HUMBERTO GALINDO

Pareciera que la vida se encarga de tejer irremediablemente el destino de los hombres. De alguna manera, la de Humberto Galindo Palma, está cercada por los recuerdos infantiles de la visita a una vieja finca en la sabana de Bogotá, de nombre Los Naranjos, donde en festividades importantes se reunían grupos folclóricos de la región en jornadas que duraban hasta dos y tres días. Galindo Palma sólo observaba lo que años más tarde se convertiría en su derrotero y tesoro más preciado. Desde entonces acompañaría en todas las reuniones familiares a su padre y hermanos en la interpretación de la bandola, primer instrumento que ejecutó para luego pasar al tiple. De aquella época recuerda también la academia de música que su padre fundara en el céntrico barrio de Las Nieves en Bogotá, donde adquirió las primeras destrezas sobre los instrumentos base de la música colombiana, al tiempo que iba transmitiendo este conocimiento a quienes llegaron después de él, con las mismas inquietudes. Y es que desde los juegos infantiles con sus hermanos y amigos, Galindo Palma parecía inclinarse siempre por jugar a ser el maestro.

El aprendizaje junto a su padre y su tío Bonifacio, quien lo guió en la enseñanza del tiple en clases que él tomaba una vez por semana, desplazándose, instrumento en mano, desde el centro hasta Puente Aranda, giró siempre alrededor de las obras del maestro Pedro Morales Pino y las rumbas criollas que estaban a la orden del día.

Nació el 15 de mayo de 1960 en Bogotá. Terminó sus estudios primarios en Chaparral, donde se radica por conflictos familiares, y a pesar de perder durante su estancia en la histórica ciudad el contacto directo con la música, se restablece con su llegada a la capital del país hacia 1975.

Alentado por la sugerencia de sus padres de estudiar y dedicarse a otra cosa que no fuera la música, decide dentro de varias opciones ingresar al Sena a estudiar hotelería y turismo, profesión en la cual se graduaría tres años después.

Ya en aquellos años y en medio del agitado movimiento hippie en Colombia, del cual de una u otra forma hizo parte, Galindo Palma iba construyendo lenta, pero firme, una postura frente a las tendencias del rock. Escuchaba por entonces la radio latina que pasaba todo lo concerniente a dichos aires y lo marcaban lecturas como El lobo estepario y Así hablaba Zaratustra.

Cuando su familia vuelve a desplazarse a Chaparral, Galindo Palma decide quedarse en Bogotá. Fueron tiempos en los que la búsqueda interior era la consigna, marchándose tras los pasos del Gurú Majarayi e introduciéndose en las lecturas de filosofía hindú y la gnosis. A pesar de la soledad de aquellos años en una ciudad que, desde luego, nunca fue ajena a él, las que parecían reflexiones sin final respecto al lugar que debía ocupar y su quehacer, lo llevarían a tomar la decisión de regresar junto a su familia.

De dichas vivencias había tomado bases sólidas. El respeto y admiración por el pasado, el auto reconocimiento como músico y el descubrimiento de una voz latinoamericana impulsada por la revolución chilena entre otras del continente, que hacían eco desde la música y otros frentes, comenzarían a invadirlo. Adquirir la conciencia de los procesos históricos que vivía latinoamérica lo llevaron a pensar en la tierra, en los campesinos y sus tradiciones, despertando en él el deseo de escudriñar en ellos como una manera de mirarse al espejo y reconocer lo local como la obra prima de lo universal. Para entonces ya coleccionaba instrumentos autóctonos, daba charlas en colegios y dictaba talleres de música folclórica en los mismos.

En Chaparral termina su bachillerato, pero años más tarde, su familia se traslada a Ibagué, lugar que se convierte en el centro donde desarrolla su trabajo como etno-musicólogo.

Su primer recuerdo de la ciudad musical es aquella escena donde se ve de la mano de su madre que lo lleva a conocer la sala Alberto Castilla del Conservatorio. Allí decide dedicarse por completo a la música. La sala le sintetizó la admiración por el pasado. Entonces, como si las puertas se abrieran para transcurrir por el camino de la música folclórica y su investigación, se vincula al Teatro Libre de la ciudad dirigido por Alberto Lozano. Se ocupa en actividades que tienen que ver con la elaboración de la música andina de entonces, participa en los actos del bicentenario de la revolución comunera organizado por el Teatro Libre de Bogotá y, bajo su dirección, hace el montaje de la obra La Cantata de Santa María del Iquique.

