SOBRE LAS NOVELAS DE LEONIDAS ESCOBAR

 

Por Carlos Orlando Pardo

En El hijo de las sombras, novela publicada por la editorial Nuevo Mundo en 1944, se advierte a un escritor que “es un afortunado cultivador de la novela corta”. A lo largo de ciento ochenta y cuatro páginas, monta una trágica historia de amor que se desarrolla en doce capítulos. Contiene el libro los ingredientes clásicos de la telenovela de hoy y espacialmente transcurren los acontecimientos en un pequeño pueblo, luego en Medellín y parte en la costa Atlántica. Razón se tiene en la noticia del autor cuando sostiene que Escobar es un “conocedor profundo del alma humana, incansable observador de las costumbres e idiosincracia de nuestra gente, fiel fotógrafo de paisajes espirituales y materiales”. Se establece cómo “por sus obras pasean personajes de carne y hueso que aman, odian, sufren y ríen, dentro de un panorama de vanos artificios, hasta el punto de que el lector no necesita salir del mundo ambiente que le rodea para captar plenamente cada una de las situaciones que el autor describe. Como en una pantalla cinematográfica, los episodios se suceden unos a otros, cada cual con su telón de fondo exacto y su correspondiente graduación emotiva, desenvolviéndose los personajes con naturalidad y sin afectaciones. Quizá por eso las novelas cortas de Leonidas Escobar han tenido aceptación entre el público lector y ha logrado colocarse entre los más populares escritores del país”.

El hijo de las sombras cuenta la historia de una adolescente que, enamorada del joven vecino también menor de edad, tiene un hijo. No falta aquí la infaltable oposición de sus suegros para que se casen por considerar que están demasiado jóvenes y queda como balance un destino a la deriva además de un prestigio resquebrajado. Si bien es cierto ella aspira a un matrimonio, inútiles serán sus esperanzas por cuanto el muchacho contrae nupcias en la capital donde estudia carrera militar. Frente a los hechos, ella viaja a la costa con la alternativa de entregar el niño a unos ancianos pescadores que viven alejados de la civilización en una vieja casucha. Sin más noticias sobre la criatura a la que envían dinero, con mirada triste y actitud enigmática ante su drama interior, conoce en una fiesta de las hermanas Hinestroza, solteronas casamenteras, a un médico formado en Francia que se enamora de ella. Por ser soltero es anhelado por las muchachas de entonces, entre ellas la hermana de su lejano amor. Para evitar que el médico vaya por los lugares de la protagonista, le cuenta su “pecado” buscando desacreditarla, en el preciso instante en que se realizan los preparativos de la boda para luego partir a Europa con el hijo que buscarán, por cuanto ella lo ha referido todo. El padre del impúber se queda viudo, recoge al niño que se encuentra muy enfermo y le pide que se casen. Ella lo decide por insinuación de su médico y cuando ya ha consumado el matrimonio y van a buscar al niño, éste está muerto. Todo el sacrificio es inútil.

Podríamos hablar de melodrama por la forma en que representa una realidad que por tradición universal, al referir amores con final infeliz, busca el efecto de una factura clásica al mostrar un conflicto. No se queda el autor, a pesar de ser la usanza de la época, en convertir al paisaje o al medio en protagonista, sino lo deja como un telón de fondo con escenarios del campo, el pueblo o la ciudad para dar idea de época, origen de clase y desde luego actitud frente a la vida, lo que refleja una mentalidad. Los rasgos del romanticismo que rodean la novela y que convierten a la mujer en una víctima del destino, giran sobre acontecimientos amorosos y conflictos pasionales donde por encima de la sensibilidad gana la conveniencia, la falta de carácter y el punto de vista patriarcal que impone la autoridad y el chantaje.

Lo transicional entre el romanticismo y el realismo tiene aquí algo de su plenitud, no tanto porque suene a protesta social, sino porque es la pintura con determinismo de personajes donde la vida no es como quisiéramos que fuera sino como es.