EL TOLIMA EN LOS TIEMPOS DE LA COLONIA (1549 - 1810)

Por Hermes Tovar Pinzón

 

La Fundación de ciudades

La fundación de ciudades en el territorio americano constituía un acontecimiento cultural de gran trascendencia para los europeos y para los primitivos habitantes de las Américas. Para los españoles, la ciudad sustituía la trashumancia del poder, representado en El Real1 que, como casa flotante, arrastraba el Adelantado o capitán y su hueste en la búsqueda de un lugar para poblar y establecer un centro urbano, en donde el Real se diluía en el cabildo y en los múltiples poderes administrativos que surgían, mientras se señalaban términos territoriales, se repartían solares y se levantaba un rollo como símbolo de la justicia. En el acto de fundación los territorios o “términos” señalados eran los de la ciudad y los de su provincia. A los primeros se les conoció como ejidos o “propios” y a los segundos como “jurisdicción provincial”. Como ha sostenido Enrique Otero D´Acosta, “toda fundación de ciudades ejecutada por conquistadores debía ir acompañada simultánea y automáticamente de la fijación de linderos”2. A partir de este momento cualquier disputa entre conquistadores era un asunto que le competía a la Corona Real. Cuando Pedroso encontró en el Valle de Aburrá a Cepeda, para protegerse de su fuerza, optó por fundar una ciudad en el Valle de Guatapé llamada San Sebastián. Igual cosa hizo Robledo cuando supo de la presencia de la hueste de Vadillo (Ver Aguado y Relaciones). El temor a perder una campaña y a que la gloria quedara en manos de un intruso, forzó a estos conquistadores a tomar decisiones que garantizaban no sólo respaldos institucionales sino recursos básicos como la población indígena, sus metales y sus alimentos. Con estos elementos era posible iniciar otra campaña, la de la riqueza individual, gracias a los repartos y a los tributos.

Así como la fundación de una ciudad sentaba las bases de la ocupación territorial en nombre del rey y, aparecía como el espacio para el ejercicio del poder colonial, también el surgimiento de la ciudad constituyó un instrumento de opresión y disolución de entidades étnicas y la aparición de una nueva legislación. La base de este corpus jurídico enriqueció normas y códigos propios de la administración española. Si el derecho es la codificación de las costumbres de una sociedad, era lógico que el Nuevo Mundo enriqueciera el derecho castellano y el derecho internacional en general. Todo este aparato jurídico creado por la conquista y la colonia es conocido como la legislación Indiana3. La ciudad colonial puede ser vista como un lugar de desastres y derrotas o como un símbolo de libertad y progreso. Ella no fue sólo el centro del orden soñado sino origen del desorden y la corrupción en el nuevo mundo4.

La ciudad colonial fue una red que integró fuerzas en conflicto y poblados subsidiarios que contribuían a controlar todos sus linderos. Por ello las ciudades fueron también provincias y hasta el siglo XIX definieron e identificaron a la sociedad con una cabeza de donde colgaba la extensa variedad de su geografía. Es lo que ciertos estudiosos han llamado el “Hinterland” o la “tierra adentro” cuyas economías buscaban el mar que, a su vez, traía colonos, piratas y contrabandistas para dinamizar e incorporar llanuras y montañas al mundo del comercio y de la Carrera de Indias. Tal fue el caso de Cartagena y Santa Marta que fueron, a la vez, ciudades y unidades administrativas de regiones que dibujarían los primeros esquemas de los actuales departamentos de Bolívar y Magdalena. Pero igual rol jugaron desde el interior ciudades como Santafé de Antioquia, Santafé de Bogotá, Tunja, Popayán, Pamplona y la misma Mariquita.

Pero esta ciudad después de la independencia cedería sus privilegios coloniales a otras ciudades que habían sido subsidiarias suyas. Sus territorios originales fueron incorporados a otras provincias durante la colonia y en los siglos XIX y XX. Tanto que al momento de la Independencia (ver mapa 1823) la Provincia de Mariquita iba desde el río La Miel hasta el río Saldaña y desde el río Magdalena hasta la cordillera central. La historia de su territorio se halla vinculado no sólo a la prosperidad y decadencia de la ciudad de Mariquita sino al surgimiento de Ibagué como capital de una nueva entidad llamada Estado Soberano del Tolima (1861) y, después de 1886, Departamento del Tolima que, en 1905, fue separado del Sur dando origen a los departamentos de Tolima y Huila.

Estos hechos históricos constituyen un gran trauma en la formación de la identidad regional, pues el cambio llegó acompañado de un proceso de mutilación territorial. Por ello, el conocimiento de su historia ayudará a estabilizar la confianza en un pasado que está ahí, en su oscuridad, reagrupando los fantasmas de su futuro. Será necesario reordenar la imagen de la región mirando la cordillera central y su larga historia de poblamiento, despoblamiento y recolonización. Observar las cicatrices que permanecen sobre su cuerpo físico y actúan como traumas en la personalidad histórica de sus habitantes. Es evidente que se perdió el gran pasado de los pueblos Panches, el rol de la minería y la algarabía del comercio que recorría el triángulo que formaban Nare, Honda y Mariquita. Y la historia, como se sabe, es seguridad, presencia, y fundamento en el diseño del horizonte de espera. En tiempos de crisis y de dudas como los que vivimos, el saber de todo nuestro pasado puede contribuir a trazar los caminos que guíen el desconcierto presente por caminos de confianza y seguridad. Sabemos muy bien que la grandeza de una nación está en relación directa con la grandeza de sus regiones y, la fuerza de éstas depende de sus propios empresarios y habitantes atados a un clima de intereses comunes.

El pasado de un mapa, en este caso el de la Provincia de Mariquita, no es sólo su imagen repetida, distinta o indiferente, es la memoria espacial de los pueblos que le dieron entidad y permanencia gracias al reconocimiento de expresiones efímeras propias de la vida cotidiana y de haber compartido intereses comunes en la política, la economía y la cultura. El mapa es por tanto la imagen más importante de una sociedad, pues en él reside todo su pasado y la esperanza de menguar las dificultades del presente. El mapa del Tolima es por consiguiente el del encogimiento de la Provincia de Mariquita y el de la narración de sus cambios territoriales a lo largo de la república. Sin embargo, al estudiar la colonia, la imagen que tendremos presente es la del actual Tolima que de cualquier manera recuesta sus muñones de ayer sobre la vida de los ciudadanos de hoy, como si fuera una herida de frustraciones e impotencias que se levantan como una bandera sobre las esquinas de nuestro futuro incierto.

Las continuidades y discontinuidades históricas de la formación territorial invitan a una reflexión sobre las razones que tales cambios pudieron tener en el carácter y en la personalidad histórica de sus habitantes. Por ejemplo, la predisposición de sus élites a no diseñar un proyecto de apropiación del territorio como un referente simbólico de pertenencia e identidad. Renunciar a la asimilación del espacio genera marasmo, dispersión de los objetivos de gobierno y pérdida de la memoria. Renunciar a la historia de los antecedentes relativos al poder territorial de la región es aceptar las cicatrices de un universo ajeno a su grandeza. Aunque las sociedades locales preservan en forma dispersa los recursos a la tradición, a las leyendas y al folklore, estos sólo pueden convertirse en conocimiento si se integran a proyectos de política, economía y bienestar.

Se ha sostenido que fue común en la conquista de América hacer de las ciudades el epicentro de un gran territorio que giraba en torno a sus estructuras de poder. La ciudad incluía a veces regiones imaginarias e iba ejerciendo un proceso de incorporación, de nuevos espacios y pobladores, a su dominio. La economía colonial se rediseñaba en la variada producción del sector primario, articulado a la economía regional y mundial gracias a comerciantes y naturales que actuaban como vasos comunicantes, trayendo y llevando productos de importación, exportación y consumo. Esta telaraña social alargaba sus tentáculos sobre los cuatro puntos cardinales, hasta sujetar nuevos paisajes y territorios que iban definiendo y precisando el interior de las jurisdicciones de las ciudades y de sus provincias recién fundadas. Tal fue el destino, por ejemplo de Tocaima, cuyos linderos iban hasta la cordillera central haciendo del Alto Magdalena parte de su jurisdicción, antes de que nuevas ciudades aparecieran para disputarle sus primitivos territorios5. La defensa de su unidad territorial fue el origen de múltiples disputas con Mariquita, Ibagué y Neiva y con otras ciudades fundadas posteriormente dentro de sus linderos originales. La red urbana que comunicó la vertiente de la cordillera oriental con las llanuras del Río Magdalena y con la cordillera central no fue muy densa y, más bien, fue lentamente absorbida por latifundios y por una importante empresa agraria y minera articulada a mercados regionales del centro y occidente de Colombia como del mundo exterior a través del puerto de Honda.

La historia de la creación de la gran provincia de Mariquita pasa por una larga relación de acuerdos y desacuerdos sobre qué territorios podían pertenecer a cada una de las ciudades que se iban fundando a mediados del siglo XVI, cuando sus límites iban desde el río Venadillo, al sur, hasta el río de San Bartolomé, al norte, y desde las vertientes occidentales de la cordillera oriental hasta las vertientes orientales de la cordillera central. Durante el siglo XVII muchos de estos territorios cambiaron de jurisdicción y, a finales del siglo XVIII, la Provincia de Mariquita estaba formada por poblados adscritos a distintas jurisdicciones de Tocaima, Honda, La Palma, Ibagué y Neiva:

Cuadro 1. Pueblos que formaban las Provincias de Mariquita y Neiva, 1778

LUGARES POBLACION PORCENTAJE

A. Provincia de Mariquita

 

 

1. Ciudad de Mariquita y sus agregados

962

2.03

Reales de Santa Ana y Laxas

597

1.26

Parroquia del Guayabal

1.034

2.18

Parroquia de Bocaneme

338

0.71

     

2. Ciudad de Tocaima y sus agregados

1.205

2.54

Pueblo de Ambalema

1.182

2.49

Pueblo de Beltrán

1.041

2.19

Pueblo de Bituima

1.413

2.97

Pueblo de Anolaima

2.516

5.30

Melgar

1.721

3.62

Llano Grande

2.396

5.04

Pueblo de las Piedras

1.452

3.06

Pueblo de Anapoima

1.504

3.17

Pueblo de Coloya

2.346

4.94

Venadillo

1.437

3.03

Santa Rosa

1.370

2.88

Pueblo de Cuello

1.092

2.30

Viotá

341

0.72

Mesa Grande

1.612

3.39

     

3. Ciudad de Ibagué y sus agregados

3.759

7.91

Parroquia de La Mina

4.032

8.49

Parroquia del Valle

146

0.31

Parroquia del Chaparral

1.785

3.76

Parroquia del Guamo

2.023

4.26

   

 

4. Ciudad de La Palma y sus agregados

1.538

3.24

Parroquia de la peña

1.644

3.46

Pueblo de Caparrapí

959

2.02

Pueblo de Topaipí

652

1.37

Pueblo de Guachipay

562

1.18

Parroquia de Therama la Alta

691

1.45

     

5. Villa de Honda y sus agregados

3.073

6.47

Purno

631

1.43

Pueblo de Rio Seco

448

0.94

     
TOTAL 47.502  

 

Como se puede observar la Provincia de Mariquita comprendía cinco grandes núcleos urbanos que contenían el 22.2% del total de la población. La más pequeña de estas cinco ciudades, era la ciudad de Mariquita que, incluidos el Real de Minas y las parroquias de Guayabal y Bocaneme, tenía el 6.2% de la población, un volumen muy pequeño para la que era entonces, capital de la Provincia. Al contrario, Ibagué y su jurisdicción mostraban un mayor dinamismo, pues allí se albergaba el 25% de la población. Y lo curioso del caso era el de la ciudad de Tocaima que había contribuido a la fundación de todas estas ciudades, pasando a depender de la Provincia de Mariquita a pesar de poseer el 48% de la población. La mayoría de sus poblados estaban ubicados en la margen occidental del Río Magdalena, los cuales en el siglo XX terminaron por quedar adscritos a otros departamentos.

El cuadro 1, nos enseña además la existencia de 5 ciudades, Anolaima, Llano Grande, Coloya, La Mina y El Guamo con más de 2.000 habitantes cada una y con el 28% del total de la población de la Provincia. Es decir, que entre las 5 cabeceras y estos 5 pueblos y parroquias se concentraba el 50.2% del total de la población. Lo que tenemos entonces, en el siglo XVIII, es un mapa de distribución de la población con núcleos semiurbanos dominando el paisaje de la Provincia de Mariquita. Parroquias con una gran actividad comercial o minera que atraían y dispersaban por sus alrededores, entre haciendas de caña, cacao y ganados a toda esta población de indios, mestizos, blancos y mulatos.

Este cuadro de la población de la provincia de Mariquita, en el siglo XVIII, comparado con el del actual departamento del Tolima, refleja una cierta vitalidad que se genera desde las ciudades del Oriente, es decir La Palma y Tocaima. Tal vez la cercanía a Santa Fé les hacía, estratégicamente, más fuertes e importantes. Un ejercicio de lo que era el actual territorio del Tolima en el siglo XVIII nos ofrece un punto de referencia para proyectar el comportamiento de su población a lo largo de los siglos XIX y XX.

