ARCADIOGONZÁLEZ

 

De niño, cursando aún la primaria, quería ser torero e iba a fincas de amigos para ensayar. Puesto que no podía enfrentarse de verdad con los toros optó por dibujarlos. Un día cayó en sus manos una revista española y ahí estaban los astados, desafiantes, los rejoneadores y sus caballos acolchonados, los grandes matadores ante los tendidos abarrotados. Entonces se dedicó de lleno a calcar las ilustraciones sobre vidrio sin sospechar que había descubierto su verdadera vocación.

Hijo de un hogar campesino en la desaparecida población de Armero y el menor de cinco hermanos, Arcadio González nació allí en 1932. Sus padres tenían un negocio que funcionaba bajo el nombre de San Pedro. Tanto su primaria como su bachillerato los cursó en la escuela y el colegio del lugar. Los años de primaria se le fueron en calcar sobre vidrio todos los aspectos de la tauromaquia y en enmarcar él mismo los cuadros resultantes. Cuando tenía once años el fabricante de los carteles de los dos teatros que existían fue a buscarlo a su casa. Estos carteles rudimentarios se fijaban en los postes de la luz. Le dijo que debía viajar a Barranquilla y que le dejaba el puesto porque había visto los dibujos de los toreros.

"Usted puede", le aseguró el hombre. "Y además, antes de irme le enseño". De modo que aceptó y empezó a recibir clases sobre la manera de mezclar los colores, de preparar las fotos, de pegar los carteles con cola de carpintería. Cuando el pintor teatrero viajó quedó oficialmente nombrado con un sueldo de cuatro pesos al mes. "Figúrese", dice. Y ahí duró ocho años. Aún conserva viejas fotografías de los carteles que por esa época diseño y fabricó del principio al fin.

Al terminar bachillerato decidió que estaba aburrido de Armero, viajó a Bogotá y aprendió a hacer vallas publicitarias. Las hizo para Cervecería Águila y otras empresas, entre ellas una renombrada agencia de publicidad de Luis Carlos Gutiérrez. Y una tarde cruzó frente a una vieja construcción de la carrera octava con calle novena y pudo leer en el frontispicio: Escuela de Bellas Artes. Sin pensarlo dos veces entró y preguntó qué se necesitaba para ser admitido. Por toda respuesta le entregaron una hoja de papel en blanco y un carboncillo. Minutos después regresó con el dibujo. " Usted hizo esto tan rápido?", preguntaron perplejos y le dijeron que volviera en ocho días. Fue admitido e inició entonces un largo aprendizaje que culminó con su título de maestro en pintura otorgado por la Universidad Nacional de Colombia.

Lo nombraron profesor en el horario nocturno. Se ganó poco después una beca para Europa y a su regreso lo designaron profesor de planta, cargo que ejerció durante nueve años, "Hasta que me echaron". Desde entonces no ha hecho otra cosa que pintar. "S’, desde esa época me puse a pintar y ya llevo pintando casi cuarenta años como profesional".

Durante su viaje a Europa realizó cursos de especialización en la Casa Juan Fernando, en Madrid; en la Escuela de Bellas Artes de París, de vitrales en Florencia y participó en algunas exposiciones colectivas. Ya en Colombia obtuvo un segundo premio en el Salón de Cundinamarca y menciones en varios salones nacionales.

La lista de sus exposiciones tanto individuales como colectivas es vasta y ha mostrado su obra en las principales galerías del país y en Caracas, Estados Unidos, España, México e Italia.

Define su escuela figurativa como algo con "demasiada tendencia a la academia. Con mucha academia porque la aplico. Muy pocos pintores definen bien lo que es el movimiento de una mano. La mano, cuando se habla, se mueve. Un rostro, una mirada, entonces todas esas cosas las aplico en mi pintura".

Cuando se le dice que mucha gente lo compara con Botero por la gordura de sus criaturas no vacila en calificarla como inculta. "La llamo inculta porque ni sabe lo que es Botero ni lo que soy yo. La diferencia entre los dos es muy grande. Lo mío es una cosa totalmente plástica de mucha academia, la técnica donde no se aplica el blanco, donde las luces salen de la oscuridad, donde no puede haber equivocaciones. La expresión en mis obras tiene vida. No tienen ningún mensaje, sino solamente lo dulce, lo romántico. Están basadas en mostrar una emoción y hacérsela sentir a mucha gente. Me gusta el rojo, el azul, porque el arte es tan indefinido para explicarlo y hay que hacerlo sentir. Considero a un artista cuando hace sentir, cuando usted desea tener una obra de él en su casa".

Admira, entre los pintores tolimenses, a Jorge Elías Triana, Julio Fajardo, Carlos Granada y se declara conocedor de todas las técnicas. "Afortunadamente en la Escuela de Bellas Artes los profesores que tuve las enseñaron muy bien. De ahí nació mi técnica del aerógrafo”.

Respecto a los géneros dice sentirse mejor en la escultura. "Muy pocos pintores pueden hacer escultura porque cambian los conceptos del espacio, del volumen. Si no se manejan esos conceptos no es posible hacer escultura". Y en cuanto a la pintura, aunque maneja el óleo prefiere el acrílico porque "tiene la misma consistencia, la misma perdurabilidad".

En lo tocante a su temática señala que sigue la misma sucesión de siempre "porque es la misma sucesión infantil que yo viví, de los niños que elevan cometas, que juegan trompo, con las cuerdas, a la escalera. Los juegos tiernos, sutiles, cálidos, románticos. He depurado más el dibujo, más el color y más la forma". Al pedírsele una definición de sí mismo dice: "Hay artistas que son nerviosos, temperamentales. Yo soy calmado. Y lo soy porque sé lo que estoy haciendo. Cuando me paro frente a una tela lo hago con mucho respeto, con mucha dignidad, con mucho amor, porque la tela hay que respetarla, no hay que manosearla. Por eso cuando pinto lo hago con mucha seguridad, nunca me equivoco, tengo el respeto por ser artista".


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