FULGENCIO GARCÍA

El 4 de marzo de 1985 en el parador turístico de Purificación, la Villa de las Palmas del Tolima, un grupo de coquetos danzarines ejecutaban alegres el pasillo La gata golosa. El cuarteto de cuerdas Fulgencio García, integrado por la bandola de Hernando Montealegre, la guitarra de Audel Covaleda y los tiples de Gustavo Albarán y Alberto Santana acompañados por Octavio Sierra, interpretaron las canciones del maestro de Purificación como un homenaje sentido que les hacía recordar entre nostalgias y serenatas los cuarenta años de su muerte ocurrida en Bogotá, lejos del cálido paisaje que lo vio nacer una mañana del 10 de mayo de 1880 en las cercanías del río Magdalena.

Muy temprano se llevaron a Fulgencio para la sabana cundinamarquesa y desde niño, después de las primeras palabras aprendidas en el pizarrón escolar de la tierra fría, empezó a tararear tonadas inocentes que se embellecían con el paso del tiempo, día a día, mientras crecía con extraordinaria facultad ese don musical que parecía llevar debajo de la piel, adentrado en la mitad del alma desde siempre. Fue entonces cuando el joven músico se enamoró de la bandola y la convirtió en su compañera de todos los momentos, mientras sus dedos diestros paseaban el diapasón arrancándole las primeras melodías, componiendo danzas, bambucos y pasillos que iba perfeccionando con asombrosa naturalidad. Fue en los inicios del aprendizaje de la bandola su maestro el músico y compositor Pedro Morales Pino y de sus primeras clases de guitarra. El terruño, los amaneceres sabaneros y la nostalgia de la tierra caliente de la que se había desprendido desde niño, el campesino, su rancho y su labranza, la cadencia del río en su memoria, el indio Pijao y las raíces amorosas de una raza, fueron temas de inspiración en la vasta producción del maestro García, y cada canción suya una invitación tierna para aprender a querer un poco mas la patria, inspiradas en el pasaje Rivas de Bogotá donde tenía su estudio el maestro Morales Pino y en donde tuvo la oportunidad de perfeccionarse en su instrumento.

Fue Fulgencio García el inspirador de lo que hoy conocemos como música popular; dueño de una disciplina y un temperamento musical a toda prueba, acató las enseñanzas de Pedro Morales Pino del que fue discípulo y con el que actuó en su conjunto de cuerdas durante algún tiempo. Cultivó y difundió esos aires autóctonos que llevaba tan adentro en el grupo de Emilio Murillo y multiplicó las melodías de su tierra en coincidencia con otros grandes de la música colombiana como Luis A. Calvo, Alejandro Wills, Vicente Pizarrro, Milcíades Garavito, Carlos Escamilla, Guillermo Quevedo, Luis Romero y sus paisanos cercanos Adolfo el “Pote” Lara y el maestro Alberto Castilla.

El músico, consagrado de tiempo completo a su bandola y a la creación, nos dejó una vastísima obra musical confundida entre los pentagramas y ese amor inacabable por la tierra. Suyos son los pasillos Vino tinto, Arpegios, Miss Colombia, Coqueteos, Mi negra, Sincopado, Rosas de la tarde, Pastoril, Zepelín, No me arranques el alma, Diciembre, Castilla, compuesto en homenaje al ilustre músico tolimense, Mística, con letra de Carlos Villafañe y muchos más, lentos y elementales como la naturaleza que tanto amaba o fiesteros y dicharacheros como su temperamento alegre. Suyos también son los bambucos Qué nos importa bien mío, El vagabundo, Sobre el humo, Del mar la ola, Contemplando la corriente, los unos fiesteros, expresivos y alegres repiqueteando entre flautas y tamboras, chuchos, tiples y guitarras; los otros, los bambucos canción, cantándole a las nostalgias de los indios con esos dejos melancólicos que no son más que otra forma de alegría muy serena. Suya la barcarola A golpe de remo, la danza Beatriz y el vals Nieblas, entre otras, y suyo el pasillo mas hermoso de la historia de nuestro país: La gata golosa.

La gata golosa, tal vez el pasillo más interpretado y conocido de nuestros aires musicales, está rodeado de una curiosa historia que lo vio nacer por allá en los inicios del presente siglo cuando un visitante francés se enamoró de la sabana y construyó su casa-finca a la que bautizó Gaitè Galoise o Alegría Gala y que los campesinos del lugar fueron llamando muy a la colombiana La gata golosa .

Y fue en el año de 1912 cuando una alegre mujer instaló un piqueteadero en otra casa de descanso donde llegaban músicos y poetas a juerguear en la compañía coquetona de las “muchachas de la vida” y una pianola que todas las noches acompañaba a una estudiantina que amenizaba las veladas hasta la madrugada.

Y en ese ambiente, un asiduo visitante de la casa compuso algunas coplas y las acomodó a la segunda parte del pasillo de Fulgencio García, bautizado ahora como La gata golosa y que describía el lugar y sus alegrías:

 

“Donde pasa la vida

más alegre y más sabrosa

en donde el placer se anida

es en la gata golosa”

 

Compuso además el maestro Fulgencio García una incontenible lista de canciones religiosas como Mística, en las cuales la fe y el amor se confunden.

Recordamos al maestro de Purificación como recordamos nuestras horas cálidas en el llano inacabable del Tolima, las fiestas tradicionales y un grato rumor de serenatas; a ese hombre que en cada nota que arrancaba a su bandola nos dejaba el testimonio perenne de la raza; recordamos también con orgullo aquella Barcarola que escribiera Eduardo Echavarría y que musicalizó el maestro García para que un día se la apropiara un compositor venezolano lo cual le mereció la inmediata respuesta de Jorge Añez: “A qué mayor galardón puede aspirar una tonada que volar de boca en boca y lograr que por lo bella y sugestiva pueda identificarse con el alma de los pueblos que visita, hasta el punto de que esos lugares se crean que ha salido de su mismísima entraña popular”.