SOBRE LAS NOVELAS DE EDUARDO HAKIM MURAD
Por: Carlos Orlando Pardo
Tres son los extensos relatos novelados que hasta la fecha del año 2000 publica el autor nacido en Ibagué en 1934. Son ellos, Neiva, Moscú e intermedias, 1986; Los alegres bachilleres, 1990 y La piel del puescoespín, 1994.
Se trata de un narrador que a través de la crónica y un marcado sentido del humor, construye a partir de sus propias vivencias el fresco del mundo que le ha tocado vivir. La autobiografía, sin solemnidades, retratada sin complicaciones pero sabiamente al seleccionar pasajes nunca exentos de gracia, nos deja frente a un caso curioso dentro de los novelistas tolimenses, uno que tras su educación primaria se instala definitivamente en el Huila.
El escritor Benhur Sánchez expresa en el prólogo a Los alegres bachilleres, cómo “la crónica es una forma de la historia cotidiana; una manera de reinterpretar el pasado a través de la reelaboración cronológica de los hechos, visto con la óptica personal del escritor” y de qué manera en este autor “más bien cabría la invención de la realidad a partir de los hechos cotidianos, de las pequeñas cosas de todos los días”.1
A lo largo de doscientas treinta páginas, la sucesión de evocaciones de su infancia en el Tolima, su paso por el Valle del Cauca, su descubrimiento del Huila, sus vivencias entre reinas y reinados, campeonatos de baloncesto, las horas felices en el famoso colegio de Santa Librada y el testimonio de la Neiva aldeana, entre muchos, se complementa con otros capítulos -veintiuno en total-, en donde los bailes y paseos, anécdotas y chistes (algunos verdes), la versión de Juan Bustos, personaje que años antes ficcionara Humberto Tafur Charry, la ceremonia de grado, el servicio militar, la universidad, el viaje a México y el retorno a su Itaca-Neiva, ofrecen el itinerario que no oculta ni lugares ni nombres de suyo conocidos en la región y en el país.
No se encuentra entonces el deseo manifiesto de ocultar la realidad que de manera usual los escritores disfrazan y cambian a su antojo, sino el de buscar intencionalmente que ella aparezca de manera directa y a veces reiterada, como si por encima de lo escrito por García Márquez en Cien años de soledad que termina brindando con nombres un homenaje secreto a sus amigos de La cueva, Hakim tomara rumbo diferente. Lo realiza con nombres y apellidos porque prima el registro de hechos que va disparando su memoria, quizá no tal como sucedieron sino como los recuerda, siguiendo aquí esta vez la misma sentencia de nuestro premio nóbel en sus memorias.
Lo que salva literariamente a Eduardo Hakim Murad es no sólo su testimonio de época sino la forma que selecciona para decirla. Se observa cómo no tiene pretensiones literarias, poses intelectuales, disfraz de profesional en estas lides, sino el deseo de contar, contar y contar, cuidándose eso sí de no caer en el lenguaje ramplón -salvo cuando es necesario-, y de seleccionar con tino pasajes que nos divierten por su ya señalado sentido del humor, tan escaso en la narrativa colombiana.
Advierte el mismo Hakim Murad en una nota dirigida a los lectores de su libro Neiva-Moscú e intermedias, que “…si exiges el purismo de la lengua, la belleza de las frases, o la limpieza del estilo; y, finalmente, si deseas hallar algo de lo que hace meritoria una obra, ¡Cierra este libro! Nada de eso encontrarás en él”.2 (a la manera de Vargas Vila, como evoca el mismo autor). Reiterando su propósito, señala igualmente que su obra “es una narración sencilla, desaliñada, natural, sin orden, casi pueril; escrita en playas extranjeras, bajo el dulce recuerdo de la patria; he ahí lo que son estas incoherentes páginas…”3
Se nos ofrece la noticia de que fueron inicialmente artículos aislados que se publicaron en el diario Surcolombiano y que tuvieron la vida efímera del periódico, pero que luego reunió con sus respectivas correcciones para integrar el libro de cuatroscientas noventa y seis páginas.
