EL TOLIMA EN LA INDEPENDENCIA


Por Darío Ortiz Vidales


Cuando en el año de 1810 se inicia en el Nuevo Reino de Granada el proceso de emancipación de España, el territorio que hoy comprende el departamento del Tolima estaba formado por la provincia de Mariquita y la zona norte de la provincia de Neiva.

De escasa población, no aparecía en toda su extensión un solo conglomerado que siquiera llegara a los 4.000 habitantes. Por eso no se presentaron grandes tumultos urbanos, sino apenas algunas modificaciones en los sistemas de gobierno local. Además, durante la etapa que ha sido llamada "Guerra de Independencia", en tierras del Tolima no se combatió, pero si constituyeron paso obligado para toda clase de marchas y contramarchas, avances y retiradas de criollos y peninsulares.


Forcejeos iniciales

La llegada a la región de los primeros rumores sobre lo acontecido en Santafé de Bogotá en la Plaza Mayor, el viernes 20 de julio del año mencionado, tuvo efectos inmediatos sobre todo en la Villa de San Bartolomé de Honda, en donde se esperaba de un momento a otro el arribo de don Antonio Villavicencio, Comisionado Regio, enviado por la Junta Suprema de Sevilla, quien remontando las aguas del río Grande de la Magdalena, venía procedente de Cartagena, donde su sola presencia había dado origen a diferentes manifestaciones de descontento.

Y fue así, como el 25 de julio y sin ser todavía invitado de manera formal para hacerlo, las autoridades y el Cabildo de Honda, se pronunciaron respaldando a la Junta de Gobierno formada en Santafé cinco días antes, a raíz de los disturbios presentados entre "criollos" y "chapetones", precisamente cuando se encontraban organizando el recibimiento en la Capital del Reino, de don Antonio Villavicencio.

Al día siguiente, vino el pronunciamiento en la Ciudad de San Sebastián de Mariquita, y mientras en Honda agasajaban al señor Comisionado Regio, quien continuaría su viaje hasta Santafé, en la provincia tolimense empezaron a presentarse los primeros problemas. Sólo hasta el 29 de julio y con las firmas del Vicepresidente de la Junta Suprema de la Capital del Reino, don José Miguel Pey y de su Secretario, don Frutos Joaquín Gutiérrez, se dirigió una carta circular a todas las provincias, explicándoles, en primer término, la situación de España, los sucesos de Santafé, Socorro y Pamplona, e invitándolas a rodear el gobierno provisional establecido por ellos el 20 de julio. Es decir, cuando esta comunicación llegó al norte de la provincia de Mariquita, sus habitantes hacia más de una semana, se habían manifestado favorables al cambio.

El 3 de agosto, el muy ilustre Cabildo de la Villa de Honda, contestó a la Suprema Junta de Santafé, manifestando su decisión de respaldarla y proceder en adelante de acuerdo con sus instrucciones. Cosa diferente sucedió en Mariquita. Allí la opinión no era unánime, pues mientras un sector era partidario de adherir a la Capital del Reino, otro grupo prefería la constitución de una provincia autónoma e independiente. A todas éstas, Ibagué, Ambalema, Espinal y Purificación se pronunciaban respaldando la Junta Suprema de Santafé.

Mientras las diferentes ciudades y villas respaldaban el nuevo gobierno instaurado, en la Capital del Reino y la Provincia se aprestaban para escoger el diputado que la representaría en el Congreso que pensaba instalarse en Santafé, el Cabildo de Mariquita, con el propósito de convertirse en una organización política independiente de la Capital del Reino, invitó al Cabildo de Ibagué para que enviara dos delegados que vinieran a representarlo en la Junta Provincial, que pensaban integrar.

El 7 de septiembre se reunió en esta última localidad un Cabildo Extraordinario para estudiar la propuesta. En medio de acalorados debates se decidió no sólo ignorar la invitación, sino también designar dos diputados, pero ante la Junta Suprema de Santafé. Además, trasladar la capital provincial de Honda a Ibagué, desmembrándose de hecho con todas las aldeas y parroquias de su jurisdicción, para organizar una nueva provincia. En estas condiciones, Mariquita quedaba reducida entonces a su propia ciudad y a la Villa de Honda, y las localidades de Ambalema, Peladeros (hoy Lérida), Venadillo y Coello. Y como si lo anterior fuera poco, se pidió ayuda militar a la Capital del Reino y se dispuso la preparación de sus propias milicias. En otras palabras, los tolimenses se preparaban para iniciar una primera Guerra Civil, mucho antes de haber logrado fundar la Republica.

Los argumentos de los Ibaguereños para pedir que la nueva capital de la Provincia no fuera Honda resultaron valederos cinco años mas tarde. No era conveniente que la cabecera distrital estuviera sobre el río de la Magdalena, pues "está mas expuesta a la invasión del tirano común, lo que no sucede tierra adentro". Entre tanto, Piedras y Venadillo forcejeaban en vano por salir de la jurisdicción de Mariquita y pasar a la de Ibagué, que comprendía ahora las Parroquias de Chaparral, Guamo, San Luis, Payandé, Miraflores (hoy, Rovira), Valle de San Juan y Partido de Chaguala.

 

El prócer José León Armero

Por los días en que estallaba en todas las colonias el conflicto separatista de España, llevaba la voz cantante en la provincia de Mariquita el acaudalado propietario José León Armero.

Nacido en la región el 19 de marzo de 1775, desde muy joven se dedicó al estudio de las ciencias naturales, las matemáticas y la física. Sin embargo, terminó licenciado en Leyes e intentó el ejercicio de la profesión. Se encontraba entregado a sus actividades particulares cuando sobrevino el movimiento de Independencia. Debido a su prestancia intelectual y económica, fue escogido por sus paísanos para que los representara en un congreso de las provincias, próximo a instalarse en la Capital del Reino.

En las dependencias del antiguo convento de las Monjas de La Enseñanza, el 22 de septiembre de 1810, con el nombre de "Supremo Congreso", se instaló en Santafé de Bogotá, la primera Asamblea Constituyente de la República. No obstante su pomposo apelativo, se trataba de un cuerpo colegiado muy pequeño. Todos sus miembros cabían en un solo sofá. Por eso en su época fue llamado "El Congreso de Canapé". El diputado por Santafé, don Manuel Bernardo Álvarez, fue elegido Presidente de la Corporación, y actuaban además representantes de algunas provincias: el canónigo Andrés Rosillo, por el Socorro; el doctor Camilo Torres, por Pamplona; el doctor Manuel Campos, por Neiva; el doctor Ignacio de Herrera, por Nóvita y el doctor José León Armero, por Mariquita. Fueron designados como Secretarios don Antonio Nariño y el doctor Crisanto Valenzuela.

Pero ocurrió que los integrantes de este primer cuerpo democrático convocado en la historia del país, sin duda, tenía aún añoranzas de monarquía y por eso desde el principio, este "Supremo Congreso" decidió darse el tratamiento de "Alteza Serenísima" y dedicó la mayor parte de su tiempo a decretarse para sí, privilegios especiales y a distribuir entre sus miembros títulos pomposos. El resto de su energía la gastó combatiendo contra la Junta Suprema de Santafé, a la cual pretendía someter sin éxito. A escasos dos meses de sesiones, se disolvió sin haber expedido una sola norma constitucional.

 

La provincia de Mariquita es anexada a Cundinamarca

En febrero de 1811, los representantes de la provincia de Santafé, resolvieron reunirse en "Serenísimo Colegio Constituyente" y en 20 días, organizaron todo aquello que consideraban necesario para dar vida al Estado de Cundinamarca, como entidad política autónoma. Expidieron una Carta Fundamental y a los diligentes congresistas les alcanzó el tiempo para proclamar a Fernando VII como "Rey de los Cundinamarqueses", imponiéndole al monarca la obligación de residir dentro del territorio del nuevo Estado "bajo pacto y juramento de observar inviolablemente la Constitución". En su ausencia gobernaría un "Vicegerente", escogido por el "Serenísimo Colegio". El zoólogo y botánico don Jorge Tadeo Lozano, fue llamado para tal cargo.

Al decidirse la elección de Fernando VII como "Rey de Cundinamarca", era natural que se produjera una ruptura con el Consejo de Regencia de Cádiz, quien hasta ese momento gobernaba en representación del "Augusto Monarca Prisionero", encarcelado por cuenta del Emperador Napoleón I. Y según informaciones que tenía el nuevo gobierno instaurado en Santafé, las juntas que regían hasta ese momento la Ciudad de Mariquita y la Villa de Honda, eran de vocación "regentista"

Y don Jorge Tadeo Lozano, aunque nunca fue muy diligente, en este caso procedió con insólita celeridad. Envió unas tropas para someter a quienes pensaran diferente. El mejor historiador presencial que tuvo la liberación del sur de América Latina, don José Manuel Restrepo, Ministro y confidente de Bolívar, escribe que 300 (!) hombres, al mando del Capitán don Manuel del Castillo y Rada, marcharon sobre la provincia "regentista" para colocarla a órdenes de la recién creada federación de las "Provincias Unidas de la Nueva Granada". Como segundo al mando, venía el alférez "bartolino", Francisco de Paula Santander.

La situación en la provincia era caótica. Los habitantes de Ambalema, Honda e Ibagué se habían armado para combatirse unos a otros, siendo encabezados el primero de estos Cabildos por el abogado Egidio Ponce y los otros dos por el doctor Antonio Viana. Estaba a punto de estallar una mini-guerra civil, pues ninguna población quería depender de Honda, donde residía la Junta de la Provincia de Mariquita.

