SOBRE LAS NOVELAS DE MANUEL GIRALDO (MAGIL)
Por: Carlos Orlando Pardo
Manuel Giraldo (Magil), Líbano, 1953, alcanza con Conciertos del desconcierto el Premio Nacional de novela Plaza y Janés en 1981. La novela forma parte de una trilogía:Vida interior, que integran además Ciudades del desencanto y Descubrimientos. Su temática, al igual que la de Andrés Caicedo o Alberto Esquivel, cuenta el mundo de los adolescentes alrededor de sus experiencias con la droga y la música rock.
El jurado afirmó que ganaba el concurso «por la originalidad sorprendente de su prosa, por la sagacidad en el tratamiento narrativo de la obra, por la forma agresiva y talentosa con que expresa el caótico pero explicable mundo de las juventudes de hoy».1
Así mismo, advierten los editores, que «con lenguaje y estructura muy original, el autor describe un mundo musical fascinante, en el que la juventud se deslumbra ante los míticos profetas del ruido. Droga, erotismo, decepción y fracaso son elementos que forman parte de la trama narrativa y del juego constante de los protagonistas”.2
Ricardo Cano Gaviria advierte que Conciertos del desconcierto “utiliza unos recursos técnicos y formales fundamentalmente intuitivos que sorprenden a veces por su excentricidad, pues en buena medida la novela es el texto de un iluminado”.3
En el Manual de Literatura Colombiana de Planeta y Procultura, refiriéndose a la novela después de García Márquez, se afirma cómo “la aureola entre apocalíptica y mesiánica que planea sobre la cabeza de Macarius, el Profeta del Ruido, cabecilla de un grupo musical cuyos miembros reciben el nombre de Apóstoles, es un hallazgo cuya verdadera utilidad sólo podemos juzgarla en el momento en que el personaje narrador, antes de narrar su propia muerte y velatorio al final de la novela, revela al lector la verdadera cara de la realidad: Macarius no ha sido más que un pelele en manos de los gringos, que por medio de él y de su música han manipulado a sus seguidores; en esta denuncia, acaso demasiado cruda y que apenas si amplía el ámbito de la toma de conciencia, en la medida que es primordialmente comprobativa, la novela de Magil vuelve a encontrarse, como la de Caicedo en Viva la música, ante la encrucijada de lo provincial universal, a la que si bien propone una salida ideológica, válida principalmente para quienes han vivido el fenómeno desde dentro, donde la novela revela su complacencia con un lector específico, aquel que pueda sentirse aludido por el constante estribillo interpelativo del narrador: “Mi hermano de la niebla”, no plantea una salida estética plenamente satisfactoria: lo prueba en buena medida el hecho de que el lector no implicado se reconozca en definitiva ajeno a la atmósfera musical de la novela, en la que si bien están ausentes las claves del argot generacional y la erudición musical de Caicedo, persiste una connotación unilateral que le tiende a dicho lector más bien pocos puentes transmisores de universalidad al lector no implicado temáticamente”.4
“El hecho es que, a pesar de todo, la experiencia de Magil sirve de excelente pretexto para una meditación profunda: ¿Es que los mundos apocalípticos y contraculturales de nuestra época, como bien lo demuestra el caso de El almuerzo desnudo de Burroughs, sólo pueden acceder a lo universal en cuanto son infiernos, es decir, mundos que han tocado fondo en una condición humana que por ello mismo se convierte en el acto en metáfora de una realidad humana total, y no como ritos de iniciación y de destrucción?”.5
Por su parte, César Valencia Solanilla subraya que “su visión de la juventud desconcertada, rebelde y solitaria de los años setenta es superficial, sin ahondar en sus personajes ni en su problemática, con un estilo descuidado, sin criterio de selección y una estructura desigual. Tal vez su importancia, dice Valencia, resida en la vitalidad desde la cual es contada y la posibilidad de aproximación sociológica que ella brinda al complejo mundo de los jóvenes consumidos en el vacío, la droga y el desconcierto”.6
Su segunda novela publicada, Iluminados, (1994) con trescientas cincuenta y seis páginas, tiene personajes protagónicos de Armero y sucede en parte allí antes de los sucesos tragicos que la hicieran conocer en el mundo. Esta temática ha sido tratada a fondo narrativamente por los tolimenses Germán Santamaría, Eduardo Santa, Jairo Restrepo Galeano y el valluno Gustavo Álvarez Gardeazábal.
