DARIOECHANDIA OLAYA

Ocupó la escena política nacional por cerca de sesenta años, alcanzando en cuatro momentos del siglo XX, el solio presidencial, no por elección popular, sino en la condición de designado. Había nacido en la población de Chaparral el 13 de octubre de 1897. Fue el mayor de ocho hermanos sobrevivientes del matrimonio de Carlota Olaya Bonilla y Vicente Echandía Castilla.

Darío Echandía va con el resto de los niños de la urbe a la escuela pública, mientras su padre atiende el rendimiento económico, cobrando el peaje de tránsito de mulas y personas sobre el puente del río Amoyá y se ocupa también de una finca que posee en las proximidades. Es un hombre activo, consagrado a sus deberes y preocupado de que en su hogar haya libros, cuadernos y lápices para que sus hijos, cinco mujeres y tres varones, encaucen positivamente su afán por educarse y ser en el mañana, como entonces se decía, ciudadanos útiles a la familia y a la patria.

La carencia de planteles de enseñanza secundaria determinó que Darío Echandía fuera a Bogotá, ingresando primero en el Colegio Arango y Ramírez y, luego, en el Mayor de Nuestra Señora del Rosario, donde también adelantará su carrera de derecho y ciencias políticas. Como Don Fulgencio, aquel inolvidable personaje de historietas dominicales, él no tuvo infancia, tuvo biblioteca, vocación monástica investigativa, sobre todo, por las ciencias jurídicas que convirtió en su fortaleza intelectual.

A los veinte años, 1917, se titula abogado, como el número uno del curso, con su tesis “De la responsabilidad civil por los delitos y las culpas”. Entre los libros y una hamaca que adopta en “La Siberia”, finca de su padre, ve pasar las páginas de sus lecturas en días sin fin, sometido a la fascinación de los grandes navegantes que mientras remontan los mares, van descubriendo el mundo. Abandona la hamaca en 1918 tras ser elegido diputado a la asamblea departamental del Tolima, gracias al empeño de algunos amigos que conocen su carácter lógico inductivo, tan parecido al de Sócrates. En plena hegemonía conservadora, Echandía acepta su postulación legislativa, con la esperanza de abrir caminos civilistas, tan crudos como pasar de la barbarie a la civilización, axioma que él tantas veces esgrimió en sus intervenciones públicas.

No tardó en devolver el cargo y salir de allí, nunca mejor dicho, por la puerta de los sustos. Regresa a los libros, ajeno a los comentarios que suscita decir no en el terreno de la política, donde lo aconsejable es decir si.

Alcanza un trabajo como juez civil de circuito en la población de Ambalema, importante centro comercial colombiano, donde confluyen gran parte de las exportaciones colombianas al extranjero, especialmente las del tabaco que tienen una gran demanda en Alemania e Inglaterra. En su vocación por el conocimiento, lee los clásicos griegos y latinos hasta que en1927 es ascendido a magistrado del Tribunal Superior de Ibagué. No está muy seguro de su gesto afirmativo, porque aún no descubre una pasión más arrolladora que la sustancia extraída de los libros. Su magistratura vuelve a ser un episodio fugaz, tedioso y rutinario, de escasas expectativas intelectuales. Lo deja a cambio de un empleo como gerente del Banco Agrícola Hipotecario de Armenia. No es habitual que un hombre de libros pruebe suerte en la bolsa de valores para alcanzar la prosperidad. Pero no hay que sorprenderse. Demócrito busca respuestas a la materia constitutiva del hombre, a través de la física, como lo hace también en el siglo XVll Descartes, que somete el conocimiento a sus medidas, mediante teoremas muy precisos. Tal vez la banca y sus implacables métodos financieros, aclaren al jurista, algunos enigmas de la condición humana, cuyos tortuosos efectos son infinitos en el derecho civil.

No es Echandía quien se afana en protagonizar la política del país. Son los políticos los que corren una y otra vez en su búsqueda para lucirlo como un as de diamantes en sus apuestas electorales. Se trata de robustecer la reciente campaña que ha iniciado el partido liberal, para llevar a la presidencia de la nación, a Enrique Olaya Herrera, para el periodo de 1930-1934.

En desarrollo de esa campaña, se convoca a una convención del partido en Chicoral, Tolima. Son los tiempos en que el tren de carbón descendía desde Bogotá, superaba los escarpados que hallaba a su paso y atravesaba fatigoso el inmenso llano que conducía a Ibagué, pasando por Chicoral. Los políticos hacían buen uso del mismo y entre una estación y otra premiaban a los lugareños con sus campanudos discursos.

