LOS COROS DEL TOLIMA: COLUMNA VERTEBRAL DEL CONSERVATORIO

 

Por Carlos Orlando Pardo Viña

 

Como ya relatamos, desde 1908 hay noticias de los Coros del Tolima. En 1910, por ejemplo, el grupo estaba conformado, de manera mixta, por Guillermo Quevedo, Conchita Lamus, Juan Estrada, Carlos Jiménez, Armando Valenzuela, Alberto Sáenz, Miguel Ángulo, Raúl Paz, Julio Galofre, Luis Enrique Ángulo, Carlos Julio Montalvo, Miguel I Buenaventura, Francisco Lamus Obando, Antonio Galindo, Jesús María García, Leónidas Cárdenas, Eustorgio Cleves, Hernando Jiménez, Vicente Rengifo, Manuel Cuervo, Balvino Guzmán, Josías Domínguez, Alberto Castilla, Victoria Caicedo, Raquel Melendro, Isleña Vela, Diva Melendro, Teresita Suárez, Inés Buenaventura, Sixta Tulia Caicedo, Concha Gallego y Raquel Casas. Quizá todos sus integrantes nunca imaginaron que estaban dando el primer paso a una de las épocas más brillantes del Conservatorio y del Tolima, pero tampoco pensaron que 86 años después de sus primeros intentos, las masas corales detuvieran su trabajo por falta de un director.

Los coros masculino, femenino y el de niños, el famoso "muñequero", que fueran institucionalizados en la década del 30, tuvo su mejor época cuando se presentaran en Medellín en el marco del II Congreso Nacional de la Música, bajo la batuta del maestro Alfredo Squarcetta.

Floro Saavedra en una nota publicada en la entrega 52 y 53 de la revista Arte, en 1979, afirmaba que la empresa, en lo que él llama segunda época del Conservatorio, luego de su creación a inicios del siglo, "necesitó de apostolado, requirió bondad suma, elevado patriotismo y pensar y obrar como un dios laico. De todo esto fuimos testigos".

Luego de la muerte de Castilla, la prensa local se debatía entre apoyar al maestro Guillermo Quevedo o al italiano Alfredo Squarcetta, en la dirección del instituto; sin embargo, en mayo de 1938, el maestro Quevedo presenta su renuncia, asumiendo Squarcetta el mando del plantel por casi una década.

Así, en febrero de 1941, Squarcetta era director general del Conservatorio, profesor de piano superior y director de la orquesta y las masas corales con un sueldo de doscientos setenta pesos mensuales. Dos años más tarde sólo ejercería la dirección artística luego del decreto 116 de dicho año, que nombraba a Jesús Bermúdez Silva como director general del claustro con una asignación mensual de doscientos veinte pesos.

Jesús Bermúdez Silva fue un eminente pedagogo y diestro en la batuta. Nació en Bogotá el 24 de diciembre de 1883 y murió allí mismo en 1958. Se inició en la música con los maestros José María Prado y Guillermo Holguín en el Conservatorio Nacional de Bogotá, con quienes cursó solfeo, armonía y violín. Por su dedicación y adelantos fue incluido en la orquesta de la institución y en la recordada Unión Musical. En ésta impulsó algunas de sus composiciones como Cuento de hadas y Torbellino de mi tierra.

En el mismo decreto se confirman algunos nombramientos, entre ellos el de Salvatore y César Ciociano, profesores de dirección, materias de teoría y práctica musical; Julio Fajardo, director artes plásticas, y el de la señora Josefina Acosta de Varón, como directora de la sección infantil y del famoso Muñequero, que en 1939 estaba integrado por Humberto Torres, Hernando Isaacs, Andrés Mutis, Jorge Tobar, Alberto y Enrique Isaacs, Graciela Guzmán, Carmen Alicia Viña, Luz Palacio, Ayda Saavedra, Luz Neira, Elena Melendro, Beatriz Pulecio, Margarita Torres, Olga Perdomo, Belén Caicedo, Ligia Lozano, Stella Hurtado, Paulina Hakim, Beatriz Tobar, Isabel Parra, Beatriz Gómez, Iván Chediak, Hilda Guzmán, Gloria Bárcenas, Lily Torres, Marina Vélez, Leonor Martínez, y Amelia Pulecio. En años posteriores el muñequero estaría dirigido por Leonor Buenaventura de Valencia quien se consagraría desde allí como uno de los pilares del Conservatorio.

Demetrio Haralambis, director del Conservatorio en 1944, entregaría de nuevo la dirección, el año siguiente, a Alfredo Squarcetta quien debido a inconvenientes médicos pide una licencia que se extendería hasta octubre de 1946, luego de haber sido encargado del plantel Joaquín Pineros Corpas, iniciando una nueva etapa que traería el nombramiento de Darío Garzón y Eduardo Collazos como profesores investigadores de asuntos folclóricos y asesores del Conservatorio, con una asignación mensual de setenta pesos. Squarcetta no imaginaba que sus dos asesores se convertirían en los "príncipes de la canción" colombiana.

Demetrio Haralambis, alto oficial de los ejércitos griegos, llegó a Colombia en la década del cuarenta cuando crujía la guerra en Europa.Luego de laborar por una temporada en el Gimnasio Moderno de Bogotá, como profesor de música, fue encargado del Conservatorio y de los Coros del Tolima.

El Espectador publicaría en enero de 1948 un artículo del reconocido periodista Agustín Angarita Somoza titulado: "Ibagué, convertida en gran centro musical de Colombia". Era el propósito confeso del Conservatorio. Diría Angarita: "Ibagué es capital de una tierra privilegiada en donde la vocación para la música se da silvestre, y en donde todo un tipo racial tiene el más peculiar oído par a el difícil arte de las notas. En el Tolima -continúa Angarita- ama la música el campesino que compone o entona el bambuco montañero y espontáneo , lo mismo que quienes forman parte de la masa coral o quien ha asistido desde la más temprana edad al centro docente llamado Conservatorio".

Las masas corales comenzaban a insinuarse I nacionalmente. De ellas diría el mismo diario: "Otra obra notable del Conservatorio de Ibagué. Grupos de voces finamente adiestradas y guiadas por una elevada técnica... y no es simple prosopopeya sino muestra de la constancia y la democratización del arte" .

Los coros son invitados a participar en la Conferencia Panamericana de Bogotá, realizada en marzo de 1948. A Ibagué viajarían personalidades como Alvaro Ortíz, director de Extensión Cultural del Ministerio de Educación Nacional, Antonio Cardona, director del teatro Colón, y Alberto Duran Laserna, director de la Radiodifusora Nacional, entre otros, a solicitar la presencia de los coros en la conferencia. Frente a esta comitiva se realizaría el primer concierto de ensayo general de las masas polifónicas de la ciudad.

Las voces de júbilo no se hicieron esperar para los 90 integrantes del coro que fue catalogado como el más perfecto y completo conjunto polifónico y artístico en Colombia. El ensayo fue transmitido a través de la Radiodifusora Nacional a todo el país. En abril se presentarían 100 jóvenes dirigidos por Squarcetta, ante delegados de todos los países del área, en la conferencia de Bogotá.

El segundo trimestre de este año estuvo caracterizado por una situación política y social demasiado complicada como consecuencia del famoso bogotazo del 9 de abril que desestabilizó a todo el país como consecuencia del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. El coro del Tolima, entonces, fue invitado en el mes de junio a participar en un acto cultural que "calmara", como lo mencionaban los diarios capitalinos, los agitados ánimos reinantes, por entonces, en Bogotá.

El concierto fue ofrecido en el Salón Elíptico del Capitolio en audición especial para el Congreso Nacional, como acto de agradecimiento por la aprobación de la ley que auxiliaba con cien mil pesos al Conservatorio para poder desarrollar algunos de sus proyectos, y contó con el entusiasmo sin límites de los parlamentarios.

