MATILDE DÍAZ

 

Para una leyenda de la música latina y parte de la historia de la canción tropical, los 50 años que cumplió de vida artística en 1992 le permitieron gozar de nuevo su época de esplendor cuando era considerada la mejor cantante colombiana. Su retorno la sacó de su apacible vida familiar para situarla en un gran concierto al lado de la guarachera Celia Cruz, quien vino especialmente desde el exterior a compartir el escenario con su amiga.

Esta actuación la obligó a dejar el cuidado de sus 15 perros, 14 canarios, dos mirlas y una lora que se sabe las canciones de su dueña. Todos los domingos, en una iglesia del norte de Bogotá, los fieles ven llegar a dos mujeres que se hacen presentes para entonar los cantos religiosos que ambientan la misa de los católicos de este sector de la ciudad, sin imaginar que son la siempre vital Matilde Díaz y su hija Gloria María quienes no fallan a su cita semanal para integrarse, con sus voces, al coro parroquial.

La constancia de la inolvidable cantante de la orquesta de Lucho Bermúdez indica que sólo hasta el día de su muerte dejará de lado la profesión que la hizo famosa y le dio sus mayores satisfacciones.

Fueron años y años de actividad. En su niñez, cuando apenas cursaba los primeros estudios en su tierra natal, Icononzo, recorría las calles cantando y recogiendo plata para las obras de la iglesia. Con la colaboración de su madre, una bogotana que por razones del destino resultó casada con el cuñado de su hermano, un tolimense amante de la música, componía coplas a los señores ricos del poblado para agenciarse algunos recursos.

Por esos días, Icononzo era un lugar totalmente apacible pero incómodo por la carencia de servicios públicos y en el que las lavanderas se concentraban en las orillas de los ríos y quebradas a refregar ropa mientras las familias degustaban un almuerzo campestre rodeadas de guayabos, guamos y naranjos.

Este ambiente de tranquilidad alimentó las dotes artísticas de la familia Díaz y la incentivó a organizar una estudiantina. Las tardes de los viernes y sábados, la casa de Matilde era invadida por bandolas, tiples, guitarras, flautas y violines, instrumentos en los cuales primos, hermanos, padres y tíos ensayaban diferentes piezas de música colombiana para, después, amenizar los principales eventos de la próspera región.

Entre los permanentes seguidores del grupo musical se encontraba Max Aya, suegro del exalcalde de Bogotá Fernando Mazuera, quien gracias a la profunda admiración que sentía por el talento artístico de Matilde y su hermana, constantemente invitaba al grupo musical a su finca. No perdía oportunidad de incitar al padre de las cantantes para que se trasladara a la capital en donde tendrían un mejor futuro y existían grandes emisoras.

Ante tanta insistencia se fueron para Bogotá en el año 40, cuando Matilde sólo contaba con 14 años. Se encontraron con un viejo amigo, Emilio Sierra, compositor fusagasugueño de rumbas criollas, pasillos y bambucos que se dedicó desde ese instante a instruir a las hermanitas Díaz en el mundo del canto hasta que ingresaron a Radio Cristal.

Al poco tiempo su fama llegó a oídos de Manuel J. Gaitán, dueño de Radio Mundial. Allí, en compañía de la estudiantina Alma Colombiana, amenizaban con tres presentaciones diarias a su auditorio citadino. Matilde alternaba esta actividad con la locución y periódicas presentaciones con la compañía de teatro Los Tres Ases.

La atención generada alrededor de las artistas tolimenses no fue ajena al maestro Emilio Murillo, folklorista y anfitrión reconocido de las mejores tertulias y fiestas de la época. En su casa, cercana al palacio presidencial, se daban cita continuamente los hombres que hacían la historia del país en los inicios de este siglo.

Las hermanas Díaz se convirtieron así en las asistentes de honor en todas las reuniones de Murillo. Allí estaban sin faltar el Presidente Alfonso López Pumarejo con su esposa y los integrantes del gabinete, quienes al compás de sus voces y guitarras se olvidaban de los problemas del país y se sumergían en el mundo del baile y la comparsa. En 1945 falleció el ilustre anfitrión, se acabaron los famosos encuentros y la hermana de Matilde contrajo matrimonio, lo que la obligó a apartarse del canto y a terminar con la sociedad familiar.