La presencia de las tropas del Capitán del Castillo, vino a dirimir el litigio y la conflictiva provincia fue ocupada sin disparar un solo tiro. Las Juntas de Honda y Mariquita fueron disueltas, pues ya la mayoría de las poblaciones de la Provincia, habían adherido por su cuenta al gobierno de Santafé. Sin embargo, el Presidente Jorge Tadeo Lozano quiso revestir con algunos visos de legalidad esta solución de hecho y el 2 de abril de 1811, suscribió con don José de León Armero un Tratado de anexión de la Provincia de Mariquita al Estado de Cundinamarca. Don José Manuel Restrepo resume las 14 cláusulas donde estipulaban las condiciones:

"Que Mariquita debía ser gobernada por un Sub-Presidente que ejercería las facultadas de Corregidor Intendente; que tendría un Adjunto en el Consejo de Estado; que según su población seria representada en el Congreso como en el cuerpo legislativo por individuos de su elección; en fin, que se juraría la Constitución de Cundinamarca.

Este convenio fundamental fue aprobado por los Cabildos y diputados del pueblo de la Provincia de Mariquita, como establecido sobre las bases de una justa igualdad"

Entre tanto, en el sur del Tolima, la Revolución de Independencia tomaba características pintorescas. Por la misma época de la incorporación de la Provincia de Mariquita al Estado de Cundinamarca, las autoridades de Chaparral se quejaban ante el gobierno de Santafé, de que los esclavos de la región, reclamaban ser libres y "propietarios de tierras por ser éstas comunes". El historiador tolimense Hermes Tovar, en su trasegar por los archivos nacionales, ha encontrado curiosos documentos sobre el tema.

El rumor de los hechos acaecidos en la Capital del Reino a partir del 20 de julio de 1810, al discurrir de boca en boca, se fue agigantando hasta transformarse en otra cosa. Los esclavos de la región de Chaparral que, según el censo de población levantado 30 años antes, entre hombres y mujeres apenas superaban los 150, asumieron que los pronunciamientos de la Junta Suprema de Santafé, les había decretado la libertad y por lo tanto, en adelante tendrían los mismos derechos que disfrutaban los demás habitantes del antiguo Virreinato.

Varios se dieron a la fuga, la que efectuaban en grupos de a cuatro. Otros dejaron de atender sus trabajos, o sólo laboraban cuando querían y los dueños no se atrevían a proceder por temor a una reacción cruenta; "y finalmente han amenazado atumultuarse e incendiar esta parroquia y acabar con los amos, con lo que se han consternado las gentes y vecinos, que se han visto precisados a patrullar". Como puede verse, los esclavos de Chaparral querían llevar el concepto de Independencia, hasta sus ultimas consecuencias.

Al afectar esta agitación el orden jurídico, más allá de lo que pretendían los "revolucionarios" de Santafé, el Fiscal de la Capital, pidió que se ordenara al alcalde de Chaparral reunirse con los esclavos de las haciendas para explicarles que no existía ninguna disposición del nuevo gobierno que les "haya concedido la libertad ni declarado que las tierras son comunes". En cuanto a ellos, el orden social y jurídico, seguía igual y por tanto debían continuar obedeciendo a sus antiguos amos.


Ibagué, sede del congreso de las provincias unidas

Un año apenas iba a durar el gobierno de Fernando VII como "Rey de los Cundinamarqueses". En medio de un tumulto popular, el aguerrido periodista don Antonio Nariño, fue impuesto como Presidente, en reemplazo de don Jorge Tadeo Lozano. El nuevo mandatario, a quien todavía no le decían "El Precursor", no miraba con buenos ojos este embeleco de "Democracia Blasonada", impuesto por su antecesor, y convocó entonces el "Serenísimo Colegio Revisor y Electoral", para que expidiera una nueva carta de Cundinamarca y en abril de 1812, se promulgó otro estatuto, que prescindió de todo lo referente "a la monarquía constitucional", a la 'corona", a las formalidades y ritos reglamentarios para ingresar "el Rey" al "Trono" y todo aquello, incompatible con el nuevo régimen democrático que iba a implantarse.

Todo esto, como es natural, disparó las alarmas del abogado caucano, don José Clemente Camilo de Torres y Tenorio. El nuevo presidente de Cundinamarca don Antonio Nariño, era decidido partidario de instaurar un régimen "centralista" para agrupar las fuerzas de la naciente república y estar así en condiciones de enfrentar con algunas posibilidades de éxito a la reacción hispanófila surgida en el sur del antiguo Virreinato y a la inminente llegada, por las costas del norte, de tropas españolas enviadas desde la península que no estaban dispuestas a tolerar tonterías ni a perder una ricas colonias que sólo sabían redactar pomposas declaraciones de principios.

Don Camilo Torres decide entonces transformar su reducido "Congreso de Canapé" en "Congreso Federal" y con toda tranquilidad solicita que el Estado de Cundinamarca ponga a su disposición no solo todas sus tropas y la totalidad de los ingresos públicos, pues desea instaurar un sistema federal semejante al establecido en los Estados Unidos, pero no para organizar la defensa del territorio, sino para proteger los privilegios pueblerinos de unas oligarquías de provincia.

El gobierno de Cundinamarca deshecha las desmedidas pretensiones del Congreso Federal y por el contrario, empieza a promover la anexión de otras regiones al sistema "centralista" establecido en Santafé. Aunque ya contaba con buena parte de la provincia de Mariquita, pronto fue recibiendo el respaldo de otras localidades como Ambalema, Purificación, Garzón, Gigante y Timaná y poco después del resto de la antigua provincia de Neiva. Don Camilo Torres se da cuenta, entonces, que su flamante "federación" se esta desvaneciendo en las márgenes occidentales del rió Magdalena y resuelve trasladar la sede de su congreso "de juguete" para la ciudad de Ibagué. El pretexto esgrimido fue pueril: Se trataba de facilitar a los legisladores atender "con mayor prontitud a la defensa de las costas". Don Antonio Nariño, desde las columnas del periódico "La Bagatela", que mantenía siendo gobernante, con su humor volteriano comentaba: "¿Por qué han tomado el camino del Norte para llegar al Sur?"

Ibagué convertida de buenas a primeras en Capital de la Federación, cedió un caserón de dos plantas ubicado en una de las esquinas de la plaza principal, donde hoy queda el Edificio Nacional, que en otro tiempo había servido de cárcel, Alcaldía y Cabildo para que allí funcionara el Congreso de don Camilo. Fueron casi nulas las determinaciones legislativas de este cuerpo colegiado, pues toda su energía se desgastó en enviar exhortaciones a otras provincias para que aceptaran su autoridad, en pelarle los dientes al Presidente de Cundinamarca y en recibir malas noticias.

En efecto, pronto llegaron a Ibagué los primeros rumores de los movimientos populares en las provincias de Socorro y Tunja que buscaban la incorporación de diferentes regiones a la jurisdicción política del gobierno de Nariño. Esto generó gran inquietud entre los miembros del "Congreso de Canapé". De seguir prosperando el proceso de centralización alrededor de Santafé, de todas las antiguas provincias del Nuevo Reino, se iban al traste los proyectos federalistas que propugnaba don Camilo Torres.

Se decidió entonces trasladar la sede del Congreso de las Provincias Unidas a una localidad más cercana a la zona del conflicto y fue así como el 4 de octubre de 1812, en medio de piquetes, corridas de toros y espectáculos públicos organizados por Francisco de Paula Santander, se instaló en Villa de Leiva, un nuevo periodo de sesiones extraordinarias de aquel cuerpo colegiado. Ya se aproximaba el estallido de la primera guerra civil en la historia nacional, entre "centralistas" y "federalistas", pero como ninguno de estos acontecimientos afectó el devenir histórico del Tolima, nos abstenemos de entrar en detalles.

Sólo resta concluir que los seguidores de don Camilo Torres decidieron luego fijar su sede en la ciudad de Tunja y por eso pasó a la historia con el calificativo del "Congreso Trashumante". Resulta divertido imaginar a estos congresistas en su permanente peregrinar de pueblo en pueblo, como si se tratara de un circo ambulante, portando sus archivos, impedimentas y vituallas, buscando un lugar dónde montar su espectáculo. No existen, por desgracia, registros históricos que demuestren si en estos frecuentes trasteos, acarreaban también el famoso "Canapé".


Los tolimenses se van a la guerra

Victoriosas las tropas de Nariño en la batalla de San Victorino, en las goteras de Santafé el 9 de enero de 1813, cuando las huestes "centralistas", acaudilladas por la estatua de Jesús de Nazaret del templo de San Agustín, con el rango de "Generalísimo" y en donde al parecer, participó también, según testimonio del cronista presencial don José María Caballero, la propia Santísima Virgen en persona, los "federalistas" no tuvieron otro remedio que someterse el gobierno de la Capital.

Don Antonio Nariño, que al contrario de sus adversarios no estaba tan interesado en mantener los privilegios de las aristocracias pueblerinas, como en proteger la integridad de la naciente república, se formó el propósito de aunar esfuerzos para organizar un ejército que marchara a contener la reacción hispanófila, que se estaba fortaleciendo en el sur de la Nueva Granada.

Una de las primeras tropas enviadas por Nariño para frenar el creciente avance de las fuerzas de don Juan Sámano que amenazaban ya la ciudad de Popayán, iba comandada por el después General don Miguel Roergas Serviez, militar francés y antiguo combatiente de las tropas revolucionarias y de las águilas napoleónicas. Al promediar el mes de julio de 1813, acampó con sus hombres en la ciudad de Ibagué, con la intención de trasmontar la cordillera por el áspero camino del Quindío y salir a la ciudad de Cartago, y empezó una campaña de reclutamiento entre los jóvenes de la región.

