MATILDE DÍAZ

Ella era la reina. En los amplios salones, donde mujeres de vestidos largos, moños gigantescos y escotes profundos bailaban con aire digno y a prudente distancia de sus hombres de pelo engominado, corbatín y chaquetas tropicales de lanilla, ella era la reina.

Eran los años cuarenta y Matilde Díaz, acompañada de la Orquesta de Lucho Bermúdez, alegraba con su voz melodiosa las fiestas del Hotel Nutibara en Medellín o el Tequendama en Bogotá. También alegraba el corazón de rumberos de países como Cuba donde trabajó con el maestro Lecuona y Bebo Valdés, en Argentina con el maestro Armani y en México con el maestro Rafael Paz.

El talento de esta mujer, nacida en 1924, que tantos éxitos le dio a nuestro país se fomentó en el seno de su familia, en esas tardes en la que su padre, Fideligno Díaz y su madre Aura María Martínez se reunían con todos sus parientes en el andén de su casa a interpretar temas de la música popular, que escuchaban en las emisoras.

Matilde y su hermana Elvira poco a poco y a medida que fueron creciendo se convirtieron en las voces líderes de esta estudiantina que contaba con tiples, bandolas, flautas y guitarras. Era una deliciosa manera de llegar al anochecer, en Icononzo, un pueblo en el que no había servicios públicos y en que la única diversión eran las radionovelas, los paseos a lavar la ropa a orillas del río en medio de guayabos, guamos y naranjos y la música de la casa de la familia Díaz, que no perdía oportunidad de tocar en los eventos especiales.

Entre los admiradores del grupo se encontraba Max Aya, suegro del exalcalde de Bogotá Fernando Mazuera, quien constantemente los invitaba a su finca e insistía a Fideligno para que se trasladara a Bogotá, donde existían muchas emisoras y por lo tanto más oportunidades para sus hijas.

En el año cuarenta, cuando Matilde tenía catorce, conoce a un amigo, compositor fusagasugueño de rumbas criollas, pasillos y bambucos.

Las hermanas Díaz poco a poco fueron entrando al mundo del arte y las tertulias en Bogotá. Se convirtieron en las asistentes de honor a las reuniones del maestro Emilio Murillo, folclorista y anfitrión reconocido por las reuniones en su casa cercana al palacio presidencial, donde se daban cita contínuamente personalidades como el presidente Alfonso López Pumarejo, su esposa y miembros del gabinete, quienes al compás de sus voces y guitarras se olvidaban de los problemas del país.

La fama de Matilde llegó a oídos de Manuel J. Gaitán, dueño de Radio Mundial. Allí, en compañía de la estudiantina Alma Colombiana, cantaba tres veces al día, alternando esta actividad con la locución y periódicas presentaciones con la compañía de teatro Los Tres Ases.

En 1945 llegó a Bogotá Lucho Bermúdez. Matilde, quién debido al matrimonio de su hermana había formado dueto con una cantante chilena, fue invitada a una audición junto con otras participantes.

La joven tolimense interpretaba sus porros con la misma intensidad de alguien nacido al lado del mar Caribe y desde ese momento se convirtió en pieza clave de la orquesta del compositor bolivarense.

El primer disco lo grabaron con la RCA Víctor, pero la deficiente adecuación de los estudios no permitió una calidad aceptable. Decidieron desplazarse hacia Buenos Aires donde se lograban mejores producciones. Permanecieron un año en esas tierras, donde se enamoraron y contrajeron matrimonio por lo civil.

Al regresar se unieron con Alex Tovar, compositor de Pachito eché e integraron la orquesta del Hotel Nueva Granada durante dos años. Deciden entonces marcharse a Medellín donde actúan en el Nutibara y en el Hotel Campestre. Siendo integrante de la estudiantina Tolima Grande, dirigida por Pacho Rojas, de quien recibió estudios profesionales de teoría, Emilio Díaz alcanzó el Momo Dorado en Barranquilla en 1967, iniciando una saga de reconocimientos en 1962.

Ante la popularidad conseguida que atravesaba las fronteras, los viajes se hicieron más frecuentes y la pareja no paraba en ninguna parte. Era normal que en la tarde se presentaran en Cali y en la noche en Bogotá, un día estaban en Venezuela y el otro en Centroamérica.

Matilde sintió el éxito en cada escenario donde se presentaba con sus trajes de luces, cantó con los grandes de la música tropical y poco a poco fue creando el camino hacia la leyenda en la que se ha convirtió. Temas como Salsipuedes, San Fernando, Carmen de Bolivar y Te busco empezaron a ser los favoritos del público latinoamericano, gracias a su bella voz.

