CALLE DEL ESTADO

 

Percibió al otro lado de la ventana polvorienta los signos del anochecer. Los avisos de neón se prendían. Sintió la polución que ascendía del asfalto de la calle central invadiendo todo. La luz metropolitana se adhería cenicienta a las paredes del desvencijado edificio donde vivía. Oyó motores, bocinas, maldiciones, frenazos, sirenas; el ajetreo de Fords, Chevrolets, Pontiacs, Buicks, Toyotas… Esa noche, como muchas otras, acosado por el insomnio, experimentó la misma fuerza que lo atraía al epicentro de aquella brillante mole citadina. Salió. Pisó un zapato viejo, sin pie, abandonado en la avenida al lado del semáforo y se detuvo…

ROJO… VERDE… AMARILLO… ROJO… VERDE…

Mira a su alrededor y percibe: el grito estético de una cantante de ópera en la T.V. de la vitrina de enfrente; el grito de alegre angustia de un niño borracho; la voz congelada de un senador en el poster del banco; las caras verdes de dos adolescentes besándose, bajo el faro urbano; la mirada erótica de un hombre de apariencia respetable que sale de un cine porno.

AMARILLO… Detesta: El gesto de oprobio mutuo de una pareja de pensionados. ROJO… Distingue: la cara descompuesta de una mujer llorosa que cruza la calle; la avenida humedecida por la lluvia; el chirrear de los neumáticos de un taxi; el blasfemar lacónico del taxista. Reconoce: el portafolio resplandeciente que lleva el conocido hombre de negocios; el portafolio raído del estudiante–extremista, conocido de todos. VERDE… Escruta: el paso ebrio del soldado que adivina su presente; el paso de ganso de un elegante anciano que lleva a una joven del brazo; la sonrisa helada de un cínico al verlos. AMARILLO… Escucha a una bag-lady que pide dinero para un café; el responder metálico de un obrero industrial, “trabajes y tomarás tu café” ROJO… Observa: a una quinceañera pintada teatralmente que pregunta a diestra y a siniestra, “ayúdeme –con–dos– reales” VERDE… Envidia: el responder voluptuoso del obrero, “¿ y qué me darás a cambio? AMARILLO… Mira: a un agente de policía que se acerca. ROJO… Imagina: el rostro obsceno de la quinceañera, hecha prostituta. VERDE… Oye la voz autoritaria del policía que le dice, ¡Circule! ¡Circule! ¡No se detenga! ¡Circule! ¡Circule! Se adhiere a la metrópoli que circula. Vaga y divaga. Entra a un zaguán. Corre. Siente fatiga. Se detiene. Irrumpe en una sala de espera de autobuses. Se sienta. Cabecea. Se adormece.

Vio una serpiente de cascabel deslizarse sobre una mesa de vidrio ahumado. Notó cómo se desenrollaba y se convertía en un autobús que se acercaba con estrépito a la caseta donde él dormitaba. Oyó, entre sueños, el trajín de Fords, Chevrolets. Pontiacs, Buicks, Toyotas… Se despertó. Sintió sed. Renegó de su origen y de su suerte. Ricardinho hubiera preferido estar lejos de su continente natal. Nunca había escuchado a su madre que le pedía con frecuencia que volviera a Brasil. Para él, la noción de patria no existía. Creía que los países de dividían en grandes y pequeños consorcios financieros. Esta idea se la había inculcado su madre quien descendía de una antigua familia de comerciantes lusitanos. Sin querer pensó en su padre; un aventurero belga que, al igual que él, había alcanzado los treinta años, abrumado de deudas y de soledad. Lo compadeció.

Distraído con sus recuerdos subió al autobús. Oyó un distante y rutinario “¡Buenos días!” que emanó del rostro jovial del chofer. “No muy buenos” fue la respuesta a secas de Ricardinho. Después de recibir su boleto, se sentó al lado de la puerta trasera. Desde allí le gustaba leer los avisos de los establecimientos comerciales y observar a los transeúntes de State Steet que caminaban apresurados a sus destinos habituales.

Divagando la mirada entre los símbolos publicitarios, evocó el entusiasmo pueril que manifestaban sus padres siempre que hablaban del viaje de bodas que habían realizado a los Estados Unidos.

Su padre, quien acostumbraba a tomar su café au laít con sus croissants brasileros, sentado en un sillón preferido leyendo el periódico, fingía asombrarse cada vez que contaba a sus amigos que en América del Norte las personas desayunaban en sus carros, almorzaban en los parques y comían cualquier cosa en casa, viendo películas de televisión. Su madre, por su parte, no escatimaba ninguna ocasión en la que estuviera frente a otros comerciantes, para proferir su juicio predilecto: “Estados Unidos es el país más moderno y menos civilizado del orbe, allí sus habitantes, hombres sin aliño, hacen y deshacen y rehacen grandes negocios mercantiles y políticos que afectan a toda la humanidad”. Educado en colegios norteamericanos, Ricardinho condenaba por retórica toda frase que no tuviera un sentido exacto. Por eso, nunca había podido entender aquellas sentencias familiares que, en su opinión, no correspondían a la realidad inmediata de su país adoptivo.

