COROS DEL TOLIMA

Desde principios del siglo hay noticias de los Coros del Tolima. En 1910, por ejemplo, el grupo estaba conformado, de manera mixta, por Guillermo Quevedo, Conchita Lamus, Juan Estrada, Carlos Jiménez, Armando Valenzuela, Alberto Sáenz, Miguel Angulo, Raúl Paz, Julio Galofre, Luis Enrique Angulo, Carlos Julio Montalvo, Miguel I. Buenaventura, Francisco Lamus Obando, Antonio Galindo, Jesús María García, Leonidas Cárdenas, Eustorgio Cleves, Hernando Jiménez, Vicente Rengifo, Manuel Cuervo, Balvino Guzmán, Josías Domínguez, Alberto Castilla, Victoria Caicedo, Raquel Melendro, Islena Vela, Diva Melendro, Teresita Suárez, Inés Buenaventura, Sixta Tulia Caicedo, Concha Gallego y Raquel Casas. Quizá sus integrantes nunca imaginaron que estaban dando el primer paso a una de las épocas musicales más brillantes del Tolima, pero tampoco pensaron que 86 años después de sus primeros intentos, las masas corales, luego de haber recorrido el mundo entero recogiendo aplausos y vivas, detuvieran su trabajo por falta de un director.

Los coros masculino, femenino e infantil - conocido este último como “el muñequero” - que fueran institucionalizados en la década del 30, tuvieron su mejor época cuando se presentaron en Medellín en el marco del II Congreso Nacional de la Música, bajo la batuta del maestro Alfredo Squarcetta, luego de la muerte del maestro Alberto Castilla en 1937.

Hacia 1939, “el muñequero”, dirigido por la señora Josefina Acosta de Varón, estaba integrado por Humberto Torres, Hernando Isaacs, Andrés Mutis, Jorge Tobar, Alberto y Enrique Isaacs, Graciela Guzmán, Carmen Alicia Viña, Luz Palacio, Ayda Saavedra, Luz Neira, Elena Melendro, Beatriz Pulecio, Margarita Torres, Olga Perdomo, Belén Caicedo, Ligia Lozano, Stella Hurtado, Paulina Hakim, Beatríz Tobar, Isabel Parra, Beatríz Gómez, Iván Chediak, Hilda Guzmán, Gloria Bárcenas, Lily Torres, Marina Vélez, Leonor Martínez y Amelia Pulecio. En años posteriores estuvo dirigido por Leonor Buenaventura de Valencia quien se consagraría desde allí como uno de los pilares no sólo del Conservatorio, donde nacen los coros del Tolima, sino de la música del departamento.

El Espectador publicó en enero de 1948 un artículo del reconocido periodista Agustín Angarita Somoza titulado Ibagué, convertida en gran centro musical de Colombia”. Dice Angarita: “Ibagué es capital de una tierra privilegiada en donde la vocación para la música se da silvestre, y en donde todo un tipo racial tiene el más peculiar oído para el difícil arte de las notas.

En el Tolima - continúa - ama la música el campesino que compone o entona el bambuco montañero y espontáneo, lo mismo que quienes forman parte de la masa coral o quien ha asistido desde la más temprana edad al centro docente llamado Conservatorio”.

De las masas corales diría el mismo diario: “Otra obra notable del Conservatorio de Ibagué. Grupos de voces finamente adiestradas y guiadas por una elevada técnica… y no es simple prosopopeya sino muestra de la constancia y la democratización del arte”. Los coros comenzaban a insinuarse a nivel nacional.

Por entonces los coros son invitados a participar en la Conferencia Panamericana de Bogotá, realizada en marzo de 1948. A Ibagué viajaron personalidades como Álvaro Ortiz, director de Extensión Cultural del Ministerio de Educación Nacional, Antonio Cardona, director del Teatro Colón y Alberto Durán Laserna, director de la Radiodifusora Nacional, entre otros, a solicitar la presencia de los coros en la Conferencia. Frente a esta comitiva se realizó el primer concierto de ensayo general de las masas polifónicas de la ciudad.

Las voces de júbilo no se hicieron esperar para los 90 integrantes del coro que fue catalogado como el más perfecto y completo conjunto polifónico y artístico de Colombia. El ensayo fue transmitido a través de la Radiodifusora Nacional a todo el país. En abril se presentaron 100 jóvenes, dirigidos por Squarcetta, ante delegados de todos los países del área en la conferencia de Bogotá.

