LA SELVA
Un anciano jazmín todo florido
de bancas y aromáticas estrellas
y en su tronco musgoso y carcomido
abrazadas bellísimas catleyas.
Vigilante y erguida está la palma
que hace cien años la plantó el abuelo;
parece que al sembrarla puso el alma
porque ella se elevó buscando el cielo.
A la entrada, el jardín lleno de rosas,
de narcisos, magnolias y violetas
de dalias variadísimas y hermosas
todo es allí fragancias y macetas.
Los árboles frutales regalando
la pulpa de sus frutos codiciados;
mandarinas, zapotes y piñuelas,
mangos, naranjas, piñas y granadas.
Guayabos dando sombra en el potrero
y teniendo la cerca en que otro chocho;
aguacates al pie del bebedero
y fresco cilantrón para el sancocho.
Enmarcado por pinos y nogales
al costado derecho del hogar
con toda reverencia está situado
el santo cementerio familiar
Se llega a él por un pequeño prado
desde el umbral de la casa paterna;
de pinos y de crotos bordeando
hasta el portal de la mansión eterna.
Hoy sólo vemos en los corredores
a la dulce y genial tía Manuelita
cuidando siempre sus amadas flores
que con delirio amó desde chiquita.
Esta lección, de niña fue aprendida
del padre que la daba con nobleza:
como Galeno, a defender la vida
y a admirar como Bardo la belleza.