JULIOFAJARDO

 

Pocos artistas en su tiempo lograron una figuración tan amplia: grandes titulares, premios nacionales e internacionales, convertirse gracias a su tarea cultural en una verdadera personalidad de las artes pláticas y pocos también fueron condenados al olvido tan rápida e injustamente.

Este pintor, escultor y ceramista que estudió artes plásticas en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá y que perfeccionara sus estudios en Santiago de Chile y Buenos Aires, pintó murales en varias ciudades colombianas con temas que resaltaban las características y costumbres de su departamento.

Su popularidad llegó a incitar la pluma de Jorge Moreno Clavijo quien, bajo el título: La guabina al fresco lo incluyó en su libro Mi generación en líneas, editado en 1951, donde el famoso caricaturista deja perfiles de protagonistas de su tiempo como Luis Gabriel y Guillermo Cano, Rogelio Echavarría, Jorge Gaitán Durán, Enrique Grau, Indalecio Liévano Aguirre, Álvaro Mutis, Eduardo Mendoza Varela y Otto Morales Benítez, entre otros.

El maestro que expusiera en la galería Macy´s de New York en el Salón de Artistas Latinoamericanos y en la Bienal de Madrid, nació el 10 de junio de 1910 en el puerto de Honda. Estudió su bachillerato en el colegio de San Simón de donde egresa e inicia en el diario El Tiempo una importante carrera como caricaturista. De allí pasa a la Universidad Nacional a estudiar pintura y es designado monitor por sus capacidades.

Tres años después de iniciar su carrera, Fajardo viaja a Chile donde realiza una especialización en la técnica del fresco. En este país permaneció cuatro años, de 1934 a 1938, ganando en el último año el Primer Premio en el Salón Nacional del Artista con un proyecto para mural, modalidad en la que se destacó de manera brillante toda vez que periódicos de la categoría de Zic Zac y El Mercurio, donde trabajó como ilustrador, destacaron sus calidades como artista latinoamericano. En Chile decora al fresco el mejor hotel de Santiago por entonces, El Crillón, y expone en el Banco Nacional de Chile, lo mismo que en Buenos Aires y en Montevideo.

Al volver a Colombia luego de su recorrido por otros países americanos, la Universidad Nacional le encarga pintar un fresco de grandes proporciones en la sala de Resistencia de Materiales en la Ciudad Universitaria de Bogotá. Fajardo realiza la historia del fuego a través de la industria en cuarenta metros cuadrados llenos de color.

Esa nostalgia de la tierra que cubre el espíritu de los tolimenses lo trajo de nuevo a Ibagué como uno de los profesores de la escuela de Artes Plásticas que funcionaba en el Conservatorio de Música del Tolima cuando corría el año de 1940. Más adelante, ya como director de la Escuela de Bellas Artes, se propuso dar un impulso a los coros del Conservatorio, de los cuales hace parte, y a la Orquesta Sinfónica, con los que realiza conciertos en el Teatro Colón de Bogotá, en Tunja y Bucaramanga.

Más adelante, por recomendación de su pariente Mariano Melendro, se va para donde los artesanos de la Chamba, quienes laboraban de manera excesivamente rústica, y los organiza para que puedan proyectar sus productos de una manera comercial, desde luego depurando la técnica del acabado, pero sobre todo tratando de conservar el arte primitivo, orientado a estilizar flores y frutos y otros motivos decorativos que forman parte de un arte que Fajardo, como muy bien lo entendió, llevaban en la sangre. y Seria ésta una de las motivaciones para la creación en 1957 de la Escuela de Cerámica Departamental en Ibagué, de la cual es director por varios años. Fajardo ya había realizado estudios sobre la materia en Faenza (Italia), que lo reafirmarían en su tradición popular y en donde compra unos hornos eléctricos para la iniciación de su primera industria, que lo llevaría a la escultura.

Hacia 1950 realiza su primera exposición individual en Colombia en la Sala Pizano de la Biblioteca Nacional que recibe no sólo los mejores comentarios de la crítica sino un gran despliegue en la prensa nacional valorando su obra como un aporte a lo regional, al paisaje, al hombre de campo y a las circunstancias que lo rodean. Reproducciones de sus trabajos son utilizados para ilustrar carátulas de las más importantes revistas del país.

