GERMÁN GUZMAN CAMPOS

 

Una ternura y una sabiduría como las suyas expresadas en la calidez sólida de su conversación, la calidad de su amistad, lo aleccionador de sus experiencias, la obra concreta de beneficio a la comunidad que fue dejando siempre a su paso, le abrió el camino para convertirse, a pesar suyo, en uno de los primeros clérigos que protagonizaran capítulos de rebeldía importantes del acaecer nacional en este siglo.

Además de sus estudios superiores para graduarse de sacerdote antes de la edad exigida, este rector y fundador de colegios, autor de libros exitosos y ganador de premios académicos, logró postgrados en sociología, educación y temas agrarios, terminando su existencia en 1987, a la edad de 75 años, como profesor de la UNAM, en México, donde vivió por varios lustros.

Fue señalado por varios medios como uno de los primeros del puñado de curas rebeldes que de un tiempo para acá ha aparecido en el país. Antes de que Camilo Torres Restrepo, sobre quien escribiera un libro, se lanzara a la política, él ya lo hacía pero con la bandera de la paz.

Participó en los agotadores y angustiosos procesos para lograr la paz hacia las décadas de los sesenta y setenta cuando la violencia que azotó al país por enfrentamiento entre los partidos tradicionales dejó trescientos mil muertos. A lo largo de esta tarea se convirtió en confidente de los guerrilleros de la época y logró compilar el más importante archivo nacional sobre la violencia. Con acopio de documentos, a más de su experiencia directa, tuvo material de sobra para escribir, junto a Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, uno de los libros más reveladores sobre este período titulado La violencia en Colombia, dos tomos que han sido editados y reeditados en varias ocasiones y que se consideran clásicos sobre el tema.

Este educador, periodista, intelectual, viajero y estudioso sin pausa, alcanzó el título de Monseñor a edad temprana, pero pronto, a raíz de que sus concepciones se apartaban de las tradicionales de la iglesia, se retiró del sacerdocio para ingresar de lleno al estudio y la investigación sociológica y al trabajo por la comunidad.

Nació el 20 de diciembre de 1912 en la población de San Antonio de Calarma o de los Micos cuando ésta pertenecía al municipio de Chaparral. Como hijo de campesinos pasó sus primeros años en estrecho contacto con la naturaleza. Su padre, un agricultor con alguna base cultural y un gran espíritu de trabajo, se empeñó en montar una finca, llamada San Jorge, a hora y media de San Antonio por el camino a Roncesvalles. Ambicionaba, ante todo, poder educar a sus hijos. Por aquellos días, explica el sacerdote, ser culto implicaba viajar a Europa, primero a Francia pero esencialmente a Inglaterra.

A los 11 años comienza sus estudios en el Seminario Conciliar de Ibagué y deja atrás la sonrisa esperanzada de sus padres, Fermín Guzmán Aguiar y Soledad Campos Salazar y de sus hermanos Ángel Alberto, un finquero que muere joven. Soledad, Fermina, Marco Fidel y -ambos menores que él- Blanca y Jorge, éste último fallecido tempranamente. De éstos, cuatro le sobrevivieron.

Su marcha al seminario tiene que ver con la visita de dos sacerdotes de la congregación de la misión de San Vicente de Paul, lazaristas dedicados a formar sacerdotes que hacían parte de un grupo conformado particularmente por franceses, holandeses, un luxemburgués y un costarricense. Su infancia había transcurrido en las labores del campo desmatonando, desyerbando, levantando cercas. Pero aspiraba a conocer algo más que conducir ganado y manejar el trapiche. Sabía ya leer gracias a una maestra particular que lo adiestró en su casa en el aprendizaje de las primeras letras. Para cuando aprobó los primeros años de primaria en la escuela de San Antonio con profesores importantes como el chaparraluno Rafael Rocha, ya era un ávido consumidor de cuanta cartilla o libro cayera en sus manos y tenía claro que no debía desaprovechar la oportunidad brindada por los canónigos para abrirse campo en un ambiente distinto que le permitiera viajar y conocer mundo. Una permanencia de varios meses en Choachí, tierra de su abuelo, que visita en 1923, lo afianza en la idea.

