sangre humana o de cualquier otro animal y se tiene conocimiento cierto de que las cabezas de sus enemigos muertos las ponían sobre las puntas de palos que clavaban en la tierra, mirando hacia el oriente, es decir, como ofrenda y homenaje a su dios Sol. Y tampoco hay noticias de que trituraran los huesos de sus víctimas para comer la médula, al contrario de lo que hacían, conforme ya se ha comprobado, muchos de los grupos neandertales del Viejo Mundo, hace varios millares de años. En síntesis, que el canibalismo xenófobo de los pijaos era ritual y estaba bastante limitado por sus creencias o prejuicios religiosos. Y como es un hecho que las religiones, en todas partes y en cierta antigüedad, parecen establecidas para frenar, limitar o eliminar el canibalismo humano, me parece que el conocimiento de los motivos que llevaron a los pijaos a ejercerlo y a limitarlo en la forma que hemos reseñado, puede ser muy importante desde el punto de vista antropológico.


La hospitalidad pijao

Ya recordamos que los pijaos tenían ciertos usos o costumbres de hospitalidad como las que en el Viejo Mundo, particularmente en Mesopotamia, Grecia y Roma, dieron origen al llamado Derecho de gentes. Tales costumbres se pusieron de manifiesto desde el comienzo mismo de la historia conocida de los pijaos, cuando fue a tratar de conquistarlos, en 1556, el Capitán Francisco Trejos. Recordemos esos hechos: luego de fundar su fortaleza sobre la Meseta de Chaparral, el capitán Trejos mandó al teniente Francisco de los Barrios, con quince soldados hacia el río y la región de Amoyá, a buscar a los indios de allá y a que los sometiera. En el sitio de “Loma gorda”, Barrios encontró una casa abandonada, de la cual se apoderó. Allí se presentaron los ocho indios que mandó Matora, el Cacique de la región, a dar su bienvenida a los hispanos y a decirles que los recibía en paz y que quería ser su amigo, en prenda y pruebas de lo cual les enviaba los presentes que enseguida le entregaron a Barrios: los diez pesos en chagualas y joyas de oro “a su usanza” -según dice Simón. Ya sabemos lo que sucedió en aquella ocasión y ahora debemos detenernos a analizar lo anterior. Y debemos recordar, ante todo, que el oro era un metal sagrado, no sólo entre los indígenas precolombinos, sino en el Viejo Mundo antiguo, pues era tenido por simbólico de los dioses, en particular del dios Sol. Y que éste era el principal dios de los pijaos. Por lo tanto, en la oferta de paz de Matora a los españoles estaba implicado, de modo inmediato, su dios Sol. Y es seguro que, con aquel proceder, el mencionado Cacique no estaba haciendo nada distinto de lo que acostumbraban hacer los pijaos con otras naciones indígenas circunvecinas cuando querían establecer con ellas alianzas o relaciones de convivencia y paz. En esa forma comenzó a configurarse el Derecho de gentes en el Viejo Mundo antiguo: enviando embajadores cargados de presentes, principalmente de joyas de oro, y con sus propuestas. Y esos embajadores eran sacratísimos. Y desde que empezaron a ser respetados tales embajadores y los presentes que portaban, comenzó a configurarse el Derecho de gentes, es decir, el derecho entre grupos humanos que no querían tragarse unos a otros o sacrificarse, como los bárbaros, sino que deseaban tratarse como seres humanos, como gente. Las historias de las distintas naciones mesopotámicas, las de Egipto, Grecia, Roma, y otras, abundan en ejemplos a ese respecto, y ahora no es del caso detenernos en ellos.