La historia reciente del país se ve retratada al pintarla con la participación de los narcotraficantes, los paramilitares, la corrupción del Estado por abuso de poder, cargado de información que sabemos de sobra por los noticieros en este sentido, a pesar de tener fábulas paralelas que dibujan y definen personajes con hechos históricos concretos.
Li-Min, un oriental que ha logrado salir ileso de la bomba de Hiroshima, inicia una peregrinación por el mundo y en ese itinerario termina en los Llanos Orientales de Colombia. Allí, el inmigrante plantea el problema entre colonos e indígenas y asume una posición en favor de los naturales en virtud a su desprotección. Rosendo Bernárdez, uno de los colonos más importantes de la zona, lo presiona insistentemente por su intromisión y al no tener como política la violencia, sino todo lo contrario, se desplaza hacia Ibagué y luego va hasta Armero, en cuya atmósfera se siente la proximidad de la tragedia. Adopta entonces a los niños Bodhi y Koan a quienes denomina los huérfanos de la violencia puesto que sus padres han sido asesinados. Se dedica entonces a enseñarles meditación, yoga y artes marciales.
El narrador precisa en ellos la encarnación de Caín y Abel, particularmente Koan que tiene más presente el instante del asesinato de sus padres, vive intensamente el resentimiento y hasta tiene celos de su hermano Bodhi por el supuesto privilegio que el oriental le brinda dedicando más tiempo a su enseñanza. Li-Min presagia entonces que los sentimientos de venganza que anidan en el corazón de Koan lo llevarán por mal camino.
Un médico en Armero le ha recetado al oriental medicamentos para su piel que exhibe las consecuencias de la bomba, pero Li-Min ignora las indicaciones y comienza el proceso de su muerte. Ante tal evidencia, en los tres días que dura su agonía, entrega a los muchachos sus conocimientos, en especial la dualidad vida-muerte, pero antes de expirar le pide al médico que deje a los jóvenes al cuidado de Genaro Patiño, el panadero del poblado, puesto que considera que él encarna un alma buena porque en su negocio da trabajo, preferiblemente, a los huérfanos, pero ignora su maltrato y humillación.
Resulta destacable que al entierro de Li-Min asistan guerrilleros, admiradores de quien era guerrero sin disparar una sola bala, representantes del gobierno nacional e inclusive del mismo país del maestro donde dejan entrever que él pertenecía a la nobleza, lo que genera la natural sorpresa de los armeritas que no tenían ni idea de la importancia del oriental.
Koan, suspicaz, desea volarse en compañía de su hermano pero él se queda porque allí por lo menos tiene techo y comida. El Caín asalta la caja fuerte del panadero y huye con el dinero para encontrarse en el camino, al hacer autostop, con dos jóvenes portadores de cámaras fotográficas y de video, ambiente de marihuana y finalmente la revelación de que se trata de delicuentes. Koan se suma, tímidamente al comienzo, a participar en pequeños asaltos, mientras en la casa del panadero Genaro Patiño, éste invierte dinero difundiendo carteles en la búsqueda del saqueador. Ante lo inútil de su propósito ofrece efectivo al cura solicitando los proteja en un acto de arrepentimiento por su conducta.
Dagoberto Armendáriz, comandante de la guerrilla, es indagado por Bhodi sobre la suerte de su hermano enterándose de sus aventuras. Por su parte, el comisario Medina hace contínuos interrogatorios creyéndolo cómplice y pensando que el hermano regresará a sonsacar más plata y hasta secuestrar, sobredimensionando a un muchacho de diecisiete años.
Bhodi entrega el pan pero también volantes con mensajes revolucionarios, lo que causa la irritación del patrón. Al cumplir los quince años, fecha límite en que pueden trabajar con el panadero, es expulsado de su trabajo. Llega a Bogotá tras las huellas de su hermano quien ha ascendido en el escalafón de la delincuencia, pero igualmente arriba el comisario Medina cuya única misión es desenmascarar la banda donde participa Koan.
