LA LUNA
Ya del oriente en el confín profundo
la luna aparta el nebuloso velo,
y leve sienta en el dormido mundo
su casto pie con virginal recelo.
Absorta allí la inmensidad saluda,
su faz humilde al cielo levantada;
y el hondo azul con elocuencia muda
orbes sin fin ofrece a su mirada.
Un lucero no más lleva por guía,
Por himno nacional silencio santo,
Por sólo rumbo a la región vacía,
Y la insondable soledad por manto.
¡Cuán bella, oh luna, a lo alto del espacio
Por el turquí del éter lenta subes,
Con ricas tintas de ópalo y topacio
Franjando en torno tu dosel de nubes!
Cubre tu marcha grupo silencioso
De rizos copos, que de lumbre tiñe;
Y de la noche el iris vaporoso
La regia pompa de tu trono ciñe.
De allí desciende tu callada lumbre,
Y en argentinas gasas se despliega
De la nevada sierra por la cumbre,
Y por los senos de la umbrosa vega.
Con sesgo rayo por la falda oscura
A largos trechos el follaje tocas,
Y tu albo resplandor sobre la altura
En mármol torna las desnudas rocas;
O al pie del cerro do la roza humea,
Con el matiz de la azucena bañas
La blanca torre de vecina aldea
En su nido de sauces y cabañas.
Sierpes de plata el valle recorriendo,
Vence a tu luz las fuentes y los ríos,
En sus brillantes rocas envolviendo
Prados, florestas, chozas y plantíos.
Y yo en tu lumbre difundido, ¡oh Luna!
Vuelvo a través de solitarias breñas
A los lejanos valles do en su cuna
De umbrosos bosques y encumbradas peñas,
El lago del desierto reverbera,
Adormecido, nítido, sereno,
Sus montañas pintando en la ribera,
Y el lujo de los cielos en su seno.
¡Oh! Y estas son tus mágicas regiones,
donde la humana voz jamás se escucha,
laberintos de selvas y peñones
en que tu rayo con las sombras lucha;
Porque las sombras odian tu mirada;
Hijas del caos, por el mundo errantes;
Náufragos restos de la antigua Nada,
Que en el mar de la luz vagan flotantes.
Tu lumbre empero, entre el vapor fulgura,
Luce del cerro la áspera pendiente,
Y a trechos ilumina en la espesura
El ímpetu salvaje del torrente;
En luminosas perlas se liquida
Cuando en la espuma del raudal retoza,
O con la fuente llora, que perdida
Entre la oscura soledad solloza.
En la mansión oscura de las Ninfas
Hendiendo el bosque a penetrar alcanza,
Y alumbra al pie de despeñadas ninfas
De las Ondinas la nocturna danza.
A tu mirada suspendido el viento
Ni árbol ni flor en el Desierto agita:
No hay en los seres voz ni movimiento;
El corazón del mundo no palpita...
Se acerca el centinela de la Muerte:
¡He aquí el Silencio! Sólo en su presencia
su propia desnudez el alma advierte,
su propia voz escucha la conciencia.
Y pienso aún y con pavor medito
Que del Silencio la insondable calma
De los sepulcros es tremendo grito
Que no oye el cuerpo y que estremece el alma.
Y a su muda señal la fantasía
Rasgando altiva su mortal sudario
Del infinito a la extensión sombría
Remonta audaz el vuelo solitario.
Hasta el confín de lo espacios hiende,
Y desde allí contempla arrebatada
El piélago de mundos que se extienden
Por el callado abismo de la Nada!...
El que vistió de nieve la alta sierra,
De oscuridad las selvas seculares,
De hielo el polo, de verdor la tierra,
De blando azul los cielos y los mares.
Echó también sobre tu faz un velo,
Templando tu fulgor, para que el hombre,
Pueda las orbes numerar del cielo,
Tiemble ante Dios, y su poder le asombre!
Cruzo perdido el vasto firmamento,
A sumergirme torno entre mí mismo,
Y se pierda otra vez mi pensamiento
De mi propia existencia en el abismo!
Delirios siento que mi mente aterran...
Los Andes a lo lejos enlutados
Pienso que son las tumbas do se encierran
Las cenizas de mundos ya juzgados.
El último lucero en el levante
Asoma, y triste tu partida llora:
Cayó de tu diadema ese diamante,
Y adornará la frente de la aurora.
¡Oh Luna, adiós! Quisiera en mi despecho
el vil lenguaje maldecir del hombre,
Que tantas emociones en su pecho
Dejan que broten y les niega un nombre.
Se agita mi alma, desespera, gime,
Sintiéndose en la carne prisionera;
Recuerda, al verte, su misión sublime,
Y el frágil polvo sacudir quisiera.
Más si del polvo libre se lanzara
Esta que siento, imagen de Dios mismo,
Para tender su vuelo no bastara
Del firmamento el infinito abismo;
Porque esos astros, cuya luz desmaya,
Ante el brillo del alma, hija del Cielo,
No son siquiera arenas de la playa
Del mar que se abre a su futuro vuelo.