GARZÓN Y COLLAZOS

Vencieron la muerte porque siguen vivos en el alma de los colombianos que continúan escuchando su música y sintiendo el orgullo de la patria gracias a las canciones que los llevaran a traspasar la barrera del tiempo y de las modas. Estas figuras de la música que conocieron aplausos, triunfos, la mayoría de ellos de índole moral y espiritual, saborearon la gloria en vida y el fervor de las gentes dondequiera que actuaban, pero nunca la verdadera tranquilidad económica. Al igual que otros maestros de su talla, recibieron homenajes, condecoraciones, medallas y discursos, quedándoles sólo la satisfacción de haber transitado por el pentagrama colombiano como lo que realmente fueron, los verdaderos e inolvidables Príncipes de la canción.

Darío Garzón, quien con su conjunto Los cuatro alegres muchachos daba serenatas y alegraban las tertulias ibaguereñas, necesitó, en 1937, un guitarrista porque el titular había desertado. Allí llegó Eduardo Collazos diciendo que no sabía tocar ese instrumento pero se defendía con el tiple. Al ver Garzón que con su nuevo compañero se entendía, tanto en la voz como en la ejecución instrumental, le propuso formar un dueto para interpretar sólo música colombiana. Así nació el dueto nacional de todos los tiempos, Garzón y Collazos, que inició su carrera artística en noviembre de 1938 en el Club Mary de Ibagué, haciendo Darío la primera voz con la guitarra y Eduardo la segunda voz con el tiple.

El hecho de cantar únicamente música colombiana por los años en que la rancheras y el son cubano cumplían un ciclo de mucha popularidad, hicieron difícil la entrada de un dueto con características como las suyas, pero gracias a una terca persistencia fueron venciendo el medio hostil y colocaron la canción nacional en plano decoroso. Este ha sido calificado como el mayor triunfo de Garzón y Collazos, aparte de su labor en la difusión de otros compositores del país como José A. Morales y Jorge Villamil, entonces no tan conocidos.

De sus presentaciones iniciales en la emisora Ondas de Ibagué, pasaron en 1944 a la primera correría por el río Magdalena hasta la costa Atlántica. Integraron entonces parte del elenco de la famosa compañía teatral de Carlos Emilio Campos, Campitos, como encargados de la parte musical. Se matricularon más tarde en los Coros del Conservatorio de Música del Tolima y con ellos realizaron un viaje a Cuba y Jamaica, hecho registrado por el joven periodista Gabriel García Márquez en una crónica del comienzo de su carrera.

Al regreso realizaron su primera grabación en la serie Lyra, de Sonolux, con el pasillo Cariño eterno del poeta Luis Flórez y la guabina El pescador de Cesáreo Rocha Castilla y Patrocinio Ortiz. Más adelante lo harán con la casa Víctor y su representante Guillermo de Bedout les graba El pescador y Tupinamba, Hurí y Cariño eterno. Se abren así paso para la grabación de numerosos temas, llegando a un total de 22 larga duración, los que fueron reimpresos en C.D en el año 2002 conservando sus carátulas originales y como parte del patrimonio nacional musical.

“Tocayo” Ceballos, quien los oyó cantar, les cursó una entusiasmada invitación para que se presentaran en su programa Simpatía, de La Voz de Bogotá. Por los años cincuenta y para el sello Vergara, empiezan a conformar y enriquecer un amplio y hermoso repertorio que se convierte en inolvidable para el folclor nacional. Allí es fácil encontrar obras como El limonar, Bajo la luz de la luna, Negrita, El Guaro, Cámbulos y gualandayes, Los cisnes, Rondalla, Señora María Rosa y tantas otras que tienen la categoría de clásicas. Convertirse en personajes indispensables para toda presentación de categoría en diversos lugares de la patria, les otorgó prestigio y tal cantidad de compromisos que deciden radicarse en Bogotá. Desde el año de 1950 ingresan al elenco artístico de la emisora Nueva Granada, de R.C.N., la más importante de la época, y los triunfos no se dejan esperar por cuanto alcanzan su consagración en el programa La ronda del aire, al lado de los destacados organistas Oriol Rangel y Jaime Llano González.