Comenzaba a abrirse paso el año de 1981 cuando el grupo conoce a Carmelita Millán quien se identifica de tal manera con el pensamiento del grupo sobre la música folclórica, su elaboración e investigación, que deciden comenzar a trabajar partiendo de las preguntas para dónde vamos con esto, qué es lo que queremos. En el proceso de despejar dudas, el grupo conformado en un comienzo por diez personas se redujo a cuatro. El grupo Cantatierra se había gestado. Partieron con el objetivo de estudiar la música nuestra. Su primer laboratorio sería el efectuado de manera casi intuitiva en la vereda Horizonte del municipio de Chaparral donde se llevó a cabo el primer encuentro de música campesina con resultados tan alentadores que los obligaron a pensar en una mejor manera de organizarse. Es entonces cuando deciden contactar al maestro César Augusto Zambrano con quien comienzan a tomar clases de teoría musical y fundamentos. Galindo Palma los continuaría desde el año 1983, cuando inician, hasta 1990.

A esta altura tomaron la determinación de iniciar la memoria musical del Tolima. Su primer proyecto, labor madurada durante diez años, fue sobre Cantalicio Rojas. No se había visto un trabajo serio y responsable que abarcara la vida y obra del más grande juglar tolimense.

Paralelamente, Galindo continúa su formación musical adelantando estudios de técnica vocal y canto profesional con la profesora Rocío Ríos en el Conservatorio del Tolima durante los años 84, 86, 91 y 93; clases con el maestro Carlos Mendoza en la universidad Lisandro Alvarado de Barquisimeto, en Venezuela, en 1985, y de folclor con la asesoría del maestro Guillermo Abadía Morales. Entre 1983 y 1985 iniciaría también su labor docente, logrando un canal que le permitiría socializar el conocimiento del grupo.

Durante los primeros diez años de conformación de la agrupación, se abren puertas no sólo en el país, como las de la sala Luis Ángel Arango, el auditorio León de Greiff, la universidad de Antioquia y en festivales de música en Neiva e Ibagué o el Mono Núñez, sino también las de Canadá en el año 1985 en gira de conciertos por las ciudades de Ottawa, Quebec, Montreal y Sherbrooke en el Festival de Música de las Américas organizado por la Federación Internacional de juventudes musicales, así como en Alemania con motivo de los eventos culturales Encuentro de dos Mundos, América 500 años, realizado en ciudades como Nuremberg, Neustadt/wstrs, Erlangen, Colonia y Cuba, en 1995, en la universidad de La Habana y en el Instituto politécnico José Verona.

El registro de la música investigada a lo largo de la carrera profesional de Cantatierra se encuentra en cuatro trabajos discográficos: Tolima café, edición especial del Comité de Cafeteros, 1986; concurso Pedro J. Ramos de La voz del Tolima, 1992; Festival mono Núñez, mejores expresiones autóctonas, Ginebra, Valle, 1993; y Memoria de Cantalicio Rojas, del mismo año, que salió junto a un texto que recoge en una gran síntesis el trabajo hecho por el grupo sobre el compositor tolimense.

A la larga lista de proyectos, se suman los talleres de capacitación a jóvenes campesinos sobre construcción de instrumentos musicales folclóricos en el centro La Trina del municipio del Líbano, Tolima, la realización de programas de radio especializados en música popular, en el año 1989, y la investigación Mujeres protagonistas en las artes del Tolima, sub-área de música, ganadora de una beca de Colcultura en 1996 y que hoy el grupo continúa desarrollando.

El trabajo de Cantatierra valorado por personajes tan importantes como Otto de Greiff y Guillermo Abadía Morales, reseñado en la prensa nacional e internacional, da cuenta de una impenitente labor conducida por Galindo Palma en el terreno de la etno-musicología convertida en su práctica de vida formalmente desde hace diecisiete años.

Trabajos como éste, sin duda alguna, aciertan en la consolidación del proceso de identificación de una región y sus habitantes con el mundo de una manera más orgánica. Cantatierra se convierte en un agente educativo de la música, consiguiendo escribir parte de la historia regional de la música en el Tolima.

El grupo, conformado a lo largo de su historia por Diana Lucía Andrade, Honorato Cordero, María Eunice Cartagena, María Eugenia Arteaga, Guillermo Morales, Piedad Consuelo Liévano, Fredy Vargas, Raúl Galindo Palma, Nubia Mafla, esposa de Humberto y Carmelita Millán, le dan la dimensión a un colectivo que a través de recolectar y organizar la música tradicional permiten desde esta óptica reconstruir la historia del Tolima.

Hoy, Humberto Galindo Palma, quien continúa su trabajo como docente en la dirección de los grupos musicales, vocal e instrumental de la Coruniversitaria, al igual que como instructor de talleres para los niños en la comuna ocho y nueve y la dirección del proyecto Nataga, escuela de construcción de instrumentos musicales autóctonos, más el proyecto de reunir su colección personal de instrumentos con la del maestro Alfonso Viña para realizar un museo donde los visitantes no sólo conozcan los instrumentos sino que también puedan interactuar con él, encuentra en el pasado el mejor motivo para seguir descubriendo la otra cara del Tolima a través de sus pesquisas en un tiempo que se transforma y que también nos pertenece.