Con su condiscípulo Jorge Elías Vargas llegó a Ibagué a instalarse en el seminario menor durante cinco años y luego seis en el mayor para completar los once que duró el ciclo de su carrera eclesiástica. Se ordenó tres años antes de tener la edad canóniga reglamentaria y fue necesario pedir dispensa a Roma. A los 22 años era ya un sacerdote dueño de una férrea disciplina y una vida metódica que le ayudaron definitivamente en su existencia. Salía al mundo tras haber fundado un círculo de estudios en el seminario dedicado a la literatura y la sociología cristiana, así como una pequeña revista llamada Inquietudes. Atrás dejaba sus anécdotas de tiempos felices de formación bajo la mirada inquieta de un profesor que permitía a sus alumnos esconder algunos textos no ortodoxos bajo el colchón. Años después, cuando sus tesis y conceptos causaran alarma, el prefecto del seminario los calificaría como el producto de lecturas malsanas.

El rector del seminario, Bernardo Botero, fumaba con los seminaristas un cigarrillo mientras conversaban o se divertían con la apuesta de su condiscípulo, Jaime Villegas, quien había leído todos los clásicos latinos y los desafiaba, ellos con diccionario en mano, a que lo rajaran en la pronunciación de una palabra o su significado, ofreciéndoles como premio un reloj de plata que ninguno pudo alcanzar. Villegas moriría ahogado en un río durante un paseo del seminario. Y ahora estaba al frente aquel Ibagué tranquilo sin que lo asustaran demasiado los fantasmas dejados por la guerra o el fanatismo del primer obispo, Ismael Perdomo, a quien los liberales no le cedían la acera en señal de rebeldía por la convicción generalizada de que todos los curas eran conservadores.

Salió a ejercer su sacerdocio a Purificación con el padre Vera, un sacerdote anciano y sectario que interpretaba estrictamente la escuela del nuevo obispo. Monseñor Rodríguez Andrade, semejante al padre Builes en Antioquia. La práctica del sacerdocio lo lleva a cotejar su mundo interior con el real que advierte lleno de contradicciones. En plena plaza de Purificación hubo muertos en una masacre ordenada por el sargento Silva de la policía. El padre Guzmán formula, en medio de la trifulca, un acalorado llamado a la paz, y califica de asesino al militar, lo cual le granjea violentos atropellos. Conociendo el obispo su gran capacidad de trabajo y ofendido por el trato al joven sacerdote, lo traslada a Ibagué como profesor y procurador del seminario, oficio en el que permanece durante dos años. Por esos días estalla una crisis en el colegio Tolimense, fundado por el controvertido prelado Rodríguez Andrade, y es nombrado rector del plantel, una institución en quiebra y desprestigiada, con 50 pesos mensuales de sueldo. Renuncia a un viaje por Europa para participar en un congreso de la juventud obrero-católica, movimiento entonces de importancia en el Tolima. Entabla diálogos con la masonería y el liberalismo para que lo dejen actuar, al tiempo que pide consejo a profesores experimentados y prestigiosos como Ismael Santofimio y Narciso Viña, fundador del colegio Jorge Isaacs.

La visita a Ibagué del entonces Ministro de Educación, Jorge Eliécer Gaitán, crea una circunstancia providencial para el colegio. El ministro reúne a todos los rectores de la ciudad para explicar y motivar su campaña por las escuelas de alfabetización. La intervención de Germán Guzmán, quien criticó la labor del ministerio en algunos campos, saca de quicio al futuro caudillo quien se mostró alterado en extremo. Al día siguiente, sin embargo, tras una conferencia en el Conservatorio, mientras se esperaba un almuerzo ofrecido por las directivas de San Simón, el ministro lo visita y en una charla de cuatro horas queda enterado del sistema implantado por el padre Guzmán en el colegio. No sólo se convierte en su gran amigo, a quien consulta y envía su carro oficial para recogerlo en Bogotá, sino en su apologista máximo en discursos oficiales. El ministro llama la atención sobre el sistema educativo aplicado en el colegio Tolimense con el resultado de que al plantel se le agotan los cupos y le llegan estudiantes del extranjero.

Participación estudiantil, normas dictadas por los alumnos y una serie de reformas que rompían el aparato tradicional, trajeron consecuencias positivas para la juventud. Vino entonces la tarea de su construcción: con los planos del colegio realizados, un auxilio del parlamento por tres millones de pesos, la compra del terreno arriba del barrio Belén a razón de un peso por metro cuadrado, con ladrillos obsequiados por la gente y la leña donada por Santiago Vila, propietario de la hacienda El Vergel, se adelantó la construcción.

Pese al apoyo que siempre le brindó la comunidad, fue acusado de permisivo y liberal al no aplicar a sus alumnos la entonces tradicional y rigurosa, cuando no represiva, disciplina. El obispo Rodríguez Andrade no duda en destituirlo. La reacción de la gente no se hizo esperar: el palacio de la curia fue apedreado y numerosos cartelones de protesta empapelaron los muros de la ciudad. Entre tanto, el joven sacerdote marcha, enfermo de un pie, hacia Chaparral donde dura tres meses postrado en una cama.

