HISTORIA DEL CONSERVATORIO DE MÚSICA DEL TOLIMA

 

Por Carlos Orlando Pardo Viña

 

LA VOCACIÓN MUSICAL DE UN PUEBLO

Conquista y Colonia

Los cantos y tonadas precolombinos han jugado un enorme papel en la construcción del folclor musical colombiano, aunque las dificultades en la investigación -entre las que se destaca el acelerado proceso de mestizaje que enmascaró completamente la producción cultural nativa de nuestros pueblos aborígenes- no han permitido realizar estudios serios y completos.

Escritores y músicos colombianos de una cierta distinción académica, han llegado a afirmar, incluso, que las tribus del país, tanto precolombinas como actuales, no tienen música propia. Tal tesis se ve contradicha de una manera simple y contundente: "Se trata de una penosa falta de información por no haber leído siquiera a los cronistas de Indias que narran la conquista: Fernandez de Oviedo, Castellanos, Zamora, Fernández de Piedrahita, Simón, etc.", como lo afirma Guillermo Abadía Morlaes en su Compendio de Flokore colombiano.

La clasificación de la música indígena atiende básicamente al funcionalismo o utilidad práctica de los cantos y tonadas. Guillermo Abadía Morales, quizá el folclorólogo más importante de nuestro país, clasificó las expresiones vocales e instrumentales indígenas en diez grandes temas: de fertilidad, cosecha, caza y pesca; de iniciación, pubertad e himeneo; de conjuro y ensalmo médico; de cuna o arrullo; de estreno de vivienda o anfitriones o bienvenida; de libación y preparación de bebidas; de viaje; de guerra; de funebria; y un género indeterminado. La música de los Fijaos no escapa a esta clasificación.

Los Pijaos o Pinaos, conjunto de tribus del grupo Pijao - Panche - Pantágora, que habitaba el valle del Magdalena, tienen un origen incierto. Mientras que varios antropólogos como Rivet y Jijón y Caamaño insisten en que pertenecen al grupo Caribe, teoría más aceptada y difundida, otras voces como las de Masón, Kirchhoff y Gregorio Hernández de Alba, han defendido la tesis de que tanto los Panches como los Pantágoras y los Pijaos, pertenecen al grupo Chibcha.

En un artículo publicado en la revista del Instituto de Etnología Nacional, entrega 2, volumen 2, el científico Gerardo Reichel Dolmatoff demuestra que en el territorio habitado por los Pijaos se dan tres grupos lingüísticos correspondientes al Chibcha, al Caribe y al Kechua.

De los dos primeros grupos se cuenta con cierta información musical relatada por los cronistas de Indias que podría damos una idea del acendro musical de la tribu que habitaba el territorio del Tolima.

Si tomamos su influencia Chibcha, por ejemplo, el cronista Juan de Castellanos, en su Historia del Nuevo Reino de Granada, describía de ellos sus cantos fríos de la siguiente manera:

 

"Danzan y bailan, cantan juntamente

cantares o canciones, donde tienen

sus medidas y consonancias

que corresponden a los villancicos

compuestos a su modo, donde cuentan

los sucesos presentes y pasados,

ya de facedas, ya de cosas graves,

adonde vituperan o engrandecen

honor o deshonor de quien se trata.

En esas cosas graves van a compásete;

usan de proporción en las alegres.

El modo de cantar es algo frío

y del mismo jaez todos los bailes;

más van con el compás tan regulados,

que no discrepa en tan solo coma en todos sus visajes y meneos" .2


Las descripciones que de aquellos cantos hace Castellanos, también nos muestran la existencia de un carácter mágico-religioso en la interpretación musical indígena. Era una expresión no sólo del sentimiento religioso sino también del espíritu de agrupación, en donde se daba especial interés a los preparativos para la guerra y los deseos de victoria:

 

"... dio la vuelta lleno de despojos

a las recreaciones de su reino

donde fue recibido por los suyos

con bailes, regocijos y canciones

en que representaban sus victorias" .3


Estos cantos, al decir de Leovigildo Bernal, eran las historias de Francisco el Hombre de la época.

De los Caribes los cronistas destacan la gran influencia del compás y el ritmo en los trabajos colectivos. La maraca, los sonajeros de concha y los tambores maguaré, verdaderos instrumentos telegráficos, eran acompañados por una "estruendosa vocería y agrestes sonidos de trompetas, pitos y algunos instrumentos elaborados de huesos humanos",como lo refiere Castellanos en sus Elegías de varones ilustres de Indias.