El maestro y su esposa pasaban la mayor parte de su tiempo en un avión, él componía y ella interpretaba sus canciones como nadie.

En el 62 regresaron a Bogotá como orquesta permanente del Hotel Tequendama. Pero empezaron a surgir diferencias en el matrimonio; la cantante se sentía utilizada por el compositor y el amor iba tocando a su punto final. Un año después se separarían definitivamente.

La soledad no estaba hecha para Matilde y en 1964 cumple su sueño de mujer católica al casarse de blanco y por la iglesia. El hombre escogido era Alberto Lleras Puga, hijo del expresidente Alberto Lleras Camargo, a quien conoció cuando cantaba en los grandes salones del hotel Tequendama. Cambió sus noches de lentejuelas, de bullicio, por la tranquilidad de un hogar en compañía de su única hija, Gloria María Bermúdez, el milagro pedido tantas veces a las vírgenes de cuanta ciudad visitaba, quien creció y se convirtió en su amiga y confidente. Con ella la cantaba todos los domingos en una iglesia al norte de Bogotá y compartía su amor por sus 15 perros, 14 canarios, dos mirlas y una lora que entonaba todas las mañanas las canciones de su dueña.

Matilde jamás se arrepintió de las decisiones que tomo en su vida, ni cuando enfrentó las habladurías de la época por ser una mujer de orquesta, ni del escándalo en el que se convirtió su separación del maestro Bermúdez y su segunda boda y nunca se arrepintió de haber tomado la decisión de dejar el mundo artístico. Aunque las presentaciones disminuyeron y sus espectáculos se reducían a pequeños grupos de amigos en la sala de alguna casa, durante la unión con su segundo esposo, que trabaja en el campo de las finanzas, grabó más de veinte producciones para diversos grupos y entidades.

A Lucho Bermúdez la siguió uniendo una gran amistad, nacida en su amor por la música, tanto así que el día del funeral del maestro todos se acercaban a ella para lamentar su muerte, porque para Colombia este dúo fue el pionero del ritmo tropical a pesar de que sus vidas se hubieran separado tres décadas atrás.

En 1992 cumplió 50 años de vida artística. Sus admiradores compraron una recopilación de sus boleros llamada Bodas de oro y tuvieron la oportunidad de ver uno de los mejores conciertos en su vida profesional, al lado de su gran amiga, Celia Cruz, con quien se conoció en 1952.

A sus 72 años sacó al mercado con Discos Dago el trabajo Una leyenda llamada Matilde Díaz, con temas como San Fernando, El secreto de mi voz, Calamarí, Gloria María, Pepe y Las pilanderas, tema que canta con Celia Cruz.

Cuando Matilde Díaz subía a un escenario, demostraba que cantar no sólo era cuestión de buen oído y buena voz, sino que había que poner el alma y estar dentro de la canción para transmitir sentimientos. Eso es lo que hizo toda su vida, hasta su último día. No necesitaba convencer a nadie porque la gente la escuchaba sólo para sentir cómo el embrujo que salía de su voz se apoderaba de sus cuerpos y los hacía bailar, recordar y vivir.

José I. Pinilla, en su libro Cultores de la Música Colombiana, afirma que “Es indudable sí, que toda esa gloria la consiguió con el apoyo del maestro Lucho Bermúdez, durante los lustros que permaneció como cantante de su prestigiosa orquesta, con la cual hizo la mayoría de sus grabaciones que le depararon satisfacciones... “ y agrega, “... ese arte sólido, robustamente asentado y finísimo, fundió sus raíces penetrantes y vivas en el más profundo afecto de los connacionales, quienes con esa música recibieron y recibirán vida, aliento, calor y energía inexhausta, de esa que brindan los juegos misteriosos del arte musical”.

Matilde Díaz ganó todas sus batallas, la de la fama, la de la gloria y la del amor. Murió el 8 de marzo del 2002, al lado de su hija Gloria María y su esposo Alberto.

En los radios de todo el país, sonó con más alegría y fuerza su voz, la que no se ha apagado ni un sólo momento, desde el día en que esta tolimense decidió convertirse en la reina mundial de nuestro porro hasta su muerte, el 8 de marzo de 2002.

En el año 1995 Pijao Editores la seleccionó como uno de los Protagonistas del Tolima Siglo XX



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