MARIANO GUARÍN

Doce años después de que sus padres se instalaran en la entonces villa de San Bonifacio de la villa de Ibagué del Valle de las lanzas, en 1897, cuando la ciudad era atravesada por el grito de las guerras civiles, nace Mariano Guarín Soto el 7 de febrero.

Para aquel entonces, la villa estaba conformada por no más de veinte casas de bahareque y techos de paja; el agua se recogía de un pequeño caño que bajaba por la más adelante se conocería como la carrera tercera y la luz eléctrica era apenas un lejano descubrimiento de Tomas Alba Edison.

En medio de las vicisitudes que traía la guerra y en aquella incipiente organización urbana, creció Mariano Guarín, más conocido entre sus contertulios y amigos como la biblia de la bandola. Su padre, hombre culto y combatiente de la guerra de los mil días, permitió – al igual que muchas familias que poblaron e iniciaron este siglo -, que en su casa se paseara la música colombiana en veladas magníficas junto a familiares y amigos. Quizá fue esta una de las razones para que Mariano Guarín a la temprana edad de 9 años e invadido en su espacio con canciones de los maestros Luis A. Calvo, Fulgencio Garcia y Alberto Castilla, se decidiera a ejecutar la guitarra, su primer instrumento.

Lo musical contagiaba desde aquel entonces a Mariano quien estudió la primaria en el colegio de los Hermanos Maristas. Adelantó el resto de su vida una formación autodidacta con el gusto y la serena perseverancia que lo caracterizó siempre.

Al igual que en la vida de otros músicos del Tolima del siglo XX, la influencia del padre, en su caso Mariano Guarín Jiménez, quien ejecutaba el pistón en la banda que apoyaba el exgobernador Félix María Vélez cuando el siglo apenas iniciaba, sería decisiva para su futura profesión. En ese momento ya hacía parte del sexteto conformado, en su mayoría, por la familia, que amenizaba los valses, pasillos y bambucos en las reuniones de la naciente sociedad ibaguereña.

Guarín siempre gustó más de la soledad, del silencio. lo aprovechaba para interpretar piezas de otros autores y composiciones suyas que lamentablemente se saben hoy perdidas. Además de alimentarse musical e intelectualmente con lecturas diversas, Guarín era por excelencia un gran contertulio. Prueba de ello eran las reuniones que tenían en el marco de lo sagrado, realizadas en la Embajada, lugar donde asistía con puntualidad inglesa luego de haber cumplido a cabalidad con su trabajo en la Imprenta Departamental a la que dedicó más de la mitad de su vida.

Allí, en La Embajada, se reunían hombres de la talla de Manuel Antonio Bonilla, Adolfo Viña Calderón, Floro Saavedra, Luis Eduardo Vargas Rocha, Enrique Morales y otros, a compartir alrededor de una buena conversación y unos cuantos aguardientes, la música que desde temprano surcó sus afectos y su alma.

Estas reuniones también se realizaban, aunque esporádicamente, en la casa paterna de Guarín, ubicada en la carrera tercera donde se actualizaban en conocimientos musicales e intercambiaban sus nuevas composiciones, al tiempo que compartían opiniones de tipo político, social e histórico. Unos minutos antes de comenzar la primera “tanda”, todos acudían a Mariano para afinar el instrumento. Luego todo era silencio entre los presentes. La casa y sus habitantes eran poseídos por la música. Era como un sueño del que nadie quería despertar hasta que los primeros rayos del sol los amenazaban en oriente.

La semana comenzaba de nuevo y Mariano Guarín, el hombre de los eternos pies descalzos, acudía a su trabajo en la imprenta departamental donde quienes deseaban publicar pedían consejo a quien siempre se caracterizó por tener una intachable ortografía y agudos conceptos. Por su labor fue condecorado por el exgobernador Yesid Castaño el 14 de noviembre de 1994. Murió el 16 de febrero de 1996, pero su música, al igual que su recia pero afable personalidad, inundan aún el aire de la ciudad musical que él también ayudó a construir con su bandola.