Dos presentaciones mas en el Colón y en el teatro Colombia y uno en la Plaza de Toros de la Santamaría, organizado el último como un festival genuinamente popular, patrocinado por el club Leones de Colombia y con la colaboración del conocido Antonio Reyes “Nacional”, quien fuera empresario de Pepe Cáceres años más tarde, se convirtieron en un derroche de arte que despertó el colombianismo de los amantes de la música que llenaron las gradas de los distintos escenarios.

El programa presentado contaba con una primera parte, a cargo de los coros femeninos, con tres obras: La marcha turca de Mozart, Arrurrú (a tres voces) y La guabina, (a cuatro voces) del maestro Castilla; y de los coros masculinos con el O solé mío, La canción de Platoff, a cuatro voces, al igual que Amaina, Amor y el Galerón llanero. La segunda parte del concierto estuvo a cargo de ambos coros con obras como El pescador, Borrachita, El Bunde, y Alma llanera. El programa fue cerrado con el arreglo a seis voces de La guabina tolimense, que los haría mundialmente famosos en las décadas siguientes.

En 1948, en una ceremonia realizada al medio día en los salones del entonces Palacio de la Carrera, el presidente de la república, Mariano Ospina Pérez, otorgó la Orden de Boyacá al Conservatorio del Tolima y sus masas corales.

El decreto 02099 del 22 de junio dice:

 

"El presidente de la república, en uso de sus atribuciones legales y Considerando

Que es deber del gobierno nacional enaltecer la memoria y el ejemplo de quienes con desvelado empeño pusieron en el pasado su capacidad creadora, su aliento artístico y su ideal de belleza al servicio de la cultura patria y que entre ellos debe exaltarse al maestro Alberto Castilla, fundador y orientador perdurable del Conservatorio del Tolima,

Que el Conservatorio del Tolima y sus masas corales, dirigidos actualmente por Alfredo Squarcetta, han correspondido en las forma más brillante, artística y colombianista a la inspiración y enseñanza de su fundador ilustre.

Que dicho Conservatorio se ha hecho acreedor de un homenaje nacional por haber recogido del entrañable caudal de nuestras tradiciones populares las más bellas canciones que son idioma de nuestro pueblo y mensaje de su alma, interpretándolos en forma admirable, que lo convierte en nobilísimo cruzado del arte patrio,

Decreta

Artículo único. Confiérese al Conservatorio del Tolima la Orden de Boyacá en la categoría de Caballero".

Doña Amina Melendro de Pulecio recibió de manos del presidente, la condecoración en nombre del plantel, que lo recibía orgulloso. Y no era para menos: los coros estaban despertando un fervor colombiano inigualable.

La salida de Bogotá se vería aplazada por la solicitud de varias instituciones para que se realizaran más presentaciones. La última de ellas fue en la Caja Colombiana de Ahorros y se transmitió por la Radiodifusora Nacional, ocasionando elogios unánimes de la crítica.

A su llegada a Ibagué, el jefe civil y militar del departamento, teniente coronel Hernando Herrera, rindió un tributo al Conservatorio, a su fundador, y declaró hijos ilustres del Tolima a Alfredo Squarcetta y César Ciociano mediante decreto 553 de junio 26 de 1948.

El periódico El Derecho, dos días después del homenaje rendido, expresó en su editorial un mensaje que representó, sin temor a equivocarnos, el sentimiento de diarios nacionales y locales:

"No se había registrado en la ciudad musical un suceso más extraordinario, en lo que al arte loca, como el triunfo apoteósico de las corales del Conservatorio en la capital de la república. Condecorados con la más alta insignia por el gobierno nacional, exaltados por la más severa crítica, elogiados hasta el cansancio por los grandes rotativos, aplaudidos hasta el delirio selectos auditorios, y agobiados por congratulaciones que volaron de todos los ámbitos del país, ese triunfo singular representa para el Conservatorio su consagración definitiva como el primer instituto musical de Colombia; para el Tolima, timbre de orgullo en los anales del espíritu, y para Ibagué, rotunda reafirmación a su título de ciudadela del arte.

Y así tenía que ser. Porque el mensaje sonoro que llevaron nuestras gentes a la capital vulnerada y entristecida, iba cálido y palpitante, sincero y emocionado. El alma del pueblo tolimense, en su triple configuración de río, sol y llanura, canción hecha luz y paisaje, sincera canción, nacida en los reventones rutilantes, se impregna de reseda en las noches florecidas, se acicala de zarazas y percales para los sanjuanes y sanpedros, se remira, desde las canoas, en los espejos ojerosos de los remansos y se desparrama luego por todos los caminos...".

El Tiempo, en su editorial, exclamaría: "Bella fiesta del arte, en la que no sabe uno qué admirar más, si la consagrada experiencia técnica y artística del maestro director, o la vocación y la selección de los muchachos y muchachas que con tanta alegría como entusiasmo se han entregado al culto de la belleza. Pero además de hermosa e incomparable fiesta de arte, y de arte en que se hermanan lo universal y lo autóctono sin antagonismo discordante, espléndida y aleccionadora demostración de lo que es capaz un pueblo cuando lo orienta una voluntad y lo estimula un anhelo. Sobre todo, aleccionadora de lo que podrá esa formación del espíritu de que hemos hablado, como elemento insustituible para crear una nación en que ciertas elevadas preocupaciones y la consagración a nobles tareas eliminen los peligros de las desfiguraciones morales y de la irreparable quiebra del hombre como creador de cultura dentro de la libertad y el orden".

Pero los triunfos de las masas corales que se convertían así en eje central de la actividad del Conservatorio, toda vez que la institución orientaba sus esfuerzos especialmente a este programa, no hizo olvidar al plantel sus demás proyectos que para 1948 incluía, además de artes musicales, artes plásticas, teatro y ballet. Sin embargo la historia por dentro del grupo polifónico estaba llena de obstáculos.

Y es que no se ha escrito la historia de la pequeña tragedia de los integrantes de los coros de Ibagué. La lucha del empleado para conseguir permiso de su jefe inmediato y poder asistir con puntualidad a los ensayos; el disgusto de la joven cantante porque el ensayo se repitió, es la una de la tarde y nadie ha almorzado; el desaliento transitorio, el regaño del director y toda la amalgama de emociones individuales sostenidas con el solo propósito de triunfar algún día. Esos días fueron, sin lugar a dudas, el 18,19, 20, 21 y 22 de junio de 1948 en Bogotá.

En el Conservatorio hay ricos y pobres, distinguidos y humildes, blancos y morenos, nativos y forasteros. Se cita, en las anécdotas, la historia de un corista barítono que la víspera del viaje estuvo atendiendo su negocio de carnicería en la plaza principal del mercado de Ibagué, y 24 horas más tarde era ovacionado en el Colón, en una historia que debería titularse "De la fama a la fama".

A partir de este año, fueron muchos los recuerdos que, plasmados en el alma, trajeron a Ibagué los integrantes de los coros.

El último mes de este año mágico, los coros vuelven a Bogotá al teatro Colón. En esta visita se rompieron todas las tradiciones de serenidad, de compostura, de ambiente cortesano, y se dio campo a los pañuelos blancos, a los gritos de bis, y a las aclamaciones entusiastas: los coros se habían convertido en la gran vedette de la época.

A principios del año 1949, las masas corales dan inicio a la semana pro gira del Conservatorio al exterior en una correría que proyectan como acercamiento cultural con los pueblos americanos. Diferentes actos ante destacados elementos del comercio, la industria, la banca y centros culturales de la ciudad, prometían una semana esplendorosa. Y así fue. Sin embargo, los fondos fueron insuficientes y los integrantes de los coros se vieron obligados a vender periódicos por las calles de la ciudad con la esperanza de conseguir los recursos necesarios para el viaje soñado desde su primer concierto en Bogotá.