De los primeros en alistarse en las tropas que ya empezaban a recibir el calificativo de "Patriotas", entre otros muchos, se enrolaron los jóvenes Juan José Bocanegra, oriundo de Espinal; Tomás Chinchilla, de Chaparral; Fulgencio Barrios, de Mariquita; estos últimos prematuramente desaparecidos, combatiendo por la causa de la Libertad.

Y también había llegado el momento histórico de don Pedro Nicolás María de Buenaventura. Nacido en 1774, cursó estudios en la capital del Nuevo Reino, se desempeñó como alcalde de Ibagué en 1807, tomó parte activa en los hechos del 20 de julio de 1810 en Santafé y pronto contrajo matrimonio en Chaparral con doña Inés Galindo y Liche. De esta unión nació su único hijo varón de nombre Rafael, quien años después llegara a ser Gobernador de la provincia de Mariquita. Hombre acaudalado, al estallar el movimiento insurgente puso toda su fortuna al servicio de la república, y no contento con esto, vinculó de manera definitiva su destino a la victoria de la causa, primero como político y más tarde como guerrero.

Atendiendo las peticiones hechas por don Antonio Nariño, quien en su condición de Presidente de Cundinamarca, acababa no sólo de declarar la independencia absoluta de España, sino también de atribuirse el rango de General. En las diferentes ciudades, villas y aldeas tolimenses, empezaron a reclutarse hombres y a recaudarse fondos para contribuir a la formación y sostenimiento del ejército que marchaba a combatir las tropas "realistas" que se habían hecho fuertes en las regiones del sur del antiguo Virreinato. Por la llanura tolimense, buscando la salida al Cauca, desfilaron las tropas que encabezaba el propio General Nariño, para combatir en el sur. Sin embargo, las intrigas palaciegas de los políticos de Santafé, persiguieron a Nariño hasta sus cuarteles de Tacines, donde la traición, la conjura y la deserción, evaporaron en las breñas de los ejidos de Pasto, los restos del único ejército regular que podía oponerse con éxito a la contrarrevolución "realista".

Y mientras el "Precursor" debía arrastrar por varios años más infamantes grilletes en la cárcel de "La Carraca", en el puerto de Cádiz, los ingenuos aprendices de estadistas granadinos, como si nada hubiera ocurrido, convencidos que la separación de España se consolidaba con sólo redactar grandilocuentes y pomposas declaraciones de derechos, continuaron forcejeando entre sí, por hacerse a un poder que cada día se tornaba más precario.


Se crea la república independiente de Mariquita

La derrota y prisión de Nariño, como es apenas natural, produjo graves repercusiones en la provincia de Mariquita. Sus poblaciones, aunque en otra época, algunas habían manifestado sus veleidades "federalistas", en general permanecieron solidarias con el régimen político encabezado por Cundinamarca. Apenas cinco días después de producirse los tumultos del 20 de julio de 1810, Honda y Mariquita habían expresado su respaldo al gobierno de Santafé, y luego, poco a poco, el resto de poblaciones de la comarca. Y cuando el 13 de julio de 1813, el Colegio Electoral y el Presidente don Antonio Nariño produjeron la Declaración de Independencia de Cundinamarca, las Provincias de Mariquita y Neiva fueron las primeras en solidarizarse.

Pronto, los distintos estamentos de los conglomerados que integraban la Provincia fueron prestando juramento de lealtad a la nueva situación, salvo el cura de San Luis, don Mariano Salazar, quien se negó a hacerlo, pero luego, por orden del Vicario de Ibagué, don Silvestre Vega, hubo de jurar su desobediencia a España. En estas condiciones, toda la región de Mariquita se declaraba en rebeldía contra el gobierno peninsular.

Pero ahora, desaparecido del panorama político el indudable liderazgo de Nariño y disueltas sus tropas, la situación se tornaba diferente. El Sub-Presidente de Honda, capital de la Provincia, don José León Armero, al recibir la infausta noticia de lo sucedido en los ejidos de Pasto, el 10 de mayo de 1814, de inmediato, el primero de junio, hizo una convocatoria a las armas para reforzar los ejércitos "patriotas". Luego, los desaciertos del gobierno interino de la capital y la sensación de orfandad que dejaba la ausencia de Nariño, hizo que el 20 de diciembre de 1814, los vecinos más prestantes de la comarca, constituidos en Asamblea Local, decidieran decretar la independencia absoluta del gobierno de Santafé y fundar un Estado independiente, eligiendo a don José León Armero como Gobernador y Capitán General de la nueva república que pensaban erigir.

Una de las principales preocupaciones del flamante mandatario, fueron los asuntos relacionados con la instrucción pública y a ésta dedicó los principales decretos de su administración y un Título completo de la Constitución Política que él mismo redactó e hizo aprobar para la Republica de Mariquita.

Por medio de Ley de 7 de diciembre de 1815, aprobada por las Cámaras Unidas de la Provincia de Mariquita, sancionada por don José León Armero, se aprobó el escudo de armas, que años después, por medio del decreto expedido el 12 de abril de 1861, se adoptó para el recién creado Estado Soberano del Tolima y que aun hoy, dentro del régimen departamental, sigue rigiendo.


La Constitución de la República de Mariquita

Tan pronto como asumió la Jefatura del Estado, José León Armero decidió él mismo redactar y someter a la consideración de una "Serenísima Convención Constituyente y Electoral", reunida en el "Palacio de la Convención de Mariquita", un proyecto de Constitución Política para la nueva Republica, el cual fue aprobado el 21 de junio de 1815 y mas tarde sancionado por el propio Armero, en "El Palacio de Gobierno de la nueva ciudad de Honda, a cuatro de agosto de mil ochocientos quince, 3o. de la Independencia".

Esta Carta Constitucional que no alcanzó a regir mucho tiempo, pues ya se acercaban las tropas "pacificadoras" de don Pablo Morillo, constaba de XXV Títulos, divididos cada uno de ellos en artículos que ostentaban una numeración independiente de un Título a otro.

Los constituyentes de Mariquita, luego de definir que: "Todo el poder político pertenece al pueblo y se deriva de él", plasmaron fórmulas realmente interesantes, sobre todo por lo novedosas para la época. El Gobierno para ellos estaba instituido "Para asegurar al hombre el goce de sus derechos naturales e imprescriptibles" y enumeraba los derechos de "la igualdad, la libertad, la seguridad y la propiedad" y en relación con ésta ultima, el articulo 27 del Titulo I, establecía: "Nadie puede ser privado de la menor porción de su propiedad sin su consentimiento, sino en caso de que una necesidad publica legalmente probada lo exija, y bajo la condición de una justa y precisa indemnización".

Éste vendría a ser el lejano antecedente de la actual figura jurídica de la expropiación por razones de utilidad común.

Aunque el proyecto inicial fue redactado en su totalidad por el doctor José León Armero, por desconocerse el sentido de las discusiones que sufrió en el seno de la "Convención Constituyente y Electoral" de Mariquita, no es posible hoy precisar con exactitud las modificaciones que introdujeron los encargados de debatirlo. Al parecer, cuando empezaron a llegar a la nueva república, los primeros rumores sobre la marcha victoriosa de las huestes "pacificadoras" que se acercaban a la región, los comprometidos en la desobediencia a España, se apresuraron a borrar todos los rastros de su conducta rebelde y por eso desaparecieron muchos documentos que los incriminaban. Claro que el texto de la Constitución se conservó, pues había sido profusamente divulgado en folletos y resultaba imposible recogerlos todos. Por eso hoy podemos saber que este curioso estatuto institucional, fue suscrito por doce constituyentes, quienes actuaban en representación de Honda, Mariquita, Ambalema, Espinal, Ibagué y La Palma.


¿Constituyentes comunistas?

Hay en el Título I de la Constitución de Mariquita, dedicado a la enumeración de las garantías individuales que gozarían los habitantes de aquella pequeña república, una norma que merece un análisis más detenido. En efecto, aparece en el articulo 42: "La propiedad del suelo de un Estado libre, es uno de los derechos esenciales del cuerpo colectivo del pueblo".

Este enunciado, que se refiere nada menos que a la titularidad del dominio sobre el suelo en un Estado libre, por desconocerse sus antecedentes, no resulta fácil precisar sus alcances. La ausencia de documentos descriptivos del desarrollo de los debates adelantados por los Constituyentes de Mariquita, no permite fijar la intención que ellos tuvieron al expedir la disposición en estudio. En otras palabras, no contamos con elementos de juicio suficientes, para penetrar en lo que ahora los juristas llaman, "El Espíritu del Legislador".

Por eso sólo hay lugar a hipótesis y a nosotros se nos ocurren por lo menos tres. La primera sería la facultad de que disfrutarían todos y cada uno de los habitantes de la república de Mariquita como miembros "del cuerpo colectivo del pueblo" y en ejercicio de "Uno de los derechos esenciales", de adquirir "La propiedad del suelo". Esto lo sugiere la misma ubicación de la norma dentro del cuerpo de la Constitución, pues aparece es en el Título I, dedicado a enumerar los derechos y garantías individuales, que se predicaban para todos los pobladores de la nueva república.

Otra posibilidad sería la de una sustitución de soberanías. En efecto, es bien sabido que durante toda la época de la Colonia, siempre se sostuvo la ficción jurídica de que todas las tierras de sus posesiones en América, pertenecían al Rey, quien podía otorgarla como gracia o en usufructo a algunos de sus súbditos. En otras palabras: La Soberanía sobre el suelo, sólo podía pertenecer al Monarca. De ahí el nombre de "Tierras Realengas".