 

Cuadro 2. Departamento del Tolima actual según la población del siglo XVIII

LUGARES POBLACION PORCENTAJE

Provincia de Mariquita

   

A. De la Ciudad de Mariquita

   

1. Ciudad de Mariquita y sus agregados

962

2.47

Reales de Santa Ana y Laxas

597

1.53

Parroquia de guayabal

1.034

2.66

Parroquia de Bocaneme

338

0.87

     

B. De la ciudad de Tocaima

   

Pueblo de Ambalema

1.182

3.04

Pueblo de Beltrán

1.041

2.68

Melgar

1.721

4.42

Llano Grande

2.396

6.16

Pueblo de Las Piedras

1.504

3.87

Pueblo de coloya

2.346

6.03

Venadillo

1.437

3.69

Pueblo de Cuello

1.370

3.52

     

C. De la ciudad de Ibagué

   

Ciudad de Ibagué y sus agregados

3.759

9.68

Parroquia de La Mina

4.032

10.36

Parroquia del Valle

146

0.38

Parroquia del Chaparral

1.785

4.59

Parroquia del Guamo

2.023

5.20

     

D. De la Villa de Honda

   

Villa de Honda y sus agregados

3.073

7.90

Purno

631

1.62

     

Provincia de Neiva

   

A. Cuarto Domicilio

 

 

Villa de la Purificación

3.761

9.67

Parroquia de los Dolores

1.906

4.90

Parroquia de La Alpujarra

1.068

2.74

Parroquia de San José de Ataco

800

2.06

     
TOTAL 38.912  

 

Es decir que, desagregando y agregando pueblos, el actual departamento del Tolima tenía, en 1778, 23 poblados o núcleos urbanos con 38.912 habitantes. La mayoría de la población se ubicaba al centro y norte del Departamento y sobre los llamados llanos del Tolima. Sobre las zonas Andinas del sur apenas un tercio de su población mientras que al occidente la frontera sólo sería ocupada en el siglo XIX. Desde las tierras frías surgirían otras fuerzas sociales y económicas que harían más rica y variada la cultura y el destino del departamento del Tolima como región, a lo largo del siglo XX.


Avatares y sinsabores de una fundación.

Durante el siglo XVI, la Provincia de Mariquita cobijaba territorios que iban al norte del río Guarinó y hacia la parte oriental del Río Magdalena. Al sur de Venadillo se expandía la provincia de Ibagué cuyos límites llegaban hasta el río Saldaña. Más al sur se erigía la ciudad de Neiva que, a partir de 1607, daría origen a la Provincia de su propio nombre. Durante el período colonial estas tres ciudades, Mariquita, Ibagué y Neiva y sus territorios jurisdiccionales, quedarían unidas bajo las administraciones de Mariquita y Neiva, las cuales llegarían a ser el esqueleto de lo que, en el siglo XX, serían los departamentos de Tolima y Huila.

Al estudiar la fundación de ciudades coloniales, en muchos casos, ha quedado en la incertidumbre el día en que esto ocurrió. Casi siempre ha sido un rompecabezas conocer los hechos que rodearon una fundación. La pérdida de los archivos ha dejado sin fé de bautismo a muchas ciudades. Al menos saber cuándo, cómo y dónde fue fundada. A veces es posible disponer de las actas originales de los cabildos o del testimonio de uno de los actores del hecho fundacional. Pero esta no es la norma. El caso de la ciudad de Mariquita es muy singular. Alguien, no se sabe por qué, decidió fundarla el 28 de agosto de 1551. Tal vez siguió al pie de la letra lo que escribió el Cronista Fray Pedro Simón. Para él, el conquistador Francisco Núñez de Pedrozo “haciendo primero las acostumbradas diligencias en la posesión que se tomaba de parte del Rey para la fundación de la ciudad, la que comenzó a fundar en su Real nombre un viernes a 28 días del mes de agosto de mil y quinientos y cincuenta y uno, poniéndole por nombre la ciudad de San Sebastián”6.

Quien optó por esta fecha, no tuvo en cuenta la nota aclaratoria al texto original, del cual se han trascrito las ediciones de la crónica de Simón, y que dice: “El texto dice 1552, pero entre líneas 1551. Hay una nota marginal: fúndase la ciudad de Mariquita”. Es decir que el texto original de Simón trascrito por Juan Friede hace referencia a 1552 como la fecha de fundación. Sin embargo, el transcriptor optó por elegir 1551 siguiendo las “entre líneas”, del original7. De todas maneras, 1551 o 1552, la fundación tampoco sucedió el 28 de agosto.

Un primer problema a resolver es saber si las “entrelíneas” son de Simón o de un lector oficial, pues era común, en textos y documentos de la época, colocar notas guías. Como se sabe, el primer tomo de la Crónica de Simón fue publicado en 16268, o sea más de cincuenta años después de la fundación de Mariquita. De otro lado, la Relación Historial de Fray Pedro Aguado, escrita hacia 1568, es decir, en tiempos de Núñez Pedrozo y de la fundación de Mariquita, sostiene que después de andar la tierra y de haber salido los indios de paz, Núñez Pedroso “se volvió a su alojamiento, donde por el año de mil quinientos cincuenta y dos pobló la ciudad de San Sebastián de Mariquitaen el sitio y lugar que hoy permanece”9. Aguado no dice nada acerca del mes o día ni del traslado de la ciudad cosa que Simón si hace, al señalar la fecha del 8 de enero de 1553 para el día de su traslado a orillas del Gualí. Afirma además que los españoles estuvieron en el primer sitio “un año y cuatro meses y once días”, lo que ratificaría la idea de que la fundación se realizó el 28 de agosto de 155110. Fray Alonso de Zamora quien escribió su Historia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada en el siglo XVII, dice que el Capitán Núñez Pedroza: “Entró por las tierras de los Panches y pasando el río registró sin contradicción las tierras de los Pantágoras. Acercose a los Gualíes y Marquetones; y por los grandes intereses de oro que empezó a sacar hizo asiento en sus tierras. Fundó una villa con nombre San Sebastián de Marquetá, nombre de su Cacique, cerca de las corrientes frías de Gualí,....Reconoció después el mismo capitán, que era calidísimo el temperamento y las aguas del río frigidísimas y mudó la ciudad el año de 1553 al sitio en que hoy permanece...”11

Es decir, que Zamora no hace referencias a fechas de fundación pero sí a su traslado. Como es muy difícil saber de qué fuentes históricas se sirvieron estos cronistas para afirmaciones tan exactas, vale la pena contraponer a los fantasmas de sus fábulas, algunos hechos que reposan en documentos existentes en el Archivo General de la Nación de Colombia. Allí se ofrecen otras descripciones y precisiones que permiten hacer claridad y precisar si la ciudad se fundó el 28 de agosto de 1551 o en otra fecha. El desarrollo de la historiografía moderna ha fundamentado su crítica a los cronistas recurriendo a la documentación que, posiblemente ellos utilizaron o dejaron de utilizar, en la redacción de sus textos. Esto con el fin de aproximar el mundo de los conquistados a los ojos de los investigadores interesados en nuevas preguntas y en leer por entre los intersticios de la escritura otras escenas de la vida diaria y otros significados de los acontecimientos que operan como objetos de conocimiento.

Es indudable que los textos de los fundadores son primordiales para bordear la verdad. Y de hecho, estos testimonios son más importantes que la interpretación de alguien que escribió una o dos generaciones después basado en estos mismos documentos, en recuerdos, en fuentes escritas y a veces en su propio capricho para magnificar la conquista y las gestas de los vencedores, así estas hubieran estado llenas de crímenes, violencia, absorción o exterminio de los conquistados. No debemos olvidar que toda época impone normas y perjuicios al discurso histórico.


8 de agosto de 1552, Fundación de Mariquita

Así pues, según los autos de fundación de Mariquita que reposan en el Archivo General de la Nación, fue el 8 de agosto de 1552, el día en que la ciudad fue fundada y no el 28 de agosto de 1551. Dada la importancia de la fecha para la ciudad misma y para sus habitantes se intentará fundamentar tal evidencia con hechos históricos conocidos. Para ello nada mejor que elaborar un cuadro que recoja los momentos más importantes que precedieron y siguieron a la fundación. Posiblemente esta aclaración en nada cambie la grandeza y decadencia de la ciudad pero al menos saca del vacío dos momentos culminantes de su historia. Cuándo nació y cuándo se trasladó para convertirse en una importante ciudad minera de la “tierra caliente”, y en cabecera de una provincia que guardaría la piel y los huesos de lo que sería el departamento del Tolima.

Es posible que un año más o un año menos no tenga importancia para muchos, pero en historia la precisión es una herramienta fundamental de análisis, de ahí que es necesario saber que este hecho histórico ocurrió en 1552 y no en 1551. O que al menos el debate nos permita empezar a conocer todos los acontecimientos que rodeaban la fundación de una ciudad, hechos que tienen que ver no sólo con los españoles sino con las sociedades que fueron sometidas a esclavitud y servidumbre.

 

. Cuadro 3. Fechas determinantes en la fundación de Mariquita

29 de octubre de 1549 Mandamiento o título de Miguel Díaz de Armendáriz en que nombra por su teniente de Corregidor y Capitán General al Señor Capitán Francisco Núñez Pedrozo para fundar una ciudad en los términos de lo que sería Mariquita.

15 de febrero de 1551 Provisión Real de los Señores de la Real Audiencia de este Reyno corroborando la comisión a Núñez Pedrozo para “que poblase y pasificase las tierras y provincias que hay entre los dos Ríos que llaman de la Magdalena y Cauca”, conforme a lo mandado por Díaz de Armendáriz.

8 de agosto de 1551 Capitulación hecha por Francisco Núñez Pedrozo para fundar una ciudad en la Provincia de Mariquita.

24 Junio de 1552 Núñez Pedroso está por los lados del Valle de Aburrá.

8 de agosto de 1552 “..haviendo llegado a las chapas que llaman Chumbí, Chaguaní y Chapayma y otras de aquel territorio, fundó una ciudad poniéndole por nombre San Sebastián”.

8 de agosto de 1552 Núñez Pedroso fija los “términos y jurisdicción” a la ciudad de San Sebastián.

8 de agosto de 1552 El alcalde ordinario Pedro de Saucedo hace el ritual de posesión del territorio de San Sebastián como alcalde y vecino.

8 de agosto de 1552 Alonso de Olalla, vecino de Santa Fe se opone a dicha posesión.

8 de enero de 1553 Núñez Pedroso muda el Pueblo y Ciudad de San Sebastián a orilla del Río Gualí.

8 de enero de 1553 El cabildo de San Sebastián se reune en el Río Gualí y acepta la mudanza.

8 de enero de 1553 Se levanta un mapa de la ciudad y se marcan los solares que recibirá cada vecino. Se fijan los ejidos de la ciudad de San Sebastián.

Fuentes: Archivo General de la Nación (Bogotá) Cabildos 4, ff.745r. a 783v. y Civiles Tolima 9, ff.1-125;Archivo Nacional de Colombia, San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas, Editorial Minerva, Bogotá 1952, pp. 209-232.

 

Aunque estas fechas se obtuvieron de los autos de fundación, no se conocen los documentos originales del siglo XVI, sino copias hechas por escribanos en los siglos XVII y XVIII, tal como lo veremos a continuación. Posiblemente los originales desaparecieron conjuntamente con el Archivo de la ciudad. Lo que sí se conocen son dos extensos procesos del siglo XVIII que hacen referencia a los autos originales de fundación de la ciudad. El primero de ellos tiene que ver con un pleito de jurisdicción entre las ciudades de Mariquita y Tocaima12. El segundo corresponde a un pleito sobre usurpación de los Ejidos de la ciudad13. Como es evidente para uno y otro proceso, era necesario recurrir a los autos originales en donde se habían precisado “los términos” de la ciudad y de sus ejidos. Aunque uno y otro documento ofrecen información similar, es mucho más importante el segundo, pues en él se copiaron los autos completos mientras que en el primero se transcribió el resumen de un escribano de finales del siglo XVII. Lo que sí parece evidente es que en ambos procesos se tuvieron presentes los originales del siglo XVI.

Los testimonios de la demarcación de la ciudad se habían perdido hasta que, en el año de 1601, aparecieron adjuntos al pleito de tierras, mantenido por Don Phelipe del Hoyo contra doña María Paulina de Hinojosa y Chávez14. Dichos autos se conservaron en el Archivo de la ciudad reunidos en “un quaderno muy antiguo” de 46 páginas las cuales fueron reconocidas por el escribano Domingo Simón Gutiérrez quien efectuó un resumen de su contenido15. Según este resumen, fue después del 15 de febrero de 1551 que Núñez Pedrozo fundó la ciudad de San Sebastián: “...haviendo llegado a las chapas que llaman Chumbi, Chaguaní y Chapayma y otras de aquel territorio” en donde “fundó una ciudad poniéndole por nombre San Sevastián...” y le fijó sus términos16. Esta afirmación concuerda con otro documento firmado por Núñez Pedrozo, el 8 de agosto de 1552, en el que se denomina “nombrador de Términos”, y los determina para que se asienten en el libro de cabildos de dicha ciudad17. Ese mismo día, 8 de agosto de 1852, mandó el dicho Núñez Pedrozo: “tomasen la posesión de la dicha Loma, y de todos los yndios que por allí había por no haber entrado a ellos ningún español, sino era ahora que iva con la gente el dicho Señor Capitán Francisco Núñez Pedroso, lo qual consta haverse escrito el día ocho del mes de agosto del año de mil y quinientos, y cinquenta y dos, autorizado de Juan Rodríguez Berdugo Escribano de su magestad y después lo que se va siguiendo son las aprehenciones de yndios que fueron haciendo de diferentes nombres y pueblos, según parece de dicho testimonio...”18.

Ese mismo día, como parte de la fundación que se llevaba a cabo, Pedro de Saucedo, vecino y alcalde ordinario de la ciudad pidió al escribano le diera testimonio “...en cómo él traía vara de justicia como alcalde ordinario de la dicha ciudad de San Sebastián en aquella loma llamada por los españoles Chapahimilla e por los indios Talaima”, a lo cual el escribano Juan Rodríguez Berdugo dio fé de que vió el ritual de posesión. Este acto de soberanía y posesión formaba parte del proceso de ocupación de un territorio, mucho más cuando se trataba de una ciudad: “doi fee que ví el dicho d(on) Pedro de Saucedo pasearse por la dicha loma con bara de justicia e cavando la tierra e rrojándola19, (el) qual dijo que lo aría e lo hizo por posesión e señal de posesión por él como alcalde hordinario de la ciudad de San Sevastián , e como uno de los vecinos de la dicha ciudad por los quales prestaban boz e caución que estarán e pasan por lo que él hiciere,...” 20.