El segundo trimestre de este año estuvo caracterizado por una situación política y social demasiado complicada como consecuencia del famoso bogotazo del 9 de abril que desestabilizó a todo el país como consecuencia del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. El coro del Tolima, entonces, fue invitado en el mes de junio a participar en un acto cultural que “calmara”, como lo mencionaban los diarios capitalinos, los agitados ánimos reinantes por entonces en Bogotá.

El concierto fue ofrecido en el Salón Elíptico del Capitolio en audición especial para el Congreso Nacional, como acto de agradecimiento por la aprobación de la ley que auxiliaba con cien mil pesos al Conservatorio para poder desarrollar algunos de sus proyectos y contó con el entusiasmo sin límites de los parlamentarios.

Dos presentaciones más en el Colón, en el Teatro Colombia y una en la Plaza de Toros de la Santamaría, organizada la última como un festival genuinamente popular, patrocinado por el Club de Leones de Colombia y con la colaboración del conocido Antonio Reyes, “Nacional”, quien fuera empresario de Pepe Cáceres años más tarde, se convirtieron en un derroche de arte que despertó el colombianismo de los amantes de la música que llenaron las gradas de los distintos escenarios.

El programa contaba con una primera parte, a cargo de los coros femeninos, con tres obras: La marcha turca de Mozart, Arrurrú (a tres voces) y La guabina, (a cuatro voces) del maestro Castilla; y de los coros masculinos con el O sole mío, La canción de Platoff, a cuatro voces, al igual que Amaina, Amor y el Galerón llanero. La segunda parte del concierto estuvo a cargo de ambos coros con obras como El pescador, Borrachita, El Bunde y Alma llanera. El programa fue cerrado con el arreglo a seis voces de La guabina tolimense, que los haría mundialmente famosos en las décadas siguientes.

En 1948, en ceremonia realizada al mediodía en los salones del entonces Palacio de la Carrera, el presidente de la república, Mariano Ospina Pérez, otorgó la Orden de Boyacá al Conservatorio del Tolima y sus masas corales. Doña Amina Melendro de Pulecio recibió de manos del presidente la condecoración.

El Tiempo, en su editorial, expresó: “Bella fiesta del arte, en la que no sabe uno qué admirar más, si la consagrada experiencia técnica y artística del maestro director, o la vocación y la selección de los muchachos y muchachas que con tanta alegría como entusiasmo se han entregado al culto de la belleza. Pero además de hermosa e incomparable fiesta de arte, y de arte en que se hermanan lo universal y lo autóctono sin antagonismo discordante, espléndida y aleccionadora demostración de lo que es capaz un pueblo cuando lo orienta una voluntad y lo estimula un anhelo. Sobre todo, aleccionadora de lo que podrá esa formación del espíritu de que hemos hablado, como elemento insustituible para crear una nación en que ciertas elevadas preocupaciones y la consagración a nobles tareas eliminen los peligros de las desfiguraciones morales y de la irreparable quiebra del hombre como creador de cultura dentro de la libertad y el orden”.

A partir de este año, 1948, fueron muchos los recuerdos que, plasmados en el alma, trajeron a Ibagué los integrantes de los coros.

El último mes de este año mágico, los coros vuelven a Bogotá al Teatro Colón. En esta visita se rompieron todas las tradiciones de serenidad, de compostura, de ambiente cortesano y se dio campo a los pañuelos blancos, a los gritos de bis, y a las aclamaciones entusiastas: los coros se habían convertido en la gran vedette de la época.

A principios del año 1949, las masas corales dan inicio a la semana pro gira del Conservatorio al exterior en una correría que proyectan como acercamiento cultural con los pueblos americanos. Diferentes actos ante destacados miembros del comercio, la industria, la banca y centros culturales de la ciudad, prometían una semana esplendorosa. Y así fue. Sin embargo, los fondos fueron insuficientes y los integrantes de los coros se vieron obligados a vender periódicos por las calles de la ciudad con la esperanza de conseguir los recursos necesarios para el viaje soñado desde su primer concierto en Bogotá.

Daniel F. Moor, organizador del Club de Leones, cubano y coordinador del leonismo para los países bolivarianos, insistiría en el viaje de la embajada tolimense a Cuba y Estados Unidos. “Creo - decía para el diario El Espectador - que el gran conjunto artístico de la capital del Tolima es la entidad más llamada a dar a conocer internacionalmente el gran filón de la música folclórica de este culto país”.