Darío Echandía interviene en esa convención y con su vocación crítica, desnuda las endemias de su partido y como siempre minimiza la altisonancia de los conceptos que rompen la unidad nacional. López Pumarejo que yace en una hamaca, fuera del recinto, escucha atento sus sorprendentes argumentos expuestos con una voz cansina y nasal, corta de oratoria pero rica en sus contenidos. Cuando termina la exposición pregunta a sus amigos, quién es el interviniente. Le responden que es un señor de Chaparral de apellido Echandía, que casi contra su voluntad anda en la política. Así que lo invita a conversar en privado, después de lo cual el destino político del dirigente tolimense que ha cumplido los 33 años de edad, queda definido.

En las listas elaboradas para candidatos al senado por el Tolima, Echandía es una de sus más sobresalientes figuras y es elegido para la legislatura de 1931. En la convención liberal nacional de 1934, su nombre se encuentra al lado de otros siete miembros que asumirán la dirección del partido. Desde entonces, para no abundar en fechas y circunstancias, su nombre será un timbre de legitimidad irremplazable, en todos los directorios del partido.

Echandía ingresa en el parlamento, como representante a la cámara, simultáneamente con el ascenso de Alfonso López Pumarejo a la presidencia de la república, en su primer periodo, 1934-1938. Sobreviene entonces un episodio que alguna vez Echandía refirió y quedó consignado en sus anales. Un grupo de dirigentes tolimenses, solicita audiencia al presidente para persuadirlo a que incluya en la terna que ha de enviar a las cámaras legislativas, el nombre de Darío Echandía, como candidato a Corte Suprema de Justicia. Al abandonar su despacho la delegación está segura de haber sido escuchada y sólo espera a que se produzca su nombramiento.

Echandía es invitado al despacho presidencial y su titular le refiere que una junta de paisanos ha ido a pedir su nombramiento para la Corte y le pregunta si es lo que quiere. La respuesta de Echandía es afirmativa porque coincide con su profesión de abogado. López comparte con su visitante los proyectos que aguardan a su gobierno y le propone que en vez de ir al poder judicial, lo acompañe en el ejecutivo como ministro de gobierno. Echandía titubea e insiste en que lo suyo es la judicatura y que en la política resultará un estorbo. Su argumento es en realidad de una contundente eficacia política y a través de su sofisma, induce al presidente López a redactar ahí mismo su nombramiento, antes de que se lo piense dos veces.

En agosto de 1936, próximo a los cuarenta años de edad, el reticente hombre público acepta casarse con Emilia Arciniegas Castilla y para no contradecir la norma que sigue a la ceremonia, aborda un tren que lo aproximará a la tierra de sus mayores donde cumplirá su luna de miel.

En 1938 se inicia su peregrinaje involuntario hacia el poder y, auspiciado por el mismo López Pumarejo, Jorge Eliécer Gaitán y Plinio Mendoza Neira, surge como candidato liberal para el siguiente periodo presidencial. Pero en las elecciones parlamentarias de ese año su nominación naufraga en favor de Eduardo Santos. Echandía se apresura a retirar su nombre para ahorrarle al liberalismo otro de sus fraccionamientos.

Alfonso López Pumarejo vuelve a ser candidato del partido liberal a la presidencia de la nación, para el periodo de 1942 a 1946 y consigue la victoria. Echandía que en cada episodio de la vida nacional, es una de las figuras más respetables del liberalismo, es nombrado ministro de gobierno y meses más tarde removido a ministro de relaciones exteriores, con el encargo de allanar las dificultades que presenta un nuevo Concordato, con las autoridades del Vaticano. Más tarde, el Congreso de la República acoge su nombre, como primer designado, en momentos en que las dificultades familiares afectan el ejercicio público del presidente López.

Echandía asume funciones presidenciales, ante la licencia solicitada por López para atender las dolencias de su esposa María, entre el 17 de noviembre de l943 y el 16 de mayo de l944. El 10 de julio de ese mismo año y ya en su condición de designado, enfrenta el conato de golpe militar que se urde en Pasto y que mantiene al presidente cautivo durante dos días, hasta que la conjura fracasa y López es liberado. Ya en la agonía de este periodo presidencial, Echandía viaja a Londres como embajador. A finales de 1946 el episodio de proclamar a Echandía candidato del partido, vuelve a repetirse, pero las aspiraciones presidenciales de Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay restan a su candidatura y al mismo partido las posibilidades de unión. Echandía declina nuevamente sus aspiraciones electivas, con el exquisito comentario de que no deseaba dividir por tres, lo que estaba dividido por dos. Efectivamente, esa división es el mejor aliado que halla el candidato del partido conservador, Mariano Ospina Pérez para alcanzar la victoria, en los comicios de 1946.

El 9 de abril de 1948, cayó sobre los colombianos como una sentencia de dolor expansivo, a lo largo de las décadas y de las medias centurias. Muere el caudillo popular del liberalismo, Jorge Eliécer Gaitán, a causa de las balas disparadas a su espalda por un asesino y el país entero explota como un depósito de energía atómica.El presidente conservador Mariano Ospina Pérez convoca a palacio a los jefes políticos de los dos partidos tradicionales. Echandía es uno de ellos y a él se le ofrece el ministerio de gobierno, buscando así un consenso mínimo frente a la hecatombe nacional.

