UNA LLAMADAURGENTE

 

Después de buscar infructuosamente un teléfono público, me dirigí al único de los que parecían funcionar en una esquina del barrio. Era sin duda alguna una llamada urgente. Tuve la certeza de que estaba funcionando desde que escuché a la joven tomar el auricular, y hablando como si estuviese siendo espiada, miraba a todos lados. Parecía preocupada y también de urgencia, al igual que yo.

Transcurrieron diez y ocho minutos, tiempo suficiente como para exaltarme en el lecho y pedirle que colgara el teléfono. Me tranquilicé cuando escuché a la joven despedirse de un amigo suyo llamado Ricardo, y pedirle que por favor la esperara por si llegaba un poco tarde.

-No necesita monedas, dijo

Cuando colgó el auricular pude ver el rostro de quien hablaba. No era mayor de treinta y dos años al parecer por la textura de su piel que cubría con emplastes de varios colores y líneas bastante acentuadas en las cejas, párpados y la comisura de sus labios. Vestía una falda de color verde intenso que resaltaba con su chaquetón vino tinto, y unas medias de lana hasta las rodillas de color pálido.

Se excusó por la tardanza, insistió que era algo urgente. También me comentó que debía encontrarse lo más lejos de allí. Cuando me dispuse a tomar el teléfono y comunicarme con quien yo deseaba, me pidió que le ayudara a conducirla donde su amigo la esperaba.

-No tengo tiempo – le dije. También estoy en apuros.

-Sé que puedes llevarme donde Ricardo.

Vacilé por un momento, pero dada mi escasez de tiempo le dije un no rotundo, descolgando de nuevo el auricular.

-Es una emergencia – dijo. Tú lo conoces, no vive muy lejos de aquí.

-Lo siento – le dije- debo comunicarme con alguien que me espera.

-Pero si apenas son las once de la mañana – insistió.

Llegué a pensar que su reloj andaba mal o que no se había fijado bien en la hora. Después de todo volvió a insistir antes de que yo empezara a marcar el número de teléfono.

-Sé que lo conoces – dijo – puedes llevarme donde él.

-No conozco a nadie con ese nombre-, le reproché.

Estaba seguro de no poder aguantar un segundo más esa charla estúpida con alguien que yo no conocía, y menos a su amigo, así que traté de ignorarla y me dispuse a marcar mi número telefónico a pesar de sus reproches.

Cuando escuché el auricular noté que el teléfono estaba sin tono. Pensé que todo había sido un error.

Unos cuantos golpecitos no fueron suficientes, pues todo seguía igual. Justo en ese momento, un anciano vendedor de frutas en la esquina me dijo: “señor, hace un par de meses que ese teléfono está fuera de servicio”.

Cuando di la vuelta para saber si todavía se encontraba allí la joven, había cruzado ya la calle. Estaba comiéndose una manzana y ofreciéndome de ella, dijo: “apuesto a que estabas llamando al celular de Ricardo”.