Neiva, Moscú e intermedias, que prologara con su acostumbrada lucidez Alfonso López Michelsen, le hace descubrir a un autor “entre escéptico y rumbón” y nos resume el expresidente sus páginas como “las reacciones que produce en un colombiano integral, salido desde Neiva, el espectáculo del mayor estado socialista del mundo, filtrado a través de la sensibilidad de un compatriota con una buena formación universitaria, que no le ha hecho perder la sorna propia de las gentes del Tolima Grande. De ahí que no vacilo en afirmar que lo más meritorio de este escrito es su autenticidad. Es el sello característico de este libro, que casi peca por ingenuo. Ya sea tratándose de la sorpresa por el mal trato que recibe en París en el hotel que acaba calificando de “ratonera”, ya sea cuando establece el parangón entre las atenciones que recibe cualquier diplomático en Colombia por parte de los funcionarios públicos, o bien cuando algún edificio de Uberquiztán le recuerda el de la Caja de Previsión Social de Neiva, siempre se siente el olor al solar nativo, amén de que le brinda la oportunidad de traer a cuento, con el salero que lo caracteriza, episodios como el de aquel memorable Embajador de la India, salido del Seminario de Garzón, que le tomó el pelo a la comunidad neivana durante tres días y tres noches, haciéndose acreedor a un canto de Jorge Villamil, a un largo metraje de Focine y, ahora, a un trabajo de investigación de parte de Eduardo Hakim, que quedará como testimonio más completo sobre el acontecer de la picaresca surcolombiana”.4
Continúa Alfonso López Michelsen señalando en su prólogo, que “¡Cómo se aprende viajando!” y de qué manera “Las incontables experiencias de este viaje entre Neiva-Moscú e intermedias, nos demuestran la verdad del aserto. Poco a poco ante los ojos asombrados de los jóvenes diplomáticos, van haciendo su aparición las grandes metrópolis de la cultura occidental con sus maravillas. La curiosidad aguijoneada por los monumentos invita a la lectura, y es así como la memoria va rescatando episodios ya olvidados de la Edad Media, de la guerra de los treinta o de la gesta Napoleónica, dentro de un afán de devorar la crónica irremplazable de esa península de Asia, que es Europa. El arquitecto, familiarizado con la historia de los estilos en el diseño de edificios públicos y privados, nos describe con lujo de detalles toda la gama de construcciones que va encontrando a su paso. El amante de la música y el ballet se deleita incansablemente ante el derroche de cultura musical, al que tiene acceso el pueblo raso en un país como la Unión Soviética. El político, que duerme en el corazón de todo colombiano, espiga en las instituciones, con las que llega a connaturalizarse, los más variados temas de análisis, acerca de lo cotidiano, en un medio en donde ciertas libertades, tal como nosotros las concebimos, están ausentes. Por sobre todo está el filósofo que, llegado a ciertas conclusiones definitivas sobre la mejor manera de gozar nuestro tránsito por este mundo, las convierte en reglas permanentes de conducta. Es así como lo vemos discurrir acerca de los más variados tópicos, poniéndole buen sentido y buen genio a las más disímiles situaciones, sin sentirse jamás lastimado por nadie y sin herir deliberadamente los sentimientos de sus compatriotas o sus huéspedes. Es el modo de ser transparente del escritor, que hace agradable la lectura de un libro ameno, sin más pretensión que la de contarle a sus paisanos cómo son las cosas del otro lado del mundo. Especialmente para quienes lo conocemos de tiempo atrás, el relato más parecería fruto de una versión magnetofónica que un testimonio escrito, elaborado con paciencia y documentación. La patria ausente y en especial la patria chica, a orillas del Magdalena, siempre se hace presente, al punto que el lector acabará por preguntarse, como me ocurre a mí, de qué manera pudo permanecer tanto tiempo ausente fuera del Huila, sin echar de menos a sus contertulios habituales y soportando un clima tan inclemente como el de la Rusia europea y más allá. Para ello tengo dos explicaciones que constituyen el transfondo de toda la trama de estos recuerdos. La primera, la de que habiendo sido invitado por el embajador Guillermo Plazas Alcid a ser su segundo de a bordo en su misión ante la Unión Soviética, mal podría traicionar la confianza del amigo con cuya intimidad se honra a justo título. La segunda, todavía más ostensible, es la de que Eduardo Hakim nunca dejó de estar en Neiva, espiritualmente. Vivió los paisajes que describe y vivió los episodios que narra siempre pensando en el día en que podría ir a contarlos al club social, rodeado de amigos, o divulgándolos en un libro sin jactancia, como este que hoy conoce la luz pública. ¿Cómo no desearle el mayor de los éxitos a esta obra de buena fe que aspira a darle a conocer a otros menos afortunados lo que Eduardo Hakim pudo ver, oir, gustar y palpar?”5
Una mejor aproximación al libro del autor del Tolima Grande sería ingenua y por ello nos vamos a La piel del puescoespín, (Plazas-Lara, ¡vida…muerte!) donde por vez primera usa el termino novela para su escrito, esta vez de quinientas doce páginas, publicadas por el Instituto Huilense de Cultura, 1994.