Es indudable que de estos testimonios se deduce que la ciudad como tal era apenas una ilusión y que se estaban cumpliendo todas las formalidades que precedían a la construcción de la misma. Con ello se abrían los espacios del futuro y los pobladores recibirían sus solares. Pero en este caso no fue posible porque Alonso de Olalla, vecino de Santa Fé contradijo dicha posesión21. Posiblemente esto fue lo que hizo que la ciudad fuese trasladada 5 meses después para refundarse el 8 de enero de 1553. El escribano del siglo XVII lo deduce de los documentos: “Parece haver mudado la dicha ciudad porque está un auto que dice en el Río Gualí a ocho días del mes de Enero de mil quinientos sinquenta y tres años”22. Pero en el siglo XVIII las transcripciones de los autos no dejan dudas. Nuñez Pedroso, el día 8 de enero de 1553 haviendo andado y visto “que la dicha ciudad está poblada en los mismos hasientos de los bohíos de los dichos yndios, lo qual le parece perjuicio de los naturales, e por tenerle tomada su tierra e no estar e(n) comarca de todos los naturales que an de venir a dar subjeción e dominio e ser servidumbre de su Magestad, como su Magestad lo manda a esta ciudad”, vió “un pedazo de tierra que en esta desta banda del dicho río de Gualí, junto al camino que viene del Río Grande de la Magdalena, e junto al camino que viene de Honda por honde pasan los del Thimbe e una sabana que está entre los dos caminos,” a cuyo sitio mandó “se mude el pueblo allí, porque mudándose alli, y estando en el dicho zitio e haziendo ésta e(n) comarca de todos los naturales de la tierra e jurisdicción de la dicha ciudad // e todos vernan a servir al dicho pueblo e ciudad de San Sebastián”,mandó notificar al cabildo para que se mudasen23.

El cabildo aceptó24 la mudanza y se levantó un documento que “parece un pedazo pintada la planta de la dicha ciudad, y a las espaldas parece el señalamiento por el dicho señor capitán del exido que se le señaló a esta ciudad”25. Este primer esbozo de diseño de la ciudad, desafortunadamente también se ha perdido. Se dice que el mismo Pedrozo: “hizo la quadra e hasiento de los solares e dio a cada vezino los solares nesesarios conforme a sus personas, e por averlo trabajado e por vien servido e sus huertas en el rrío de Guali según todo va aquí pintado e ssacado...”26.

El mismo día 8 de enero señaló los ejidos y pastos comunes de la ciudad, ordenando que “ninguna persona sea osado en labrar en los arcabucos que están al derredor del pueblo, media legua al derredor e esto de aquel cabo del río de Guali, desde junto al camino que van a Mariquita, el dicho río abajo, que manda e da licencia que se labre el arcabuco, porque están dadas estancias allí so pena que el que labrare en el arcabuco media legua lo tenga perdido.”27.

En conclusión, Mariquita fue fundada el 8 de agosto de 1552 en una chapa poblada llamada Chapaimilla por los españoles, pero que en lengua nativa se llamaba Talaima. De este nombre perdido, como muchos otros de la lengua Panche, es posible que se derive también el nombre de Tolima. Tengamos en cuenta que de una trascripción del siglo XVIII sobre los autos que definían los límites de Tocaima e Ibagué el escribano escribió que, al norte las “poblaciones del Tolima” marcarían los “términos de la ciudad de Ibagué”28. Esta parece ser una alusión a las tierras de Talaima en donde fundaría Núñez de Pedroso a la ciudad de Mariquita en 1552, la cual, el 8 de enero de 1553, fue trasladada del lugar de su primera fundación al sitio en donde creció como gran centro comercial y minero. Este mismo día se repartieron solares y se fijaron los ejidos de la ciudad29. Entonces Tolima parece ser una corrupción de Talaima,una palabra y un territorio Panche.

Los documentos no hacen ninguna referencia a la fundación de Mariquita el 28 de agosto de 1551. Más bien las dudas que podrían existir por la demora para ejecutar la fundación ordenada por Armendáriz en 1549, pueden ser explicadas en función de las disputas jurisdiccionales sostenidas por las ciudades de Tocaima e Ibagué entre 1549-1552. La ciudad de Tocaima había solicitado a la Corona que anulara la fundación de Ibagué (1550) por estar dentro de sus términos. Esta fundación se había adelantado en atención a la cédula real de 9 de junio de 1549 que había autorizado a la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada para que procediera a hacer “otra partición de los términos conocidos” que cada pueblo del dicho Nuevo Reino habría de tener30. Es decir que frente a nuevas fundaciones las ciudades ya fundadas readecuaran sus límites a las nuevas fundaciones.

En esencia el espíritu de la Real Cédula de 1549, era que las mismas ciudades resolvieran sus diferencias jurisdiccionales en atención a las nuevas fundaciones y poblamientos que se producían. Por ello, en virtud de esta realidad la Corona consideró que lo pedido por la ciudad de Tocaima iba contra “la razón y justicia” porque López de Galarza había poblado la ciudad de Ibagué “por nuestro mandado”. Además, la petición de la ciudad de Tocaima iba contra “Francisco Núñez Pedroso para que no pudiese poblar”31 una ciudad en su jurisdicción. Recuérdese que desde el 29 de octubre de 1549 había un mandamiento para que Núñez Pedrozo fundara una ciudad. Es decir que era necesario dilucidar el pleito antes de que Núñez Pedroso procediera a efectuar las capitulaciones respectivas e iniciar la expedición de poblamiento encomendada por Diez de Armendáriz.

Apenas el 25 de Mayo de 1551 se dieron por concluidos los pleitos que “absolvieron al dicho capitán Andrés López de Galarza y a la dicha ciudad de Ibagué de lo contra ellos pedido y demandado por parte de la dicha ciudad de Tocaima”, confirmándose la fundación y “poblazón de la dicha ciudad de Ibagué” y “que el dicho Capitán Pedroso hiciese la poblazón que le estaba mandada hazer”32. Nuñez Pedroso procedió a realizar la respectiva capitulación el 8 de agosto de 1551 pues la sentencia definitiva del pleito se firmó, apenas el 4 de agosto de 155133. Pero Capitular no significaba fundar. De hecho hubo capitanes que capitularon expediciones de poblamiento pero no lograron realizar las fundaciones soñadas. Entonces, si Núñez Pedrozo estaba firmando las capitulaciones para fundar Mariquita, el 8 de agosto de 1551, no podía estar fundando la ciudad 20 días después, pues era necesario organizar toda la expedición. Aunque el ejercicio de delimitación entre ciudades se inició luego del 4 de agosto, Nuñez Pedroso procedió a convocar gente y a reunir los recursos necesarios para dirigirse a cumplir la fundación de la ciudad de Mariquita.

Según relato de Aguado sobre la expedición de Núñez Pedroso, éste, una vez salió de Santafe, “acordó no detenerse ni hacer asiento” en Mariquita sino “pasar adelante en demanda del Pancenú”34. Esta región constituía una leyenda dorada que habían pretendido otros expedicionarios. Su expedición siguió de largo y marchó entre los indios Pantágoras hasta alcanzar el Río Nare y el Valle del Corpus Cristi o Riveras del Río Guatapé en una permanente y abierta confrontación con los indios de la región. Se sabe que en Junio, vísperas de San Juan de 1552, estaba por las sabanas de Aburrá y que luego de múltiples conflictos con el capitán Cepeda, regresó al Nuevo Reino en donde “habló a los oidores que le diesen licencia y conducta para que él pudiese volver con gente a aquella tierra y provincias de Gualí” y en ellas “pudiese poblar un pueblo”. Los oidores le otorgaron la facultad para ello. Habiendo juntado hasta 40 hombres pasó a recorrer Urina y las tierras circunvecinas, habiendo decidido fundar la ciudad de Mariquita, en el año de 1552, tal como lo confirman los autos de fundación, el 8 de agosto de dicho año35.

Es posible que la confusión en la fecha de fundación de Mariquita tenga que ver con la fundación hizo Pedrozo, en el Valle de Corpus Christi o Río Guatapé, del pueblo de San Sebastián, con el fin de contener las fuerzas de Cepeda que estaban en el Valle de Aburrá36. Sin embargo, no tenemos fecha precisa sobre este poblamiento frustrado. De todas formas, los hechos anteriores contribuirán a precisar el origen de la ciudad de Mariquita que sirvió de diseño al primer mapa de nuestros ríos, llanuras y montañas. La misma región que trazó nuestros gestos y apretó nuestro espíritu de generosidad y cantos como si, en Talaima o Tolima, se hubieran detenido todas las sinfonías de las aves y los peces.

 

Los Repartimientos de los Indios

Una vez fundada la ciudad se procedió a efectuar los repartos de los indios entre los pobladores y fundadores. Los indios fueron entregados en encomiendas y a medida que llegaban nuevos pobladores se entregaron nuevos indios reducidos. Hacia 1559 la frontera hostil en torno a esta ciudad estaba viva. Cuando Francisco Hernández convocó a los encomenderos de Mariquita para realizar la visita general de su población, en 1559, Diego González y Francisco Pérez Zambrana manifestaron que los indios no les servían “porque dizque están de Guerra”37. Un año después un informe anónimo registró para la provincia de Mariquita 3.300 “indios alzados”38. El informe anónimo de 1560 constituye el primer inventario estadístico del proceso de poblamiento del Nuevo Reino de Granada y de todas y cada una de las ciudades fundadas hasta entonces. Los inventarios de Mariquita e Ibagué, las dos ciudades más importantes fundadas hasta entonces en la región, contribuyen a precisar nombres y lugares y a desechar tanta fantasía de Simón quien, en su crónica, inventó pueblos y guerreros hasta reducir los procesos de formación social de la región a una guerra “legítima” contra la barbarie. La evocación del pasado no fue la de un etnocidio sino la del repudio al salvajismo y el elogio al valor de los vencedores que, como un imaginario, surgía de visiones religiosas y políticas propias de la época de los conquistadores y cruzados del Nuevo Mundo.

Acudiremos a estas listas de encomendero y de provincias indígenas para rescatar el estado de la economía y la sociedad en estos primeros años de poblamiento. El valor de la información etnológica contenido en la Visita de 1559 a la Provincia de Mariquita se centra en las posibilidades de reconocer los traumas afrontados por los nativos como consecuencia del establecimiento de los españoles en la región. Traumas que no sólo tenían que ver con los cambios en las bases económicas sino en la renovación de las relaciones de trabajo, las costumbres, el pago de tributos y rentas y en la pérdida de sus principios religiosos.

La visita de 1559 contribuirá, entonces a realizar excavaciones arqueológicas en busca de testimonios de la cultura Panche y de los sonidos y valores de esas largas oraciones de nombres de personas y cosas cuyos significados se pierden en la noche de los mitos y en la historia cotidiana de las tribus y los clanes. ¿Quién era Bianba aquel cacique de Honda que con sus 22 años llegó a hablar por medio de maíces para dar fe de los 21 indios que estaban bajo su mando? Dijo además por medio de la lengua, que servía de puente con los europeos, que 17 de ellos eran casados, 25 muchachos y 6 muchachas menores de 10 años y 8 viudas que hacían una población de 78 personas, las cuales vivían en 10 bohíos para un promedio de 7,8 personas por bohío. Otros caciques hablaron y los españoles articularon sonidos para informar que los indios del capitán Metuaga eran Payuda, Nabilo, Moyna, Chunbala, Calanbulo, Gualatama, Moyata y así sucesivamente muchos nombres consumidos por el tiempo del colonialismo que aún no había traído sus juanes, pablos, pedros y marías para que fueran los osarios de las lenguas indígenas que morían en cada nombre bautizado y en cada doctrina que inventaba dioses y conductas gracias a la lengua de castilla39.

Desafortunadamente apenas conocemos un tercio de la visita de 1559, tal vez, el resto se encuentre perdido entre los millones de documentos que poseen los archivos históricos en Colombia y España. Mientras tanto nos quedan los esqueletos fósiles de la lengua Panche que un día se habrá de reconstruir por los etnolingüistas. Más al norte hacia la ciudad de Vitoria que pobló Asensio de Salinas después de castigar la sublevación general de indios de Ibagué, Tocaima y Mariquita que tuvo lugar a fines de 1556 y principios de 1557, la lengua de los Pantágoras también desaparecería. Igualmente la fundación de Ronda o La Palma por Antonio de Toledo en 1560, levantaría las trampas que acabaría con la lengua de los Tapaces o Colimas40, no sin antes haber sido despoblada la ciudad por una insurrección general y vuelta a poblar por Gutierre de Ovalle hacia 1563, después del consabido castigo a los indios41.

Otras visitas y registros de archivos históricos nos enseñarán que la historia de la Provincia de Mariquita no se redujo a la fundación de Ibagué ni a una guerra de exterminio contra una confederación de tribus y cacicazgos indígenas. Tendremos que aprender cómo la ocupación del territorio creo unas estructuras diversas nacidas de la naturaleza del medio, de los grupos que las habitaban y de las actitudes que ellos asumieron frente a la ocupación de los españoles. La ciudad de Mariquita dominó la parte central de lo que iría a ser su provincia en el siglo XVI y pudo, más o menos, someter a su control, gran parte de la población indígena. Ibagué levantada al sur de la provincia afrontó prácticamente la guerra contra grupos indígenas refugiados en la cordillera central, mientras que al norte la ciudad de Remedios trataba de contener y dominar a las tribus de las selvas y llanuras del Magdalena Medio, especialmente los llamados indios de nación Pantágora que los españoles llamaron Palenques, por la forma de sus viviendas. Hacia 1563 el capitán Salcedo había visitado provincias no vistas por españoles como Guarramana, Chitarna, Mizquina, Parona, Zona, Urina, Eguecozna, Chupazna y Çiçina a las cuales sometió como a las Provincias de Ortana y Mançuna. Ahora son los nombres perdidos de la lengua Pantagora los que dejan refundidos entre fonemas propios de la lengua castellana los signos de lenguas de pueblos perdidos en guerras, asaltos e ejecuciones sistemáticas de los tiempos de la conquista y la colonia. Francisco de Ospina fundó la ciudad de Remedios y el capitán Salcedo hizo un apuntamiento para que los soldados administraran las casas que se les señalaban con los “indios que en ella oviere” y con las demás personas en ellas contenidas42.