Y es que el hombre hace sus primeros contactos con la música cuando va a la guerra. Los pueblos primitivos marchan a ella con tambores, cuernos, címbalos, atabales y otros instrumentos. La música les infundía el sentido de lo heroico. Algún sociólogo anotaba alguna vez que los pueblos de mayor riqueza musical son aquellos que han estado en contacto con la guerra, con la muerte. Y los Pijaos eran eso: guerra, libertad y muerte. La percusión de los huesos humanos de sus enemigos que antes habían comido en un intento por adquirir su valor, los gritos con los que acompañaban sus campañas y las melodías simples con que invocaban la protección de sus dioses, nos hacen pensar en una música propia que, aún sin los estudios que demuestren su existencia, permanece en nuestro espíritu musical en una mezcla de influencia chibcha y caribe que determinaron nuestro ritmo frenético, nuestra melodía triste, nuestra melancolía y nuestra rabia.

Contrario a lo que pudiera pensarse, durante la colonia también se llevó a cabo, en la zona andina, la integración con la cultura negra, pues gran parte de estos pueblos llegaron al valle de la Magdalena.

Sin embargo, es la mezcla hispánica e indígena la que permaneció como una cultura mestiza que se refleja en los aires folclóricos de la zona de cordillera. Su tonada-tipo, según la clasificación de Abadía Morales, es el bambuco, que caracteriza en forma muy definida sus expresiones musicales y ritmo plásticas.

El bambuco como canto fue inicialmente una canción de trovador popular, en virtud de lo cual se ejecutaba a una sola voz, aunque tiene entre nosotros un sentido de afirmación nacionalista toda vez que las campañas libertadoras se movieron al compás de los bambucos nativos. Esta es, quizá, la razón por la cual el bambuco no ha tenido cambios significativos a lo largo del tiempo. Los innovadores han sido rechazados en la medida en que el pueblo siente como una agresión a su patriotismo cualquier modificación que de él se haga.

El aspecto indígena de las melodías del bambuco es fácil de descubrir, de manera especial en los bambucos del sur del país: Huila, Marino y Cauca. De las supervivencias musicales indígenas más puras, la de los paéces acusa gran semejanza con el bambuco 11 adicional. José María Samper afirmaba: "El bambuco de Gigante y de Ibagué es dulce y sentimental, añoroso, galante, negligente y cadencioso".

Por su parte, Guillemo Abadía dice: "Al grupo del bambuco corresponden el torbellino, las guabinas, los rajaleñas y sanjuaneros, y el pasillo y la danza" 6 . Helio Fabio González Pacheco, en su Historia de la música en el Tolima, incluye también la caña.

El ámbito de dispersión del torbellino cuenta ron características indígenas tan definidas que algunos comentaristas destacan la ausencia de aportes musicales europeos. Es una tonada de viaje que acompaña a los peregrinos de Santander, Boyacá y Cundinamarca. El Tolima sería uno de los departamentos abarcados por la dispersión de esta tonada melancólica y monótona que llegó a crear, en la mentalidad popular, una personificación del tipo campesino al que se refieren muchas coplas divulgadas también en el Huila. Las letras de estas coplas expresan de manera humorística los percances del campesino simple, identificado con el clásico “opita”, el cual corresponde en realidad al Huila y al sur del Tolima.

"Aquí me pongo a cantar

muerto de frío y mojao

a ver si la dueña de casa

se porta con un cacao"

"Me pusi a lavar un negro

a ver que color cogía;

mientras más jabón lechaba

más cenizo se ponía" .

 

La guabina, original de Santander y Boyacá, fue exportada al Tolima y al Huila, donde se hizo más popular. Jorge Añez destaca la guabina Soy Tolimense, que aparece anónima y cuenta con la "repetición de varios versos pentasílabos que son sin duda secuelas del antiguo estribillo pentasílabo".

 

"Ay, si la guabina

Dulce cantar de mi Tolima,

del Tolima soy, del Tolima soy

soy tolimense,

soy, soy, soy del Tolima

soy, soy, soy tolimense".