Daniel F. Moor, organizador del Club de Leones, cubano y coordinador del Iconismo para los países bolivarianos, insistiría en el viaje de la embajada tolimense a Cuba y Estados Unidos. "Creo - decía para el diario El Espectador - que el gran conjunto artístico de la capital del Tolima es la entidad más llamada a dar a conocer internacionalmente el gran filón de la música folclórica de este culto país".

Los preparativos culminaron y la ciudad vivió, en la madrugada del 6 de julio de 1949, uno de los momentos más emocionantes durante la despedida de las masas corales del Conservatorio. Fijada la partida del convoy expreso para las tres de la mañana, desde una hora antes empezaron a llegar a la estación ferroviaria gentes de todas las clases sociales, deseosas de manifestar su cariño y simpatía a los coros regionales.

Poco antes de partir, Amina Melendro de Pulecio, quien perteneciera a la junta del coro en un proceso de liderazgo sin precedentes, declaro que "a pesar de las muchas dificultades con que hemos tropezado y que ya son del dominio público, nosotros vamos confiados en nuestra buena estrella".

En Bogotá, seis aviones Douglas de la empresa Lansa, los habría de conducir a La Habana, realizando una escala en Barranquilla para ofrecer un concierto en un teatro local donde fueron ovacionados hasta el cansancio. La gira incluía una visita a Nueva York con el fin de asistir al Congreso Leonístico Internacional y luego a Washington en donde se daría un concierto especial al presidente Truman.

El Diario de la Marina, de Cuba, inició un despliegue sin precedentes a la llegada de los coros aquel viernes 9 de julio. "Ciento veinte voces que nos acercan más a la hermana república", "Colombia envía cálido saludo a través de su embajada musical", fueron titulares de primera página en el periódico cubano. Durante el sábado y el domingo, sendas presentaciones en el teatro Martí, pese a no contar con una acústica adecuada, dieron posibilidad al público cubano de gozar con la bella calidad de las voces femeninas y masculinas de nuestros coros.

El programa se inició con el Quiéreme mucho del cubano Gonzalo Roig, arreglo para voces masculinas en el cual se destacaron los solos de José Pérez, González Valencia, y Darío Garzón. Luego la habanera y, más adelante, La guabina, El Bunde, Trapiche y Galerón llanero, acompañado del O solé mío, que fueron motivo de ovaciones repetidas entre el público cubano.

El lunes realizan un concierto frente al presidente cubano, Carlos Prío Socarras, y el martes 12, en el anfiteatro nacional en una presentación como homenaje al alcalde municipal Nicolás Castellanos, abrieron la puertas para que fueran declarados huéspedes de honor de la ciudad de La Habana.

En septiembre de 1952, el entonces periodista de El Heraldo de Barranquilla, Gabriel García Márquez, recordaba esta visita. "Cuando en el exterior empezó a hablarse de La Múcura -la popular canción colombiana-, hacía mucho tiempo que en el país nadie trataba de cargarla ni de averiguar si estaba llena de agua o de ron blanco. Pero fue suficiente con que en Cuba, en México y en los países de Suramérica La múcura se pusiera de moda, para que en Colombia se armara una tremenda controversia judicial entre sus pretendidos autores. La pieza volvió a ponerse de moda cuando las masas corales de Ibagué hicieron su presentación en la universidad de La Habana. La sala, de bote en bote, pidió el tema. Los coros la cantaron y la audición terminó en baile, pues por lo visto los estudiantes cubanos no lo piensan dos veces para sacar pareja”.

El Diario de la Marina publicaría 14 días más tarde de la llegada de los coros, una de las crónicas más bellas que se han escrito de nuestros coros en tierra extraña.

"Al atardecer en La Habana, la alegría tropical tiene su centro en los bullangueros cafés de paseo del Prado y Martí. El estrépito de las orquestas apaga todo ruido callejero y la gente se apretuja en los estrechos huecos que dejan las mesas para gozar de las voces sensuales de los cantantes. Pero hoy no es la pétrea mole del capitolio la que retiene las miradas, sino el desfile interminable de mujeres airosas, juncales, que caminan llevando el ritmo de la música en las caderas móviles.

Hoy, en esa calle, amigos, el Bunde, el bambuco y la guabina, desplazaron la música negra de la rumba, la conga y la guaracha, y actualizado al hermano mulato, el porro. Las notas de El pescador marcarán el paso de las hembras frescas y esa regadera musical que es el micrófono dispersará por los aires la letra que habla de otra patria. Quizá entonces serán otras muchachas las que provoquen los silbidos admirativos y los piropos atrevidos pero llenos de gracia, en el paseo del Prado y Martí.

Quizá algunos, para descansar, prefieran ir al malecón, andar despacio de la aduana al casino, viendo la luna rielar en el espejo quieto de las algas marinas, observando el Castillo del Moro, admirar el monumento a Máximo Gómez, el general que vio morir en un luminoso día de mayo a Martí, cuando desembarcaba en Cuba peleando por la libertad; o detenerse ante el monumento de los mártires del 71, y la estatua de Antonio Maceo. Pero aún allí no quedarán libres del contacto con otra patria. De los teatros, del Automóvil Club, del Unión y del Hotel nacional, saldrán los Blindes empujados por la brisa marina hasta perderse en el mar, surcado por barcas que cortan lentas las aguas con trepidar de motores jadeantes. Igual que en Sans Souci, Carablanca y Zombie, donde las parejas están tratando de acomodar sus pasos a los ritmos del maestro Castilla.

La emoción de vuestra gira no terminará al morir el aplauso de la despedida. El arte hará que viva para siempre, adherida a las notas de un canto que ahora repetirán cuatro millones de voces cubanas. De Pinar del Río a Santiago, como una rosa de los vientos que marcará para Colombia la ruta de la fama, al cumplir la primera etapa de un itinerario sin retorno".

Y es que no existían palabras para describir el inmenso entusiasmo que la ciudadanía cubana brindó al conjunto coral tolimense cuando salió de Cuba. Cables de prensa inundaban los diarios colombianos dando testimonio del inmenso triunfo de la embajada.

De allí a Washington en donde fueron recibidos como reyes en los tres conciertos que presentaron: uno al aire libre en los bajos del suntuoso edificio Watergate, famoso años después por el conflicto que llevaría a la renuncia del presidente Nixon en el país del norte; otro en los jardines aztecas de la Unión Panamericana y el último en el Reed Army Hospital.

Cromos publicaría como titular, las palabras de un corresponsal colombiano en Washington: "Nunca Colombia se ha hecho sentir por aquí como en los casos de Miss Universo y los Coros del Tolima".

Otro triunfo se había concretado. Quizá nadie lo imaginó cuando se presentaron 12 años atrás en Medellín en el Segundo Congreso Nacional de la Música, pero los coros se habían convertido en la manera más bella de hacer patria en el exterior. Y todo gracias al esfuerzo de tantos hombres y mujeres que desde el inicio del siglo dejaban, en cada tarea que emprendieron, su alma que aún viaja por las calles de la hoy Ciudad Musical de América.

El viaje de la embajada cultural fuera de la patria valía por cincuenta años de diplomacia colombiana. El único lunar de la gira fue la vergonzosa actitud de la entonces representación de Colombia en Cuba: ninguna atención oficial de la embajada para los coros. De todas maneras, la música habló más que los comunicados estatales.

Los integrantes de la delegación fueron recibidos como héroes en Ibagué. El 22 de julio el alcalde declaró día cívico y ordenó a los dueños de casas particulares, edificios públicos y privados en el sector comprendido entre las calles 19 y 6 y entre carreras segunda y tercera, que sus construcciones fueran engalanadas con gallardetes, flores y cintas alusivas al acto.