Ahora bien, al producirse el desconocimiento en forma definitiva de la autoridad del Rey sobre sus antiguas colonias, "la propiedad del suelo en un estado libre" habría cambiado de titular y en adelante esa Soberanía habría pasado al "cuerpo colectivo del pueblo", quien al ejercerla como "uno de los derechos esenciales", quedaba convertido en el único ente autorizado para disponer legalmente de todas las tierras que antes pertenecían al Monarca. Esto coincidiría con la definición que los Constituyentes de Mariquita plasmaron el primer artículo de la Carta que comentamos: "Todo el poder político pertenece al pueblo y se deriva de Él". O dicho de otra manera: si el pueblo de Mariquita era ahora el nuevo Soberano, lógicamente sólo él, era el único autorizado para discernir la propiedad a los particulares.

Pero cabe todavía una tercera interpretación. Podría pensarse que José León Armero entendía que "La propiedad del suelo", pertenecía a todo "el cuerpo colectivo del pueblo", vale decir a toda la colectividad. En este caso nos encontraríamos ante un hecho realmente interesante: El patriota granadino se habría adelantado casi en medio siglo a las concepciones de Carlos Marx y de sus seguidores sobre la titularidad de la tierra y, en esas condiciones, el artículo que venimos comentando, podría figurar perfectamente hoy, en cualquier Constitución socialista contemporánea.

Por desgracia, como ya dijimos, la ausencia de antecedentes que precedieron la expedición de esta norma, tan sólo deja lugar para las hipótesis. Y decimos por desgracia, pues por falta de pruebas, nos quedamos sin saber si la apropiación colectiva de la tierra, según la concepción del Comunismo Internacional, tuvo sus remotos precursores en unos ingenuos Constituyentes que, agobiados por el calor, hace 175 años fundaban "Repúblicas Independientes", en la polvosa y soleada llanura tolimense.


La reconquista española

Los peninsulares empero no estaban para bromas, pues no iban a permitir que una descarga de discursos les arrebatara sus ricas colonias de ultramar. Pronto prepararon la Reconquista, que cogió casi de sorpresa a los altivos próceres de la primera república, enfrascados como se encontraban en sus rencillas domésticas y en la organización de sus congresos de juguete.

En el transcurso de la "Patria Boba", cuando los ingenuos aprendices de estadista creían que la separación de España se conseguiría con sólo redactar ampulosas declaraciones de principios, don Nicolás María de Buenaventura, participó en las deliberaciones del Congreso que se reunía bajo el auspicio de José León Armero, para elaborar la Constitución de la República Independiente de Mariquita. Y es así como su nombre, aparece en el acta que protocolizó la independencia absoluta de esta provincia, el 21 de julio de 1815.

Pero como los españoles no estaban para soportar tonterías, en varias ciudades del sur del antiguo Virreinato, fueron armando ejércitos para sojuzgar las regiones en rebeldía. Entonces Buenaventura, se dio cuenta que las discusiones a bala sólo podían replicarse a bala. Aprovechando su estupendo poder de persuasión y su especial elocuencia, comenzó a invitar a las gentes de Ibagué, Ambalema, Guamo, Espinal y Chaparral, para que tomaran las armas y marcharan a reforzar las tropas republicanas que combatían en el sur.

Costeando todo de su propio peculio, fue armando, instruyendo y equipando los contingentes de voluntarios que semanalmente despachaba para que se incorporaran en las filas de combatientes en la región del Cauca. Y cuando ya empezaron a escasear las monedas de oro en sus bien surtidos arcones, entendió que sólo le restaba ofrecerle a la causa la fuerza de su propio brazo. Decidió entonces marchar él mismo a empuñar las armas, y como en la vieja canción infantil: "Nicolás, se fue a la guerra", tomando parte en algunas acciones bélicas, y alcanzar pronto el grado de Teniente Coronel.

Luego de 106 días de soportar un sitio militar de horror, la plaza fuerte de Cartagena de Indias se rindió ante el "Pacificador", general don Pablo Morillo. Los "Patriotas" cartageneros fueron derrotados más por el hambre que por las balas. Luego de efectuar los fusilamientos que consideró adecuados, el expedicionario español dividió sus tropas en diferentes columnas para que iniciaran la "Reconquista" de los antiguos territorios del Virreinato de la Nueva Granada. Por el río Magdalena golpearía el comandante Donato Ruiz de Santacruz, para ocupar la ciudad de Honda y sobre el oriente actuaría el Coronel don Sebastián de la Calzada.

Semanas antes, don José León Armero se había retirado del gobierno y reemplazado por don Antonio Villavicencio, el célebre comisario regio de 1810. Pero el 27 de abril de 1816, las tropas "pacificadoras" de Donato Ruiz de Santacruz, lugarteniente de don Pablo Morillo, ocuparon la ciudad de Honda, dando comienzo allí al "Régimen del Terror". Villavicencio fue capturado y más tarde ajusticiado. Días después cayó también prisionero don José León Armero y condenado a muerte, fue arcabuceado el primero de noviembre de 1816, acto que se cumplió -según muchas fuentes-, a la sombra de la ceiba que por entonces campeaba en la mitad de la plaza del Alto del Rosario, en la ciudad de Honda, aunque hay quienes afirman que detenido lejos de la población, cuando era conducido allí, se le aplicó la "Ley de Fuga" y fue asesinado por el camino.

Entre tanto, las tropas del Coronel de la Calzada, aniquilaban en el páramo de Cachiri a los voluntarios que conformaban las menguadas fuerzas del general Custodio García Rovira. Cae en aquel combate el sargento hondano, Antonio Pretel. El "Pacificador" don Pablo Morillo ocupó a Santafé, días después de producirse la despavorida desbandada que encabezan los políticos en agraz de la "Patria Boba". Bordeando el río Magdalena que riega la llanura tolimense, camino de Neiva, para seguir luego a Popayán, pasa lo que resta de una Republica en trance de muerte.

Encabezados por el señor presidente don José Fernández Madrid, que va escoltado por su menguada Guardia de Honor, van los diputados de un Congreso disuelto, y los restos del ejército republicano representado por el Batallón "Socorro", que a duras penas llega a doscientos hombres. Parecen los fantasmas de una república trashumante o revolucionarios en fuga, que "copiaron el desfile de la melancolía."

Derrotados en el Cauca, en el combate de la Cuchilla del Tambo y rematados finalmente en la batalla de La Plata, a Chaparral comienzan a llegar algunos "patriotas" en calidad de refugiados. Entre ellos viene nadie menos que el antiguo presidente, don José Fernández Madrid, quien ha hecho dejación del cargo en Popayán, después de solicitar, casi con lágrimas en los ojos, que se le acepte una renuncia que ha presentado repetidas veces.

Sin embargo, los tiempos que corren ya no están para los gestos de olímpica valentía o desafiante soberbia contra la Corona. Han pasado los días en que la Patria lo era todo. Desde Chaparral dirige varias cartas a Morillo, hablando de rendición y en la primera de ellas dice:

"Acabo de llegar a este pueblo, y de nuevo imploro su noble y piadosa generosidad, en favor de un joven inexperto y desgraciado. Me hice cargo, excelentísimo señor, del fatal destino que he obtenido -¡y hablaba de la Presidencia de la República!- sólo para evitar una sangrienta revolución que se preparaba contra los amantes de nuestro soberano y por restablecer el orden, reconocimiento al Rey Nuestro Señor y sacando algún partido para los culpables, si era posible. Traté de verificarlo, desde luego, aunque sin efecto por la oposición de las tropas. Desde Bogotá (Funza) traté de irme a Santafé a entregar todo y luego en marcha a Popayán, procuré siempre hacerlo, y no faltó oficial que por esto amenazara asesinarme....

Detenido Fernández Madrid por las autoridades realistas de Chaparral, es puesto a disposición del general Morillo, pero gracias a sus vinculaciones familiares y al hecho de haber entregado todo su dinero a los "pacificadores", mientras sus compañeros de gobierno son llevados al cadalso, es desterrado a Cuba y se radica en La Habana. Allí empieza tranquilamente a ejercer su profesión de médico, como si nada grave hubiera ocurrido.


El régimen del terror

Y comienza entonces el "Régimen del Terror". Los consejos de guerra permanentes con sus sentencias de muerte casi sistemáticas, mantienen en extremo ocupados a los verdugos encargados de los patíbulos que se han levantado en todo el territorio del Nuevo Reino. Pobres y ricos, hombres y mujeres, irán a purgar con sus vidas, unos sus propios errores, otros los errores ajenos.

Un sordo temor arropó lentamente la colonia reconquistada. Los constantes movimientos militares de las tropas "realistas" que permanentemente entraban y salían de las ciudades, villas y aldeas sojuzgadas; la incertidumbre que surgió de la impenetrable coraza de hermetismo que ocultó las verdaderas intenciones de las autoridades "pacificadoras"; la ejecución de seres queridos, la desesperanza, fueron agazapando en los rincones más recónditos, los sentimientos libertarios que meses antes sacudían a las masas.

Y poco a poco surgió la delación. Desapareció la confianza en las tertulias. Los amigos se miraban con recelo y las escandalosas discusiones en las pulperías, las plazas, las esquinas, se interrumpieron, repentinamente. Todos aquellos que tenían algo que temer por haber registrado alguna participación o haber expresado alguna opinión favorable a la revuelta, desaparecieron de la vista de sus conocidos como por encanto. Continuaban produciéndose diariamente nuevas detenciones.