Ahora bien, el hecho de que los pijaos tuvieran usos o costumbres de hospitalidad, como las que se pusieron de manifiesto en el recibimiento que Matora quiso dar al teniente Barrios y sus quince soldados, pone de presente que los pijaos estaban a punto de dar un salto antropológico y antropogénico importantísimo: dejar de tratar a los forasteros como hostes y hostias, es decir, en forma hostil y como posibles o eventuales víctimas, y empezar a tratarlos como hospes o huéspedes, esto es, en forma amistosa. Eso fue lo que hizo el mitológico Heracles o Hércules de los griegos: junto con otros presuntos dioses, hizo que los griegos dejaran de sacrificar a los extranjeros y por eso fue llamado Salvador. Y según los mitos, Hércules llegó incluso a la eliminación del sacrificio de los perdedores en las justas deportivas y por eso, habiendo sido el primer triunfador de los juegos que se celebraron en la ciudad de Olimpia, ofreció en sacrificio al dios Zeus una hecatombe de bueyes, diciendo que su padre (pues Heracles decía ser hijo del dios Zeus o Júpiter) ya no era amigo de los sacrificios humanos y que por eso había que llamarlo Zeus Salvador. Y sobra decir que esta “salvación” era de personas que eran forasteros entre sí, pues las competencias griegas se llevaban a cabo entre distintas ciudades o parcialidades que comúnmente se la pasaban guerreando entre sí. Tal antecedente tienen los Juegos Olímpicos que todavía celebra la humanidad: la eliminación de los sacrificios de los competidores vencidos en las justas deportivas, que fue una de las principales entre las diversas leyes de hospitalidad de los griegos. ¿Y qué pasó con Matora, quien a pesar de su nombre no era cualquier matón, sino un cacique hospitalario? Pues que el teniente Francisco de los Barrios nada sabía de leyes de hospitalidad. Creyó que Matora estaba muerto de miedo y por eso sucedió lo que ya sabemos que pasó.

Ahora bien, con los usos de hospitalidad de los pijaos de que venimos hablando, y con el canibalismo xenófobo de esos mismos y de otros indígenas precolombinos de nuestra patria, está relacionada, de modo inmediato, la Ley pijao de guerra a muerte contra los españoles, a la cual nos referimos antes. Pero la exposición de esos vínculos merece parágrafo aparte.


Con la ley pijao de guerra a muerte contra los españoles se llevó el canibalismo xenofóbico a su más acendrado extremo

La guerra a muerte decretada alrededor del año 1590 por la asamblea de caciques indígenas convocada por el cacique Pijao, además de xenófoba, como lo son casi todas las guerras, fue de carácter canibalesco. Fue, en efecto, un decreto de guerra a muerte canibalesca contra todos los españoles, el que se aprobó en la mencionada asamblea y, que sepamos nosotros, es el único caso en la historia humana en que se da cuenta del uso del canibalismo como arma de lucha política. Además, se puede decir que con esa medida impulsada por el general Pijao, se llevó al mayor y más acendrado extremo imaginable la modalidad del canibalismo xenófobo para eliminar el endófobo.

Expliquemos esto último: según dice Ordóñez de Ceballos, el decreto de guerra a muerte canibalesca contra los españoles se originó en la siguiente circunstancia: que un domingo que fue el cacique Pijao a la iglesia de Popayán, a misa, oyó al cura predicar contra la terrible costumbre que tenían algunos indios de devorarse unos a otros. Era un cura portugués de nombre Per Rodríguez y explicaba que debido a esa modalidad los indios se estaban acabando: por tragarse unos a otros. Pijao hizo su análisis y se dio cuenta de que era cierto; que por tragarse entre sí, los indios se estaban acabando; que ya no eran los cientos de miles de los tiempos antiguos, según decían sus abuelos, sino apenas unas decenas de miles. Y en seguida dio en la solución: reunir a los caciques conocidos y hacerlos caer en la cuenta de ese hecho, y comprometerlos a que dejaran de tragarse entre ellos, entre indios, comer sólo españoles y si acaso indios que se pusieran al servicio de estos. Pensado y hecho: Pijao convocó una asamblea de caciques en la cual se votó su propuesta. De 72 caciques que asistieron, 70 la negaron en tanto que a Pijao sólo lo respaldó el cacique Calocoto. Empero la derrota numérica, Pijao y Calocoto no dieron el brazo a torcer. Apelaron la decisión y entre caciques indígenas las apelaciones se resolvían en competencias de fuerza, agilidad y resistencia: lucha, macana, nadar, tirar arco y honda, carrera, cargar enormes pesos a cuestas, beber mucuradas de chicha, comer harta carne humana, etc. Pijao derrotó a la mayoría de los caciques en las diversas competencias que concertaron. El resto de tales caciques fueron derrotados por Calocoto. Por eso, aquel quedó como General de los ejércitos confederados contra los españoles y Calocoto fue como Maese de campo en aquella guerra a muerte. Y decidida la apelación, ya puestos de acuerdo los 72 caciques, pasaron a los conjuros que obligaban al cumplimiento. El principal de ellos fue el relativo al único evento de canibalismo pijaduno endófobo a que arriba nos referimos: que si alguien no cumplía la Ley pijao sobre guerra a muerte contra los españoles, muriera de enfermedad y que, por lo tanto, su carne no fuera comida por otros guerreros como carne de valiente, sino que fuera vil comida de gusanos, como la de las mujeres, los enfermos, los ancianos y los cobardes.