Alfredo Squarcetta, director, y Amina Melendro de Pulecio, promotora incansable, fueron catalogados ese año protagonistas indiscutibles no solo del departamento sino en toda Colombia.

El 14 de marzo de 1950, mediante decreto 317, doña Amina Melendro era nombrada subdirectora y Darío Garzón, asesor para preparar coros, además de suplente del director de cuerdas típicas y profesor de canto en las escuelas urbanas.

Durante los meses siguientes, problemas de orden visual aquejarían al maestro Squarcetta quien tendría que viajar a Europa para someterse a una delicada intervención quirúrgica. La correspondiente solicitud de auxilio se gestionó ante la Caja de Previsión del Tollina y se pidieron cinco mil pesos para el viaje del maestro, teniendo en cuenta su condición de empleado oficial como Director Artístico del Conservatorio. La Caja negó la solicitud argumentando que se necesitaba legalizar la entrega de fondos mediante una certificación médica que estipulara el riesgo que correría la vida del artista si era operado en Colombia.

Los complicados pasajes burocráticos estaban tocando al otrora declarado hijo del Tolima. Algunos tolimenses iniciaron una colecta privada en Bogotá e Ibagué sin conseguir los resultados esperados. Ante la urgencia de la operación, sería Avianca la que, el 31 de mayo, resolviera ceder un pasaje de cortesía al maestro italiano para viajar a los Estados Unidos de Norteamérica en donde sería sometido a un difícil tratamiento ocular.

Pese a los inconvenientes médicos del director del Conservatorio, las actividades del instituto seguían su marcha.

Luego del viaje del italiano en el mes de junio, los coros debutaron en Bucaramanga a cuyo aeropuerto salieron a recibirlos autoridades civiles, eclesiásticas y militares. Ambalema, Honda, Líbano y Buga, como parte de diversas festividades, serían nuevos puntos claves en la gira que permitió, para los coros, una cosecha de éxitos a lo largo y ancho del territorio colombiano.

Durante este año, y pese a los diferentes conflictos existentes en el país debido al inicio de la violencia bipartidista de mitad de siglo, el Conservatorio inició clases de solfeo y lectura musical a los profesores y maestros de los colegios y escuelas oficiales del municipio, además de cursos pequeños de historia y música foránea, habilitando una de sus salas como auditorio donde se escuchaba todo tipo de música extranjera con su correspondiente explicación.

Profesores de la talla de Oscar Alvarez, en flauta, teoría y solfeo, además de flautista concertino de la orquesta y del quinteto de cámara; Fernando Amaya, copista; Francisco Rojas, contrabajo, lectura, teoría y guitarra; Bernarda Ossa, solfeo y teoría de la sección infantil al igual que Ligia Bonilla; Fanny de Ciociano, solfeo, asesora de coros y suplente del director de ballet; Darío Garzón, y José Ignacio Camacho, asesores; Carlos Rodríguez, profesor de maderas y cobres; Prisciliano Sastre, de solfeo superior, armonía y contrapunto, y una planta directiva liderada por Squarcetta y doña Amina, continuaban una labor minuciosa y persistente.

En diciembre, durante la clausura de labores de 1950 y con la asistencia de autoridades departamentales y municipales, se llevó a cabo un programa bajo la rectoría artística de César Ciociano quien reemplazó temporalmente a Squarcetta. El evento no pudo ser mejor. La sala Alberto Castilla se engalanó con el mejor concierto de flauta y violoncelo, a cargo de Oscar Álvarez y Fanny de Ciociano, las masas corales infantiles, Darío Garzón, Ligia Bonilla y el tenor Gonzalo Valencia, esposo de Leonor Buenaventura.

Una carga de novedades en el Conservatorio trajo el año de 1951. Joachim Bonavolonta, maestro italiano, llega a la dirección de los ya famosos coros, iniciando una nueva sesión de giras en el departamento del Tolima, Amina Melendro de Pulecio renuncia a la subdirección del plantel, e Isabel Buenaventura de Buenaventura, es encargada por Octavio Laserna Villegas, gobernador de la época, de dicha responsabilidad.

Niño Bonavolonta, como era llamado el nuevo director del Conservatorio, nació en Roma en 1915. Realizó estudios de música en el Conservatorio de Santa Cecilia graduándose en Piano, Composición y Dirección. Realizó bellos arreglos de varios temas folclóricos colombianos mientras estuvo dirigiendo los Coros del Tolima: Alma Llanera, El guatecano, Guabina de Castilla, No se si tú me quieres, Pena india, Riqui ran, Reina Linda, etc. Actualmente es director del Conservatorio de Cagliari, Italia.

El Conservatorio continuaría su labor durante el año siguiente. Alfonso Viña Calderón, quien llegaría a convertirse en uno de los folclorólogos más reconocidos del departamento y además de pertenecer a los coros, fue nombrado secretario síndico, un año antes que doña Amina volviera a ocupar la subdirección en el año de 1953.

Bajo la dirección del maestro Bonavolonta, los coros se presentan en la parroquia Cristo Rey de Manizáles en el marco de la semana santa de 1953, con un programa de maestros como Perosi y Palestrina que, según los diarios locales, arrancó lágrimas a los espectadores.

Un concierto en honor a los periodistas se realizaría también por aquel año. Roberto García Peña, Otto de Greiff, Juan Lozano y Lozano y Hernando Téllez, en representación de El Tiempo, Guillermo Cano y Eduardo Zalamea de El Espectador, Jaime Restrepo y Jaime Tello por Cromos, Abelardo Forero Benavides por Sábado y Alvaro Mutis, jefe por entonces de la Oficina de Relaciones Públicas de la Esso, asistieron aquel 16 de agosto a un acto que mezcló la música clásica de Palestrina y Rossaenz, con la colombiana de Wills, Leonor Buenaventura de Valencia -con su conocida Ibaguereña - Alberto Castilla y Pelón Santamaría. Fue una muestra de la capacidad de convocatoria del Conservatorio que empezaba a prepararse para ofrecer el bachillerato musical diurno, parte de una idea que ya bullía en la mente y el alma de Amina Melendro de Pulecio.

Las autoridades de Cartagena decidieron la actuación de los coros en la coronación de la señorita Colombia el 11 de noviembre del mismo año, en un evento que constituiría la culminación de una nueva gira que comenzó el 26 de octubre en el teatro Tolima con un concierto a precios populares. La presentación en Cartagena no se realizó, pero la gira sí. El 29 de aquel mes, frente a Gustavo Rojas Pinilla, el 1 de noviembre en Tunja, el 3 y 4 en Bucaramanga, el 5 en Cúcuta y el 6 en San Cristóbal, Venezuela, en donde recibieron una apoteósica acogida. La delegación estuvo encabezada por Amina Melendro y el Director Artístico. Definitivamente la tarea incansable de doña Amina, que se iniciara desde cuando era alumna del maestro Castilla en el Conservatorio de la primera mitad del siglo, comenzaba a consolidarse, llevándola años más tarde a la Dirección General del Instituto.

El 8 de noviembre regresaron los coros a Ibagué para participar en la clausura de las actividades del Conservatorio.

Con motivo de los Juegos Atléticos Nacionales de Cali y Medellín, en julio de 1954, los coros fueron invitados junto a la orquesta sinfónica del Conservatorio a participar en las diferentes actividades, no obstante contar, estas dos ciudades, con coros de reconocida trayectoria.

De todas maneras, aunque los coros y la orquesta eran los ejes centrales del Conservatorio, el plantel no descuidó la base de la cual partían todos sus éxitos: la academia. Conferencias de música foránea acerca de Bach y Haendel, además de conciertos en la sala Castilla que ya no daba a basto por la siempre nutrida asistencia de la sociedad ibaguereña a los eventos organizados por Bonavolonta y doña Amina, eran efectuados con cierta regularidad.