Los preparativos culminaron y la ciudad vivió, en la madrugada del 6 de julio de 1949, uno de los momentos más emocionantes durante la despedida de las masas corales del Conservatorio. Fijada la partida del convoy expreso para las tres de la mañana, desde una hora antes empezaron a llegar a la estación ferroviaria gentes de todas las clases sociales, deseosas de manifestar su cariño y simpatía a los coros regionales.

Poco antes de partir, Amina Melendro de Pulecio, quien pertenecía la junta del coro, en un proceso de liderazgo sin precedentes, declaró que “a pesar de las muchas dificultades con que hemos tropezado y que ya son del dominio público, nosotros vamos confiados en nuestra buena estrella”.

En Bogotá, seis aviones Douglas de la empresa Lansa, los habrían de conducir a La Habana, realizando una escala en Barranquilla para ofrecer un concierto en un teatro local donde fueron ovacionados hasta el cansancio. La gira incluía una visita a Nueva York con el fin de asistir al Congreso Leonístico Internacional y luego a Washington en donde se daría un concierto especial al presidente Truman.

El Diario de la Marina, de Cuba, inició un despliegue sin precedentes a la llegada de los coros aquel viernes 9 de julio: “Ciento veinte voces que nos acercan más a la hermana república”, “Colombia envía cálido saludo a través de su embajada musical”, fueron titulares de primera página en el periódico cubano. Durante el sábado y el domingo, sendas presentaciones en el teatro Martí, pese a no contar con una acústica adecuada, dieron posibilidad al público cubano de gozar con la bella calidad de las voces femeninas y masculinas de nuestros coros.

El programa se inició con el Quiéreme mucho del cubano Gonzalo Roig, arreglo para voces masculinas en el cual se destacaron los solos de José Pérez, González Valencia, y Darío Garzón. Luego la habanera y, más adelante, La guabina, El Bunde, Trapiche y Galerón llanero, acompañadas del O sole mío, que fueron motivo de ovaciones repetidas entre el público cubano.

En septiembre de 1952, el entonces periodista de El Heraldo de Barranquilla, Gabriel García Márquez, recordaba esta visita: “Cuando en el exterior empezó a hablarse de La Múcura -la popular canción colombiana-, hacía mucho tiempo que en el país nadie trataba de cargarla ni de averiguar si estaba llena de agua o de ron blanco. Pero fue suficiente con que en Cuba, en México y en los países de Suramérica La múcura se pusiera de moda, para que en Colombia se armara una tremenda controversia judicial entre sus pretendidos autores. La pieza volvió a ponerse de moda cuando las masas corales de Ibagué hicieron su presentación en la universidad de La Habana. La sala, de bote en bote, pidió el tema. Los coros la cantaron y la audición terminó en baile, pues por lo visto los estudiantes cubanos no lo piensan dos veces para sacar pareja”.

De allí a Washington en donde fueron recibidos como reyes en los tres conciertos que presentaron: uno al aire libre en los bajos del suntuoso edificio Watergate, famoso años después por el conflicto que llevaría a la renuncia del presidente Nixon; otro en los jardines aztecas de la Unión Panamericana y el último en el Reed Army Hospital.

Un nuevo triunfo se había concretado. Quizá nadie lo imaginó cuando se presentaron 12 años atrás en Medellín en el Segundo Congreso Nacional de la Música, pero los coros se habían convertido en la manera más bella de hacer patria en el exterior. Y todo gracias al esfuerzo de tantos hombres y mujeres que desde el inicio del siglo dejaron, en cada tarea que emprendieron, su alma que aún viaja por las calles de la hoy Ciudad Musical de América. El viaje de la embajada cultural fuera de la patria valía por cincuenta años de diplomacia colombiana.

Bajo la dirección del maestro Nino Bonavolonta, los coros se presentan en la parroquia Cristo Rey de Manizales en el marco de la semana santa de 1953, con un programa de maestros como Perosi y Palestrina que, según los diarios locales, arrancó lágrimas a los espectadores.