La ley pijao y la derrota de los caciques Pijao y Calocoto en las batallas de Buga y Popayán explican el final histórico de los pijaos y el hecho de que estos se hubieran dedicado a librar una como guerra de guerrillas, durante el último decenio del siglo XVI y el primero del siglo XVII, contra todo lo español. Pues, conforme ya lo señalamos, derrotados, los indígenas confederados, en las batallas de Popayán y Buga, echaron la culpa a los pijaos. Éstos debieron recluirse en sus riscos del norte del Huila y del sur del Tolima actuales, de donde sólo salían de vez en cuando, acuciados por la necesidad de proveerse de carne española, o de indios aliados de los españoles, pues la carencia de animales domésticos, la sacralidad de los animales selváticos y los terribles conjuros con que se selló la Ley pijao, los obligaban a ello.

Las anteriores consideraciones no son invento nuestro. Son obvias consecuencias de los hechos que narran los Cronistas de Indias y que han llegado a nuestro conocimiento. Muchos otros documentos, sobre estas cuestiones, deben estar en los archivos, durmiendo a la espera de que alguien los descubra y los publique. Pues, conforme ya lo dijimos, tal parece como si los pijaos hubieran sido destinados por la Providencia a enseñarnos muchas cosas sobre el origen y la protohistoria del hombre.


Importancia antropogónica de la belicosidad pijao.

Ya pusimos de presente que una de las leyendas venerables que conforman el mito americano del “buen salvaje”, es aquella según la cual nuestros antepasados indígenas vivían en quieta paz, en sus paradisíacas llanuras o laderas o a la orilla de sus mares o sus ríos, dedicados a la pesca o a la caza de animales selváticos, y al cultivo y beneficio de sus sementeras, sin problemas con sus vecinos, hasta que vino el malvado Imperio español a acabar con tanta dulzura. Hoy se sabe a ciencia cierta, que esa visión paradisíaca es por completo falsa: todas las naciones aborígenes de América vivían en guerras perpetuas con sus respectivos vecinos. Salvo los casos en que se establecían vínculos de hospitalidad, como los que quiso anudar el Cacique Matora con el Teniente Francisco de los Barrios en Amoyá, toda nación indígena era coto de caza de sus vecinos: los panches eran coto de caza de los muiscas y los muiscas de los panches; los aztecas, de los tlaxcaltecas, y viceversa. Y lo mismo ocurría en Norteamérica, y toda América Central, y a lo ancho de toda Suramérica. Lo que cambiaba de unas partes a otras eran los objetivos de sus respectivas cazas: los panches cazaban muiscas para llevarlos a sus ollas, en tanto que los muiscas menestaban panches para ofrendarlos a su dios Sol o para esclavizarlos. Los aztecas y los tlaxcaltecas requerían sus cazas para ofrendar y comer: la sangre y las cabezas de sus víctimas eran para sus dioses, las vísceras para sus animales y el resto para sus ollas; los incas esclavizaban a los cautivos que traían de los pueblos que sometían con sus guerras, en tanto que estos o se tragaban a sus cautivos incas o los ofrendaban a sus dioses. Todos estos datos se sacan no sólo de los Cronistas de Indias, sino de los relatos dejados por nativos americanos o por historiadores criollos. Por eso hemos considerado que lo científico no es cerrar los ojos y los oídos frente a tanta información, sino preguntarse por la génesis de tales hechos: ¿Por qué unas naciones canibalizaban a sus enemigos, en tanto que otras los sacrificaban a sus distintas deidades, y otras los sometían a esclavitud? ¿Se produjo una como evolución sobre el destino de los cautivos de guerra, evolución que, partiendo de las ollas y pasando por el madero sacrificial terminó en la esclavitud incaica, griega y romana? ¿Por qué entre los pueblos caníbales, unos lo eran en absoluto, es decir, sin limitaciones ni siquiera religiosas, al paso que el canibalismo de otros era relativo y ritual? ¿Por qué algunas naciones practicaban canibalismo endófobo y la antropofagia de otras era exclusivamente xenofóbica? Nosotros hemos apuntado hipótesis que explicarían todas estas cuestiones, pero no es esta ocasión para referirnos a ellas, sino sólo para hablar de los pijaos. Volvamos, pues, a ellos.