Colombia vive la época de oro de la radio que se extiende hasta 1954 cuando surge la televisión. Es imperativo para ellos, aclamados por un ávido público y las peticiones continuas de los oyentes, realizar los programas en vivo y, junto a los organistas mencionados, se trasladan a Radio Santafé donde a diario se originan programas de música nacional. Alternar con el Conjunto Granadino, las hermanas Garavito y los hermanos Martínez, entre otras figuras destacadas, se convierte en un ritual para ellos.

En su condición de Príncipes de la canción colombiana, como los llamó el periodista Álvaro Monroy Caicedo, continuaron en su feliz y encomioso empeño de difundir la música del Tolima grande, dando a conocer compositores como Jorge Villamil, Pedro J. Ramos, Leonor Buenaventura de Valencia, Miguel Ospina y Rodrigo Silva, pero también la obra de grandes compositores de otras regiones como José A. Morales, Jaime R. Echevarría, Carlos Viecco, Efraín Orozco y José Barros, llegando con sus obras a Estados Unidos, Venezuela, Ecuador, Chile y otra docena de naciones y obteniendo en México el primer premio del Festival de Música Latinoamericana.

Muchos fueron los honores rendidos a su esfuerzo como la Tarjeta de oro de la Casa de la Cultura de Los Angeles, en California, medallas de oro de la radio en Puerto Rico, Honduras y Argentina, medalla orden de San Carlos, Disco de oro de Sonolux, medalla del Conservatorio de Música del Tolima, la Orden de Pacandé y otros que reposan en el Conservatorio por donación de Darío Garzón. Portando siempre sus trajes típicos, el dueto inmortalizó en sus voces las canciones Los Cucaracheros, Cenizas al viento, Al sur, Oropel, El bunde, Ibaguereña, La ruana, Flor del campo, Negrita, Los remansos, Pescador lucero y río, Me llevarás en tí, Acíbar en los labios, Soberbia, Vieja hacienda del Cedral, El boga, Las lavanderas, Soy Tolimense, Yo también tuve 20 años, Sabor de mejorana, Sanjuanero huilense, Arrunchaditos, Espumas y Pueblito viejo, estos dos últimos convertidos en himnos folclóricos.

Sólo un año restaba para que cumplieran cuarenta años de actuación, cuando el 23 de noviembre de 1977, con la muerte de Eduardo Collazos, en Bogotá, el dueto pasó a la historia.

Collazos, nacido el 13 de octubre de 1916, en Ibagué, hijo de Ramón Collazos Jacobo y Segunda Varón, muere cuando el dueto preparaba una gran gira por todos y cada uno de los pueblos que los había admirado con justa causa, en un itinerario que se llamaría Garzón y Collazos se despiden de Colombia. El último adiós fue apoteósico. Cesáreo Rocha Ochoa, hijo del compositor de la primera obra grabada por ellos, a la sazón gobernador del departamento, organizó el traslado de los despojos mortales del connotado ibaguereño quien despertó en el viaje de regreso a su tierra, en un séquito encabezado por Darío Garzón, los más emocionados tributos de homenaje.

El desaparecido compositor, apenas un año mayor que su compañero de fórmula, fue recibido en la ciudad con un sepelio multitudinario y entre la gente que lo lloró podían verse duetos, tríos, la banda del departamento e innumerables conjuntos. La pena colectiva podía respirarse en el ambiente. Como anecdotario del dueto quedaban las diferencias tenidas entre ellos a raíz de sus temperamentos disímiles, lo que les condujo a frecuentes conflictos y temporales recesos, uno de ellos por seis meses que se resolvió mediante la intervención de Jaime Llano González, Eucario Bermúdez y Pedro J. Ramos. Las revistas Cromos y Vea se encargaron de agrandar las dimensiones del rompimiento publicando declaraciones de ambos músicos en que se insultaban con términos de grueso calibre. Uno de ellos reveló alguna vez que en el transcurso de estos disgustos llegaron a cantar en público sin mirarse a la cara. Al parecer tales peleas se originaban en el hecho de que mientras Garzón buscaba con los notables de cada pueblo contratos para el dueto, Collazos, despreocupado por naturaleza, se dedicaba a la bohemia y a darse la gran vida.

