MARTHA GUTIÉRREZ

Con cinco años de edad, una niña se paseaba por las calles estrechas del barrio La Pola de Ibagué cantando Pueblito viejo y observando detenidamente los alones envejecidos, las paredes desconchadas y esa atmósfera que se respiraba. Repetía una y más veces esa canción, pues sentía que en cada estrofa estaba describiendo exactamente el mismo lugar que pisaba, que esas “casas pequeñitas” permanecían frente a sus ojos sorprendidos por la magia que producía la voz y por el estremecimiento interior que experimentaba con ese ejercicio.

Pero el gusto por el canto y la música no habían nacido en forma espontánea. Su madre logró sembrar en ella y en su hermano una sensibilidad particular que comenzó a aflorar muy pronto y que supo cultivar con la pasión del jardinero. Ella también había cantado como soprano en los coros del Tolima por la época en que esta agrupación realizaba giras internacionales a las que no pudo asistir porque su madre tenía muchos temores de que no regresara y le impidió el viaje. Se propuso remediar esta frustración y apoyó obstinadamente a sus hijos para que suplieran con creces lo que no había logrado ella.

Ingresaron al Conservatorio con el beneplácito de su madre. Allí aprendió junto a su hermano Germán a tocar el violín. Le descubrieron sus capacidades innatas para el canto y más que descubrirle fue corroborar esa impresión que ella guardaba íntimamente, pues desde la primaria siempre tenía que estar cantando a petición de sus compañeras y maestras quienes tenían un elogio a flor de labio para sus capacidades vocales.

El Conservatorio no tenía una cátedra de canto que pudiera proyectarla hacia el profesionalismo, pero tomó clases con el maestro Gilberto Escobar quien le dio los rudimentos para que iniciara en otra parte el proceso de pulimento. Visto este hecho en perspectiva, significó de alguna manera su inicio, el que necesitó complementación de maestros como Carmina Gallo y María Luisa Cionni.

En su época de estudiante formó dúo con su hermano Germán. Martha y Germán. Vanguardia dos, fue su nombre de combate. La nueva ola estaba en pleno furor y verdaderas legiones de jóvenes se tomaban los radioteatros de las emisoras para entonar sus canciones. Ellos se inclinaron por las melodías de Ana y Jaime, otros dos tolimenses que se hicieron famosos por estos años y que llevaron a la cima canciones con tinte de protesta.

Martha y Germán alcanzaron gran prestigio regional, participaron en las veladas artísticas de la ciudad y comenzaron a mostrar la producción de compositores juveniles quienes les entregaban sus obras seguros de su éxito. No grabaron en el acetato, pero dejaron su impronta en esas décadas de gran dinamismo juvenil donde el programa El Club del Clan se convirtió en el canalizador de esta fiebre.

Vanguardia dos superó el medio y alcanzó resonancia nacional. Se presentaron en varios programas de televisión como El Show de las Estrellas y en Jóvenes intérpretes. Su repertorio estaba constituido básicamente por baladas y por aquella música que marcó a latinoamérica gracias a un movimiento generacional que saltó las barreras aislacionistas.

Martha se separó del dúo y participó como solista en el Festival de la canción ciudad de Sincelejo donde obtuvo el primer lugar. Este triunfó la motivó y le hizo entender que debía inclinarse por el estudio del canto para llegar a obtener logros mayores no sólo en el campo de la música popular, sino también en la selecta.

Era una niña cuando veía por televisión los programas de ópera. Se quedaba entusiasmada por esas vestimentas y esas voces que prorrumpían en el escenario. Sus sueños infantiles comenzaron a caminar por entre velos y movimientos rítmicos. Esta imagen se volvió recurrente, casi obsesiva y al comprender que debía radicarse en un medio que le fuera propicio se fue para la capital de la República.

Recién llegada a Bogotá se encontró con un amigo que le sugirió intentar en la ópera pues había una vacante. Ella no lo pensó dos veces, cogió a su amigo por el brazo y salió precipitada. En una hora se estaba presentando a la audición y el sueño de su vida comenzó a tener la materialidad de las cosas posibles.

Al entrar en la ópera se dedicó a estudiar. Carmiña Gallo fue una de sus maestras y se convirtió en la principal impulsadora de su carrera artística. En la ópera comenzó haciendo pequeños papeles, de esos que se llaman bocadillos, pero que sumados en una temporada donde se presentaban seis u ocho piezas, se convierten en una experiencia que comienza a dar la seguridad y el dominio que se necesita para obtener papeles más relevantes.

También fue integrante y solista del coro del Tolima, Coro de cámara de Colombia, Coro Santafé de Bogotá e intérprete en las temporadas de ópera de 1980 a 1986. Estas actividades fueron forjando su voz de soprano con la que se fue abriendo lentamente un espacio y haciendo esa carrera soñada tantas veces, mientras su hermano Germán triunfaba no solo en el país sino en el exterior.

Participó en un taller de música en Costa Rica en 1986 que le permitió tener contacto con el medio centroamericano. También hizo parte del Festival de Arte Lírico Ciudad de Bogotá, Antología de la ópera Italiana, en el Teatro Colón, con la orquesta Filarmónica de Bogotá.