Pero también llega a Chaparral el teniente coronel Nicolás María de Buenaventura. Sin embargo, él no viene a capitular sin condiciones, ni a suplicar por su vida. Su caso no tiene salvación porque se ha comprometido demasiado con la causa libertaria. Estrictamente custodiado, es llevado al pueblo de sus querencias, para ser juzgado como prisionero de guerra.

Ha militado en las tropas del coronel Liborio Mejía, mozo de 24 años, quien obligado por la deserción de los patricios de la Primera República, que se han dado a la fuga, o intentan infructuosamente pactar a toda costa con el enemigo, se ha visto en la necesidad de asumir la jefatura del gobierno en su calidad de Vicepresidente, y la dirección suprema de un ejército compuesto en buena parte, por bisoños reclutas.

El coronel Mejía, con esa concepción dramática de la vida que tienen algunos de sus contemporáneos, colocado en el trance de hacerle frente a una catástrofe inevitable, resuelve declarar "La Guerra a Muerte", y la proclama con bando solemne, ordenando que se enluten las banderas y los tambores toquen a la "Funerala". Dominado por ese sentimiento fatalista, decide atacar al enemigo en sus propias posiciones, que son realmente inexpugnables. El 29 de junio de 1816, ordena asaltar las trincheras que don Juan Sámano mantiene en la altura denominada la Cuchilla del Tambo. Sus soldados casi inermes, deben enfrentarse a una bien emplazada artillería.

A pesar de la desigualdad de las fuerzas, el combate dura cerca de cuatro horas. Acosado por todos los costados, el ejército rebelde se bate desesperadamente, pero la mitad de los hombres queda en el campo y trescientos de sus efectivos, copados por las tropas enemigas, son puestos prisioneros. El coronel Liborio Mejía, logra, sin embargo, con un grupo reducido abrirse paso por entre el adversario y seguido de una raquítica columna, que se va dispersando por el camino, se dirige a la Plata, para librar la postrera escaramuza de la Primera República. Nicolás de Buenaventura, que se ha batido valerosamente a su lado, cae también en poder de los españoles vencedores y amarrado, es enviado a Chaparral.

Al pueblo ha llegado igualmente el comandante peninsular, don Simón Sicilia, quien más tarde se destacará por su crueldad, cuando intente reprimir, sin mucho éxito, el movimiento guerrillero de los hermanos Almeyda en la región de Chocontá, donde los republicanos logran mantener abiertas las comunicaciones entre los conspiradores patriotas del interior y los combatientes de los Llanos, que se preparan para recibir a los ejércitos de Bolívar.

Sicilia ordena que al coronel Buenaventura se le mantenga encarcelado, mientras se recaudan pruebas en su contra. El asunto no es difícil, pues ni el reo niega, ni puede hacerlo, porque su gestión rebelde ha sido múltiple: "Ya contribuyendo a dar vida al movimiento del 20 de julio en Santafé, ya entusiasmando los pueblos de la provincia de su nacimiento, ya reuniendo milicias y organizándolas para formar el ejército con que Nariño emprendió campaña sobre Popayán y Pasto; ya reuniendo sumas de dinero para enviar a los campamentos; ya víveres para racionar las tropas, ya, en fin, vestuarios, caballerías y todo género de recursos para remitir a los que luchaban por ser libres. La labor del señor Buenaventura como Comandante General de la expresada provincia, fue infatigable y fructuosa".

Con semejante expediente, la suerte del prisionero no es difícil de prever. Remitido por Sicilia de Chaparral a Santafé, el jefe revolucionario es de inmediato condenado a muerte, pues debe purgar en el patíbulo el delito de sus opiniones, y así, el 29 de noviembre de 1816, es arcabuceado en la Huerta de Jaime y años después, su nombre es inscrito en el obelisco conmemorativo que se levanta en el parque de los Mártires en Bogotá.


La "reconquista" en Ibagué

Mientras en otras regiones tolimenses empezaban a gestarse movimientos de resistencia contra las tropas "pacificadoras"; en Ibagué, en cambio, se las recibía con vítores y aclamaciones. A propósito, el profesor y académico Josué Bedoya Ramírez, escribe: "El comandante militar de Honda, dependiente del Pacificador Morillo, Donato Ruiz de Santacruz, designó al Teniente Coronel Simón Sicilia para tomarse a la ciudad de Ibagué, con una fuerte compañía de soldados españoles de a pie y de a caballo dotados con las mejores armas. El día primero de mayo de 1816, sin mayor resistencia, la ciudad cayó en poder de los "realistas", los "patriotas" huyeron apresuradamente al sur y a las montañas del Quindío.

Como primera medida, el comandante Sicilia ordenó hacer un desagravio público a Su Majestad Fernando VII para lo cual se adornaron profusamente las calles con toda clase de colgaduras, banderines, flores, gallardetes y arcos de triunfo, participando en los desfiles y jolgorios no sólo de los partidarios del Rey, sino también todas las familias de los patriotas temerosas de las represalias que la soldadesca estaba cometiendo. Para el día señalado, para mayor solemnidad, numeroso gentío se convocó en la plaza principal, a poco se presentó la fuerza armada vestida de gala, en orden de desfile, al son de tambores y trompetas. Al frente y rodeado de los regidores principales montado a caballo, portando en alto el estandarte, el señor Alférez Real don José María Varón, a su lado iba en fogoso corcel don Miguel Varón, Alcalde de Primera Vara, quien imponiendo silencio pronunció la siguiente arenga: "La transformación política del año 1810 fue bajo juramento de reconocimiento de nuestro Católico Monarca el señor don Fernando Séptimo, así lo juramos entonces. Después se proclamó la independencia, desde aquella época son incalculables los males que se han seguido a todo el reino. Esto supuesto, todo el que quisiere bajo el reconocimiento y obediencia de nuestro Católico Monarca levante el brazo y diga: viva nuestro Católico Monarca Fernando Séptimo... ", El pueblo a un coro contestó con vítores y aclamaciones. Hubo un largo desfile alrededor de la plaza, y se le rindió homenaje férvido al retrato del Rey fijado sobre la puerta principal del cabildo, entre colgaduras de terciopelo y cintas de colores. Luego el señor Alférez Real pronunció otra alocución y arrojó puñados de monedas al aire, terminando el día con bailes y fandangos públicos hasta el amanecer. Esta fiesta se prolongó durante los días 6, 7 y 8 sin descanso, con derroche de fuegos de pólvora artificial, voladores, castillos, vacalocas, pisaniguas y juegos de torneo de cañas a caballo y encerradas de toros bravos. El día nueve se celebró, para finalizar, una misa ceremoniosa en la capilla del Convento de Santo Domingo, oficiada por el señor cura fray José Silvestre Vega, acompañado por los presbíteros Ignacio Varón Díaz y Ramón Romero. El sermón estuvo a cargo de fray Fernando Racines, quien en su emocionada oración hizo un recuento de los terribles males y perjuicios sufridos durante el régimen y manifestó con viva alegría que por su parte "el no había hecho más que obedecer aquel gobierno que no podía resistir aunque reconociese sus errores". (Archivo Mpal. Legajo No. 3-1816, Ibagué)

Hacia las dos de la tarde, los señores del Cabildo vestidos con sus mejores galas, se reunieron ceremoniosamente en la sala del Ayuntamiento, mientras a las puertas del vetusto caserón montaban a caballo en correcta formación los notables de la ciudad, encabezados por el señor Alférez Real, quien portaba en alto el Real Pendón. Desde la esquina contraria de la plaza principal, apareció un desfile militar al frente del cual iba la desafiante presencia del comandante Sicilia y sus altos oficiales españoles, la tropa presentó armas, sonaron las trompetas y redoblaron los tambores marciales hasta que, llegado el batallón frente a un alto estrado especialmente construido con adornos y alegorías alusivas a la fidelidad debida a su Majestad Católica, hizo alto, tomando la tribuna el señor Alcalde don Miguel Varón exclamó en voz alta: "¡Castilla, Castilla, Castilla! ... ciudad de Ibagué, ¡Ibagué! ¿jurais por Dios Nuestro Señor, reconocer, obedecer y defender a nuestro Católico Monarca el señor don Fernando Séptimo de Borbón?..." y el pueblo, agitando banderolas en un sólo grito, respondió: "¡sí juro!" Luego prosiguió el desfile hasta llegar a un segundo templete al cual se verificó otro acto similar, haciendo aclamar a las gentes fidelidad al Rey, y desde allí se partió hacia un tercer estrado erigido en la plazuela de Santo Domingo (hoy Parque Murillo Toro), ante el cual postrándose y espada en alto el señor Alférez Real don José María Varón, juró solemnemente lealtad eterna. El cuerpo o banda de música de la tropa atronó el espacio con sus himnos, y después de dado varios recorridos por las calles principales, la multitud regresó al estrado en el cual un lujoso y escogido grupo de las más linajudas damas ibaguereñas, vestidas con los más ricos atuendos de la época, presentaron actos escénicos alusivos a la llegada de los ejércitos salvadores enviados por la Madre España, participando entre otras doña Antonia Villanueva, Marcelina Lozano, Vicenta Fernández, Gertrudis Robayo y Maríana Cifuentes, jóvenes lindas que en turno declamaron los siguientes versos, que propiamente no son muestras de ingenio poético, pero que merecieron vivos aplausos de la concurrencia:

 

"Viva el Rey Nuestro Señor,

y muera el libertinaje,

la causa de nuestros males.

de nuestra ruina y ultraje"


"Esta ciudad se lisonja

y con razón debe loarse,

pues no hizo revolución,

ni a españoles ha hecho ultraje"


"Viva el general Morillo,

viva el Pacificador.

vivan sus tropas guerreras,

viva el Rey Nuestro Señor"


"Viva el coronel Latorre,

que dio paz a Santafé,

e inmortalizó su nombre

como en Egipto José"


"Viva el coronel Calzada

viva su tropa invencible,

y muera el que nos engañe

con la oferta de ser libres"


"Viva nuestro digno jefe

el coronel Santa Cruz,

por quien reviven los pueblos

y ven de la paz la luz"


"Viva el actual comandante

y valeroso Sicilia,

viva y resuene su nombre

por el Reino de Castilla"


Terminada la fiesta popular siguió un gran baile, con vinos, chocolates, bizcochuelos, colaciones, masatos, en el cual los oficiales españoles se dieron el gran gusto abrazando y enamorando a las bellas chicuelas ibaguereñas, felices de su fidelidad al Rey".