Es cuando Echandía enuncia un interrogante ingenuo, que luego devino en filosófico, dentro de las grandes hipérboles que cultiva la historia oficial. No había más que asomarse a una ventana para observar la devastación, la llamarada de la insurgencia en la calle, para concluir sin esfuerzo, que en esos momentos la legitimidad era inútil, lo que llevó a Echandía a responder frente al ofrecimiento del ministerio: ¿ Y el poder, para qué ? Cualquiera que pasara por allí y fuera invitado a gobernar hubiera respondido lo mismo. Greguerías como ésta, añadidas a su carácter tolimense inmanente, han sido atesoradas como actos de sabiduría que se siguen repitiendo con una destreza exasperante.

Parecería inviable que Darío Echandía reincidiera en sus aspiraciones, después de los desplantes padecidos por su lealtad al partido liberal, pero se repite a finales de 1949. Su candidatura reflota en medio de las convulsiones sociales del momento. La implantación del estado de sitio, las restricciones democráticas, el ambiente enrarecido que ha dejado el asesinato del caudillo popular Jorge Eliecer Gaitán en 1948, determina que el liberalismo retire su candidato a la contienda electoral. El discurso de Echandía, el 9 de noviembre de 1949, en el Teatro Municipal de Bogotá, escenario en el que se gestan grandes acontecimientos políticos, es memorable por su claridad, por la precisión de sus argumentos, por el coraje descriptivo que hace del ejercicio político de aguerridos caudillos conservadores como Laureano Gómez que han llamado a la acción directa, para liquidar definitivamente a las columnas liberales de la nación.

En esas circunstancias es elegido sin contrincantes, el jefe conservador Laureano Gómez, para el periodo de 1950-1954.

Hay un evento dramático que lastima el bien familiar del Darío Echandía. El 25 de noviembre de 1949, él hace su camino a pie, rumbo al centro de la ciudad, acompañado por su hermano Vicente y un grupo de amigos. A la altura de la calle 39 con carrera 13, cerca a la factoría que por mucho tiempo ocupara Bavaria, la policía militar cree enfrentarse con una manifestación disidente, y como reconocen al señor Echandía al frente de la misma, arremete con tanta ferocidad, que Vicente es alcanzado mortalmente por las balas. A Vicente lo siguen en la mala hora, dos estudiantes de 16 y 18 años y un comerciante de 32. El suceso es uno más de los que se repiten en diferentes puntos del país, en medio de las tempestades sectarias que arrastra el mal entendido del ejercicio político.

El 13 de junio de 1953 Colombia tuvo tres presidentes. Rafael Urdaneta Arbeláez, Laureano Gómez que reasumió el poder ese día y el general Gustavo Rojas Pinilla que llegó al mismo mediante golpe de estado. Echandía saludó al nuevo gobierno con cierta esperanza y comprensivamente calificó el suceso como un golpe de opinión, sumando así una idea más a las anteriores, un aforismo más a los que habrían de sobrevivirle, por cortos y precisos y que llevarán a algunos comentaristas a definirlo como un filósofo notable.

Los jefes liberales y conservadores se aliaron para sacar del poder al general Rojas y ahí estuvo Echandía tras un breve tránsito por la Corte Suprema de Justicia. El 10 de mayo de 1957 el régimen abdicó en favor de una Junta Militar transitoria. Dos veces más, en los gobiernos de Alberto Lleras Camargo, 1958 y Carlos Lleras Restrepo, 1966, en su calidad de designado, ocupó la presidencia del Estado.

La hoja de servicios a la nación es generosa e intensa, a pesar de su metódica paciencia china. Escribió poco, pero con lo escrito logró armonizar lo que se conoce como la conciencia jurídica del país. No dejó libros de filosofía, ni de estética, ni de historia, ni sus memorias, sólo grandes embriones de ciencia jurídica. Un poco a la manera de Sócrates, lanzó sus palabras al viento para que quien quisiera oír, oyera y el resto es silencio.

Resuenan sus palabras, penosamente actuales: “Esto que tenemos no sirve para nada. Al contrario, desgraciadamente, estos viejos que se dicen liberales son de tal manera reaccionaria que no se equivocan: por donde van ellos anda la reacción. Son enemigos de la reforma agraria, enemigos de la reforma tributaria, enemigos de todo lo que sea solución a las malas condiciones sociales del país. Se aterran y se mueren del susto cuando les hablan de una reforma social”.

Sus últimos años fue a vivirlos a Ibagué y tras ver partir a su perenne esposa, Emilia, él también inicia el viaje decisivo, el 8 de mayo de l989, solo y a pie como un peregrino insatisfecho.