Solista en papeles como Giannetta en Elixir del amor, Berta en El Barbero de Sevilla, Susana en Las Bodas de Fígaro, Mussetta en La bohemia, se presentó también en la Misa de coronación, de Mozart, con la Orquesta Sinfónica Juvenil de Colombia.

Siempre ha deseado hacer el papel de Helena en La Traviata, puesto que siente por esta obra una pasión especial aunque todavía no lo ha podido lograr porque tiene que madurar más su voz, un efecto que sólo se logra con el paso del tiempo. También ha participado en la Novena Sinfonía de Beethoven con la Orquesta Filarmónica de Bogotá y El Requiem de Mozart con la misma orquesta. Ha hecho zarzuela, entre ellas La del Soto del Parral y Los gavilanes en su primera temporada realizada en el Camerín del Carmen en 1994. Con la Orquesta Sinfónica de Colombia, la Sinfónica de vientos de Tunja, la Banda Nacional y Sinfónica de Antioquia, interpretó la Cantata Profana Carmina Burana. Se destacó en otras compuestas por el maestro Jesús Pinzón.

El treinta de agosto de 1997 interpretó la obra Las voces de los maestros, una composición también de Jesús Pinzón y que hace parte de esas obras contemporáneas que se montan con regularidad, pues no se trata de interpretar exclusivamente lo clásico sino también de mostrar lo que se hace en la actualidad enriqueciendo su repertorio.

En 1997 los televidentes colombianos tuvieron la oportunidad de ver los conciertos celebrados en el auditorio de Skandia, donde el coro de Carmina Gallo, dentro del programa Los clásicos del amor, entregó obras verdaderamente antológicas. La soprano Martha Gutiérrez actuó como solista y regaló su voz entonando canciones populares con matices y sonoridades clásicas.

Para televisión se presentó como protagonista, en el Teatro Colón de Bogotá, en una obra no muy conocida, Marina, pero que ella encuentra interesante por el lirismo de este personaje. En el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional realizó varias presentaciones durante 1997 y todo bajo el régimen de un calendario que permanece sumamente apretado por su profesionalismo y consolidación. Martha considera que vivir del canto en Colombia es posible siempre y cuando, además de la calidad necesaria, se cuente con un equipo de personas que impulsen y colaboren. Si bien es cierto ella no pertenece a los círculos cerrados que manejan esta actividad, sí ha contado con suerte al encontrarse muy cerca de quienes creen en su profesionalismo y que la están llamando para que actúe. Hay dos personalidades que se han convertido en eje de su carrera profesional y son Carmina Gallo, su maestra, y el esposo de ésta, el doctor Alberto Upegui.

Aunque sus inicios están en la ciudad de Ibagué, en Bogotá se le abrieron las puertas para continuar sus estudios y fue allí donde pudo ser profesional y ejercer ese oficio que es el único en su vida, pues la docencia, para lo cual también está preparada, no la puede ejercer por falta de tiempo. En el Tolima están parte de sus afectos, su padre y un hermano, pero en Bogotá se encuentran los escenarios donde actúa y el público que reconoce con sus aplausos este trabajo artístico tan agotador.

En su hermano Germán tiene el mejor ejemplo de carisma, superación personal, entrega total por la conquista de un sitial en la música. El hogar de Martha está conformado por tres hijos, dos mujeres y un hombre: María Antonella, Ana Carolina y Héctor Andrés. Su esposo es un ingeniero que se ha convertido en un bastón para apoyarla y estimularla constantemente. El nivel emocional que necesita para sus ensayos y presentaciones está muy bien regulado por el afecto, la comprensión y la solidaridad de su núcleo familiar, que ve en ella el deseo y capacidad de estar siempre entre las mejores cantantes profesionales del país, título que está conquistando paulatinamente.

El apoyo de su familia ha sido esencial y gracias a él ha podido, atender la responsabilidad de ser madre y artista, dos actividades que requieren, cada una por su lado, una dedicación y una entrega que copan todo el tiempo del día.

Ha viajado dos veces a España, la primera en 1976 y la segunda en julio de 1997, siempre a estudiar para perfeccionar su voz. Visitó países centroamericanos en función de aprendizaje como lo exige su trabajo, en el cual nunca se llega a decir que se ha terminado de aprender.

A Ibagué sólo viaja por la temporada de fin de año ya que sus compromisos se lo impiden, pero casi siempre para las fiestas navideñas está recorriendo los lugares impregnados con el recuerdo de su infancia, comparte con los amigos que vieron nacer y crecer su vocación y con su familia que está siempre pendiente de sus realizaciones.

Ya no visita las calles de La Pola, porque están llenas de edificios grises que se han levantado sobre los escombros de aquellas viejas casas del pasado y ese pueblito viejo que era el Ibagué de su infancia, sólo sigue existiendo en su mente y en las estrofas que aún tararea, esta vez silenciosamente para que los recuerdos no la abrumen.