ROBERTO DÍAZ

Roberto Timoteo Díaz Saldaña fue un músico errante que recorrió parte del país organizando bandas. Poseía la virtud de aplicar un método preciso para lograr que en escasos tres meses un grupo de neófitos pudieran interpretar algunas piezas para el orgullo de su pueblo. En esta tarea estuvo gran parte de su vida y jamás echó raíces en ninguna parte.

Entre las bandas más famosas que organizó figuran El cuarto centenario de la ciudad de Neiva con la cual realizó presentaciones en varias ciudades del país. También estuvo al frente de la banda El Centenario, de Manizales, con la que grabó una marcha.

Varios municipios lo tuvieron algunos meses como maestro en las escuelas de música y tan pronto sus integrantes podían defenderse solos, marchaba hacia otro pueblo. Así recorrió Casabianca, Herveo, Fresno, Cajamarca, Chaparral, Villarrica y otros lugares del Viejo Caldas, Amazonas y Cundinamarca.

Roberto T. Díaz nació en Honda el 24 de enero de 1885 y a los dieciocho años terminó sus estudios en el Conservatorio de Manizales. Fue uno de los músicos fundadores de la banda departamental del Tolima en el año 1919 y permaneció en ella por cerca de dos años como barítono tenor.

En el año de 1935 estuvo en Leticia, Amazonas, donde compuso Gritos de la selva, un pasillo que causó grata impresión en la ciudad, pues logró plasmar en tres movimientos la odisea de un grupo de turistas extranjeros que se perdieron en la jungla. La primera parte tenía que ver con la alegría por el inicio de la excursión, luego venían los sonidos de la selva y el terror de los extraviados para terminar con el feliz rescate. Todos los extranjeros se llevaron las copias manuscritas de esta pieza que reflejaba plenamente su aventura.

Roberto Díaz S. hizo honor a la tradición bohemia de los músicos en su época. Fácilmente ingería un bulto de cerveza en una tarde, pues en esos tiempos la bebida venía empacada en unos costales de fique y protegidas por un capacho fabricado con calcetas de plátano. En una tertulia con sus amigos, hablando de poetas y de músicos, se consumía por lo menos un bulto por cada tertulio sin que llegaran a embriagarse, pero sí alcanzaban la alegría suficiente para que de sus manos eclosionaran los pasillos, bambucos y pasodobles de moda.

Aunque siempre estaba de paso por los pueblos hizo amigos en cada lugar, principalmente entre los compositores, políticos y militares a quienes dedicaba canciones que surgían espontáneamente. A Milcíades Garavito le dedicó una Gaviota, pero lo mismo hizo con Emiliano Lucena, el maestro Quevedo y muchos otros que departieron con él en fructíferas veladas.

En el amor también fue osado y aventurero. En alguna ocasión fue contratado para que dictara clases de música en un convento y no pudo resistir la mirada de una de sus novicias. Días después voló con ella hacia otras tierras y el fruto de ese amor nació una niña.

Contrajo matrimonio y tuvo siete hijos, dos hombres y cinco mujeres. Fue un virtuoso arreglista de las composiciones clásicas. Admiraba a Schubert y Beethoven y siempre estaba estudiando este tipo de música para interpretarla luego en las iglesias. También sentía un profundo respeto por los compositores tolimenses, entre ellos Eleuterio Lozano, Emiliano Lucena y Patrocinio Ortiz, de quien apreciaba profundamente La sombrerera, por su letra y ritmo.

Fundó una estudiantina para amenizar bailes en distintos lugares. Su repertorio estaba compuesto principalmente por valses, rumbas, pasodobles y marchas que concitaban la alegría de los asistentes y los hacía imprescindibles en toda reunión social de importancia.

Sus principales composiciones fueron la rumba criolla Más cerveza compañero, también conocida como El cervecero; el bunde Nochebuena; el bambuco Soy tolimense, distinto al interpretado por Darío Garzón y Eduardo Collazos y la danza Los periodistas.

Siempre deseó para sus hijos una profesión distinta a la de músico. No quería que ninguno de los dos siguiera sus pasos de errabundo. Por eso en repetidas ocasiones le dijo a su hijo Roberto que estudiara algo más productivo, pues la música sólo daba para sobrevivir. Sin embargo, un día tuvo la necesidad de un músico para su grupo y olvidándose de las recomendaciones le enseñó en tres meses a tocar clarinete sin comprender que de alguna manera le estaba señalando su mismo destino, como el ciclo ineludible que debía proyectarse, pues la emoción interior que hace detonar la música es algo indescriptible y misterioso que no respeta consejos.

