BENJAMÍN ECHEVERRY

 

Combatir en dos guerras mundiales y alcanzar por sus acciones las más destacadas medallas de honor, recorrer el planeta siempre al filo de la aventura y el peligro, conocer las personalidades del momento en Europa y regresar a su patria jubilado por el gobierno francés, conforman el panorama de un enamorado de la milicia cuya vida es digna de una novela.

Benjamín Echeverry Márquez nació en el Líbano el 9 de enero de 1898 y habría de respirar en su propio territorio, desde el comienzo, el aire enrarecido por las guerras civiles. Pero fue el aroma del campo y la naturaleza fértil, la existencia bucólica y la tranquilidad de la montaña, la que vino a proporcionarle una infancia grata sólo tronchada por la intempestiva muerte de su madre, doña Genoveva Márquez, una campesina que, junto a su marido Benjamín Echeverry, integró un hogar de doce hijos.

Antes de que tal hecho obligara a su padre a confiarlos a tíos y otros familiares, estudió la primaria en la escuela de Mina Pobre, ubicada en la vereda Primavera y gozó vendiendo cocadas cada vez que iba al pueblo. En esas ocasiones narraba historias de su progenitor, un simpático antioqueño descendiente de los fundadores del Líbano. De niño, vestido con una sábana blanca, asustaba en las horas de la noche a sus vecinos y con el calificativo de endemoniado fue a parar al seminario de Manizales para que lo corrigieran. Sin embargo, se escapaba del convento con el hábito puesto y una camándula muy larga para irse al barrio de las mujeres a bailar y golpear camándula, tras haber conseguido dinero cobrando por el avemaría, por el amén, por la bendición, por el muerto, por el vivo y por todo lo que fuera necesario.

Benjamín tenía la consigna de divertirse por encima de todo, aún en las horas románticas, tal como ocurrió con su novia rubia a la que le besaba los cachumbos porque sabían a dulce al rociarlos ella con aguapanela para mantenerlos endurecidos. Pero hubo también horas de estudio donde los libros, las revistasy la noticias de Europa, en particular las de Francia, llamaron la atención del adolescente, casi hasta el delirio. Este amor por Francia hará que su cama de cobre se convierta en una especie de banco, ya que en sus patas esconderá las monedas de oro que poco a poco va sustrayéndole a su tío el sacerdote y que le servirán para su viaje a París.

En agosto de 1917 se embarca abordo del vapor Venezuela hacia Francia, pero la guerra con submarinos que infesta las aguas del Atlántico hace que el buque se devuelva y ancle en Nueva York. De allí zarpa en un buque de guerra el 16 de septiembre, acercándose a las costas francesas por el golfo de Gascuña, pero la mala suerte hará que once días después la nave sea partida en dos. Asido a un barril y luego en una barca de rescate, logra salvar su vida para arribar finalmente al país de sus sueños.

Conoce a la condesa de Noailles, quien será su madrina para el ingreso a la Legión Francesa y en un pequeño descanso, en pleno campo de batalla en Chateau Thyerri, saluda y conversa con el rey Alberto I de Bélgica quien lo insta a seguir sus ideales al enterarse de que es voluntario colombiano luchando por Francia. En noviembre de 1917, tras haber sido destruida su unidad y quedar con vida él y dos compañeros más, se unen a la quinta compañía del primer regimiento de la Legión Extranjera, arribando a las riberas del río Mosa donde se encontraba acampando el hijo de Guillermo II, el Komprintz de Alemania, quien, sorprendido en paños menores, se lanza al río para evitar ser capturado.

Transcurren dos meses de vacaciones en el castillo de la Motte Chaure, en Saint Colomb, propiedad de la condesa de Lean, tiempo que dedica a cultivarse culturalmente antes de partir a Marruecos. En los primeros días del mes de julio de 1919, se incorpora al primer regimiento de artillería colonial de Marruecos y desembarca en Casablanca, atendiendo el llamado de los ejércitos en busca de voluntarios. En la campaña de Marruecos pelea contra las tribus de TodlayTaza, conoce al sultán Moulay Yosef de quien pasa a ser guardia personal en forma voluntaria. En compañía de un amigo traman la forma de ingresar al harén y conocerlo por dentro, drogando para ello a un eunuco y apropiándose de sus vestimentas.