 

Conatos de resistencia

Pero si en Ibagué aclamaban a los "pacificadores", en otras localidades tolimenses la situación era diferente. Desde las primeras irrupciones de las tropas españolas sobre el territorio, se presentaron violentas represiones contra la población civil. Ya en octubre de 1816 eran fusiladas en Mariquita por orden del Comandante Peninsular don Manuel Angles, la señorita Anselma Leyton, natural de Lérida, quien previamente había sido torturada, por haber refugiado en su casa algunos patriotas que huían de los invasores y a Estefanía Linares, por haberse resistido a delatar el escondite del prócer Patricio Armero. Se dice que por igual razón, fue ejecutada la célebre Carlota Armero, aunque según afirman algunos autores, esta "heroína", nunca existió.

También se levantaron patíbulos en la aldea de Piedras, en Espinal, pero donde más crudamente se expresó el "Régimen del Terror" fue en la región comprendida entre Natagaima, Prado y Purificación. Por desgracia, son muy pocos los detalles que se conocen sobre los conatos de resistencia presentados en estas regiones, pero en todo caso, la magnitud de las represalias, indican que debieron ser graves.

Algunos investigadores afirman, que al parecer, se trató de un alzamiento de los indígenas de la región contra los "reconquistadores", pues la mayoría de los ajusticiados pertenecían a esa raza. La primera en caer fusilada en Purificación el cinco de septiembre de 1816, fue Joaquina Aroca, natural de Natagaima, pues en su casa se reunían los conspiradores para preparar la insurrección. Tres días más tarde, eran ejecutados en el pueblo de Prado, el aborigen Fulgencio Bernate, oriundo de Natagaima y su compañero Domingo Ducuara.

Todo indica que fue la población de Prado el epicentro del movimiento subversivo, por la cantidad de ajusticiamientos, once en escasas dos semanas, que se efectuaron en la pequeña población. Tal vez el conato de resistencia se repitió, pues al año siguiente se reanudaron las ejecuciones. El encargado de esta nueva sangrienta represión fue el capitán español don Ruperto Delgado, quien con el paso de los años llegaría a ser gobernador de las Islas Canarias.

Los primeros en subir al cadalso, muy visitado por esos días, fueron quizás los inspiradores del alzamiento, Julián Valdés, de Prado y Luisa Trilleros, de Natagaima, el siete de septiembre de 1817. Pero sólo hasta el día siguiente vino el plato fuerte. En esta fecha y en el mismo patíbulo, fueron ejecutados, José Ignacio Talledo, ecuatoriano; Ramón Antonio Vernaza, de Espinal; y Pantaleón Murcia, Juan José Tamara, y Bernabé Aroca, todos de Natagaima.

En esa misma semana, don Ruperto Delgado trasladó sus "trastos de matar" a la Villa de Purificación y el diez de septiembre, ordenó la ejecución de María del Rosario Devia, también natural de Natagaima y una semana después a Mercedes Loaiza, de Villavieja, por mantener correspondencia con un patriota desconocido, a quien no quiso denunciar. Pero la danza macabra continuaba y el 19 del mismo mes, ordenó el fusilamiento de Antonia Moreno, neivana, por haber facilitado la fuga de unos patriotas prisioneros. En el mismo patíbulo y por la misma causa, perecieron Marta Tello y finalmente, Dolores Salas, ambas oriundas de Neiva.

Como puede observarse en esta somera relación, en la lista de estos mártires sobresalen en número los indígenas y las mujeres que escondían y preparaban fugas, negaban información al enemigo, aún a costa de sus propias vidas, mientras sus congéneres en Ibagué, declamaban poemas en honor a los feroces "pacificadores".


Un ejército invisible

Como es apenas natural, tales represiones achicaron el espíritu levantisco de las gentes en toda la Nueva Granada y muchos preferían olvidar que alguna vez habían abrigado esperanzas libertarias. Ahora sólo pensar en ellas se había vuelto un delito y expresarlas, podía pagarse con la vida.

Tan sólo un puñado de testarudos que siguiendo al general francés Miguel Serviez y al joven cucuteño Francisco de Paula Santander, han logrado escapar del derrumbamiento de la primera república, y tratan ahora de organizar la resistencia al "Pacificador" español, desde los llanos orientales. En principio los granadinos pueden captar algunos rumores sobre las actividades de aquel foco insurgente. La guerrilla de la Niebla y la de los hermanos Almeyda, logran mantener abiertas las comunicaciones entre los patriotas que conspiran en el interior y el grupo armado que combate en las llanuras. Sin embargo, acosados por los ejércitos del Rey, aquellos enlaces deben abandonar la región de Chocontá, trasmontar la cordillera, e internarse en Casanare. Nadie vuelve a tener noticias de los ejércitos de la libertad.

Pero un buen día ocurre algo increíble. Algún alucinado, decide reclutar soldados patriotas en la provincia de Mariquita. Se desconoce de quién partió la idea y si su intención fue la de organizar un ejército rebelde en el corazón del virreinato restaurado, o apenas preparar hombres para enviarlos clandestinamente a combatir a los llanos. Y como no es usual que las conspiraciones se eleven a escritura pública, seguramente jamás se podrán esclarecer estos detalles. Pero lo cierto es que, a través de los prudentes conductos del misterioso correo de las brujas, se fue haciendo saber cautelosamente a todos los focos de descontento, que se necesitaban brazos resueltos a empuñar las armas, para reanudar la guerra contra España. Se trataba, en otras palabras, de darle vida a una organización armada de carácter clandestino, que pasó a la historia con el nombre de "Escuadrón de Voluntarios de la Patria"

El joven José María Melo, quien a la sazón frisaba en los 18 años, pues había nacido en Chaparral el nueve de octubre de 1800, fue de los primeros en alistarse en las filas del escuadrón fantasma. Debido a su instrucción escolar, el 24 de abril de 1819, es admitido con el grado de teniente de un ejército invisible. Debe anotarse que en ese momento el "Régimen del Terror" imperaba en todo el interior del virreinato; todavía no se había iniciado la gran marcha que terminaría victoriosa en Boyacá, las gentes acallaban medrosamente su vocación republicana y eran muy pocos los granadinos partidarios de alzarse nuevamente en armas, después de las represiones padecidas. El sentimiento libertario de Melo, no fue pues, como en muchos otros casos, producto de la contagiosa euforia colectiva que se adueñó de la juventud del Nuevo Reino, cuando meses después, los ejércitos de Bolívar eran dueños de la situación y por lo tanto era menos peligroso ser patriota. Su temperamento lo llevó a ser rebelde, cuando era realmente peligroso serlo.

Seguramente comenzó a recibir en la clandestinidad una rudimentaria instrucción militar, pues es de suponer que no se reclutaban oficiales únicamente para repartirles grados. Van pasando los días entregados a esta labor conspirativa, cuando nuevos rumores comienzan a llegar a la provincia de Mariquita, esta vez provenientes de la Cordillera Oriental.

Ocurre que a orillas del río Apure, el ejército rebelde detuvo su marcha en la abandonada aldea de Setenta y en un rancho semiderruído, sentados sobre calaveras de res que el sol y la lluvia de los llanos han blanqueado, nueve oficiales escucharon asombrados de los labios febricitantes de Bolívar, su desconcertante plan para lanzar una invasión sobre los territorios de la Nueva Granada. Esto ocurría el 23 de mayo y apenas mes y medio después, algo semejante a un macilento desfile de espectros, saliendo de la niebla, comenzó a descender vacilante de las agrestes soledades del páramo de Pisba.

Lo que ha ocurrido no lo entiende nadie. Mientras se suponía que los llaneros continuaban en las sabanas de Arauca, repartiendo lanzazos contra los realistas o lanzándose a caballo para cruzar los ríos, desafiando impávidos los bostezos de los caimanes, los hombres de la planicie, aparecen ahora en la cumbre de la cordillera andina, muy lejos de sus horizontes infinitos, totalmente desconectados de su medio ambiental.

Como siempre, el revuelo y la incertidumbre que causan estas noticias dan origen a las versiones más contradictorias. A la provincia de Mariquita vuelven, como en otro tiempo, los rumores portando las especies más disímiles. -Que no es cierto que se haya producido la invasión-, que sí es cierto, pero que los ejércitos del Rey han podido detenerlos-, que no sólo pudieron detenerlos, sino que el general Barreiro con sus tropas, ha derrotado y disuelto ese "ejército de pordioseros".

Y entre tanto, José María Melo y los demás oficiales del escuadrón de Mariquita que no existe, aceleran su preparación militar, pues entienden que ha llegado el momento de combatir.