 

Cuadro 4. Apuntamiento hecho por el Capitán Salcedo de las casas de las provincias de la Jurisdicción de Remedios, 1563

 

PROVINCIAS ESPAÑOLES NUMERO DE CASAS   PORCENTAJE

A. De punchina Chamoso

 

30

   

Pedro Ramírez de Osuna

 

170

   

Vicente Correa

 

130

   

Juan Valero

 

70

   

Francisco de Alcalá

 

70

   

Luis de Vergara

 

70

   

Diego Ortíz

 

70

   

En la Isla Francisco Beltrán de Caicedo

 

170

   

Enn Cicina García de Valero

 

130

910

16.93

   

70

   

B. De Camaná Bartolomé de Viana

 

30

   

Pedro de Montoya

 

70

   

Juan de la Pedraja

 

70

   

Pedro de Aldana

 

50

   

Martín Domingo

 

70

   

Juan de Frías

 

70

635

16.93

         

C. De Ocaña

Miguel Baquero

150

   

En Poncina

Miguel Baquero

25

   

En Chupazna

Juan de Olivares

100

   

En Mezquina

Juan Romero de la Costa

100

   

En Loma de Guacona

Pedro de Velasco

100

475

12.67

 

 

 

   

D. De Zona

Bernardo de Loyola

100

   

Luis Tejo

 

60

160

4.27

         

E. De Chitarna

Diego de Guzmán

50

   
 

Luis Zapata

50

   
 

Pedro Méndez

40

   
 

Lancerote

30

   
 

Francisco Gómez

30

   
 

Pedro Hernández

30

230

6.13

   

150

   

F. De Ortana

Diego de Ospina

150

   
 

Diego de Valdivieso

70

   
 

Gabriel de Velandia

70

   
 

Andrés de Soria

70

   
 

Alonso Delano

70

   
 

Guillermo Sierra

70

   
 

Baltasar de Burgos

60

   
 

Hernando Sánchez

60

   
 

Juan Caputa

70

770

20.53

         

G. Valle de Sant Blas

       

Rio del Pescano

Francisco de Ospina

150

   

Provincia de Ortana

Francisco de Ospina

120

   

Valle de Sant Blas

Lope de Salcedo

100

   

Provincia de Ortana

Lope de Salcedo

100

   

Pueblo Las Curas, provinicia Punchinalas

 

100

57

15.20

         
Totales   3.750    

 

Fuente: Archivo General de la Nación (Bogotá) Juicios Criminales 2, ff.6r. a 8v.


Treinta y ocho españoles recibieron 3.750 casas que podrían tener una población de treinta mil habitantes. O sea que cada español recibió un promedio de 99 casas. Este sistema de repartos suponía hacer tabla rasa de las unidades étnicas y territoriales, derivándose muchos daños para los naturales. Por ello, para evitar los fraudes “que debe haber en el contar de las dichas casas de que resulta daño de la // división de los indios súbditos a sus caciques de desmembrar los repartimientos” se mandaron personas para contar de una manera racional el número de casas asignadas a cada español. Así, para la Provincia de Ortana se nombró a Miguel Vaquero y Vicente Correa, para la Provincia de Tosucina a Diego Ortiz y García Valero y para la provincia de Çamaná a Herrera y Andrés de Soria y “para las de abajo Pedro de Velasco e Hernán Sánchez para el Valle de Sant Blas y Río del Pescado Pedro de Velasco e Vicente Correa”43.

Vale la pena tener en cuenta que el mayor número de casas lo recibieron el fundador Francisco de Opina y el Capitán Lope de Salcedo que coparon el Valle de San Blas y, otro buen número en otras provincias. Entre tanto en la ciudad de Mariquita los repartos se hicieron según el número de indios que había en los distintos pueblos y cuando se incluyeron los palenques o las riveras del río Magdalena se entregaron por casas. Por ejemplo, en 1553, a Juan López encomendero de Mariquita se le asignaron “60 casas pobladas de indios de visitación” en las provincias que los “españoles llaman” de Chapaima, junto al río Chaguaní con el principal llamado Yogo y Pava y con los demás principales “que en ellas oviere”, además el Valle de Guagua y el Valle de Cora con los indios que había “quando los españoles entraron en la tierra”, más diez casas de indios de visitación en la Provincia de Mariquita y en la provincia de Chunvenvos 100 casas “las primeras pasado el río de la Magdalena” en las cuales entran los caciques Ychoa e Ylano y, en el salto “el pueblo de Ondana” y en los Palenques “100 casas pobladas contadas en el segundo palenque” por donde el Capitán Pedrozo entró “con los caballos cuando iba por allí descubriendo”44. Como puede deducirse, entre tanta ambigüedad e imprecisión no sólo sufrían los indios sino que terminaba prevaleciendo la voluntad del encomendero para hacer valer a la fuerza sus títulos. En el caso de Juan López, hacia 1559, tenía organizados en sus encomiendas 802 indígenas que le generaban rentas por 20.050 tomines al año, producto de la pesca y el maíz. Esto sin contar el provecho de las canoas que iban al desembarcadero, las que, según el mismo López, le dejaban al año entre 100 y 150 pesos. Es decir que, en pesos de oro de 450 maravedíes, sus ganancias ascendían a 2.638 pesos al año, una cifra bastante respetable si tenemos en cuenta que, entre 1553 y 1555, Puerto Rico le generaba al Rey una renta anual de 4.064 pesos y Yucatán 1.025 pesos45.


Los sistemas de poblamiento, dispersos y nucleados, imponían formas de distribución de la población al momento de la conquista. Por ello, los llamados apuntamientos se diferencian de los llamados repartimientos de indios. Los pueblos indígenas de la ciudad de Mariquita fueron repartidos y reconocidos, mientras que los de Remedios se hicieron sobre el posible número de indios que existieran en las casas censadas, contadas o imaginadas. En 1579, Juan López sostenía, siguiendo los viejos títulos de encomienda, que tenía indios encomendados en las provincias de Mariquita y procedía a nombrarlas: “en los Mariquitones ocho casas de yndios y en Chapayma cuarenta casas y en el Valle de La Miel otras veinte casas de yndios y en los Palenques otras cien casas de yndios, de los quales tengo título de encomienda en forma ya que me sirvo dellos de más tiempo de veinte años a esta parte”46. A pesar de haber sido tasados y censados después de su posesión, estos títulos ambiguos seguían siendo la base de estos encomenderos para defenderse de otros pretendientes de títulos o para seguir pidiendo nuevos derechos. Así en Mariquita, a 8 de noviembre de 1568, Juan López solicitó se le diera posesión “de los yndios del Valle de la Miel” que están junto “al buhío grande”, sobre los cuales tenía provisión de encomienda. El alcalde llamó dos indios y le dio a uno de ellos una manta el cual “se la tornó a dar al dicho Joan López en señal de servicio y el dicho Joan López tomo posesión” de ellos. Tal era el ritual, con el cual los encomenderos entraban en dominio de los naturales. Otras formas consistían en cortar yerbas o, como en este mismo acto de posesión a Joan López, tomar a los indios por la mano, dejar caer el sombrero que llevaban en la cabeza y recogerlo cuando el encomendero lo ordenaba. Todo lo cual se hacía “en señal de servidumbre” y en presencia de las autoridades españolas47.

Según las encomiendas existentes en Mariquita hacia 1560, los repartimientos de Honda, Calamoyma y Chapaima operaban como ejes sobre los cuales giraba la vida de los encomenderos. Allí se concentraba el 97.4% de los indios sometidos. Incluso eran Chapaima y Calamoima los lugares más importantes, pues en ellos se concentraba el 94.8 % de la población tributaria y, apenas un 2.7% en Honda. Es decir, que en estos primeros años, la economía de la ciudad de Mariquita dependía del río Magdalena y de la región ubicada en su banda derecha. Esto es explicable pues muchos de sus pobladores habían venido de Tocaima y la pacificación de zonas vecinas a la ciudad llevaba, para esta época, unos 20 años. El censo de 1560 revela la consolidación de espacios que van moviéndose hacia la banda izquierda del río Magdalena hasta copar los llanos y seguir a las vertientes de la cordillera central.

Además para esta época se estaban consolidando sistemas de trabajo y explotación que habían conducido no sólo a la disminución de la población indígena sino a la consolidación de trabajos no aceptados por la ley. La visita de 1563 efectuada a Chapaima por Diego de Villafañe, hizo cargos a los encomenderos por usar los indios para su propio provecho, al llevar “dellos tributos, demoras y aprovechamientos”, obligarlos a hacer 5 bohíos y labranzas de maíz, sobrepasando las tasas establecidas por el licenciado Tomás López, en 156048. Entre tanto en los términos de Victoria, las indias eran utilizadas por sus encomenderos para lavar ropa y sacar oro49. Pero la visita a Mariquita de 1600 que Diego Gómez de Mena, realizó en el pueblo y repartimiento de Honda puso en evidencia que los indios eran obligados a ir con sus canoas a Mompox, Nare y Carare. Un indio testigo confesó que cuando iban a Mompox, llevaba “cada canoa 12 bogas y a Carare 11 y para el río de Nare 8”50. Aunque se reconoció que recibían unos salarios por la boga, este era nominal pues los encomenderos pagaban con las mercancías que comercializaban. Así cuando tenían necesidad de “mantas, lienzo de la Palma e sombreros” le pedían al mayordomo quien les entregaba estos bienes como parte de la paga por la boga, así: “por una manta le pagan 3 pesos”, por un sombrero medio peso y por “una vara de lienzo de Muzo medio peso”51. Cuando llegaban a su destino descansaban “2 o 3 semanas” tiempo durante el cual no ganaban nada52. Cuando no estaban bogando, los salarios corrientes eran era 2 pesos de veinte kilates por “la carga y descarga de cada canoa” de mercaderes. A este salario nominal en dinero se unía otro en especie. Como bogas, cada uno recibía “una anega de maíz y nueve pesos de 13 kilates” por el viaje a Mompox; una fanega de maíz y tres pesos “de corriente” por ir al Carare y por ir a Nare les pagaban media fanega de maíz y peso y medio de oro53.

Es decir que al mes hacían un viaje a Mompox y con su salario podían comprar 3 mantas, o 18 sombreros o 18 varas de lienzo. Teóricamente el “juez de canoas” estaba encargado de vigilar el cumplimiento de las normas, pero ésta institución, como otras, en lugar de actuar conforme a las leyes lo que sirvió fue para abrirle las puertas a la corrupción. El sistema laboral vigente permitió la disolución de las estructuras comunitarias indígenas y sus formas de vida, pues éstos dejaron sus actividades agrícolas y de pesca para atender los oficios señalados por los encomenderos. Además, perdieron las tierras en que hacían sus rozas por apropiación directa de los españoles o por la invasión del ganado vacuno que se expandía en la región. Por ejemplo el Padre Gonzalo de Lavera y su encomendero Miguel López, fueron señalados como responsables en ocupar las tierras de los indios con su ganado vacuno, que “les come las labranzas cuando algunas hacen y por esta causa no… hacen ningunas labranzas…de maíz y yucas y batatas sino es de algunos ajíes y hojas…”54. El resquebrajamiento del mundo indígena permitió a los encomenderos comercializar cultivos tradicionales y convertir a los indios en asalariados y dependientes de los nuevos sistemas laborales. En otras palabras la descomposición del mundo comunitario y la pérdida de sus medios de producción se erigieron en factores de acumulación de riquezas y de formación de grupos pudientes y de sectores marginales propios de la sociedad colonial. Por ello, el cacique de Río Seco, Juan Socapita, el 9 de diciembre de 1600, manifestó que ellos eran pobres y los enterraban con lo que tenían vestido. El cacique del Repartimiento de la Sabandija fue más explícito, cuando sostuvo “que los indios de su pueblo son tan pobres que cuando alguno se muere no tiene más ropa de la que trae vestida”55.

Mariquita tenía una notable reserva de “indios alzados” que garantizaban la absorción de nuevos pobladores, interesados en la fuerza de trabajo. Como es conocido, en los primeros años de las fundaciones, los indios fueron un estímulo y una garantía de rentas para los conquistadores. Según un informe de Melchor Pérez de Arteaga, la sola ciudad de Mariquita tenía, en 1568, “hasta 20 vezinos y myll yndios”. Además el desarrollo de la minería había atraído un fuerte contingente de población esclava56.

La minería de la plata llegaría a ser tan importante que Mariquita, como Pamplona, jugaría un rol notable, al sustituir en las cajas reales los ingresos que dejaron de llegar por efecto de la crisis del oro en el nordeste antioqueño a comienzos del siglo XVII57. Según Vázquez de Espinosa, hacia 1630, Mariquita ya era cabeza de corregimiento y tendría unos 150 vecinos españoles de los cuales 24 eran encomenderos “de los indios de la nación Panches” y, la ciudad atendía conventos de las ordenes de Santo Domingo y San Francisco y tenía “crías de ganado mayor y menor, ingenios de azúcar y cantidad de frutas de la tierra”, al igual que pesca en abundancia58. Por entonces el corregidor de Mariquita y de sus minas, ganaba 800 pesos mientras que el de Tocaima, Ibagué y Tierra Caliente ganaba 1.000 pesos de plata59.

 

Otras fundaciones

Hacia 1557 existían en la jurisdicción de la ciudad de Ibagué 27 españoles que controlaban 46 pueblos con 2.701 indígenas de los cuales estaban en las minas de oro 501, es decir el 18,5%. Este porcentaje se ajustaba a lo estipulado por la ley que permitía sacar el 20% de los indios o un quinto para el trabajo minero. Los encomenderos redondeaban las cifras según el número de indios poseídos. Este número no incluía a las mujeres y los niños. Si se aceptara que en la Provincia de Mariquita, hacia 1559, había 4.06 personas por cada indio tributario o de repartimiento, entonces la población indígena de la ciudad de Ibagué sería de 10.966 habitantes, una década después de su conquista. El volumen correspondería a la población sometida porque en las montañas existían importantes grupos de indios rebeldes. Es decir que los encomenderos poseían un promedio de 100 indios de repartimiento y 406 personas entre hombres mujeres y niños. Y como se sabe toda esta fuerza de trabajo era utilizada como energía por los encomenderos y convertida en capital.