Este tolimense, cuya pasión por vivir en medio del peligro no cesaba, se alista nuevamente como voluntario, pasa a la región de Sidi-bel Abes, se dirige a Fontainebleau donde poco antes se ha creado la división mecanizada y termina en la India, permaneciendo ocho meses en las posesiones francesas. Allí participa en la cacería del tigre de Bengala, costumbre reservada para atender huéspedes de calidad, reyes o jefes de Estado.

A principios de 1922 recibe órdenes de embarcar de nuevo, esta vez con destino a las posesiones francesas en Indochina y China y conoce en Hanoi a su primera esposa, Thiba, hija de un letrado de Manderín. En medio de una gran fiesta de bodas a la manera tradicional, con bendición paterna y dote convenida, el recio hombre de armas pasa de una agitada vida militar a los encantos de la luna de miel hasta que, meses después, es notificado de que debe partir a China. La idea de la separación le hace pensar en dejar las armas, pero ella, sabedora de lo que para su marido significa la carrera militar, le facilita la decisión ingiriendo un veneno que le causa la muerte.

El eterno trashumante arriba al puerto de Yokohama en 1923, justo en el momento de presentarse el terremoto que destruyera casi por completo el puerto y la ciudad de Tokio. A su regreso a París, decidido a no continuar en soledad, se casa con Juana Benjamín Ladeyre el 9 de enero de 1930. Sin embargo, la buena fortuna no acompañará sus pasos conyugales porque al año siguiente, tras una extraña enfermedad, muere en la mesa de operaciones su nueva compañera.

Su desempeño durante la permanencia en el lejano oriente y las campañas de África y Siria, entre 1914 y l918, le merecieron La cruz de guerra con citación en la orden de la nación y otras condecoraciones de que ya era titular como la Gran cruz de la orden del dragón de Amám, la Cruz de guerra del teatro de operaciones exteriores y una de las más altas condecoraciones francesas, la Medalla militar por acciones de guerra.

Cuando se entera, por la colonia colombiana residente en París del incidente de Leticia, pide licencia al ejército francés para venir a luchar por su patria y en el viaje que en efecto hace desembarca en Río de Janeiro para ponerse en contacto con la Legión Francesa más próxima al teatro de operaciones, tomando un barco a Buenaventura con escala en Martinica, donde se entera que el conflicto había quedado ya solucionado.

Su licencia expira y regresa a Francia cuya atmósfera empieza a fatigarlo, de modo que solicita su retiro a comienzos de 1936 para irse a vivir con su esposa en una propiedad que adquiere en los suburbios de la región. Con traje de civil se ocupa como representante de una casa de automóviles en cuyo oficio puede viajar por cada uno de los rincones de Francia y otros países europeos, pero aquella nueva y apacible vida pronto desaparece.

Empieza la segunda guerra mundial y es nombrado oficial fiscal de uno de los tribunales militares de París, encontrándose que, mientras los ejércitos victoriosos del Tercer Reich ingresan por la puerta de Nevilly y pasan por el Arco del Triunfo en los Campos Elíseos, él sale por la puerta de Italia junto con veinticinco compañeros. En el curso de esa semana es hecho prisionero cuatro veces por las patrullas alemanas pero puede escapar igual número de veces.

Denunciado por un doble agente, fue obligado a comparecer ante el Komandatur de Pointoise, cerca de París. Al tener que presentarse ante el comandante comisario de policía francés, ve la oportunidad de librarse de ello cuando un amigo le aconseja visitar al jefe de un grupo de combatientes de la resistencia, asegurándole que éste lo sacaría por la frontera española. Poco después descubre que el supuesto resistente trabajaba al servicio de los alemanes suministrando personal esclavo para las fábricas de armamento alemán. Es hecho prisionero y conducido al campo de concentración de Mathausen, en Austria, al finalizar octubre de 1942, pero la resistencia europea lo contacta, le hace llegar pasaportes en regla, organiza su fuga gracias a la complicidad de algunos soldados y recibe órdenes de partir a Moscú.