Un concierto en honor a los periodistas se realizó también por aquel año. Roberto García Peña, Otto de Greiff, Juan Lozano y Lozano y Hernando Téllez, en representación de El Tiempo; Guillermo Cano y Eduardo Zalamea de El Espectador; Jaime Restrepo y Jaime Tello por Cromos; Abelardo Forero Benavides por Sábado y Álvaro Mutis, jefe por entonces de la Oficina de Relaciones Públicas de la Esso, asistieron aquel 16 de agosto a un acto que mezcló la música clásica de Palestrina y Rossaenz, con la colombiana de Wills, Leonor Buenaventura de Valencia - con su conocida Ibaguereña -, Alberto Castilla y Pelón Santamaría.

Con motivo de los Juegos Atléticos Nacionales de Cali y Medellín, en julio de 1954, los coros fueron invitados junto a la orquesta sinfónica del Conservatorio a participar en las diferentes actividades, no obstante contar estas dos ciudades con coros de reconocida trayectoria.

El maestro Quarto Testa empezó a dirigir los coros en 1955, continuando su racha de éxitos en Buga, Cali y Neiva. Y parecía inexplicable el hecho de que maestros italianos y de otras latitudes se compenetraran de una manera total con nuestra música popular y con los integrantes de un coro que ya llevaba casi 20 años de trabajo contínuo. A partir de 1937 el Conservatorio se llenó de extranjeros que se mantuvieron por mayor o menor tiempo al mando de las masas corales: primero Squarcetta y luego, en los años cuarenta, Ciociano, Bonavolonta, Testa, además del griego Haralambis, y a partir del 19 de agosto de 1955, Guiseppe Gagliano. Más adelante los coros serán dirigidos por Alfredo Hering, Vicente Sanchíz, Federico Carier, Lajos Altéz, Gregorio Stone, Luis de Salbide, Fritz Voëgelin, Giovanny Franco Piva, Leonor Marie Irene Cuykens y Paul Dury.

Como puede apreciarse, fueron muchos los extranjeros, especialmente italianos, quienes formaron parte del alma del Conservatorio no sólo en su dirección sino como profesores. Desde Alfredo Squarcetta, quien llegara de Italia al país por invitación expresa de Alberto Castilla en la década del treinta, hasta el inicio de la década de los sesenta, decenas de profesores se instalaron en Ibagué, algunos de manera temporal, inundando la ciudad de apellidos que la gente no lograba pronunciar correctamente.

Es entonces claro que, para este año, el Conservatorio tenía un puesto de singular importancia en el ámbito internacional de la música. Los periódicos de la época reseñaban las diferentes presentaciones que los Coros del Tolima efectuaban en diversas ciudades del país y del exterior.

Antes de su regreso a los escenarios de la capital de la república, las masas corales fueron aplaudidas con gran fervor en la clausura del Festival de las Américas, en el Country Auditorium de la ciudad de Miami, donde la crítica musical hizo los más favorables comentarios. No era gratuito entonces que el Tolima se convirtiera en sinónimo de música y que las bellas melodías del folclor colombiano se pasearan espléndidas en cada presentación por los teatros del mundo.

La labor de los coros durante 1963 cerró con honores en una presentación sin precedentes en los teatros caleños Municipal y Los Cristales, este último al aire libre, donde más de doce mil personas apreciaron desde el silencio cada bambuco, cumbia y pasillo. El grupo polifónico arrancó del público vallecaucano, que celebraba la feria de su tierra, los más vigorosos aplausos.

La escena se repetiría varias veces y cada vez con mayor entusiasmo y devoción. Invitaciones a granel para presentaciones locales e internacionales, giras, aeropuertos, hoteles, camerinos y teatros, eran ya testigos mudos del esplendor sembrado por el Conservatorio a través de sus coros: voces que para entonces nadie quería silenciar.

En septiembre, las masas corales siguieron cosechando triunfos en diferentes latitudes del país. Esta vez, en una extraordinaria actuación en el teatro Olimpia de Manizales, en el marco de la semana cultural auspiciada por la Universidad Nacional de esta ciudad, centenares de espectadores guardarían para siempre en su memoria las voces que alentaban pasillos, guabinas y bambucos, en una noche sin igual en la vida cultural manizalita.

El eje cafetero sería el testigo siguiente de los coros. Armenia y Pereira vibraron con piezas de Vivaldi como el Qui Tollis y de Beethoven como el O Salustari hostia. Entonces saltaron de sus sillas y sacudieron los escenarios con aplausos estruendosos luego de escuchar temas como Tiplecito de mi vida, Quiéreme mucho, Hurí y Alma llanera, entre otros.