 

El sanjuanero y el rajaleña, que según el folclorólogo Misael Devia pertenecen a una misma expresión musical y coreográfica, nacieron en el Tolima y el Huila. El primero es un bambuco con influencia rítmica de los llanos y el segundo, un antiguo canto de los peones en las viejas haciendas, donde se utilizaba el coplerío regional y una tonadilla musical sencilla y elemental.

Mientras que los bambucos daban prueba del predominio indígena en el proceso de mestizaje, es en el pasillo donde sobrevive la influencia del viejo mundo. Esta tonada, variante del vals europeo, tuvo gran acogida por parte de las clases sociales alta y media, que consideraban como plebeyos a los demás aires populares.

Durante esta etapa de la música colombiana, 1837 - 1890, Bogotá fue la ciudad donde residieron los compositores que figuran como protagonistas de la evolución de nuestra canción por entonces. Francisco Londoño, guitarrista, quién publicó algunas composiciones para este instrumento en El Neogranadino; Nicomedes Mata Guzmán, guitarrista también, apodado "El divino" por la maestría con que tocaba; Rafael Padilla, cuyas populares composiciones eran la alegría de mochuelos y alcanfores en la campaña de 1876; y dos tolimenses, Vicente Azuero, autor de un método para tocar la bandola, y Diego Fallón, quien además de escribir un Sistema de escritura musical, compuso canciones populares, entre las que se hallan En una noche de aquellas y La vanguardia, fueron decisivos en la conformación del espíritu musical que estrenaría el nuevo siglo.

Es importante anotar que el proceso de mestizaje no aportó nada a la música armónica o melódica europea. Sin embargo, los procesos rítmicos, predominantes tanto en la cultura indígena como en la negra, lograron calar muy hondo en la construcción musical de la colonia, hasta el punto que hoy, exceptuando casos individuales, los tolimenses somos más ritmo que armonía.

 

Escuelas musicales

Para la segunda mitad del siglo XIX la banda del Batallón Bárbula ejecutaba retretas en la ciudad (con obras de los clásicos) dos veces por semana. Fue el origen de la Banda Militar de Música, luego Departamental, que se institucionalizó en 1889 por el gobernador de entonces, general Manuel Casabianca, quien mediante decreto número 144 del 28 de agosto de aquel año, establecía: "Se organizará una banda militar de música que sirva para los actos públicos en que la necesite el departamento, y que a la vez sea una Escuela destinada a propagar el arte en el Tolima".

Mas adelante agrega: "En la banda se enseñará música gratuitamente a quien lo solicite, siempre que se sujete a las obligaciones impuestas en el reglamento para este caso" y "A los músicos que vengan de los pueblos se les abonará como gastos de viaje seis pesos por cada uno, a voluntad del gobernador" . El primer director de la banda fúe el señor Ricardo Ferro B., con un personal de 14 músicos.

Por la misma época, en 1886, se funda una Escuela de Música de Cuerda y Piano, compuesta esencialmente por las familias Sicard y Melendro; sin embargo, esta escuela fue absorbida por la clase de música que se creara en el colegio nacional de San Simón en 1891, dirigida por el maestro Temístocles Vargas.

Héctor Villegas Villegas, en su Reseña histórica del Conservatorio de Música del Tolima, publicada por la Contraloría General del departamento en 1962, afirma cómo el acto de clausura de este año, fiel medida del grado de cultura adquirida, impresionó intensamente al gobierno y a la sociedad, y fue causa del decreto número 445 de 1892, firmado por el general Manuel Casabianca en el cual se dispone abrir nuevamente la clase de música vocal y de instrumentos de cuerda, con un máximo de 15 alumnos, de manera gratuita y dando prioridad a los alumnos de la clase del año 91 en primer lugar, a los internos o externos del colegio en segundo, y por último a los menores de 25 años que no tuvieran vinculación con el claustro.

Temístocles Vargas fundó igualmente la Escuela Femenina de Canto gracias al éxito obtenido. Esta escuela estaba compuesta por las señoritas Filomena, Ana, Silvia y Otilia Ramírez, Emilia y Juana Melendro, Clementina y Laura Sicard, entre otras. Sería éste el primer embrión de los coros que funcionarían 6 años más tarde y que se convertirían en eje central del futuro Conservatorio del Tolima.

