OBDULIO HERNÁNDEZ CALDERÓN

La voz de este hijo del Líbano (Tolima), simple llanto al nacer un 30 de julio de 1930, fue un caudal melodioso que conquistó públicos en países de Centroamérica, en Venezuela y por supuesto en su patria. La mayoría de las biografías que alteran para bien el relieve espiritual del mundo, comparten desde temprana edad la clarividencia y la certeza de una vocación. Al concluir su segundo año de bachillerato en su terruño norte tolimense, Obdulio Hernández alimentaba secretamente esa profecía interior: sería cantante. Sus coterráneos todavía recuerdan que apenas con una docena de años ya interpretaba con incipiente virtuosismo vocal la música colombiana. La adolescencia cambió el tono de su voz pero no su vocación, y aunque apreciado y aplaudido en su barrio, en las tertulias, en las representaciones locales, sabía que para trascender al rango del profesionalismo y merecer cualquier lauro, resultaba imprescindible estudiar.

Abandonó entonces la patria chica en 1947 y se vino a estudiar solfeo y canto en el Conservatorio de Música de Ibagué, esa institución preclara cuyos egresados han fraguado el universo melódico de media Colombia.

Bien pronto se le distingue en las actuaciones locales, se le advierte un don especial para interpretar con la voz el sentir nuestro y se le estimula con preseas que comprometen su voluntad y reafirman su destino, como cuando gana un puesto en la Coral del Tolima en 1949, en razón de sus adelantos y sus habilidades vocales.

Pero no hay todavía para él conformidad entre el camino y lo andado. Ama entrañablemente su público vernáculo pero quiere ampliar su auditorio, someterse al veredicto de ámbitos más grandes y de jueces más severos.

En 1949, ya es Bogotá la cabeza de playa para invadir el mundo. Debuta en el Teatro Colón donde el aplauso espontáneo y generoso certifica que el rango profesional comienza a solidificarse en sus grandes dotes de cantante.

Se desgranan así los primeros triunfos. La segunda mitad del siglo XX lo sorprende con los primeros contratos para cantar en la Voz de Colombia y, por sobre todas, la Voz de la Víctor, ventana de lanzamiento de más de un artista con renombre nacional y continental.

En esa década de los cincuenta hay una emisora donde protagoniza el talento nacional un espectáculo consagratorio, equivalente al actual Show de las Estrellas de Jorge Barón, sólo que se limita a la radio: Estrellas Mejoral. Obdulio Hernández actúa con figuras nacionales e internacionales en ese programa que lo catapulta para el largo itinerario profesional que comienza en esa etapa de su vida.

Conquista a Medellín, cuyas emisoras y principales clubes lo acogen con entusiasmo. Luego su voz, fraguada en el molde de bambucos y pasillos, le abre campo en los Santanderes. La bitácora de su travesía señala una temporada en Venezuela, país en el cual, por largo tiempo, trabajó en Radio Caracas T.V., canales cuarto y quinto donde, bajo la dirección de Otto Neill, confirma sus aptitudes de intérprete vocal de la música colombiana que su guitarra avala aún más.

Gran parte de la década del sesenta la dedica, como muchos otros, a capear con su música el temporal de las estridencias roqueras. La compañía de Campitos le sirve de gratificación y refugio durante largo tiempo. Y en esa década se integra a los coros de Lizardo Díaz, con los cuales por primera vez ingresa a la pantalla chica de Colombia.

Una breve estancia exitosa en Panamá y otros países Centroamericanos acaban de prestigiar la seriedad de su trabajo musical profesional.

A lo anterior se debe que en 1965 el sello Sonolux lo llame para grabar sus primeros sencillos: Grato silencio, bambuco y Lágrimas, pasillo. Con éste y otros temas de la antología folclórica nacional, Obdulio Hernández se ha ganado definitivamente el entusiasmo del pueblo colombiano.