En septiembre de 1943, obrando como espía de la resistencia y a favor de los rusos, se le encomienda establecer contacto con espías alemanes y franceses para investigar los experimentos que los alemanes llevaban a cabo en Nogean, sobre el Marne, cerca a París. Al finalizar aquel año, los rusos sabían ya que en Pannemunde, pequeña localidad sobre el Báltico, los alemanes habían instalado una planta de energía nuclear. En desempeño de esa misión, se contacta con el sabio francés Federico Loliot-Curie, cuya esposa se hallaba en misión especial en Estados Unidos para gestionar el envío de importantes cantidades de uranio que fueron trasladadas a Rusia. Tras su regreso a la URSS le es reconocido el grado de capitán que tenía en el ejército francés y es ascendido a mayor de las fuerzas guerrilleras rusas, grado que la su vez le es concedido más tarde en Francia.

El 20 de febrero de 1949 escribe en el diario El Espectador, de Colombia, una serie de reportajes firmados por Alvaro Pachón de la Torre donde denuncia cómo los rusos venían trabajando en la bomba atómica y ya, prácticamente, la tenían lista. La noticia es recibida en su país con cierto escepticismo, hasta el punto de llegarse a afirmar que Benjamín Echeverry no existía y tales infundios no eran más que un capítulo de novela. A los siete meses, el presidente Truman confirma las tesis expuestas por Echeverry.

En la primavera de 1944, cuando formaba parte de un grupo de guerrilleros que operaban en la región de Winitza, en Ucrania, es asignado a una segunda misión en Francia cuyo objeto era organizar o mejorar los contactos entre las fuerzas de la resistencia europea y los guerrilleros franceses. En cumplimiento de su objetivo, pasa por Alemania y presencia los intensos bombardeos de los aliados, cuyo devastador efecto minaba el ánimo de la resistencia alemana. En varias ocasiones alcanza a ver a Adolf Hitler, a Goebbels y a Goering.

El 6 de junio de 1944, día en que se efectúa el desembarco en Normandía. Benjamín Echeverry se encuentra en Francia cumpliendo labor de espionaje. En la primavera del año siguiente pasa a Italia para tratar de ubicar las fortalezas enclavadas en distintos puntos neurálgicos y su buen informe permite que, en la retirada, los alemanes, queriendo refugiarse en ellas, caigan abatidos por las armas guerrilleras.

En febrero de 1945, disfrazado de monja, en colaboración con otra agente conocida como Yola, se presentan a un convento de las hermanas cannossianas. de Verona, donde habría de negociar su entrega Benito Mussolini y Claretta Petacci. La rendición se frustra y Benjamín Echeverry es asignado a otra misión sin volver a saber nunca del paradero de su compañera.

Al enterarse de la existencia de prisioneros franceses, belgas, ingleses y españoles que fueran enviados por los rusos a trabajar en fábricas secretas de armamentos, decide comunicarse con el alto mando francés para denunciar ante la opinión pública el desafuero y por ello es hecho prisionero por actos contra la seguridad del Estado. El 28 de enero de 1946 es absuelto y puesto en libertad en reconocimiento a su hoja de vida.

En 1947, es notificado por los soviéticos que debe prepararse para viajar a Colombia en cumplimiento de una particular misión. Según los rusos, Estados Unidos se preparaba para una guerra contra ellos y en países de este lado de América se dispondría de información importante para verificarlo. La supuesta guerra debía estallar hacia 1948 O 1950, pero al llegar, por fin, de nuevo a su patria, estallan los acontecimientos del 9 de abril por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá.

Al no encontrar por ningún lado la embajada soviética, siente que queda por fin en libertad de acción. Plantea en diversos escritos la necesidad que el mundo tiene de la social democracia, se emplea como profesor de francés, frecuenta el mundo literario en la tertulia del Pequeño parnaso, pero el llamado de su tierra lo hace regresar al Tolima.

Había llegado a Colombia con la resolución de no casarse, de nunca beber trago porque hubo de pagar por esto una condena de tres meses en un estrecho calabozo y se convirtió, en Ibagué, en todo un personaje. Tomaba café en grandes cantidades, narraba sus anécdotas a la atención asombrada de las muchachas, pero terminó encantado con la que sería su nueva esposa, Dora Díaz de Echeverry, desde el seis de octubre de 1956. Entretanto, empezó a trabajar como vendedor con Nicolás Echeverry, un hermano suyo, propietario de una amplia ferretería en la carrera cuarta con calle catorce. Conoció por el oficio todos los pueblos del Tolima.