Los pijaos vivían en guerra permanente contra todos sus vecinos, por las razones que ya hemos dicho: coyaimas, natagaimas, tuamos, panches, putimaes, calocotos, ansermas, caramantas, armas, toros, sutagaos, paeces, omaguas, quimbayas y muchas otras naciones indígenas circunvecinas de los pijaos, eran cotos de caza de estos; y, a su vez, las regiones donde habitaban los pijaos eran cotos de caza de varias de aquellas naciones indígenas. Hay que pensar en la fortaleza y las habilidades que adquirirían esos grupos humanos al andar en sus afanes bélicos, en su eterna lucha por traer la comida de los combates fieros contra sus enemigos, o por no ser la cruel comida de estos. Tal vez de esa etapa de la protohistoria provienen la fortaleza, la destreza y la agilidad asombrosas que, en general, caracterizan a los hombres de nuestro tiempo.

Lo anterior nos parece tan obvio que no consideramos necesario que nos detengamos a argumentar a ese respecto. En cambio, es oportuno que señalemos lo siguiente: como al ponerse en consideración de la asamblea de caciques convocada por el General Pijao, la propuesta de este sobre guerra a muerte canibalesca contra los españoles, sólo Calocoto lo apoyó, en tanto que los otros setenta votaron en contra, esto significa que los setenta caciques de marras se oponían a que se prohibiera seguir comiendo carne de indios. Es, ésto, lo que determinó la oposición de toda aquella mayoría, no que se practicara antropofagia contra los hispanos. Esta ya se venía practicando y se seguiría ejerciendo. Lo nuevo, y que le resultaba inaceptable a la mayoría arrasadora, era la exclusión de la carne indiana. O sea que los pijaos, que han corrido siempre con la fama de haber sido los más fieros y enfermizos caníbales del mundo, en verdad no lo eran tanto como sus setenta opositores.


La costumbre pijao de entablillar las cabezas de sus niños.

Ahora hablemos de la costumbre pijao de entablillar la cabeza de los recién nacidos para influir en la formación y desarrollo de aquella. Esa costumbre la hemos detectado entre muchas otras naciones indígenas precolombinas de América: entre los incas, los aztecas, los panches, etc. Precisamente de ahí proviene este nombre que dieron los españoles a los indios que habitaban en parte del actual Departamento de Cundinamarca y en el norte del Tolima: Panches, que significa cabezihanchos. Y esas cabezas anchas les provenían de las tablillas de marras. Y el uso de entablillar la cabeza de los recién nacidos también lo hemos encontrado en la Europa precristiana. En Grecia, en Egipto antiguo, entre los hunos, los germanos y los frigios, hemos encontrado ese uso: hasta Pericles y el rey Midas crecieron con sus cráneos entablillados. Por eso hemos formulado esta hipótesis antropológica: que ese uso fue el que dio origen a la especie humana Cromañón; que los cromañones fueron neandertales transformados por sus madres al cabo de entablillar las cabezas de los recién nacidos a través de muchos milenios.