1964 abriría de manera plena la participación en festivales internacionales. Berlín, Amsterdam, París, Milán, Florencia, Roma y Madrid fueron sólo algunas de las ciudades donde el sello de lo nacional, de lo tolimense, quedaría grabado para siempre.

“Fue más difícil poner fin al espectáculo que disponer de los preparativos para llevarlo a cabo”. Este era el comentario de algunas de las personalidades presentes ante el cuerpo diplomático holandés, después de la actuación en Amsterdam en la sala Bach. El concierto fue reseñado al día siguiente en los cables de prensa:

“Como sucede en esta clase de espectáculos, al momento de iniciarse reinaba profundo silencio. Los coros del Tolima entonaron el himno nacional de Colombia. Finalizado, el público se sienta. Circula un pequeño secreto con los primeros comentarios. Luego La guabina tolimense, Tiplecito de mi vida, Viva la fiesta y algunas cumbias. El ambiente se iba caldeando, explota como en una tarde de toros. Todo el mundo de pie, enloquecido, grita hurras y el crepitar de los aplausos se enciende aún más con vivas a Colombia y a Holanda. Los integrantes del coro no pueden resistir la emoción. Unos se despojan de las muleras y las lanzan al aire. Otros de los pañuelos rojos. Las damas devuelven con flores... el público continuaba de pie sin permitir el retiro de los artistas... Cuando pasen los años vibrará con delicada frescura el recuerdo de los coros del Tolima que son la presencia espiritual de Colombia”.

En Berlín, cuna de excelencias musicales, los coros del Tolima, después de haber actuado en la monumental sala Deutschlanhalle, vieron al público enloquecer gradualmente hasta el punto de pretender despojarlos de sus atuendos. La prensa alemana comentó así el impasse: “El pueblo de Berlín occidental ama la música y cuando esa música es bien interpretada, como en esta ocasión, se justifican ampliamente esos pedidos de repetición a fuerza de aplaudir y taconear sobre el piso para evitar que los integrantes del Coro y su director se retiraran del escenario. Lo podemos definir con una sola palabra: Triunfo, con mayúsculas. Definitivamente, Latinoamérica necesita más embajadores del arte de este calibre. Decir solamente gracias no es suficiente, pero lo diremos: Gracias Colombia, Gracias por el coro del Tolima”.

En Roma, durante su presentación, los coralistas notaron a un hombre viejo, cómodamente sentado, que les “observaba”. Era Alfredo Squarcetta, ahora ciego, su antiguo director, y uno de sus más importantes orientadores.

Emocionados, le pidieron al maestro que les dirigiera una vez más. El maestro subió con su lazarillo, levantó sus manos y todos juntos entonaron La guabina tolimense. Las lágrimas no pudieron ser contenidas. Los integrantes del coro abandonaron su sitio sin dejar de cantar y 200 brazos rodearon al maestro italiano que no dejó de llorar. Quizá no lo dejaría de hacer hasta su muerte cuatro años más tarde. El Conservatorio lo había dejado marcado de manera indeleble.

Mientras la gloria musical vestía al departamento, los homenajes no se hacían esperar. Los mayores y mejores reconocimientos fueron para doña Amina Melendro de Pulecio, quien impulsara gallardamente la actividad musical en la región. 1966 había llegado y con él la presentación en la Sala Benedictina del Vaticano.

Los coros ofrecieron un concierto ante Su Santidad Paulo VI que les otorgó la medalla Concilio Vaticano II. La condecoración fue recibida por el entonces director artístico del Conservatorio, Quarto Testa.

Al finalizar la presentación, Su Santidad pidió con fervorosos aplausos la repetición de La guabina tolimense. Era la primera vez que un grupo de esta naturaleza se presentaba en el Vaticano. Eran tolimenses haciendo patria en otras latitudes.

La consagración resultaba evidente, pero esto era hasta ahora el comienzo. Las actuaciones en salas tan importantes del viejo mundo como la Petrarca, en Italia, serían presenciadas por lo más selecto de la crítica musical europea que emitiría los mejores elogios, coincidentes con los anteriores, en el relieve que le daban a la calidad y responsabilidad con la que estos embajadores del folclor colombiano asumían su oficio.

El regreso al país desató los más generosos elogios no sólo de la prensa sino de destacados círculos intelectuales. El nombre del país, y en especial el del Tolima, estaba rodando más allá de América, mientras aquí los extenuantes ensayos y estudios continuaban. Ahora el compromiso se hacía más grande.