16 españoles eran casados, 9 solteros y dos no dieron información. De los 27 pobladores, 16 fueron conquistadores y pobladores de la ciudad mientras que dos fueron conquistadores y tres pobladores. Los otros 6 llegaron posiblemente con posterioridad. El poblamiento de los indios de Ibagué se distribuía entre Ibagué y Anayma, pues en esos dos centros habitaba el 44,3% de la población mientras que, el 55,7% se hallaba en otros 12 puntos del territorio. Esto podría significar además que, Ibagué y Anayma eran dos grandes cacicazgos mientras que, en otras regiones se dispersaban comunidades menos articuladas políticamente. De hecho Anayma, parece corresponder a grupos indígenas de tierras templadas mientras que Ybagué tenía un clima caliente pero más generoso que el de otras regiones del llano.

El 25 de mayo de 1664 se fundó la Villa de Purificación por Diego Ospina Maldonado en el sitio de la Mesa del Palmar y se agregó al gobierno de Neyva. Ese mismo día se procedió a demarcar la plaza en donde estaría la Iglesia, el cabildo, la cárcel, un solar para el cura, 9 solares para las autoridades más importantes de la villa. Después se repartieron solares de 24 varas de frente para 47 pobladores fundadores. Al sur de la plaza quedaba el símbolo del poder Religioso, al Norte el del poder civil y a los costados los funcionarios. Tal parece haber sido la distribución de la población al momento de su fundación. La ciudad fue resultado del miedo y desconfianza que se tenía a los indios Coyaimas y Natagaimas. Podría afirmarse entonces que su origen es militar pues la población dispersa hacía imposible su movilización y organización para reducir los indios en caso de necesidad61. Con esta fundación se proyectaba el mismo sentimiento de temor y control que los españoles habían tenido sobre el territorio dominado por los pijaos y por otros pueblos guerreros de la cordillera central de los Andes. Timaná, La Plata, San Vicente de Paez, Caloto y Buga, entre, otros habían sido fundados en territorios de estos pueblos rebeldes que se oponína a la presencia de los españoles62.

El 6 de septiembre de 1776 cuando la Junta General de Tribunales se reunió para fijar la demarcación del corregimiento de Mariquita y de los gobiernos de Neiva y Popayán, don Nicolás Buenaventura propuso en 1777 desmembrar de Neyva el distrito de la villa de Purificación y sus anexos. Por ello presentó lo que, de todas maneras, iría a ser el actual departamento del Tolima así:

 

Poblados del Corregimiento de Mariquita propuesto en 1777

CIUDADES VILLAS PARROQUIAS REALES VICE PARROQUIAS CAPILLAS PUEBLOS
           

MARIQUITA

Honda

Marquitones o Bocaneme

Bocaneme o Marquetones

Buenavista

Guayabal

Ibagué

Purificación

Mina

Lajas

Méndez

 
   

Valle

Espinal

Coloya

 
   

Chaparral

Miraflores

Ambalema

 
   

Guamo

San Luis

Piedras

 
   

Santa ana

Cuira

Cuello

 
     

Valle de las hermosas

Coyaima

 
     

Amoyá

Ataco

 
     

Retiro

Natagaima

 
     

Guaduas

   
     

Saldaña

   
     

Boca de Saldaña

   


Fuentes: Archivo General de Indias (Sevilla) Cuba,897 “Diligencias actuadas a consecuencia de lo prevenido en Junta General de Tribunales de 6 de Septiembre de 1776”.


Este cuadro que presentó Ignacio Nicolás Buenaventura no parece ser completo pero sí nos da una idea del modo como la Provincia de Mariquita se había venido urbanizando. Hay que tener en cuenta que con la excepción de las ciudades y villas, las parroquias y viceparroquias estaban referidas a gentes mestizas, los reales a centros mineros, las capillas a núcleos rurales aislados y los pueblos se referían básicamente a pueblos de indios.


El Control militar del territorio

La conquista de América fue una operación militar así hayan voces que sostengan que no fue realizada por ejércitos regulares. Aceptemos que eran civiles, aliados a los ejércitos del Rey, fuerzas paramilitares que actuaban en nombre de la corona española. El hecho, en nada cambia su poder de destrucción y el miedo que infundía su presencia. Lo sabemos por los mismos indígenas y a veces por los cronistas. Los informantes de Sahagún lo relataron como un hecho vivido. Describieron los instantes en que los españoles se acercaban a Cholula: “…la gente humilde no más está llena de espanto. No hace más que sentirse azorada. Es como si la tierra temblara, como si la tierra girara en torno de los ojos. Tal como si le diera vuelta a uno cuando hace ruedos. Todo era una admiración”63.

Esta conmoción interior, esta vacilación y pérdida de la tranquilidad no la conocemos por voz de los indígenas de la actual Colombia. Apenas que sentían “temor y miedo” de los españoles y se ahorcaban “de las varas de los bohíos” o huían luego de quemar sus casas, tal como lo hicieron los Pantágoras, que vieron a la hueste de Núñez Pedrozo, prender fuergo a los guerreros “e indios mayores” y a los “mancebos y muchachos” como a “muchas mujeres de todas suertes, con sus criaturas, niños y niñas pequeños, a los pechos”. El mismo Aguado sostenía que estas crueldades pedían justicia a tanta injusticia64.

Conocemos otras versiones: la de los asaltantes, la de esos ejércitos mixtos que masacraban y después justificaban con miles de razones. Los escritos de los triunfadores elogiaron sus fechorías en nombre de Dios y del Rey, en nombre de la ley y en defensa del orden. Pero el miedo que subía por entre las narices y se expandía debilitando los huesos y la carne, el miedo que hacía girar la tierra en torno a los ojos, ese miedo no lo conocemos, no lo hemos compartido cuando describimos campañas contra tribus y gentes insumisas. Sin embargo, los mexicanos nos dejaron noticias de ese vendabal que se acercaba con las huestes de gentes y animales extraños y cómo las armas, las bestias y el ladrido jadeante de los perros invadía la angustia de mujeres, niños y ancianos. Oigámoslos:

“Y después de sucedidas las matanzas de Cholula, ya se pusieron en marcha, ya van hacia México. Van en círculo, van en son de conquista.

Van alzando en torbellino el polvo de los caminos.

Sus lanzas, sus astiles, que murciélagos semejan, van como resplandeciendo. Así hacen también estruendo. Sus cotas de malla, sus cascos de hierro; haciendo van estruendo.

Algunos van llevando puesto hierro, van ataviados de hierro, van relumbrando. Por esto se les vio con gran temor, van infundiendo espanto en todo: son muy espantosos, son horrendos.

Y sus perros van por delante, los van precediendo; llevan sus narices en alto, llevan tendidas sus narices: van de carrera: les va cayendo la saliva”65.

Estos cuadros que nos dejaron los habitantes de Mesoamérica son ilustrativos de lo que significó la conquista. Una operación que supuso traiciones, deslealtades y aprovechamiento de resentimientos históricos entre los mismos indígenas. Al llegar a Cholula los informantes de Sahagún explicaron lo que pasó:

"Hubo reunión en el atrio del dios.

Pues cuando todos se hubieron reunido, luego se cerraron las entradas: por todos los sitios donde había entrada.

En el momento hay acuchillamiento, hay muertes, hay golpes. ¡Nada en su corazón temían los de Cholula!

No con espadas, no con escudos hicieron frente a los españoles.

No más con perfidia fueron muertos, no más como ciegos murieron, no más sin saberlo murieron.

No fue más que con insidias se les echaron encima los de Tlaxcala”66

El engaño para la indefensión y el uso de la insidia para fundar la perfidia condujeron a las primeras masacres en el Nuevo Mundo. Fueron los instrumentos de una guerra que no necesitó de ejércitos regulares sino de colonos dispuestos a defender sus ilusiones y sus bienes en nombre de su Rey. Por ello, las grandes destrucciones de pueblos indígenas en América estructuran otros elementos diferentes a la gesta de los triunfadores y remiten más bien a los componentes frágiles que dan sentido a la condición humana. La llamada “guerra contra los pijao” no puede ser más una leyenda para admirar sino para desentrañar sus lenguajes de miedo, horror, traición, engaño.

Su exterminio como pueblo constituye un capítulo dramático, para no decir vergonzoso de la historia de esta región de Colombia. Los signos que desvelan su encerramiento en templos de dioses, el desarme del corazón, la matanza por tribus pérfidas y hombres con sus caballos enjaezados como fantasmas, la diáspora de gentes espantadas se encuentra en textos escritos por los mismos ejecutores del exterminio. No tenemos testimonios de los pijaos, apenas la semiótica con sus métodos para observar los signos de la otra guerra, no la de Simón ni la de las Cartas de Borja o los informes de sus soldados. Sino la guerra que yace en las palabras y en su semántica. Guerra que involucró el bosque, los cultivos, los hogares, los alimentos y la vida misma67.

Si bien era cierto que las ciudades tenían una razón de control administrativo, no es menos cierto que dicho control dependía de la voluntad de los pueblos sojuzgados a someterse al nuevo orden que, como se verá, materializaba su dominio imponiendo un tributo a las comunidades. El rechazo a ingresar al mundo de los encomenderos implicaba desorden e insurrección para los españoles pero para los nativos suponía la defensa de su cultura y de sus sistemas de organización social y económica. De hecho la confrontación se hacía en torno a dos órdenes y a dos conceptos sobre los modos de ser y estar.

La fundación de Mariquita, Ibagué y Neiva supuso el desplazamiento de múltiples comunidades hacia la cordillera central y hacia zonas de bosque y selva en la margen derecha del Río Magdalena. Las ciudades se habían fundado para garantizar las comunicaciones entre dos provincias fundadas a finales de la década de 1530: Popayán y el Nuevo Reino de Granada. En consecuencia la provincia de Mariquita se constituía en una región de paso entre oriente y occidente. Pero al desplazarse las comunidades rebeldes hacia la cordillera central, taponando la libre circulación de gentes y mercaderías entre estos dos espacios suponía aislar no sólo a Popayán sino al Perú de sus comunicaciones con el Atlántico a través del Rio Magdalena y a la provincia del Nuevo Reino del comercio con aquellas regiones.

La obstinación de los indígenas de la región de impedir las comunicaciones y de destruir los núcleos urbanos ubicados sobre las zonas planas llevó a los españoles a una operación militar de control de todo el territorio del Alto Magdalena. Es necesario tener en cuenta que Mariquita al Norte no tenía problemas de comunicación con el occidente a través de la cordillera, pues su comercio se hacía con Santa Fé y a través del río Magdalena con el Atlántico. Su destino militar estuvo ligado más bien con la región norte de la provincia en una guerra contra los Pantágoras y con los Carare. En cambio Ibagué y Neiva sí estuvieron involucrados en la guerra contra los pueblos de la Sierra, pues desde ellas partían dos rutas importantes, el camino de Guanacas al Sur y el del Quindío en el centro. El primero iba a la ciudad de Popayán y el segundo a la ciudad de Cartago.

Este fue el escenario que dio motivo a múltiples operaciones militares en la primera mitad del siglo XVI y que condujo en los primeros años del siglo XVII a una operación militar de exterminio de los pueblos de la Sierra. Aunque dicha operación es conocida como la guerra contra los Pijao, es necesario precisar que, los nativos insurrectos estaban formados por una serie de pueblos que iban desde los Paez y Timaná al sur hasta los Pijao, Panches y Pantágoras al norte, los indios Carare sobre el río Magdalena y los Muzos y Colima en las provincias de Muzo y la Palma. De otro lado la guerra no comprometió sólo a las ciudades de las Provincias de Mariquita y Neiva sino a la gobernación de Popayán. Igualmente la guerra se extendió a ambas vertientes de la cordillera central pues los indios presionados de uno u otro lado bajaban a las haciendas o núcleos poblados a obtener recursos para su supervivencia.

En este ejercicio de ataque y defensa se robaba, se asaltaba, se incendiaba y se mataba. No sólo por parte de los españoles sino de los indios Paez y Pijao. En 1582, Sancho García del Espinar, gobernador de Popayán y uno de los fundadores de la ciudad de Caloto, manifestó que estando a punto de perderse la Provincia de Popayán “porque los yndios Paez y Pixaos aviendo despoblado la ciudad de Sant Vicente de Paez y Neyva y San Sebastián de La Plata venían quemando y talando los pueblos de yndios de la ciudad de Popayán y mataban y robaban los españoles e yndios que por los caminos reales pasavan”, tuvo que hacer junta de gente para contenerlos e ir a castigarlos a sus provincias al igual que lo hizo con los yndios Turibíos”68. Igual testimonio presentó Sebastián de Belalcázar, nieto del fundador de Cali, cuyos méritos radicaban en haber entrado a castigar los indios de las muchas muertes de españoles que habían hecho “quemando las ciudades de San Vicente de Paez y San Sebastián de la Plata y Neyva”69. La conquista era un proceso de destrucción total en donde no había concesiones pues lo que se jugaba era el todo o la nada. Para unos la libertad de comerciar e instalarse en tierras de indios y, para los otros, el derecho a defender su cultura y expulsar a los invasores. En este proceso la frontera vivió todo aquello de que era capaz la perversión humana al darle a la conducta de los hombres la fuerza suficiente para destruir al otro sin más consideración que el de su negación. El canibalismo y el sadismo fueron los valores morales que afloraron como recursos previos a la muerte.


La tranquilidad a sangre y fuego.