Durante la conmemoración de los 17 años de la muerte del maestro Castilla, la sala volvió a vestirse de acordes. Y es que en este año de 1954 la presencia en el tiempo y en la historia tolimense de la figura amable del maestro había alcanzado ya las proyecciones de la inmortalidad.

Un mes más tarde, el reconocido musicólogo Otto de Greiff, visitaba a Ibagué para "cerciorarse - como él mismo decía - visual y auditivamente de los progresos musicales que en los últimos años ha tenido el arte tolimense". El maestro de Greiff anotaría en uno de sus artículos publicado en el diario El Tiempo: "Los coros eran el eje efectivo de algo que casi no existía. Hoy son una parte de un Conservatorio eficazmente montado y sostenido no solo por el afecto ciudadano sino por el empeño de numerosos alumnos'''.

Por esta época el Conservatorio había montado un programa académico que hacía parte de una visión panorámica en cinco jornadas, cada una con un concierto de cámara y otro sinfónico, de la historia general de la música, en un proyecto que el maestro Bonavolonta había propuesto para el transcurso del año.

El maestro Quarto Testa ingresaría a dirigir los coros en 1955, continuando su racha de éxitos en Buga, Cali y Neiva. Y parecía inexplicable el hecho de que maestros italianos y de otras latitudes se compenetraran de una manera total con nuestra música popular y con los integrantes de un coro que ya llevaba casi 20 años de trabajo continuo. A partir de 1937 el Conservatorio se llenó de extranjeros que se mantuvieron por mayor o menor tiempo al mando de las masas corales: primero Squarcetta y luego, en los años cuarenta, Ciociano, Bonavolonta, Testa, además del griego Haralambis, y a a partir del 19 de agosto de 1955, Guiseppe Gagliano. Más adelante los coros serían dirigidos por Alfredo Hering, Vicente Sanchíz, Federico Carier, Lajos Altéz, Gregorio Stone, Luis de Salbide, Fritz Voegelin, Giovanny Franco Piva, Leonor Marie Irene Cuykens y Paul Dury.

Guiseppe Gagliano nació en Sciacca, Italia, en 1912. Realizó estudios en Palermo en el Conservatorio Bellini, en Roma y es diplomado en violoncello, pianoforte y composición. Director entre 1944 y 1946 de la "Central Orchestra" en el teatro Real de Nairobi (Kenya), viajó por Sud África, Rodhesia, Austria e Inglaterra. En Roma dirigió, además de la R.A.I, la Academia de Santa Cecilia.

Alfred Hering inició su primera educación musical en Dresde, su ciudad natal en Alemania. Estudió los géneros sagrado, operística y sinfónica. Luego de haber obtenido grado en violín, piano, oboe y órgano, entró a formar parte de diversas orquestas, entre ellas la Filarmónica de Dresde. Cuando contaba apenas 19 años de edad, entró a formar parte de la Orquesta de Opera de Berlín como solista y allí permaneció por más de 15 años. En esta ciudad dirigió la Orquesta de Cámara de la Radio. El maestro Hering inició en Ibagué la enseñanza del método Cari Orff, que aún se dicta en el bachillerato musical del Conservatorio.

Quarto Testa nació en Parma el 21 de julio de 1915. Realizó estudios musicales en el Conservatorio Arrigo Boito de su ciudad natal, donde se graduó en violoncello. Cursó composición y dirección con los maestros Cario Jachino y Ottorino Respighi e hizo estudios de perfeccionamiento con el maestro Gilberto Crepax, primer violoncello de la Scala de Milán. Luego de varias giras por Europa integrando el "Trio di Parma"y de recibir encomiables elogios por sus brillantes actuaciones, llega a Ibagué donde dirige el Conservatorio hasta 1974. Entre sus composiciones se destaca el Himno al estudiante colombiano, reconocido como himno oficial en el Congreso Estudiantil celebrado en el teatro Colombia de Bogotá, y el Himno oficial de Villahermosa. Fundó el trío Ciudad de Ibagué y murió en la capital tolimense el 5 de julio de 1975.

Vicente Sanchíz Sanz nació en 1939 en Valencia, España. Realizó estudios en el Conservatorio de Valencia donde obtuvo el grado en Armonía, Contrapunto, Fuga, Composición, Música de Cámara, Piano e Historia y Estética de la Música y tendría el honor de dirigir al Coro del Tolima en 1969, durante el Concurso Internacional de Arezzo en Italia, donde obtuvo el segundo puesto entre 38 coros del mundo.

Como puede apreciarse, fueron muchos los extranjeros, especialmente italianos, quienes formaron parte del alma del Conservatorio no sólo en su dirección sino como profesores. Desde Alfredo Squarcetta, quien llegara de Italia al país por invitación expresa de Alberto Castilla en la década del treinta, hasta el inicio de la década de los sesenta, decenas de profesores se instalaron en Ibagué, algunos de manera temporal, inundando la ciudad de apellidos que la gente no lograba pronunciar correctamente.

Salvatore Ciociano, profesor de violín superior y teoría de la sección diurna, Cesar Ciociano, profesor de cello, armonía superior, composición y contrapunto e inspector de todas las clases de cuerda y David Blasco, de viola, fue nombrado en 1940; Antonio Pontón, de violín, en 1942; Joachim Bonavolonta, director, en 1951; Elio Solimni, de piano, Remo Giancola, de canto, en 1952; Margarita Budinsky, violín, Beatriz Budinsky, literatura, en 1953; Sofía de Grigaliunos, piano comple-mental, Margherita Nicosiia, órgano, Clara Saldicco, piano, Carla de Marcello, violín, Luigi Frassoldati, violín, Antonio Tentoni, violín, Franco Pezzullo, clarinete, Lino Mollineli y Luigi Santamaría, violín, Osear Faccio, cello, Mario Pratti, contrabajo, Floreo Croce, oboe, Camilo del Pezzo, trompeta, Benedetto di Marcello, violín, y Sollecito Vito, flauta en 1954; Guiseppe Gangliano, director artístico y Emilio Nissolino, oboe, en 1954; Rudolphina Krpec, idiomas, y Renato Cattani, canto, en 1956; Luis Rosensvaing, piano acompañante, Baldassiare Gagliano, canto, Fortunato Carusso, flauta, y Orfeo Rissarine, trompa, en 1957; Eitore Cavalli, viola,y Rolando Bolognesi, clarinete, en 1959.

Pero los extranjeros comenzarían a convertirse en ciudadanos ibaguereños. Una muestra es el trío Ciudad de Ibagué, conformado en agosto de 1955 por Clara Saldicco, en el piano, Antonio Tentoni, al violín y Quarto Testa en el violoncelo, quienes realizan su presentación oficial en la sala Castilla, con música que cobijaba aires colombianos y europeos.

1956 marcaría las bodas de oro del Conservatorio del Tolima. Más de 900 alumnos recibieron la celebración en la antigua casona ya reformada gracias a la gestión continuada de sus directores. El 15 de marzo, día exacto de la efemérides, no pasó nada especial en el plantel. Un niño de 9 años, con sus pantalones remendados, dejaba salir notas redondas y dulces de su trompeta: liaría sido galardonado con el primer premio entre los alumnos. En otro salón, algunos estudiantes leían, otros cantaban, alumnos entre los tres y los cuarenta años recibían clases de teoría, armonía, historia, canto, idiomas y toda suerte de instrumentos menos el arpa. No hay grandes actos, sólo el espíritu se regocija bajo la sombra aromatizada de las camias que vigilan el alma de Castilla.

