SALOMÓN HAKIM

 

Nació en Barranquilla pero desde los tres años de edad estaba recorriendo de la mano de su madre la carrera tercera de Ibagué, ciudad que sería su verdadera patria chica. Al año había conocido el río Magdalena, cuando su familia viviera en Girardot, pero su padre, buscando un sitio más agradable para educar a sus hijos, se enamoró de esta tierra de una manera visceral. Inició sus estudios en el colegio de los Hermanos Maristas y, bajo las orientaciones del hermano Arsenio, entendió que tanto en el establecimiento como en la ciudad todos parecían una sola familia. Incursiona en la panadería de las Santos, donde las colaciones surgían como una provocadora delicia, estudia piano en el Conservatorio de Música y en la entonces espesa vegetación que rodea los caminos de Coello-Cocora, va de paseo con sus amigos a ver al extranjero, un muchacho que venía del exterior y se llamaba Alvaro Mutis.

De su familia, compuesta por siete hijos, cuatro mujeres y tres varones que el padre sostiene con un pequeño almacén donde vende corbatas, camisas y telas, iría a aprender la disciplina por el trabajo y el estudio, el amor al entorno y la amistad. Sus padres fallecieron en Bogotá, después de que sus prole estuvo formada, sin regresar nunca a su tierra primigenia porque consideraban a Colombia, en particular al Tolima, como su patria.

De adolescente desarmaba bombillas y radios para estudiar su mecanismo y llegó a ser radioaficionado. Su padre fue un inmigrante libanes y pragmático comerciante, además de filósofo que le enseñaba a sus hijos los trucos de la física. Un jesuíta español que manejaba el laboratorio de física en el colegio de los Hermanos Maristas, recibió una cuantiosa herencia que invirtió en un completo laboratorio. El sacerdote le entregó las llaves al observar su entusiasmo y Salomón Hakim, a la hora del recreo, se dedicó con pasión a examinar minuciosamente en el laboratorio los campos magnéticos y los fenómenos de la física, a realizar experimentos y descubrir, en medio del júbilo, la aparente magia.

Conocedor de la historia de la música y sus autores, continuó con su afición cultivada en el Conservatorio de Música del Tolima a lo largo de diez años y terminó su bachillerato en 1940. Se fue a la Universidad Nacional a estudiar medicina y, tras practicar en el hospital San José, viajó a los Estados Unidos en busca de la especialización. Pero antes de iniciarla su espíritu curioso lo lleva a conocer diversas ciudades para al final llegar a Bostón, el sitio escogido. En su hospital general, con la fortuna de espléndidos profesores y científicos que le tomaron cariño, su malicia indígena, el conocimiento de la mecánica, la oportunidad de mostrar su habilidad en casos difíciles que él resolvía, le abrieron en verdad las puertas y pronto lo condujeron al lado del profesor Popen y al de la húngara Clara Edwards.

Ella terminó obsequiándole una colección fabulosa de 1500 placas de neuropatología que muestra los más diversos problemas del sistema nervioso y su relación con la sífilis, la malaria, hemorragias y tumores. El material hizo que numerosos alumnos se dedicaran a estudiar el tema, entre ellos Gabriel Toro, autor de varios libros y un prestigioso neurocirujano. Frente a la hidrocefalia como un problema dinámico, se requería una fórmula que no tuviera, como hasta entonces, las válvulas de presión fijas al estilo de un timón que no se mueve.

Fabricar un diminuto motor de dos milímetros con pilas, alambres, cuatro bobinas, rotor y estator para hacerlo girar, todo un complejo mecanismo estudiado paso a paso, dio como resultado una válvula que pronto iría a recorrer el mundo. La mecánica del cerebro encontraría allí una puerta salvadora.

Descubrir el síndrome de hidrocefalia con presión normal fue introducir la mecánica a la actividad craneana. Las demencias tratables fueron, así, un capítulo de la neurología que Hakim abrió.

Más de 60 publicaciones acogidas con entusiasmo y en las cuales se explaya en revelaciones sobre su especialidad y la actual preparación de un libro, conforman el resultado de sus investigaciones mientras su famosa válvula empieza a ser difundida ampliamente por el mundo a través de los laboratorios Johnson's, patrocinadores suyos en nuevas búsquedas. Ajeno últimamente a figurar en periódicos y revistas porque considera que la publicidad y sus secuelas de show y exhibicionismo está reñida con la ciencia, cuyos postulados deben ser editados en revistas serias del mundo científico, continúa en su labor.

El libro, con numerosos dibujos y fotografías que ilustran los procesos de la mecánica cerebral y sus principios básicos, incluye las respectivas patentes, 28 americanas y 45 europeas. Todo conducirá a nuevos descubrimientos como el artefacto requerido para medir la presión dentro del cráneo.

