SOBRE LAS NOVELAS DE SIMÓN DE LA PAVA
El autor, nacido en Cajamarca en 1917, con su extensa novela Este es mi testimonio, de 622 páginas, logra un gran fresco de la vida campesina y su medio bucólico, describe los pormenores de una pequeña urbe en proceso de crecimiento, relata esencialmente los detalles que rodearon el crímen de un médico y su amplio proceso investigativo donde se tiende un manto de dudas sobre los acontecimientos y sus participantes, señala con dureza a quienes ejercen e interpretan equivocada o viciadamente la justicia y deja el periplo de una saga familiar.
La trama se teje en un comienzo alrededor de la vida de una familia campesina, sus pequeños y grandes avatares en el medio rural y las naturales expectativas con los hijos que crecen y deben realizar su obligado éxodo a la ciudad para llegar a ser ciudadanos y convertirse luego en profesionales.
Al fondo está el ambiente que se desprende de la hegemonía de los partidos tradicionales y la violencia que se genera como parte de los enfrentamientos, en cuyo marco sucede el asesinato del galeno dentro de la ciudad y se ofrecen los, en ocasiones, interminables capítulos que conllevan a la investigación del crímen.
Todo ello trae en parte otro protagonista que es la ciudad, emparentada con los cuadros campesinos que nutren la novela no únicamente con el detalle de sus atmósferas sino con la precisión de la historia misma.
Lo narrado, lo advierte el mismo autor, tiene una alta dosis autobiográfica que ficciona para redondear la novela. Entonces aquí el académico y el jurista, el testigo y el humanista, el hacedor de crónicas y el memorioso, hacen una combinación de gran esfuerzo para darnos un marco en el desarrollo de los acontecimientos que gozan de referentes históricos, circunstancias políticas y una mirada crítica a todos ellos donde resalta el señalamiento a las causas del caos y a los procedimientos de la justicia en el país, bajo la interpretación que generan personajes de la obra.
La novela, dividida en tres amplias partes, tiene a su vez una numerosa sucesión de no muy extensos capítulos que a su vez subdivide en apartados para dotarla de una estructura adecuada. Es la utilización de la caja china o la muñeca rusa, la Matriuska, en donde la historia principal genera otras derivadas.
Como si se tratara de un ensayo, Simón de la Pava se da a la tarea de describir la naciente ciudad de San Bonifacio donde transcurrirá buena parte de los aconteceres, ofrece con precisión datos históricos y luego ubica aspectos humanos como el de los huérfanos de la violencia que dan perfil a un primer capítulo, para mostrarnos en el segundo las vidas paralelas de Adolfo y Alfredo, dos grandes amigos que cumplen en la trama el papel de desviar la investigación que busca aclarar el crímen del médico y hasta participan en algunos hechos que conducen al asesinato.
La mayor parte de quienes aparecen en el libro surgen apenas delineados sin que cumplan un papel importante en la trama de la obra. Parecen puestos ahí a manera de adornos humanos sobre los que se ofrecen pequeñas referencias para luego desaparecer.
Ahí están por ejemplo Claudia, hija de Catalina, muerta en un accidente de tránsito; José, el vendedor de lotería; Félix, el carnicero quien tiene una relación con Matilde, la prostituta; Rudesindo, un experto en ciencias ocultas; doña Sixta, una conservada cincuentona que sufre las adversidades inherentes a la clase media baja pero que logra por su instinto de superación y coraje la admiración de gente ubicada en estrato superior; Aquimín, un viejo flaco, desgarbado, vendedor de versos y que es pensionado de los ferrocarriles nacionales; la partera Gertrudis; Anaís, la madre de Adolfo; Eneida, que al igual que Anaís, son víctimas de sus maridos; don Fabri, benefactor del barrio, lo mismo que Timoteo, un atractivo personaje que es sobreviviente de la guerra de los mil días; Teodoro, el tendero; Abraham, el farmaceuta; Rosalba, la enfermera; Arquímedes, quien pasa su vida entre el campo y la ciudad, hermano del médico asesinado y la sucesión de abogados entre quienes están Alberto, Ernesto, Pedro, Carlos, Raúl, Servando, Mario, Simón y Marcos.