El Conservatorio, sin olvidar ni por un momento su espíritu musical, se convertiría en abril de este año en protagonista político de la época al celebrar, en la sala Castilla, la asamblea Propaz, encabezada por el gobernador coronel Torres Quintero y por las autoridades eclesiásticas y civiles, en un intento desesperado por construir un clima de concordia en un departamento que se debatía entre la sangre y el odio de la violencia bipartidista.

 

Amina Melendro de Pulecio: Directora del Conservatorio

El decreto 44 del 22 de enero de 1959, firmado por el gobernador del departamento, Darío Echandía, estipuló el nombramiento de Amina Melendro de Pulecio como Directora General del Conservatorio de Música. Era el justo reconocimiento a la labor de doña Amina quien logró, pocos días después de iniciar su nueva gestión, que la asamblea declarara, mediante ordenanza 66, El Bunde del maestro Castilla como himno oficial del Tolima.

Alfred Hering sería encargado, por el gobernador Rafael Parga Cortés, de la dirección artística del Conservatorio, iniciándose una nueva época en el plantel cuando se instala el bachillerato musical que contó inicialmente con la rectoría de Ismael Santofimio y catedráticos de la talla de Narciso Viña, Juan Arcos, Ulises Serna y Carmen Castillo.

La nueva modalidad de bachillerato iniciaba su vida con el propósito único de coadyuvar con una sociedad que necesitaba un proyecto de esta naturaleza para complementar la orientación académica y artística. El experimento resultó más que exitoso: conciertos infantiles formativos y recreativos eran aplaudidos no solamente en barrios y diferentes escenarios de la ciudad sino también en el teatro Colón y la Televisora Nacional de la República, en Bogotá.

Paralela a esta gestión, la parte académica completaba la formación integral que fue planteada como objetivo específico. El avance musical de los jóvenes se hacía presente en las grandes orquestas nacionales y las voces, unidas en la experiencia, en las tarimas de reconocidos centros mundiales del arte.

Gustavo Olaya, Rubén Olave, Jairo Sánchez, Manuel Bohorquez, Luis Carlos Vanegas, Luis Antonio Conde y Ligia Vargas, formarían la primera promoción del bachillerato en 1966, y quizá jamás imaginaron que abrirían el camino a casi 30 promociones de bachilleres musicales.

Cuando el Conservatorio obtuvo en enero de 1960 -escribió Manuel Ignacio González en el libro Ibagué, ayer, hoy y mañana, ya mencionado -, la aprobación de su plan especial de estudios secundarios para establecer el bachillerato musical, concepción y creación genial de doña Amina Melendro, se adelantó a la reforma educacional decretada nueve años después, que le dio a la enseñanza media un sentido dinámico, vocacional, para sacarla del tradicional y exclusivo concepto clásico, que apenas preparaba al estudiante para engrosar las filas de aspirantes a los centros universitarios. Fue este Conservatorio el adelantado en la aplicación del concepto humano y social de la educación media, para que ésta, recorriendo también los senderos de la cultura clásica, capacite al individuo dentro de su vocación y aptitudes, en el desempeño de actividades profesionales intermedias y para atender sus urgencias económicas y las de su familia y convertirse, a la par, en elemento socialmente útil, dentro de grados de eficiencia, y atendiendo la demanda de un país en pleno desarrollo.

No quiso el Conservatorio desde entonces, al solicitar del Ministerio de Educación la aprobación del novedoso plan de estudios -el primero en esa época y único en el país-, sustituir la formación humanística y cultural sino hacer entender a la sociedad y al Estado que la educación debe formar al hombre no solamente para hacerlo capaz de entender y de interrelacionar todos los fenómenos de la cultura y del conocimiento, con miras a la erudición, sino crearle conceptos, a través de sus aptitudes y vocaciones, sobre la utilización social de la educación, manifestada en la oportunidad para todo ser de contribuir a la solución de sus problemas, los del desarrollo de la producción y los de la demanda de trabajo.

Se trata -expresó doña Amina en su momento- de hacer músicos cultos, con idoneidad de conocimientos para ingresar a cualquier universidad, pero que a la vez sean aptos para el ejercicio de su "profesión intermedia" si las posibilidades no le son propicias para iniciar el estudio de otra carrera. Quizá desde este momento doña Amina comienza a soñar con la universidad de la música que se vería concretada, como veremos más adelante, en 1983, cuando el icfes aprobara al conservatorio como Instituto de Educación Superior.

Educación gratuita e instrumentos que prestaba la institución, formaba parte de la tarea altruista de doña Amina en los primeros años del bachillerato musical. Donaba cincuenta pesos mensuales a los alumnos más necesitados para que siguieran con sus estudios musicales. Recuerda Pilar Jaramillo, Secretaria General del Conservatorio por varios años e integrante de los coros del Tolima desde 1955, que uno de ellos, quien dormía en un cafetín, sobre una estera y debajo de unas escaleras, recibió una habitación en un edificio de propiedad de la familia Melendro, gracias a la colaboración de uno de sus hermanos. La misma Amina le compró cama y mesa de noche. Hoy, es profesor del Conservatorio.

Desde este momento, el bachillerato musical proporcionaba conocimientos, habilidades y destrezas para contribuir a que el alumno realizara su formación personal, artística, cultural, cívica, social, científica, tecnológica, etc.; se le forme como docente musical (niveles primario y medio), integrantes de agrupaciones artísticas (orquesta, música de cámara, coro y banda) creándose, así, una persona técnica en el arte.

Inicialmente los sueños de doña Amina Melendro parecían utópicos, pero la historia demostraría todo lo contrario. Los bachilleres musicales serían acogidos por la demanda en el mercado laboral del país, destacándose como solistas o integrantes de orquestas sinfónicas, filarmónicas, bandas, y como docentes en universidades, colegios y empresas privadas que reclamaban aportes artísticos y conocimientos de la música y de su cultura, en toda la nación.

La apertura del bachillerato daría una muestra de la fortaleza y solidez del Conservatorio que hasta este momento había prevalecido a todas las dolencias colombianas, en especial a la violencia política. Pero ni siquiera en medio de nuestras cíclicas convulsiones, la violencia pudo silenciar la voz del Tolima. Colombia enmudeció pero el Conservatorio cantó con el fervor que tiene la esperanza, llevando por todo el país los ecos de su fe.

La historia no solo del Conservatorio del Tolima sino de la música en el departamento, adquiriría una vez más gran valor cuando la noche del 22 de octubre de 1963, Nelly Vargas Acosta, una niña tolimense de tan solo 8 años de edad, dirigiera la orquesta y los coros del Conservatorio en una noche inolvidable en el teatro Colón de Bogotá a la cual asistieron, entre otros, el expresidente Darío Echandía y el entonces candidato a la presidencia de la república, Carlos Lleras Restrepo.

Dueño del reconocimiento nacional, estudiantes de todo el país comenzarían a hacer su arribo a la capital tolimense para iniciar sus estudios en el plantel. Santandereanos, cundinamarqueces, boyacenses, huilenses y hasta dos sanandresanos, Bruce Hooker y Guillermo Bizcaino, abandonaron sus tierras buscando idónea formación musical.

Es entonces claro que, para este año, el Conservatorio tenía un puesto de singular importancia en el ámbito internacional de la música. Los periódicos de la época reseñaban las diferentes presentaciones que los Coros del Tolima efectuaban en diferentes ciudades del país y del exterior.

Precisamente, antes de su regreso a los escenarios de la capital de la república, las masas corales eran aplaudidas con gran fervor en la clausura del Festival de las Américas en el Country Auditorium de la ciudad de Miami, donde la crítica musical hizo los más diversos y favorables comentarios. No era gratuito entonces que el Tolima se convirtiera en sinónimo de música y que las bellas melodías del folclor colombiano se pasearan espléndidas en cada presentación por los teatros del mundo.

