SOBRE LAS NOVELAS DE GUILLERMO HINESTROSA

 

Por: Carlos Orlando Pardo

 

Nació en Bogotá el primero de diciembre de 1956, pero desde sus primeros años vivió en Ibagué. Mañana cuando despiertes, publicada por la editorial Oveja Negra en abril del año 2001, es su primera novela y se encuentra dividida en quince capítulos. La obra desarrolla la historia de Juan, un hechicero que habita en un barrio popular de una ciudad llamada Combeima. Víctima de una conjura entre Rosa, su esposa, y Carlos Rubiel, discjockey de una pequeña discoteca de barrio, el personaje es secuestrado por ellos y sometido mediante pócimas de escopolamina, gracias a cuyo sueño profundo termina en la dolorosa e insólita aventura de un casi interminable viaje astral. Carlos Rubiel, miembro de una secta satánica fuerte en la ciudad, apoyado por Rosa, monta la conspiración con el propósito de cobrar un seguro de vida que ellos han tomado en nombre de Juan, el hechicero, y que van a compartir los autores de la componenda.

En la mayor parte de la obra, Juan permanece en su viaje a lo largo del cual sucede el grueso de los hechos, intercalado permanentemente con el plano de la acción terrenal. En el astral, el despertar de Juan en esa dimensión, el reconocimiento de tal mundo, el hallazgo de personajes como el gordo español que representa a un banquero, el guerrero, sinónimo de guerrillero y varios engendros que simbolizan ángeles negros y minotauros monstruosos, ofrecen un escenario poco común para obras contemporáneas.

Aquella pesadilla va a tener como meta la fuga para encontrar el regreso a través de estaciones donde viven peripecias para evitar quedarse atrapados con una existencia trunca. El viaje astral pareciera conducirnos, como en La divina comedia, hacia círculos que poco a poco nos llevan al averno. En el astral, las discusiones son diversas y llegan a las de tipo filosófico entre el banquero, el guerrillero y Juan alrededor del tema de la idolatría. El banquero y el carcelero representan explícitamente el mundo colombiano y sus conflictos, la guerra y la paz, los poderosos y los oprimidos, los débiles y los pudientes, las élites con su poder económico y el resultado de la injusticia.

El amanecer en el astral deja ver la fuga del banquero, de Juan y el guerrillero a través de una selva oscura de profundos cañones que seguramente puede llevarlos a la luz. En ese tránsito presencian un ritual de sacrificio que para Juan despierta la ocasión feliz del regreso episódico a la tierra, al tiempo que la sensación desgraciada de ver a su hija decapitada, víctima de otro ritual. Todo esto desprende su anhelo de quedarse en su infierno y no regresar al escenario dominado por el poder del libro El camello rojo, cuyas páginas tomadas al azar no dejan posibilidad diferente a la práctica de la venganza y al ejercicio del odio y la maldad. Es a partir del encuentro, la lectura y la práctica establecida en El camello rojo de donde parte la raíz de la trama y por el cual al destruirse termina.

Ante la duda de Juan para culminar la fuga de ese mundo del que supuestamente conoce la salida, la discusión del banquero, acusándolo de engaño, es interrumpida por la aparición de tres mujeres rubias que, como el canto de las sirenas, atraen las delicias de la lujuria que es advertida por el guerrillero como la distracción y la trampa para evitar su huida y caer asesinados por los ángeles negros que no cesan en su incansable cacería.

El guerrillero desconfiado se protege al instalarse en la selva, su escenario natural, mientras Juan y el banquero avanzan hacia la Colonia y van escuchando a las mujeres que han sido igualmente víctimas de los ángeles negros. En La Colonia son bien recibidos por ancianos con túnicas blancas y la presencia de eunucos, para dar luego la visión del lento desprendimiento de Juan desde el mundo astral al terrenal.

Después de rescatar al guerrillero para llevarlo a La Colonia, éste dialoga con el anciano sobre las múltiples religiones existentes en el planeta y su postura de combatir los dogmas radicales y retardatarios. De aquella discusión, que finalmente convencerá al rebelde de la necesidad espiritual, resalta la interrupción de Matilda, una de las mujeres que, enamorada de Juan, llora ante su cuerpo que empieza a desprenderse para tornar a su realidad terrena. Sin embargo, las esperanzas no se pierden y se da comienzo a la ceremonia del Ahoma, un ritual que significa el matrimonio, luego de haber tomado un sumo que produce la exaltación de la vitalidad sexual y que, al ser consumida en exceso por el banquero, le produce la muerte.

Entre tanto, en la tierra, un personaje espléndidamente logrado como Frutus, convertido ahora en sacerdote tras su tránsito intenso por la bohemia y por las drogas, por el submundo de la cultura del tabaco, la adivinación y la suerte, tiene la aparición de Gabriela, una mujer de la cual estuvo perdidamente enamorado en su anterior vida, lo que coloca su conciencia entre las contradicciones para sentir de verdad su definición entre el mundo del espíritu y el de la carne.

En el barrio Ancón, donde Frutus vive y tiene su iglesia, se sufre una desastrosa inundación causada por un fenómeno natural examinado objetivamente pero que termina interpretándose como la venganza de Dios al ver los pecados de su pueblo. Es como si resucitara el acabóse de Sodoma y Gomorra, el diluvio universal, la expulsión de los no merecedores del templo.

Tras la tragedia, comienzan a sucederse milagros y los ciegos ven, los inválidos caminan y los sordos oyen, generando no sólo la sorpresa del sacerdote sino la atención de la gente y los políticos que terminan acudiendo con obras de caridad para salir en la televisión.