Hasta que un día estalla la bomba. A las diez de la noche del ocho de agosto, dos jinetes que vienen del norte, irrumpen a todo galope por la solitaria calle principal de Santafé, llegan hasta la Plaza Mayor, la atraviesan en dirección al palacio del Virrey, sofrenan las bestias, descabalgan precipitadamente y sin mayores contemplaciones con la guardia, penetran en el caserón para dar a Don Juan Sámano la tremenda noticia: Las tropas del Rey han sido derrotadas la víspera en el puente de Boyacá: Barreiro, su oficialidad y todo su ejército han caído prisioneros de los descamisados de Bolívar y éste, con todos sus hombres, avanza a marchas forzadas sobre la capital. En otras palabras, la Guerra de Independencia de la Nueva Granada, había terminado.


¿Qué ocurrió después?

Si bien es cierto que las hostilidades cesaron en buena parte del territorio granadino, se dio por terminado el pavoroso "Régimen de Terror", empezaron a desmontarse los patíbulos y la tranquilidad regresó a los hogares patriotas, para muchos jóvenes tolimenses, la guerra apenas comenzaba. Se trataba ahora, no sólo de consolidar la libertad en su propio país, sino que debían contribuir con la liberación de otras naciones de América Latina.

Pero no debe pensarse que sólo con las armas los jóvenes tolimenses pelearon por la Independencia. Por diferentes medios, prestaron su colaboración con la causa. Tal es el caso de don Luis Caicedo y Flórez. Nacido en la Villa de Purificación, el 9 de octubre de 1752, pertenecía a una familia muy adinerada que repartía su atención entre el cuidado de sus grandes haciendas situadas sobre el valle del Alto Magdalena tolimense, y sus empresas comerciales, en la capital del virreinato, Santafé de Bogotá.

Esta prestancia económica y social, le permitió a don Luis Caicedo y Flórez, alcanzar posiciones dentro del gobierno colonial, por lo general reservadas para empleados venidos desde la metrópoli. Llegó a ser varias veces regidor del "muy ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento" de la ciudad de Santafé, Alférez Real y Alcalde Ordinario de Primer Voto, de la capital del virreinato.

Pero su estrecha amistad con don Antonio Nariño, Pedro Fermín de Vargas y otros precursores que ya maduraban ideas independentistas, lo fueron comprometiendo con la causa "Patriota", desde 1809. En agosto de aquel año, un alzamiento popular había depuesto las autoridades coloniales en la ciudad de Quito y los insurrectos habían instaurado una Junta Suprema de Gobierno, e invitaron a gentes de otras localidades a seguir su ejemplo. Como estas regiones dependían del Virreinato de la Nueva Granada, correspondía a las autoridades de Santafé adoptar las medidas pertinentes.

A partir de ese momento los acontecimientos empezaron a sucederse de una manera acelerada. Los notables de la capital obligaron al virrey para que convocara una reunión en su palacio y se estudiara la situación planteada por la Junta de Quito. Pero el virrey don Antonio Amar y Borbón, desoyendo la opinión de un buen numero de asistentes quienes conceptuaban que no sólo debía respetarse la Junta quiteña, sino también que debía constituirse una similar en la capital del virreinato, dispuso que se sometiera a los rebeldes de la Presidencia de Quito, por la fuerza de las armas.

Pero como ocurría que también en el corazón del virreinato reinaba el descontento contra las autoridades españolas, un grupo de jóvenes empezó a preparar una vasta conspiración para interceptar por el camino a las tropas que conducían las armas para sofocar el movimiento surgido en el sur. Entre los comprometidos con esta empresa se encontraban don Antonio Nariño, el canónigo don Andrés Rosillo y Meruelo; su sobrino, José María Rosillo, primer mártir de la Independencia; don Joaquín Ricaurte, don Antonio Obando y otros más que luego combatirían en la guerra que se avecina. Pero también está comprometido con la confabulación, nada menos que el alcalde de Santafé, don Luis Caicedo y Flórez.

El plan que se proponían sacar adelante los conspiradores era en apariencia sencillo. Emboscar por el camino a los soldados que conducían el armamento para sojuzgar a Quito, despojarlos de éste, armarse los primeros guerrilleros y distribuir el resto, entre los esclavos de la hacienda "Saldaña", de propiedad de don Luis Caicedo y Flórez, quien les había prometido otorgarles la libertad si empuñaban las armas contra las autoridades peninsulares. Por falta de coordinación el proyecto fracasó, y los conspiradores se dispersaron en pequeñas partidas armadas, una de las cuales fue a dar a Casanare.

Llegó pronto el 20 de julio de 1810 y don Luis Caicedo y Flórez tomó parte activa en los acontecimientos de ese día, Fue uno de los firmantes del acta de Independencia, entró a formar parte del nuevo gobierno revolucionario como miembro de la Comisión de Gracia, Justicia y Gobierno y siguió trabajando por la causa hasta el 13 de febrero de 1813, cuando lo sorprendió la muerte en Purificación, en la misma casa donde había nacido.

No debe pensarse que por el hecho de no haberse librado batallas libertarias en territorios tolimenses, sus gentes permanecieron ajenas a las confrontaciones bélicas. Fueron muchos los adolescentes de diferentes regiones que se alistaron como voluntarios para combatir con las tropas, tanto en Venezuela, como en el sur del continente, desde mucho antes de producirse la batalla de Boyacá. La lista completa de estos héroes se ha venido reconstruyendo poco a poco, aunque no ha sido fácil hacer lo mismo con sus vidas y por eso de varios de ellos, sólo se conoce su trágico final. Un buen numero, cayó combatiendo en diferentes campos de batalla en Venezuela, Ecuador y Perú. Algunos, luego de haber alcanzado grados intermedios dentro del escalafón militar, otros como simples soldados rasos. Es decir, como próceres anónimos de la liberación.

Ya desde 1813, el subteniente Agapito Murcia, natural de Coyaima, caía combatiendo a órdenes de Bolívar en Venezuela en la batalla de Trincheras. También el sargento mayor José Amézquita, oriundo de Honda, quedó sobre el campo en Araure, en diciembre del mismo año y en marzo de 1814, el sargento mayor Pantaleón Sanabria, del Guamo, caía en San Mateo. El capitán coyaimuno Ramón Donado, rindió su vida en el campo de Juanambú, formando parte de las tropas del general Nariño en abril de 1814, y al mes siguiente en la batalla de Tacines, el coronel Segundo Viana, natural de Mariquita, otro paisano suyo, el capitán Rudesindo Quesada, en los ejidos de Pasto, donde fue dispersado el ejército de Nariño, y el sargento Francisco Mesa de Santa Rosa (hoy Suárez), en el Pantano de Vargas. Se dio el curioso caso del capitán ibaguereño Eugenio Ortiz, quien, a pesar de ser un hombre del interior, murió peleando en la batalla naval del lago de Maracaibo, a órdenes del almirante José Prudencio Padilla, el 24 de junio de 1824.

Sólo a unos pocos la vida les alcanzó para llegar a la cumbre de su carrera militar, entre los que se destacan con perfiles muy nítidos, los generales José María Melo, de Chaparral; Ramón Espina, de Honda y Juan Arciniegas de Guamo, y los coroneles José María Vesga y José Tadeo Galindo, de Ibagué. Claro que hubo otros más, pero por limitaciones de espacio, estos van, a manera de ejemplo.

Al conocerse en la región del Cauca el triunfo obtenido por Bolívar en Boyacá, los simpatizantes de la causa del Rey no tardan en reorganizarse, para evitar que se continúe extendiendo el fervor de los patriotas. Las autoridades de Quito, envían refuerzos al coronel español don Sebastián de la Calzada. Éste, reagrupa su ejército en la ciudad de Pasto y en enero de 1820, toma por asalto a Popayán.

Pero ya los regimientos del general Valdés operan sobre el área y en la aldea de Pitayó, miden sus fuerzas contra las tropas españolas. La victoria patriota es contundente y el teniente José María Melo, recibe su bautizo de fuego.

El coronel de La Calzada prolonga su retirada hasta el valle del Patía y el ejército libertador, a mediados del año, reconquista la ciudad de Popayán. Allí encuentran la muerte en combate, el capitán José Galindo, de Ibagué y el cabo Justo Chinchilla, de Ortega.

Viene luego el desastre de los rebeldes en el combate de Jenoy donde mueren el alférez mayor Alejo Cacho de Ibagué; el capitán Cayetano Barrios de Cunday y el comandante Antonio Lerchundy de Lérida. Entonces la jefatura de los ejércitos del sur, es asumida por el propio general Antonio José de Sucre.

El teniente Melo, toma parte activa en toda esta campaña. En abril de 1822, combate a órdenes de Bolívar en la dramática batalla de Bomboná, una de las más sangrientas de toda la guerra de Independencia. Poco tiempo después, acompaña a Sucre hasta las faldas del volcán Pichincha, que domina la ciudad de Quito. Participa en el combate del 22 de mayo, donde encuentra la muerte el sargento Siervo Tamara de Natagaima, y al día siguiente, Melo desfila por las calles de la capital vencida, formando parte del Ejército Libertador del Ecuador.

El propio Simón Bolívar, en febrero del año siguiente, lo asciende al grado de capitán y su hoja de vida militar se va adornando con los laureles de Pasto, Matara y casi todas las acciones guerreras que se libran en el sur.