La labor de los coros durante 1963 cerraría con honores en una presentación sin precedentes en los teatros Municipal y Los Cristales, este último al aire libre, de Cali, donde más de doce mil personas apreciaron desde el silencio cada bambuco, cumbia y pasillo. El grupo polifónico arrancó del público vallecaucano, que celebraba la feria de su tierra, los más vigorosos aplausos.

La escena se repetiría varias veces y cada vez con más entusiasmo y devoción. Invitaciones a granel para presentaciones locales e internacionales, giras incansables, aeropuertos, hoteles, camerinos y teatros, eran ya testigos mudos del esplendor sembrado por el Conservatorio a través de sus coros: voces que para entonces nadie quería silenciar.

En septiembre, las masas corales siguieron cosechando triunfos en diferentes latitudes del país. Esta vez, en una extraordinaria actuación en el teatro Olimpia de Manizales, en el marco de la semana cultural auspiciada por la Universidad Nacional de esta ciudad, centenares de espectadores guardarían para siempre en su memoria las voces que alentaban pasillos, guabinas y bambucos, en una noche sin igual en la vida cultural manizalita.

El eje cafetero sería el testigo siguiente de los coros. Armenia y Pereira vibraron con piezas de Vivaldi como el Qui Tollis , y de Beethoven como el O Salustari hostia. Entonces saltaron de sus sillas y sacudieron los escenarios con aplausos estruendosos luego de escuchar temas como Tiplecito de mi vida, Quiéreme mucho, Hurí, y Alma llanera, entre otros.

1964 abriría de manera plena la participación en festivales internacionales. Berlín, Amsterdam, París, Milán, Florencia, Roma y Madrid, serían solo algunas de las ciudades donde el sello de lo nacional, de lo tolimense, quedaría guardado para siempre.

"Fue más difícil poner fin al espectáculo que disponer de los preparativos para llevarlo a cabo". Este era el comentario de algunas de las personalidades presentes ante el cuerpo diplomático holandés, después de la actuación en Amsterdam en la sala Bach. El concierto fue reseñado al día siguiente en los cables de prensa:

"Como sucede en esta clase de espectáculos, al momento de iniciarse reinaba profundo silencio. Los coros del Tolima entonaron el himno nacional de Colombia. Finalizado el público se sienta. Circula un pequeño secreto con los primeros comentarios. Luego La guabina tolimense, Tiplecito de mi vida, Viva la fiesta y algunas cumbias. El ambiente se iba caldeando, explota como en una tarde de toros. Todo el mundo de pie, enloquecido, grita hurras y el crepitar de los aplausos se enciende aún más con vivas a Colombia y a Holanda. Los integrantes del coro no pueden resistir la emoción. Unos se despojan de las muleras y las lanzan al aire. Otros de los pañuelos rojos. Las damas devuelven con flores... el público continuaba de pie sin permitir el retiro de los artistas... Cuando pasen los años vibrará con delicada frescura el recuerdo de los coros del Tolima que son la presencia espiritual de Colombia" .

En Berlín, cuna de excelencias musicales, los coros del Tolima, después de haber actuado en la monumental sala Deutschlanhalle, vieron al público enloquecer gradualmente hasta el punto de pretender despojarlos de sus atuendos. La prensa alemana comentó así el impasse: "El pueblo de Berlín occidental ama la música y cuando esa música es bien interpretada, como en esta ocasión, se justifican ampliamente esos pedidos de repetición a fuerza de aplaudir y taconear sobre el piso para evitar que los integrantes del Coro y su director se retiraran del escenario. Lo podemos definir con una sola palabra: Triunfo, con mayúsculas. Definitivamente, Latinoamérica necesita más embajadores del arte de este calibre. Decir solamente gracias no es suficiente, pero lo diremos: Gracias Colombia, Gracias por el coro del Tolima".

En Roma, durante su presentación, los coralistas notaron a un hombre viejo, cómodamente sentado, que les observaba. Era Alfredo Squarcetta, ahora ciego, su antiguo director, y uno de sus más importantes orientadores. Emocionados, le pidieron al maestro que les dirigiera una vez más. El maestro subió, con su lazarillo, levantó sus manos, y todos juntos entonaron La guabina tolimense. Las lágrimas no pudieron ser contenidas. Los integrantes del coro abandonaron su sitio sin dejar de cantar y 200 brazos rodearon al maestro italiano que no dejó de llorar. Quizá no lo dejaría de hacer hasta su muerte cuatro años más tarde. El Conservatorio lo había dejado marcado de manera indeleble.

A pesar de tantas giras y diferentes actuaciones internacionales, la coral del departamento nunca se alejó de la participación en los eventos de importancia a nivel local. La semana santa y en especial el domingo de ramos, se convertía en el escenario propicio para elevar las voces mientras éstas se enredaban solemnemente en la misa número 2 en sol mayor para solistas, coro y orquesta.

Mientras la gloria musical vestía al departamento, los homenajes no se hacían esperar. Los mayores y mejores reconocimientos fueron para doña Amina Melendro de Pulecio, quien impulsara gallardamente la actividad musical en la región. En uno de los actos más importantes de la ciudad en 1965, el 15 de octubre recibió, en la sala Castilla, el saludo de admiración, respeto y gratitud de las más respetadas personalidades del acontecer ibaguereño y de las masas corales, guardianas de sus más recónditos afectos.

1966 había llegado y lo mejor estaba por suceder en la Sala Benedictina del Vaticano. Los coros ofrecieron un concierto ante Su Santidad Paulo VI que les otorgó la medalla Concilio Vaticano II. La condecoración fue recibida por el entonces director artístico del Conservatorio, Quarto Testa.

Al finalizar la presentación, Su Santidad pidió con fervorosos aplausos la repetición de La guabina tolimense. Era la primera vez que un grupo de esta naturaleza se presentaba en el Vaticano. Eran tolimenses haciendo patria en otras latitudes.

La consagración había llegado y esto era hasta ahora el comienzo. Las actuaciones en salas tan importantes del viejo mundo como la Sala Petrarca, en Italia, serían presenciadas por lo más selecto de la crítica musical europea que emitiría los mejores elogios, que coincidían con los anteriores, en el relieve que le daban a la calidad y responsabilidad con la que estos embajadores del folclor colombiano asumían su oficio que no dejó nunca de ser un placer del espíritu.

El regreso al país desataría los más generosos elogios no sólo de la prensa sino de destacados círculos intelectuales. El nombre del país, y en especial el del Tolima, estaba rondando más allá de América, mientras aquí, los extenuantes ensayos y estudios continuaban. Ahora el compromiso se hacía más grande.

Las invitaciones a las giras nacionales en plazas que ya aquellas voces habían conquistado, continuaban cada vez con mayor éxito. Bogotá, Cali, Pereira, Armenia, Medellín y Bucaramanga entre otras, se complacían en poder tener de viva voz al coro que había seducido a los más selectos oídos del mundo.

1967, sería el año, de nuevo, de los reconocimientos que nunca serán suficientes pero que sí mostraban de manera honesta el agradecimiento de un país y una región, a una mujer que estaba al frente de sus sueños: doña Amina. Ella recibiría, como en otro tiempo lo hiciera de otros presidentes, ahora de manos de Carlos Lleras Restrepo, y en el día de la mujer, otro galardón de los que nunca debieran acabar, y que acepta en nombre, como lo dijera esa noche, de todas las mujeres que habían colocado su alma en el sueño de Castilla.

Las masas corales del Conservatorio se presentaron durante este mismo año en la Cuarta Asamblea Nacional de Delegados de Asdoas, Asociación de odontólogos, en un homenaje a los concurrentes de dicha asamblea que además contó, como en todo acto del Conservatorio, con la presencia de autoridades municipales y departamentales.