El dos de octubre de 1605 entró a Santafé como Presidente de la Real Audiencia don Juan de Borja. En su informe a la Corona del 28 de noviembre del mismo año decía que no estaba bien informado de la guerra en la jurisdicción a su cargo aunque ya sabía de los “inconvenientes” que resultaban “de la inquietud, y rebelión de los indios Pijaos y Carares”, su afán era diseñar una estrategia de guerra que devolviera a los habitantes del Reino la confianza que habían perdido como consecuencia de los múltiples fracasos que habían tenido las autoridades a pesar de “las diligencias y diversos medios” utilizados para la reducción y quietud de estos indios. Borja era consciente del gran desengaño que existía entre la población por la pérdida de tiempo y reputación en la pacificación de los indios pijaos y carare. Existía la sensación de fracaso militar, entre la población y para obviar esa sensación de derrota militar, prometía “començar por mi mano esta guerra” para lo cual era necesario obtener algunos recursos económicos que “ayudasen a relevar los gastos de la hazienda de vuestra majestad”. Con la guerra su deseo era “poner remedio a la inquietud de estos yndios”70 y recuperar para la economía la tranquilidad de las gentes y el paso por los caminos de la cordillera central y aún del sur del Alto Magdalena. Ya no serían necesarias caravanas de hombres armados para proteger a los viajeros que se atrevían a salir entre las ciudades de Ibagué y Neiva.

Dos años después, el 21 de noviembre de 1607, enviaba su primer informe a la corona española en donde daba cuenta de los éxitos de su política de seguridad, de las estrategias utilizadas contra los grupos rebeldes, de la capacidad de resistencia del enemigo y de los costos ecológicos y humanos de la guerra. Borja no despreciaba la capacidad militar y estratégica de sus enemigos que, actuaban favorecidos por el terreno “y la disposición de la tierra” que ocupaban. Su “manera de ingenio no puede desestimarse” además, sus éxitos militares les permitía perseverar en su “osadía, temeridad” y desprecio de la capacidad militar de los españoles71.

Las gentes habían cambiado su actitud al “ver desmentida la desesperación que comúnmente se concebía de poder acabar, ni reducir” al enemigo, pues con el “nuevo, poderoso y efectivo modo que he introducido de hacer esta guerra, se han quebrantado todos sus bríos” de tal manera que “con mucha brevedad se ha de dar fin y remate a esta guerra que tan afligidas ha tenido estas provincias”72. Tal era el optimismo de un gobernante que había elegido la guerra como instrumento de paz.

Es importante tener en cuenta que Borja había elegido la vía del exterminio sistemático de las etnias rebeldes. La victoria militar debería concluir con un paisaje desolador. El medio que había elegido era el más “eficaz para su total ruyna”. Y apenas consistía en “hollarles la tierra, y talarles las comidas, porque andar tras ellos causa infinito y vano trabajo, dilación y gastos de grandíssimo exceso”. La presión militar y la destrucción de sus bases de abasto e intendencia los llevó a retirarse “a lo más inaccesible de sus bosques, donde los nuestros que los seguían divididos en diferentes tropas, han hallado algunos muertos de hambre, desabrigo, y de otras incomodidades que sufren mal”73. El impacto había sido tan desastroso para los Pijaos que en nueve meses continuos de operación en el corazón de sus provincias además “de haver muerto y cautivado mucha cantidad de enemigos dexé hecha la tala de todos los bastimentos que tenían, así de maíces y legumbres, como de árboles frutales, y toda suerte de rayzes, en espacio de más de cincuenta leguas”74.

Sin embargo, en 1610, los Pijao mantenían su fuerza moral y los españoles su afán de comenzar nuevamente su lenguaje de “sangre y fuego”75. Así, anticipándose los indios a la guerra que se planeaba contra ellos, cayeron sobre la ciudad de Ibagué y la dejaron “robada con muerte y prisión de más de ochenta personas y muchas casas quemadas”76. Este acontecimiento hizo que se lanzaran nuevas operaciones militares. Con la ayuda de vecinos y 400 soldados se ocuparon “las provincias más pobladas del enemigo, sin dejarle tiempo ocioso, ni lugar vacío, ni seguro hasta que desbaratándole sus esperanzas, y habitaciones con pérdida y daño de muchas prendas de hijos y mujeres, casas y comidas que se le quitaron con incendio, y tala general se desvaneció el orgullo de los indios” que se vieron forzados a derramarse por las montañas “para guarecerse en la aspereza dellas”77. Lo que los españoles observaban era una retirada estratégica de los indios que buscaban conservar la vida de sus guerreros. Pero al mantenerse la presión española y reforzar sus fuerzas, los indios “se alargaron por la longitud de la sierra a tierras muy apartadas” buscando evitar el contacto con sus enemigos, viéndose precisados a alimentarse “con raíces y frutas silvestres”78.

Pero el impacto más notable de esta presión militar no fue sólo la diáspora de las comunidades sino el impacto del hambre sobre las diversas cohortes de la población y los asesinatos sistemáticos. Los indios buscaron las zonas altas y frías de la cordillera, pasaron los páramos y ocuparon todos los montes altos y bajos, las quebradas remotas, los riscos y rincones de la cordillera central79. La operación militar que les había llevado huir lejos de sus lugares de resistencia había contado con la ayuda de los indios Coyaimas y Natagaimas que “por antiguas disensiones y guerras que entre sí tuvieron, baxaron de la sierra al llano, entre los ríos Magdalena y Saldaña” y dejaron saber a los españoles el “deseo de venganza” con los pijao de la sierra80. Entonces, ellos sirvieron de cargueros “para llevar la comida inexcusable de los soldados por la aspereza de la tierra donde no se podían meter cabalgaduras”, a la vez que actuaron como fuerza de choque buscando a sus hermanos étnicos, lanceándolos y matándolos81.

Al concluir la campaña militar y no lograr su exterminio los españoles esperarían dos meses “hasta que los indios renovasen sus sementeras”. Entonces se procedería a efectuar “una segunda tala de ellas”82. En la última entrada que hizo Juan de Borja en 1611 alentó a los indios Coyaimas y Natagaimas, amigos de los españoles, para que “todos juntos” acompañados de “soldados españoles entrasen en la tierra del enemigo”, en donde se tenía noticia se habían retirado los últimos combatientes indios y “sin pérdida de soldado, indio amigo, ni carguero” pudieron prender y degollar “ciento cuatro personas” habiendo acertado en que los muertos eran “los más belicosos y principales, en cuya valentía” ostentación y mando “estribaban las flacas reliquias de la guerra”83. Entre tanto en la vertiente occidental de la cordillera una operación al tiempo del gobernador de Popayán Francisco Sarmiento, le permitió capturar dos de “los más dañosos indios” con otras “cuarenta y ocho personas de toda suerte”, es decir, mujeres y niños84. Un poco antes el gobernador de Timaná Pedro de Velasco y Zúñiga metió gente por la parte de los indios paeces habiendo prendido 24 o 30 indios importantes, ejecutando la mayor parte de ellos, y cautivó a “ciento veinte personas de chusma” es decir niños y niñas85.

Con estas operaciones los últimos pijaos de la sierra habían sido degollados y los que lograron huir estaban “tan apartados y ocultos” que en realidad quedaban “pocos indios enemigos”86. Otros sobrevivientes, centenares de mujeres y niños cautivos, se diluían entre la servidumbre y la soledad del desarraigo. Un dolor individualizado, encarnado entre la impotencia de la vida cotidiana. Una frustración compartida entre el alborozo que vivían los vencedores en todo el Nuevo Reino haciendo “singulares demostraciones de alegría, espirituales y temporales”87. Así nacía la historia del actual departamento del Tolima en su versión occidental. La muerte fue el único refugio a la dignidad. El cautiverio y el abandono, los templos en donde se recogieron los velos de la traición y la perfidia, de la venganza y el odio. Pero más allá de las visiones oficiales, apenas quedan por las sierras la música y las máscaras con sus extrañas cavidades de fuego. Quedan los maderos de la otra historia, la que baja oculta en el lenguaje de las aguas, la que escriben en pizarras de luz las hojas y los árboles, la historia que vive herida en los escombros de la nada. Sí, la historia que rescata el ser. La historia que habita entre nosotros como si fuese el pan de cada día.

 

Control económico de la población

Concluida la guerra, sometidos los pueblos era necesario levantar sobre las cenizas los edificios de la prosperidad prometidos por los guerreros del exterminio. Hacia junio de 1611 los “indios pijaos de la Sierra se hallavan tan rendidos y sujetos que ya no era menester la fuerza” de quienes constantemente los habían perseguido por los bosques como si fuesen peste maligna. Las tropas fueron licenciadas y de los “indios amigos Coyaimas y Natagaimas” aún se retenían unos treinta. Ahora venían los cálculos de los costos de todas estas operaciones, los premios y las concesiones a los triunfadores.

El primer premio era para los traidores, para los delatores, para los cargueros, para los criminales de sus hermanos de cultura. Ellos merecieron de parte del Gobernador Borja “las caricias” y el “agradecimiento que merecía tan buena ayuda”. Se les señaló un asiento y como se les había prometido, fueron puestos “en la Real Corona de Vuestra Majestad, señalándoles a los útiles tres pesos de tributo del oro que allí se saca” cuya ley era de más de 20 kilates. Natagaimas y Coyaimas, no querían “la servidumbre”, entendiendo por esto la presencia de un encomendero. Estos indios ofrecieron a cambio de pagar tributo al Rey, contribuir a “que no quedara indio enemigo de la sierra” 88. Es decir, ellos seguirían cumpliendo su papel de delatores al servicio de la corona española.

Los Coyaimas y Natagaimas quedaron reducidos a siervos y tributarios, tal como lo habían sido los Tlaxcaltecas y los pueblos de Tumbes cuando los conquistadores actuaron contra México y Cajamarca. Su traición apenas les alcanzó para dejarle a las generaciones futuras las cargas tributarias y el sueño de romper un día la relación colonial que les quitó sus tierras, les destruyó su forma de cultura y los hizo más que cargueros y delatores, traidores de su propio destino. El servicio a los invasores, a los extranjeros no les hizo diferentes a los demás indios que fueron sometidos por la fuerza. Los Coyaima y Natagaima pagaron durante el resto de la dominación colonial el tributo en oro en polvo, al menos hasta mediados del siglo XVIII. Su pago se hacía una vez al año, por San Juan. La lista de tributarios, como la de otros pueblos de la Corona Española, era confrontada con los registros de nacimientos y defunciones con el fin de evitar evasiones de impuestos.


Tributarios de Coyaima, Natagaima y San José de Ataco, 1667-1749

 

AÑOS COYAIMA NATAGAIMA SAN JOSE DE ATACO TOTAL

1667

226

186

65

477

1668

222

130

59

411

1669

220

131

66

417

1670

222

130

67

419

1671

234

146

65

411

1672

215

149

55

402

1673

215

149

47

403

1674

208

145

49

388

1675

210

146

47

416

1676

203

142

43

415

1677

205

155

56

410

1678

200

162

53

402

1679

205

158

47

382

1680

205

155

42

407

1681

193

148

41

427

1682

210

158

39

525

1683

225

165

37

528

1685

307

182

36

524

1686

300

180

36

529

1687

300

194

30

513

1688

277

193

36

503

1697

269

218

17

506

1701

271

217

17

503

1702

271

219

16

457

1703

255

216

16

449

1704

251

190

12

419

1705

236

186

12

415

1706

236

172

11

418

1707

236

168

11

415

1708

236

171

11

418

1709

237

168

11

415

1710

238

169

12

418

1711

237

169

11

418

1712

237

169

11

417

1716

237

172

11

420

1717

241

172

11

420

1718

233

176

10

427

1719

245

177

12

422

1720

283

182

11

438

1747

327

164

6

453

1748

348

187

12

526

1749

348

193

13

554

Fuente: Archivo General de Indias (Sevilla) Contaduría 1593 “Caja de Coyaima, Cuentas de su Corregimiento desde 1667 a 1749”.

 

El cuadro se refiere a la población masculina obligada a pagar tributo y que, normalmente era de 15 a 50 años. De hecho los registros de tributarios controlaban los nacimientos, los muertos, los que entraban a tributar, los ausentes, los forasteros y los reservados. En Coyaima y Ataco la población de tributarios disminuía bruscamente mientras que en Natagaima se mantenía más o menos estable, a finales del siglo XVII. En promedio morían 8 tributarios por cada cien indios útiles. Y casi siempre eran más los que morían que los que entraban. Pero si uno incluye los ausentes y los reservados este promedio baja a 7 aproximadamente.


Valor de los tributos pagados por los Indios de San José Ataco, 1667-1771

1667 1668 1669 1670 1671
Indios x Pesos Indios x Pesos Indios x Pesos Indios x Pesos Indios x Pesos
         

34 x 3.0 = 102.0

39 x 3.0 = 117.0

41 x 3.0 = 123.0

45 x 3.0 = 135.0

49 x 3.0 = 147.0

10 x 2.4 = 25.0

5 x 2.4 = 12.4

5 x 2.4 = 12.4

6 x 2.4 = 15.0

1 x 2.4 = 2.4

5 x 2.0 = 10.0

5 x 2.0 = 10.0

6 x 2.0 = 12.0

1 x 2.0 = 2.0

2 x 2.0 = 4.0

5 x 1.4 = 7.4

6 x 1.4 = 9.0

1 x 1.4 = 1.4

2 x 1.4 = 3.0

11 x 1.4 = 16.4

9 x 1.0 = 9.0

1 x 1.0 = 1.0

2 x 1.0 = 2.0

11 x 1.0 = 11.0

2 x 1.0 = 2.0

2 x 0.4 = 1.0

3 x 0.4 = 1.4

11 x 0.4 = 5.4

2 x 0.4 = 1.0

0 x 0.0 = 0.0

6 = 154.4

59 = 151.0

66 = 156.4

67 = 167.0

65 = 172.0

 

Nota: Un Peso de Oro era equivalente a 8 tomines. Por ello medio peso son 4 tomines.