En 1967, 41 damas y 40 caballeros, dirigidos ahora por los maestros Wolfang Krumbholz y Vicente Sanchíz, salían en misión cultural a la república de Nicaragua. Una semana antes, las localidades en el auditorio de la universidad centroamericana estaban agotadas.

Las secciones culturales de los periódicos de Managua, León y Granada hacían referencia a los famosos coros del Tolima que una vez más extasiarían al público presente.

Vestidos con trajes típicos, los integrantes de la coral presentaron lo más variado de su repertorio, incluyendo interpretaciones de música religiosa, popular colombiana y latinoamericana.

Aquel sábado, a las nueve de la noche, al terminar el acto, todo fue una lluvia de aplausos. Un pedazo del Tolima y de Colombia había quedado para siempre en la memoria musical de los nicaragüenses.

Pero lo mejor estaba por ocurrir. En un acto que tuvo visos de heroico, doña Amina Melendro de Pulecio logró conseguir los auxilios que llevarían a los Coros del Tolima, en vuelo de la KLM, desde Santiago de Cali hasta Europa. La cita no podía ser incumplida.

La coral era uno de los pocos grupos latinoamericanos invitados al XVII Concurso Polifónico Internacional de Guido D’Arezzo, en Italia.

Allí, los coros participaron en los dos géneros obligatorios que comprende el concurso. Coros mixtos de música clásica, masculinos en lo clásico y lo folclórico y coral mixta folclórica. Las obras que escogió el festival para participar en las modalidades mencionadas fueron: Ave María, del maestro José Rozo Contreras, Ermitaño quiero ser, de Emmanuel Moreno, Hurí, Navidad negra, Guabina chiquinquireña, y Lamento indígena, más conocida entre nosotros como Sonrisa de azúcar blanco.

La masa coral llegaba a Italia con un bagaje que la llevó a confiar en realizar un excelente papel en el festival. Su experiencia, sumada a la calidad vocal y a la riqueza folclórica, permitieron acumular 196 puntos que fueron suficientes para que la agrupación, conformada por 88 coristas, se alzara con el segundo premio en la sección B, de la competencia de coros de voces mixtas, el 30 de agosto de 1969.

Quizá fue esta una de las fechas más importantes, si no la más, para los coros del departamento que alcanzaban, así, el reconocimiento y la cumbre de la consagración. Cada integrante de los coros sabía perfectamente que su esfuerzo se había visto retribuido justamente dentro de las competencias. Los nombres de Colombia y del Tolima habían sido honrados por intermedio de su embajada coral que cumplía una de las mejores campañas de divulgación nacional que ha tenido el país en toda su historia.

Gian Filippo de Rossi, uno de los críticos italianos más importantes por entonces, declaró a un periódico de Arezzo: “El mejor espectáculo de genuino folclor fue ofrecido el sábado por la noche en el teatro Petrarca, por el coro colombiano”.

Como si no fuera suficiente, la coral actuó de nuevo en Roma, Amsterdam y París. Grabó para la televisión española y presentó un concierto en el Conservatorio de Valencia, redondeando una de las más célebres giras por el viejo continente.

No está de más decir que al regreso de los coros al país, los homenajes elogiosos se dieron a granel. Las reseñas de prensa, radio y televisión, extendían con justicia distinciones que colocaban a los coros en el lugar en que alguna vez soñó: el mejor conjunto coral de la América española.

El primero de diciembre, luego de su extraordinario triunfo, el Conservatorio, en cabeza de Amina Melendro de Pulecio, se dio a la tarea de realizar un concurso internacional de coros. No podía ser menos, luego de haberse hecho merecedores del segundo lugar en un concurso de importancia mundial no obstante la advertencia amable de que “la primera vez nunca se clasifica, solamente se va a aprender”. Todo sumado les daba suficientes pergaminos para organizar un concurso polifónico internacional. Serían las directivas del Conservatorio las que concretarían la idea.

Setenta años de historia, de amores, contratiempos, triunfos y pequeños fracasos jamás tiznaron de tristeza a los soñadores del Conservatorio, y antes bien les dieron la fuerza necesaria para realizar y expandir cultura por lo menos otros setenta años, se hacían presentes en 1976. El bachillerato musical marchaba viento en popa. Los coros continuaban en sus largos y extenuantes ensayos y el nombre del departamento había llegado a convertirse en sinónimo de música.