La búsqueda, el seguimiento al experto en artes marciales, tiene en su camino el conocimiento de Cristina, militante urbana de la guerrilla, quien se encarga de dirigir los caminos de Bodi a la revolución, explicando en la Casa de Bolívar el robo de la espada por parte de un grupo de izquierda. Lo conduce a una manifestación donde, ante el atropello de la policía, responde con la fortaleza de sus artes marciales y es grabado en sus acrobacias para ser confundido con su hermano y relacionado como parte de la banda. Cristina, junto a Dagoberto Armendáriz, le patrocinan a Bodi un viaje a Centroamérica donde colabora con la resistencia y al regreso se instala en la montaña que espera el proceso de paz y los famosos diálogos; conoce a la rebelde Numancia, con quien tiene un hijo. El gobierno no cumple lo pactado y el ejército ataca el lugar de las conversaciones asesinando al comadante y otros guerrilleros, cayendo igualmente Bodi, Numancia y su hijo.
Koan, entre tanto, es el cerebro de una organización de narcotraficantes que se referencian como “El clan seta” y ofrece la perspectiva de la urdimbre que existe entre ellos, los paramilitares y el Estado, que en la novela son nombrados como “Los Charly”. Con tal investidura y enterado de la muerte de su hermano, decide abandonar la organización. Después, para perpetuar el conocimiento de su maestro y el amor por su hermano, decide ingresar a las filas de la guerrilla donde termina la historia.
Se desborda Magil en su afán de denuncia social y política a través de algunas analogías porque su propósito, dicho por él mismo, es “un deseo de que esta reflexión novelada aporte de alguna manera al proceso de paz verdadero…”
Intercala los tiempos pero termina ofreciéndonos un libro confuso por su deseo de totalizar aspectos de la sociedad colombiana y cada vez que los personajes toman la palabra sueltan tal cantidad de datos históricos que quedan superpuestos, porque sin ir a fondo tiene apenas el deseo de dejar su registro. No dosifica ni esto ni la anécdota y no tuvo el autor tacto en el manejo de esa información sobre los aconteceres del país, sino un desbordado sentimiento de testimoniar. Todo ello lo conduce a olvidar el verdadero trabajo narrativo para ingresar a un túnel desordenado de sucesos.
Tuvo buena intención al plantear la analogía entre el maestro Li-Min, un intérprete de Ghandi frente a la no violencia y la que trata de encarnar alrededor de los discípulos representando un destino en el uno, con el seguimiento de las enseñanzas como bien y en el otro la malformación de ellas para seguir el mal.
La novela se pierde superficialmente en la mencionada intención y los protagonistas no encarnan a cabalidad lo que se supone de ellos más allá de las palabras. Es un texto que nos muestra a un Magil que no supera al que alcanza a percibirse en su primera obra. Parece mejor una novela de circunstancia, como una manera de ser solidario con el pensamiento y la actitud de los sindicatos. Reencaucha la antigua consigna de la literatura como compromiso y testimonio de época, ser testigo de su tiempo como pregonara con éxito en su momento Jean Paul Sartre, pero sin verdadera eficacia. Se queda en la supuesta intención del autor revelada en la contracarátula cuando entre otras cosas afirma que “llevaba muchos años con el propósito de escribir una novela sobre la dramática realidad que vive el país y qué mejor motivación que la tragedia de Armero y la masacre de un Palacio de Justicia en llamas”.
Si bien es cierto Magil aquí se acelera, tenemos la certeza de que en la dos obras que restan por publicarse de su trilogía Vida interior, Ciudades del desencanto y Descubrimientos, escritas ambas en Barcelona sin toda la intranquilidad que le despierta su país, está un autor maduro y reposado.
Notas
1.- Acta del jurado del concurso de novela Plaza y Janés.
2.-Op. cit.
3.-Cano Gaviria, Ricardo; Manual de Literatura Colombiana, Tomo II, Procultura-Planeta, 1988.
4.-Op. cit.
5.-Op. cit.
6.-Valencia Solanilla, César; Manual de Literatura Colombiana, Tomo II,Procultura-Planeta, 1988.