Como puede observar existían 6 tipos de tributarios en Ataco, los que pagaban desde medio peso o 4 tomines hasta los que pagaban los 3.0 pesos de oro establecidos por la Corona. Sin embargo a mediados del siglo XVIII todos los tributarios pagaban los tres pesos establecidos por la ley. El número de tributarios incluía los forajidos, pues era responsabilidad de la comunidad pagar por indios huidos o ausentes. Se debe tener en cuenta que no todos los hombres en edad de tributar lo hacían, pues era norma eximir de los mismos a sacristanes, cantores, alcaldes, capitanes, fiscales y a quienes por edad o cualquier impedimento físico eran reservados del tributo.

Muy distinto a los tributos pagados por los indios Coyaimas y Natagaimas eran los que pagaban los Indios Panches de la provincia de Ibagué y los indios Yanaconas de la Villa de Purificación. Los tributos de estos pueblos se remataban por la Junta Real de Hacienda por períodos de cinco años. Los rematadores se encargaban de cobrar los tributos a los indios y de pagar a la caja de la real hacienda un monto diferido anual. Por ejemplo, el 15 de marzo de 1776, Josef Ignacio de la Roche remató por 1.110 pesos anuales, durante 5años, los tributos de los Panches89.

La corona española una vez dominaba un territorio y su población se preocupaba por establecer una red impositiva que no cobijaba solo a la población indígena sino a todos los pobladores y residentes en la región. Tanto las actividades mineras y agrarias como las actividades mercantiles debían pagar los impuestos establecidos como quintos, diezmos y alcabalas. Pero no solamente se gravaban las operaciones económicas sino que los mismos funcionarios debían pagar un impuesto sobre las rentas recibidas por los cargos desempeñados, como alcaldes o alguaciles. Como las guerras europeas demandaban cada vez más gastos y la defensa militar en el caribe y en el interior de las Américas eran cada vez más costosa, la corona española se vio precisada entre otras cosas a vender ciertos oficios públicos y a recibir préstamos económicos de personas pudientes de las colonias.

Todo este esquema fiscal se dio en la provincia de Mariquita en donde se crearon cajas reales en las ciudades de Honda, una ciudad comercial, Mariquita, una ciudad minera e Ibagué, una ciudad agrícola ganadera. A través de ellas se succionaban importantes recursos económicos que se dirigían a la Caja Real de Santa fe. Es decir que el actual departamento del Tolima operaba como una colonia interna, pues los ingresos fiscales se dirigían hacia la capital del Reino y ningún excedente se reinvertía en la región. Este rasgo succionador del sistema fiscal constituye una de las mayores cicatrices del atraso de las localidades y regiones del continente americano. Más de trescientos años expoliando poblaciones enteras dejó sistemas de organización social en el atraso y grupos de poder condicionados a servir de mediadores entre los colonizados y los colonizadores lejanos, aprovechándose de la relación colonial para consolidar recursos y sistemas políticos que enmarcaran sus propios beneficios. Por ejemplo el remate del título de Provincial de la Santa Hermandad de Ibagué, que fue aceptado en 1631 por el Rey Felipe IV, cayó en manos de Martín Ruiz Carvajal quien se comprometió a pagar, en 1633, dos mil pesos en cuatro años. La compra suponía el derecho a “nombrar cuadrilleros” necesarios para la “ejecución de la justicia de la dicha hermandad en la dicha ciudad de Ibagué”. Y como se sabe una de sus funciones era atender todo lo relativo al orden público en el campo, incluidas fugas de negros esclavos y pendencias y hurtos de los indios90. Incluso se le facultaba a entrar y capturar a quienes hubieran cometido algún delito en zonas en donde no hubiera justicia. Además recibiría un salario de cien mil maravedises al año, el cual debía pagarse con las condenaciones hechas por la Hermandad. El sistema colonial con esto diseñaba las dos variables fundamentales de la corrupción y la violencia, pues la necesidad del salario hacía celosos a los dueños del oficio y la justicia tomaba los rumbos de sus intereses. Estas instituciones fueron las que crearon en la América española, esa bomba tenebrosa de la injusticia y la imagen del hombre fuerte capaz de disponer de los bienes y de la libertad de los habitantes del campo.

Otros oficios rematados en la ciudad de Ibagué, en la segunda mitad del siglo XVIII, fueron el de Alguacil Mayor, el de Regidor Alférez Real, el de Teniente de Milicias y el de Regidor alcalde provincial. Con la excepción del oficio de alcalde provincial que fue avaluado en 500 pesos y luego rebajado a su último remate de 200 pesos, sus precios fueron muy inferiores al del Provincial de la Santa Hermandad que tenía muchos más poderes y privilegios91.

En la segunda mitad del siglo XVII los indios Coyaimas y Natagaimas no sólo sostuvieron la burocracia administrativa y religiosa que les impusieron sino que entregaron excedentes anuales líquidos de 1.247.4.0 pesos de oro que fueron remesados a la caja real de Santa Fe. Pero no sólo fueron estos indios solidarios en la conquista de comienzos de siglo, sino que también lo fue la sociedad de las otras regiones de la Provincia de Mariquita que se fue poblando de blancos y negros para mezclarse con los indios. Por ejemplo, la caja de Mariquita y la de Honda remesaban sus excedentes a la de Santa Fe. En 1699, la caja de Mariquita remesó 7.984.118 maravedis y entre 1702 y 1705 13.270.039 maravedis y 2.040.000 en 173392. Así a lo largo de la dominación colonial lo hicieron otras cajas reales.

En el quinquenio comprendido entre 1776 y 1780 la caja Real de Ibagué nos ofrece una imagen general sobre las actividades básicas en los campos de la minería, la agricultura y el comercio93. La magnitud de los mismos nos coloca frente a una economía aparentemente raquítica, deprimida y casi sin interés. Aunque los ingresos evolucionaron de 1320 a 15 mil pesos no debemos olvidar que las cuentas empezaron a darse desde el 26 de agosto de 1776 y la caja se suprimió el 10 de noviembre de 1780. En el quinquenio citado la caja de Ibagué produjo cerca de 55 mil patacones si tenemos en cuenta que, hubo unos pesos de oro en polvo y unas libras de cobre que se registraron aparte.

Si bien es cierto que lo escueto de los números no da cuenta de las grandes y pequeñas actividades económicas, cuando se registran cada una de las cuentas es posible conocer más de cerca a los responsables de la vida económica en la región. Como las minas eran de aluvión el oro que se traía era en polvo y su valor se daba en castellanos. Hasta marzo de 1777 se pagaba de impuestos de cobos 1% sobre el total del oro y, sobre el resto, o sea el 99% se cobraba el quinto, en este caso el 5%. Es decir que de 100 castellanos se sacaba 1 castellano de cobos y sobre los 99 restantes se cobraba 5% para la Corona. Fue costumbre sin embargo, cobrar el 6% sobre el total del oro que traían los comerciantes y mineros a las cajas reales. El oro en polvo debía fundirse pero como en Ibagué no existía casa de fundición, no sabemos si quienes pagaron este impuesto se limitaron a hacer una manifestación y no la presentación física del metal. El cuadro 11 muestra los castellanos manifestados por algunos mineros y comerciantes, sobre los cuales se les cobró el 6% hasta noviembre de 1777, cuando se hizo efectiva al cédula real que bajo al 3% el impuesto sobre el oro. La medida estimuló la declaración del oro sacado de las minas y el pago de impuestos, de tal manera que entre 1778 y 1780 el valor de los quintos se duplicó como efecto de la disminución del llamado quinto. Es decir una medida fiscal estimuló el incremento de los ingresos de la real hacienda.

Los registros de un grupo de personas nos permitirá conocer a qué actividades económicas se dedicaban o si eran esencialmente mineros. Los volúmenes parecen indicar que no era precisamente la minería la base de sus empresas. Cada uno declaró un promedio de 421 castellanos para los 5 años, lo cual corresponde a unos 85 castellanos por año. Una cifra que no garantizaba comodidades ni un nivel de vida holgada.

Vale la pena tener en cuenta la importancia que la renta del aguardiente adquirió para la Real Hacienda. Los pueblos debían vivir borrachos para que la corona hinchara sus arcas reales. Por ejemplo, mientras las alcabalas de la villa de Purificación ascendieron a 500 pesos en 5 años la renta del aguardiente produjo 7.900 pesos, es decir 13 veces más. Entonces, no eran solo las transacciones comerciales las que dinamizaban la economía sino los vicios. Es indudable que los canjes y los autoconsumos mantenían a estas poblaciones deprimidas y en el marasmo. En 1780, don Francisco Millán alcalde de Tocaima cobró 37 pesos con 4 reales correspondientes al arrendamiento de alcabalas de don Francisco Xavier Malo: así pagaron los pueblos de Ambalema 15 reales, Anoalima 2 pesos, Coloya y Peladeros 5 reales, Beltrán y Puli 12 reales, Colegio y Anapoima 13 reales, Santa Rosa 4 reales, La Mesa Grande 25 pesos y 5 reales y Melgar 5 reales. Si las alcabalas eran el 2% de toda operación comercial, es decir, 16 reales por 100 pesos de impuesto de ventas, es fácil advertir la lentitud y el espasmo de estas sociedades, cuyo dinamismo y alegría hay que buscarlos en otros lugares, en la cultura más que en la economía. Y ese signo está en el aguardiente que es fiesta, es rumba, es amor y es alegría. El aguardiente es movimiento y la historia de estos pueblos de tierra caliente empieza en los trapiches, en las moliendas y en todo aquello que las gentes humildes no transan, no intercambian y no eligen. Por ello las pulperías crecieron y eran más importantes que todas las actividades mercantiles que le preocupan hoy al capitalismo y, a quien hace ejercicios retroactivos buscando, como dicen los campesinos, “lo que no se les ha perdido”.

Las pulperías eran centros distribuidores del aguardiente y se convirtieron en importantes espacios espontáneos de congregación, de promoción y de difusión de la cultura. Fueron vistas igualmente como lugares de vicio, de desorden y de destrucción de la moral pública. En las pulperías no sólo se vendía aguardiente sino otras bebidas embriagantes y algunas llegaron a tener habitaciones para el ejercicio del amor furtivo. Lo que uno concluye de las referencias que aportan las cajas reales es que para cada actividad fiscal existían grupos de personas encargadas de atender las demandas de la producción y el consumo. Es decir no encontramos ningún pulpero actuando de minero, ni pulperos como rematadores de alcabalas o de rentas de aguardiente. Tal vez los beneficios de estas empresas no eran tan atractivas para quienes dominaban la agricultura, la ganadería, la minería y el comercio a gran escala.

En el siglo XVIII la provincia de Mariquita terminó consolidando una gran hacienda ganadera inscrita en los espacios económicos del oriente y el occidente de Colombia. Estas haciendas utilizaron población indígena, población esclava y población mestiza. Los negros fueron especialmente a las haciendas de caña y cacao y la población mestiza e indígena a las haciendas ganaderas94. Desde finales del siglo XVII la minería del oro en el Pacífico, especialmente en Iscuandé, Barbacoas, Micay y Tumaco habían generado una gran demanda de alimentos y materias primas que llegaban desde las llanuras de la provincia de Mariquita. A ello se unía un mercado urbano que contribuía a consolidar su expansión. No sólo Santa Fe y Popayán jugaban un gran rol en la demanda de derivados de la ganadería y ganado en pie sino que las mismas ciudades alrededor de estos latifundios como Ibagué, Honda con su actividad comercial, Mariquita con su vida minera y Neiva contribuían a la formación de un gran espacio económico capaz de articular regiones del oriente y occidente de la actual Colombia. Incluso al ser un lugar de paso del comercio internacional y al haber diversificado la producción los hacendados se pudieron proteger mejor contra situaciones de crisis económicas profundas. La provincia de Mariquita actuaba como una visagra en el desarrollo económico colonial. La guerra contra los Pijao a comienzos del siglo XVII había consolidado la apropiación de las llanuras y la formación de una gran hacienda de caña y de ganados que se diversificó a finales del siglo XVIII con cultivos de cacao y de tabaco. Incluso, después de la derrota de los Pijaos, en el Valle del Saldaña, entre los ríos Amoyá y Cucuana, creció el número de mercedes de tierra con respecto a las adjudicadas en Mariquita. Al sur de Ibagué y norte de Neiva se otorgaron “632 estancias” mientras que en la jurisdicción de Mariquita 5895.

Casi, entre el norte y el sur los Jesuitas desarrollaron allí una de las haciendas más importantes de la Nueva Granada como fue la hacienda de Doyma que poseía cerca de 20 mil cabezas de ganado mayor y la de la Vega dedicada a la cría de ganados, caña de azúcar y tabaco. Junto a estas haciendas fueron famosas por su importancia las haciendas de Santa Bárbara de Contreras con sus 14.500 hectáreas dedicada al cultivo de Caña y a la producción de azúcar y la Hacienda de Llano Grande en los llanos de San Juan, la cual tenía a mediados del siglo XVIII entre 15 y 20 mil cabezas de ganado mayor96. El crecimiento de las haciendas de caña y ganados era evidente a fines del período colonial. Por ejemplo, hacia 1805, la visita a los “fierros” y a los trapiches de las parroquias de San Juan, Miraflores (Rovira) y San Luis mostró la existencia de 36, 31, y 62 títulos o registros de “fierros” de propietarios de ganados, y 30 registros de trapiches en San Juan y 7 en Miraflores. Cada dueño de trapiches o de fierros debía pagar un impuesto de 2 pesos pero en esta ocasión se ordenó cobrar únicamente a los más pudientes y no a los pobres e indios o, conforme a las posibilidades de cada cual, pues el corregidor había prevenido a los alcaldes proceder con prudencia97.