Atrás quedaba el recuerdo de Eduardo Collazos que poco conoció la prosperidad económica y cuyo patrimonio fue sólo el tesoro de la música que dejó a los suyos en magistrales interpretaciones del tiple, la bohemia y la vida romántica. El gran viudo, entre tanto, se dedicó a la Academia Garzón y Collazos que había fundado en Bogotá y luego trasladó a Ibagué, especializada en la enseñanza de música de cuerdas. Hasta que, poco antes de la medianoche del 21 de marzo de 1986, casi diez años después de la muerte de su compañero, Darío Garzón le siguió a la tumba. Poco antes el gobierno del Tolima le había asignado una pequeña pensión vitalicia.

Había nacido Darío Garzón Charry en Girardot, el 9 de enero de 1915 y desde cuando era pequeño su familia se residenció en Ibagué. El hijo de don Ramón Garzón y doña Flora Charry cursó sus estudios en la escuela de los Hermanos Maristas y por su temprana vocación a la música estudió en el Conservatorio de la ciudad. Se recuerda de aquellos tiempos que en una acera de la calle central sacaba sus primeras notas a una hoja de naranjo con una peinilla, cuyo sonido se asimilaba al de una dulzaina. El maestro Alberto Castilla, que solía pasar por el lugar, le propuso estudiar música y lo matriculó en el Conservatorio donde pasó 11 años y llegó al cargo de asistente del director Alfredo Squarcetta, quien reemplazó al fundador de este centro. Sus prácticas de clarinete las inició con el grupo musical que fundó en 1935, Los cuatro alegres muchachos, donde Aureliano Lucena tocaba la trompeta, Alcides Lersundy el saxo y Manolo Montealegre la flauta.

Organizó viajes por el sur del departamento en plan de investigaciones folclóricas, y en esas giras recopiló datos de valor para el acervo cultural de la tierra pijao. En Chaparral, por ejemplo -cita Fabio González Pacheco en su Historia de la música en el Tolima-, se tropezó con una canción que hicieran ellos famosa, Hurí. Pero no sólo dieron fama a la obra del chaparraluno Andrés Rocha Álvarez, sino que en Natagaima realizó Garzón una destacada antología de coplas, algunas incluidas en canciones interpretadas por el dueto, con arreglos musicales de Darío, ya en ritmo de bambuco o guabina como Soy tolimense.

Compuso temas a su madre, esposa y dos hijas: A tí madre del alma, Te juré mi amor, Tus y Niña de los labios rojos, así como El boga, La subienda, Tú, La vaquerita, Soy tolimense, Las lavanderas y Nadie como tú, terminado éste último dos meses antes de su fallecimiento.

Dedicó medio siglo a la docencia, espacio por el cual mantuvo abierta su academia musical, figurando su escalafón en el magisterio como de primera categoría, la más alta de la época asignada por el Ministerio de Educación Nacional. En Ibagué se desempeñó como profesor de música en las escuelas públicas. Estuvo casado con Ligia Durán, de cuyo matrimonio nacieron sus hijos Darío Augusto, María Cristina, Ligia Constanza y Carlos Ramón.

Cada año, la fundación que lleva el nombre de Garzón y Collazos conformada por entusiastas enamorados de su trabajo, realiza un concurso de música colombiana en honor a quienes hicieron de nuestras melodías un reino del que fueron príncipes absolutos.

En el año 1995 Pijao Editores los seleccionó como uno de los Protagonistas del Tolima Siglo XX.

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