El Concurso Polifónico Internacional Ciudad de Ibagué, creado por resolución 50 de 1969 y que se venía realizando con éxito cada dos años desde 1977 hasta llegar a su cuarta versión, se constituía en la solidificación de la gran carrera de las masas corales alrededor del mundo.

Desafortunadamente, la quinta edición bienal del concurso tuvo que aplazarse debido a la catástrofe de Armero ocurrida el 13 de noviembre de 1985, un mes antes de iniciarse el evento. Coros de Italia, Grecia, Austria, Argentina, Honduras y Venezuela habían confirmado su visita. El Teatro Tolima, la catedral y, naturalmente, la sala Castilla y la Concha Acústica, además de iglesias en diferentes barrios, serían testigos de esta versión dos años después, cuando se realizara una de las más grandes fiestas del Conservatorio: la conmemoración del cincuentenario de la muerte del maestro Alberto Castilla.

Fue esta la mejor disculpa para realizar, además, el Primer Encuentro del Coro del Tolima. El sábado 13 de junio de 1987 en el parque Manuel Murillo Toro, miles de personas cantaron junto a los coros El Bunde Tolimense del maestro, recordándole a las nuevas generaciones la tarea infatigable de este hombre que soñó con encumbrar la música en el Tolima.

Fue un momento de comunión donde la emoción del reencuentro y la nostalgia de la ausencia estuvieron matizadas con el recuerdo de tantas notas curiosas que acompañaron a las masas corales alrededor del mundo. Los amores que se iniciaron en el coro y terminaron sólo con la muerte. El encuentro de júbilo y música sirvió como pretexto para ofrecer un homenaje a doña Amina, esta extraordinaria mujer que llegó más allá de lo que el maestro había soñado, logrando inmortalizar el nombre de un bogotano que hizo del Tolima su única y real casa.

El evento fue organizado por Clara Castilla de Fajardo, esposa del pintor Julio Fajardo, Ligia Bonilla de Barreto, Luz Alba Triana e Inés Duque quien se convirtió, al pasar los años, en la memoria viva no sólo de los coros sino del Conservatorio hasta 1996, luego de haber ingresado en 1948 y haber cumplido una labor ardua y fructífera.

En el Concurso Polifónico de este año, coros de Italia, Colombia, Venezuela y Honduras, se destacaron en las finales del evento que había sido postergado dos años antes pero que se solidificaba ahora, luego que jurados de Argentina, Italia, Colombia y un representante de la OEA, entregaran resultados aplaudidos por la crítica, el público, y hasta los mismos coros participantes.

Un complemento indispensable del Concurso es el de composición para obras polifónicas “a capella”, destinado también a incrementar el volumen mundial de piezas corales mediante el estímulo de que las obras ganadoras deben interpretarse, obligatoriamente, en el siguiente evento.

Creado también por doña Amina, este certamen, llamado Concurso Internacional de Composición Ciudad de Ibagué para obras polifónicas “a capella”, se programó de manera bienal. Se inició en 1980 y más de 100 compositores de 30 países y cuatro continentes han demostrado a lo largo de su existencia el hondo calado de la iniciativa y la posición cultural que alcanzó el país a través del Conservatorio, sus coros y concursos

La feliz idea de la señora Amina Melendro de Pulecio, en el sentido de organizar el Primer Encuentro de Coros ganadores de los concursos del 77, 79, 81, 83 y 87, se llevó a cabo con éxito.

En octubre de 1988, más de 400 voces de los coros juveniles del bachillerato musical del Conservatorio acompañadas por miles de gargantas ibaguereñas emocionadas, encabezaron la más grandiosa serenata que un pueblo le haya cantado a su ciudad en vísperas del aniversario de su fundación. Dirigidos por el italiano Franco Piva, director artístico del plantel, quien había iniciado la celebración un mes antes con la inauguración de un seminario sobre crítica musical al que asistieron músicos de todas partes de Colombia, la serenata obtuvo trascendencia nacional hasta el punto que los más importantes diarios del país reseñaron el acto.

El último director de los coros, Paul Dury, terminó su labor en 1996 y las masas corales han interrumpido su labor, esperando, partituras en mano, el momento indicado para volver a llenar de notas y de gloria al Tolima.

Más información en el menú Conservatorio del Tolima.