La hacienda de San Juan de la Vega expropiada a la Compañía de Jesús en junio de 1767, fue avaluada el 8 de septiembre de 1770 y rematada al Procurador de la Real audiencia, José J. Zapata, en 13.500 pesos, en julio 13 de 1773. Zapata la endosó un mes después a Juan Feliz Ramírez de Arellano quien fue a vivir en ella98. Las haciendas expropiadas a la Compañía de Jesús, fueron muy mal administradas por el Estado que, terminó rematándolas por debajo de su valor entre grandes hacendados, burócratas y comerciantes que, muchas veces cumplieron con sus obligaciones y otras no. La posterior división de estas haciendas dio origen a importantes pueblos en los primeros años del siglo XIX. Doyma, La Vega, Piedras, Espinal y Melgar fueron pueblos que nacieron en una hacienda o de su disolución. La provincia de Mariquita había comenzado con una ciudad, y con la deformación de un grito que pronunciaban sus indios en respaldo a su cacique Marchita en tierras de Talaima. Tres siglos después su “hinterland” sería una red urbana que había logrado consolidarse en lo que sería el actual departamento del Tolima. De todo este proceso nos quedarían las cicatrices de una guerra y de unas relaciones de poder que fueron capaces de disolver lo original y lo auténtico que pasaron a ser la materia de la memoria y de los fantasmas y pesadillas recreadas en lo onírico.

 

 

1 Real: “Sitio en que está la tienda del rey o del general, y por extensión, sitio donde está acampado un ejército” en Diccionario de la Lengua Castellana, Madrid 1970. Los conquistadores llamaban Real el lugar en donde asentaba su tienda de campaña el Capitán de la Hueste o el Adelantado.

2 Alejandro Carranza B. San Dionisio de los Caballeros de Tocaima, Editorial ABC, Bogotá 1941, p. VI.

3 Recopilación de las Leyes de los Reynos de las Indias, 3 tomos, Consejo de la Hispanidad Madrid 1943 (Edición Facsimilar Madrid 1791); Prudencio Antonio de Palacios Notas a la Recopilación de las Leyes de Indias, Universidad Nacional Autónoma de México, México 1979.

4 La Ciudad Hispanoamericana. El Sueño de un Orden, Cehopu, Madrid 1997; La Ciudad Iberoamericana. Actas del Seminario Buenos Aires 1985, Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo – Cehopu, Madrid 1987; Jaime Salcedo Salcedo Urbanismo Hispano-Americano. Siglos XVI, XVII y XVIII. El Modelo Urbano aplicado a la América española, su génesis y su desarrollo teórico y Práctico, Centro Editorial Javeriano, Bogotá 1996.

5 Alejandro Carranza B. San Dionisio de los Caballeros de Tocaima, Editorial ABC, Bogotá 1941.

 

6 Fray Pedro Simón Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, Biblioteca Banco Popular, Volumen 106, Bogotá, 1981, p.302.

7 Juan Friede “Fray Pedro Simón, su época y su obra” en Fray Pedro Simón, Noticias....cit. Volumen 103, pp.13-79.

8 Juan Friede “Fray Pedro Simón, su época y su obra” en Fray Pedro Simón, Noticias....cit. Volumen 103, pp.13-79.

9 Fray Pedro Aguado, Recopilación Historial, Primera Parte, Tomo I, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá 1956, p.558.

10 Fray Pedro Simón, Noticias Historiales...cit. IV, p.303.

11 Fray Alonso de Zamora Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reyno de Granada, Instituto Colombiano de Cultura Hispana, Bogotá 1980, Vol. 2, p.156.

12 Archivo General de la Nación (Bogotá) Cabildos 4, ff. 745r. – 777v.

13 Archivo General de la Nación (Bogotá) Civiles Tolima 9, ff. 1r. –125v.

14 Archivo General de la Nación (Bogotá) Cabildos 4, f. 750r.

15 A.G.N. (Bogotá) Cabildos 4, f. 753r.

16 A.G.N. (Bogotá) Cabildos 4, f. 754r.

17 A.G.N. (Bogotá) Civiles Tolima 9, ff.6v. y 7r. v.

18 A.G.N. (Bogotá) Cabildos 4, f. 755r.

19 Puede ser “Rozándola”

20 A.G.N. (Bogotá) Civiles Tolima 9, f. 8r.

21 A.G.N. (Bogotá) Civiles Tolima 9, f. 8r. “..dijo de palabra que contradescía la dicha pozesión...”; Archivo Nacional de Colombia, San Bonifacio de Ibagué…cit. p.216.

22 A.G.N. (Bogotá) Cabildos 4, f. 755r.

23 A.G.N. (Bogotá) Civiles Tolima 9, ff. 8v.9r.

24 Fray Pedro Simón, Noticias Historiales...cit. IV, p.303.

25 A.G.N. (Bogotá) Cabildos 4, f. 755v.

26 A.G.N. (Bogotá) Civiles Tolima 9, f.9v.

27 A.G.N. (Bogotá) Civiles Tolima 9, f.10r.

28 A.G.N. (Bogotá) Impuestos Varios – Cartas, 7. f. 765r. Archivo Nacional de Colombia, San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas, Editorial Minerva, Bogotá 1952, p. 20.

29 Archivo General de la Nación (Bogotá) Civiles Tolima, 9, ff. 8r.-10v. Archivo Nacional de Colombia, San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas, Editorial Minerva, Bogotá 1952, pp.217-220.

30 Archivo Nacional de Colombia San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas, cit. p.6.

31 Archivo Nacional de Colombia, San Bonifacio de Ibagué… cit. p.5.

32 Archivo Nacional de Colombia, San Bonifacio de Ibagué…cit. p.7.

33 Archivo Nacional de Colombia, San Bonifacio de Ibagué…cit. pp.13-15

34 Fray Pedro Aguado Recopilación Historial, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá 1956, tomo I, p.508.

35 Fray Pedro Aguado Recopilación Historial, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá 1956, tomo I, pp.507-560.

36 Fray Pedro Aguado Recopilación Historial, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá 1956, tomo I, pp.520, 528-9.

37 Hermes Tovar Pinzón Relaciones y Visitas a los Andes. Siglo XVI. Tomo IV. Región del Alto Magdalena, Colcultura – Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Bogotá 1996, p.84.

38 Hermes Tovar Pinzón No hay Caciques ni Señores, Sendai Editores, Barcelona 1988, p.67.

39 Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y Visitas a los Andes… Cit. Tomo IV, pp.118-133.

40 Fray Pedro Aguado Recopilación Historial, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá 1956, tomo I, pp.561-6. Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y Visitas a los Andes… Cit. Tomo III, pp.326-7.

41 “Relación de la Trinidad y la Palma por Gutierre de Ovalle su Conquistador” (1572) en Hermes Tovar P. Relaciones y Visitas a los Andes… Cit. Tomo III, pp.325-368.

 

42 Archivo General de la Nación (Bogotá) Juicios Criminales 2, ff.9r. y 12r.

43 Archivo General de la Nación (Bogotá) Juicios Criminales, 2, ff. 9v.

44 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, ff.25v. y 26r.

45 Hermes Tovar Pinzón Relaciones y Visitas a los Andes. Siglo XVI. Tomo IV Región del Alto Magdalena, Colcultura-Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Bogotá 1996, pp.62-63.

46 Archivo General de la Nación (Bogotá) Juicios Criminales 2, ff.37r.

47 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, ff.33r.-40r.

48 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, ff.830r a 832r.

49 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, ff.913r.919r.

50 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima, 2 ff.3r. a 12r.

51 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, ff.12v.

52 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, ff. 15v.16r.

53 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, ff. 15r. 11v.

54 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, f.13r.

55 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 2, ff. 66r. y 520v.

56 Hermes Tovar Pinzón No hay Caciques ni Señores… cit. p.136

57 Julián Ruiz Rivera La Plata de Mariquita en el siglo XVII: Mita y Producción, Universidad Pedagógica y Tecnológica, Tunja 1979; Armando Moreno Sandoval “Aspectos Sociales, Institucionales y Técnicos de la Minería en los Reales de las Lajas y Santa Ana: 1543-1651” Tesis Maestría en Historia Andina, Universidad del Valle 1998; Patricia Celis Rico “El Juicio de Residencia al Capitán de Granaderos Manuel Sánchez Osorio y Pareja, Corregidor y Justicia Mayor de la Provincia de Mariquita de 1747 a 1752” Tesis Máster en Historia Iberodamericana, Instituto de Historia, CSIC, Madrid 2003.

58 Antonio Vázquez de Espinosa Compendio y Descripción de las Indias Occidentales, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid 1969, p.241.

59 Antonio Vázquez de Espinosa Compendio y Descripción de las Indias Occidentales, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid 1969, pp. 225 y 506.

60 Aunque se suman 36 pueblos aparecen 46 repartimientos.

61 Archivo Nacional de Colombia (Bogotá) San Bonifacio de Ibagué… cit. pp.235-241.

62 Alonso Valencia LL. Resistencia Indígena a la Colonización Española, Universidad del Valle, Cali 1991, pp.95-150.

63 Miguel León Portilla (Ed.) Visión de los Vencidos. Relaciones Indígenas de la Conquista, Universidad Nacional Autónoma de México, México 2005, p.42.

64 Fray Pedro Aguado Recopilación Historial, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá 1956, tomo I, pp.517-518.

65 Miguel León-Portilla Visión de los Vencidos… cit. p.42.

66 Miguel León-Portilla Visión de los Vencidos…cit. p.41.

67 Alvaro Felix Bolaños Barbarie y Canibalismo en la Retórica Colonial. Los Indios Pijaos de Fray Pedro Simón, Cerec, Bogotá 1994.

68 Archivo General de Indias (Sevilla) Patronato 126, R-9 “Información de los Servicios de Sancho García del Espinar Gobernador de Popayán en la Pacificación de los indios Pijaos” Quito 13 de noviembre de 1582.

69 Archivo General de Indias (Sevilla) Patronato 126, R-2 “Información de los relevantes servicios del Adelantado Don Sebastián de Velalcázar, governador de Popayán” Quito 20 de Noviembre de 1582.

70 Archivo General de Indias (Sevilla) Audiencia de Santa Fe, 18, R-6, N. 45 Bis “Carta de Don Juan de Borja, Santafe noviembre 28 de 1605”

71 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fé 18, R-8, No. 73 “Carta de Don Juan de Borja, 21 de Noviembre de 1607”, ff. 1r.v. y 2r.

72 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fé 18, R-8, No. 73 “Carta de Don Juan de Borja, 21 de Noviembre de 1607”, f.1r.

73 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18, R-8, No. 73, f. 1v.

74 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18, R-8, No. 73, f. 1v.

75 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18 R-11, No. 96 “Carta de Don Juan de Borja, 25 de mayo de 1610”, f. 1v.

76 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18 R-11, No. 96 “Carta de Don Juan de Borja, 25 de mayo de 1610”, f. 2r.

77 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18 R-11, No. 96 “Carta de Don Juan de Borja, 25 de mayo de 1610”, f. 2r.

78 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18 R-11, No. 96 “Carta de Don Juan de Borja, 25 de mayo de 1610”, f. 2r.

79 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18 R-11, No. 96 “Carta de Don Juan de Borja, 25 de mayo de 1610”, f. 2v.

80 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18 R-11, No. 96 “Carta de Don Juan de Borja, 25 de mayo de 1610”, f. 2v.

81 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18 R-11, No. 96 “Carta de Don Juan de Borja, 25 de mayo de 1610”, f. 3v.

82 Archivo General de Indias (Sevilla) Santa Fe 18, R-8, No. 73, f. 2r.

83 Archivo General de Indias (Sevilla) Santafé 18, R-12, No. 122 “Carta de Don Juan de Borja, 12 de junio de 1611”, ff.1r.v.

84 Archivo General de Indias (Sevilla) Santafé 18, R-12, No. 122 “Carta de Don Juan de Borja, 12 de junio de 1611”, ff. 1v.2r.

85 Archivo General de Indias (Sevilla) Santafé 18, R-12, No. 122 “Carta de Don Juan de Borja, 12 de junio de 1611”, f.2r.

86 Archivo General de Indias (Sevilla) Santafé 18, R-12, No. 122 “Carta de Don Juan de Borja, 12 de junio de 1611”, f.1v.

87 Archivo General de Indias (Sevilla) Santafé 18, R-12, No. 122 “Carta de Don Juan de Borja, 12 de junio de 1611”, f.1v.

 

88 Archivo General de Indias (Sevilla) Santafé 18, R-12, No. 122 “Carta de Don Juan de Borja, 12 de junio de 1611”, f.1v.

 

89 Archivo General de Indias (Sevilla) Audiencia de Santa Fe 897 “Caja de Ibagué, Subalterna de la de Santa Fe. 1776. Cuenta del Cargo de don Ignacio Nicolás de Buenaventura, Theniente de Oficial Real de la Caxa de Ibagué, desde 26 de agosto que tomó posesión hasta fin de Diciembre de 1776”.

90 Archivo Nacional de Colombia (Bogotá) San Bonifacio de Ibagué… cit. pp.51-52

91 Archivo Nacional de Colombia (Bogotá) San Bonifacio de Ibagué…cit. 66-75.

 

92 Archivo General de Indias (Sevilla) Contaduría 1354 “Cuentas de Santa Fe 1699”; 1355 “cuentas de de Santa Fe 1703 a 1702 y 1362 A “cuentas de Santa Fe de 1733”.

93 Archivo General de Indias (Sevilla) Audiencia de Santa Fe 897 “Caja de Ibagué, Subalterna de la de Santa Fe. 1776. Cuenta del Cargo de don Ignacio Nicolás de Buenaventura, Theniente de Oficial Real de la Caxa de Ibagué, desde 26 de agosto que tomó posesión hasta fin de Diciembre de 1776”

94 Hermes Tovar Pinzón Hacienda Colonial y Formación Social, Sendai Ediciones, Barcelona 1988; Renée Soulodre-La France Región e Imperio. El Tolima Grande y las Reformas Borbónicas en el siglo XVIII, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Bogotá 2004.

95 Hernán Clavijo Ocampo Formación Histórica de las Elites Locales en el Tolima, Tomo I, 1600-1813, Banco Popular, Bogotá 1993, p. 100 y 106-110.

96 Germán Colmenares Las Haciendas de los Jesuitas en el Nuevo Reino de Granada, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá 1971; Hermes Tovar Pinzón Hacienda Colonial y Formación social… cit.

97 Archivo General de la Nación (Bogotá) Visitas Tolima 1, ff.17r. a 27r.

98 Archivo General de la Nación (Bogotá) Fondo Richmond 840, ff.2r. a 23r.

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