Roberto Timoteo Díaz Saldaña murió pobre el 22 de enero de 1966, sin haber recibido el más mínimo reconocimiento de quienes disfrutaron con su música, pero dejó en la brega al penúltimo de sus hijos, Roberto Díaz, quien nació en Mariquita el 7 de diciembre de 1928 y fue bautizado en Ibagué.

Sus estudios estuvieron marcados por la errancia de su padre. El primer año en Leticia, los dos siguientes en Neiva, otro en Honda y finalmente en Cajamarca. Una vez bachiller se enroló en el ejército y viajó a Florencia donde cumplió con su servicio militar. Obediente a las recomendaciones de su padre intentó trabajar en oficios distintos, aunque desde muy niño estuvo siempre tentado a dedicarse a la interpretación. Los cinco centavos que le daban para el recreo, se los llevaba en Neiva a una viejita para que le enseñara a tocar el tiple.

El destino inexorable se cumplió. Ante la imposibilidad de conseguirse un empleo estable, se dio a la tarea de conformar tríos y duetos ambulantes que iban de pueblo en pueblo aprovechando las ferias. A sus veinte años ya era un bohemio, igual que su padre, pero éste al darse cuenta lo llamó y le dijo que si quería ser músico lo fuera, pero de verdad, y le dió clases hasta que entró a formar parte de la banda del ejército. Allí conoció a José Ignacio Camacho Toscano, quien era el músico mayor.

Muy pronto y gracias a sus dotes para interpretar clarinete, fue llamado a la banda departamental, cuando esta organización pertenecía a la Policía Nacional. Allí entró como músico raso, con kepis y uniforme militar y debía presentarse a relación en el Comando y salir desfilando con sus compañeros hasta el sitio de la ciudad donde tuvieran presentación.

En la banda departamental fue ascendido poco a poco y llegó a ocupar los cargos de músico mayor, subdirector asistente y por varias temporadas fue director encargado, hasta que en el año de 1991 lo nombraron en propiedad y a los seis meses se pensionó.

Como compositor Roberto Díaz Carvajal fue demasiado tímido. Un rubor del que no pudo liberarse le impidió grabar unos seis temas que compuso. Su padre vio en él cualidades que siempre ponderó y que quiso estimular al final de sus días, pero no pudo quebrantar los temores de Roberto para quien dar a conocer una composición era un acto de respeto con el público y consigo mismo. La danza Rosario, el pasillo Tres de noviembre y el vals Alicia fueron ejecutadas por distintas bandas, menos por la que él dirigía, pues jamás se animó a hacerlas conocer de sus compañeros.

En el año de 1965 organizó la Orquesta Sonovisión, grupo musical que hizo las delicias del público en los actos sociales de la época. Tocaba en los principales clubes de la ciudad, viajó a distintas ciudades y tuvo la oportunidad de presentarse frente al maestro Billos Frómeta, director de la famosísima agrupación La Billos Caracas Boys, quien tuvo elogiosos comentarios para el conjunto colombiano.

Para su orquesta, que contó con una vida aproximada de diez años, Roberto realizó los arreglos de la música popular de la época y tenía un variado repertorio de porros, merecumbés, mambos y vallenatos, los ritmos que hacían furor. La orquesta se desintegró en el año de 1975, luego de haber participado en el Festival Folclórico en varias ocasiones y haber dejado un recuerdo grato en quienes tuvieron la fortuna de haber disfrutado sus presentaciones.

Roberto no volvió a participar en orquestas pero siguió con su trabajo de arreglista de la música popular. La mayoría reposa aún en los archivos de la Banda Departamental y él creía, con razón, que éste era uno de sus aportes a la institución que ha seguido montando estas piezas de indiscutible valor cultural.

A diferencia de los consejos de su padre para que no continuara con la música, Roberto sí les infundió a sus descendientes el amor por la expresión artística. Tres de sus hijos estudian en el Conservatorio, una niña de doce años ya interpreta muy bien el tiple y otro ha conformado su propio grupo. A todos ellos les decía que debían estudiar con seriedad la música y que para alcanzar cierto dominio se necesita de mucho sacrificio.

Roberto Díaz Carvajal alcanzó los reconocimientos y elogios que le fueron esquivos a su padre. Guardó orgulloso la Medalla Alberto Castilla del Conservatorio, la Fulgencio García y la Orden al Mérito Musical otorgado por la Gobernación del Tolima, más otras menciones de honor que lo llenaron de satisfacción.

Como gran paradoja, una vez pensionado por el gobierno departamental, Roberto Díaz Carvajal inició el recorrido que hiciera su padre durante toda su vida. Se fue por los pueblos a enseñar en las escuelas de música y estuvo en Chaparral, Guamo y finalmente en el Líbano donde trabajó hasta su muerte en el año 2001, para la casa de la cultura con miras a encontrar lo que él y su padre siempre supieron hacer, organizar bandas.