JORGE GONZÁLEZ

Aquel 18 de marzo de 1993, Jorge González salió de su casa, como todos los días, a un encuentro con una disciplina que desde sus 17 años ya ostentaba el título de sagrada: la música. Doña Cecilia, su esposa, desde la ventana, como quien presiente la muerte, lo veía avanzar por la cuadra y antes de doblar la esquina dio la última bendición a quien por más de 40 años le había acompañado. La ciudad se preparaba para rendir homenaje a Garzón y Collazos. Aquel día, González se desplazaba a un centro recreacional de la ciudad donde dirigiría la coral Ciudad Musical —de la cual fue fundador y director durante 23 años— como homenaje a Los príncipes de la canción.

Jorge González había nacido en Bogotá el 16 de agosto de 1916, pero desde temprana edad por decisión de su madre y su hermano mayor, se instalaron en Ibagué cuando aún la segunda mitad del siglo XX no comenzaba.

Desde siempre y junto a su hermano, Jesús González, la madre apoyó incondicionalmente el gusto que mostraban los dos jóvenes por la música. Prueba irrefutable de ello sería el tiple que por un costo de 10 pesos le ofreció a Jorge, además de las clases que le pagaba al maestro Mariano Guarín para que instruyera a los muchachos en las primeras lides musicales. El adelanto fue tal que decidieron conformar un trío de cuerdas. Mariano Guarín en su eterna e inseparable bandola, Jesús en la guitarra y Jorge en el tiple.

A los 17 años de edad y como era de rigor para los jovencitos de la época, Jorge González usaba pantalón corto, tirantes y, en ocasiones, si éstas lo ameritaban, zapatos de charol. Pero la escena que hoy podría parecer graciosa no se repetiría por mucho tiempo. Aquel joven, junto al trío de cuerdas, comenzaba a conocer a la que por más de medio siglo sería también su compañera: la serenata. Cambiaría entonces de la noche a la mañana el pantalón corto por el pantalón corriente y cultivaría en el día, luego de dormir para recuperar el sueño enredado en cualquier ventana, el gusto por la guitarra. Por los años cuarenta el trío se disolvió conformando otro llamado Los mariachis, que seguramente perdurará en la memoria de quienes lo gozaron en las reuniones de los más altos círculos sociales de la ciudad. El trío estaba integrado por Fermín Flórez, Jesús y Jorge González, y se haría famoso no sólo por la calidad de sus interpretaciones y ejecución de los instrumentos, sino también por el falsete que hacía este último y que dejaba en un silencio rotundo la fiesta para terminar con brindis y aplausos. Pero si Los mariachis son una huella indeleble en la memoria de los tríos del departamento, Los panchos del Tolima, como fue conocido el trío del “chato” Toro, Jesús y Jorge González, también sería por sus interpretaciones como Rayito de luna y Contigo.

Radicado en la capital de la república, escribía telegramas donde le decía a doña Cecilia que estuviese atenta a la emisora Nueva Granada donde se presentaría. Ella así lo hacía. Las ondas hertzianas venidas desde la paramosa ciudad le hacían soñar, como otras veces, con su regreso repentino al son de una serenata. Así sucedió el 9 de enero del año 53, cuando partieron hacia Bogotá en un viaje que todavía se podía hacer en tren y que ella aún recuerda con gratitud y nostalgia.

No fue fácil enfrentar una ciudad fría y lejana, ni mucho menos acostumbrarse a que Jorge saliera todas las noches a buscar una serenata y que regresara con el alba. Allí en Bogotá nació Martha Cecilia la primera de cuatro hijos.

Al regresar de Bogotá debe viajar junto a su familia a Medellín donde por medio de José Cárdenas, director entonces del trío Emilio Murillo, recibe la invitación para vincularse al trío del que también hacia parte Carlos Zambrano. Fueron dos años en la capital antioqueña. El trío, de gran fama y prestigio no sólo en la capital de la montaña sino también en Bogotá, haría presentaciones para radio y televisión, convirtiéndose así en una de las agrupaciones más respetadas y representativas de nuestro folclor. Comenzando la década del sesenta regresan a Ibagué ya con el segundo hijo, Jorge Arturo, músico también, y se radican definitivamente en la ciudad que lo acogiera desde siempre. Practicó la docencia en establecimientos de la ciudad como el Liceo Val, La Presentación, Gimnasio Campestre y en instituciones como el Sena, la Asociación de Pensionados del I.S.S. y en el Ministerio de Obras Públicas, seccional Ibagué. Corría el año 71 cuando se vincula a la coral Ciudad Musical convirtiéndose por su esmerado trabajo en el cuerpo y alma de la misma durante 23 años de infatigable apoyo a la música colombiana y sus intérpretes.

Tal vez una de las cumbres más altas que coronó su talento fue su participación como bajo en las masas corales del Conservatorio en gira exitosa que el coro realizó por Europa. Se presentaron en la televisión española y ante el Papa Pablo VI, en Roma, ocupando el segundo lugar en el concurso internacional de Arezzo, Italia.

Atrás quedaron los primeros años de estudio en el colegio de los Hermanos Maristas, las giras por Santander con la compañía de teatro y música de don Pepe Montoya, los bares que alguna vez tuviera en la quinta con veintitrés y en la once con segunda, la imagen junto a su esposa desde el cerro de Monserrate cuando cayó el gobierno de Laureano Gómez y ven desde allí ondear pañuelos blancos en la ciudad, las presentaciones ante los expresidentes Urdaneta, Lleras, Pastrana y Ospina Pérez, y las condecoraciones como la que le sería entregada por la Fundación Garzón y Collazos aquel día en que la muerte lo sorprendería en el escenario.