Pero Fajardo sabía que no sólo de arte viviría. Fundador, en una amplia casona de Ibagué, de una fábrica de muebles con diseño originales por él mismo dibujados y maquinaria de último modelo. Sus talleres consiguieron ser una de las industrias más florecientes del Tolima. Ochocientos pesos, un banco de carpintería, herramientas suficientes para un sólo obrero y los proyectos del pintor y escultor tolimense fueron lo único necesario para su industria Muebles para Radiolas Julio Fajardo, que proponía la plena satisfacción del usuario por el diseño de un mueble bajo la dirección de un técnico decorador, como rezaba el aviso clasificado publicado en los más importantes diarios del país. Dicha empresa tuvo un stand dentro de la Exposición Industrial Nacional de 1952 donde el ya célebre artista ofreció una acústica perfecta para los nuevos o antiguos modelos de radios.

En 1953, Fajardo realiza un mural en el Palacio Municipal de Ibagué con escenas de costumbres indígenas y propone la realización de la obra Monumento a la Paz por un equipo de pintores colombianos que es recibido con grandes titulares en la prensa nacional.

Casado con una sobrina del maestro Alberto Castilla, con dos hijos, durante su actividad docente Fajardo se desvincula del mundo literario y artístico de Bogotá, aunque envía sus obras al X y XI Salón Nacional de Artistas en donde gana en escultura el segundo y primer premio respectivamente. Para el primer premio, en este año de1958, el maestro envía el grupo escultórico Ballet Azul que es reseñado como una obra característica del ritmo de Fajardo, inspirada en un momento de la danza clásica, lo que hace sugerir un instante de serenidad dentro del dinamismo.

Para ésta época ya se había hecho acreedor a una mención honorífica en el Segundo Salón Nacional en 1941, al segundo premio en pintura al óleo del Salón Nacional en 1946, y al primer premio para Oleo Exposición en Medellín en 1949.

La temática de Fajardo había evolucionado desde un realismo estático, simbólico, de temas folclóricos, a una forma más abierta en donde se pone de manifiesto un lenguaje expresivo-decorativo que se solidificaría con el paso de los años.

En 1962 realizó, por encargo del Ministro de Educación y con aprobación del presidente Lleras Camargo, el proyecto para un monumento a Alfonso López Pumarejo en la Ciudad Universitaria de Bogotá. La escultura, que consta de un libro abierto simbolizando la cultura, una bandera y una rama de olivo, además de la imagen del expresidente, fue hecha en yeso y tardó más de un año en su culminación pero nunca fue instalada en la universidad.

Durante el mismo año, Fajardo firma un contrato con el Banco de la República para decorar el hall principal de su sucursal en Ibagué y escoge para ello un tema de su tierra, un boga que hoy forma parte de los símbolos de la ciudad musical de Colombia.

Hacia 1963, crea la Asociación Cívica de Acción Popular del departamento del Tolima, que buscaba fomentar y estimular el desarrollo cultural, orientar la educación artística, propender por el intercambio cultural y garantizar el progreso de la cultura y el artista tolimense.

Una de sus primeras actividades fue la de promover la construcción de una Concha Acústica que sirviera como centro para la presentación de espectáculos culturales en forma enteramente gratuita. La concha, de acuerdo con el proyecto, se levantaría en el parque Murillo Toro. Fajardo inicia entonces un recorrido a través de todos los industriales del departamento del Tolima y los de la ciudad de Medellín, en donde recibe el calor y el apoyo del pueblo paisa. Por múltiples problemas la concha proyectada por Fajardo no se realiza. Sin embargo, el maestro tolimense era un visionario: casi veinte años después, su sueño se verá realizado en el parque Centenario de la capital de su departamento.

Fajardo muere en 1979. Fue ante todo y sobre todo, tolimense, pura tierra pijao en su corazón y alma de artista. Un hombre que jamás negó su terruño y nunca incurrió en las poses del intelectual o del pontífice inabordable del arte. Las calles del Ibagué de la época lo vieron siempre pasar alto y huesudo, de nerviosos movimientos, la frente amplia y cubierta por una oscura melena. Su obra aún vive en los relieves míticos del hotel Ambalá y en los distintos muros que fueron testigos del quehacer plástico de uno de los artistas más importantes del Tolima no sólo por su proceso pictórico y escultural sino por la visión y ejecución de una tarea cultural a la que el Tolima no le ha dado el reconocimiento de un hombre que ha merecido, como pocos, el pasaporte no sólo a la consagración sino a la inmortalidad.

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