XII

 

Perdida la fe en la más elevada estrella,

nos hemos abrazado al mástil en cruz

de nuestro pesquero en el mar.

Al llegar la noche

el maestre siempre nos anuncia

que estas agua son fértiles,

que un dios

asomó su rostro

tras las constelaciones

para prometernos peces deslumbrantes.

Pero no hemos encontrado nada.

Sólo el mar

y su terrible vigilia,

acaso sea

porque llevamos

el recuerdo de una tierra árida

o porque somos como cetáceos ávidos

aullando sobre la arena.