Con la luz verde opaca que arrojó el faro sobre el pavimento desaparecieron sus recuerdos. Al reanudar el autobús su marcha le pareció oír suspiros de alguien. Aguzó su oído y su vista. Vio a una mujer ciega de mediana edad y a una adolescente, sentada a su lado, que alternaba la risa compulsiva y el llanto con palabras que al principio eran murmullos emitidos en voz queda y luego se convertían en sollozos y grititos que desazonaban a los demás pasajeros. Unos aparentaban absorberse en sus periódicos. Otros disimulaban su nerviosismo mirando a través de la ventana. Ricardinho observaba con intensidad a aquella adolescente. Sin interesarse por lo que pasaba a su alrededor, ella se desahogaba contándole a su compañera de viaje algunos hechos que, aunque le eran ajenos, le parecía haberlos soñado, oído o leído antes, en alguna otra parte.

¿Fuiste a la cita que tenías con la asistente social? le increpó imperturbable, la ciega.

–Sí, sí, me preguntó lo de siempre; que quién era el papá de la niña. Le respondí también lo de siempre; que no sabía, que estaba borracha cuando quedé embarazada. Me dijo que no me daría más dinero hasta que no me sometiera a un detector de mentiras. ¡Te imaginas! como si yo fuera una delincuente. Me dijo otras cosas; que el estado no tenía dinero para mantener prostitutas desvergonzadas que no se acordaban ni con quién se acostaban. Le respondí que yo no era de esas; que yo también había sido empleada como ella. Se rió. Dijo que mi enfermedad me hacía delirar. Le estuve rogando, hasta que cerraron la oficina, que me diera la mensualidad. No quiso. Me citó para la semana próxima. Salí ya de noche y me encontré con Pedro, el oso…

El autobús se detuvo. Se oyó el “¡buenos días!” del chofer y a un pasajero que cortés respondía con datos exactos sobre la dirección de los vientos y las fluctuaciones de la temperatura de aquel día. Algunos escucharon con interés. Otros ni se inmutaron.

–Y por supuesto bebiste con él, añadió la ciega en tono agrio.

–No pelees conmigo, Sheila, no pude remediarlo, lo juro.

–Tu siempre me juras y rejuras y siempre vuelves a tu maldito veneno, ¿no?

–Me dejó tirada en un zaguán… tú sabes el terror que le tengo a la oscuridad. No sabía si dormir allí o caminar al “Refugio”. Pensaba en mi niña, ¡la pobre!

Ricardinho no le quitaba los ojos de encima, estaba absorto oyendo aquel relato.

–¿Por qué no llamaste? le preguntó la ciega con sequedad. La jefa del Refugio de madres solteras habría mandado a alguien a buscarte, ¿no?

–No pelees conmigo Sheila. No había teléfono. Estaba muy oscuro. Entró un borracho en el zaguán… Brenda sollozando y hablando a tirones, continuó: le pedí que me acompañara. Dijo que sí. Pero que primero tenían que pagarle el favor. Se bajó los pantalones, ¿oh Dios! Le rogué que me acompañara, quería estar contigo, en el comedor, Sheila. El prometió llevarme al Refugio. Insistió en que lo hiciéramos allí, en el zaguán, Sheila. No sentí nada. Se fue riéndose y diciendo que te lleve al Refugio tu madre, tu madre… Sheila. Pensé en tí y lloré. Estaba oscuro…

–¡Buenos días!

–¡Buenos días! señor conductor.

–Hola! Vicki. ¿Estamos retrasadas?

–¡Hola! No lo sé. Depende del saludable chofer. ¿Por qué no viniste a fiesta? Vimos el último video de The City Boys , son excitantes.

–¿Qué? ¿los videos o los muchachos?

–Ambos. Depende de los planes de una; ja, ja, ja. ¿Verdad?

–Ja, ja, ja. Sin duda. Tu siempre al borde del fuego, ¿eh?

–O del juego. Eres tú la que siempre piensa mal, ¿no?

–Es porque te conozco, Irene.

–Brenda ¡no llores más! ordenó la ciega mirándola sin verla–, cuando te pase ya contarás eso. Quizás nos harás reír…

–Sí, pero ahora no puedo olvidarlo… sobre todo, si pienso en esa mujer policía que quizás vio eso…me llevó a la comisaría por prostitución, ¿sabes?