Como no todo han de ser desgracias se gana el mayor de la lotería que pagaba entonces la enorme suma de cien mil pesos que él regala íntegros al colegio. Va al Líbano durante algunos años y pasa después a Armero donde reemplaza al padre Ramírez, asesinado en esa población.

Es trasladado al Fresno entre 1948 y 1951. Emprende el estudio sociológico del pueblo buscando comprender su identidad, los vínculo de unión y discordia en la comunidad para encontrarse con que era la política el principal motivo de división ya que las elecciones se ganaban por tres o cuatro votos y creaban una situación peligrosa. Unió la afición del pueblo por los toros con el hecho de que no existía más que un colegio para niñas, el María Auxiliadora. Reúne a las gentes, principales y sencillas, organizan una gran corrida y recogen dinero para nuevos colegios, apertura de caminos y electrificación rural. Con Floro Saavedra, gerente de la Beneficencia, consigue los recursos necesarios para el hospital. Y un día oye por radio que acaban de matar a Gaitán y existe la orden de asesinar a los curas. A él, sin embargo, la comunidad lo ampara.

Muchos son los episodios que transcurren por esta época en su vida y que sólo se conocerán a fondo cuando se convierte en una figura pública importante. Es ascendido a Monseñor y se desempeña como profesor universitario. Su obras sociológicas, su trabajo en el Ministerio de Salud encargado de la división de Organización y Participación de la Comunidad, su exilio final en México, donde muere escribiendo, son muestras fehacientes, como lo declara el escritor Jorge Eliécer Pardo, su compañero de trabajo en el Ministerio, de una vida entregada al servicio sin ningún egoísmo.

Su libro El padre Camilo Torres, que completó nueve ediciones en la editorial mexicana Siglo XXI, apareció en 1968. Recorre allí la vida del clérigo caído en combate y lo sitúa como símbolo antes que mito, como auténtico cristiano y sacerdote, como protagonista de una realidad nacional que lo condujo a escoger su destino guerrillero.

La obra intenta y logra dilucidar diversos sofismas religiosos, dedica capítulos enteros a los temas del orden público, la soberanía nacional y la supuesta armonía de las clases sociales. Explica con serenidad conceptual el camino recorrido hacia la revolución por el padre Camilo, la plataforma del Frente Unido, movimiento creado por él y se detiene a sustentar por qué no estaba contra la iglesia. Anexa una cronología de los hechos y una apasionante historia documental y fotográfica, así como la relación del periódico Frente Unido, en el que Germán Guzmán participó. La obra estudia también las supuestas vinculaciones con el comunismo, la relación del sacerdote con grupos de avanzada, sus lazos con el mundo universitario y obrero, el sendero de la guerrilla y establece un balance de lo que su presencia y destino significaron en el ámbito nacional.

La vida y el pensamiento del cura guerrillero son documentados en este libro con cartas, idearios y artículos de diversos periódicos, así como con las epístolas y pastorales de la Curia, los comentarios de uno y otro sector, las críticas y las alabanzas que el mundo seglar y el mundo religioso le dirigieron durante su vida, extinguida de raíz el 15 de febrero de 1966.

Su obra fundamental, La violencia en Colombia, abrió nuevos caminos a la sociología en el país. Los dos tomos en que está dividido el libro provocaron al momento de su aparición, particularmente el primero, enconadas críticas de los más variados sectores.

Alvaro Gómez Hurtado no dudó en calificarla como el producto de un archivo histórico sin fuentes conocidas ni fidedignas al referirse a las citas que daban como fuentes la colección Guzmán. Llegó a cuestionarse la necesidad de la Facultad de Sociología en la Universidad Nacional y a pensarse en su clausura. Todo esto indicaba que el dedo había sido puesto en la llaga. Hoy, cuando el libro es considerado un clásico de nuestra investigación sociológica, puede afirmarse que no fue poco su aporte para el declinamiento de la violencia y la toma de conciencia sobre lo que en la nación ocurría por parte de vastos sectores nacionales

Hombre de fina sensibilidad, publicó además numerosos artículos en diferentes medios pero conviene recordar aquí el dado a conocer en el número inicial de la revista Luna de arena, editada por el Instituto Tolimense de Cultura en 1981, sobre la narrativa colombiana de la violencia. En este artículo Guzmán Campos se nos presenta como un profundo conocedor de la literatura nacional.

Germán Guzmán Campos, riguroso investigador, obtuvo pocos años antes de su muerte el Premio Tolimense de Literatura.