HERNANDO DEVISECHANDIA

 

Los más de veinte libros de derecho que publicó el prestigioso abogado e intelectual tolimense, no todos de derecho procesal, su fuerte, sino sobre otros campos de la materia incluyendo uno titulado Régimen de aguas u fuerza hidráulica en Colombia, le fueron concediendo, alo largo de su tenaz persistencia en el estudio y el aporte a las interpretaciones de su oficio, una respetabilidad que nadie le discute en el país.

Es autor de un riguroso Compendio de Derecho Procesal formado por ocho volúmenes, entre ellos una Introducción al Derecho Procesal y una Parte General, lo cual es buena muestra de la extensa obra escrita por este jurista, sin duda alguna uno de los más grandes del país.

Su trabajo bibliográfico empezó desde cuando estaba en cuarto año de derecho y junto a su condiscípulo Hernán Iglesias, mientras trabajaban como auxiliares en el área denominada entonces de Economía Nacional en el Departamento Jurídico del Ministerio de Economía, redactó el decreto ley y el decreto reglamentario sobre régimen de aguas y fuerza hidráulica. Pero los textos no quedaron allí, para su satisfacción, sino que después el contenido de ese decreto pasó a un Código de Ambiente que sigue teniendo vigencia y sirvió de base para la política en el nuevo ministerio del ramo. El hecho de que unos estudiantes se convirtieran en autores de una legislación que aún existe, les dieron, en particular a él, los estímulos para continuar incursionando en la elaboración de textos.

Egresado de la Universidad Nacional, al graduarse como abogado tuvo la satisfacción de contar como presidente de tesis a Eduardo Zuleta Ángel, un orador elocuente y de personalidad subyugante, de origen antioqueño, que estaba en la cima de su prestigio como jurista. En 1970 fue ponente en su totalidad del Código Civil Colombiano al lado de destacados magistrados, un trabajo realizado en diez meses porque el Congreso le dio facultades al gobierno para expedirlo en el término de un año. Transformar un código que venía desde 1885, es decir, actualizarlo en casi un siglo, exigía una ardua labor. Mientras se reunió la comisión pasaron ocho meses en tanto él, desde las cinco de la mañana a doce de la noche, trabajaba en lo que terminó siendo un código que llegó a ser de los más modernos en toda América Latina.

Publicó después un libro titulado Principios Fundamentales del Derecho Civil editado en Medellín. El análisis de la materia llevado a cabo en su texto y la forma en que la explicaba, llevaron a la Universidad de Antioquia a solicitarle al rector de la Universidad Nacional, Gerardo Molina, un socialista democrático y un intelectual importante, que lo enviara a dictar 15 conferencias de derecho civil moderno. No contentos con eso, los directivos de la Universidad editaron con sus exposiciones un libro. Después aparecieron, sucesivamente, dos ediciones, ya agotadas, sobre Principios de derecho procesal penal, las que han sido de utilidad para lo civil, lo penal, lo laboral y lo contencioso administrativo.

Desde estudiante, cuando tenía su cargo de auxiliar en el Departamento Jurídico del Ministerio de Economía hasta cuando lo designaron como abogado, se desveló analizando libros sin dar tregua ni pedirla y estuvo dedicado al ejercicio de la cátedra. La música clásica ha sido su predilecta y en compañía de sus hijos no perdió temporada en el Teatro Colón ya que por más de veinte años alquiló su palco para los conciertos de los viernes.

A pesar de haber nacido en Bogotá en 1916, declara con profunda convicción que siempre su corazón ha estado en el Tolima y siempre se ha considerado chaparraluno. Sus primeros seis años transcurrieron en la capital de la república, pero de allí fue a la patria de sus mayores, al colegio de Eufrasio Hartmann donde cursó hasta el tercer año de bachillerato, siendo luego matriculado en el colegio de San Bartolomé en Bogotá en el que estudia hasta mitad del quinto. Cuando su madre muere en Baranquilla, se siente obligado por su deseo de verlo convertido en sacerdote y con el propósito de satisfacerla en forma postuma se matricula con los jesusitas. Interno, con derecho a una sola salida mensual los sábados, ayunando hasta el desmayo, haciendo ejercicios espirituales, un día recibió en casa de su hermana mayor, Adela, casada con un militar, el impacto de una visitante adolescente de quince años, vestido rojo y pelo rubio. Fue recibido con aceptación por Margoth Franco Uribe a quien comenzó a hacerle versos y cartas de una manera tan intensa que dejó de ir a la iglesia, de rezar rosarios y de pensar en su vocación. Al regresar al colegio sintió desde un comienzo gran hostilidad de algunos jesuítas y presentó oficialmente su renuncia, hizo maletas y se fue a la casa de su primo Darío Echandia, entonces Ministro de Gobierno, quien por haber sido estudiante del Rosario se rió de su historia y le consiguió cupo allí con su rector, Monseñor Castro Silva. En este claustro terminó su bachillerato y se matriculó para primer año de derecho pero como sólo eran diez los inscritos, Monseñor decidió cancelar el año lectivo. Entonces pasa a la Universidad Nacional y al culminar su carrera concursa para dos cátedras en un curso destinado a empleados oficiales, uno de Introducción al Derecho y otro de Derecho Constitucional, que en virtud a sus calificaciones gana mediante pruebas orales, dándose así lo que fue su primer triunfo profesional y el comienzo de su vida docente.

Murió en Bogotá en el año 2001.