TRINO DÍAZ

Cuando Trino Díaz Díaz compuso el pasillo Aires del Lagunilla para rendirle tributo a esa brisa viajera que desembocaba en Armero para juguetear con los matarratones, jamás se imaginó que una noche este aire se convertiría en el ciclón que arrasó sus afectos y se llevó consigo parte de su historia personal y el escenario donde rasgó tantas veces el tiple y dejó escuchar su gruesa voz.

Trino nació en Venadillo en el seno de una familia muy humilde el 7 de junio de 1914. Desde niño se entusiasmó con la música, aunque nadie se explica cómo llegó a escribirla con alguna propiedad, cuando sus estudios formales no pasaron de segundo de primaria y no se le conoció profesor de la materia. Sin embargo, un día fue elevado a la condición de director de la banda del pueblo, cargo que ocupó entre 1942 y 1945.

Su paso por la banda de Venadillo le dejó muchas experiencias: partituras transcritas; el recuerdo de una correría por todo el norte del departamento acompañando la peregrinación de la Vírgen del Carmen y tres o cuatro composiciones de carácter selecto para escoltar a los muertos ilustres del pueblo. Trino tocaba el tiple en un pequeño conjunto y esta actividad también marcó un recuerdo imperecedero cuando un borracho a quien no le quiso recibir una cerveza le lanzó el vaso a la cara y le produjo una lesión en el ojo derecho que le dejó una leve secuela.

Desde muy pequeño, Trino Díaz sintió reverencia por dos oficios que le dejaron huellas en su existencia. Uno era la interpretación de los instrumentos musicales que presenciaba con atención en la retreta semanal y el otro la forma como tecleaba en una máquina desueta de un vecino suyo. Los primeros años de su juventud y madurez los dedicó a la música, pero los restantes fueron consumidos detrás de arrumes de papel en distintas posiciones que lo alejaron de su pasión inicial.

En Venadillo se casó e inició la cosecha de su larga prosapia, ya que fueron once hijos, en total, cuatro de los cuales fallecieron a temprana edad. Con esa responsabilidad a cuestas, Trino debía buscarse un futuro más promisorio que no encontró en la música. Por eso fue cediendo espacio al cultivo de los bambucos y se encaminó a la burocracia, desde la cual esperaba sostener a su familia.

En Armero fue presa de las ondulaciones políticas. Unas veces estuvo en el curubito, mientras en otras le correspondía la amarga tarea de verse degradado a puestos sin importancia. Después de haber sido secretario de la alcaldía de Armero fue fugazmente encargado de ella, estuvo como citador en un juzgado y luego, como secretario del primer juzgado del trabajo que se estableció en este municipio.

Su salto definitivo lo hizo a la empresa privada y se enganchó como secretario de la Rápido Tolima donde laboró desde 1950 hasta 1970 cuando alcanzó su jubilación.

Trino Díaz no tuvo gran consagración a la música pero era un hombre intelectualmente inquieto, lector de todo tipo de publicaciones, apasionado por los crucigramas, oyente de todos los noticieros radiales y un incipiente escritor de coplas, chascarrillos, versos y narraciones breves en los cuales daba rienda suelta a su gran humor, pues en algunos de sus poemas se encuentran los rastros de un Quevedo o la pasmosa ironía del humor negro de un “Tuerto” López.

Cuentan que mientras asistían a las asfixiantes y tediosas asambleas de los socios de la empresa, Trino garrapateaba versos o bambucos como una forma de enfrentar la frivolidad del medio y trascender un poco ese tiempo estancado en los alegatos y convencionalismos. Después llegaba a su casa a pulir y a tratar de encontrar en las cuerdas de la guitarra el complemento preciso entre la letra y la melodía.

Gracias a la jubilación pudo reencontrarse con la música. Ya no tenía los mismos ímpetus de antes y no contaba con una agrupación que le permitiera moverse en el medio artístico del pueblo, pero acompañado de Mauricio Gutiérrez y en asocio con las damas voluntarias de Armero, tocaba serenatas con fines benéficos y siempre interpretando boleros como Amor eterno, composición por la que demostró especial predilección.

Las principales obras de Trino Díaz son los boleros, Amor eterno, Inútil, Locura de amor, Tortura de amor; los bambucos, Alma, Mis lavanderitas, Arrancaplumas; los villancicos, Cuna cunita cuna y Aleluya; el porro Le falta mecha y la rumba criolla Cucarroncito.

En esta variedad de ritmos está conjugada la personalidad de este autor que siempre estuvo atento a los acontecimientos como un juglar para proyectarlos en sus historias simples.

Su gran aspiración era la de que sus hijos se encaminaran por la música pero desafortunadamente esa fue una de sus grandes frustraciones, aunque con la paciencia de un gran pedagogo se dedicaba a organizar un método sencillo que fue copiando en cuadernos.

Dibujaba el diapasón de su tiple y las distintas posturas para que ellos lo imitaran, mas su esfuerzo fue inútil y nadie siguió su camino.

El 8 de septiembre de 1984 el Centro de Integración Cultural y Desarrollo de Armero, le celebró un justo homenaje por sus setenta años.

Allí le entregaron una placa por su labor cultural y cívica que él agradeció con sentidas palabras y que estuvieron amenizadas por el cuarteto Nuevo Horizonte que dirigía el maestro “Pachito” Alarcón.

Trino Díaz realizó una labor cívica silenciosa siempre encaminada al progreso material y espiritual de Armero, el pueblo que lo acogió como uno de sus hijos. Muy pocos recuerdan que realizó ingentes esfuerzos para que la hoy desaparecida población tuviera un himno cuya música y letra compuso sin que recibiera una difusión amplia y fue más bien olvidada por quienes debieron posibilitar su interpretación en colegios y escuelas.

En el año de 1960 compuso el himno del equipo de fútbol Racing. También lo haría después con el del colegio Oficial, en un intento por difundir la música y crear un sentido de pertenencia por las instituciones de la región.

Aunque siempre afirmó que la música no producía para vivir, estuvo intentando lograr mayores espacios para su pasión alterna, la música. Repasaba las canciones clásicas de Garzón y Collazos y se entretenía con otros ritmos como la rumba criolla, la cual degustaba con especial aprecio.

Su señora, que le sobrevivió, cuenta que en alguna ocasión llegaron hasta su casa en Armero unos investigadores de la Universidad del Valle, se llevaron algunas partituras, grabaron sus canciones y elogiaron la interpretación que hacía del tiple.

En sus últimos meses de vida sufrió demencia senil, la que afortunadamente le impidió comprender en toda su magnitud la tragedia de su pueblo.

La noche de la avalancha, en medio del retumbar de la creciente, dos de sus hijos lograron subirlo al segundo piso de su residencia. De allí fue rescatado y llevado a Ibagué, pero su estado de salud se agravó y le recomendaron que fuera llevado a tierra caliente. Un familiar le brindó la casa en Alvarado y allí murió el 8 de marzo de 1986.

Lamentablemente muchos de los proyectos de grabación de la obra de Trino Díaz se han quedado frustrados. En algunas ocasiones se intentó recuperar su obra pero estos esfuerzos también fallaron.

Sus composiciones reposan en cartapacios que guarda su familia, radicada en Mariquita y junto a las partituras, los poemas y las moralejas, también descansa el viejo tiple, el mismo que salió ileso de la avalancha y que se mantiene intacto porque sus hijos jamás aprendieron a interpretarlo, como él siempre lo anheló.