Mediante decreto 117 del 20 de abril de 1893, el gobernador José Ignacio Camacho otorga una partida presupuestal de dos mil pesos para el sostenimiento de la escuela y, por decreto 121 del 22 de abril del mismo año, cambia el nombre de la escuela por Academia de Música de Ibagué, dirigida por el mismo Vargas y traída por un reglamento acorde al de la Academia Nacional de Música.

La academia dictaba clases de teoría y lectura musicales, violín superior, viola superior, flauta superior y violoncelo, y su enseñanza estaba a cargo del director - catedrático, a excepción de la de violín inferior, dictada por Fernando Caicedo, y flauta inferior, por Julio Sicard.

La academia fue cerrada en 1895 debido a la guerra civil de ese año. Temístocles Vargas, quien contrajera matrimonio con María Sicard Urdaneta, viajó a Cali en donde dirigió la Banda nacional. En 1906 dirige el coro de la catedral de Manizales y más tarde la banda de la misma ciudad. Murió en 1950.

 

Ibagué al despertar del siglo

El Tolima acaba de salir de la guerra civil y un clima de paz y progreso comienza a respirarse en la ciudad. El joven Alberto Castilla ha participado en la contienda al mando del general chaparraluno José Joaquín Caicedo Rocha, pero ya ha pasado el humo de la guerra y la fusilería se mantiene en vacaciones, mientras los generales sin oficio conversan en una esquina de la calle real.

Surge como paliativo a las heridas de la guerra un ambiente cultural al que no está ajeno Castilla, quien en compañía de compositores como Guillermo Quevedo Zornosa o de inquietos lectores e intelectuales como Andrés Rocha, José Eustasio Rivera y Eduardo y Roberto Torres Vargas, entre otros, crean la atmósfera necesaria para un clima espiritual de convivencia.

En 1900, estando el país aún en plena guerra, los hermanos Torres Vargas fundan la revista Letras y por la misma época aparece El Renacimiento, quizá el primer medio que surge en Ibagué y el departamento, editado por la Imprenta Departamental, más adelante estarían acompañados por la revista Tolima, que fuera dirigida por algún tiempo por el poeta Martín Pomala.

El Renacimiento, un medio destinado a ternas de política, literatura y noticias, reseñó - en su edición del primero de Julio de 1905 y cuyo precio era de dos centavos - la realización de un baile en los salones del Club del Comercio en homenaje a la colonia antioqueña radicada en la ciudad. Alberto Castilla, representando al gobernador, general Enrique Vélez, hace las palabras del homenaje. Transcurre el gobierno del general Rafael Reyes.

En su intervención, Castilla presentó a consideración de los concurrentes la idea de organizar en Ibagué una sociedad de embellecimiento. La propuesta tuvo excelente recepción entre los miembros de la colonia antioqueña, encabezada por Manuel Mejía y el general Vélez, quienes apoyan a Castilla y logran su creación el 16 de julio de 1905.

La Sociedad de Embellecimiento y Ornato, conformada inicialmente por personajes como Clímaco Botero, abuelo del senador Alberto Santofimio, Roberto Torres, intelectual y poeta, y José Vicente Melo, además de Castilla, logró sus primeros fondos con las "veladas lírico literarias", que se realizaban en aquella época no sólo en busca de lo que llamaban sano esparcimiento sino también para recolectar fondos con fines cívicos.

Dos días después de la conformación de esta sociedad, la junta ve con urgencia la situación del camellón de la calle real que por entonces no contaba con un sistema de drenaje, y ordena construir una alcantarilla que sirva de desagüe a las habitaciones. Al final de las obras, para dar mayor solemnidad al acto, se colocó una placa de mármol en la esquina de la primera calle con la inscripción "Sociedad de Embellecimiento, 20 de julio de 1905, Administración Vélez". A la inauguración asistieron más de doscientas personas y en ella participaron fuera de la Banda Militar del Departamento, el gobernador y Alberto Castilla quien abrió la sesión.

En un documento presentado por el Inspector General de la Sociedad de Embellecimiento a la Junta Directiva, y publicado en El Renacimiento el mismo año, se informaba cómo "la comisión respectiva procedió a construir un escenario en el salón de conferencias del colegio San Simón, obtenido al efecto de antemano, y cómo, según se ha dispuesto por la Junta directiva, habrá de hacerse cada mes una velada pública, con el fin de allegar fondos al tesoro de la Sociedad". El salón contaba con un telón de boca, una fachada escénica, bastidores, escalas y dos decoraciones al óleo completas.

