CECILIA CASTILLO DE ROBLEDO

 

La hija de un padre bogotano que se salió del colegio cuando cursaba bachillerato y se vino escapado de la casa para ingresar a la guerra de los mil días, en tierras del Tolima, logró desde temprana edad demostrar que las mujeres podían ser ejecutivas en años donde no se estilaba. Fundar el Club de jardinería de Ibagué, su ciudad natal, armar un almacén de artesanías que le dio prestigio a la región entera, inaugurar el centro de La Chamba, dinamizar Artesanías de Colombia y, ante todo, coronar su ambición de que la isla prisión Gorgona desapareciera para convertirse en lo que hoy es: un parque ecológico, son algunas de sus realizaciones.

La autora de un hermoso libro de poemas, El baúl de la abuela, y de Gorgona Isla prisión, sobre sus experiencias en la isla, recordaba cómo su padre, Carlos Castillo Otalvo, llegó a Ibagué cuando una bala lo estaba esperando. Porque a los ocho días de haberse alistado en el ejército de las fuerzas liberales, ya estaba herido y oculto en la casa de Juan de la Rosa Vargas. Acabada la guerra una tarde se casó con Etelvina Caicedo. Vivieron en casa de su abuela, en plena plaza de Bolívar, frente al edificio nacional, buscando acompañar a sus cinco tías que estaban solas porque a los dos hombres de la casa los habían matado en la contienda.

De aquel matrimonio hubo tres hijos y Cecilia Castillo nació un 6 de octubre de 1921 a las 6 en punto de la mañana. Su hermano Luis Eduardo, más conocido como el Negro Castillo, famoso por sus tertulias y su verbo y quien murió muy joven de un infarto, acompañó las delicias de su infancia junto con su hermana Leonor, casada con Eduardo Jaramillo Alvarez, madre del escritor y Consejero Presidencial para la paz, Carlos Eduardo Jaramillo. Su padre morirá igualmente joven dejando en su vida un gran vacío.

Empieza a crecer en casa de los abuelos que pronto también marchan para siempre y de sus tías abuelas que nunca se casaron, recibiendo de ellas el beneficio de una niñez tranquila y llena de sencillez. Estudió en el colegio de las monjas y más tarde pasó al de Margarita Pardo donde descubrió su devoción por las artes manuales, iniciándose en el crochet, el bordado y la costura, la hechura de bizcochos, ponqués y caramelos. En medio de una vida apacible, terminó enamorándose y contrayendo matrimonio.

Ya con sus hijos en el colegio advierte que han abierto la Escuela de Bellas Artes en la recién fundada Universidad del Tolima y no duda un instante para matricularse. Allí tiene como profesores a Jorge Elías Triana, Alberto Soto y Julio Fajardo, encontrando que en la cerámica se siente más a gusto. Entre tanto crecen sus hijos Victoria Eugenia, Carlos Alberto, médico, y Jorge Enrique, profesor universitario y autor de libros sobre el café, el urbanismo y la vivienda, que años más tarde sería senador de la república. Decide salir de los marcos estrechos de la rutina de la casa y trabajar vendiendo maquinaria Jhon Deere, oficina recién instalada cuando en la meseta de Ibagué empieza el auge de la agricultura. Aquella mujer alta, hermosa y elegante que en el curso de inducción aprende a manejar combinadas y tractores, tropieza con el éxito. Sin embargo, como no era usual que ellas rompieran el esquema puesto que debían resignarse a las labores de hogar, muy pronto se retira.

Destinada a no quedarse quieta, Cecilia de Robledo decide fundar el Club de Jardinería donde integra a varias mujeres de Ibagué y se desplaza por todo el departamento en búsqueda de irradiar aquel oficio. Pronto se desilusiona porque la fatuidad de quienes estaban pendientes de la taza de té y de los actos sociales, no estaba en su agenda. Es cuando funda el Almacén de Artesanías que daría durante varios lustros a la ciudad la imagen de laboriosidad y destreza de nuestros compatriotas. Un destino especial la aguardaba: un día llegan a ofrecerle una muestra de cerámica hecha en Gorgona. La visión de aquella isla prisión que guardaba según la leyenda a los más peligrosos presos del país, se abrió como una puerta luminosa. Los trabajos realizados con gracia pero saturados por las imperfecciones naturales de quienes no han tenido orientación, pronto la llevaron a pensar que valdría la pena conocer mejor esos productos. Ya pertenecía a Artesanías de Colombia y realizado exposiciones por toda la república, había estado en el centro de La Chamba, en el Guamo, inaugurando el Centro de Artesanías que logró mucha fama por un tiempo y fue inaugurado con la presencia del entonces presidente, Carlos Lleras Restrepo.