Ricardinho se sentía inquieto sentado en aquella silla. Sudaba. Si pudiera fumar, si pudiera tomar agua, y si me bajo… pero llego tarde al despacho de los abogados, si pudiera cambiar de trabajo de ciudad, de país, de vida, viviría en el Japón, lejos de esta continente…

Unos pasajeros dejaban el autobús disgustados; otros tosían y miraban al chofer con acuciosidad, en espera de que hiciera algo que pusiera fin a tal conversación.

–¡ Te imaginas! por prostitución… ¡Dios mío! si la jefa del “Refugio” supiera… tú no le dirás nada, ¿verdad, Sheila?

Una mujer que, por su uniformidad en el vestir, parecía empleada de banco, sin poder contener su irritación un segundo más se dirigió a las dos mujeres, diciéndoles.

¡Cállense, por favor! El autobús no es un consultorio de psiquiatras, ¡no faltaba más!… Busquen ayuda profesional…

Nadie en la comisaría quiso escuchar lo que yo decía. La mujer policía dijo que había oído tantas historias que no cabrían en un libro de diez mil páginas. Declárate culpable y te vas, me dijo. Le respondí que era una madre sola y pobre. Pobre, pero no prostituta, le repetí. Por fin, dijo que por esta vez me dejaba ir…

¡Qué desfachatez! hablar de problemas personales en un autobús reiteró la pasajera y alarmada prosiguió–pareciera que no pagáramos impuestos en este país, que no hubiera instituciones creadas para estos casos…

Algunos pasajeros aprobaban con sus miradas lo que acababan de escuchar. De repente, la ciega, alzó también su voz y preguntó, desafiante:

¿Tenemos en América el derecho a la libre expresión, o no?

Eso sí, estamos en una democracia, arguyó un pasajero.

Estamos en un país libre, dijo otro.

Estamos en un autobús de locos, gritó Ricardinho, poniéndose de pie.

–Buenos días! -Dijo el chofer a un nuevo pasajero.

–¡Días!– Fue la respuesta gangosa de un setentón que acaba de subir.

Ricardinho descendió del autobús y encendió un cigarrillo. Se sintió señalado. Volvió la vista al autobús que se alejaba y tuvo la impresión de ser un mono enjaulado en un zoológico. Respiró hondo y caminó, con recelo, mirando a ambos lados de la calle con ojo avizor, como si buscara a alguien o a algo que lo sacara de aquel estado STOP. Si pudiera ser otro DRIVE CAUTIOUSLY si pudiera ser japonés o africano GREAT ESCAPES TRAVEL AGENCY ¡qué más da!, viviría en un pueblo RECORDS SALES no me emborracharía tanto YOUR FAVORITE SONGS: 1–WHY DON’T YOU DO IT ON THE STREET no me entrarían deseos de violar a desconocidas 2- SPACE PORT si pudiera vivir lejos de mi patria; lejos de aquí, lejos de mí 3- THE DARK THREAD no, Richard, no empieces otra vez con tus ideas, tú no puedes vivir en un pueblo, allí no habría desconocidas que se parezcan a mi madre 4- MINDLESS REPETITION ¡ajj, madre! ¿por qué quisiste que me educara lejos de ti?

WOODY ALLEN ¿por qué tenías que morir justo ahora que me había propuesto olvidar mi otro? Si no hubieras muerto anteayer, no me habría emborrachado, no habría … THE STATESIDER ¡ajj madre!… ¡ajj Brenda!… THE CLOSET ¡cuánto daría por no pensar ¡THE CLOSET no pienses tanto Richard… ¡hey Rick, keep cool! HOT LIGHTS:DROP IN ¿o quieres recibir más electrochoques, Ricardinho? Recuerda que estás en período de recuperación ¿o quieres recibir más electrochoques, Recardinho? Recuerda que estas en período de recuperación THE CURE CONCERT ¡DON’T MISS IT! no más enfermedades, no más convalecencias, no más cursos inútiles, no más períodos de prueba en los trabajos, no más despachos de abogados, no más borracheras… no te desesperes Richard… no seas cobarde rick… ¡Pusha, Ricardinho! no dejes que tu otro te anule y se imponga sobre ti… ¡GUESS THE NAME OF THE GAME, TONIGHT!

–¿Viste al que me violó? ¿lo miraste bien, Sheila?

La ciega volvió su rostro en dirección al andén y delineó en su mente la figura de un ciudadano que seguía desconfiado las siluetas multicolores que se desdibujaban en el andén, luego abrió los ojos con desmesura, quizás tratando de verlo, pero sólo percibió penumbras. Sonriendo enigmáticamente, pensó que todo era oscuro y que le gustaba la oscuridad porque a veces veía sombras y otras veces las adivinaba. Brenda, aún llorosa, la abrazó y tembló a su lado. El autobús continuó deslizándose con movimiento de serpiente por aquella húmeda y multitudinaria calle del estado.