Adopta como arma predilecta la caballería. Aprende a manejar impecablemente el sable y la lanza de tres metros y medio. Sabe dominar el animal, como si formara parte de su propio cuerpo. Por eso es uno de los granadinos que llega hasta la llanura de Junín, situada a más de tres mil metros de altura, formando parte de los invictos escuadrones integrados por los "mejores jinetes del mundo: gauchos de las pampas argentinas que podían recoger un peso de plata del suelo a todo galope; guasos de Chile que habían montado desde su infancia; llaneros de Venezuela, con sus ladeados morriones de piel de jaguar; y, con la caballería regular, las muy temidas montoneras peruanas".

Su arrojo personal y su pericia quedan demostrados al atardecer del 6 de agosto de 1824, a orillas de la laguna de Junín, cuando en un choque de centauros, se enfrentan los jinetes patriotas contra los jinetes realistas. Durante tres cuartos de hora no se oye un solo disparo, tan sólo se escuchan el choque de metales, el piafar de los caballos, los gritos y las maldiciones de los guerreros, los lamentos de los heridos, el chapotear de los cascos en los charcos de sangre.

Años más tarde, el coraje que el capitán José María Melo demostró ese día, es perpetuado en piedra en el obelisco que conmemora el triunfo en la pampa de Junín.

Al finalizar el año 1824, el 9 de diciembre, el oficial chaparraluno, sobre la llanura de Ayacucho, toma parte en el encuentro guerrero más grande y definitivo que se ha librado en América Latina, cuando la independencia del continente queda sellada con la orden de ataque menos ortodoxa de la historia militar, que inmortaliza al general José María Córdoba:

"¡División! ¡Armas a discreción! ¡De frente! ¡Paso de vencedores!

Derrotada la dominación española en todos los frentes de la guerra, la altivez de la raza enarbola sin embargo en el Perú, su última bandera en el bastión del Callao. El brigadier José Ramón Rodil, se encierra con sus hombres en esta plaza fuerte y decide resistir hasta el final. Las tropas expedicionarias de la Gran Colombia, desean regresar a sus hogares. Han estado ausentes mucho tiempo. Pero el capitán Melo considera que su misión no ha concluido, mientras subsistan restos del imperialismo peninsular e América del Sur, y por eso permanece en el frente de batalla un año más, hasta el 23 de enero de 1826, cuando es arriada la última insignia de la dominación colonial.

Después de permanecer más de seis años participando en la liberación de otros países, emprende ahora el viaje de retorno a su propio país y sólo lleva consigo: "La experiencia militar adquirida en los campos de batalla, el doloroso recuerdo de los compañeros caídos en la lucha y en su raído morral de combatiente como único patrimonio, el busto del Libertador que le fuera concedido por sus méritos, las estrellas y escudos a los vencedores de Pichincha, Junín y Ayacucho y las condecoraciones que lo acreditan como miembro de la Orden de los Libertadores del sur, en la clase de "Benemérito en el grado heroico y eminente".

Terminada la Guerra de Independencia, José María Melo, mientras muchos de sus compañeros se retiraban a la actividad privada, él continuó al servicio de las armas de la República. Fue ganando sus grados por riguroso ascenso, hasta alcanzar el rango de General. Participó en política, fue desterrado varias veces, por siete meses y medio ocupó la Jefatura del Estado y fue a morir ejecutado en México el primero de junio de 1860, cuando combatía a órdenes del "Benemérito" Benito Juárez.

El caso de Ramón Espina es sorprendente. Nacido en la villa de Honda en 1808, quizás aprovechando un descuido de sus padres, el 2 de septiembre de 1819, apenas a los 11 años ( ! ) de edad, se enroló en las filas del batallón "Rifles" y al año siguiente ya se encontraba a órdenes del propio Bolívar peleando en Venezuela en las acciones de la Grita y Bailadores, y luego, destacado a la provincia del Magdalena, bajo el mando del comandante patriota Francisco Carmona, participa en las batallas de la Jurisdicción, Cobo, Riofrío, y Ciénaga de Santa Marta, en donde alcanzó el ascenso a teniente, pues apenas con doscientos hombres a la descubierta, atacó y logró vencer a un número igual de realistas, pero que se encontraban fuertemente atrincherados.

Comisionado de nuevo a combatir en Venezuela participa en la campaña de aquel país y toma parte en la batalla librada en los llanos de Carabobo, donde queda sellada la independencia de esta nueva República de la Gran Colombia, y donde muere en acción el sargento Anastasio Leyton, de Ortega. Enviado al sur de la Nueva Granada, tiene oportunidad de tomar parte en la batalla de Bomboná y es posible que se enterara de la muerte en combate del sargento mayor de Chaparral, Tomas Chinchilla y de los capitanes Eleuterio Santacruz, oriundo de Espinal, y Leonardo Zárate natural de Purificación, además de los sargentos, Antonio Santacruz, de Espinal, y Polo Oyola, de Natagaima, entre otros. Al igual que Melo y José María Vesga, el general Ramón Espina forma parte de los ejércitos libertadores del Perú en las acciones definitivas de Junín y Ayacucho, donde murió en combate el subteniente Andrés Bonilla, oriundo de San Luis. También tomó parte en el sitio del Callao, hasta conseguir la rendición de esta plaza fuerte, ultimo bastión de la resistencia española en América del Sur. Fue este prócer hondano uno de los pocos militares granadinos que combatió en Venezuela, Nueva Granada, Ecuador y Perú.

Fervoroso partidario de Bolívar, sostuvo su causa en 1828 y en 1830. Combatió la dictadura de Urdaneta y en 1832, fue enviado a Pasto para recuperar un territorio que el Ecuador quería invadir. Tomó parte en la revolución de 1840, en los disturbios de 1854 combatiendo contra la dictadura de Melo y luego en la guerra de 1860.

Fue el general Ramón Espina comandante de armas de las provincias de Mariquita, Cauca y Neiva, Jefe del Estado Mayor General y era considerado un excelente estratega. Estaba condecorado con la medalla de Libertadores de Venezuela, la de Cundinamarca, Quito y Callao; escudos de Magdalena, Carabobo y Junín y con el busto del Libertador. Cargado de méritos y reconocimientos, murió en Villeta, el 31 de agosto de 1866.

Otro de los próceres de la Independencia de origen tolimense fue el general Juan Segundo Arciniegas. Nacido en la población de Guamo el primero. de junio de 1797, desde antes de la batalla de Boyacá, se había alistado en las tropas patriotas, primero en su ciudad natal y más tarde, incorporándose a los ejércitos del sur en la provincia de Neiva. Actuó en muchos campos de la Guerra de Independencia a órdenes del general Antonio Nariño, entre otros en Las Piedras, Santa Lucia, Los Aguacates, Patía, Mayo, Juanambú. Participó también en el combate de la Plata donde los tolimenses voluntarios de los ejércitos de la libertad, contribuyeron con una alta cuota de sacrificio, en la postrera batalla que se lidió, antes de iniciarse el "Régimen del Terror". Allí cayeron, los sargentos Esteban Ávila, natural de Prado; Pantaleón Aguado, de Ortega y Santos Apache, de Natagaima.

Ya como teniente coronel, a órdenes del general Manuel Valdés, el militar Arciniegas emprende una segunda campaña sobre la región del sur y participó en los combates de Pitayó y Jenoy y pronto alcanzó el grado de General. Consolidada la Independencia, en 1835 ejerció como Gobernador de la provincia de Neiva y en 1863, fue nombrado General de las Milicias del Tolima. Murió en la población huilense de Yaguara, en febrero de 1870.

Los adolescentes ibaguereños José María Tadeo Galindo y su primo José María Vesga y Santofimio, fueron de los primeros en alistarse en las tropas patriotas que se organizaban en 1819, luego del triunfo de Boyacá, para consolidar la liberación de la Nueva Granada.

Tadeo Galindo participó primero en la campaña del río Magdalena y luego fue enviado a combatir al sur. Como varios otros tolimenses, tuvo oportunidad de participar en las batallas de Pitayó en junio de 1820 y al año siguiente en el desastre de Jenoy. Prolongándose la campaña sobre el Ecuador, tomó parte en el combate de Yaguachi formando parte de las tropas que comandaba Antonio José de Sucre y luego en la acción de Guachi, donde murió el comandante ibaguereño Ángel María Chaparro. Galindo resultó con cuatro heridas graves y fue hecho prisionero por el ejército español.

Recuperada la libertad, tuvo oportunidad de actuar en la batalla de Pichincha, pero allí recibió una herida en el muslo que lo dejó inútil. Aún así, en 1831, participó en la acción de Palmira a órdenes de los generales José Hilario López y José María Obando, combatiendo la dictadura del general Rafael Urdaneta. En 1841, con el grado de coronel, decidió acompañar a su fraterno compañero de andanzas revolucionarias su primo, el también coronel José María Vesga, pero prisioneros del enemigo, fueron fusilados en la Plaza Mayor de Medellín, el 9 de agosto de 1841.

Por su parte, el coronel José María Vesga, también había combatido a órdenes del Gran Mariscal Antonio José de Sucre en la campaña por la liberación del Perú y por eso participó en las batallas de Junín y Ayacucho, alcanzando todos los honores y distinciones otorgados a los héroes que participaron en aquella gesta. En 1841, encontrándose como Gobernador de la Provincia de Mariquita, decidió sumarse a la rebelión encabezada por el general José María Obando, pero prisionero del enemigo en compañía de su primo Tadeo Galindo, fue pasado por las armas en la fecha mencionada.

Como puede verse en el somero resumen anterior, los tolimenses supieron cumplir a cabalidad su deber con la Independencia, así como sus ancestros Pijao prefirieron morir antes que rendirse, sus descendientes siguieron su ejemplo para evitar el regreso del imperialismo europeo.


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