Con una amiga allegada al director de prisiones obtuvo un permiso para ir a la isla. Su propósito de ir a trabajar con reclusos unos meses, estaba culminando. Como jurado del concurso de artesanías en Buenaventura, conoce a un mayor, coincidencialmente ibaguereño y de amigos comunes, que termina conduciéndola desde las cinco de la tarde en un viaje de largas doce horas hasta aquel edén saturado de terror. El coronel Delgado Mallarino, quien extendió el permiso, le daba franquicia para atravesar puentes, pasar por los puestos de guardia e ingresar a cambuches y patios. Se sintió cómoda, ganó la confianza de los presos que al principio la veían con extrañeza, conoció sus problemas y secretos y se hizo un personaje. Al tiempo de marcharse, ningún barco arribaba a pesar de escuchar sus pitos de lamento y ser avizorados por vigías. Pasaron dos semanas de estadía forzosa y los detenidos, al comprobar que no era empleada de nadie y sólo representaba del Tolima la promoción artesanal, van haciendo con ella un gran equipo.

Acababa de llegar de la isla cuando un noticiero de televisión le informa que su amigo, Alberto Santofimio Botero, ha sido designado Ministro de Justicia. A los dos meses, con su autorización, empezó su estadía en Gorgona. Preparar una exposición mientras anota a diario los atropellos presenciados en unos cuadernos que más tarde le servirían de guía en el recuerdo para escribir su libro, la envuelve plenamente. Pidió a su amigo Santofimio dinero para talleres que, según se supo, llegó siete veces y otras tantas desapareció como por encanto. Como consecuencia lo comprometió para que visitara oficialmente la isla.

Con latas de cerveza, cartones, llantas y todo cuando se atravesaba en el camino de sus peticiones atendidas, incluyendo arroz, camisas imperfectas, tenis y zapatos, logra una actitud solidaria de varios lugares del país. Entre tanto, muchos especulaban sobre su presencia. Algunos afirmaron que se trataba de una millonaria excéntrica, que era una espía disfrazada del Ministerio de Justicia, otros que debía tener un familiar hundido en su condena, ser una mujer en busca de aventuras o simplemente una loca de remate. Su eterna pañoleta para evitar que el viento la despeinara, sus bátelas guajiras, le crearon fama de que provenía de raza gitana. Un diciembre, por encima del escepticismo de los condenados, llegó como Papá Noel cargada de regalos que escasamente cabían en un barco.

La llamaron mamá Ceci y organizando lunes culturales, grupos de música para los cuales consiguió acordeones, tiples, guitarras y cancioneros, contribuyendo a tejer una esperanza, quitándole el gris a la prisión para dejarla llena de colores vivos, enseñándoles jardinería, fueron transcurriendo las semanas hasta que la gran exposición se hizo. Perseguida por las autoridades de la isla, viendo obstaculizada su labor, amenazada y advertida de que no la dejarían regresar, organizó el itinerario de los trabajos artesanales de los presos por las principales ciudades de Colombia. Desde allí montó una trinchera y llamó la atención de periodistas y funcionarios sobre la realidad macabra de aquel supuesto paraíso de seguridad y convirtió la isla prisión Gorgona en una noticia de grandes titulares.

Las grandes alambradas con electricidad, los calabozos estrechos, la pésima alimentación y toda una verdadera antología de tristezas, fueron continuamente denunciados por Cecilia de Robledo a lo largo de los 10 años que permaneció en un ir y venir de la isla donde la veían llegar cuatro o cinco veces en el año. Diapositivas, ayudas de ecólogos como Hernán Sanín, de Cali, dieron a la postre con la necesidad de pensar en una campaña para el acabóse de aquella pesadilla. Acudiendo a Representantes y Senadores, no precisamente del Tolima, entre ellos Armando Barona Mesa, por el Valle, lograron que dos interesadas comisiones fueran a estudiar en serio los problemas. Prendida la hoguera del inconformismo, el Senador Mario Vivas Troche consiguió la aprobación de un proyecto de ley que ella, como invitada especial, contempló en todos sus debates desde un palco de honor.

Un país concientizado alrededor de las ocurrencias de la isla, las incansables declaraciones de Mamá Ceci a lo largo de años por la televisión, la radio y la prensa, resultaron en lo que ella esperaba: se aprobó la ley por unanimidad. Pero no todo salió bien porque el presidente Julio César Turbay se negó a sancionarla. Vendrían entonces nuevas excursiones, invitar a Rodrigo Lara Bonilla, Ministro de Justicia, crear otra vez el movimiento, hasta que el Presidente Belisario Betancur cumplió ese cometido.

Meses más tarde, el primer mandatario y sus ministros, una nube de periodistas y camarógrafos, celebraban en la playa el tan esperado punto final por Mamá Ceci. Gorgona pasó a convertirse en parque ecológico, a ser centro de atención de entidades internacionales y a dejarle a su agitadora el más desgarrador y en ocasiones tierno número de paisajes de vida y muerte sobre aquellos con quienes compartió parte de su existencia.

La columnista permanente del diario El Nuevo Día, la organizadora de rescatar la memoria de personalidades ilustres de su tierra como la escritora Luz Stella, la distinguida con homenajes del Concejo, la Gobernación y el mismo Conservatorio de Música del Tolima, amó la vida, la amistad transparente y la lectura, hasta su muerte en Ibagué, dejando en luto a todo un departamento que siempre admiró a esta verdadera protagonista de su tierra.



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