Desde luego, existe un número amplio de pequeñas historietas donde abundan personajes y cuadros que refieren indígenas, caminos, medios de transporte, animales, árboles, amoríos, filósofos, diálogos, alimentos, noticias de prensa, paisajes, declaraciones, pitonisas, brujos, culebreros, caballistas, apariciones, locos, viajes, colegios, cementerios, cartas y reflexiones, acolchadas con melancólicas evocaciones no exentas de una grata porción de ternura.
En general, la novela mantiene un tiempo lineal en cuyo desarrollo van surgiendo los recuerdos y escenas del pasado. Se distribuyen los acontecimientos entre el campo y la casa, motivos de permanente nostalgia por ser como un paraiso perdido y lo que ocurre en la pequeña urbe en formación, caracterizando, eso sí, con propiedad, la dinámica social de la época que se inicia en los comienzos del siglo XX.
Diversos y elogiosos han sido los comentarios despertados por la novela de Simón de la Pava que se publica en 1991, tales como los de Horacio Aristizábal donde resalta cómo “la mejor cultura no es la que se concentra sino la que se difunde”*1, el concepto del profesor en Estados Unidos Eduardo Jaramillo Zuluaga que determina cómo “son memorias cargadas de nostalgia y un lenguaje lleno de palabras con sabor colombiano tan difícil de definir”*2 o el del prestigioso norteamericano colombianista David Bushnell quien afirma que “aparte del tema apasionante, es de un estilo ameno y fascinante por los datos de folclor y vocabulario tolimenses”.*3
El desaparecido Antonio Chalita, por su parte, precisa cómo “este es un hermoso libro con una prosa límpida de sabor clásico que recuerda a cada paso a los grandes narradores castizos de finales del siglo pasado y principios del actual, conmovedor en su contenido, denso en sus conceptos, fino en su humor...”*4
Así mismo, Eduardo Santa señala que el libro constituye un valioso aporte a la literatura regional y Guillermo García, en El Espectador, advierte que los diálogos son obra excepcional y que la obra es un testimonio novelado como recurso para los recuerdos, al tiempo que destaca la pintura del mundo campesino y ofrece sus impresiones alrededor de “Nazario, Tomasito y Tomasón, de las mujeres hacendosas y buenas, de ventas y ventorrillos, de casas campesinas, al lado del pensador y del filósofo, su crítica seria y severa, el manejo de lo picaresco, lo anecdótico, lo folclórico, la estampa de Daniel, el médico asesinado, el defensor de las tradiciones y de la justicia y el testimonio de la gente sencilla, descomplicada, de la parte rural colombiana.”*5
Finalmente, debe subrayarse cómo la novela de Simón de la Pava, cuyo narrador omnisciente muestra con detalle su mundo, ofrece antes que un lenguaje literario la utilización acertada de lugares comunes que retratan personajes y época. Porque el libro es, esencialmente, una atractiva muestra de ella, pese a no recortar materiales que para la emoción del autor podían resultar interesantes pero que aumentan, para el lector, innecesariamente, la abultada novela de sus gratos y a veces sombríos recuerdos.
La inclusión de un glosario sobre los términos empleados, la figuración de un epílogo y el prólogo que determina las pretensiones y el alcance del testimonio, son un preciso abrebocas para saber en qué mundo vamos a navegar, no tanto como se saborea desde un comienzo, cercano a la literatura, sino esencialmente a la vida entre el esplendor y la decadencia, los sueños y las pesadillas, y en fin, lo que significan lo bueno, lo malo y lo feo con sus contradicciones, que al final de cuentas es de lo que está verdaderamente construida una obra.
Notas
1.-Gómez Aristizábal, Horacio; Carta al autor.
2.-Jaramillo Zuluaga, Eduardo; Carta al autor.
3.-Bushnell, David; Carta al autor.
4.-Chalita Sfair, Antonio; Carta al autor.
5.-García, Guillermo; El Espectador, 16 de febrero 1992.