CHISPAZO

En los inicios de la segunda mitad del siglo XX, varios grupos de cuerdas marcaron desde el Tolima un hito en la conformación y difusión de la música andina colombiana. Todos, integrados por profesionales de la medicina, el derecho, la educación y la música, fueron parte fundamental de un proceso que llevó a la bandola, el tiple y la guitarra al sitial de honor que hoy le confieren no sólo la historia sino la cotidianidad.

La bandola, creada por el maestro cartagueño Pedro Morales Pino y estrenada en Bogotá en 1898, contó en Ibagué con destacados intérpretes que hacían honor al brillo y categoría del instrumento. Mariano Guarín, José María Rincón Becerra, Salomón Galindo, Camilo Bonilla, Cantalicio Rojas, Carlos Ramos, Gustavo Torres y Alfonso Viña, entre otros, serían los encargados de conformar conjuntos que mantuvieran la tradición musical de Ibagué.

Alma Tolimense en 1953, Cuarteto Los Andes en 1954, Conjunto Tolima Grande en 1960 y Pentagrama Musical en 1962, iniciaron el camino de la solidez integrados por los mejores bandolistas, tiplistas y guitarristas de la ciudad.

En 1962, un grupo de amigos que soñaban con revivir y divulgar las composiciones y canciones, por entonces llamadas de “La tierra”, conformaron el grupo Chispazo, en honor al pasillo de Pedro Morales Pino, sin comprender los alcances que lograría un conjunto que siempre actuó con discreción, elegancia, sin ánimo de lucro, pero con una entrañable devoción por nuestra música popular y especialmente por nuestros aires vernáculos, los que divulgaron con fervor tolimensista por numerosas regiones del país.

Cuenta Manuel Antonio Bonilla que el apartamento de Julio Rodríguez, contiguo a la Clínica Minerva, fue el primer testigo del nacimiento del grupo. Manuel Antonio Bonilla y Gustavo Torres en la bandola, Ernesto Rodríguez en la guitarra, Julio Rodríguez en el tiple y Manuel Eduardo Escobar en la carrasca, fueron sus primeros integrantes. Más adelante ingresarían valiosas unidades como el médico Luis Eduardo Vargas, el compositor Pedro J. Ramos, el maestro Adolfo Viña Calderón, Marco Tulio Reina y, ocasionalmente Alfonso Viña Calderón, Gilberto García, José María Rincón Becerra y Mario Arbeláez. Lo que al principio fueron sólo reuniones musicales al son de algunos “palos”, se estaba convirtiendo en uno de los grupos más famosos y románticos del país.

La tienda de Zoilo Flórez, un sitio con dos bancas y un bulto de papas que servían como mobiliario para atender a los clientes, situada en la calle once con carrera primera, fungió como sede para el grupo. La “Embajada de Purificación” y, posteriormente “La Embajada”, como era llamada la tienda, cambió de aspecto con la institucionalización de los ensayos. Escritorio para el director y adornos que hacían alusión a la música autóctona, ambientaron aquellas noches que al calor del aguardiente Tapa Roja dejaban escapar por las ventanas acordes y melodías hasta las once de la noche, cuando Doña Herminia, la madre de Zoilo Flórez, tocaba una campanita o, cuando le escondían la campana, sus llaves, para dar fin a la tenida, sin importar los ruegos para prolongarla por unos minutos más. Sólo una vez permitiría doña Herminia ver el amanecer al grupo en su casa: en aquella ocasión el general Matallana se encontraba en uno de los bultos de papas. Su visita se concretó por una sola razón. “Quiero oír a Chispazo y la campanita”, había dicho el general. Es entonces cuando el grupo inicia un largo periplo por lugares privilegiados como el Círculo Ibagué, el Club Campestre, el Batallón Rooke, La Sexta Brigada, El Club del Comercio, el Club de Empleados, además del Hospital Federico Lleras, la Cruz Roja, La Universidad del Tolima y Festivales del Folclor colombiano. Se presenta en Bogotá en el programa de televisión Los Maestros, dirigido por Jaime Llano González, y realiza giras por la Guajira en Puerto Estrella, Nazareth, Maicao y Riohacha, siendo objeto de los más entusiastas recibimientos. En el Tolima recorre Espinal, Purificación, Saldaña, Prado, Chicoral, Alvarado, Piedras, Venadillo, Armero, Honda y Natagaima, donde entregarían la Orden de Pacandé a dos de sus integrantes: Pedro J. Ramos y Manuel Antonio Bonilla y por Cundinamarca en Agua de Dios, sumándose al peregrinaje que todos los años organizaba Hernando “El papi” Bohórquez llevando a los leprosos no sólo consuelo y solidaridad sino ropa, alimentos y droga que el “papi” solicitaba al comercio ibaguereño. Condecorado con la Medalla de Oro por su intervención en el Festival Folclórico de Ibagué en 1969, recibió Diploma de Honor en el concurso Folclórico Nacional-Polímeros de Medellín en 1972 y en 1987, con motivo de sus bodas de plata, la Alcaldía de Ibagué y el Instituto Municipal de Cultura le rindieron un homenaje que incluyó entrega de Placa de Oro, Medalla de Oro y pergamino a sus integrantes.

Tras la desaparición de “La Embajada”, transformada ahora en funeraria, el consultorio del doctor Luis Eduardo Vargas se convirtió en nueva sede del conjunto. Allí concurrían Alberto Suárez Casas, Oscar Buenaventura, Garzón y Collazos, Miguel Ángel Martín, Mariano Guarín y Mariano Galindo. La muerte sería el único enemigo del grupo. El desaparecimiento de Marco Tulio Reina, Pedro J. Ramos y Adolfo Viña, no sólo trajo desconcierto y dolor sino que obligó a la disolución del grupo que tantas glorias cosechó para el departamento.

El conjunto, que había estado conformado de manera definitiva por Manuel Antonio Bonilla R., bandola primera, “director, gerente y propietario”; Luis Eduardo Vargas Rocha, canto y percusión; Pedro J. Ramos, guitarra, composición y canto; Gustavo Torres, bandola y canto; Julio Rodríguez y Adolfo Viña, tiple y Marco Tulio Reina,”Pacheque”, guitarra y canto, desapareció. La fusión de derecho, medicina, banca, educación y música no pudo cumplir la famosa frase de Pedro J. Ramos al final de cada una de sus actuaciones: “Si no nos aplauden, no nos vamos, y si nos aplauden, tampoco nos vamos”. Sin embargo, en el alma de tantos tolimenses que gozaron con su música, los aplausos aún continúan resonando.