SOBRE LAS NOVELAS DE ANTONIO GAMBOA
Por: Carlos Orlando Pardo
Ruta Negra, ciento cincuenta y ocho páginas, novela dividida en tres partes, es una historia de amor trágico y final feliz. Narra la aventura en forma estrictamente lineal y en primera persona, con abundancia de diálogos no exentos de toques de humor. Lo descrito es el periplo de Rubén Acosta, oriundo de un pueblo de montaña llamado El Robledal, quien, enamorado de Elvira Collantes, enfrenta la marcada oposición de Silverio, su padre.
En un principio surgen explicaciones que recuerdan el lenguaje de Vargas Vila, pero devienen brevísimos capítulos donde el autor comienza a darnos la atmósfera y los detalles que van creando las condiciones de la atracción en una joven pareja. La genera a través de un viaje que parte de la estación de la Sabana en la capital y va hasta Robledal, el pueblo donde conviven las dos familias protagónicas y en donde igualmente han vivido estos adolescentes, estudiantes de bachillerato, cuyas familias tienen antiguas diferencias que nunca terminan narrándose.
Durante los meses de vacaciones, los encuentros de la pareja en bailes, paseos, ocasionales conversaciones donde amigos comunes y citas clandestinas construyen las circunstancias del idilio, hasta el regreso al colegio donde ella, por orden de su padre queda en calidad de interna. Como tal nos endilga un discurso feminista, desde luego retórico, como encarnando una arenga. De nuevo en el Robledal, don Silverio Collantes invita al malquerido muchacho a un paseo a caballo hacia el sitio La Honda donde lo increpa, lo insulta y provoca la reacción de Rubén quien termina azotándolo y propinándole dos disparos.
La segunda parte es ya el mapa de la huida en tren y en carro donde, en medio de frases que aluden a la soledad y al dilema, se describe el paisaje y se ofrecen impresiones acerca de Ibagué y su río Combeima. Armenia se nos aparece con una loa extensa, lo mismo que Pereira donde se estaciona varios meses antes de partir a Cali y Popayán, la sede mayor, puesto que conoce a una familia Restrepo que por su porte y juventud, conocimientos y deseos de fundar una escuela en el campo, lo instalan en su hacienda. Desde allí, a través de una carta a Sara, la muchacha del servicio de Elvira, muestra su extrañeza y vacío, declara su amor y se queja de su destino, para más tarde, postrado en cama por el paludismo y encontrándose al borde de la muerte, envía otra misiva en la cual da cuenta de su condición de moribundo.
Allí no sólo acude Elvira, “volada” en compañía de Sara Díaz, su fiel empleada, sino también la madre de Rubén alarmada ante la noticia de la enfermedad de su hijo. Sara termina muerta a causa de una angina de pecho, tras haberse alquilado con su patrona en un hotelucho de Cali porque pierden su dinero en un bus En la tercera parte las dos mujeres, madre e hija, superadas las naturales diferencias ante la dolorosa realidad, lo encuentran y se abrazan para un final felíz con regreso al pueblo.
La historia, que se enmarca dentro de la escuela del romanticismo y se estaciona en descripciones de la naturaleza y algunas costumbres, muestra una clara conciencia de que tales facilismos son meramente asuntos ornamentales y de ocasión, pero cae en el lirismo a ultranza, en la intromisión del autor a calificar actitudes y a plasmar discursitos que restan tensión a la novela, aunque logra, en algunos apartes, precisas connotaciones literarias de una construcción cuidadosa.
En su segunda novela, Reconquista, cuya temprana muerte del autor, en junio de 1945, no permitió su definitiva culminación, se advierte una evolución que mide su madurez sin los naturales escollos a la examinada novela de juventud. La obra apareció en Armenia en 1950, ciudad donde está enterrado el escritor y donde vivió buena parte de su vida, tanta como para ser considerado hijo del Viejo Caldas.
A través de ochenta y siete páginas que divide en tres partes, cuenta la historia de tres generaciones de campesinos. A unos se les observa en medio del trabajo, otros se convierten en fugitivos, surgen quienes protagonizan noviazgos prematuros, actúan los que regresan al pueblo, pero todos están inmersos en un ambiente de violencia y participación en política con la derrota final del gamonal.
Su engominada prosa, la exagerada utilización de un lenguaje rimbombante, la adjetivación asomando en cada frase y el ditirambo hacia la naturaleza con términos en apariencia poéticos pero rodeados de sobresalientes lugares comunes, dan un panorama de narrador superficial que no logra trascendencia.
Como decía Gonzalo Arango “hay que elegir la forma de roer el queso sin quedar atrapados”. Si bien es cierto pretende la eficacia de la palabra mediante la supuesta apariencia estética de un lenguaje de exaltación lírica, hoy lo vemos como una presunción que por seguir la moda y no buscar la posibilidad de romperla, logra sólo un fetichismo regional con sus descripciones ornamentales y alcanza poca eficacia formal. El termómetro de su temática en esta novela marca la temperatura de lo ofrecido como lugar común en el menú literario de entonces y aunque, como ya se advirtió, supera su primera obra, no por ello el resultado es más significativo y se hace inevitable el desencanto del lector.