Coincidencialmente, en ese año llegó a Bogotá Lucho Bermúdez. No fue difícil, por el prestigio alcanzado, que se enterara de la existencia de la cantante, quien para entonces había conformado dúo con una guitarrista chilena. La invitó a una audición con otras participantes buscando determinar quién tenía mejor disposición para interpretar sus porros. Matilde demostró su calidad y al poco tiempo se convirtió en la pieza clave de la orquesta del compositor de Carmen de Bolívar.

El primer disco lo grabaron con la RCA Víctor pero la deficiente adecuación de los estudios no permitió una calidad aceptable en el producto. Contrariando los criterios chauvinistas de la época, director y pupila decidieron desplazarse hacia Buenos Aires donde se hacían mejores producciones en el mundo del acetato. Permanecieron un año en esas tierras y contrajeron matrimonio por lo civil.

Al regresar se unieron con Alex Tovar, compositor de Pachito Eché e integraron la orquesta del Hotel Nueva Granada durante dos años. Al cabo de este tiempo decidieron marcharse a Medellín, donde actuaron en el famoso Nutibara y en el Club Campestre hasta el año 62.

Ante la popularidad conseguida, que traspasaba las fronteras nacionales, los viajes se hicieron más frecuentes y la pareja artística no paraba en ningún lugar. Era normal que en la tarde se presentaran en Cali y por la noche en Bogotá. Un día estaban en Venezuela y al siguiente en Centroamérica.

En sus desplazamientos al exterior nunca iban acompañados de su orquesta por los altos costos que ello significaba. Matilde, entonces, grababa con los mejores grupos y directores de Latinoamérica. En Cuba con el maestro Lecuona y con Diego Valdés; en Argentina con Barbani; en México con Rafael Paz. A Colombia, los primeros grupos que vinieron con la totalidad de sus integrantes fueron el del maestro Lara, de Méjico, y el de Pérez Prado, en el año 1958.

Al ritmo de las presentaciones componía el maestro y su esposa, quien tenía un buen oído, le aconsejaba sobre los arreglos y las posibilidades de éxito de cada partitura. Curiosamente y aunque poco se equivocaba en sus apreciaciones musicales, Matilde no creyó en Sari Fernando ni en Carmen de Bolívar, por su letra, y fueron éstos precisamente los temas que mayor reconocimiento les brindaron.

En el 62 regresaron a la capital como orquesta permanente del Hotel Tequendama, sitio que conglomeraba la mayor actividad festiva de mediados de siglo. Sin embargo, empezaron a surgir diferencias en el matrimonio. La cantante se sentía utilizada por el compositor y el amor iba tocando su punto final. Un año después se separarían definitivamente.

La soledad no fue la compañera ideal de Matilde. En 1964 ya se encontraba casada por lo católico, como era su gran deseo, con Alberto Lleras Puga, hijo del Expresidente Alberto Lleras Camargo, quien se encargó de conducirla de un mundo artístico a una vida de hogar en compañía de su hija Gloria María Bermúdez, única hija de la artista.

Las presentaciones disminuyeron su ritmo y los viajes ya no eran a nivel artístico sino vacacional a Europa o Estados Unidos. Sus espectáculos se hacían ante un reducido grupo de amigos en la sala de una casa en donde interpretaba con su talento el porro, en curiosa amalgama con la rumba flamenca de España.

Logró encarnar la verdadera esposa que acompañaba a Alberto, un hombre dedicado a las finanzas, en las tardes de domingo y lo esperaba en la apacibilidad de su hogar en compañía de quince perros de diferentes razas.

A pesar del cambio radical que llegó a su vida a raíz de su segunda unión y su retiro de la orquesta de Lucho Bermúdez, no se puede decir que Matilde haya tenido algún receso en su vida profesional. Durante esta época su voz ha alimentado más de veinte producciones que han grabado diferentes grupos o entidades con los más diversos fines.

En 1992, al cumplir 50 años de vida artística, las ventas de sus discos se duplicaron, su público pudo disfrutar de una importante recopilación de boleros llamada Bodas de Oro y brindó a sus admiradores uno de los mejores conciertos de su vida profesional con su amiga de siempre: Celia Cruz.

Aunque su esposo y su hija copan la mayor parte de su tiempo, nunca dejó de relacionársele con el director bolivarense y siempre ha sido presentada como la excantante de la Orquesta de Lucho Bermúdez. Durante el funeral del maestro, todos se acercaban a ella para lamentar su muerte porque para Colombia definitivamente este dúo fue el pionero del ritmo tropical a pesar de que sus vidas se hubieran separado tres décadas atrás.

La cantante de música popular colombiana más grande de todos los tiempos, falleció en Bogotá el 8 de marzo de 2002.



Galería