En 1994, entre 35 sobresalientes candidatos, la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia le otorgó por unanimidad el Premio Nacional. El hecho trajo a su memoria el júbilo de sus colegas en Boston cuando, en medio de una gran fiesta, le fue entregada en 1976 la máxima condecoración de la universidad de esa ciudad, precisamente en días de acendrado nacionalismo de los norteamericanos al cumplirse doscientos años de su independencia y que, gracias al despiste de su apellido, no advirtieron que se trataba de un colombiano. Allí vino a saludarlo el Senador Kennedy y pronunció, ignorando su origen, un discurso contra los médicos extranjeros, porque la inmigración cubana hacia Estados Unidos alcanzaba en esos años un alto punto.

Sus charlas en Moscú, 1980, ante la Sociedad Científica y Natural o en Israel, Singapur, Arabia, Corea del sur, China, Malasia, Polonia, Italia, España, Suecia, Suiza, Francia, son parte de un itinerario que acepta para difundir la ciencia y el desarrollo del cual recibe la natural admiración por sus descubrimientos.

Cumple así, de manera silenciosa, una labor grande por Colombia. En Londres, con ocasión de una conferencia en el Queen Square, meta máxima de los neurólogos ingleses, fue distinguido por la Reina Isabel, junto al campeón mundial de la milla, Roger Banistes, creyéndolo un nativo. Llamado a París para examinar a un presidente alojado en el hotel Jorge V, examina las radiografías sin que la numerosa gente allí congregada lo identifique y su diagnóstico, proveniente al parecer de un médico anónimo, le valió salir casi en hombros al considerarse que éste superaba a los de - nadie menos- que el afamado profesor Salomón Hakim que aún no llegaba.

El apellido Hakim, traducido del árabe al español, significa médico. Como siempre hubo médicos en su familia se les conocía en el Líbano como los de la casa de los Hakim. Pero la historia sigue. Los tres hijos varones que tiene con Ivette Daccacha también son médicos. Se dedicaron a la medicina no sólo por la tradición familiar y el ambiente de estudio que se vivía en la casa sino también para no desaprovechar los libros y el inmenso material de su padre. Combina siempre su profesión, que ejerce en forma intensa, con la investigación clínica. Se apartó de los postulados tradicionales donde se hace lo uno o lo otro y haciéndolo todo, desde el aparato, el instrumento de medición, la toma de microfotografías, llegó por cuenta y riesgo propios a donde en verdad quería.

Produjo las primeras 500 válvulas en su casa ayudado por sus hijos que hacían los resortes para que él los armara. La demanda se volvió tan impresionante por los resultados positivos obtenidos, que se vio obligado a asociarse con una compañía norteamericana de Miami, la Coordins Coporation, que terminó estafándolo porque aún venden su válvula sin darle un sólo centavo. Con una nueva quiso emprender otro camino pero supo que habían registrado la válvula de Hakim y otra compañía norteamericana, la Johnson, le ayudó a recuperar su patente con una inversión de millón y medio de dólares.

Entusiasta del periodismo, durante su desempeño como Contralor General del Departamento puso especial énfasis en la modernización y regularización en las apariciones de la revista Tolima. No resultaba sorprendente verlo abandonar su despacho para dirigirse a la sala de redacción de la revista a enterarse de su marcha, sugerir alguna modificación en el material, discrepar de ciertos aspectos de la armada, lo cual hacía aún en horas de la noche. Durante esta etapa se preocupó especialmente por albergar en las páginas de su revista temas de honda actualidad cultural así como por desplegar las necesidades y valores de los municipios tolimenses. En compañía de redactores y fotógrafos Germán Huertas Combariza se desplazaba hasta los más lejanos poblados para ver sobre el terreno la realidad que debía plasmarse en Toíima. Bajo su dirección, la revista obtuvo un premio departamental por la mejor crónica, un relato de Camilo Pérez Salamanca sobre la vida y la muerte del general liberal Tulio Varón, quien combatiera en la guerra de los mil días y cayera abatido en la famosa batalla de Ibagué.

Un barrio de la ciudad lleva su nombre en agradecimiento por la ayuda que para su realización prestara en forma incansable.

Salomón Hakim no es un médico común y corriente. No sólo porque su tesis en la Universidad Nacional fue laureada, ni porque se especializó en Boston en neurocirugía y en neurología, ni siquiera porque sus conocidísimas válvulas constituyen uno de los grandes adelantos de todas las épocas en la medicina mundial, sino porque tiene idiosincracia propia. Ahí sigue como invitado de honor a congresos latinoamericanos y mundiales de neurología, con sus conciertos de piano, instrumento que aprendió a tocar en Ibagué y que le valió ganar la medalla Alberto Castilla del Conservatorio de Música del Tolima, del cual es exalumno. El piano le serviría todavía más. Gracias a sus recitales de aquellos tiempos, costeó parte de los gastos de su válvula. Este reconocido y admirado científico que está por culminar su trabajo sobre la mecánica craneal, la que servirá -y ya lo hace- para tratar muchas enfermedades y trastornos por daños en el sistema protector del cerebro, prosigue su trabajo con el mismo entusiasmo del adolescente que buscaba caminos en Coello-Cocora, que iba a probar bocados exquisitos en la panadería de las Santos en la Plaza de Bolívar de Ibagué y del estudiante que no disfrutaba el recreo por estudiar los secretos de la física en el laboratorio de los Hermanos Maristas.