Son veintidos los capítulos, a más del epílogo, que tiene como entrada una “constancia importante” en donde expresa que “Para escribir este relato novelado fue necesario conversar y consultar a innumerables personas, comenzando por los miembros de las familias de Guillermo Plazas Alcid y de Rodrigo Lara Bonilla…, gracias a los cuales se obtuvo una secuencia biográfica novelada de los personajes que al fin y al cabo no dejan de tener algo de ficción. Sus situaciones, actuaciones, recuerdos, aseveraciones, conceptos y conclusiones deben tomarse como lo que son. Es este un libro con personajes reales y situaciones ciertas e imaginarias que viven una trama novelada. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, es mera coincidencia”.6
Jugando a las vidas paralelas y apoyándose contínuamente en fidedignos datos históricos, Eduardo Hakim se remonta a los ancestros fundacionales y a la evolución de poblados que determinan marco referencial de familias y niñez de Rodrigo Lara, sumando la pubertad y los años universitarios, al tiempo que va detallando la carrera política de Plazas Alcid que asciende de diputado a alcalde, de representante a senador, a embajador en Moscú y de nuevo como alcalde por elección popular.
No abandona Eduardo Hakim Murad, ni siquiera en los momentos críticos como el asesinato de Lara, los apuntes curiosos de la “opitud” frente a la tragedia y hasta la descripción detallada de pequeños caseríos, de personajes campesinos, resaltándolos con aquella gracia de los autores de cuadros de costumbres, sin que falte aquí la combinación con la historia pueblerina o regional y con la temperatura de época cuando ser liberal era un honor costoso.
Los libros de memorias, las autobiografías de hombres públicos, han tenido en Colombia un bajón demasiado considerable, quizá porque quienes ahora ejercen estas funciones lejos están de ser humanistas o porque parecen relámpagos o flores de un día que no tienen la ocasión feliz del testimonio. Son textos que en efecto se hacen necesarios para bucear con detalle en diversos episodios de la historia, porque por encima de su trascendencia, al estilo de los variados volúmenes por ejemplo de Carlos Lleras Restrepo, se convierten en indispensables para examinar la conducta de personajes y conglomerados.
Los colombianos tenemos una rica veta bibliográfica con libros de viajeros que testimonian nuestro territorio, pero pocos son los de compatriotas que lo hacen con otras latitudes. Igualmente, no se ofrecen cuadros sobre nuestro propio acaecer y escasos son los que se atreven a dejar su cuota de miradas y criterios alrededor de hechos contemporáneos, a título ya superado de entender que sobre ellos deben dejarse pasar varios años para relatarlos con la controvertida objetividad. Estos elementos nos llevan a pensar en el valioso aporte que Eduardo Hakim Murad, por encima de lo estrictamente literario, realiza a su región a través de libros que enseñan divirtiendo.
Notas
1.-Sánchez Suárez, Benhur; Prólogo a Los alegres bachilleres.
2.-Murad, Hakim; Nota al comienzo del libro.
3.-Op. cit.
4.-López Michelsen, Alfonso; Prólogo a Neiva-Moscú e intermedias.
5.-Op. cit.
6.-Murad, Hakim; prólogo.