LOS SUEÑOS DE LA ABUELA

 

Soñó que un día

en el bosque encantado

muriéndose de frío,

un conejito triste

llorando se encontró.

Y lo colmó de besos

y lo llenó de mimos

y le entregó su amor.

El conejito entonces

le contó sus pesares;

lo habían dejado solo

una noche cualquiera.

 

Saltando el conejito

y corriendo la abuela

se fueron de la mano

por el camino verde,

recogiendo amapolas

y pepitas del campo.

 

Llegaron a un palacio

donde todo era bello

pero no había Reina,

ni Príncipe, ni corte.

 

Recorrieron lugares

tapizados de rosas,

subieron escaleras

con alfombras de frutas,

encontraron salones

con espejos de luna.

 

El cristal del quinqué

era todo de estrellas

y la luz de las velas

eran rayos del sol.

Por la fuente del patio

salía miel de panales

revestidos de nácar

y turquesas de oriente

y zafiros del Asia

y perlas del Japón

se cubrió de diamantes

con la luz de la luna.

 

Más allá, un aposento

con paredes de armiño

y tapetes de espuma

y colchones de nubes,

que alumbraba un lucero

y cuidaba una alondra.

Cansaditos y fríos

se quedaron dormidos

en su lecho de sueño,

y en la fresca mañana

cuando nació la aurora

el palacio encantado

se llenó de fragancias,

de mariposas blancas

azules y amarillas;

de pájaros con plumas

de todos los colores,

que entonaban alegres

una canción de cuna

al conejito triste

y a la abuela dormida,

que seguirá soñando

mientras Dios le dé vida

 

Entonces llegó el Hada

con su varita mágica

y convirtió a la abuela

en un reina joven,

y al conejito triste

en un príncipe Moro.

 

Ya la abuela despierta

y sintiéndose la Reina,

ordenó que el palacio

fuera un templo de amor.



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