Expliquemos esa teoría. Y para este efecto, comencemos por señalar que los hombres llamados de Cromañón tenían en general cabezas similares a las del hombre moderno: eran generalmente braquicéfalos, de frente levantada y hocico corto, y con arcos supraciliares lisos y suaves, en tanto que el grupo humano llamado de Neandertal tenía frente hundida, hocicos alargados y arcos supraciliares prominentes. Mejor dicho: las cabezas de los neandertales eran goriloides o como de chimpancés adultos o viejos, en tanto que los cromañón tenían cráneos ya propiamente humanos: braquicéfalos, con frente levantada, hocico recortado y arcos supraciliares suaves. Pues bien, ocurre que las cabezas de los bebés chimpancés son muy parecidas e incluso idénticas a las cabezas de los bebés humanos: braquicéfalas, de frentes levantadas, hocicos cortos y arcos supraciliares suaves. Pero en tanto que la cabeza humana sigue creciendo hasta los veinte años sin perder esos rasgos, sino, antes bien, conservándolos, el chimpancé los va perdiendo, hasta que su cabeza se vuelve del todo simiesca. Por eso nos hemos preguntado si el uso de entablillar las cabezas de los bebés humanos desde su nacimiento hasta su juventud, no sería lo que terminó, al cabo de los milenios, por dar forma al hermoso rostro humano actual; si no fue eso, lo que convirtió en humanas las cabezas de un grupo hominoide que era facialmente simiesco o goriloide. Si ello es así, como nos parece muy posible, grupos humanos que se destacaron hasta hace relativamente poco tiempo por entablillar los cráneos de sus niños para que éstos crecieran con sus cabezas braquicéfalas y con hocicos cortos y frentes levantadas, como los pijaos y los panches, tienen mucho que decirle a la especie humana sobre su origen, y en particular sobre la neotenia facial de los humanos. Y no se diga que la aparición o formación de ese rasgo humano de modo inducido es impensable. Al contrario, es altamente probable, pues ahí estaba la poderosa fuerza de la selección sexual actuando: como las mujeres preferirían siempre a los varones cuyos rostros no se tornaran simiescos sino que perpetuaran sus rasgos infantiles, cada día habría menos hombres con caras bestiales, esto es, neandertales, y más con rostros humanos, es decir, cromañones. Y al cabo, en los depósitos paleontológicos, sólo se encontrarían cabezas de Cromañón, en tanto que los restos fósiles de neandertales se irían extinguiendo: precisamente lo que están constatando, por doquiera, los antropólogos modernos. Y sobre este tema todavía podemos agregar lo siguiente: que esa inducción evolutiva de la cabeza es relativamente fácil de comprobar en la práctica, pues bastaría experimentar con grupos de chimpancés o de otros monos o simios; es decir, entablillar las cabezas de sus críos para que no pierdan, durante su crecimiento, sus rasgos infantiles, y sólo darles oportunidades reproductivas a los que superaran las pruebas inductoras. Ya verían nuestros descendientes, dentro de algunos milenios, los resultados de semejante experimento… Y no se piense que es absurdo decir que nuestros ancestros, los ancestros de la especie humana, hayan realizado experimentos como aquel. Pues ahí está la costumbre de entangar a los bebés para evitar que se formen cascorvos. El Diccionario de la Real Academia no registra el verbo entangar, pero trae el término tanga: “bañador de dimensiones muy pequeñas”. Entangar llamaban las abuelas la costumbre de ceñir fuertemente con colchas los cuerpecitos de los niños, en especial sus piernas, para que estas crecieran bien juntas, no abiertas o corvas, esto es, no cascorvas. El niño entangado parecía una pequeña momia y así se le hacía dormir hasta que superaba la infancia. No sé si también alcanzaron a usar nuestros antepasados ya mestizos el uso de entablillar las cabezas. En cuanto a mí, yo sé que crecí entangado, y gracias a eso no soy cascorvo. No sé si mi santa madre alcanzó a entablillar mi cabeza, pero yo nací en Las Hermosas, el último rincón patrio de mis queridos pijaos, y en mi nacimiento no hubo médico ni enfermera, mi padre fue el comadrón… Pero esto, en realidad, no tiene ninguna importancia. Lo que sí la tiene, y mucha, es que si la costumbre de los aztecas, los pijaos, los panches, los egipcios, los frigios, los germanos, los hunos, etc, de entablillar las cabezas de los niños, fue lo que trasformó el gorilesco cráneo neandertal en la hermosa cabeza cromañón, aquellos pueblos antiguos deben tener muchas otras cosas para enseñar acerca del origen y la evolución del hombre.


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