AL PADRE SOL
I
Maravillosa lámpara que allá el Eterno Padre,
puso para alumbrarnos el valle de tristeza!
Aunque a las duras puertas del asilo me ladre
el dolor –dogo hambriento- loaré tu belleza.
Eres un cuerpo enorme. Padre Sol! Tu grandeza
es mil y tántas veces mayor que tu comadre, la Tierra,
hembra que gira bajo de tu tibieza
igual que los polluelos debajo de su madre.
Padre Sol, ilumínanos! Padre Sol, ten piedad
de estos locos hermanos que a fuerza de dolor
se están volviendo cuerdos. Venga esa claridad
augusta, soberana, radiante, superior,
con que ardes en mi pueblo, en mi villorrio, allá
donde forjé unos versos a mi primer amor.
II
Padre Sol Papazaso! Verdad que tú me amas
mucho, lo suficiente, como a nadie, a ninguno?
Pues mándame tu luz, esa luz que derramas
sobre la altiva torre del solar atacuno.
Tú no caminas, Padre, vives en el espacio
girando sobre tu eje, dando tu claridad
a nosotros tus hijos; -luz, diamante o topacio-
la tierra, Venus, Marte, toda la inmensidad.
Que te hallas fijo he dicho? Sucede por lo cual
Que la Sagrada Biblia, en su chapitre tal
afirma una mentira cuando asegura que
aquel día en que cierto chafarote, judaico,
a Jericó, le puso un sitio –hoy arcáico–
tú intrigado en la lucha, te paraste por ver…
III
Cuando tú estás parado, hace ya cuatrillones
de siglos, desde el día en que el Señor te creó
para ventura nuestra para matar chimones
como estas rubicundas que alimento yo.
Pére Soleil! Es por esto sin duda, por lo que
río soberanamente al recordar aquello
que me habla de otras cosas, de ese distante bello
que ya no volverá, que por siempre se fue.
Oh! edad de la dulzaina, capador o violina,
cuán distante y cuán cerca estás de la perlina
hora de los ensueños del niño chiquitín.
Cuando mamá Cheditas me vestía de bata
y ella usaba un corpiño fastuoso y escarlata,
lustrosa falda negra y un enorme quitrín.