JUAN PABLO HERNÁNDEZ


Juan Pablo Hernández, con nueve premios nacionales como instrumentista o como parte de un trío que labora música en ese género, no deja vacíos los espacios que desde hace varios años se abren a la música colombiana en toda la zona andina.

Se inició rasgando el tiple en los tiempos de infancia, gracias a que su padre, un fotógrafo de los antiguos, peluquero y músico, daba el ejemplo cantando y pulsando su herramienta. Aquellos días a partir del 19 de junio de 1967 cuando nace en Armero, quedan tan sólo en la bruma angustiosa de las evocaciones, ya que su familia pereció totalmente la noche de la tragedia que borró de la faz de la tierra a la población tolimense.

Mucho antes, encerrado en el Nissan de su padre, sintonizaba emisoras y escuchaba hasta siete programas diarios de música colombiana desde la mañana hasta la noche como si estuviera en un estudio. El aporte se metió en su inconsciente y sus años de primaria y secundaria en el colegio Americano, en el que se gradúa como bachiller un año antes de la tragedia, tuvieron en las horas de descanso la misma devoción. Sin embargo apareció en su vida el consagrado compositor tolimense Pachito Alarcón, proveniente del siglo XIX, a quien tuvo de maestro por cinco años, recibiendo su riquísimo acervo cultural. Se sumió entonces en ese mundo de la época de Luis A. Calvo, Jerónimo Velasco y Morales Pino, nacionalistas de la música que defendían lo criollo con pasión de enamorados. En 1978, con dos compañeros de su generación, formaron el trío Horizontes en cuya práctica fueron creciendo sin pausas conocidas.

A pesar de las olas de música extranjera, sin desconocerla ni dejar de degustarla, el tiple, la guitarra y la bandola dejaron correr sus aires por el municipio y ganaron el espacio de la vida ya que los tres, por estar en la universidad, se salvaron de la muerte.

Empezaron por participar en un concurso departamental de música auspiciado por la licorera. Estos muchachos de provincia, con la emoción de mejores escenarios, obtienen el segundo puesto en medio del desorden organizativo y con Camacho Toscano y Pedro J. Ramos entre los miembros del jurado. En Armero se enterarían del desconocido festival Mono Núñez realizado en un pueblo del Valle que no sabían ubicar en el mapa. Entre hacer música para tertulias surgió el anhelo de ser participantes y grabaron y enviaron un casette para inscribirse. El susto aparece cuando les llega el telegrama anunciándoles que habían clasificado. Era otra dimensión que se abría en su camino.

Su música hecha de manera espontánea, sin uniformes ni instrumentos, frente a la expectativa, forzó a que el trío pidieran a sus madres una contribución para el viaje. Con corbatas del mismo color y camisa manga corta, a más del traje típico, se integraron audaces para entrar en escena. El tropiezo con veteranos le dejaron advertir a Juan Pablo Hernández que era el participante más joven del festival. Tenía tan sólo 16 años.

Juan Francisco Alarcón es quien, en Ibagué, mientras Hernández se desempeña como estudiante de idiomas, le tiende un manto de ayuda filial, fraterna, económica y musical. Al ver sus habilidades, no duda en organizar su primer recital como solista de tiple en la sala de música del alma mater en 1986.

A partir de allí, Juan Pablo ha logrado 9 premios nacionales o reconocimientos. En Popayán, como solita, dos años consecutivos, el tercero en encuentro de ganadores y al 4, ya para sacarlo, lo dejan de jurado. En Ginebra, en el festival del Mono Núñez, tras dos segundos lugares, surge el premio especial al mejor tiplista del concurso bautizado con la medalla Pacho Benavides y al mejor solista en la categoría instrumental. También ganará el concurso Anselmo Durán de Neiva y en el Nacional de Duetos en Armenia, en 1995, gana el premio como mejor tiplista.

Cantar, hacer música, cambiar de concepto, salir de la necesidad virtuosista para ser más didáctico y establecer un criterio más comunicativo, es su ideario. Este nuevo valor no hace música por partitura sino por necesidad y lee a las malas sus corcheas, siendo en esencia un autodidacta sin nada institucional. Juan Pablo Hernández, atípico, crítico, exigente e inconforme, tiene piezas para tiple solo y formato vocal, dentro de lo que cuenta con algunos bambucos, hasta indagar finalmente con esa inquietud del bambuco feeling, en donde une la influencia del bolero, los grandes tríos y el jazz primario gringo.

Tal vez así no muera el bambuco, cuyo actual estado lo ve como un proceso detenido bajo la sombra del statu quo existente, que imposibilita por sus criterios estancados, que se retomen nuevos códigos para facilitar su entendimiento al gran colectivo. El nuevo estudioso examina que existe una oda inútil a lo viejo sin buscar su reconstrucción. Si no se renueva, reitera, el bambuco está condenado a su desaparición. “Es que lo de ahora no es más que un canto a la nostalgia y la reverencia al pretérito”. Quizá por ello inició un trasegar cultural en un intento por cambiar las reglas. Dirigió el programa Crea para el Tolima y realiza estudios acerca de la música colombiana para completar un panorama no sólo musical sino intelectual, que le permita contarle a su raza sus más profundas creencias.

Todo lo dice sin reverencia a las instituciones locatarias porque es afuera donde ha hecho su nombre y sabe que los mejores días están por venir. Y es que pertenece a una generación que cambió al ídolo por un trabajador del arte más humano.

Juan Pablo afirma que está en el ocaso de su faceta interpretativa, quizá por eso lanzó en el año 2009 su trabajo Entre siglos, donde deja ver su riqueza compositiva. En el C.D, compuesto por 15 tracks, participaron destacados músicos como Jesús alberto Castro, Carlos Ordoñez, Ezequiel Cartagena, Carlos Emilio Díaz, Juan Carlos Amézquita y Germán Gil, además de Juan Pablo Luna Buenaventura.

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