El ambiente era propicio para la consolidación de los sueños de Castilla quién se había convertido en un claro representante de la sociedad ibaguereña. En 1907, cuando se funda la revista Tropical, Castilla colabora en ella continuamente, y el 10 de octubre del mismo año funda, junto a Leónidas Cárdenas, El Nuevo Tolima, un semanario de política y variedades cuyo número suelto costaba dos pesos. Causa curiosidad una nota en su primera página: "No se devuelven originales ni se dan explicaciones del por qué no se publiquen dijimos" y otro: "No se devuelve dinero por publicación de aviso aunque se ordene su suspension".

En su editorial, Castilla advierte: "... la prensa, aun sin las maravillosas virtudes de Cuarto Poder que graves pensadores le atribuyen, es a los cuerpos sociales tan indispensable como el calor, el aire o el agua a la nutrición natural, y la savia que genera, tan fecundante, que se transforma íntegra en la energía propulsora que de continuo empuja los pueblos hacia adelante por la senda del progreso. La sociedad que voluntariamente se priva de ella, siquiera sea en su manifestación más simple, el periódico, con el elemento de vida que pierde, renuncia las ventajas de su alianza formidable, haciendo enmudecer la entusiasta voz que estimula, o la convincente que contiene, la palabra equitativa que premia o la severa que castiga... Ibagué, de muy buen entendimiento en estos achaques, al suspenderse El Renacimiento, se preocupó por ver de suplir su falta con la creación de un nuevo periódico que, a semejanza de aquel, pusiera en alto la enseña de los intereses tolimenses y además sirviera de señuelo atrayente hacia la era de la verdadera concordia que se ha renovado con visos de sinceridad en este departamento, merced al amplio y vigoroso rumbo que el jefe reelecto de la administración le ha dado a la política".

El 4 de abril de 1909, en el reaparecido El Renacimiento se registra que "La Sociedad de Embellecimiento abrirá dentro de pocos días un salón de pintura y ornamentación en la Academia de Música de esta ciudad, el cual quedará a cargo del conocido artista Pedro J. D'achiardi, cuyas obras viene admirando el público bogotano de tres años a esta parte".

Este salón, apoyado por miembros de la sociedad y el director de la academia, iniciaba, así, un camino hacia la escuela de Bellas Artes. A partir de este momento la Sociedad de Embellecimiento y la Academia de Música realizarían diversos programas culturales que presentaban mancomunadamente, recogiendo fondos para ambos entes.

Ibagué se estaba convirtiendo en un centro cultural. Un verdadero torneo de arte, por ejemplo, se celebró el 18 de abril del mismo año. Aplaudido unánimemente por los medios de comunicación, quienes lo calificaron como digno de cualquiera de las grandes capitales, contó con la participación de "la señora doña Julia de Páramo y el señor Josías Domínguez, la primera como profesora consumada de piano y el segundo como notable maestro que sabe arrancar al violín, con seguridad y dominio absoluto, las más difíciles y complicadas melodías de la obras maestras". El acto, organizado por Castilla, se realizó para recoger fondos a beneficio de la sociedad de embellecimiento.

Casi un año más tarde, Luis Umaña López, gobernador del departamento, designa a Castilla como miembro de la junta encargada de preparar la solemnización del centenario de la independencia nacional. En abril de 1910, participa como jurado del Concurso Literario del Centenario, junto a Clímaco Botero, Braulio Estrada, Guillermo Quevedo y Antonio Pineda. El primer premio lo ganaría Manuel Antonio Bonilla y el segundo, el hasta ese momento poco conocido, José Eustasio Rivera.

Castilla, además, funda el 20 de febrero de 1912 junto a Abel Casabianca, Martín Restrepo, Manuel Tribín, Adán Barrios, José Vicente Meló, y Clímaco Botero, El Círculo, un centro social que adopta los estatutos que regían entonces al Jockey Club de Bogotá, con una suscripción de diez pesos, una cuota mensual de uno y la contribución de una obra literaria o científica, empastada, para la formación de la biblioteca del club.

Este es un leve pincelazo de la situación cultural de Ibagué en la primera década del siglo. Una ciudad que se debatía entre la cultura y el olvido de la guerra, pero que contó con un protagonista que se convirtió en columna vertebral de su proceso de curación: Alberto Castilla.
 

 

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