Frutus está confesando a sus fieles cuando encuentra la sorpresiva revelación de la voz de una mujer que no es otra que Gabriela, su sueño antiguo y mientras confiesa sus propias culpas escucha la voz del sargento Sánchez quien le declara que conoce la sede de la secta satánica y que lo guiará a ella en un allanamiento para lo cual requiere de su bendición.

Frutus sale con la policía hacia el anunciado allanamiento, al tiempo que interiormente continúan sus vacilaciones entre el camino de Dios y el de Gabriela. En Ancón, con sus habitantes que representan marginados sociales, los disparos llaman la atención pero no interrumpen el ritual de la secta satánica que pretende asesinar a Juan para cobrar por fin el añorado seguro de vida. La final liberación de Juan, la prisión a que son sometidos los practicantes y el camino hacia el hospital, dejan el testimonio del diálogo de Juan con Frutus, narrando su experiencia.

El símbolo del pastor y las ovejas donde Frutus encuentra su rebaño y lo divino y lo humano se combinan con la satisfacción de tropezarse por fin con el paraíso perdido, deja una parábola un poco inocente pero, para los fines de lo descrito, consecuencialmente iluminadora.

La pérdida del peso de la religión católica en cuanto a su discurso, las citas míticas, la exaltación lírica, la gala que hace el narrador del conocimiento bíblico, las constantes analogías hacia los protagonistas encarnando intereses y la advertencia sobre los peligros que se encienden y se apagan, se extienden y malversan la vida, tienen aquí su espacio. Las actividades que se describen son un permanente strip tease de las transformaciones espirituales de los hombres encarnando corrientes energéticas y vitales, gravitaciones y esferas donde hay víctimas y victimarios.

Agotadas las emociones del plano físico, asumidas las de la vida ficticia, entendida la fuerza del astral como el retorno a un estado de vida paralela en donde la conciencia es la envoltura del hombre navegando por otros espacios, la novela refleja la descomposición social y espiritual del ser humano donde lo temporal es variable y la actitud interior como conducta es lo que perdura. Los ensamblajes energéticos que preceden la existencia y la cubren de complejidades y metempsicosis, es una tendencia a conceder al pensamiento una forma de unidad con el alma y a imprimirle un testimonio de los sentidos.

Lo fantasioso como punto de partida tiene aquí el poder de ser un generador de imágenes en donde lo ascético encierra no únicamente las representaciones materiales sino las de la conciencia que se transforma en visión, ilusión, clarividencia, dominio y sumisión al cosmos iluminado. Los prodigios que se alcanzan en el desdoblamiento, la desmesura y el tormento que se produce al lograr tal estado, parece un acomodado incidente, pero es la disculpa para ingresar a la meditación profunda sobre el ser y sus acaeceres. Juan, por ejemplo, termina siendo “una envoltura alucinada, un cadáver astral”, como dijera para otro caso Ivonne Castellan. Ser centro de fuerzas malditas agotándose en la violencia tanto en lo que aglutina como vida como lo que se sufre en otra dimensión por causa de las fuerzas errantes, pareciera cosa de locos.

El carácter vigoroso que imprime el narrador a las potencialidades de la voluntad y a los peligros de la debilidad mental que cae fácilmente presa de la credulidad pueril, capta la crudeza del desequilibrio para quienes corren el riesgo de dejarse exaltar por el delirio de la imaginación que se coloca al servicio de causar el mal a nuestros semejantes.

Los practicantes de lo oculto y maligno como alimento a sus vidas sin estímulo para lograr metas por caminos de rectitud, describen la conducta de los débiles agobiados entre sus disturbios mentales, sin freno, quienes suponen que entregando el alma al diablo no están ni en la paranoia ni en el espectáculo sombrío de la perdición, sino encarnando la temeridad que no carga escrúpulos para acechar desde las sombras.

Estos militantes embrollados en la alucinación remueven su cerebro para agujerear la desgracia, patrocinar los fantasmas del asesinato, producir riesgos y jactarse de un supuesto poder proveniente del convertirse en sujetos auxiliadores de las fuerzas oscuras.

La novela dispara para todos lados y no tiene piedad para quienes encarnando supuestamente la verdad no son más que mentira. Es un libro que muestra la necesidad de una higiene mental alrededor de la conducta que se mancilla al dejarse seducir por una época frenética en las creencias que propagan milagrerías, alienaciones místicas o caminos fáciles.

La discusión sobre la vida se ofrece en todos los niveles y cada quien reclama su porción de justicia cuando encarna lo contrario. Todos tienen una máscara. Así como ocurre con Pablo que pide sus derechos con hombría pero trabaja como travesti en la discoteca de Carlos Rubiel y es nadie menos que el hijo del hechicero Juan, víctima de su propio invento. O el carcelero en el plano astral que social y mentalmente ubicado en la mitad no sabe qué camino tomar.

La tendencia es de consejo sin expresarlo. La conversión de Juan desde los linderos de las prácticas pecaminosas a la búsqueda de la perfección, es un estilo de vida espiritual que transita hacia el acercamiento de la esencia como fundamento.

La novela de Guillermo Hinestrosa ficcionaliza los problemas religiosos que pueden ser asumidos como ficción en sí, por cuanto se trata de lo que se cree y se espera, se sueña o se siente pero no se ve. En ocasiones la inclusión de textos que en boca de los personajes parecen evocar los textos clásicos, le restan sin necesidad impulso al devenir sólido de la obra, pero en medio de este escollo logra felizmente sobrevivir.