Este personaje, dueño de la picardía de los antioqueños, buen mozo, blanco, alto, de ojos pequeños, nariz bien hecha, boca expresiva, había partido de Colombia a los 17 años. En sus memorias agradece a la condesa que fue su protectora en Francia y narra cómo, al necesitar un título de nobleza para ingresar al ejército, demostró con papeles falsos que procedía del más rancio linaje, nada menos que del condado de Mina Pobre, nombre de la escuela en Murillo donde había estudiado.

En un baúl que conserva su última esposa, la número cinco, pedagoga, directora y fundadora del Liceo Val, uno de los mejores colegios de primaria en Ibagué, con quien contrajo matrimonio por lo católico y la única con quien tuvo hijos, se conservan sus fotos, cartas, poemas y recuerdos.

Ella rememora las uniones anteriores de su marido, primero con la joven hija de un mandarín, cuyas nupcias en Corea, Seúl, se realizaron de acuerdo al rito del budismo- taoismo; con Juanita, profesora de matemáticas en secundaria; con Lucía Dastaryard, hija de un multimillonario que enviaba tapetes a todas las cortes de Europa a quien Benjamín conoció cuando ella sólo tenía diez años y con quien se casó tiempo después cuando la reencontró tras la fuga de su familia por una invasión a París y de quien debió separarse por el estallido de la guerra y su participación en ella para, al regresar, encontrar que se le había dado por muerto al figurar en una lista de desaparecidos y su esposa había contraído nuevo matrimonio, Tras visitar una calle que la supuesta viuda había hecho bautizar con su nombre como homenaje a su memoria, decide desaparecer. Recuerda también su participación en un campeonato automovilístico en Argelia en que condujo un Renault y muchos incidentes más.

De su familia pocos quedaban vivos ya y sólo restaba, al momento de su muerte ocurrida en Ibagué el 20 de febrero de 1981, el viaje definitivo de sus hermanos Bernardo, recluido en una casa de ancianos en Palmira, Helena Echeverry de Jaramillo que vive en Manizales con una de sus hijas y Gabriel, pensionado y dedicado a la lectura en Bogotá.

Periodistas como Germán Santamaría se iniciaron en la profesión escribiendo más de veinte crónicas sobre su vida en el diario El cronista de Ibagué, una serie con el clásico Continuará que obtuvo mucho éxito. Hoy queda el recuerdo de su tránsito por la vida y la seguridad, al evocarlo, de que fue uno de aquellos verdaderos héroes que sólo parecen pertenecer a los libros de imaginación.

Al final de su libro, aparece un pequeño ensayo titulado La nación colombiana en el seno de una confederación de Estados Unidos de América Latina? , en donde realiza un análisis de la situación internacional ligada al contexto interno de cada uno de los países latinoamericanos y en especial de Colombia. Intenta allí comprometernos en un proyecto de tipo bolivariano. Considera que Bolívar había fracasado por un problema de comunicaciones, y que hoy, gracias a distintas organizaciones como la OEA, es posible una nueva intimidad entre pueblos de una misma raza y de igual pasado histórico.

Todo esto era Benjamín Echeverry Márquez. Un soñador, un excombatiente que aún creía en naciones verdaderamente libres, un tolimense que luchó, a su manera, por encontrar la paz mundial, ya fuera desde las trincheras que detenían cientos de balas, o desde los frentes de las ideologías, como lo demuestra su texto, que más que una novela, es un testimonio de amor por la vida y la libertad.

Quien fuera presidente honorario del Pequeño parnaso tuvo su primer hijo el primero de agosto de 1958, el segundo el quince de mayo de 1960 y sólo regresó al Líbano para visitar a su hermana Carlota, la mayor, que era para él como su madre, y a un amigo de la infancia llamado Ramón Giraldo.

Este hombre, quien lo había acompañado de niño y muchacho, con quien había cursado parte del bachillerato, se hallaba ahora perdido en los corredores del ancianato hablando de las guerras y mostrando las cartas de su amigo, al único que el combatiente le escribió en su larga ausencia. Le prestó todo su auxilio económico para que estuviera magníficamente atendido, lo visitaba cada ocho días y la gente les veía hablar en un rincón, durante horas, reconstruyendo los hechos. A su muerte, Echeverry nunca regresó. Más tarde, sin con quien conversar de esos asuntos porque a los parroquianos ibaguereños les parecía que se trataba de un viejo charlatán, habría de escribir su libro Memorias de un combatiente, editado por la imprenta departamental en 1956.