En el capitolio nacional, la Cruz de Boyacá le fue impuesta a Amina Melendro de Pulecio por parte del gobierno nacional. Ya antes la había recibido de manos de Mariano Ospina Pérez, cuando sólo era una de las líderes de la junta de los Coros del Tolima. Una vez más, la humildad de esta mujer que por más de cuarenta años había sido alma y nervio del Conservatorio, la hacía grande.

Sólo habían pasado 7 años desde el inicio del bachillerato musical, pero la continua demanda exigía la creación de nuevos cupos. Al fin, las largas filas de estudiantes que esperaban año tras año la oportunidad de ingresar al Conservatorio, aumentaron sus posibilidades en 1967, cuando el gobierno departamental permite la apertura del bachillerato artístico nocturno.

Durante la conmemoración de otro aniversario de la muerte del maestro Castilla, diversas consideraciones alrededor de la música y la influencia de ésta en la sociedad del departamento y en especial la de Ibagué, donde ha sido raíz artística, ejercicio y goce favorito, se realizaron en junio de 1968 en el marco de otras reflexiones hechas acerca del desarrollo de la región. La música era aceptada como una verdad inefable del alma tolimense. En ella, al decir de Liszt, se hace tangible la vida, orgánica; por ella habla el amor, sin ella no hay bien posible, y con ella todo es hermoso. Los coros y, en general, el Conservatorio, había desnudado esta verdad de la mano con sus triunfos y actuaciones.

41 damas y 40 caballeros, dirigidos por los maestros Wolfang Krumbholz y Vicente Sanchíz, salían este año en misión cultural a la república de Nicaragua. Una semana antes, las localidades en el auditorio de la universidad centroamericana estaban agotadas. Las secciones culturales de los periódicos de Managua, León y Granada hacían referencia a los famosos coros del Tolima que una vez más extasiarían al público presente.

Vestidos con trajes típicos, los integrantes de la coral presentaron lo más variado de su repertorio incluyendo interpretaciones de música religiosa y popular colombiana y latinoamericana. Aquel sábado, a las nueve de la noche, al terminar el acto, todo fue una lluvia de aplausos. Un pedazo del Tolima y de Colombia había quedado para siempre en la memoria musical de los nicaragüenses.

Pero lo mejor estaba por ocurrir. En un acto que tuvo visos de heroico, doña Amina Melendro de Pulecio lograría conseguir los auxilios que llevarían a los Coros del Tolima en el vuelo de la KLM, desde Santiago de Cali hasta Europa. La cita no podía ser incumplida. La coral era uno de los pocos grupos latinoamericanos invitados al XVII Concurso Polifónico Internacional de Guido D'Arezzo, en Italia.

Allí, los coros participaron en los dos géneros obligatorios que comprende el concurso. Coros mixtos de música clásica, masculinos en lo clásico y lo folclórico y coral mixta folclórica. Las obras que escogió el festival para participar en las modalidades mencionadas fueron: Ave María, del maestro José Rozo Contreras, Ermitaño quiero ser, de Emanuel Moreno, Hurí, Navidad Negra, Guabina chiquinquireña, y Lamento Indígena, más conocida entre nosotros como Sonrisa de azúcar blanco.

La masa coral llegaba a Italia con un bagaje que la llevó a confiar en realizar un excelente papel en el festival. Tal vez fue precisamente esto, su experiencia, sumada a la calidad vocal y a la riqueza folclórica, las que permitieron acumular 196 puntos que fueron suficientes para que la agrupación conformada por 88 coristas se alzara con el segundo premio en la sección B, de la competencia de coros de voces mixtas, el 30 de agosto de 1969.

Quizá fue esta una de las fechas más importantes, si no la más, para los coros del departamento que alcanzaban, así, el reconocimiento y la cumbre de la consagración. Cada integrante de los coros sabía perfectamente que su esfuerzo se había visto retribuido justamente dentro de las competencias. Los nombres de Colombia y del Tolima habían sido honrados por intermedio de su embajada coral que cumplía una de las mejores campañas de divulgación nacional que ha tenido el país en toda su historia.

Gian Filippo de Rossi, uno de los críticos italianos más importantes por entonces, declaró a un periódico de Arezzo: "El mejor espectáculo de genuino folclor fue ofrecido el sábado por la noche en el teatro Petrarca, por el coro colombiano".

Como si no fuera suficiente, la coral actuaría de nuevo en Roma, Amsterdam y París. Grabaría para la televisión española y presentaría un concierto en el Conservatorio de Valencia, redondeando una de las más célebres giras por el viejo continente.

No está de más decir que al regreso de los coros al país, los homenajes elogiosos se dieron a granel. Las reseñas de prensa, radio y televisión, extendían con justicia distinciones que colocaban a los coros en el lugar en que alguna vez soñó: el mejor conjunto coral de la América Española.

El primero de diciembre, luego de su extraordinario triunfo, el Conservatorio en cabeza de Amina Melendro de Pulecio, se dio a la tarea de realizar un concurso internacional de coros. No podía ser menos, luego de haberse hecho merecedores del segundo lugar en un concurso de importancia mundial no obstante la advertencia amable de que "la primera vez nunca se clasifica, solamente se va a aprender". Todo sumado les daba suficientes pergaminos para organizar un concurso polifónico internacional. Serían las directivas del Conservatorio las que concretarían la idea a través de una resolución que trascribimos:

"El Consejo directivo del Conservatorio de Música del Tolima Considerando

Que de acuerdo con conversaciones adelantadas entre la Directora General del Conservatorio y los organizadores del Concurso Polifónico Internacional de Arezzo, ellos están dispuestos a prestar ayuda para la realización de uno similar en Ibagué, orientado por el Conservatorio.

Que esta idea ya ha sido expuesta a los autoridades departamentales y municipales quienes han manifestado todo su entusiasmo y ofrecido su apoyo,

Que en materia de arte, el Conservatorio es la raíz de la cultura tolimense y en consecuencia

le corresponde por derecho propio organizar y orientar el certamen,

Que el evento no solo beneficia en su aspecto cultural y divulgación sino en el aspecto económico, folclórico y turístico,

Resuelve

Artículo Único. Crease en la ciudad de Ibagué, orientado y dirigido por el Conservatorio del Tolima, un concurso internacional de coros".

Se configuraba así un evento que le traería un prestigio internacional a nuestra ciudad.

En 1976 el Conservatorio de música del Tolima cumplía 70 años de actividades que, a pesar del tiempo, seguían dándole al país y al departamento, satisfacciones que no vinieron gratuitamente sino gracias al esfuerzo mancomunado de quienes le pusieron el alma a un objetivo siempre claro: perpetuar la música y el folclor del país y de la región.

Para conmemorar más de medio siglo de actividades, el Conservatorio organizó una serie de presentaciones que iban desde actuaciones de la Orquesta Sinfónica de Colombia, pasando por interpretaciones de la coral de los cursos superiores del bachillerato musical, hasta un concierto especial de los coros en el teatro Tolima.

Los homenajes no se detenían. La sociedad de autores y compositores de Colombia, SAYCO, se hizo presente al otorgar la Lira de Oro, máxima distinción que otorga la Sociedad a quienes han ejercido una verdadera labor y servicio a la cultura colombiana.

La academia de la lengua, las máximas autoridades civiles y eclesiásticas, algunos grupos económicos y distinguidas personalidades del país, hacían llegar sus más altos agradecimientos, exaltando una vez más la tarea infatigable del Conservatorio.

70 años de historia, de amores, contratiempos, triunfos y pequeños fracasos que jamás tiznaron de tristeza a los soñadores del Conservatorio, y antes bien les dieron la fuerza necesaria para realizar y expander cultura por lo menos otros setenta años, se hacían presentes en 1976. El bachillerato musical marchaba viento en popa. Los coros continuaban en sus largos y extenuantes ensayos y el departamento, convertido en sinónimo de música, era ya más que un nombre consolidado en el concierto internacional de la música.

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